“El tiempo y la salud son los bienes más valiosos que tenemos”
Nacho Dean
“El tiempo y la salud son los bienes más valiosos que tenemos”
Nacho Dean
Aventurero y divulgador
Creando oportunidades
Hasta el viaje más largo comienza con un primer paso
Nacho Dean Aventurero y divulgador
¿Qué es el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra?
Nacho Dean Aventurero y divulgador
Nacho Dean
“Uno es aventurero como otro es poeta, porque tiene una visión romántica de la existencia y piensa que la vida tiene que ser algo más que simplemente pasar por el mundo”. El naturalista y aventurero Nacho Dean fue la primera persona de la historia en dar la vuelta al mundo a pie y en solitario, completando un total de 31 países y 33.000 kilómetros en tres años. “Mi objetivo no fue hacer un paréntesis en mi vida, sino abrazarla más intensamente que nunca”, asegura. Años después se propuso otro reto: unir nadando los cinco continentes con el objetivo de lanzar un mensaje de conservación de los océanos. Un hito que completó en la llamada ‘Expedición Nemo’: “El mar es el gran olvidado, se ha encontrado basura donde no llega ni la luz solar”, advierte.
Hijo de marino y amante de la naturaleza, de niño Nacho Dean creció leyendo a Julio Verne y viendo los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. De ellos aprendió su pasión por la exploración y la visión del mundo como un todo. “La naturaleza es el lugar al que pertenecemos, lo que le hacemos a ella nos lo hacemos a nosotros mismos”, reflexiona. Sus expediciones le han servido para visibilizar la degradación del planeta e incidir en nuestra responsabilidad ante el cambio climático.
Para él, caminar, viajar y observar son escuelas de vida porque nos enseñan que las cosas pueden ser de muchas maneras diferentes. Su inquebrantable compromiso con la naturaleza es su motor de inspiración y lo que condiciona su visión reveladora de la existencia: “Tienes que realizar un verdadero ejercicio de desprendimiento y desapego, tienes que dejarlo todo: tu casa, el trabajo, la familia, los amigos, tus bienes materiales. También los miedos de una cultura que valora más el bienestar, el confort, la seguridad, la estabilidad, por encima de otros valores como son emprender, arriesgarse, la pasión de estar vivo”.
Transcripción
Cruzaba el estrecho de Gibraltar uniendo Europa con África, nadaba desde Grecia hasta Turquía, uniendo Europa con Asia, cruzaba el estrecho de Bering, uniendo América con Asia, nadaba desde Indonesia hasta Oceanía, uniendo Asia con Oceanía y el último cruce era el golfo de Aqaba, en el mar Rojo, uniendo África con Asia. Yo nací en Málaga hace 39 años. Soy hijo de marino, mi padre ha viajado prácticamente por todo el mundo, y esa es una de las razones por las que hemos vivido en muchos lugares. Crecí leyendo los libros de Julio Verne, de Jack London, de Alejandro Dumas, viendo los programas de televisión ‘El hombre y la tierra’, del maestro Félix Rodríguez de la Fuente, ‘La Ruta Quetzal’, de Miguel de la Quadra-Salcedo, soñando con ser algún día como uno de ellos. La educación de la familia, de los padres, en los primeros años de vida constituye el corazón del árbol y el lugar al que aferrarse cuando a tu alrededor se desata la tormenta. Sin embargo, a la edad de 21 años, fruto de tanto cambio, de un desengaño amoroso, de un hondo desacuerdo con el mundo en el que vivimos, sufro una profunda crisis existencial, miro a mi alrededor y no entiendo nada: la destrucción del planeta, las guerras, las injusticias, el hambre, todo me provoca caos y desolación y pierdo mi lugar en el mundo. Pierdo mi camino.
Tomo una decisión muy difícil en aquella época, para mí y para mi familia, me voy de casa de mis padres. Siento la necesidad de mirar cara a cara a la vida, sin intermediarios, para saber qué es lo que quiero. Comienza una etapa de cambio, de búsqueda, de transformación, y ¿dónde me voy? Me voy a vivir a la montaña, a una casa en los Pirineos, alejado del mundanal ruido. Son unos años de búsqueda, de autoconocimiento, de vivir con poco, de descubrir que hay muchas maneras diferentes de vivir. Sin embargo, a los dos años… soy joven, el mundo es grande y siento que es pronto todavía para quedarme a vivir ya toda mi vida en una casa en el bosque. Así que decido regresar a la ciudad a terminar mis estudios en Publicidad y Relaciones Públicas, que había dejado a medias. Posteriormente estudio un ciclo formativo en medio ambiente. Durante esta época hago muchos viajes, tengo muchas relaciones, realizo diferentes trabajos para costearme los estudios. Y hago bastantes rutas a pie, como la transpirenaica. Recorro todos los Pirineos, desde el Cabo de Creus hasta Irún, realizo diferentes variantes del Camino de Santiago, estoy por encima del círculo polar ártico, en Laponia, en el desierto del Sahara… Llevo una vida cómoda, seguro, lleno de viajes, de acumular vivencias, sin embargo, no tengo un rumbo, un objetivo muy definido y yo siento que la vida tiene que ser algo más.
Uno es aventurero como otro es poeta porque tiene una visión romántica de la existencia y piensa que la vida tiene que ser algo más que simplemente pasar por el mundo. Así que continúo buscando, buscando, esa eterna búsqueda. Hasta que un día, haciendo una ruta por la montaña, me siento tan bien en contacto con la naturaleza, llegando a los sitios por mi propio pie, que pienso: “Oye, y la vuelta al mundo caminando, ¿por qué no?”. En vez de estar solo unos días o unas semanas y volver a casa, ¿por qué no soñar a lo grande? Además, como amante de la naturaleza y persona sensibilizada con la degradación del planeta, no podía permanecer impasible, de brazos cruzados, sin hacer nada. Decidí dedicar esta expedición para la defensa del medio ambiente. Y ahora que ya estamos en marcha, ¿por qué no sois vosotros los que me vais haciendo preguntas y continuamos juntos el camino?
Tu cuerpo está en movimiento, los músculos se activan, el cerebro se oxigena. Y por eso, precisamente, es el medio de transporte ideal también para desarrollar la conciencia, para ser consciente de tus pies, de tu cuerpo, de tu espalda, de la respiración, del lugar en el que estás. Pero no todo son ventajas: caminar es el medio de transporte más lento, es el que requiere más tiempo para recorrer una distancia. Por eso caminar implica que seas dueño de tu tiempo, no ir siempre con prisas a los sitios, y desarrollar cualidades como son la paciencia, como es la constancia, la voluntad… Además, caminar es el medio de transporte más expuesto. Caminas a cinco o seis kilómetros por hora. Tienes que afrontar todos los peligros y problemas que te salen al camino. Por todas estas razones, caminar es el medio de transporte ideal para sentir el lento girar del planeta bajo tus pies, contactar con la naturaleza y desarrollar la conciencia. Me gustaría leer un texto que escribí, precisamente, sobre caminar, que dice: “Caminar es el medio de transporte más lento y antiguo que existe, al que no prestamos atención y apenas valoramos porque es gratuito. Lo realizamos desde temprana edad y damos por sentado que va a ser siempre así. Sin embargo, caminar es un regalo, otro tiempo, otra realidad. Es un privilegio llegar a los sitios por mi propio pie, reparando en infinidad de detalles que de otra manera pasarían desapercibidos.
Lo importante no es el destino, es todo el camino. Caminar es meditar, observar, aprender, pero también desaprender, deshacerse de todo lo accesorio hasta quedar solo lo esencial. Un retorno a los orígenes, una vuelta a las raíces. La demostración literal de que con pequeños pasos se puede llegar muy lejos. ¿Por qué caminar? Porque aún pareciendo una actividad sin ningún tipo de fin, es la mejor manera de estar en el lugar y el momento presentes. Me fui a dar la vuelta al mundo caminando, no para hacer un paréntesis en mi vida, sino para abrazarla más intensamente que nunca. ¿Por qué caminar? Porque nunca algo tan sencillo me hizo sentir tan vivo”.
Tienes que realizar también un verdadero ejercicio de desprendimiento y desapego, tienes que dejarlo todo: tu casa, el trabajo, la familia, los amigos, tus bienes materiales, los miedos de una cultura que valora más el bienestar, el confort, la seguridad, la estabilidad, por encima de otros valores como son emprender, arriesgarse, la pasión de estar vivo. Y luego conocí a miles de personas que viajan en bicicleta, en moto, en furgoneta, en avión, pero no sabía de nadie que hubiera dado la vuelta al mundo caminando, me adentraba por una senda en la que no tenía referentes. Hay personas en la vida que son como estrellas iluminando tu camino con su luz. Personas que creen en ti, que te hacen sentir capaz de lo imposible, que te dan alas. Y mi amiga Paz era una de esas personas. A lo largo de la vida vamos a aprender muchas cosas, nos van a invitar a creer en otras tantas, pero lo primero en lo que deberían enseñarnos a creer es en nosotros mismos. Hay una frase que me gusta mucho de Nelson Mandela que dice: “No tenemos miedo a la oscuridad, sino a nuestra propia luz, a reconocer que somos capaces de lo más grande”. Me llevó dos años tomar la decisión, pero en el momento en el que eres consciente de que algún día moriremos, comienzas a celebrar la vida. Me decían: “Ten cuidado porque puedes morir”. Pero yo sentía que como iba a morir era si no lo intentaba.
Recuerdo con una claridad meridiana el día que tomé la decisión. Fue como quitarme esa gasa delante de los ojos con la que a veces miramos la vida, difuminando la realidad y decir: “Este soy yo y esto es lo que quiero”. Por fin, después de tanta búsqueda, había encontrado. “¿Qué había encontrado?”, me preguntaréis. Me había encontrado a mí mismo. Había, otra vez, recuperado mi camino, mi propósito, mi lugar en el mundo. Que el tiempo no te robe la vida, que la esperanza no se consuele con esperar. Comenzaban los preparativos, ¿qué me llevo para dar la vuelta al mundo caminando, si cuando me voy dos meses o dos semanas de vacaciones no sé qué llevar en mi equipaje? Aquí es donde aparece mi compañero de viaje: un carro, un carrito. Hay zonas del mundo que son desierto, tienes que llevar mucho peso de agua y de comida para poder sobrevivir durante largas jornadas en autosuficiencia. Al principio me decían: “Ponle nombre”, pero ¿cómo le voy a poner nombre? Es un objeto. Luego, en Australia, muchas jornadas de soledad, mucho sol en la cabeza, acabé hablando con mi carro. Estaba haciendo mis necesidades, soplaba mucho viento, se lo llevaba, y le digo: “Jimmy, ¿qué pasa? ¿Quieres llegar a casa ya?”. Y ese día la acabé poniendo nombre, Jimmy. En él he llevado material de supervivencia. He llevado una tienda de campaña, un saco de dormir, una esterilla, un camping gas. He llevado algo de ropa, no mucho, dos mudas que tenía que estar constantemente lavando a mano. He llevado un botiquín de primeros auxilios con, desde Betadine y unas vendas a antídoto para mordeduras de serpientes venenosas. He llevado agua, comida y algo de tecnología, un ordenador portátil, una cámara de fotos y un teléfono móvil.
Y cuatro cosas más: un frontal, un cuchillo, un cuaderno y una cuerda. Cuando viajas caminando cada kilo extra cuesta mucho moverlo, así que tienes que llevar lo mínimo y necesario. Trazar un itinerario y un calendario provisionales, ponerme todas las vacunas habidas y por haber, hacer una web, cuentas en redes sociales. Y se trataba de una expedición con un alto índice de fracaso. Las probabilidades de que el aventurero muriera o se diera la vuelta y volviera a casa cuando pasara una serie de penurias y dificultades era alta. Ninguna marca quería asociar su imagen a un proyecto que creían que iba a fracasar. Sin embargo, hay un proverbio que dice que cuando quieres algo encuentras un medio, y cuando no quieres hacer nada encuentras una excusa. Yo creía firmemente en este proyecto y tenía la convicción de que, según fuera realizando kilómetros y cubriendo países, iría consiguiendo el apoyo necesario. Y a la edad de 33 años, 21 de marzo de 2013, sin patrocinadores, sin coches de asistencia, sin seguro médico internacional, sin fisioterapeutas, sin nutricionistas, sin psicólogos deportivos, sin teléfonos satélites, pero con el espíritu de aventura más puro y auténtico, daba los primeros pasos en el kilómetro cero, en la Puerta del Sol, en Madrid. Dar la vuelta al mundo caminando es un viaje muy romántico, pero el primer día no llegas muy lejos. La primera noche dormí entre Pinto y Valdemoro.
No te queda más remedio que comunicarte por gestos, por mímica, a veces con un palo, haciendo dibujos en la tierra, con un boli y un cuaderno, y aprender unas palabras básicas de cada idioma de los países que vas recorriendo. No son conversaciones muy trascendentales, pero te sirve para sobrevivir. Recuerdo una vez estar caminando por una carreterita muy pequeña en Croacia y había unos bancos en las puertas de las casas. Si quería descansar me tenía que sentar en un banco de esos, y parecía que hubiera un resorte en el banco porque era sentarme e inmediatamente salir alguien de la casa, como si una luz se encendiera y le avisara de que alguien se había sentado en su banco. En una ocasión salieron dos mujeres vestidas de negro, se sentaron a mi lado, y no me preguntéis de qué estuvimos hablando, pero sin yo hablar croata ni ellas español e inglés, estuvimos media hora de conversación riéndonos. Sacaron un café que estaba malo como el diablo, pero que me lo tomé por no ser descortés y continué el viaje. En otras ocasiones vas a saludar. En unos sitios se estrecha la mano, en otros “Namasté”, en otros sitios “Salaam aleikum”, en otros sitios chocas los cinco, en otros das dos besos…, a veces es inevitable hacerte un poco de lío cuando vas a saludar. Hay países árabes, me pasó en una ocasión, donde este gesto es muy feo, equivale a un corte de mangas y no lo sabía. Estaba con un grupo de personas, nos hicimos una foto y como hago muchas veces, pues saco este dedo así como: “Ok, todo va bien”.
Y uno de los que había allí presentes me invitó a bajarlo porque era bastante descortés. Afortunadamente estaba en un ambiente distendido y luego nos hicimos una foto todos con el dedo para arriba. En ocasiones hablas el mismo idioma, pero las palabras tienen distintos significados, diferentes acepciones. En Bolivia, por ejemplo, a los coches se les llama carro. Estaba con mi carro en la puerta de un alojamiento, no entraba, porque es bastante ancho y entré a recepción a preguntar a ver si por favor eran tan amables de abrir el garaje, que traía un carro. Así que abren el garaje y cuando me ven entrar con mi carro veo que se echan a reír de: “Menudo carro más bueno”. En cualquier lugar del mundo te vas a entender. En ocasiones, cuando el idioma es una barrera, estás mucho más atento a otro tipo de estímulos, como es la luz, como son los gestos, la manera de moverse, el tono de la voz, las vestimentas. Captas la información y te haces una composición del lugar absorbiendo información de muchos otros lugares. A pesar de no hablar el mismo idioma, he conocido gente admirable en todos los países. Por ejemplo, mi amigo Simon Yibrail, un refugiado de la guerra de Siria, su casa en Alepo había sido bombardeada. Nos conocimos en Ereván, la capital de Armenia, y allí me abrió las puertas de su nueva casa y me sentó a la mesa como un miembro más de la familia. Mi amigo Mr. Udayan Parmar, en la India. Mi travesía por la India fue muy difícil debido a las condiciones de higiene y de salubridad tan difíciles, tan escasas que hay.
Sin embargo, la India es una sociedad de castas. Gracias a haber conocido a una persona de las castas superiores el resto de mi travesía por la India fue mucho más amable, me iban abriendo las puertas. Mi amigo Kamrul en Bangladesh, Pari, en Irán, Mila, en Perú. Al final aprendes que si te quieres entender, lo vas a hacer en cualquier lugar del mundo, con el lenguaje más antiguo de todos, que es el de los gestos y las miradas, y que hay un lenguaje universal que se habla en todos los rincones del planeta, que es el de las sonrisas.
He dormido en bosques con osos en Eslovenia, tienes que dejar tu comida atada a la rama de un árbol, bien lejos de la tienda. He estado frente a un rinoceronte salvaje en las junglas de Nepal, a escasos veinte metros, son enormes como un tanque. Es un momento mágico. He dormido en Tailandia y mi tienda se ha llenado de hormigas por un agujerito que tenía en el suelo. Puse la tienda de campaña muy tarde, era ya a oscuras, de noche y me desperté en mitad de la madrugada con picor por la cara y toda la tienda llena de hormigas, así que hay que mirar bien dónde se pone la tienda cada noche. He tenido dingos aullando, los dingos son perros salvajes, aullando alrededor de mi tienda en Australia. Antes de poner la tienda te dejas unos palos, unas piedras, un cuchillo, el frontal localizable, las cremalleras de la puerta para ser capaz de abrirlas a oscuras. Luego, hablando con gente local, te cuentan que los dingos son animales oportunistas que solo quieren tu comida y saben que un enfrentamiento con un humano les puede costar la vida. Así que el resto de noches que los tenía aullando alrededor de la tienda digo: “Si solo son los dingos”, y seguía durmiendo. Abrir la puerta de la tienda en las selvas de Ecuador y ver todos los árboles iluminados con miles de luciérnagas verdes… Es un espectáculo, es un privilegio, vas rebasando meridianos y sientes el planeta como un inmenso ser vivo del que formamos parte y en el que todo está conectado.
Sin embargo, no todo son buenas noticias. Me gustaría lanzar un mensaje, unas palabras a los detractores, negacionistas del cambio climático. El cambio climático efectivamente ha existido siempre. El clima, la Tierra, siempre ha estado en constante cambio, pero en periodos de tiempo muy alargados, de miles de años. En la actualidad, como consecuencia de la actividad humana, todos esos cambios están ocurriendo en un periodo de tiempo muy breve y con consecuencias devastadoras. El lugar en el que he visto de un modo más palpable, con mis propios ojos, las consecuencias del cambio climático ha sido en el estrecho de Bering, sobre el círculo polar ártico, en las inmediaciones del Polo Norte. El estrecho de Bering hasta hace unos años se congelaba, se podía pasar andando de América a Rusia y volver de Rusia a América, pero de unos años para acá no se congela. Son bloques de hielo flotando entre ríos de mar. Allí viven los esquimales, es una cultura ligada a la caza, su supervivencia depende íntimamente de la caza. Como cada vez hace menos frío, las especies que ellos cazan: osos polares, morsas, focas…, se están retirando cada vez a altitudes más altas y están apareciendo especies invasoras. Yo he estado con esquimales ayudándoles a construir muros de piedra, porque ahora, en invierno, con los temporales, las olas embisten contra sus casas, casas que están construidas al nivel del mar.
Fijaos si es así, que se está abriendo una nueva ruta comercial por el Paso del Norte, que es una alternativa en el tráfico marítimo al canal de Panamá y al canal de Suez. Acorta en varios días la conexión entre el Pacífico y el Atlántico. De hecho, los países nórdicos, Canadá, Rusia, Noruega, Dinamarca, están moviendo ficha para tener territorios ante este nuevo tablero que se está abriendo, ¿por qué? Porque están apareciendo reservas bastante importantes de petróleo, de gas, de diamantes. De hecho, hace poco Donald Trump lanzaba una oferta de compra a Dinamarca sobre Groenlandia, por algo será. Lluvias torrenciales, inundaciones, periodos de sequía cada vez más largos. Hemos roto el equilibrio de la atmósfera con la contaminación por CO2, se están derritiendo los polos, los glaciares, el glaciar del Aneto, aquí mismo en los Pirineos, ya prácticamente ha desaparecido. Está apareciendo basura a más de 1000 metros de profundidad en los océanos, donde no llega ni la luz del sol. Hay un cinturón de basura girando alrededor del planeta, de basura espacial. En 50 años ha desaparecido más del 50% de la biodiversidad mundial y no hacemos nada para remediarlo. De todas formas, no hace falta irse al estrecho de Bering ni al Polo Norte, aquí mucho más cerca vemos con nuestros propios ojos las consecuencias de la actividad humana.
Hace poco, unas semanas, morían tres toneladas de peces en el mar Menor, asfixiados por la falta de oxígeno, por la mala gestión de este mar y los vertidos de residuos que se están haciendo. La cuenca del Mediterráneo, saturada por completo por el turismo, por el urbanismo. El mar Negro cada vez hace más honor a su nombre, por la basura, los plásticos que hay y los vertidos de las industrias de los países que dan costa a este mar. En Asia Central, en la India, en Bangladesh, hay barrios enteros viviendo en vertederos. Son los llamados “slums”. Hace poco han declarado también el estado de emergencia climática por el “smog”, la poca calidad del aire, no se puede ni respirar. El Ganges es el río más contaminado del mundo. En Tailandia, la biodiversidad local de flora ha sido sustituida por el árbol de la goma para recoger látex y satisfacer la demanda de caucho de, entre otros, la industria automovilística. En Malasia, en el sudeste asiático, en la época de monzones no llueve. No solo no llueve, sino que hay incendios. No están acostumbrados a la escasez de agua, no han construido embalses y tienen que realizar cortes en los suministros de agua en las ciudades como Kuala Lumpur. En Indonesia, los incendios están devastando la selva tropical para plantar aceite de palma. Eso está poniendo en peligro de extinción especies como el orangután, y es una de las principales fuentes de emisión de gases de efecto invernadero, de CO2 y un largo etcétera. En Chile, la minería está secando los ríos, la selva del Amazonas, vendida por completo a capital extranjero para cultivos de soja e industria maderera. En México llueve en la ciudad de DF y se inunda porque las redes de alcantarillado están saturadas de basura.
Así que yo intento, desde la medida de mis posibilidades, ir aportando mi granito de arena. Antes de empezar estas expediciones trabajaba en el CEPESMA, Coordinadora para Estudio y Protección de Especies Marinas, el único centro de recuperación que hay en el Cantábrico. Durante la vuelta al mundo caminando di cientos de charlas en escuelas, en colegios, en universidades, contando lo que voy viendo con mis propios ojos. Durante la Expedición Nemo hemos hecho batidas de limpieza de playas por todo el litoral español, en distintas ubicaciones y localizaciones a las que he ido a nadar. Al final mi misión, mi propósito, es documentar el estado de los ecosistemas que recorro, divulgarlo a través de charlas, de libros, de documentales y hacer lo que esté en mis manos por un mundo mejor.
Momentos difíciles, dramáticos… Pues a ver, la aventura está muy bien, lo que es cruzar un desierto, subir la montaña, ponerte a prueba, buscar tus límites, eso es muy, muy interesante. Pero hay una línea que cuando la rebasas y pones tu vida en juego, no hace ninguna gracia. He vivido momentos complicados. Estuve a punto de acabar en prisión acusado de espionaje en la frontera entre Armenia e Irán por culpa de unas fotografías, presencié un atentado terrorista en Dacca, la capital de Bangladesh, cinco artefactos explosivos. Tienes la sensación de que estás en el lugar y el momento equivocados, tienes una reacción instintiva, te agazapas y sales corriendo entre la multitud. Me atracaron en el barrio del Callao, en Lima, el barrio más peligroso de todo Perú, se echaron encima de mí cinco personas y me rajaban el pantalón, me robaban todo lo que llevaba encima. No me robaron el carro, yo creo, porque pensaron que llevaba a un bebé. Es la explicación que yo le doy luego. Contraje la fiebre chikungunya en Chiapas, pero el momento más complicado para mí fue la frontera entre los estados de Veracruz y Tabasco, en México.
Caminaba por un tramo muy largo y solitario de carretera. Cuando llevas dos años y medio, que llevaba en ese momento, caminando por el mundo, desarrollas ya un olfato, un instinto de qué lugares son peligrosos, en cuáles te puede pasar algo, y este era uno de ellos. De hecho, la noche anterior había dormido en una gasolinera, fijaos en qué sitios había llegado a dormir, le pregunté al guarda de seguridad: “¿Es un sitio seguro para pasar la noche?”, y me respondió: “De algo hay que morir”. Y digo: “Hombre, pues muchas gracias por la respuesta, muy tranquilizadora”. Y al día siguiente le di unos pesos mexicanos, y me dijo: “¿Esto es lo que vale tu vida?”, o sea, para que os fijéis en qué en situaciones o en qué momentos te encuentras. Recuerdo esa misma noche despertarme en mitad de la madrugada escuchando a una mujer hablar por teléfono alterada porque la habían intentado asaltar en la carretera cortando el tráfico con troncos, y que había salvado el pellejo de milagro. Pues estaba caminando por esa carretera. Tratas de anticiparte a un posible percance, de prever cómo reaccionar. Por la izquierda hay cultivos, hay tierra y árboles, es imposible salir corriendo con el carro. Por la derecha tengo una zanja separando los carriles de ambos sentidos, con lo cual tampoco puedo salir por ahí, únicamente puedo ir hacia atrás o hacia adelante.
De repente veo al fondo un grupito de personas, no sé cuántos son, no sé si se acercan o se alejan. Continúo caminando, ya veo que se acercan porque cada vez son más grandes. Veo que son tres, que uno va sin camiseta, que llevan unos machetes en las manos. En esta región de Centroamérica, en México, se trabaja con machetes en el campo y yo tengo la esperanza de que sea gente que vuelve a sus casas después de una dura jornada de trabajo. El caso es que se abren sobre el arcén, empiezan a mirar hacia detrás, controlando que no venga ningún coche de policía ni del ejército y me preparo para lo que es un asalto inminente. Así que en vez de irme hacia detrás, acelero el paso hacia ellos y cuando estábamos a escasos cinco metros, saca uno el machete en el aire y me dice: “Para hijueputa, dame todo lo que lleves”. En ese momento no me puse a hablar con él de filosofía, de ética ni de moral, cogí el carro, lo empujé con todas mis fuerzas hacia el interior de la carretera y esa reacción rápida les pilló por sorpresa y me dio la ventaja para rebasarles y salir corriendo. Salieron corriendo detrás de mí con los cuchillos y me dicen: “No corras, te vamos a seguir”. No me giré y les dije: “A ver quién corre más”. En ese momento eres pura adrenalina. Estás dispuesto a soltar tus cosas porque no hay nada más valioso que la vida, pero tampoco me da la gana darle mis cosas al primer descerebrado que se me cruce en el camino. Así que voy empujando. Si llega a estar Usain Bolt a mi lado, le gano, estoy seguro. Se cansa el primero, continúo corriendo, se cansa el segundo y al rato se cansa el tercero. Los he dejado atrás.
Sin embargo, sigo en mitad de ninguna parte y andando. Nadie me asegura que me vuelvan a alcanzar en otro medio de transporte, así que continúo avanzando hasta que por fin llego a un lugar donde pasar la noche a resguardo, a salvo y en esos momentos te planteas, ¿qué necesidad hay de seguir poniendo la vida en juego por algo que, al fin y al cabo, es mi elección? Nadie me está obligando a ello. Al principio del viaje tira de ti que tienes mucha ilusión, muchas ganas y cuando ya estás cerca del final, pues que ya te queda poco para terminar. En ocasiones, en el día a día, en la vida cotidiana, caminamos sobre arenas movedizas. Estamos tan cómodos, tan seguros, tan confortables que hemos perdido las verdades, estaban tan alejados de la supervivencia que habían perdido las verdades. Necesitamos certezas. ¿Cuántas veces hemos escuchado testimonios de personas que han sufrido un accidente, que han quedado en silla de ruedas, que han superado una enfermedad y la vida les ha pegado un giro de 180° y se han dado cuenta del milagro que es estar vivo y ha sido un detonante para pasar a luchar por sus sueños? Yo espero que a ninguno de los que estamos aquí nos haga falta pasar por una experiencia así de traumática para darnos cuenta de la suerte que tenemos, tan grande, y que apreciemos el milagro de estar aquí.
Durante los meses de enero y febrero recorrí el Cantábrico desde Hendaya hasta La Coruña. En los meses de enero y febrero no es que no hubiera nadie en la playa, no había nadie en la calle. Esos días grises, fríos, plomizos, lluviosos, había una persona allí nadando en el mar, entrenando el nado contracorriente con el oleaje, la hipotermia, la resistencia al frío. Iba contactando con gente local, piragüistas para que me dieran cobertura, con nadadores, íbamos haciendo también limpiezas de playas y durante los meses de marzo y abril fui bajando por el Mediterráneo desde Barcelona hasta Málaga. En esta ocasión recuerdo un amigo, buen amigo, nadador de larga distancia, que me dijo: “En natación lo importante es el trabajo que haces debajo del agua. Lo que no se ve es lo que te hace avanzar”. Y pensé: “Como en la vida, es lo que haces en la sombra lo que te saca a la luz”. 8 de junio, Día Mundial de los Océanos del año pasado, 2018. Primer cruce: estrecho de Gibraltar, entre Europa y África. El estrecho de Gibraltar es un lugar único del planeta: confluencia del océano Atlántico con el mar Mediterráneo, ruta migratoria de mamíferos marinos. Tuvimos la suerte de ver calderones, de ver delfines, de ver cachalotes… También hay mucho tráfico marítimo: el mar Mediterráneo alberga un cincuenta por ciento del tráfico marítimo mundial. Parte de este tráfico entra a través del Estrecho. Es una auténtica carretera, hay más de trescientos buques al día. En el estrecho de Gibraltar hay mucho viento, así que estábamos el ocho de junio y hacía viento.
Tiene que soplar un viento inferior a cuatro en la escala Buford para que Capitanía Marítima te permita cruzar nadando el estrecho. El nueve hacía viento, el diez hacía viento, el once, viento, el doce, viento. Hasta que por fin, el veintiséis de junio había una ventana de buen tiempo. Y ese día sientes que tienes tu oportunidad. Aquello para lo que tanto has entrenado, tienes ahí tu cita. Son quince kilómetros desde Isla Palomas, en Tarifa, hasta Punta Cires, en Marruecos. Calculé que podía tardar entre cinco y seis horas. Me llevó tres horas y cincuenta y cinco minutos cubrirlo. Llegas a África, tocas Marruecos y en cinco minutos estás subido en una barca que te trae de vuelta a España. Después de un año y pico entrenando, cuatro horas nadando, el momento de alegría me duró cinco minutos. ¿Qué quiero decir con esto? Que la felicidad no puede radicar en la consecución o la satisfacción puntual de un deseo. Nuestros objetivos tienen que estar enmarcados en un propósito mayor, dándole un sentido a lo que hacemos. Unos días después volamos a Turquía para afrontar el segundo cruce: de Grecia hasta Turquía, Europa con Asia. En esta ocasión nadé en un área marina protegida. A pesar de estar protegida está bastante contaminada, porque todas las corrientes del Mediterráneo llevan los plásticos hasta Turquía. Turquía es el país número uno más contaminado por plásticos en la zona del Mediterráneo. El segundo es España y tuve el privilegio de participar en un evento internacional de aguas abiertas donde participaban 150 nadadores de distintas nacionalidades.
Un problema al que se enfrenta esta región es que están apareciendo especies invasoras del mar Rojo. Tuve la suerte de nadar con tortugas careta a careta y quedar entre los primeros. Nadaba desde Grecia, la isla griega Kastellorizo hasta la población turca Kaş, siete kilómetros, que tardé en cubrir dos horas y ya estaba hecha la segunda unión: Europa con Asia. Volamos en septiembre al estrecho de Bering. El estrecho de Bering son ochenta kilómetros entre Rusia y Alaska, pero justo a la mitad hay dos islas: las islas Diómedes. La Diómedes mayor pertenece a Rusia, la Diómedes menor a Estados Unidos. Entre ambas islas pasa la línea de cambio de fecha, es decir, la isla estadounidense está en un día, la isla rusa está en el día siguiente. Fue como nadar hasta mañana y luego volver a ayer. Es un poco extraño porque estás en la isla de Alaska, estadounidense, viendo la otra isla y es otro país, es otro continente y es otro día. El agua está a tres grados. Es hielo en movimiento. Tardé una hora y once minutos en cubrir los cuatro kilómetros que separan ambas islas y tuve el privilegio también de poder ver focas, de ver morsas, de ver ballenas jorobadas en su entorno natural. Volamos de ahí a la cuarta travesía, la que os contaba antes, la de los cocodrilos, al norte de la isla de Papúa Nueva Guinea, en el mar de Bismarck, seis grados por debajo de la línea del Ecuador. Un clima completamente diferente. Época de monzones, el agua está a treinta grados de temperatura. Fue la travesía más difícil que he hecho nunca y, por supuesto, la de toda la expedición.
Comienzo a nadar, atravieso la desembocadura de un río, el río Moratami, que baja lleno de barro y de troncos de la jungla. Me pica una medusa en la cara. En este mar hay fauna peligrosa, como tiburones, cocodrilos de agua salada y las medusas irukandji, unas medusas muy pequeñitas, como un dado, pero tremendamente venenosas. El momento en el que me picó la medusa tenía yo ese miedo, llevas dos embarcaciones de apoyo, una ambulancia en la costa y un hospital localizado con un antídoto en caso de que te piquen. Y cuando por fin llego a la frontera, me dicen desde las embarcaciones que se han equivocado, que todavía me quedan doce kilómetros más por nadar, que la frontera está más adelante. En ese momento, pues la verdad que ya era casi el límite, me planteé abandonar. Sin embargo, un miembro de mi equipo, el mismo que manejaba el dron, se tiró a nadar, se quitó la ropa y se tiró a nadar conmigo. Y eso me dio mucha fuerza, mucha motivación, pero también me preocupó tremendamente porque digo: “Si ahora se lo come un tiburón o le pica la medusa se acabó todo, ¿no?”. Y bueno, al final, tras seis horas y media nadando y cubrir una distancia de veintidós kilómetros, llegaba hasta Wutung, en Papúa Nueva Guinea. Me estaba esperando mucha gente. Y es el momento épico de salir victorioso. Te has ganado el reconocimiento. Bueno, pues estaba tan cansado y el fondo de la playa era de piedras que cada vez que me ponía de pie venía una ola y me tiraba, me volvía a poner de pie y me volvía a tirar. Fue la salida menos glamurosa que pude hacer. Salí de allí a cuatro patas, pero la travesía estaba hecha.
Y la quinta y última travesía fue en el golfo de Aqaba, en el mar Rojo. La dificultad de este cruce radica en que tienes que cruzar el espacio marítimo de cuatro países, que son: Egipto, Israel, Jordania y Arabia Saudí. No olvidemos que estamos cruzando fronteras que son intercontinentales, zonas política y geoestratégicamente muy delicadas. Más aún si quieres grabar, filmar y volar un dron, tienes que solicitar permisos militares. Me costó más solicitar los permisos para esta quinta travesía que para las cuatro anteriores. En marzo del presente año cubría los diez kilómetros en casi dos horas, tuvimos las corrientes a favor y nadaba desde Egipto hasta Jordania. Cubría la quinta travesía y finalizaba la expedición Nemo. Muchos pensaréis que el pulmón del planeta es el Amazonas, pero el pulmón del planeta son los océanos. Son los que más generan y lanzan oxígeno a la atmósfera y los que mayor CO2 captan también de la atmósfera. Es tal el CO2 que hay en la atmósfera que se está produciendo la acidificación del agua de los océanos. Esto se está traduciendo en el blanqueamiento de los corales y en que especies como los crustáceos tengan problemas para fabricar sus conchas. No somos conscientes de la importancia de los océanos para la salud en el planeta. El mar es el gran olvidado, hasta el punto que ocupando un setenta por ciento del planeta, llamamos “Tierra” a lo que debería ser el “planeta Agua”.
A, ayudar a la naturaleza a regenerarse o dejarla tranquilamente, que ella ya sabe cómo actuar, y B, consumir menos. ¿Qué ocurre? Que eso ataca directamente a la sociedad de consumo y a la escala de valores, donde el poder, el estatus y lo que eres está íntimamente relacionado con lo que tienes. Eso nos da una señal de que por donde hay que empezar es por la educación, para consumir menos. Hacemos política con nuestros actos, con lo que consumimos, de dónde viene, quién lo fabrica, de qué está hecho, seguir la trazabilidad de los productos. Estas zapatillas, por ejemplo, están hechas con material reciclado del océano, la chaqueta con la que he venido está fabricada con redes de pesca, recogidas también, que han sido abandonadas en los mares. Podemos elegir consumir productos con menos plástico, menos envasados, son más sanos y además son menos contaminantes. A la hora de ir a la compra llevarnos las bolsas de casa, no hace falta cogerlas en el supermercado. Ser más eficientes en el consumo de energía, por ejemplo, no dejarnos las luces de casa encendidas, cerrar los grifos cuando te enjabonas, cuando te lavas los dientes, subir las escaleras caminando y por supuesto, cuando bajas, usar el ascensor para bajar me parece extremadamente excesivo. Usar energías alternativas como la solar, la eólica, ir a los sitios caminando, en bicicleta, en transporte público. Está demostrado que la velocidad media de un vehículo en ciudad es de diecinueve kilómetros por hora. En bicicleta es más sano, más ecológico, más barato y hasta más rápido.
Y por supuesto, por ejemplo, plantar árboles. Son muchas las medidas que podemos hacer en el día a día. Está claro que además de las cosas que podemos hacer como individuos, los gobiernos, empresas y medios de comunicación tienen también muchísima responsabilidad a través de la legislación, de políticas de responsabilidad social, corporativa y de la información y educación que se lanza. Ecología y economía comparten la misma raíz: “Eco”, del griego “oikos”, que significa casa, hogar. Economía es la gestión de los recursos que tenemos en casa, ecología es la ciencia que estudia la relación de los seres vivos con su entorno. Hasta que economía y ecología no se den la mano iremos por el camino equivocado. Es un auténtico disparate que el modelo económico que seguimos suponga la destrucción del planeta en el que vivimos.
En otra ocasión estaba poniendo fotos en una escuela aquí, en España, de animales que he visto en mis viajes y ponía la foto de un cocodrilo. Digo: “¿Este animal qué es?”, y los niños: “Un cocodrilo”. Pongo la foto de un canguro: “¿Y este?”, “Un canguro”. Pongo la foto de un loro, “Un loro”, y de repente les pongo la foto de un escarabajo hércules, que es un escarabajo del tamaño de una mano que vive en Ecuador, que tiene unas pinzas enormes, y digo: “¿Y este qué animal es?”, y dice un niño: “Un bicho”. Y le digo: “Tú sí que eres un bicho”. Claro, no está en su ecosistema, no es el entorno y todos los niños son exploradores, siempre a la conquista de nuevos territorios: aprender a hablar, aprender a caminar, a reconocer el entorno que le rodea, a relacionarse con los demás. Sin embargo, conforme nos vamos haciendo mayores, adultos, nos vamos encerrando en una idea, en una concepción del mundo. Incluso juzgamos, criticamos o rechazamos lo que es diferente, porque así nos sentimos más fuertes en nuestra postura. Por eso, viajar es una de las escuelas de la vida, porque te enseña que las cosas pueden ser de muchas maneras diferentes y que en ocasiones, en vez de aprender, habría que desaprender. Creer saber algo es negar que las cosas puedan ser de muchas maneras diferentes y esa actitud es la solución a los problemas, porque ningún problema puede ser resuelto con la misma mentalidad que se creó.
No pongo mi vida en juego absurdamente. Vivo apasionadamente y la muerte es un riesgo inherente a la vida. Llevo mi vida al límite para mostrar la belleza del mundo en el que vivimos, para explorar los umbrales del ser humano. Para motivar, inspirar, que la vida es hermosa y merece la pena cuidarla. Si el sueño es lo suficientemente grande, el riesgo siempre merecerá la pena.
Separad lo que podéis controlar de lo que no. No perdáis más energía con cosas que no están en vuestras manos, focalizad toda vuestra energía en lo que sí podéis controlar. Dadle la vuelta a las dificultades. No deis nada por sentado. La vida es cambio, constantemente, en el momento más inesperado, la vida puede dar un bandazo y ponernos mirando hacia otro lugar, no deis nada por sentado. Permaneced hambrientos, asumid el esfuerzo como parte de la vida. La comodidad debilita, el esfuerzo te fortalece, la presión crea diamantes. Y, por supuesto, practicad y trabajad. La ley de visualización, de proyección, visualizad dónde queréis llegar, vuestros objetivos, rodeaos de los mejores. La mente os va a poner trampas, os va a querer sabotear. “Tengo frío”, “Tengo hambre”, “Estoy solo”, “¿Cuánto queda?”, “Falta mucho”. Sin embargo, con la mentalidad de que después de un día malo viene uno bueno iréis superando las dificultades. Es un aprendizaje de humildad también, en países donde tienen muy poco te lo dan todo. Es un aprendizaje también de desprendimiento. He estado tres años viviendo con lo que cabe en un carrito, lavando mi ropa a mano, durmiendo en el suelo de una tienda de campaña y duchándome con agua fría, si la hay. Cuando regresas de nuevo a tu casa, a tu país, aprecias todo mucho más. Abrir un grifo y que salga agua, apretar un botón, que se encienda la luz. Cosas que damos por sentado que tenemos derecho a ellas por el simple hecho de nacer, como la seguridad, poder pasear por la calle sin que te asalten.
La libertad, tan anhelada, olvidamos que en ocasiones va de la mano de la soledad. Todo el mundo quiere ser libre, pero nadie quiere estar solo. Me preguntan a veces cómo lidio o cómo convivo con la soledad. Hay una soledad física, que es como cuando atraviesas un desierto: hablo solo, canto, me invento papeles en películas, doy discursos, soluciono el mundo, pero luego hay una soledad que es espiritual, que es no encontrar a nadie compartiendo tu sentido de la vida. Luego la vida te demuestra que estás equivocado, y que en tu camino hay mucha gente con tus mismos objetivos y tus mismos propósitos, trabajando en la misma línea. Atraviesas países hindúes, musulmanes, budistas, cristianos, del hemisferio norte, del sur, de derechas, de izquierdas. Dices: “¿Qué verdad hay, si todo cambia?”. Le vas quitando capas a la cebolla del pensamiento, filosofías, ideologías, religiones, hasta que llegas al núcleo, a la esencia, y ¿qué encuentras? El amor. Es la única verdad inalterable al paso del tiempo y la solución a los problemas, pero no un amor cursi, rosa y de felpa. Un amor como una actitud madura, serena, hacia el mundo en el que vives, hacia los demás, hacia el producto de tu trabajo, hacia ti mismo. Sin amor propio no puedes creer en los demás.
De este viaje vuelve una persona mucho más consciente de quién es, de qué quiere, de lo valioso que es el tiempo y del milagro que es estar vivo. Me gustaría acabar con tres ideas, sobre todo para los más jóvenes, los que tenéis toda la vida por delante. La primera es que la suerte no existe, existe el trabajo y existe el azar. Cuanto más trabajes, menos cosas dejarás en manos del azar. Eso a lo que llamamos buena y mala suerte, es una cuestión de actitud, cómo te tomas las cosas que ocurren. La segunda es que el destino tampoco existe. Solo existe el que tú forjas, nadie nace condenado ni predestinado. Tenemos la libertad de escoger el papel que queremos representar en la película de nuestra vida. Tercero, fronteras: a lo largo de mis viajes, de mi vida, he atravesado muchas fronteras físicas, geográficas, políticas, culturales. Pero aprendes que las mayores fronteras están aquí, son mentales. Vivimos tiempos de cambio, de crisis, de incertidumbre, pero también son unos tiempos inmejorables, llenos de oportunidades para mirar al futuro con optimismo. Estas expediciones son la prueba de lo que somos capaces de lograr cuando nos proponemos un objetivo y luchamos por él paso a paso, brazada a brazada, que tenemos el poder de crear la realidad y escribir la historia, y que no hay frontera más infranqueable que la que nos impide creer en algo. La naturaleza no es un lugar que visitar ni es una postal a la que hacerle fotos. La naturaleza es el lugar al que pertenecemos, formamos parte de ella. Lo que le hacemos a la naturaleza nos lo hacemos a nosotros mismos. El planeta Tierra, planeta Agua, es nuestro hogar y está en nuestras manos cuidarlo. “Merci beaucoup”, “Grazie mille”, “Fala”, “Tesekkur edirem”, “Kheyli mamnun”, “Terima kasih”, “Muito obrigado”, “Danke”, “Thank you very much”, muchas gracias a todos.