Tres señales para elegir bien en el amor
Luis Muiño
Tres señales para elegir bien en el amor
Luis Muiño
Psicólogo
Creando oportunidades
Las trampas del amor romántico
Luis Muiño Psicólogo
Luis Muiño
El mito de la media naranja, las relaciones tóxicas o el síndrome de Wendy y Peter pan. Son algunos de los temas que aborda el psicólogo Luis Muiño para “dejar de romantizar” el amor romántico: “El amor romántico es como un hechizo. Nos engaña con una visión idealizada del otro”. Y añade: “Cuando el hechizo se rompe, a menudo descubrimos que nuestra pareja es alguien diferente al que creíamos ver”. Según afirma, el 90% de las personas que acuden a terapia, lo hacen a causa del amor. O, matiza, "a causa de una visión distorsionada de lo que es el amor”. Muiño nos anima a renovar la manera en que concebimos la pareja y aboga por aprender a construir amores que no estén basados en la idealización y en la posesión, sino en "un amor más libre y más sano: un amor posromántico”, concluye.
Luis Muiño es un psicoterapeuta y divulgador español dedicado a promover la salud mental y el bienestar emocional. Su trabajo combina la divulgación científica con acciones de impacto social. Sus ideas se caracterizan por su pragmatismo, profundo conocimiento de las conductas humanas y una forma original de comunicar, cualidades por las que obtuvo el premio de periodismo del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. A lo largo de su carrera, ha colaborado en diversos programas, como ‘El factor humano’ en Radio Nacional de España, y ha escrito en publicaciones como ‘Muy Interesante’, ‘El País’ y ‘La Vanguardia’. Además, es autor de varios libros, entre los que destacan ‘La trampa del amor’ y ‘Entiende tu mente’, este último inspirado en su popular podcast del mismo nombre, uno de los más buscados en español.
Transcripción
Todo era absolutamente falso. No existía su novia y las cartas las fabricaba él mismo, como se fabrica en realidad el amor: a base de idealizaciones, a base de clichés románticos, que son los que usamos continuamente. El amor es muy fácil de fingir porque, desgraciadamente, nos han enseñado una forma de amar tan encorsetada que cualquier historia de amor se parece a otra. Por ejemplo, hace unos años, un ciudadano de Corea del Norte se casó con su almohada. Y, si oís sus declaraciones, que también las tenéis en la red, os daréis cuenta de que hablaba exactamente de las mismas cosas que hablamos todos cuando hablamos de amor romántico. Idealizaba a su almohada, la trataba sabiendo que esa almohada satisfacía todos sus deseos y sus expectativas y tenía muchos celos de su almohada. No le gustaba que su almohada durmiera con otros. ¿Cierto? Exactamente igual a todos los demás. Hay gente que se ha casado con la Torre Eiffel.
Esa también la tenéis. Hay personas que se han casado con una estación de ferrocarril. Esa me pareció curiosa. Y en todas esas historias vais a encontrar lo que se encuentra siempre en el amor romántico: adicción, posesión e idealización. Ese es el amor que nos han vendido desde finales del siglo XIX, como si fuera bonito, y ese es el amor que llevamos haciendo desde hace 300.000 años. Es decir, desde que somos «homo sapiens» como especie. Soy Luis Muiño, soy psicólogo, soy divulgador, soy escritor, y soy, sobre todo, reparador de corazones rotos. Soy mecánico cardiólogo. Porque, ¿sabéis cuál es el problema mayor de salud mental? ¿Sabéis cuál es la peor enfermedad en terapia, la que más tratamos? ¿El estrés, quizás, del mundo moderno? ¿La ansiedad que nos aqueja a la mitad de las personas? ¿La depresión que les viene a otras? No, el amor. El 90 % de personas que yo tengo en terapia están por problemas amorosos. Incluso en casos en los que parece que vienen por un jefe psicópata, o porque no se llevan bien con sus padres, en realidad acaba saliendo el amor.
Y es por esto, es porque somos ciudadanos del siglo XXI, tratando de manejar hormonas que están ahí desde el Paleolítico, y con instituciones que se crearon en el imperio romano, como el matrimonio. Y esa mezcla casi siempre sale mal. Yo he escrito «La trampa del amor», mi libro, para tratar de, primero, destruir todos estos prototipos del amor romántico y, segundo, dar ideas, por lo menos hacernos preguntas, para tratar de construir otro amor que no esté tan basado en adicción, idealización y posesión. Un amor más libre, un amor más sano, un amor posromántico. Un amor en el que nos nutramos a la vez que nutrimos a nuestra pareja, en el que podamos crecer juntos sin olvidarnos de nosotros mismos. Porque, ¿no estáis ya un poco hartos de repetir la historia durante 300.000 años? Venga, dadme un estribillo de canción en español que haya sonado en los últimos meses. Por ejemplo, os puedo contar uno. No sé si tenéis algunos en la cabeza, pero os puedo contar: «No puedo vivir sin ti, no hay manera». Y esto no es reguetón, eh, que siempre le echamos la culpa a las nuevas generaciones. «Oye, que el «trap», que el reguetón, que repite prototipos», etcétera. No, no, esto es de hace unos meses, y es rock. ¿Vale?
Seguimos repitiendo exactamente los mismos tópicos y los mismos clichés. Vengo, un poquito, a destruirlos, a decir que esa narrativa viene en realidad de la necesidad de crear emociones, no sé si estáis de acuerdo. Cuando Shakespeare intenta que, en medio del Globe, en Londres, alguien escuche las obras de teatro que él ha escrito, dice: «Pues venga, vamos a meterle aquí sangre, vamos a meterle un poquito de drama». Entonces dice: «Oye, Romeo y Julieta, tres días, seis muertos». ¡Seis muertos en tres días! ¿Y qué? Pues consigue que en un teatro en el que la gente está hablando, está tirándose cosas… Así funcionaban los teatros en esa época. Está completamente perdida la atención. Consigue que le sigan. Lo que quizás no se le ocurrió a Shakespeare es que, en pleno siglo XXI, tratemos de repetir Romeo y Julieta y creamos que eso es una bella historia de amor. Insisto, seis muertos en tres días. Esos son el tipo de clichés, la idea de que el amor hay que sufrirlo, la idea de que los celos tienen que existir y si no, no hay pasión. Esos son los tipos de tópicos a los que quiero dar una vuelta hoy.

No nos autoengañamos, ¿eh? Muchos pacientes me dicen: «¿Cómo no me di cuenta de esto?». Cuando terminas una relación tóxica pasa mucho, ¿verdad? Pero yo les pregunto. Estas cosas de las preguntas socráticas insidiosas que hacemos los psicólogos. Y van pensando y se van dando cuenta de que, efectivamente, desde el principio sabían aquello que falló luego. Lo que pasa es que no quisieron mirar hacia ahí. El amor hace que pongas un foco solo en lo que te gusta de la otra persona, por lo otro no preguntas. Eso es el efecto todo o nada. Y luego viene un último efecto, que este es tremendo para deshacer como terapeuta, que es el coste hundido. ¿Qué es esto? Una vez que hemos invertido mucho esfuerzo en algo, seguimos y seguimos y seguimos, simplemente por justificar el esfuerzo que hemos metido. «No puede ser que mi esposo descubra 20 años después que es gay. No puede ser, llevo 20 años con él. Esto no puede estar ocurriendo». Así que sigues adelante, aunque sabes perfectamente que es gay. Así con un montón de cosas.
El coste hundido es ese tipo de fenomenología que hace que, por ejemplo, sigamos viendo una serie en la que llevamos tres temporadas, sigue siendo muy mala, pero tenemos muchas esperanzas de que por fin arranque. Eso es el coste hundido. Pues lo mismo pasa en pareja. «Oye, llevo 20 años, con un poco de suerte, este año ya remontamos». Eso vuelve a ser otro sesgo cognitivo que activan nuestras hormonas. Eso es la trampa del amor, que nos entontecemos.
No podemos hacer nada para cambiar esas hormonas que están ahí desde el Paleolítico y que tuvieron su sentido adaptativo. En el Paleolítico, si estamos viviendo en una cueva con nuestra pareja, hace frío fuera, hay tigres de dientes de sable, estamos dentro, calentitos, nuestra pareja es inaguantable, ronca, no tiene conversación… Bueno, en el Paleolítico casi nadie la tenía, pero este especialmente menos. Es tóxico, que le llamaríamos ahora, no se comunica bien, no es un hombre deconstruido, lo que queráis. ¿De acuerdo? Pero estamos en el Paleolítico. Si sales fuera, te comen los tigres de dientes de sable. Somos descendientes de aquellos que no salieron fuera porque tenían un pequeño problema amoroso con su pareja. Los que se quedaron, fuera como fuera, es decir, los que tenían mucha oxitocina y que les daba mucha dopamina ver a su pareja. Hoy en día nuestras hormonas siguen diciéndonos lo mismo: «Sigue ahí, porque fuera hay tigres de dientes de sable». Las hormonas no se han enterado de que ya no. ¿Qué propongo yo? Acepta que las tienes, pero trata de canalizar eso para una historia de amor que no sea una historia de adicción, de posesión o de idealización naíf.
No vamos a entrar en intimidades, no os preocupéis, ¿vale? Pero, no sé, una novela romántica, vamos a irnos ahí, siempre hablaría de ese maravilloso gesto en que hueles el cabello de la persona amada, ¿verdad? Ese olor del cabello de la persona amada. Ahí estamos detectando anticuerpos. Ahí es donde vamos. Luego, entra por el gusto, que se nos suele olvidar. Es decir, catamos a la otra persona. «¿Catamos? ¿Cómo catamos?». Pues con el beso, que no deja de ser un mordisco que aprendió educación. Ya está. Es una forma de morder al otro. Un beso profundo es lo que enamora.
De hecho, Helen Fisher dice que enamora más que el sexo. Que probablemente te enamoras, yo qué sé, al décimo beso profundo. A lo mejor te acostarías con una persona, pero si no la besaras, no te enamorarías. Lo que ocurre es que no besar a una persona con la que te acuestas es ser un poco animal, la verdad. Pero, en realidad, entra por el beso. Ahí volvemos otra vez a lo mismo, a catar a la otra persona, a saber qué tiene. Esa la tenemos, ¿verdad? ¿A que vamos identificando? Olor, gusto… Entran todos los sentidos. Por supuesto, la vista también. Pero la vista, vuelvo a lo mismo, sirve para tratar de detectar características de la otra persona que tienen que ver con el éxito reproductivo. Por ejemplo, la mandíbula cuadrada en los hombres se asocia a una mayor cantidad de testosterona. Y por eso, cuando se hacen experimentos sobre esto, para una aventura casual, se suele preferir ese tipo de rostro, no para pareja. Curioso, ¿verdad? Tremendo, ¿no? Así, como veis, vamos desarrollando todos nuestros sentidos para poder decidir si esta persona entra o no en nuestro catálogo reproductivo, si nos asegura el éxito de nuestros retoños. Y vuelvo a recordaros, da completamente igual que ya no tengáis ninguna intención de tener retoños, ¿vale? O que a esos retoños les dé igual la cantidad de testosterona que tenga el tipo. Somos descendientes de los que tuvieron eso en cuenta.
Y, de hecho, en las comedias románticas, si lo pensáis, lo que suele ocurrir es que hay un enredo en el que una de las dos personas, por cierto, casi siempre la mujer, tiene problemas porque la otra persona, casi siempre el hombre, entiende que ha habido un fallo en el tema de celos o que no ha estado ahí para él, es decir, la adicción, o que no ha cumplido el ideal que él pretendía, es decir, la idealización romántica. Y el argumento de la novela consiste básicamente… De la novela, o de la película, o de la serie. Consiste en que ella va deshaciendo todos esos equívocos hasta que hay un final feliz en el que ella muestra que «Sí, tranquilo, que soy tuya. Tranquilo, que sí, que voy a estar ahí siempre que me necesites. Tranquilo, que voy a cumplir con todos esos ideales y esas expectativas que tú tienes». Y ese es el final feliz, que desde el punto de vista de un psicólogo es como «¡Guau!, en qué lío acaban de meterse estos dos». O sea, ahí debería empezar la película, ¿no?

O sea, el amor romántico, si os fijáis, cuenta como una primera muy buena página, ¿no?, con mucho espíritu y tal, pero luego no nos cuenta el resto, que era donde debería empezar realmente la historia, ¿no? Así que sí, existe. Está mantenido, yo creo, por muchos ideales, por mucha pátina cultural. Son las historias que tenemos en la cabeza, son las músicas que escuchamos, y creo que está presente en casi toda la terapia que yo hago. El no ser fiel a las expectativas que tiene el otro de nosotros, me refiero a nuestra pareja, creo que al final acaba siendo el mayor problema terapéutico que yo trato. «Oye, he decepcionado a mi pareja, en cualquiera de los sentidos». Fijaos en esa frase: «He decepcionado a mi pareja». Eso probablemente sea el mayor problema que yo tengo en terapia. Y mi respuesta debería ser: «Bien, ¿no? Empezamos correctamente. Esa es la parte buena, ahora cuéntame lo malo». Y no, parece ser que para la persona es malo decepcionar a su pareja.
¿Qué pasa? ¿Qué hay de común en las parejas que tienen, de alguna manera, bueno, una calidad de vida juntos? Y llega la conclusión de que hay tres cosas, de ahí el triángulo, en esas parejas, y son independientes, son factores que puede estar uno y no estar otro. El primero sería la intimidad. La intimidad tiene que ver con la comunicación, con esta cosa de que tu pareja sea tu mejor amigo o tu mejor amiga, con esta historia de que tú puedas estar en silencio con esa persona y sentirte bien. No es solo comunicarse. A veces hablar está sobrevalorado, ¿no creéis? O sea, a veces lo mejor que podemos hacer con nuestra pareja precisamente es poder estar callados y que no sea tenso. Todo eso es intimidad. Es ese sentimiento de que con mi pareja no poso, con el resto de gente sí. ¿Vale? La segunda es pasión, es decir, atractivo, erotismo, no solo sexo. También tiene que ver con los abrazos, también tiene que ver con tocarse continuamente y tiene que ver con que la otra persona te siga resultando muy atractiva a su estilo. Esa sería la segunda pata.
Y la tercera sería el compromiso. Es decir, la idea de que tenemos planes conjuntos, de que vamos hacia el mismo sitio, de que nos gusta mirar en las mismas direcciones. Queremos ser lo mismo de mayores, tengamos la edad que tengamos. Esto pasa en las buenas parejas, ¿cierto? Esa cuestión de que ya no es que estemos mirándonos el uno al otro todo el rato, sino que miramos juntos hacia el mismo lado. Eso es el compromiso. ¿Qué dice Stenberg? Que tienen que estar las tres. Si lo pensáis, dos patas de la pareja llevan hacia otro tipo de relaciones. Yo no le llamaría pareja. ¿Bien? Pues de ahí podéis sacar un punto de partida para construir un amor sano y consciente. ¿Y para eso qué recomiendo en el libro? Y quizás sea de lo más polémico que recomiendo yo. Entonces, vale que me rebatáis, ¿eh? O sea, ahora voy con lo polémico. Yo recomiendo hacer un «casting» emocional. Yo creo que antes de que nos inunden esas hormonas de las que he hablado, todavía conservamos racionalidad. Antes de entrar en la piscina esta del enamoramiento, todavía podemos conocer al otro.
Después ya no, porque no vamos a mirar las cosas malas, lo que os dije en la otra pregunta, pero antes sí. Y «antes» quiere decir en las tres o cuatro primeras citas, depende de lo veloces que vayamos. Pero ahí todavía nos da tiempo a hacer un «casting». ¿Cómo se hace un «casting»? Pues igual que lo hacen los directores de cine. Tienen claras cinco o seis características que sí o sí tiene que cumplir el actor o la actriz que buscan y van haciendo pruebas para saber si las cumple. Cuidado, haciendo pruebas, no preguntándole. Es decir, una directora no le pregunta a un actor: «Oye, ¿tú eres bueno en esto de interpretar?». «Yo sí, buenísimo». «Venga, ya está, protagonista». No funciona así. Sin embargo, cuando hacemos esas primeras citas sí hacemos eso. «Oye, ¿tú crees en la honestidad en las relaciones?». «Sí, yo sí, yo creo. Absolutamente, vamos. Para mí es esencial en la pareja». Pero, hombre, ¿qué crees que te va a decir un estafador? Que cree en la honestidad en las relaciones. ¿Quién va a contestar de otra manera a esa pregunta? Preguntar es inútil. Lo que hay que hacer es buscar pruebas. Por ejemplo, preguntarle: «Oye, ¿cómo terminó tu última relación?». Esa sí que es buena. Porque ahí nos dicen conductas.
¿Y a que esa casi nunca la hacemos? Eso es un «casting». Pensad en cinco o seis cosas que para vosotros sean esenciales, que tiene que tener vuestra pareja sí o sí, porque si no, seguramente no os merece la pena arriesgaros. Oye, que un amor dura a veces cinco o diez años, y a veces treinta, en liquidarse. Así que, ¿por qué no hacer un pequeño «casting» antes? Os digo que es polémica, porque cada vez que cuento esto en psicoterapia, el paciente me mira con cara de «Tú eres un verdugo del amor, tú eres un antirromántico, tú tal…». Qué va, todo lo contrario. Si yo creo en el amor, por eso no me embarco con cualquiera.
Yo creo que la otra persona no tiene que ser complementaria porque eso significaría, de alguna manera, que se acogiera a nuestras expectativas. Fijaos que el mito de la media naranja va con esa idea de que entonces yo sé lo que necesito en la otra persona para que me complemente. Entonces voy a buscar a alguien que me complemente de esa manera y solo de esa manera. Es decir, no estoy abierto a la otra persona. Y creo que es parte de esta idealización del amor romántico. Si os fijáis, por ejemplo, en todas las novelas románticas, a la otra persona se la describe prácticamente igual, son clones. O sea, a mí me resultaría dificilísimo distinguir a la protagonista de una novela romántica de otra porque son clones. Están buscando esa media naranja. Y yo creo que el amor no nos tiene que complementar. Al revés, nos tiene que fracturar, nos tiene que hacer un pequeño agujerito por donde puede entrar la otra persona. Tenemos que, de alguna manera, abrirnos a eso. Ya os dije, previo «casting». Es decir, hay cinco o seis cosas que tiene que cumplir, ¿vale? Bien. No sé, por ejemplo, ser una persona con capacidad de diálogo. Ahora, ¿hacia dónde llevamos ese diálogo? Ya veremos. Eso es abrirte al otro. Y, además, para mí, el mito de la media naranja destruye algo que es esencial en el amor consciente, en el amor posromántico que yo, de alguna manera, promuevo.
Yo creo mucho en una frase de Simone Weil, una filósofa a la que tengo mucho cariño, que decía que somos aquello a los que atendemos. Y somos aquellos a los que atendemos, también. Creo que el amor tiene que ver mucho con la atención plena. Tiene que ver con realmente enterarte de quién es el otro. Tiene que ver con abrirte de verdad a la otra persona, no ponerle un corsé, que son tus propias ideas. Si buscas la media naranja, lo que estás haciendo es encorsetar al otro, no abrirte con atención plena a él.
Nunca he tenido una Peter Pan. Nunca he tenido un Wendy. ¿OK? Bien. Entonces, esas mujeres creen que el amor es sufrimiento, sacrificio. Su autoestima viene precisamente a partir de esa idea de que han cuidado hasta un extremo a la otra persona, de que no se sienten culpables porque los últimos 30 años se han esforzado por el otro todo lo posible, y eso se acaba creando como una simbiosis. Si lo veis, terrible, ¿no?, visto desde fuera. Sobre todo terrible para ella, como podéis suponer. Esa es la persona que es víctima del síndrome de Wendy.
Yo creo que, por suerte, a partir del libro, alguien le da el primer nombre. Yo creo que se usa como personaje de ficción para definir una cuestión de salud mental, que es el síndrome de Peter Pan. A partir del libro, yo creo que muchos nos damos cuenta de esto, ¿no? Muchos y muchas. Pero aún así, no sabéis la cantidad de Peter Pan y Wendy que yo he tenido en terapia. Peter Pan no tantos porque no suelen venir por aquello de no afrontar la responsabilidad y la tensión. Wendys, muchas. Porque se sufre y se sufre mal. Wendy le cosía la sombra a Peter Pan cada vez que él la perdía, cada vez que él, jugando, divirtiéndose, pasándola bien. Ya os digo, es que son muy majos. Cada vez que él se dejaba atrás su sombra. Pero, claro, ¿quién hace que Wendy no esté llena de sombra mientras tanto? Es un poco difícil, ¿verdad? Pues este es otro de los mitos del amor romántico. Fijaos, es como que «qué bonito que tu chico es tan divertido. Qué bien nos cae a todas». Y tú: «Ya, pero ¿no has pensado que es divertido precisamente porque no tiene responsabilidades y así cualquiera es alegre, juguetón y buena gente? ¿Has pensado que es muy generoso con sus amigos, con tu dinero? ¿Has pensado que tiene tiempo siempre para echar una mano y echar unas risas porque la que está muy ocupada eres tú?». Eso es el síndrome de Peter Pan y el síndrome de Wendy, otro terrible mito del amor romántico.
Si uno come mucho y el otro no come tanto, el que no come tanto acaba comiendo muchísimo. No sé, esta es mi observación desde fuera. Nos relajamos muy rápidamente en pareja, ¿no? Pero ya os digo, no lo veo mal. La pareja transforma y eso es fabuloso. O sea, los seres humanos no tenemos por qué ser estáticos. Lo que ocurre es que esa transformación puede ser para bien o para mal. La pareja transforma hacia cualquier lado. Entonces, efectivamente, en un amor sano en el que hemos hecho un casting previo, la pareja nos va a ayudar a encontrar la mejor versión de nosotros. Y eso creo que lo habréis notado los que habéis tenido la suerte de disfrutar de una buena pareja por lo menos durante un tiempo. Que, de alguna manera, no solo os estabais trabajando como pareja, sino que os estabais trabajando a vosotros mismos y fueron de vuestros años mejores. Pero también, por el otro lado, una pareja tóxica acaba por parecerse mucho. Yo noto muchísimo, por ejemplo, cómo empeora el lenguaje en personas que están en una pareja tóxica. Cómo cada vez insultan más, se acostumbran más a la tensión, se acostumbran a, de alguna manera, humillar al otro, etc., como parte de su vida. Es inevitable. Si te quedas en una pareja tóxica, te vas a transformar hacia la toxicidad. Es parte. Por eso es tan importante el casting emocional este del que habla Luis Muiño.
¿Vale? Y que todo el tiempo que has invertido en esa relación va a quedar tirado porque vas a estar condenado o condenada a la total soledad. Esto, con esta frase me lo acaba de decir una paciente. Con estas frases que os cuento, con este dramatismo. Es decir: «¿cómo voy a dejar todo lo que he invertido en esta relación? Detrás de esto tengo la sensación de que no hay nada». ¿Bien, no? ¿Os suena esta frase? ¿La habéis dicho alguna vez? ¿O por lo menos os ha resonado dentro en algún momento? Vale, lo que pasa es que la paciente tiene 16 años y lleva en esa relación 3 meses. Pero da igual. Da igual, ¿eh? Que lo sepáis, se vive con exactamente el mismo dramatismo y la misma historia de que detrás de esto no hay nada. Aunque tengas 16 años. ¿Por qué? Por la oxitocina, que para eso está. Para recordarte que, cuidadito, que fuera hace frío y hay tigres de dientes de sable. Por eso siguen muchas de estas parejas. Por una especie de esperanza que en realidad no tienen. Por una especie de miedo irracional a la soledad que no tiene ningún sentido. ¿Por qué? Hace poco el CIS, el Instituto de Estadística de aquí, hizo una encuesta para averiguar sobre soledad no deseada.

¿Ok? Qué gente está en una sensación de soledad que no quieren tener. Y descubrió que había más gente en pareja que se sentía sola que gente «single». Y os recuerdo que la soledad en pareja es la peor soledad que se puede vivir. Os lo digo como terapeuta.
Y se acabó. Y era la única que iba a haber en nuestra vida. ¿Sabéis cuál es el cálculo de cuántas parejas…? Parejas, no digo rollos «casual». ¿Cuántas parejas va a tener un europeo que empiece a desarrollar su vida amorosa ahora? En torno a seis. Y eso es la media, ¿eh? Ya sabéis que esto de las medias, habrá quien tenga 15, ¿no? Siempre hay quien tiene 15. En esto tampoco hay clase media. Casi siempre hay clase alta y clase baja, ¿verdad? Sí. Claro, tenemos que aprender a hacer duelos. Y tenemos que dejar atrás para poder seguir. Y tenemos que curar las heridas. Fijaos que es la metáfora que más se usa. ¿Cómo curas una herida que te está picando, que te está haciendo…? ¿Sigues rascándote? No, ¿verdad? Primero dejas de rascarte y luego curas la herida. Pues eso, dejemos de rascar. Es decir, dejemos de ver, oír a la otra persona. Dejemos de saber de ella.
Esto además se ha complicado en tiempos de las redes sociales. Es algo que como terapeuta noto un montón. El duelo virtual se ha convertido en un temazo, hasta el punto de que en Estados Unidos hay empresas ya que te borran a la otra persona de tu vida virtual. Si quieres, les pagas y esa persona no aparece ya nunca. Pero no es que aparezca porque le bloquean en Instagram o en Twitter o en lo que uséis. No, no. Es que además consiguen que no aparezcan las publicaciones de los amigos comunes, que esas son las que siempre traicionan. ¿Verdad? Os ha pasado, ¿no? Os ha pasado. Claro. Bueno, pues estas empresas te dicen, no te preocupes, yo me encargo. Fantástico. El duelo virtual. El mono. El contacto cero. Absolutamente necesario. De hecho, aquí voy a presumir de técnica. No tengo ningún paciente que haya pasado por el contacto cero que haya tenido problemas dos, tres meses después para olvidar a su ex. Nadie. Lo que sí tengo son muchos pacientes que me dicen: «Oye Luis, pues es que no consigo olvidarle, tal, y mira que hacemos contacto cero». Digo: «Vaya. Debes tener una bioquímica especial. O sea, ¿no? Tu oxitocina debe tener una huella, así, potente de la otra persona. Qué curioso. Pero ¿contacto cero?». «Sí, sí, sí. De verdad, yo nada.
Yo nunca hablo con él. Por ejemplo, claro, como tenemos un perro en común, cuando él viene, yo se lo doy, pero apenas hablamos nada y…». Pero vamos a ver, ¿qué no has entendido del contacto cero? A ver, ¿no hay forma de que el perro se lo dé un intermediario? ¿De verdad que no hay forma? Fíjate que nos ponemos un montón de excusas a nosotros mismos para no hacer contacto cero. Muchísimas. Todos lo hemos hecho alguna vez. «No, vale, claro, pero ¿cómo voy a dejar de hablar con él? Esos discos que había tirado a la basura, pero yo creo que los quiere igual, así que tengo que regresárselos». No, no hay que regresar los discos. Es la única técnica y eso sí, es infalible. Igual que el mono de cualquier sustancia, con el tiempo se cura. Lo pasamos muy mal durante una semana, dos semanas, luego un poquito mejor, al cabo de un mes, la otra persona se ha olvidado y es lo mejor que nos puede ocurrir.
Por supuesto que el mundo lo cambian las tecnologías, no las ideologías. Le damos muchas vueltas a un montón de cosas y, de repente viene una tecnología como la inteligencia artificial y nos cambia todo. Yo tengo un montón de pacientes que sus mensajes amorosos se los escribe Chat GPT. Muchísimos. Indistinguibles, os lo aseguro. Absolutamente indistinguibles, por desgracia. Creo que hemos pillado alguien. ¿Vale? Es absolutamente cliché. Y vuelvo al principio, fijaos. El amor romántico era tan obvio, tan fácilmente maleable que Chat GPT lo puede hacer muchísimo mejor que nosotros. Lo que no podría hacer es un amor consciente, un amor distinto, porque no está dentro de su estructura algorítmica. Y por eso, os propongo una forma de hacer las cosas y de utilizar la tecnología que tenga más que ver con ese amor sano del que os hablo, que tenga más que ver con la libertad en vez de con la vigilancia, que es para lo que servían las tecnologías en el amor romántico, para vigilar al otro. ¿Vale? Que tenga más que ver con que yo no necesito estar viendo todo lo que publica la otra persona.
No necesito ser adicto. Lo que publica la otra persona es su espacio de libertad y, en todo caso, me puede hasta estimular, pero ya, punto. Es lo que hace sin mí. Y eso es muy bonito porque en el amor sano que yo os propongo, la otra persona es algo más que lo que es cuando está contigo y eso es importante. Sería usar las tecnologías de una manera completamente diferente a cómo lo hemos hecho bajo la capa del amor romántico.
O sea, es como que… «Yo no quiero esto». No queremos ser Romeo y Julieta. ¿A qué no? Para nada. Entonces, yo creo que seguimos cayendo por esta adictividad que tiene el amor, pero una vez que hemos caído, repensarlo. Es difícil, ¿eh? Os estoy hablando de un concepto, creo, muy complicado porque no es seguir las pautas de toda la vida. No es hacer las cosas como se han hecho siempre. No tenemos modelos. Aquellos que no queremos caer en la trampa del amor así, ¡guau! No los tenemos. Entonces, tenemos que pensar formas nuevas de hacerlo. Pero bueno, esa es parte de la gracia del reto, ¿no? A mí me gusta mucho una definición de pareja que dice que son dos personas que se juntan para resolver problemas que no tendrían si no estuvieran juntos. Eso es el amor. Y a mí me encanta.
Yo creo en los acuerdos en la pareja. Creo que ese amor consciente, sano del que os hablo se basa en acuerdos. ¿Cómo se nota que un acuerdo lo es? ¿Que es una negociación? Que no es una imposición. Pues para mí es fácil como terapeuta desde fuera. ¿A qué has renunciado tú? ¿A qué ha renunciado la otra persona? Si los dos habéis renunciado a algo, eso es un acuerdo. Si uno de los dos no ha renunciado a nada, eso en mi pueblo se llama de otra manera.
Mientras que a los hombres, pues probablemente, lo que nos sigue descolocando es la cuestión sexual. Es decir si mi pareja me cuenta que se ha enamorado de un amigo pero este amigo es gay, pues bueno, va, no pasa nada chiquilla, ya se te pasará. Algo así. Estoy exagerando pero por ahí iría un poquito la cuestión. En las mujeres lo que podría ser un detonante o una señal de alarma es que tal cosa que no me la has contado a mí sí se la has contado a tu mejor amiga. Por ejemplo. ¿Cómo lo veis? ¿Os resuena? Fijaos que son como cosas de fondo. Es este murmullo que todavía hace la naturaleza por una parte y el que seguimos en una cultura sexista en muchos sentidos por otra. Entonces, hay un murmullo de fondo que nos separa. Pero vaya, para mí son matices. En realidad en lo esencial seguimos siendo personas que buscan la comunión de almas y de cuerpos para crear algo distinto que no es uno más uno, sino que es mucho más.
No suelo contar historias de pacientes por aquello de la discreción profesional, pero a este hombre le pedí permiso para contar la suya y la voy a relatar así rápidamente. Este hombre tenía un trabajillo bien, pero bueno, de estos esforzados y muy poco remunerado. Y entonces, un día un amigo le pidió su perro, un perro muy bonito que tiene, un husky precioso, para hacerse fotos para el Tinder porque resulta que las mejores fotos, las que más triunfan son o surfeando, de esas fantásticas, pero para eso tienes que tener un buen cuerpo atlético o con un perrito. Son las dos fotos que triunfan en las «apps» de citas. El amigo se hace las fotos y otro amigo descubre el truco y también le pide el perrito. Mi paciente ya empieza a alquilarlo. Empieza a pedir dinero por ello. Y seguimos, y seguimos. Mi paciente, al cabo de un tiempo, dedica su vida alquilar su perrito y deja su trabajo poco remunerado y muy esforzado porque se da cuenta de que lo mejor que puede hacer en la vida es vivir de su perrito.

¿Cómo funcionaba lo del perrito? Pues nada, yo me hago las fotos, ligo, consigo que la chica suba a mi casa a conocer a mi perrito Trotsky, que es un nombre muy típico de perro. Entonces, Trotsky… Y claro, ella me pregunta: «Pero ¿y Trotsky?». «No, Trotsky está en el campo con mis abuelos, con mis padres porque él está ahí muy libre, le gusta corretear, le encanta. Pero para mí es un sufrimiento no tener a Trotsky». Por cierto, ¿se llamaba Trotsky? Sí, Trotsky. «Es un sufrimiento no tener a Trotsky y así iban engañando. Esto, gente, es una muestra de que seguimos ligando con las hormonas. De que nos siguen atrayendo las fotos de tipos con perrito porque nos parece que van a ser grandes cuidadores de hijos aunque nos dé completamente igual y efectivamente esto sea un rollo «casual» y no vamos a tener un hijo con él. Pero da igual. Seguimos en un amor que lo único que hace es maquillar las pulsiones hormonales. Seguimos creyendo en estos mitos que para lo único que nos sirven es para enfatizar cosas como los celos, como la idealización estúpida de la otra persona sin conocerla, como la adicción al otro y la necesidad de que esté ahí siempre en nuestras vidas.
Seguimos funcionando exactamente igual que en el Paleolítico. Lo que yo espero con estas conversaciones es que por lo menos le demos una vuelta. Estamos en un momento en el que lo importante no son tanto las respuestas como las preguntas. Es decir, vamos a darle una vuelta a esto. Vamos a intentar hacer el amor. Me encanta la expresión porque el amor no se encuentra, se hace. El amor hay que trabajarlo. Vamos a hacer el amor de otra manera. Vamos a intentar empezar a ver cómo podríamos funcionar. Cómo podría ser la expresión de Rilke de que una pareja son dos identidades que se encuentran, se protegen, se tocan y se miman una a otra a pesar de que están solos. Eso es el amor sano el amor posromántico que yo he intentado, en este diálogo, promocionar. Gracias por acompañarme en el viaje, de verdad. Habéis sido unas personas estupendas para el diálogo y eso es lo que más se agradece en momentos así. Muchas gracias.