¿Alquilarías un amigo?
Noreena Hertz
¿Alquilarías un amigo?
Noreena Hertz
Economista y escritora
Creando oportunidades
El siglo de la soledad
Noreena Hertz Economista y escritora
Noreena Hertz
Alquiló una amiga, conoció a un hombre que vivía en su coche para poder pagarse los abrazos e intenta entender el mundo que nos rodea desde una perspectiva poco convencional. La visionaria Noreena Hertz se aleja de los modelos tradicionales y estudia los aspectos más humanos de la economía a través de temas como la soledad, la toma de decisiones o la tecnología.
Con tan solo 19 años se graduó en Filosofía y Ciencias Económicas en el University College London. Y con 23 ya asesoraba a gobiernos y empresas. Su compromiso con la justicia social y su visión del futuro la han convertido en un referente internacional y en una voz indispensable en los debates sobre transformación social. Es autora de lecturas fundamentales de economía actual como ‘El siglo de la soledad’, ‘The silent takeover' o ‘Eyes wide open’. Su trabajo desafía las narrativas convencionales y examina no solo los aspectos financieros, sino también los impactos sociales, ambientales y éticos de las políticas económicas. “Hay que afrontar el futuro con esperanza y si hay algo que podamos hacer para hacer del mundo un lugar mejor, para mejorar la vida de las personas que tenemos a nuestro alrededor, para ser motores de cambio… no tiene por qué asustarnos y podemos seguir avanzando hacia él con pasión, confianza e imaginación”, asegura Hertz.
Transcripción
Y quise seguir profundizando en el tema para comprender qué estaba ocurriendo y, en cuanto empecé a investigar, me di cuenta de la magnitud del problema. Basta con mirar las cifras: tres de cada cinco jóvenes de menos de treinta y cinco años están solos a menudo o siempre. Uno de cada cinco ‘millennials’ no tiene ningún amigo. El sesenta por ciento de mayores de sesenta años solo recibe visitas esporádicamente. En el Reino Unido, la principal compañía de dos de cada cinco pensionistas es la tele o una mascota. En Japón, la situación es tan terrible que el tipo de encarcelamientos que más está aumentando es el de pensionistas, porque están tan solos que delinquen intencionadamente para que los lleven a la cárcel y así poder tener compañía. Me di cuenta de que la magnitud del problema era inmensa. Y es inmensa, desafortunadamente, en España, es inmensa en México, es inmensa en Colombia, es inmensa en Argentina y es inmensa en otros países desde los que seguro que nos están viendo. Es un problema mundial y es un problema que afecta a las economías, a las democracias y a nuestra salud. Entonces, quise comprender mejor qué está ocurriendo, por qué estamos atravesando una crisis de soledad mundial, cuáles son las consecuencias y qué podemos hacer al respecto.
Pero lo que se ha visto durante la pandemia y después es que la soledad entre las mujeres se ha disparado de forma desproporcionada. Y lo que yo pienso que pasó y a lo que yo atribuyo en parte este dato, es, primero, que, por desgracia, durante la pandemia el índice de violencia de género aumentó. Y no hay nada más solitario que estar en una relación de maltrato. Ese es un hecho que justifica esta diferencia. Otro motivo por el cual las mujeres empezaron a sufrir más soledad en la pandemia es que tuvieron que ocuparse ya no solo de su trabajo, sino también de incluso más cuidados que antes, de los niños, de la casa… Y tener una carga de trabajo cada vez más desproporcionada y que nadie te haga caso cuando haces ver que no puedes con ella es desolador. Entonces, entre las mujeres, esa sensación de desdén hacia ellas se agravó durante la pandemia porque más y más mujeres tuvieron que ocuparse de los niños y de la casa de forma desproporcionada además de continuar rindiendo en el trabajo. Y la tercera razón por la que creo que las mujeres sienten mucha más soledad desde la pandemia es que la recesión económica que se ha vivido después les ha afectado más a ellas que a ellos. Y, aunque todos, tanto los ricos como los pobres, pueden sentir soledad, se sabe que el factor económico también influye. Y, como las mujeres han sufrido mucho más los efectos de la crisis económica, es normal que sean ellas quienes se estén sintiendo más solas. Todo el mundo puede sentirse solo: los hombres, las mujeres, los jóvenes, los mayores… Pero hay que visibilizar a los grupos que peor lo están pasando, que son los jóvenes, los mayores, las mujeres y las personas con menos ingresos económicos.
Y, por otro lado, también perjudica a la democracia. Estudiando la relación entre el auge del populismo de derechas y la soledad, lo que vi es que quienes se sienten solos tienden a ver el mundo como un lugar más hostil y peligroso. Entonces, son presas fáciles para los políticos que describen el mundo como tal. Fíjate: hay un estudio que dice que, si se mete a un ratón en una jaula y se le deja ahí durante un tiempo, cuanto más tiempo pasa solo, más agresivo se vuelve contra otros ratones que se van introduciendo. Lo mismo pasa con las personas. Y es lo que estamos viendo en el entorno político mundial. Los políticos atacan a quienes se sienten solos utilizando la comunidad como arma para captar votos. Pensemos en el auge de Donald Trump en Estados Unidos y en esos mítines donde transmite un mensaje de: «Vosotros, el Pueblo olvidado, a vosotros os hablo» y donde promete comunidad. Eso termina calando en personas que se sienten solas. Así que la soledad afecta a la política. Y también repercute significativamente en la economía. El cuarenta por ciento de los trabajadores, incluso desde antes de la pandemia, se sienten solos en el trabajo. En México la cifra es incluso mayor: el cuarenta y cuatro por ciento. Y esto es importante porque, así, los trabajadores están menos motivados, son menos productivos y es más fácil que dimitan en comparación con los que no se sienten solos. O sea que la soledad está derivando en costes económicos no solo para la economía en general, sino directamente para las empresas. De hecho, el factor más determinante para que un trabajador se implique en el trabajo es si tiene algún amigo ahí. ¿Pero cuántas empresas se sientan a pensar cómo pueden fomentar los vínculos entre sus trabajadores? La soledad es la causa de muchos problemas y hay mucho trabajo que hacer al respecto.
“Estamos atravesando una crisis de soledad mundial”
Y, después, cuando le pregunté quién solía contratarla, la respuesta que me dio fue muy interesante: gente de entre treinta y cuarenta años, tanto hombres como mujeres, gente que se acababa de mudar a Nueva York, gente que trabajaba mucho, como en consultoría, finanzas o tecnología, y que se sentía sola y no tenía tiempo para hacer amigos. Gente que termina de trabajar y no tiene a nadie con quien ir a tomar un café o con quien salir el fin de semana al cine o a un museo. Y la contrataban para hacer esas cosas. Es una gran manifestación de la era en la que vivimos. La gente está tan sola que tiene que pagar para tener un amigo. Y hay un ejemplo aún más extremo: Carl. Cuando fui a Los Ángeles, conocí a un señor que se llama Carl. Carl tenía unos cincuenta años, era un tipo muy profesional, tenía un buen trabajo en los medios de comunicación. Estaba divorciado, se acababa de mudar a Los Ángeles y, como estaba muy volcado en el trabajo, le costaba mucho hacer amigos, por eso, porque trabajaba mucho. Y decía que en la oficina todo el mundo iba con auriculares puestos, que la gente no se relacionaba y él se sentía solo. Entonces, se enteró de que se podía contratar a alguien para que te abrazara, y no en sentido sexual. Y lo probó: fue y le pagó a una mujer, Jeanne, para que lo abrazara, y dijo que había sido transformador. Pagó para que alguien lo abrazara y sentir ese contacto físico que tanto le faltaba. Y transformó su estado mental: era más productivo en el trabajo, era más feliz… Su vida había cambiado. Entonces, empezó a hacerlo semanalmente. Y no es barato. Le pregunté cómo hacía para permitírselo y su respuesta fue tremenda
Dijo: «Pues, para poder pagarlo, vivo en el coche». Un hombre que tenía un buen trabajo en los medios de comunicación. De puertas para afuera era una persona totalmente normal. Pero necesitaba tanto ese contacto físico que vivía en el coche, guardaba la comida en la nevera del trabajo y se duchaba en el gimnasio para poder permitirse esa conexión de forma habitual. En California también tuve una experiencia interesantísima cuando conocí al primer robot cocinero del mundo, a Flippy, que se dedicaba a girar hamburguesas. Vivimos en un momento en el que los robots, especialmente ahora, que llevan integrada inteligencia artificial, cada vez van a ocupar más puestos de trabajo. En este contexto, como decía, conocí a Flippy, el robot cocinero que gira hamburguesas. Para un empresario, es el mejor empleado del mundo: nunca se pone enfermo, siempre gira las hamburguesas a la perfección, nunca se queja de las horas que tiene que trabajar ni nada por el estilo… Y fue muy curioso hablar con algunos de los empleados, que ahora eran compañeros de ese otro «cocinero». Les pregunté cómo era trabajar al lado de un robot. Y la cosa era que no podían hablar con él, como normalmente harían con un compañero. Y les preocupaba que Flippy también les quitara su trabajo. Es una especie de fábula y tiene su moraleja de cara al futuro. Según los robots y la inteligencia artificial vayan avanzando, más probable es que nos vayan reemplazando a todos con Flippis y sus equivalentes en cada sector. No solo afectará a trabajadores de hamburgueserías, sino a personas como tú y como yo: periodistas, escritores, pensadores, vendedores, abogados, contables… Muchos trabajos se ven cada vez más amenazados por la inteligencia artificial y los robots. Se prevé que casi trescientos millones de trabajos se verán amenazados por la inteligencia artificial en los próximos cinco años. Y eso plantea grandes retos para la sociedad. Si ya nos sentimos solos, desconectados e invisibles hoy, ahora, en el punto en el que estamos, ¿cómo nos sentiremos si no tenemos trabajo, si no sabemos cómo vamos a ganarnos la vida, si no sabemos qué vamos a hacer? Las implicaciones de todo esto son inmensas.
Los estudios demuestran que incluso una breve interacción de quince segundos con el barista hace que nos sintamos más vinculados a nuestro alrededor. El comercio local tiene un papel importantísimo. Y lo que ocurre en muchos barrios es que, debido a la subida del precio del alquiler y los problemas económicos globales, muchos de estos comercios no funcionan, y eso genera más soledad. Otra cosa que acelera o amplifica la soledad en el ámbito local es no tener suficientes espacios donde la gente pueda reunirse y hacer cosas gratuitamente. Los gobiernos nacionales y regionales tienen que financiar la infraestructura comunitaria para ayudar a fomentar la conexión y no la soledad. Necesitamos financiación para bibliotecas públicas, para clubes juveniles, para centros de día para mayores, para espacios a los que padres y madres jóvenes puedan acudir y relacionarse. O, al menos, necesitamos que el mercado los ofrezca a precios muy competitivos. Porque necesitamos espacios para hacer cosas juntos, para estar juntos, para sentirnos conectados y no solos. Y, justamente, una de las tragedias que se siguen produciendo en todo el mundo desde la crisis de 2008 son los continuos recortes en este tipo de infraestructura comunitaria, tanto en España como en otros lugares. Es algo a tener muy en cuenta. Estos espacios deben financiarse o el mercado tiene que ver una oportunidad en ofrecer estos servicios a un precio bajo. En Corea del Sur, por ejemplo, hay discotecas diurnas para los mayores de sesenta y cinco años. Me encanta la idea. Discotecas diurnas donde miles de personas mayores van a bailar durante el día. Son negocios rentables, funcionan a escala y el mercado ahí ha visto una oportunidad. Y, cuando yo sea mayor, me encantaría ir a bailar durante el día y a relacionarme con otras personas. Además, todo esto son ideas para los emprendedores. La población está envejeciendo y los dos grupos que más soledad sufren son los jóvenes y los mayores. ¿Qué ideas de negocio hay ahí, qué productos y servicios se pueden diseñar para cubrir esa necesidad de conexión? Todo esto debe hacer reflexionar a los emprendedores.
Luego la pandemia agravó esto, evidentemente: si ya te sentías solo en la oficina, cuanto más te relacionas por Zoom o cualquier videollamada, más desconectado te vas a sentir. Y ahora hay toda una generación de trabajadores que ha tenido poco tiempo para establecer contacto presencial con compañeros. No han tenido la oportunidad de entablar amistad y relación con nadie. Desde el punto de vista del empresario, esto es algo de lo que preocuparse. Primero, porque un trabajador que se siente solo es menos productivo, está más desmotivado y es más propenso a dimitir. Segundo, porque es más fácil no sentir implicación en el trabajo si no se tiene ningún amigo allí. Y tercero, porque el trabajo se va a mercantilizar todavía más. Es más probable que te vayas a otra empresa que te ofrece más dinero si no tienes ningún apego con tus compañeros. Y eso es un problema para los empresarios, así que muchos están haciendo el esfuerzo de pensar en cómo reforzar esos vínculos. Y resulta que hay un truco muy sencillo que da muy buenos resultados: animar a los empleados a comer juntos. En Chicago se hizo un estudio con bomberos y lo que hallaron fue que los equipos de bomberos que comían juntos tenían más probabilidades no solo de sentirse más unidos entre ellos, sino de ejecutar mejor el trabajo que los que no comían juntos. Comer en grupo es una muy buena idea para ayudar al personal a relacionarse más y también a rendir mejor. Y, en general, en el trabajo, hay que plantearse qué estamos haciendo para que los empleados se sientan más reconocidos y considerados. Eso es algo crucial. Y a veces es tan sencillo como ser amable o como reconocer las cosas. Decir: «Oye, gracias por ayudarme». Los pequeños detalles. A veces basta con darse una vuelta y decir, por ejemplo: «Quiero felicitar a Manuel por el gran trabajo que ha hecho». Esos momentos de reconocimiento y agradecimiento pueden marcar una gran diferencia.
Y luego está el abuso al que sobre todo los jóvenes se enfrentan en las redes sociales. Este dato es particularmente alarmante en España, en México, en Brasil y en Estados Unidos. Estos cuatro países están entre los diez primeros en índice de ciberacoso. Las cifras son tremendas. Estamos hablando de que el sesenta, setenta, ochenta por ciento de los jóvenes sufren ciberacoso a diario. Si estás en esa situación, es natural que te sientas más solo, sobre todo si nadie interviene. E incluso si tú no estás sufriendo acoso directamente, estar viendo que ese es el mundo en el que vives también va a llevarte a sentirte solo. Es muy preocupante. Y luego está el hecho de que las redes sociales nos recompensan por tener comportamientos agresivos e hirientes, y de una forma muy concreta: cuanto más hiriente sea el tuit, cuanto más hiriente sea la publicación, más probabilidades tienes de recibir interacciones. Los propios mecanismos incentivan el abuso, el odio y el acoso. Y, bueno, qué decir de la adicción que tenemos todos al móvil, porque está diseñado para engancharnos, sobre todo las redes sociales. Los colores, la tipografía, las luces… Todo está diseñado como las tragaperras de los casinos para crearnos adicción.
Y, entonces, en la vida real, lo más probable es que todos hayamos estado en algún sitio con nuestra familia o nuestros amigos y hayamos estado pegados al teléfono. Tenemos la atención en el móvil en lugar de en interactuar y en estar presentes en el momento. Hay estudios que demuestran que, aunque tengamos el teléfono apagado, si hay uno encima de la mesa, es menos probable sentirse conectado a la otra persona y sentir empatía por ella que si no hay ningún teléfono involucrado. Y los adolescentes no son los únicos, no solo ellos tienen está adicción. Es todo el mundo. El móvil se ha convertido como en nuestro amante. Nos hemos vuelto esclavos. Entonces, podemos decir que hay muchas causas detrás de la crisis de soledad actual. Que hacemos menos cosas juntos que antes: vamos menos a la iglesia, estamos menos en los sindicatos, estamos menos en las asociaciones de familias en los colegios. Que las ciudades cada vez están más hechas para los coches en vez de para los peatones. La urbanización. Las ciudades son lugares especialmente solitarios. Se está dejando atrás a los habitantes de las zonas rurales y ahí el resultado también es la soledad. Pero las redes sociales y la tecnología tienen un papel importantísimo en esa desconexión que estamos sintiendo. Hay mucho trabajo que hacer en este sentido. Yo, por ejemplo, hago un descanso digital un día a la semana. Guardo el móvil donde no pueda verlo para así estar más presente con mi familia y con mis amigos. La gente que lo prueba dice que nota la diferencia. Vale mucho la pena intentarlo. Pero los gobiernos también tienen que intervenir. Porque no basta con decir que esto es algo que nosotros podemos resolver. Los gobiernos deben actuar. Yo soy del Reino Unido y, allí, el Gobierno ha tomado la delantera en este aspecto con legislación, con la ley de seguridad en línea, que pone mucha más presión y responsabilidad legal sobre las empresas de redes sociales, sobre todo en cuanto al acoso y a los niños. Entonces, sobre todo en relación con los niños, ¿qué están haciendo los gobiernos de España, México, Colombia, Argentina, para proteger la salud mental de los niños? Hay que intervenir. No se puede dejar que las compañías se autorregulen. Han dejado claro que no son capaces de hacerlo.
“Hacer las cosas presencialmente e interactuar, aunque sea brevemente, con el monitor, el recepcionista o el librero ya puede influir mucho en nuestra sensación de soledad”
Me refiero a que… Y lo digo yo, que también soy experta y profesora: me di cuenta de que, muchas veces, cuando un experto se pone a darnos consejos, nuestro cerebro desconecta. Suena exagerado, pero se hizo un estudio en que analizaron el cerebro de varias personas mediante resonancia magnética para ver qué les ocurría a sus ondas cerebrales cuando oían hablar a un experto. Y lo que pasaba es que el cerebro se apagaba, literalmente. No estoy diciendo que haya que ignorar a los expertos, pero tampoco hay que olvidar que esos expertos pueden tener opiniones diferentes entre sí. Si escuchas a varios médicos hablar sobre enfermedades complejas, te das cuenta de que salen opiniones distintas. O, en mi campo, la economía: anda que no hay variedad de opiniones entre economistas. O sea que no podemos quedarnos con que aquella persona es experta y ya: tenemos que poner el cerebro en marcha, pensar, cuestionar las cosas, hacer preguntas, tener la confianza para hacer todo eso. Hay que cuestionar las ortodoxias, cuestionar la información y utilizar el cerebro para pensar.
“La cantidad de información a la que estamos expuestos es miles de veces mayor que hace tan solo una década”
Es decir, la inteligencia artificial ya no afecta solamente a los trabajos más manuales y a las fábricas, que es a lo que más había afectado la última ola de automatización, sino que está afectando a los trabajos de una forma mucho más amplia, hasta tal punto que se prevé que en los próximos cinco años la inteligencia artificial sustituya trescientos millones de puestos de trabajo. Y, entre ellos, hay periodistas, contables, escritores y muchos más. Todos los trabajos están en peligro y esto plantea grandes retos a la sociedad: ¿qué vamos a hacer, cómo vamos a ganar dinero, cuál va a ser nuestro propósito? Son problemas que los gobiernos deberían abordar, pero lo que están haciendo es mirar para otro lado y no plantearse qué medidas tomar. De hecho, es curioso que algunos de los países que automatizaron más rápido sean los que más están trabajando en este tema. Corea del Sur, por ejemplo, que ha sido muy pionera en robótica y automatización, ahora tiene un impuesto robótico: las empresas que automatizan procesos y reemplazan a los trabajadores tienen que pagar un impuesto específico para ayudar a financiar las soluciones que el Gobierno va a tener que poner a los problemas que esto provoca. Los gobiernos tienen que implicarse. Pero nosotros también debemos reflexionar: ¿cómo encontramos propósitos y le damos significado a nuestra vida en este mundo cambiante? Es más, ¿es posible que así empecemos a valorar más las cosas que solo los humanos somos capaces de hacer? ¿Le daremos más importancia a lo intrínsecamente humano?
En lugar de estudiar, no sé, informática incluso, porque la programación también se va a automatizar pronto, ¿deberíamos estudiar peluquería, fontanería, maquillaje? Esos son los trabajos que es muy difícil que los ordenadores y la inteligencia artificial lleguen a reemplazar. Son preguntas realmente interesantes las que la inteligencia artificial nos plantea de cara al futuro. Es fácil temerle al porvenir en los tiempos que corren, sobre todo ante la confluencia actual de presiones geopolíticas, económicas, medioambientales, tecnológicas… pero no hay que agobiarse, sino sentir que tenemos objetivos, control y esperanza. Y con esperanza no me refiero a sentarse y esperar que las cosas vayan bien, sino a pensar si hay algo que nosotros mismos podamos hacer para hacer del mundo un lugar mejor, para mejorar la vida de las personas que tenemos a nuestro alrededor, para ser motores de cambio. Si afrontamos el futuro con esa actitud, el futuro no tiene por qué asustarnos y podemos seguir avanzando hacia él con pasión, confianza e imaginación.