Un homenaje a Perú en forma de canción
Juan Diego Flórez
Un homenaje a Perú en forma de canción
Juan Diego Flórez
Cantante de ópera
Creando oportunidades
El tenor que quiso ser estrella del rock
Juan Diego Flórez Cantante de ópera
Juan Diego Flórez
Cuando Juan Diego Flórez esperaba el autobús en Lima después de salir de clase, gesticulaba como si estuviese cantando una ópera de Verdi y se imaginaba que era Pavarotti. Seguramente, quienes se cruzaron con aquel muchacho en esos días, no podían imaginar que, tiempo después, el gran tenor italiano iba a nombrarle como su sucesor. Hoy, instalado como una de las referencias indiscutibles del bel canto, el peruano Flórez ha conseguido, además, llevar la música popular de su país por todo el mundo. En teatros de Milán, Londres o Nueva York, el público vibra por igual con las arias de Rossini que con las canciones de Chabuca Granda interpretadas por Flórez a la guitarra.
El tenor peruano, que siendo adolescente soñaba con ser una estrella de rock, nos cuenta en este vídeo algunas de las anécdotas más curiosas de la historia de la ópera y habla con emoción de su idea más querida: Sinfonía por el Perú, un proyecto con el que han conseguido ayudar a miles de niños a través de la música.
Transcripción
No es que me estuviese acordando de esa frase o de eso que le dije que iba a hacer, pero al final me di cuenta de que, guau, esto que le había dicho lo hice al final. Soy Juan Diego Flórez, soy tenor, cantante de ópera, y estoy aquí para responder sus preguntas.
Encuentras algún aria famosa, por ejemplo, el aria de ‘La Cenerentola’ está también en ‘El barbero de Sevilla’, es el aria final. Cosas de ese tipo. Pero no creo… Perezoso, no creo. Yo creo que se hacía mucha fama, pero creo que era una estrella, una estrella absoluta. Y conectaba mucho con su tiempo. Conectaba mucho con su tiempo y supo también ser un emprendedor, eso que no conocemos mucho de Rossini. Rossini era un ‘businessman’ sobre todo. Él hizo un trato, un ‘deal’, con la ópera de Napoli para no solamente tener su salario como compositor, sino también tener algún porcentaje de las entradas del casino, porque en el teatro de Napoli, en el San Carlo de Napoli, también había un casino. Y la gente que iba, antes de la ópera, jugaba y, después, también. Y Rossini dejó muy claro que también quería un porcentaje de esas ganancias. Y, bueno, Rossini fue uno de los hombres más ricos de su tiempo. Pero tendría que decir que Rossini es el que fue un rockstar. De hecho, a mí, que hacía rock, cuando llegué a la música clásica mi profesor de canto me mostró Rossini y a mí me enganchó mucho porque me pareció muy rock, me pareció muy pop. Esos ritmos, esos tiempos vertiginosos, esos crescendos. Era puro rock y me enganché rapidito con Rossini. Y con Mozart, también, pero con Rossini sobre todo.
Acabo de cantar ‘La traviata’, el rol de Alfredo. ‘La traviata’ es un ejemplo de una ópera impactante. Ella es una cortesana, o se podría decir una prostituta de lujo, que deja ese mundo, encuentra el amor en Alfredo y sueña con una vida diferente. Al final, todo sale mal. Todo sale mal, porque el papá de Alfredo quiere protegerlo. La convence de que ella no debe estar con él porque está afectando a la familia de él. Ella lo deja por amor a él, porque no quiere afectarlo, no quiere, digamos, mover ahí ese aspecto familiar. Él piensa que ella se ha ido con otro, monta un escándalo, después él se entera de la realidad: «que ha sido mi papá, que se ha metido en mi vida» y que ha roto esa historia tan linda de amor que se perfilaba. Pero ella está bastante enferma y, en su lecho de muerte, llega Alfredo a decirle «He sabido todo», pero ella muere. Bueno, eso, en pocas palabras, es ‘La traviata’. Pero es una ópera donde todos lloran. Niños… De hecho, llevé a mi hija a ver me parece que la segunda función y estaba llorando mi hija, que tiene diez años. Yo puedo hablar de mi experiencia personal, por ejemplo, con ‘Werther’. ‘Werther’ es una ópera fantástica. Yo he cantado ya varias veces ‘Werther’ y me siento… Luego de la ópera, yo me siento como que me han dado una paliza, pero una paliza linda. Me siento como lavado internamente, como que me han dado una desinfectada completa y me siento otra persona.
Porque Werther pasa por mucho sufrimiento. Es un viaje de depresión. Cuánto actual es la depresión en los jóvenes. Werther es una persona joven que no es correspondida amorosamente y vive… Es una persona diferente a los demás. Es idealista, es poeta, quiere vivir de modo diferente. No entiende a los demás y los demás no lo entienden. O sea, en este mundo ahora, en que los jóvenes están siempre pegados a sus teléfonos, uno que quizás piense en la poesía es bastante raro. Pero eso también se daba hace siglos. O sea, estamos hablando de algo que se puede comprender ahora. Él termina por suicidarse. Y, claro, ese final, esa belleza de final, escrita por Massenet, donde él ya se ha disparado y canta… Y canta varios minutos antes de morirse. Y se acerca Charlotte y le dice: «Sí, yo te amaba». Y él muere sabiendo que ella… Se me pone la piel de gallina. Pero, claro, mucha gente del público llora. Me acuerdo de que a una de las funciones en Londres fue Pierce Brosnan. Yo me lo encontré en un restaurante la noche anterior y lo conocí y lo invitamos a la ópera, porque yo estaba con otros cantantes. Y vino a la ópera. Y después vino atrás. Vino a saludarnos y me dio un abrazo y me dijo: «Qué emoción he sentido».
No sé si él está acostumbrado a ir a las óperas, pero ha ido a la ópera y se ha emocionado y ha llorado y ha vivido. Una persona que viene del cine y que ha visto tantas cosas, pero ha vivido una experiencia que nunca, según lo que me dijo, nunca olvidará. Creo que ustedes seguramente han ido a la ópera, y por eso también están acá, y saben de lo que hablo.
En esas épocas, a los niños todavía los castraban para que fueran cantantes y mantuvieran una voz de niño y, creciendo estos niños, haciéndose grandes, adultos, mantenían esta voz angelical pero con mucha potencia, porque crecían más de lo normal por una cuestión hormonal. Y se dedicaban muchísimo a la música por ser diferentes. Eran como… Se metían tanto en la música que se volvían músicos extraordinarios. Y hay muchas historias y anécdotas sobre los castrados, que eran los reyes de la ópera. Cuando llega Napoleón y se terminan los castrados, él se lleva un castrado a su corte, o sea, él era vivo. Se llevó un castrado famoso. Pero él, digamos, termina, veta, a los castrados. Entonces, ya no hay más castrados. Quedan algunos. Queda alguna grabación, incluso, muy antigua. Y ya, en las óperas, el héroe no era más el castrado. ¿Quién reemplazó a los castrados? El tenor, por ser una voz aguda, y la mezzosoprano. Por eso vemos en Rossini tantos «héroes» con voces de mezzosoprano. O sea, son cantantes ‘en travesti’, travestidos de hombres, pero son mujeres. ¿Por qué? Porque eran voces muy extensas, la mezzosoprano, y el tenor también. Entonces, el tenor después… A la mezzosoprano se la deja un poquito de lado en los roles de ‘en travesti’ y el tenor se mantiene como el superhéroe, como el rol principal con la soprano. Y, entonces, yo agradezco haber sido tenor, aunque a veces digo que me encantaría haber sido bajo, porque esas voces de bajo que resuenan…
Pero al ser tenor, claro, eres siempre el amante, el héroe, el bueno, nunca el malo. El barítono es el malo o el papá malo. Pero el tenor siempre es el noble: noble de espíritu, el que llega a salvar, el guerrero que lucha por una causa noble, etcétera, etcétera.
Bueno, Pavarotti ha sido un referente para mí, un ídolo, así como Alfredo Kraus también. Cuando estaba en el conservatorio en Lima y esperaba el bus, como lo llamamos nosotros, el micro, me ponía mis ‘headphones’, mis audífonos, y escuchaba arias de Pavarotti y me imaginaba que yo era quien cantaba. Estoy seguro de que el pasante me veía ahí así y decía «¿Y este qué está cantando?». Y me imaginaba cantando arias como el aria de ‘Guillermo Tell’ o, no sé, óperas de Verdi, etcétera, etcétera. Yo no sabía que él vivía en Pésaro. Pésaro es la ciudad natal de Rossini, donde está el Rossini Opera Festival. Es donde yo cantaba casi todos los años. Al inicio, todos los años, una ópera de Rossini. Y un ejecutivo de mi casa discográfica en ese entonces, Decca, porque Pavarotti también era de Decca, me dijo: «Pavarotti vive aquí, vamos a visitarlo». «¿Pero cómo, vive acá?». «Ahí, en esa colina». «¡No me digas! Pues vamos». Entonces, fuimos a visitarlo. Y él ya sabía de mí porque su asistente, Edwin Tinoco, es peruano y estuvo con él como quince años. Entonces, le había hablado mucho de mí. Ya lo tenía, quizás, harto. Pero Pavarotti sabía de mí. Y, entonces, yo voy con mi agente de ese entonces, Ernesto Palacio, también gran tenor peruano, y llegamos a la casa de Pavarotti, que daba al mar, daba a la playa de Pésaro, y en un momento mi agente comienza a darme patadas por abajo, Ernesto. Y yo: «¿Qué me pateas?». «Canta, cántale algo». Yo estaba de vacaciones, no había cantado tipo por veinte días. Estaba con la voz por los suelos.
Entonces: «¿Pero qué voy cantar?». «No sé, canta ‘La hija del regimiento’». ‘La hija del regimiento’ es una ópera que él cantó en Covent Garden. Y lo lanzó al estrellato prácticamente porque tenía esta aria famosa de los nueve dos de pecho. Y él salió cantando eso y la gente se quedó como: «¿Qué es esto? Nunca hemos escuchado algo así». Y yo la cantaba después de unos cuarenta y pico años. Se reponía en Londres. Y yo lo llamo y le digo: «Maestro, voy a entrar al escenario. ¿Qué palabras tienes para darme coraje? Porque tú la cantaste. Usted lo cantó hace tantos años con la Sutherland». Dice: «Campeón…». Me llamaba ‘campione’. «‘Campione’, va a ir todo muy bien. Tú canta como has siempre cantado». Y fui con más coraje. Fui con más coraje y fui con esa fuerza. Ahora, volvamos a Pésaro, 2002 o 2003 creo que fue. Estaba ahí, me animaron a cantar, me empujaron a cantar, y yo canté el aria de los nueve dos. Y después hubo un artículo en ‘El País’ donde le entrevistaban y él decía que yo era su sucesor. Y yo me quedé como: «¡Guau! O sea, ¿qué es esto?». Porque, claro… Y después yo lo llamé y le agradecí. Y le dije: «Maestro, gracias». «No, pero te lo mereces. Es verdad lo que he dicho». Pero, claro, era raro porque nosotros teníamos un repertorio completamente diferente. Yo cantaba sobre todo Rossini, Bellini, Donizetti. Él cantaba Verdi. Cantaba óperas mucho más fuertes. Teníamos voces diferentes. Pero él dijo esto. Y yo dije: «¿Pero cómo llegaré a ser su sucesor?». Porque cantamos cosas diferentes y las óperas que yo canto no son tan populares como las que él cantaba.
Y, de hecho, en la entrevista él dice: «Pero él va a tener que cantar ‘La Bohème’, va a tener que cantar esta ópera, ‘La traviata’» o no sé qué. Bueno, esas óperas ahora las estoy cantando, óperas que él cantaba normalmente. Pero me dio mucho… Claro, yo no me lo creía. Inmediatamente llamé a mi mamá, a todo el mundo. «Mira lo que ha salido en el periódico. ¿Qué es esto? ¿Cómo me lo puedo creer?». Pero, bueno, después él siguió diciéndolo y tengo que decir que yo soy… No soy alguien que está cómodo con los elogios. Un poquito me… Y, claro, venía esto y de repente salía en televisión y decía lo mismo. Y me mandaban el vídeo de la televisión mexicana donde él decía esto. Porque le preguntaban: «¿Quién tú piensas que es el que…?». Y decía. Y después en otra televisión. Y, claro, venían estos… Pero tengo que decir que, al final, a mí siempre los retos me han llenado de coraje y de valor para seguir adelante y hacerlo cada vez mejor. Y que alguien que es tu ídolo y que es tan importante diga algo así de ti te reta a tener que ser bueno. O sea, tienes que ser sí o sí bueno si quieres parecerte a alguien de esa categoría. Así que fue algo positivo.
Y estaban desesperados porque el tenor no podía cantarla y ya había incluso dejado Pésaro. Se había ido con su familia, no se encontraba bien. Y no encontraban a alguien que supiera, a pocos días de la premier, a pocos días de la primera función, un rol desconocido, además, porque era una ópera desconocida. Entonces, ¿quién se sabía ese rol? Nadie. Y como yo había demostrado que cantaba bien, que podía con esa aria de la ópera que hacía, me propusieron ese rol. Había una pausa entre los ensayos y yo vi unos cantantes que me miraban y hablaban y me señalaban. Y yo fui donde ellos y me dijeron… Yo les dije: «¿Por qué hablan de mí? ¿Qué cosa están diciendo?». Me dijeron: «Ha cancelado el tenor de la ópera ‘Matilde di Shabran’. Nosotros pensamos que tú podrías ser quien substituya al tenor enfermo». «¿Sí? ¿Cómo, sí?». Inmediatamente llamo a Ernesto Palacio, que es mi mentor, y le digo: «He escuchado esto». «¡Para nada! Tú no tienes que hacer esto, porque ese rol es muy difícil y, además, tienes que hacer tu rol pequeño bien y, poco a poco, ir en tu carrera». Pero yo no lo escuché. Yo me fui directamente a las oficinas porque algo me decía que quizá el director artístico estaba pensando en mí, pero yo no me podía quedar con la incertidumbre. Tenía que ir, mirarlo y, si me decía algo, bueno, y, si no me decía nada, bueno, volvía a mi rol pequeño. Entonces, voy. Él me ve, me coge, me mete a su oficina y me dice: «Tenemos una crisis, vamos a cancelar esta ópera. No encontramos a ningún tenor, nadie conoce esta partitura. ¿Tú crees que la puedes hacer?». «En pocos días… Sí». «¿Pero cómo? No la conoces».
Entonces, tuve que ser más profesional. Le dije: «Bueno, déjame estas partituras. Yo voy a almorzar, las veo y, después, te digo». Pero yo iba a decir que sí. Voy a almorzar, voy comiendo, veo eso… «Sí, claro». Voy y le digo: «Sí la hago». No sabía nada. Al día siguiente ya había audiciones para el director de escena, para el director de orquesta, para el intendente del teatro, del festival. Y yo me tenía que aprender la escena de entrada, que es muy difícil. Me la aprendí, la canté. Todo el mundo dijo que sí y de ahí comenzaron dos semanas de… O sea, me metieron la partitura por todos lados y yo en los ensayos no la sabía. En los últimos ensayos, no la sabía. La pianista la cantaba y yo movía la boca y hacía los movimientos escénicos. Hasta que llegó la primera función y, por arte de magia, la sabía de memoria. Y así fue cómo empezó mi carrera. Y, bueno, de ahí fui a La Scala, porque esto fue en el 96, yo tenía veintitrés años. Y después me llevaron a La Scala a cantar. Fue en la inauguración de la temporada, así que debuté después de Pésaro en La Scala. Eso es algo que… Porque les cuento una anécdota: yo había ido a La Scala algunos meses antes como turista y había entrado en este teatro maravilloso y de un palco, donde me hicieron entrar no sé cómo, como turista, dije: «Aquí voy a cantar». Era marzo. «Aquí voy a cantar en diez años. Diez años». Y, bueno, en diciembre del mismo año ya estaba cantando ahí.
Yo creo que está en bastante buena salud la ópera, pero que llegue a ser popular, así como el reguetón, no creo. Es como decir, no sé, ¿el golf llegará a ser popular? No sé. ¿El jazz llegará a ser popular? Se necesita que el que escucha tenga… Se acerque también, o sea, tenga ese interés y esa sensibilidad para… También para estar tres horas ahí sentado y escucharte toda una ópera. Quisiera contarles mi experiencia como público también. A veces voy a la ópera y me emociono mucho, sobre todo con óperas como ‘Otelo’ de Verdi. Yo digo: «No voy a llorar», pero llega ese momento y lloro. El dueto de Desdémona con Otelo es impactante. Y la ternura… Y es otro tipo de ópera. Ya no es el Verdi más famoso de ‘Rigoletto’. Es un Verdi en que no hay momento para aplaudir. Es un Verdi que fluye. Es ya el Verdi que vamos a ver en ‘Falstaff’ también. Y es Shakespeare. Estamos hablando de siglos, pero es tan actual… Otelo es un hombre de tez morena, africano, que siempre tiene la sensación de que no lo aceptan del todo en Venecia. Desdémona lo adora, pero él no se siente integrado. Bueno, más actual que esto no puede ser. No se siente integrado y cree que Desdémona le está sacando la vuelta porque alguien le mete ese bichito en la cabeza.
Y esa persona, Yago, con artimañas, llega a convencerlo de que sí, de que Desdémona le es infiel. Pero lo adora. Al final, él mata a Desdémona y Desdémona yace ahí muerta y él se mata a él mismo. Termina, claro, guau, se mueren todos. Aquí se mueren Desdémona y Otelo. Hay óperas en que se mueren muchos más. Pero, bueno, es impactante la música, al final, de esta ternura cuando él… Cuando ya la mató, típico, le dicen: «No, no, no. Tenemos la prueba de que ella es inocente». Pero ya se murió. Y esa música tan tierna, que es del dúo del primer acto, la ves al final, la vuelves a oír pero ella ya se está muriendo y ya no hay nada que hacer. Ahora, es una cuestión actual, es una cuestión que podemos verla en los colegios, en todos lados. La cuestión de la integración, la cuestión del miedo o de no sentirnos cómodos con el diferente. Yo soy peruano, yo he venido aquí a Europa y agradezco, porque se me han dado muchas oportunidades, pero no todos tienen la misma suerte. Yo creo que estas óperas nos enseñan mucho y es justamente lo que estamos hablando de la actualidad de la ópera.
Las madres nos dicen: «Nuestros hijos nos dicen que hay que lavarse las manos», o sea, cosas de ese tipo, «antes de tocar el instrumento». Entonces, ya se pone en marcha una dinámica de que el niño trae conocimientos y nociones que van a ayudar a toda la familia y a toda la comunidad. La puntualidad, la responsabilidad que les inculcamos en Sinfonía por el Perú. Ellos sienten que Sinfonía por el Perú es su familia, los niños. Y sus instrumentos son parte de ellos. He escuchado, he hablado con muchos de estos chicos. Había un contrabajista, Diego, que ahora está haciendo una carrera muy buena y que me decía: «Mi contrabajo para mí es mi mano, la música es mi mano, es parte de mí y sin ella no podría vivir». Y me acuerdo de que lo entrevistamos para un documental y él decía: «Aquí, donde yo vivo…», que era una casa muy pequeñita, no sé, diez metros cuadrados… Me decía: «Aquí hay tiroteos. Una noche sí, una noche no, hay tiroteos». Y yo decía: «¿Pero cómo te proteges? ¿Cómo se protege la comunidad?». «Nos unimos entre todos». Pero aquí, en esa comunidad, morían personas, personas inocentes. Y estos son los chicos que después van a ir a la orquesta y que van a mejorar sus vidas a través de la música. Hemos hecho dos estudios muy profundos, muy exhaustivos, sobre el impacto que tiene Sinfonía por el Perú en nuestros beneficiarios y es impresionante. Mejoran en el colegio, mejoran en sus casas, el trabajo infantil disminuye un noventa y cuatro por ciento.
El rendimiento escolar. La prevalencia del embarazo adolescente disminuye un setenta y cinco por ciento. Las ganas de ir a la universidad se disparan. Comparando siempre con un grupo de control. Siempre se compara el mismo, además. Porque hicimos un estudio en el 2014 y después otro en el 2018 con los mismos grupos. Y, comparando estos grupos, es asombroso cómo la música y cómo el tocar juntos puede cambiar vidas de esa manera. Y dentro de poco vamos a tener una presentación, una gira, en Europa de la Orquesta Juvenil de Sinfonía por el Perú conmigo. Y ahí se demuestra también no solamente el impacto desde el punto de vista social de Sinfonía por el Perú, sino también desde el punto de vista musical puro. La excelencia es parte de Sinfonía por el Perú. Y entonces no solamente hacemos mejores chicos y niños, sino que también creamos músicos que son capaces de llevar a cabo una gira y tocar en el Teatro Real, tocar en la Philharmonie de París, en el Konzerthaus de Viena, y abrirse camino en la música. Ahora, no todos van a ser músicos y, de hecho, ya hemos comprobado que muchos chicos de Sinfonía por el Perú siguen carreras en ciencias, en humanidades, en comunicaciones, pero tienen ese orgullo de haber pertenecido a Sinfonía por el Perú y ellos mismos dicen que, si no hubieran estado en Sinfonía por el Perú, quizás ese camino no lo hubieran emprendido. Entonces, Sinfonía por el Perú representa muchas cosas y estoy muy orgulloso de lo que hemos logrado en trece años. Realmente, muy orgulloso y muy contento.
A Chabuca Granda mi padre nunca me llevó a conocerla y por eso le dije algunas cosas. Pero Chabuca Granda para mí es algo divino. Ella era mayor cuando se propuso ser compositora. Y de repente le empezaron a salir canciones… Su primera canción ya era bellísima y era una mujer no de su tiempo. Una que rompió con las reglas. No estaba bien visto que una mujer se dedicara a la música. Ella no solamente cantaba, se dedicó a eso, sino que componía. Y entre sus amistades estaban los más grandes músicos y ayudó a muchos músicos jóvenes. Y bueno, yo siempre he cantado Chabuca Granda, siempre me ha quedado eso de Chabuca. He hecho un disco que para mí fue un gran experimento, de mucho amor, porque hay un disco que es uno de mis preferidos de toda la vida, que es ‘Dialogando’, que toca Óscar Avilés en la guitarra y ella canta, y hacen valses de una manera donde ella no canta, ella dice. Y eso es algo tan raro en un cantante: decir, contarte la historia. Y, entonces, ella hace un diálogo con Óscar Avilés, que toca la guitarra, y a veces hay cajón, pero casi nunca, y cantan los dos, hacen música los dos. Y me pareció que yo podía atreverme, tener ese atrevimiento tan malcriado, se puede decir, de meterme en ese disco y meter mi voz ahí.
Eso nació porque, en los Juegos Panamericanos, se hizo un lindo dúo entre Chabuca Granda y yo donde se ponía una grabación antigua de este disco y yo cantaba a dúo con ella. Entonces, la hija de Chabuca me dijo: «¿Por qué no haces un disco?». Y ahí empezó esta idea de hacer el disco. Entonces, encontramos el máster de este disco, encontramos al cajonista, o al cajonero, y a un alumno de Óscar Avilés que toca como Óscar Avilés. Digamos que tiene ese toque, ese estilo. Y entonces nos metimos en el disco y yo hago dúos con Chabuca Granda. Y se llama ‘Trialogando’, ya no dialogando, sino «trialogando». Y, bueno, ha sido tratar de recrear el sonido. Usamos los mismos micrófonos, la misma sala de eco, el mismo estudio de grabación, el mismo ingeniero de sonido. O sea, fue muy lindo hacer estas cosas. Claro, para un músico son especiales. Y para mí Chabuca Granda representa mucho del Perú. Sus valses, donde describe tantos momentos. ‘El bello durmiente’, donde habla del Perú y de las regiones del Perú. ‘Lima de veras’, y otros. ‘La flor de la canela’, donde ella cuenta cómo era Lima, la Lima que ella vio, etcétera, etcétera. Para mí siempre es un placer, sobre todo, interpretar estos valses después de mis conciertos, porque yo en mis conciertos, sea un recital o un concierto con orquesta, canto música clásica, canto arias de ópera. Pero al final saco la guitarra y la gente ya se vuelve loca. Y, si no lo hago, después me linchan prácticamente.
Algún teatro que otro ha pedido que yo firme que voy a tocar la guitarra y voy a cantar, no sé, ‘La flor de canela’ o ‘Cucurrucucú Paloma’, que ya se ha vuelto un ‘must’. Pero ‘La flor de canela’ es una de las que canto. ‘José Antonio’. Y la gente, encantada de escuchar estas canciones tan bellas, tan especiales, peruanas, pero que gustan a todo público realmente. Bueno, gracias por esta linda conversación. Y, en agradecimiento, quisiera regalarles una canción. Es un vals peruano criollo de compositor argentino. Qué bella mezcla, ¿eh? Bueno, se llama ‘Que nadie sepa mi sufrir’. Gracias por la guitarra. «No te asombres si te digo lo que fuiste, una ingrata con mi pobre corazón. Porque el fuego de tus lindos ojos negros alumbraron el camino de otro amor.
Y pensar que te adoraba ciegamente, que a tu lado como nunca me sentí. Y por esas cosas raras de la vida, sin el beso de tu boca yo me vi. Amor de mis amores, reina mía, ¿qué me hiciste? Que no puedo conformarme sin poderte contemplar. Ya que pagaste mal mi cariño tan sincero, lo que conseguirás, que no te nombre nunca más. Amor de mis amores, si dejaste de quererme, no hay cuidado, que la gente de eso no se enterará. ¿Qué gano con decir que una mujer cambió mi suerte? Se burlarán de mí, que nadie sepa mi sufrir». ¡Gracias!