“El amor a mi hija Paula me ayudó a sanar”
Isabel Allende
“El amor a mi hija Paula me ayudó a sanar”
Isabel Allende
Escritora
Creando oportunidades
Aprendizajes de vida y literatura
Isabel Allende Escritora
Isabel Allende
Desde la publicación de su título más mítico, ‘La casa de los espíritus’ (1982), Isabel Allende ha conquistado el corazón y la mente de 80 millones de lectores en todo el planeta. En la actualidad, es la escritora viva más leída en español y su obra ha sido traducida a 42 idiomas. Durante más de tres décadas, sus libros se han convertido en un fenómeno literario mundial que la han consolidado como uno de los referentes de la literatura latinoamericana, y algunos de sus títulos también han sido llevados al cine y a la televisión. Heredera del realismo mágico, sus obras aúnan la memoria, la historia, el humor, lo mágico y lo cotidiano. Dueña de un humor burlón, irónico y sarcástico; pero también de una visión social y espiritual de la vida, a sus 82 años sigue defendiendo los ideales que marcaron su juventud en Chile: el feminismo y la lucha contra la desigualdad social. Dos objetivos que persigue desde la ‘Fundación Isabel Allende’, creada en homenaje a su hija: “La mayor lección de mi vida me la enseñó mi hija, Paula. Ella me enseñó que el amor, la generosidad y la compasión son las fuerzas más poderosas para cambiar el mundo”. En su última novela, titulada ‘Mi nombre es Emilia del Valle’ (2025, Plaza & Janés), Allende vuelve a sus raíces chilenas en un relato de amor, guerra, violencia, traición y redención.
Transcripción

Hay una parte del libro, de esta nueva novela, que sucede en el sur de Chile. La protagonista se va a la guerra como quien va a una aventura. Y se encuentra en el campo de batalla la sangre, la violencia, la muerte, el dolor… Y algo cambia en ella. Entonces, se va en un peregrinaje al sur de Chile en busca de su propia alma. Esa descripción del paisaje de Chile: los volcanes, los lagos, el bosque frío, el paso de la cordillera… Todo eso yo lo viví cuando tenía, más o menos, 10 años. Mi abuelo tenía ovejas en la Patagonia argentina y una vez al año, en la época de la esquila, tomaba el tren en Santiago y llegaba hasta el sur, hasta donde llegaba la línea del tren. De ahí para adelante en unas camionetas destartaladas y después había que cruzar la cordillera en mula y a caballo. Y al otro lado, esperaban unos gauchos argentinos para llevarlo a la hacienda. Y en una ocasión, yo lo acompañé. Y ese paisaje del sur de Chile, ese paso de la cordillera, que lo hice una vez con mi abuelo y lo he vuelto a hacer algunas veces, pero ya en tiempos modernos, no en mula, se me quedó para siempre en los huesos y ha vuelto en varios de mis libros. No tengo que investigarlo, lo tengo adentro: ese viaje maravilloso con él.
Yo no tengo jefe, nadie que me diga: «Siéntate a escribir». Tengo que disciplinarme yo y tener un día para empezar es buenísimo, porque me da estructura. Yo sé que para el 7 de enero tengo que tener todo listo: mi calendario limpio, tengo que estar libre, tengo que tener mi pieza ordenada, la investigación hecha… Eso me ayuda mucho. Nunca sé cuándo voy a terminar, pero a veces termino el libro, digamos, en octubre y ya tengo una idea para otro libro. Me espero hasta el 8 de enero, espero los meses que faltan, que me cuesta mucho esperar, porque estoy como esos caballos que están así, pero espero hasta el 8 de enero. Mis editores se molestan por lo mucho que escribo, porque no alcanzan a publicar un libro y hay otro en la puerta del horno. Pero así vivo, no tengo más vida que la escritura, los perros y mi marido, mi tercer marido, que no será el último digo yo. Nunca sabes.

Tengo 24.000 cartas. En cada caja, hay entre 600 y 800 cartas, porque son las de ella y las mías. Ahí está todo, ahí está la memoria perdida, ahí está el 10 % que me lo imagino de otra manera… Está todo. Y ahora estoy tratando de escribir una memoria, que es mucho más difícil que escribir ficción, porque en la ficción yo puedo mentir todo lo que quiera, yo soy una gran mentirosa, pero en la memoria tienes que tratar de llegar a la verdad y eso me cuesta mucho más, sobre todo la verdad de uno mismo. Y ahí está todo, en las cartas. Entonces, estoy revisando esa correspondencia con mi madre, voy sacando las cajas de los últimos años y voy viendo qué pasó año a año. Ahora, desgraciadamente, mi mamá murió muy viejita, pero murió en el 2018. Desde entonces, no tengo a quién escribirle y los días van pasando uno tras otro y se pierden en el olvido. Esto no me voy a acordar para nada, mañana me voy a haber olvidado de todos ustedes, ya ni voy a saber que existieron. Eso es lo terrible con la memoria.
Entonces, cuando me dicen que hay que tener cuidado con el amor en las novelas para no caer en lo sentimental… Bueno, no me importa caer en lo sentimental, porque creo que es poderosísima la fuerza del amor. Me separé de mi marido, del segundo marido, cuando tenía 74 años, y la gente me decía: «Pero ¿cómo, después de haber invertido 28 años en esta relación, te vas a separar ya vieja? Vas a estar sola». Bueno, mejor estar sola que mal acompañada, digo yo. Pasé un tiempo sola y, después, me cayó otra persona en la vida que no la estaba esperando: un tipo que me escuchó por la radio y que empezó a escribirme todos los días en la mañana y en la noche. Al cabo de seis meses, yo fui a Nueva York, que él era de Nueva York, y dije: «Bueno, vamos a conocer a este caballero». A las 24 horas, me había propuesto matrimonio, yo le dije: «No, matrimonio jamás. ¿O sea, otro marido? Ya tengo dos. Atrás. No». Pero me venía a visitar a California… Al cabo de un tiempo vendió su casa, regaló todo lo que tenía y se vino a vivir a California conmigo. Ahí nos pescó el COVID y yo vivía en una casa chiquita con un solo dormitorio, una cama nomás y dos perros y había que hacerle espacio al tercer marido. Nos ha ido bien. Fíjate que sobrevivimos los dos años del COVID encerrados en la casa y seguimos juntos. Así que el amor es muy importante a toda edad, pero ahora no hay pasión como la había antes. O sea, ahora no haría una locura por pasión, no saldría disparada detrás de Antonio Banderas. No, ya no.
Así que para mí el humor ha sido muy importante en la vida. Ahora como vivo en Estados Unidos, vivo en inglés y muchas veces el humor no se puede traducir. En los libros míos, yo veo que la mayor dificultad que tiene el traductor es la ironía y el humor, porque es muy local, es muy cultural, pertenece a una cierta parte en un cierto momento. De manera que es muy difícil traducirlo. Pero, como yo estoy casada con un americano que no habla una palabra de español, trato de traducirle al inglés algunas cosas que uno dice, se molesta terriblemente. Así que no funciona desgraciadamente. También trato de traducirle las cosas de amor que nosotros decimos, que en inglés suenan terriblemente sospechosas. Por ejemplo, si yo le digo: «Luz de mis ojos, light of my eyes». Se me queda mirando como si hubiera perdido la cabeza. Hay que tener cuidado con la traducción.

Cuando terminé el libro, había corregido tanto, porque la delicia de corregir sin tener que pegar con «scotch»… Lo leí y no era yo, era una cosa acartonada, formal, demasiado corregida, porque no conocía el medio todavía. Pero desde que existe la computadora, me cambió el trabajo absolutamente y ahora hay muchos recursos para la investigación que no había antes. Antes tú tenías que ir a una biblioteca, tenías que conseguir las cosas, leer mamotretos para poder obtener una frase que te servía. Hoy en día tienes, por supuesto, el internet, pero ahora tienes la inteligencia artificial, que yo todavía no la he usado, pero que me fascina la idea. Imagínate que yo le puedo decir a la inteligencia artificial: «Escríbame un libro sobre tal cosa». Y no tengo que hacer nada, firmarlo nomás. Fantástico, fantástico… Ese será mi futuro. Oye, pero me acaba de pasar una cosa con la inteligencia artificial que me da terror. En un programa de televisión en Nueva York, la persona que me entrevistaba me dijo: «Yo le pedí a la inteligencia artificial que me escribiera una carta de amor en el estilo de Isabel Allende». Ante mi horror, una carta en que habla de las mariposas que salen del alma y que las flores… Lo que yo no diría jamás, ni siquiera a Antonio Banderas. Entonces, el terror de que te atribuyan lo que tú nunca dijiste… Eso sí es un problema.
Ningún tiempo pasado fue mejor que el de ahora, por muy malo que este sea. ¿Por qué? Porque el tiempo pasado que fue mejor lo fue para muy poca gente, pero la gran mayoría de la gente está mejor hoy de lo que estaba antes. Hay más educación, más información, más salud, más comunicación, más progreso, más ciencia que la que había antes para más gente… Y eso es evolución. Yo nací en la mitad de la Segunda Guerra Mundial, en la época del Holocausto, de las bombas atómicas… Unos 50 millones de refugiados nada más que en Europa. No existían los derechos humanos, no existían las Naciones Unidas, el feminismo estaba en ciernes, los derechos de los niños, de la naturaleza… Todo eso ha venido en mi época, en los años de mi vida. Hay que mirar el futuro a largo plazo. Cuesta mucho porque uno vive en el presente. Bueno, a mi edad, yo siento que yo no lo voy a ver, muchas de las cosas que quiero ver, pero siento que soy una parte de un proceso, parte de una cadena… El aporte que yo haga no voy a ver el resultado, pero puede ser que lo vea mi nieta. Entonces, eso me mantiene andando. Yo creo que lo más importante es mantenernos informados, unidos y comunicados. Cuando uno está solo, se siente muy vulnerable, y la verdad es que uno es muy vulnerable cuando está solo, pero cuando estamos juntos, somos una fuerza tremenda. Esa sensación de que juntos podemos hacer cualquier cosa, eso es lo que me mantiene siempre optimista.
