“¿Tu hijo es una orquídea o un diente de león?”
Philippa Perry
“¿Tu hijo es una orquídea o un diente de león?”
Philippa Perry
Psicoterapeuta y escritora
Creando oportunidades
El vídeo que ojalá tus padres hubieran visto
Philippa Perry Psicoterapeuta y escritora
Philippa Perry
Como un torbellino entra a la entrevista saludando a todos los presentes y se introduce con la humildad impropia de una de las psicoterapeutas más prestigiosas y reconocidas del Reino Unido. Revelaría más tarde que su disposición a la apertura es un particular truco de autonarrativa: “Yo me voy a sentir mejor si pienso que todo el mundo es agradable e interesante y que quiero conectar con ellos”.
Sus libros gobiernan las estanterías de destacados de las principales librerías de la capital británica. Perry es mundialmente conocida por ‘El libro que ojalá tus padres hubieran leído’, un manual básico para padres y madres que ha sido un éxito superventas traducido a más de 40 idiomas. Además, es autora de ‘Couch Fiction’, ‘El libro que necesitas leer para no perder la cabeza’ o, el más reciente, ‘El libro que ojalá todos tus seres queridos hubieran leído (y no tan queridos)’. La escritora estudió Bellas Artes pero acabó en la psicoterapia de manera orgánica. Tras 20 años de consulta privada encontró en la escritura un lugar para ayudar a los demás desde el autoconocimiento. Actualmente, es habitual encontrarla participando en programas de televisión o radio y sus columnas en ‘The Observer magazine’, en The Guardian, son un referente de los consultorios sentimentales.
"La mayoría de los padres y madres son bienintencionados pero no tienen las herramientas adecuadas", asegura. En su trabajo, Perry explora la complejidad de las relaciones humanas y aboga por la sensatez y el autoconocimiento como manera de enfrentarnos al mundo y, ojalá, ser más felices en el camino.
Transcripción
Después me harté de eso y me quise ir a vivir a Londres. Porque por entonces vivía en Oxford y me llamaban las luces de la gran ciudad. Nunca me planteé a qué iba a dedicarme o cómo iba a labrarme una carrera. Y había un programa de gestión en McDonald’s, una cadena de hamburgueserías que acaba de empezar. Debían de ser principios o mediados de los ochenta, comer sin cubiertos me pareció una revolución y pensé: «Esta empresa es una pasada, voy a ver». Trabajé en el Oxford Circus, que estaba superconcurrido, y disfruté muchísimo gracias a la gente, gracias a las personas que pasaban por allí, personas de todas partes, con vidas totalmente diferentes… Y muchos estudiantes tienen un año para viajar por el mundo. Yo me quedé en Londres, pero fue como un Erasmus en el que viajé por todo el mundo gracias a todas aquellas personas, con historias tan distintas y de países tan diferentes. Después, heredé dinero de una tía. No había fallecido, pero me dio el dinero. Me dio unas cincuenta mil libras, que es mucho dinero, y me permití tomarme un tiempo de descanso y estudio. Siempre me había gustado dibujar y pintar, así que por qué no estudiar Bellas Artes. Monté mi porfolio y entré en Bellas Artes. Y, bueno, me convertí en artista. Fueron cinco años, era una carrera larga. Y trabajé como artista durante unos dos años después de graduarme. Pero me harté de estar sola, tomando leche en polvo en un estudio. Sí que vendía mis obras, pero se las vendía siempre a la misma persona y me estaba empezando a aburrir. Y encima luego me enteré de que el tipo utilizaba mis obras para… O sea, vendía obras a coleccionistas y añadía una de regalo, y la mía era el regalo. Y me quedé un poco… No me gustó. Pero en todo momento mi trabajo iba derivando cada vez más hacia la psicología y yo leía cada vez más sobre psicología. Aunque siempre decía: «Uf, no, psicoterapeuta no quiero ser, es muy difícil…». Fui voluntaria en un teléfono de asistencia contra el suicidio que se llama Samaritanos y trabajé ahí como voluntaria durante cuatro años, así que eso me dio tablas. Y dije: «Bueno, voy a hacer un cursillo de introducción, pero nada más, psicoterapeuta no voy a ser. Una introducción a la asistencia psicológica y ya». Y luego hice otro y luego otro y otro, y cuatro años después me dijeron que no podía seguir si no empezaba a tener pacientes, porque había que llevar el trabajo que hicieras. Y dije: «¡Madre mía, tengo que hacerlo!». Y entonces di el paso y me hice psicoterapeuta.
"El elemento más importante para el equilibrio mental puede que sean las historias que nos contamos a nosotros mismos"
Muchas veces no nos damos cuenta de cómo nos estamos hablando. A veces damos por hecha nuestra crítica interna, como si fuera real. No es real, nos es meramente conocida. Solemos confundir un relato conocido con un relato real, porque nos lo hemos repetido tanto que parece verdad, o nos lo han repetido tanto que parece verdad. Y no es real, solo nos es conocido. Algo que resulta muy útil es desembrollar todo eso que nos han repetido o que nos hemos repetido nosotros mismos y quedarnos solo con la verdad. Puede que te encuentres con que no te quedan historias. Algunas encontrarás. Esas historias que nos contamos probablemente sean la clave para mantener la mente equilibrada. Si entras en un sitio pensando «Nadie quiere hablar conmigo, todo el mundo piensa que soy un rollo, a mí todo el mundo me parece un rollo…» y te quedas mirando al suelo, sin establecer contacto visual con nadie… Al final será una profecía autorrealizada. Si entras y dices: «¡Hola!»… Por ejemplo, anoche fui a una fiesta donde no conocía a nadie. Entré y dije: «¡Hola, soy Phil!», fui con disposición de apertura y me lo pasé genial. Pero si hubiera entrado cabizbaja, la gente hubiera pensado: «Esta no mira a nadie, mejor no me acerco». Entonces, lo que hay que decirse es: «Todo el mundo es agradable e interesante y piensan que yo también lo soy». Puede que no sea verdad, pero da igual, y yo me voy a sentir mejor si pienso que todo el mundo es agradable e interesante y que quiero conectar con ellos.
Y te podrán decir: «Ostras, vale, ¿qué parte de ti se siente invisible?». «No lo sé, tengo que descubrirlo». «Vale, pues yo te ayudo». Ese tipo de conversaciones difíciles. Si tu pareja te dice que se siente sola en la relación, no hay que tomárselo de forma personal, porque seguramente sea por algo que no te está diciendo o que no se ha dicho a sí misma. Y es algo que podéis trabajar entre los dos. Entonces, por un lado, el compromiso. Por otro, creo que es genial que cada uno salga y tenga su propia vida y sus propias experiencias y que luego las traiga a la relación. Eso enriquece, porque se está introduciendo información nueva del exterior. Dos personas que piensan igual, que ven el mundo igual y que van paralelamente… Eso no aporta la diferencia suficiente para que sea interesante. La otra persona te gusta justamente porque es diferente. Pero si tú tienes a tus amigos, tienes tu trabajo… y tu pareja tiene los suyos, después podéis compartir eso, podéis integrar al otro en vuestros respectivos círculos, presentaros a vuestros amigos, etcétera. Todo eso crea interés. Y la diferencia hay que mantenerla, porque, si yo siento que mi marido y yo vamos así, paralelamente, lo que tengo que hacer es, por ejemplo, ir a verlo al trabajo, cuando está en otro ambiente, porque ahí vuelvo a verlo como persona independiente. Y digo: «Uy, qué tipo tan interesante». Pero si solo ves a la persona en casa, no hay suficiente diferencia. El confinamiento fue un reto para mucha gente porque muchas parejas podían llegar a asemejarse demasiado. Podías leer libros distintos o escuchar ‘podcasts’ diferentes y luego hablar de ello, o discutir sobre qué película ver y tal, pero fue difícil no poder traer nada de fuera. Porque incorporar cosas externas mantiene la frescura en una relación. Creo que, en pareja, es esencial recordar que somos un equipo, pero también que tenemos una vida aparte, que luego podemos compartir también con esa pareja. Eso da fuerzas para seguir. Yo llevo casada treinta y cinco años y sigo descubriendo cosas, y eso es lo que me gusta.
“Los niños necesitan atención. Necesitan mucha atención. Porque solo te tienen a ti”
El cambio es amplio. El cambio es una faceta inevitable de la vida. Es la única cosa de la que podemos tener la certeza de que va a ocurrir. Nos hacemos mayores. Fuimos bebés y, con un poco de suerte, llegaremos a ser ancianos. Ese es un cambio inevitable. Otros cambios tienen que ver con enamorarse y desenamorarse, con mudarse, con una guerra que nos lleva a ser refugiados… El cambio es inevitable. La única constante en la que podemos confiar es en el cambio. Poder adaptarse a él es otro de los aspectos de estar mentalmente equilibrado. Algunos cambios nos vienen dados y otros tenemos que propiciarlos nosotros para prosperar. Si de pequeños no nos dedicaron la atención suficiente, de adultos puede que seamos dependientes. Pero a la gente le suele molestar tener un amigo pegado como una lapa o una pareja celosa y posesiva. Lo que hay que hacer es: aun teniendo las emociones que nos llevan a pegarnos al otro, actuar diferente de manera intencional. Si tenemos un comportamiento que no nos está ayudando, tendremos las emociones que nos empujan a dicho comportamiento. El truco está en sentir la emoción y cambiar el comportamiento. La emoción no se puede cambiar, porque la emoción sigue al comportamiento. Si tienes una actitud nueva, las emociones la seguirán. Así que no hay que preocuparse, aunque dé un poco de miedo. Por ejemplo, cuando hablo sobre esto con mis clientes, muchas veces vienen con una metáfora sobre qué sienten ellos por cambio. Y una clienta me dijo que su antiguo mecanismo de supervivencia, que ya no le servía… Porque, a veces, lo que nos ayuda a sobrevivir en la infancia ya no nos sirve de adultos. Por ejemplo, mentir. Entonces, me decía que la antigua conducta era como estar colgada de una cuerda y que debajo hubiera un abismo enorme. Decía: «Sentía que, si no soltaba la cuerda, iba a morir, pero que, si la soltaba, iba a caer al abismo y morir. Pero no tenía opción, así que me solté y ¿sabes qué? El suelo estaba a cinco centímetros. Yo creía que iba a caer y caer, pero aterricé enseguida». Otro paciente me contó un sueño que había tenido, en el que había cambiado su conducta.
En el sueño, él estaba al borde del Gran Cañón y tenía que llegar al otro lado de un solo paso, pero pensaba que, si daba el paso, se iba a caer al abismo. Pero sacó el pie y el otro lado se movió hasta llegar a él, de forma que solo tuvo que dar un paso normal. Era una simple grieta, no el cañón. ¿No es increíble? Eso es lo difícil que es cambiar. Creemos que es soltar la cuerda o cruzar el Cañón de un paso, pero es mucho más fácil de lo que parece. Porque lo que queremos cambiar es normalmente un antiguo mecanismo de supervivencia. Puede ser, por ejemplo, guardárnoslo todo para nosotros mismos y encontrarnos solos porque no tenemos conexiones. Esa es una actitud que quizá queramos cambiar. O quizá queramos cambiar que nunca hacemos ejercicio, o que comemos mal, o que sentimos que todo el mundo está en nuestra contra y que debemos protegernos antes de que ataquen. Esa cuesta mucho atreverse a cambiarla, pero, cuando lo hacemos, el mundo se abre, se vuelve normal y más fácil. El cambio es difícil, pero a veces, muy necesario.
Se trata de buscarle sentido a la vida. Hay un libro de Viktor Frankl que se titula ‘El hombre en busca de sentido’. Él estuvo en un campo de concentración, no era libre, a menudo tenía que caminar por la nieve sin zapatos… Era muy fácil que llegara a la conclusión de que, si ese era el sentido de su vida, no merecía la pena vivirla. Muchos de sus compañeros lo pensaron y murieron. Pero él dijo: «Mi mente es libre. Tienen mi cuerpo, pero a través de mi mente puedo ir a donde yo quiera». Y siguió adelante imaginando cómo pasaría el tiempo cuando saliera de allí, qué libros escribiría, que estaría con su mujer… Entonces no sabía que ya había fallecido, pero pensar en ella le ayudaba a seguir adelante. Y, cuando descubrió que darle sentido a tu vida marca la diferencia entre vivir una vida plena o una vida vacía, en el año… 1946, escribió ‘El hombre en busca de sentido’. Y luego volvió a ejercer como psicólogo. Y un hombre fue a verlo… Te pongo un ejemplo de encontrar el sentido. Un hombre fue a verlo porque ya no le veía el sentido a seguir viviendo tras la muerte de su esposa. Habían estado cincuenta años juntos. Y Viktor le dijo: «¿Cómo lo habría pasado tu mujer si tú te hubieras ido antes?». Y él respondió: «Uf, lo habría pasado fatal, no lo hubiera superado. Ella era muy frágil, me necesitaba físicamente y necesitaba poder hablar conmigo… Habría odiado vivir sin mí». Entonces, Viktor le dijo: «Sobreviviéndola, la has librado de ese dolor». De nuevo, su sufrimiento tenía sentido. Estoy sufriendo la pérdida de mi mujer, la echo de menos, para que ella no tenga que echarme de menos a mí. Y, así, su vida volvió a tener sentido y él se sintió un poco mejor. No podía revivir… Muchas veces no podemos cambiar las circunstancias, Viktor no podía devolverle a su mujer, pero él podía cambiar su forma de ver la situación. Cuando estamos encerrados en algún tipo de prisión, ya sea trabajar en una cadena de producción o lo que sea, nuestra mente sigue siendo libre y podemos darle un sentido a aquello que hacemos, a por qué lo hacemos. Y, para mí, un buen sentido que dar es el amor por otras personas. No hay que tener pareja necesariamente. El amor propio y el amor por los demás pueden darle sentido a tu vida. O te buscas tu propio sentido, o robas alguno de algún sitio. Los que creen en Dios y van a la iglesia han encontrado ese significado en la calle y les ha servido. Y suelen ser más felices que quienes no pertenecen a una iglesia. La pertenencia es una forma fantástica de darle sentido a la vida. Todos necesitamos sentirnos ligados a algo, ya sea a una familia, a un gato, a un coro, un grupo de ‘running’, un club de lectura… Pertenecer a algo o a unas cuantas cosas le da a nuestra vida un sentido y un propósito. Pertenecer y ayudar a otras personas a pertenecer es un buen sentido que darle a la vida.
“El cambio es inevitable. La única constante en la que podemos confiar es en el cambio”