“Sin educación no hay futuro”
Abrasha Rotenberg
“Sin educación no hay futuro”
Abrasha Rotenberg
Escritor
Creando oportunidades
Una vida de amor con argumento
Abrasha Rotenberg Escritor
Abrasha Rotenberg
El amor incondicional y el darse cuenta realmente de que el otro existe han sido las grandes lecciones de casi un siglo de vida. A sus 97 años, el escritor y periodista Abrasha Rotenberg, continúa con curiosidad, ilusión y un brillo en la mirada que relatan su manera de habitar el mundo. Su historia está marcada por una trayectoria llena de desafíos y superaciones que reflejan su determinación y espíritu libre: “Todo lo que no sea seguido de algo que pueda hacer el bien debe ser excluido de tu vida. Respeto al otro aunque yo no piense lo mismo y respeto el derecho de reflexionar sobre cualquier tema sin necesidad de someterte a lo que el ambiente, la ley o el que dirige piensan. Ser independiente siempre en tus ideas es la base, sin eso estás perdido”.
Nació en Ucrania en una época de cambios y turbulencia pero fue en Argentina donde creció y comenzó a forjar su camino con un lema presente: “Un fracaso solo es la apertura de otras posibilidades”. Una vida a caballo entre las letras y la economía, y una pasión por la literatura como alimento que expandió su perspectiva ante una cuestión vital: la educación. “Tenemos que replantearnos qué quiere decir educación. Yo creo que tecnología, sí, pero sin alma, no, tecnología sola no significa ‘bienestar’. Educación para aprender a disfrutar de la vida y no ser solamente instrumentos mecánicos de conocimiento, tenemos que ser seres humanos con conocimientos y sensibilidad”, reflexiona.
Con su pluma llena de sabiduría acumulada a lo largo de los años, Rotenberg encontró en la escritura un medio para compartir sus profundos pensamientos, y a pesar de las dificultades que el tiempo impuso, su pasión por contar historias y su amor por las palabras nunca disminuyeron. Un acto creativo de inspiración y perseverancia en el que encontraremos las palabras de alguien que ha experimentado los altibajos de la vida y retrata en la escritura una forma de eternidad.
Transcripción
Les voy a contar simplemente qué ocurrió conmigo en la Unión Soviética. Cuando nací, mi padre, que no era ni obrero, ni campesino ni intelectual, y para los comunistas era un parásito, se fue de la Unión Soviética a buscar su vida y su futuro en la Argentina, donde vivía uno de sus hermanos. Me crie como una especie de huérfano protegido; pero, viviendo en la Unión Soviética, mi madre, que era una luchadora, consiguió trabajo. Y, aunque un tiempo estuve solo con mis abuelos, una parte de esa vida de trabajo la viví junto a mi madre. ¿Por qué lo señalo? Primero, porque mi familia se componía de dos ramas totalmente antagónicas. Abuelos, en cuya casa nací y seguí viviendo, y tíos. Abuelos, en cuya casa había que hablar en voz baja, sobre todo de política. Tíos, hermanos de mi madre, que vivían en un pueblo a 30 kilómetros de donde yo nací.
Hablaban en voz alta. Eran comunistas fanáticos. En esos dos mundos me crie poco tiempo, porque a los cuatro años mi madre consiguió un trabajo en uno de los sitios más inhóspitos de la Unión Soviética: una ciudad que proyectaba Stalin, que se llamaba y se llama Magnitogorsk, que en 10 o 20 años tenía que transformar a ese país, que era agrícola o ganadero, en un país industrial. ¿Por qué Magnitogorsk? Porque quien vivía en Magnitogorsk, tenía derecho a trabajar en Moscú. Por lo tanto, desde Magnitogorsk pasamos a Moscú y vivíamos en una casa colectiva frente al Kremlin. Y mi infancia era contemplar la larga fila de ciudadanos de todos los colores que iban a visitar la tumba de Lenin. Mi padre tardó siete años en conseguir que nos dieran una visa de salida de la Unión Soviética para que volviéramos a la Argentina.
El barco que nos conducía a la Argentina salía del puerto de Bremen. Por lo tanto, como no había relaciones entre la Unión Soviética y Alemania, había que ir primero a Estonia, arriba, y desde ahí llegar a Alemania. Llegamos a Alemania con mala y buena suerte. Mala suerte porque una parte de los visitantes, de los viajeros, se enfermó de tracoma. Hoy nadie habla del tracoma, pero el tracoma es una enfermedad contagiosa de los ojos que deja a la gente ciega. Entonces el gobierno decidió apartar a una parte de los visitantes para que no se contagiaran. Y el gobierno de Hitler nos mantuvo a mi madre y a mí durante tres meses. Veníamos de un país comunista y éramos judíos.
Así que… ¿qué me pasó en Alemania? Fue una experiencia muy impactante. Alemania, lo primero, es un país muy desarrollado, pero, independientemente, el nazismo tenía una escenografía impactante. Yo nunca voy a olvidar la marcha de los chicos jóvenes, con la bandera, con la ropa limpia y con una energía extraordinaria marchando por Unter den Linden, la gran avenida de Berlín. Eso, como yo no tenía idea de lo que era el nazismo, me producía una sensación de pobreza con relación a lo que había visto en la Unión Soviética. Eso sí que era poderío, etc. Llega el nazismo, que terminó matando a mi familia, tanto en Rusia como a todos los judíos, ustedes conocen, del Holocausto. Nombro esto porque quiero mencionar los momentos importantes que me tocó vivir y que me dejaron huella.
Lo tercero, llegué a la Argentina y conocí a un padre que era un desconocido. Hasta ese momento yo era un huerfanito y, como todo huerfanito, mis tíos me cuidaban. Podía hacer cualquier cosa: «Pobrecito, no tiene padre». Y descubrí que había un padre que ordenaba, que tenía autoridad. Y tuve una relación muy conflictiva con ese padre hasta que, a los 62 años, acompañándolo en su enfermedad, empezamos a conversar y descubrí a un hombre extraordinario. Pero tarde. ¿Qué pasó en la Argentina? En primer lugar, descubrí algo que no sabía. Llegué a Buenos Aires, tenía ocho años ya, en el mes de noviembre, y en marzo comenzaban las clases. Yo hablaba solamente dos idiomas: ruso y ucraniano. Y claro, tenía que aprender el castellano rápidamente, porque en marzo tenía que entrar al colegio, a la escuela. Entré a la escuela, pero antes tuve una experiencia muy extraña, y fue que caminando por la calle…
¿Dónde vivíamos? Eso es importante que lo conozcan. Vivíamos en un barrio muy pobre de inmigrantes italianos, españoles y judíos. Los españoles estaban enfrentados: había republicanos y había realistas. Los italianos estaban enfrentados. Mussolini había tomado en 1922 el poder. Había fascistas y antifascistas. En una sola cosa, no estaban en desacuerdo. Todos detestaban a los judíos. Pero yo no lo sabía porque yo no tenía idea de que era judío, hasta que saliendo a la calle me empezaron a gritar, y eso sí que me tocó porque veía que era hostil, sin entender: «asesino de Cristo». Recuerden que era preconciliar, año 1933. Entonces empecé a preguntar: «¿Que es esto?». Yo no entendía nada. Mi casa era Babel porque vivíamos con unos tíos. Unos hablaban ruso, otros hablaban ucraniano, otros hablaban mal castellano, otros hablaban yidis.
Yidis es el idioma de los judíos de la Europa Oriental, que ha creado una enorme literatura, porque yo no tenía ni idea de lo que era eso, porque yo no recuerdo que ni en la casa de mi abuelo ni en la mía… O tal vez lo hablaban, pero yo no le presté atención… se hablara otro idioma que ucraniano en la casa. Y miren qué curiosidad, ahora que recuerdo. En la escuela donde yo iba, ¿qué se estudiaba? Ruso, no ucraniano. Ucraniano era el segundo idioma. Era el que se hablaban en la casa. Como ustedes ahora pueden entender por qué ocurre lo que está sucediendo ahora con Ucrania. Stalin rusificó a toda la Unión Soviética y nos obligó a todos a hablar el idioma local y el ruso. Bueno, como yo viví en Moscú, hablaba un ruso buenísimo. En todo caso, esa agresión en la calle despertó mi curiosidad. Y quise estudiar también en una escuela judía. Y lo que ocurre es que, en vez de sentirme dolorido por esa agresión, sentí muy inconscientemente siendo un niño que se abría un camino nuevo en mi vida.
Así que desde ese momento seguí aprendiendo y descubriendo el judaísmo, no como religión, sino como una experiencia cultural, humana, histórica y ética. Y por otro lado me incorporé a la vida argentina con mucha pasión. Tanto es así que recuerdo que a los 16 años yo ya tenía opiniones políticas con respecto a lo que ocurría en la Argentina. ¿Qué ocurrió conmigo en la Argentina? Bueno, seguí una vida de rutina, pero con algo que heredé de la Unión Soviética: la pasión por el saber y la lectura. Claro que en la Unión Soviética leíamos solamente los libros, los poemas de Makárenko o todo lo que se refería a la grandeza del camarada Stalin. Me sabía de memoria, no sé, 10, 20 poemas en homenaje a Stalin. También me abrió la pasión por la lectura.
Esa fue una muy buena herencia. Hice lo que se estudiaba. Estudié en un colegio judío, en un colegio argentino, escuela secundaria, universidad. Pero desde niño, a los 14 o 15 años, empecé a trabajar. Me gustaba eso. Bueno, terminé la Facultad de Ciencias Económicas y luego se produjeron varios hechos fundamentales. La guerra. Cuando estalló la Guerra Mundial, yo seguía los mapas de los avances de las tropas alemanas. Cuando invadieron la Unión Soviética, mucho más todavía, porque mi recuerdo de la Unión Soviética era de amor. No políticamente, pero sí de nostalgia, de haber recibido cariño, etcétera. En la Unión Soviética, el hecho fundamental estaba centrado en la educación. Fue muy importante eso, educación para un mundo que no existió, porque nací en un país que era la gran esperanza y terminó en el gran desencanto. En 70 años, el sueño del hombre nuevo terminó en la tragedia de, primero, la guerra y, segundo, la desaparición prácticamente de esa Unión Soviética.
Cuando se creó la Unión Soviética, yo, como sabía hebreo, fui convocado para trabajar en la Embajada de Israel en Argentina y a través de ese vínculo y de lo que significaba Israel conseguí una beca. Yo estudiaba Ciencias Económicas para estudiar economía en la Universidad de Jerusalén. Cuento esto porque el año que viví en esa Israel idealista, soñadora, me cambió la vida. En primer lugar me desvinculó de mi familia. Lo más difícil para todo joven es desprenderse de los preconceptos que uno hereda en la casa. Son muy difíciles de cambiar. Nosotros, nuestra primera educación, es nuestro hogar, y todo lo que yo aprendí… El hogar estaba lleno, no de los prejuicios de mis padres, sino de mis abuelos, de mis bisabuelos y de una larga saga, como todos nosotros.
Nuestra casa no es solo nuestra casa. Nuestra casa es una historia cultural. En Israel rompí con todo eso. Descubrí un país nuevo y descubrí algo terrible. Después del Holocausto, las víctimas supervivientes no querían hablar nada de lo que había sucedido. Tenían vergüenza. Era tan inhumano ser un superviviente del infierno que no quisieron hablar absolutamente nada del tema. En Israel llegaron muchos supervivientes y yo tuve una historia que se lo repito acá: conocí a una muchacha que era una superviviente. De pronto un día se le levantó la manga, y vi un número. Le pregunté: «¿Qué es esto?». Bueno, fue una noche inolvidable. Me contó lo que habían pasado. No lo podía creer nadie. Era como decía Hitler: «Lo que les hacemos a los judíos, cuando lo cuenten, nadie lo va a creer».
¿Cómo Alemania podía hacer una cosa así? Pues sí. Ahí descubrí lo que era el Holocausto en la parte más sucia. Y a mí me marcó mucho esto, porque hoy puedo decir que después del Holocausto, no solo los judíos, sino cualquier ser humano, tiene el derecho de ser agnóstico o no creer más en Dios. Hay un poeta en Yidis que se llama Itsik Manger que escribió, y voy a tratar de traducir libremente, cuatro estrofas sobre el sobre el holocausto. Dijo: «El rabino está sentado y no habla con nadie. El rabino sufre. El rabino está cabizbajo. El rabino está enojado con su Dios». Eso.
Pues bien, mi experiencia en Israel fue una experiencia de solidaridad, de independencia, de pensar distinto. Y luego, mi padre tenía 62 años cuando falleció, y yo me pasé meses con él descubriendo lo que es ser un inmigrante en los años 30. No era fácil en un país en crisis. ¿Qué hice? Me dediqué no solo a la economía, sino al periodismo e intervine en la fundación de varias revistas muy trascendentes asociado a uno de los periodistas más brillantes que tuvo la Argentina, que se llama Jacobo Timerman. Intervine asociado en la fundación de un periódico que se llama «La Opinión».
Salió su primer número el 4 de mayo de 1971 y, cinco años más tarde, el 4 de mayo de 1976, en España, salió un periódico similar con la misma consigna: el diario independiente de la inmensa minoría. Se llama acá «El País», que sobrevivió porque España era un estado democrático y «La Opinión» a los seis años fue confiscada. Timerman encarcelado, y yo que me había venido porque estaba muy amenazado. Había venido a España con mi familia para no sufrir por lo menos un asesinato. Me quedé acá en España y comencé una nueva vida de mucho agradecimiento a este país.
En momentos muy duros, en que nos confiscaron no solamente el periódico, sino todos nuestros bienes en la Argentina, y en un momento políticamente muy duro para España, tuve, y agradezco, la oportunidad y puedo decir que la experiencia de la transformación de una España que había salido de una dictadura en una democracia. Desde lo que yo viví en el año 1976 hasta hoy, lo único que puedo decir es: «Gracias por haberme permitido vivir esta historia». Luego, hace ocho años, nuestra hija vivía en Buenos Aires, nuestro nieto argentino vivía en Buenos Aires, decidimos volver allí. Estoy viviendo ahora en Buenos Aires, pero acá entre ustedes, desconocidos, no lo son. Ustedes son, sin conocerlos, amigos que tienen la paciencia de escuchar una historia de 97 años, la del siglo que he tratado de sintetizar.
O tal vez se me fue la mano en una dispersa exposición para que ustedes puedan preguntar lo que se les ocurra. Estoy a su disposición. Muchas gracias por escucharme.
Cecilia no tuvo problemas con su vocación. Ariel todavía estudiaba en la escuela secundaria. Me vas a perdonar, Ariel, porque voy a contarlo. Y decidió que su mundo era la música. Lo planteó. No le interesaba seguir estudiando en la escuela secundaria. Le interesaba dedicarse a la música. Y yo le dije: «Es tu riesgo, puedes correrlo·. Y además tienes que saber que un fracaso no significa nada. Un fracaso es la apertura de otras posibilidades. Así que, si te interesa la música, dedícate a la música y corre el riesgo. Nosotros te vamos a acompañar siempre». Y bueno, parece que nos salió mal. Sin educación no hay futuro. Más aún, tenemos que replantearnos cómo tiene que ser la educación en esta época, donde la velocidad del conocimiento es tan intensa, donde todo nos llega al minuto, donde somos testigos de los acontecimientos. Antes nos enterábamos de lo que ocurría. Ahora lo vemos. Tenemos que plantearnos qué quiere decir educación, cómo acomodar mentalmente a la gente joven a un desafío que nosotros no tuvimos, que es la inteligencia artificial, la tecnología avanzada.
La literatura. ¿Tiene lugar en ese mundo? Lo que viene no va a ser solamente un hombre especializado en algo, y la idea del hombre universal, con la mente abierta para otros temas se va a terminar. Yo creo que fundamentalmente tecnología, sí, pero sin alma, no, tecnología sola no significa «bienestar». Más aún, la pandemia nos enseñó algo terrible. Que la tecnología, es decir, el cuidado de la pandemia, nos llevó a un aislamiento total. El hábito que teníamos, por ejemplo en Argentina, de vernos en un café, de charlar con los amigos, de los encuentros sociales… cambió. La gente se queda sola. Hay que tener cuidado con eso. Educación para la vida colectiva. Educación para aprender a disfrutar de la vida y no ser solamente instrumentos mecánicos de conocimiento. Tiene que ser una educación que no deja a un costado el aspecto humanista. Tenemos que ser seres humanos con conocimientos y sensibilidad. Para eso está la educación.
Tener relaciones con el exterior era muy peligroso. Entonces un vecino amigo de mi tío, el superviviente, empezó a escribirnos y a pedirnos que mandemos comida a Rusia, pues no había. Empezamos a mandar carne desde la Argentina. Hasta que un día mi madre, cuando murió mi padre, decidió, y yo la apoyé, ir a la Unión Soviética, a Moscú, a ver a ese tío que era hermano, el único superviviente de la familia. Pasó esto. Un día antes de viajar, recibimos ya directamente la correspondencia de ese tío diciendo: «En el aeropuerto, todos los hermanos te vamos a recibir». Una frase rara porque estaba solo. Entonces, claro, como el amigo de él era como un hermano, pensamos eso. Mi madre parte para Moscú y llega otra carta al día siguiente de su partida, donde cuenta lo siguiente: mi tío, ese del cual estoy hablando, iba caminando por la calle Arbat, que es una calle peatonal de Moscú y, de pronto, no puede creerlo.
Frente a él hay este tío mío, hermano de mi madre, vivo. Se quedan perplejos. ¿Y qué pasó? Dice: «No, no, yo vivo. Todos vivimos porque nos escapamos a China, a la frontera china y volvimos». Entonces mi madre llegó a Moscú y todos los hermanos por los cuales lloró durante 25 años estaban vivos. Pero vuelvo a mi tío. Cuento esta anécdota para que vean lo que es la guerra y las cosas que impresionan. Mi tío, administrador de Berlín, alto coronel del ejército soviético en el año 1967, cuando estalla la Guerra de los Seis Días en Israel, es convocado por sus compañeros, y le dicen lo siguiente: «Mira, tú formas parte del Comité Central de Ucrania, pero lo lamentamos mucho, porque hasta ahora la Unión Soviética apoyaba a Israel, pero por razones de tipo económico, petróleo, etcétera, vamos a apoyar a los árabes. Y, como tú eres judío, vas a sentirte molesto estando acá y te pedimos que renuncies».
Pero mi tío dijo: «¿Cómo voy a renunciar? Yo soy ucraniano. ¿Qué tiene que ver eso? Ni soy religioso, nunca fui a una sinagoga». Fuera. Después de muchos años y con todas las medallas, ¿dónde terminó mi tío con su historia y con su idealismo? La última vez, lo vi en 1973 en la Unión Soviética y le pregunté: «Tío, ¿qué es lo que te pasó? Los sueños, los ideales, el hombre nuevo… ¿Dónde está el hombre nuevo?». Y él decía: «El hombre va a ser siempre el hombre». ¿Qué podía decir y defender? Como anécdota, a los 103 años murió. ¿Dónde? En Nueva York. Pero él fue una referencia, porque me quedé horas hablando, contándome al principio, cuando lo vi por primera vez, el mundo nuevo que iba a aparecer, el mundo nuevo que se estaba creando. Lo que era… Después de haber abatido al nazismo, lo que se presentaba por el futuro glorioso de la Unión Soviética y de la humanidad. El sueño terminó en pesadilla.
Por ahí hay autores y poetas que me llegan profundamente. Por ejemplo, hay un libro que lo he leído… No quiero exagerar, pero ocho o diez veces, sí. Es «La montaña mágica» de Thomas Mann. Es un libro escrito más o menos hace un siglo. Un poco menos. No. Menos, menos, menos. 80 años. Es una historia donde posiblemente está escrita una declaración de amor única. Única. No lo he leído en ningún otro libro y cada vez que lo leía, leía otro libro. Era como cuando uno va subiendo una montaña y el paisaje, 20 metros más abajo, al subir se transforma. Ves otra cosa. Y yo, cada vez que escalaba esa lectura, veía otro libro y descubría otros recovecos de los que no me había dado cuenta. Pero lo importante no es lo que uno ha leído. Hay gente que ha leído un libro en su vida y lo ha asimilado tan bien que se ha enriquecido con uno solo.
Yo leí muchos, no sé. Me han quedado frases, me ha quedado humor… Mira lo que se me viene a la cabeza: Mary McCarthy era una escritora americana muy interesante, muy amiga de Hannah Arendt. Ustedes saben quién es Hannah Arendt, una filósofa muy interesante judeo-alemana. Tiene una frase sobre las mujeres que no sé por qué me vino en este momento. Dice lo siguiente: «Es mejor estar en brazos de una mujer que en sus manos». Es infinito lo que puedes decir, porque cada descubrimiento, cada poema… Yo he leído mucho la literatura rusa, los poetas rusos, Esenin… de la Revolución, incluso, u otros que fueron asesinados por Stalin por no comulgar con él. He leído mucha literatura en yidis, he leído mucha literatura francesa, americana… A veces conversaciones con desconocidos que me han enriquecido. Gente que el azar te los presentó. Un día charlas con él, o una noche, estáis fascinados, él y tú, hombre o mujer, y luego nunca más lo viste, pero te dijo algo, una frase, un tono, un recuerdo que te marcó para toda la vida. Homenaje al desconocido.