“Nadie comprende mejor a un adolescente que sus padres”
Alejandro Rodrigo
“Nadie comprende mejor a un adolescente que sus padres”
Alejandro Rodrigo
Educador y escritor
Creando oportunidades
Herramientas para comprender a tu hijo adolescente
Alejandro Rodrigo Educador y escritor
Siete estilos educativos, ¿cuál es el tuyo?
Alejandro Rodrigo Educador y escritor
Alejandro Rodrigo
¿En qué momento un hijo adolescente no quiere salir de su habitación, estudiar, cumplir las normas o compartir tiempo con sus padres? ¿Es la adolescencia un sinónimo de conflictos y tensiones familiares? Alejandro Rodrigo ha dedicado más de 15 años a la intervención social y educativa con menores en riesgo de exclusión social, en el ámbito de las medidas judiciales. Su experiencia en la orientación familiar y educativa le ha llevado a impartir talleres, conferencias y consultorías, donde expone herramientas y reflexiones que ha recogido en el libro 'Cómo prevenir conflictos con adolescentes'.
Identificar distintos estilos educativos o distinguir la diferencia entre consecuencias y castigos son algunas herramientas que sugiere para mejorar la relación con los jóvenes. La clave, asegura, consiste en no olvidar el adolescente que fuimos para empatizar y comprender que una tensión familiar puede esconder una necesidad no expresada. "Como padres debemos tener la mirada bien enfocada y observar si nos encontramos ante una crisis evolutiva o involutiva en nuestros hijos. Crisis evolutivas son aquellas en las que nuestros niños y niñas van a enfrentarse a problemas y ser capaces de resolverlos. Las crisis involutivas son ya zonas de mayor riesgo", concluye el educador.
Transcripción
Me gusta apuntar de la adolescencia que verdaderamente cada joven, cada adolescente es un mundo en sí mismo. Esto quiere decir que no existen dos iguales. Seguramente tu hija y la mía, estando cercanas en edad, no son la misma persona. En este sentido, cuando un adolescente presenta una conducta desajustada y otro adolescente presenta la misma conducta, muchas veces no tiene nada que ver lo que están pidiendo. Es por ello que me gusta mucho hablar de que nosotros, como padres, tenemos la responsabilidad de ser unos verdaderos referentes para nuestros hijos. El espejo en el que se quieran mirar.
El estilo sacrificante es difícil de detectar, pero básicamente la idea clave es que los padres ponen de manifiesto siempre los sacrificios que están realizando por el bienestar de su hijo. Esto es una especie de chantaje emocional, sin querer, porque tiene toda la bondad del mundo el querer hacerlo bien. Pero es este padre en el que a veces nos podemos ver reflejados: «De verdad con el psicólogo caro que te estoy pagando y aun así…», «Con el colegio tan bueno y caro que te estoy pagando…». Esto llevado a lo cómico, porque he utilizado un ejemplo cómico, pero es importante tener una buena actitud para poder discernir si estamos empleando esto, porque son hijos que aprenden a vivir con un chantaje emocional y se relacionarán así cuando sean adultos. El negligente es uno de los más dramáticos porque es el que, este padre o esta madre, que sin querer, cometen negligencias y, por lo tanto, provocan un daño directo en el hijo. Y tú me preguntarás: «¿Y cuál es la fortaleza de este negligente? No hay nada bueno». Bueno, desde mi experiencia solamente he podido ver que los padres con un estilo marcadamente negligente, lo único bueno que tienen es que el hijo a veces desarrolla cierta compasión hacia el padre. Podríamos entrar en un debate si esto es bueno o malo, pero es el único aspecto positivo. Yo creo que las debilidades no hace falta mencionarlas. Un daño directo. Nos quedan el ausente y el diplomático. El diplomático es el que, de momento, mejor nos sienta. Es este estilo por el cual, bueno, hacemos cierta democracia en nuestra casa y podemos debatir las normas. La fortaleza, bueno, es evidente. El hijo se siente valorado. «Estoy en casa. Qué bien que se me tiene en cuenta». La debilidad es extrapolarlo y acabar haciendo un debate de todo. Pues claro, no podemos debatir si vamos al pediatra o no o si vamos al médico o no. Esto no es debatible.
Y por último, sí que me gustaría apuntar y que quede muy claro, por favor, el estilo ausente. El estilo ausente sí es un estilo que debemos evitar todos, porque no se trata de no estar en casa, sino se trata de cuando verdaderamente a mí mi hijo no me importa. Y esto los hijos, sean niños, o adolescentes, o preadolescentes, lo notan. Es como si tú y yo nos vamos a tomar un café y, de repente, yo estoy totalmente pendiente de otra cosa. No me interesa la conversación contigo, tú lo notas. Nuestros hijos notan si nosotros estamos ausentes, si a nosotros no nos apetece estar con ellos. Y esto requiere de un grandísimo ejercicio de autorreflexión y de introspección, porque el mayor miedo que tienen los niños y que tienen los adolescentes es sentirse abandonados por sus padres. No hay nada peor para un adolescente que su padre le abandone, aunque parezca todo lo contrario, aunque parezca que no quiere estar contigo. Pero este es el temor fundamental.
A mí, en este sentido, trabajo mucho con la pirámide de la discordia, que son distintos niveles, y animo mucho a los padres, les oriento a que hagan un pequeño autorregistro. Es un concepto abstracto y por eso es bueno ponerlo en papel. No es más que un gráfico en el que delimitamos en niveles la intensidad de los conflictos que pueden suceder en casa, porque hay veces que como padres estamos muy subjetivados emocionalmente por lo que está ocurriendo y perdemos la perspectiva. Por eso, cuando vamos a un profesional o pedimos ayuda al maestro, por ejemplo, el primero de todos, ellos son capaces de estar objetivados. Es decir, verlo con suficiente objetividad y distancia para poder entender qué está pasando. Porque no es lo mismo en un nivel bajo, de bajo nivel de riesgo, un: «No es cariñoso, no tiene mucha comunicación conmigo y a veces, de verdad, Alejandro, no hay quien le entienda». Esto es un nivel bajo, ¿produce tensión?, muchísima tensión, porque estar en casa y tu hijo de 12 años, 12, que ni siquiera te salude, que ni siquiera te dé un beso. Esto produce una tensión como padre muy importante. Esto no es lo mismo a un nivel medio de: «No cumple las normas». «Es que no respeta mucho los castigos». «Alejandro, se salta los límites». Esto estamos en un nivel preocupante, que en el famoso autorregistro uno puede verlo. «Ah, es que ha incumplido todo el rato en el mismo nivel de gravedad». ¿Qué ocurre aquí? Que nuestro hijo nos está lanzando un mensaje. «Es que yo digo que llegue a las once de la noche y sistemáticamente llega a las tres de la mañana». Claro, las 10 de la noche, por poner un ejemplo, para que nos podamos entender, a las diez y cuarto, el límite tuyo y el mío a lo mejor sería distinto, ¿no? A lo mejor yo diría: «¡Diez y cuarto!», y a lo mejor tú dirías: «Hombre, diez y cuarto», ¿pero tres de la mañana? Parece una evidencia.
Este nivel de autorregistro es una herramienta muy útil para poder entender también que hemos hecho como padres. «Es que ha llegado ya un momento en el que son las tres y ya ni me altero porque ya he aprendido que esto es lo normal». Si esto lo cogiésemos al principio del todo, prevención, de nuevo, el primer día que llega a las tres, lo más probable es que en pijama salgamos con el coche a ver dónde está. Sin embargo, el último nivel de la pirámide, el de arriba del todo, pequeñito, y sin embargo drástico en su nivel de gravedad, es cuando ya ha transgredido todo límite. «Me falta al respeto de manera evidente». «Me insulta». «Me agrede». Claro, entramos aquí en un terreno en el que ya es muy difícil hablar, y muy difícil apuntar. Esto no se trata solamente de llevar a cabo una serie de reflexiones que hay que hacer, sino que hay que pedir ayuda profesional. Por eso es importante ser conscientes de que esto es una escalada y va a ir con una curva exponencial, no se va a solucionar. ¿Te acuerdas cuando hablábamos de la edad del pavo que en un año se pasaba? Esto no va así. Cuando nuestro hijo ya pasa del nivel de abajo, al del medio, al de arriba, tenemos que pedir ayuda. A veces como padres acudimos a que nos ayuden profesionalmente y manifestamos un nivel de ansiedad tremendo. Y es verdad. Es legítimo el nivel de ansiedad, pero luego los datos nos dicen otra cosa. «Bueno, pero el nivel de gravedad es bajo». Sin embargo, hay veces que, paradójicamente, se da lo contrario. Venimos o presentamos un nivel de desesperación, posiblemente porque llevamos mucho tiempo ya. «No me hago con él. No va a clase, no me hago con él». Y sin embargo, lo que podemos ver, cuantificarlo es un nivel de riesgo muy alto en el que ya no se trata de modificar un estilo educativo, sino que tenemos que pedir ayuda. Por eso me gusta trabajar con estos niveles que son muy gráficos, no para el profesional, sino para los propios padres.
Primero, ¿el adolescente quiere estar en su habitación o es que no puede ni siquiera salir de ella? ¿Dónde está la diferencia? Una cosa está en que él quiera su espacio de autonomía, de privacidad, de que: «Es que mamá entra y me mira los cajones». Esto no puede ocurrir. Entonces lo que hago es que me parapeto en la habitación y no salgo de ella. Es una decisión voluntaria. Si es una decisión voluntaria, esto es una maravilla. Nuestro hijo está en el momento de la autoafirmación, por lo tanto, está queriendo separarse de mí. Y aquí las dos pequeñas «tips» que recurrentemente han ayudado mucho es: uno, propiciar un ambiente fuera de la habitación de él que sea atractivo. O sea, yo quiero salir al final porque esta gente se lo está pasando estupendo ahí fuera. Y poco a poco, con tiempo, poco a poco, nuestro adolescente va apareciendo por casa. Esto es una maravilla porque sucede, pero hay que modificar ciertas dinámicas que tenemos en casa, porque no es atractivo el ambiente que tenemos si nuestro hijo quiere y decide estar ahí. Y la segunda es, por favor, pongamos de relevancia el humor. El humor es una herramienta de la que hablamos poco cuando estamos en momentos de tensión y que, puntualmente, les saca literalmente de ese «come come» que tienen. Cuando un padre se acerca, abre la puerta de la habitación y le dice: «Estamos fuera increíble. Tú quédate ahí porque fuera estamos estupendos. Tú sigue con lo tuyo, con tus maquinitas». El adolescente lo que quiere es pasarlo bien, quiere divertirse. No quiere tener al padre todo el rato ahí. Esto no quiere decir que estemos todo el día de colegueo. Es otra cosa muy distinta. Pero evidentemente, algo tendremos que modificar.
Ahora bien, nada tiene que ver con esta época, este siglo en el que estamos, en el que las nuevas tecnologías han invadido las habitaciones de nuestros hijos y por eso puntualizaba yo el «no puede salir». Las nuevas tecnologías es un progreso imprescindible de la humanidad, pero en nuestros pequeños, cada vez más pequeños, literalmente, les está manipulando. No les dejan salir. Hay cientos de ingenieros detrás, programando y dedicándose para que tú, como adulto, no quieras desviar la mirada de tu dispositivo. ¿Qué van a hacer nuestros pobres hijos de 14, 13, 12, 11 años? No pueden, por más que les pidamos que a X hora entregue el móvil, están atrapados. Es muy importante poder diferenciar ambas cosas. No es lo mismo que quiera estar en su habitación dibujando y con sus cosas, autoafirmándose, a «es que no puede». Es que tenemos que ayudarle, hay que parar toda la dinámica.
Bueno, esto provoca una distancia emocional con el hijo profunda. Sin embargo, cuando ha habido padres que de repente han venido y: «Alejandro, me he debido volver loco porque me acabo de matricular en alemán y estoy estudiando». El hijo, aunque sea un adolescente, entiende, aprende y se produce una sinergia un poco mágica en la que todos tenemos clima y ambiente de estudio en casa. Bueno, pudiera ser una de las claves, desde luego, que cada familia lo pueda traducir a su entorno.
Un niño, un adolescente tremendo, Mozart, a mí me encanta la música, Wolfgang Amadeus Mozart, venía, después de todo, el mayor genio de la historia de la música, la perfección, venía a decir que el alma del genio no la compone ni la inteligencia, ni la imaginación, ni siquiera las dos juntas. El alma del genio, lo que lo compone es el amor. Si como artista, como músico, tienes amor, ahí va. A mí me gusta utilizar una paráfrasis de Mozart, con todos los respetos que viene a ser: la dinámica familiar no consiste en normas, ni siquiera en tiempo de calidad, tiempo de calidad con mi hijo, ni las dos juntos. El verdadero secreto es el amor. El amor que como padres tengamos hacia nuestros hijos. Por eso es tan importante volver a entender qué te pasaba a ti como adolescente. Es el primer paso para poder entonces entender a tu hijo y que tu hijo sepa que le estás entendiendo.