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“Ser valiente es atreverse a cambiar de opinión”

Diego Garrocho

“Ser valiente es atreverse a cambiar de opinión”

Diego Garrocho

Filósofo y profesor


Creando oportunidades

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Diego Garrocho

“Deberíamos atrevernos a pensar con más autonomía”, sentencia Diego Garrocho. Y añade: “Una actitud demócrata y valiente es aquella que nos hace cuestionar y contrastar nuestras convicciones más profundas”. Garrocho es profesor de Ética y Filosofía Política en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), donde ejerce como Vicedecano de Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras. Ha sido investigador visitante en el Boston College, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y la Johns Hopkins University. Sus intereses principales giran en torno a la ética clásica y su aplicación al mundo contemporáneo. Es miembro de reconocidos grupos y proyectos de investigación y autor de artículos de análisis tanto en revistas científicas de Filosofía como en prensa generalista. Es autor de los libros ‘Sobre la nostalgia. Damnatio memoriae’ (2019), ‘Aristóteles. Una ética de las pasiones’ (2015) y ‘El último verano’ (2023). En 2021 ganó el Premio David Gistau de Periodismo.


Transcripción

00:05
Diego Garrocho. Soy Diego Garrocho y soy profesor de Ética en la Universidad Autónoma de Madrid.

00:13
Menchu Cuesta. Hola, Diego.

00:14
Diego Garrocho. Hola, Menchu.

00:15
Menchu Cuesta. Soy Menchu Cuesta. Soy profesora en el colegio La Salle Maravillas y soy escritora infantil. Es un placer para mí estar hoy aquí contigo.

00:23
Diego Garrocho. El placer es mío.

00:25
Menchu Cuesta. Diego, en uno de tus artículos defiendes el sentimiento de culpa. Es algo que me ha llamado mucho la atención. Es algo extraño, raro, incluso diría polémico en el siglo XXI. Todo el mensaje que estamos recibiendo de nuestro entorno es, justamente, que no debemos sentir culpa por nada. Que la culpa no es buena. Pero tú sí defiendes esta culpa. ¿Me lo puedes explicar?

00:51
Diego Garrocho. Bueno, no sé si defiendo la culpa de una manera global. Lo que sí intento es establecer una sospecha con esa sensación, que parece que tenemos que asumir de una manera acrítica, de que no debemos sentirnos culpables con nada. En tu pregunta me decías que mi postura es polémica, y yo creo que esa polémica, o esa eventual polémica, es la prueba de la necesidad de hacer esa pregunta. ¿De verdad es siempre la culpa mala? ¿Qué es la culpa? Y la culpa tiene algo de lucidez. La culpa es simplemente que, en ocasiones, nos damos cuenta de que aquello que hemos hecho no está bien, o no es bueno, y de que podríamos haberlo hecho de otra manera. A mí me preocupa mucho cuando escuchamos o leemos a personas que dicen que no se arrepienten de nada. A mí me parece que es una manera muy poco humana de estar en el mundo. Lo normal es que tengamos nueva información, que nos arrepintamos de cosas, que podamos sentir culpa. En ocasiones, incluso, hemos hecho cosas que no estaban bien y sabíamos que no estaban bien mientras las hacíamos. Y la culpa es una forma de lucidez. Incluso yo creo que es una forma de sano dolor. A veces nos sentimos incómodos porque cobramos conciencia de aquello que hemos hecho. Y Platón decía, en un diálogo, en el «Filebo», que la buena vida se compone de placeres buenos y de dolores buenos. Y yo creo que la culpa, en ocasiones, es un buen dolor. Con esto no quiero hacer una defensa de la culpa patológica, ni de la industrialización de la culpa, ni de que tengamos que sentirnos culpables por absolutamente todo, incluso por las cosas que no hemos cometido. Pero creo que ese mantra que se nos impone siempre de que tenemos que estar bien, de que no tenemos que sentirnos culpables… bueno, podemos establecer una sana distancia, y sospechar, y preguntarnos si en ocasiones merece la culpa sentirnos culpables, y si está bien incluso alimentarla puntualmente.

02:38
Menchu Cuesta. Hay otro artículo que he leído tuyo. Me ha llamado también mucho la atención. He de decir que estoy totalmente de acuerdo con él. Y en él dices que no debemos aceptarnos tal y como somos. De nuevo rompes con lo establecido en los últimos tiempos y yo, como docente, también te digo que es un mensaje que recibimos continuamente: que en el aula hay que decir a los niños, desde Infantil ya, que tienen que aceptarse como son, que todo está bien, que no pasa nada. Y me llamó mucho la atención este titular tuyo de «no te aceptes tal y como eres». Me gustaría que me lo explicaras un poquito.

“Ser valiente es atreverse a cambiar de opinión”. Diego Garrocho, filósofo y profesor
03:19
Diego Garrocho. Sí. Además creo que tiene especial sentido en un contexto educativo. Si la educación existe es porque podemos cambiar. De hecho, la educación es esa transición, es el proceso de transición entre lo que alguien es y lo que puede llegar a ser. Y el proceso educativo, en el fondo, lo que intenta es optimizar esa transformación. Si tuviéramos que aceptarnos con lo que somos, con lo que ya somos, no merecería la pena ni esforzarse, ni invertir en educación, ni intentar generar ninguna transformación. El ser humano, y esto muchos filósofos a lo largo de la historia lo han demarcado de esta manera, es un animal inacabado. Es un animal que no está hecho de una vez por todas. Ninguno de nosotros puede darse por terminado. De hecho, cuando decimos que alguien está acabado, que alguien está finado, lo que estamos diciendo es que está muerto. Solo los muertos pueden asentir a su estado de cosas que ya no se pueden transformar. Sin embargo, creo que quienes estamos vivos nunca deberíamos conformarnos con lo que somos, sino que deberíamos aspirar a seguir mejorando. Y la vida tiene algo de proceso, y de proceso de autoconstrucción. Lo que somos es consecuencia de muchas cosas. A veces es consecuencia del lugar donde nacemos, de la familia que tenemos, de nuestro contexto… pero también, en gran medida somos consecuencia de nuestras decisiones. Y yo creo que el contexto educativo, en muchas ocasiones, tiene que consistir en un ejercicio en el que se les brinden a los estudiantes, a los alumnos, a las personas que se estén educando, los instrumentos suficientes para no conformarse con lo que son.

04:50

Entonces, esto de «acéptate tal y como eres» a mí me pone muy nervioso. Yo creo que no debemos aceptarnos y debemos aspirar siempre a ser un poquito mejor de lo que somos. Séneca, por ejemplo, en «De ira», se interroga o interroga al lector: «¿Qué defecto has reparado, o de qué vicio te has curado hoy?». Y creo que esa es una manera sana de vivir. El vivir conforme a un examen en el que nos proponemos un proceso de construcción. Yo creo que la ética, en el fondo, consiste en eso: en un cultivo del carácter en el que, a través de la costumbre, vamos perfeccionándonos poco a poco y vamos dejando de ser lo que fuimos y nos vamos acercando a lo que deberíamos ser o a lo que querríamos ser.

05:32
Menchu Cuesta. Y yo me pregunto, como profesora, docente, como madre que también soy, con todas estas reflexiones: ¿cómo podemos hacer que la educación de las nuevas generaciones mejore? ¿Cómo aplicarlo, en definitiva, a nuestro día a día, Diego?

05:48
Diego Garrocho. Bueno, yo creo que quienes nos dedicamos a la educación topamos, normalmente, con un problema de dotación de medios. Y esa dotación de medios… Yo lo primero que haría es confiar en que alguien intentara revertir esa escasez y que pudiéramos contar con mucho más tiempo y con muchos menos alumnos, para poderles dedicar el esfuerzo y el tiempo que merece cada uno de estos estudiantes. Eso sería la prioridad absoluta, yo creo, para poder generar una implicación suficiente. Creo también, o a mí me gustaría pensar que una manera, un instrumento esencial para los estudiantes o para los alumnos, es el poderles convocar desde una cierta esperanza social, ¿no? Hay un pacto, en la educación, en el que les proponemos que, si nos hacen caso, que si confían en nosotros, su vida va a ser algo mejor. Y yo creo que volver a reescribir ese pacto social, poder reconstruir unas condiciones para las esperanzas de nuestros estudiantes, es algo imprescindible. Y yo creo que empezaría por ahí, por poder brindar razones para la esperanza. Y que, bueno, también quienes nos dedicamos a educar seamos capaces de construir una validación sobre nosotros mismos y que seamos dignos de ser confiables, que yo creo que también, en ocasiones… Bueno, a veces somos menos creíbles o somos personas en las que no se puede confiar tanto. Yo creo que ganar esa credibilidad es muy importante en quienes nos dedicamos a educar. Y creo que yo propondría también como una fórmula útil, socialmente, el que creciera la exigencia y la autoexigencia.

07:19

Oímos hablar mucho del pensamiento crítico. En el fondo, nadie sabe exactamente qué es, o puede acabar significando cosas contrarias. Y yo creo que una de las cuestiones que deberíamos cultivar es la autocrítica, el generar una capacidad para someternos a examen, para sospechar de cuáles son los principios rectores de nuestra vida. Y creo que sería bueno también que existieran fuentes de sentido mucho más plurales. Ahora hablamos con mucha insistencia de la necesidad de que vivamos en sociedades plurales, pero en el fondo los prescriptores de formas de vida son muy pocos. Encontramos que todo el mundo quiere ser diferente, pero en esa diferencia o en ese reclamo de la diferencia, todos tendemos a parecernos mucho. Entonces, yo creo que si nos atreviésemos de verdad a cultivar una cierta autonomía en el pensar, una cierta valentía, incluso me atrevería a decir un cierto atrevimiento a la hora de desafiar algunas verdades que damos por sentadas, creo que eso podría ser bueno.

08:18
Menchu Cuesta. Siguiendo con tus charlas, con tus libros, hay algo que también me sorprende, y es cuando hablas de la juventud. Estás en contacto en la universidad continuamente con jóvenes, y has llegado a decir que la juventud, en muchas ocasiones, se convierte en una condena. ¿Cómo la juventud, que se supone que es lo más pletórico, puede convertirse en condena? Explícamelo.

08:46
Diego Garrocho. Bueno, porque creo que en ocasiones llamamos a alguien o tildamos a alguien de «joven» para despojarle de alguno de sus derechos, incluso de algunos elementos de su capacidad de acción ciudadana. Y creo que por eso, en ocasiones, alargamos la juventud hasta muy tarde. Hablamos de los jóvenes como si tuvieran que ser necesariamente el futuro, y olvidamos que los jóvenes son presente, y que debería ser un derecho, para un joven de 25 años, el poder tener una autonomía económica suficiente como para tener una vivienda, como para poder fundar una familia si quiere, para tomar decisiones plenamente conscientes. Y creo que, en muchas ocasiones, se les habla a los jóvenes en su condición de jóvenes para desactivarles, para señalarles que no tienen que tener derecho a todo, para insistirles en que tienen que ser todavía mucho más pacientes, porque sí que llegará un día en el que podrán construir una vida plena. Y yo entiendo que ese puede ser un argumento razonable de cara a los adolescentes, que son personas que todavía están construyendo, digamos, su plenitud o su agencia civil. Pero hablarles así a personas de 30 años me parece muy cruel. En el fondo, ya digo que suele ser una coartada. Porque los jóvenes no se interpretan a sí mismos como «jóvenes», eso es algo que siempre te llama otro. Y creo que, en muchas ocasiones, deberíamos negar esa etiqueta, o incluso que deberían despojarse de ella. Todavía a mí hay quien me habla de que soy un profesor joven, y a mí me encanta por pura coquetería, pero en el fondo no tiene ningún sentido. Yo creo que a los jóvenes sería mejor tratarles como lo que son, ciudadanos plenos. Sería razonable, además, que se les brindaran unas condiciones suficientes para que pudieran intentar desarrollar sus ideales de vida con plena convicción y con plena autonomía.

10:27
Menchu Cuesta. Sí eres un filósofo, permíteme, actual. No te diré joven. Y dentro de ser un filósofo tan actual, tan contemporáneo, es cierto que rememoras mucho a los clásicos. De hecho, he escuchado charlas tuyas sobre la valentía desde un punto de vista aristotélico, y te he escuchado decir que la valentía actualmente debería ser una actitud cívica. ¿En qué sentido?

10:56
Diego Garrocho. Bueno, yo es que creo que, sobre todo, las personas que son muy cobardes suelen ser muy egoístas, y son muy conservadoras a la hora de proteger aquello que tienen, mientras que hay personas que son valientes precisamente porque saben que no tienen tanto que perder. Esta es una enseñanza que, por ejemplo, se ve muy bien cuando uno lee la «Apología de Sócrates», o lee los textos en los que Platón narra cómo Sócrates esperaba la muerte. Y, en el fondo, hay una enseñanza muy sencilla, que es que nunca hay tanto que perder, porque la vida propia ni siquiera vale tanto. Y esa desafección con la propiedad, con la circunstancia propia, con lo que somos y con la vida, yo creo que en muchas ocasiones nos convierte en valientes. Y es mucho más lúcido, porque nos lleva a interpretar que hay cosas que son mucho más importantes que nosotros, que hay causas por las que merecería incluso la pena perder la vida. Y de hecho, creo que lo que da sentido a la vida no puede estar dentro de la propia vida. Y vivir con esa ligereza, el asumir que tampoco pasa tanto si nos pasa la peor de las cosas, yo creo que es una enseñanza razonable y desde la que se puede vivir mejor. Y en el caso de Atenas, por ejemplo, cuando Aristóteles habla de la valentía como una virtud prioritaria, me gusta mucho porque habla de la valentía como una virtud civil. Los ciudadanos tienen que ser valientes. No es una actitud más, es una actitud prioritaria en el modo en el que vivimos con los demás. Y también es interesante porque Aristóteles dice que no es valiente aquel que no teme, el que no teme es un idiota, es un temerario, sino aquel que teme lo que hay que temer, lo que verdaderamente es temible. Y esa distinción entre los peligros que deben darnos miedo y aquellos que no debemos temer me parece que es preciosa.

“Ser valiente es atreverse a cambiar de opinión”. Diego Garrocho, filósofo y profesor
12:38

En este contexto es interesante también la enseñanza de Sócrates, que nos recuerda que es mucho peor cometer injusticia que padecerla. Normalmente siempre tenemos mucho miedo a que nos pasen cosas malas, pero en el fondo el verdadero miedo deberíamos tenerlo a hacer nosotros cosas malas, porque si alguien nos hace algo malo, en el fondo es ese alguien quien está incurriendo en una falta, o quien en último término se estaría haciendo daño. Pero vivir así, a pecho descubierto, asumiendo que lo que verdaderamente es temible no son las cosas que nos pueden pasar o las cosas que podemos padecer, sino las cosas que podemos hacer, creo, insisto, que es uno de los destilados más perfectos de la inteligencia de la antigua Grecia. En términos democráticos, creo que también hay una forma específica de ejercer la valentía, y es asumir que nuestras certezas pueden destruirse o pueden someterse al escrutinio público. Yo creo que vivimos en un tiempo en el que tenemos una apropiación demasiado identitaria de nuestras ideas. Y creo que ser demócrata es asumir que nuestras convicciones más íntimas se pueden exponer al concurso público y que en ocasiones van a ser falsadas. Y hay quien las va a criticar con razón, y nos van a obligar a tener que reformular nuestras certezas. O que hay opiniones que son nuestras y que, sin embargo, no van a sobrevivir. Creo que tener esa relación, digamos, de contingencia con nuestras ideas, con nuestras opiniones, es también un ejercicio de valentía. Ser valiente es atreverse a matizar, en ocasiones, atreverse a no tener opiniones que sean necesariamente fijas. Y, sobre todo, creo que es un ejercicio de valentía tremendo atrevernos a cambiar de opinión.

14:19
Menchu Cuesta. Hay una reflexión tuya con la que estoy totalmente de acuerdo, pero me gustaría que hablaras sobre ello, en la que nos comentas que en la sociedad actual, en el debate actual, todo se basa en uno contra otro, en oponerse a la opinión del otro. Me gustaría que me ampliaras el tema.

14:36
Diego Garrocho. Sí, es que es una cosa aburridísima. Hay un lema que es que «pensar es pensar contra otro». Y tiene algo de cierto, porque cuando sometemos nuestra opinión al criterio de otro, en el fondo estamos obligados a mejorarla. Pero eso puede acabarse convirtiendo en un vicio. Y es que hay personas que consideran que pensar es simplemente oponerse, generar siempre un pensamiento permanentemente antitético, donde se critica algo o donde se destruye algo. Y eso, en el fondo, es muy poco valioso, porque nunca proponen nada. Y desmontar algo es muy sencillo. Romper algo o criticar algo es sencillísimo. Un niño de tres años sabe romper las cosas. Lo que es difícil es crear. Lo que es difícil es componer una teoría, una doctrina, una idea a la que merezca la pena decir sí. Y esa creatividad del pensamiento, de ese momento fecundo, creo que tiene que superar esa pura oposición, y que vivimos en un mundo donde la crítica tiene o bien un prestigio que no merece o que se resume simplemente en esa negatividad, en ese choque, en ese pensar contra otra cosa. A mí me interesan, sobre todo, las pensadoras o los pensadores que proponen, que construyen, que hacen posible el inaugurar un camino transitable, no simplemente bloquear opciones que proponen otros.

15:50
Menchu Cuesta. Escuchándote, la verdad es que me viene a la cabeza una frase de Sandel, filósofo. Él dice que la gente solo quiere escuchar aquellas opiniones que refuerzan lo que ellos ya creen. ¿Qué opinión te merece la frase?

16:06
Diego Garrocho. Bueno, eso es seguro. Y, de hecho, los algoritmos tienden a generar cámaras de eco para que todo el mundo encuentre que sus prejuicios y sus intuiciones se validan en esa cámara de eco de referencia. Y en ocasiones nos exponen también posturas plenamente antitéticas para que podamos generar un conflicto de oposición. Las posturas que están más o menos alejadas, o que son antitéticas, pero que tienen la posibilidad de encontrarse o de establecer puentes, parece que son mucho más aburridas. Yo creo que eso es una pobreza del pensamiento. Lo interesante no es rodearte de gente que piensa exactamente igual que tú. Lo interesante es, como digo, someter a crítica tus propias intuiciones. Porque, si te las critican, pueden ocurrir dos cosas: uno, que tu convicción se refuerce porque es capaz de sobrevivir a esa crítica, o dos, que con toda tranquilidad uno asuma que se ha equivocado. El fracaso de quienes se agarran a su opinión es ser incapaz de cambiarla. Yo siempre les insisto a mis alumnos, en clase, no siempre lo consigo… Les pregunto, en muchas ocasiones, si han cambiado de opinión a lo largo de una clase, a lo largo de una semana o a lo largo de un cuatrimestre. Yo me dedico a enseñar filosofía política y nos topamos en muchas ocasiones con debates que son contemporáneos. Y yo siento que fracaso si no soy capaz de moverles la opinión. No para acercarles a mis intuiciones o a mis posicionamientos ideológicos, sino simplemente para enseñarles a cambiar de lugar, a entender que algo que podía parecerles muy importante en su vida puede someterse a crítica y podemos abandonar las certezas. Es que no estoy tan seguro, al contrario de lo que se dice, de que hoy vivamos en un mundo descreído, en un mundo nihilista. Yo creo que vivimos en un mundo que genera muchísimas certezas, y que la gente tiene una avidez de certezas que nos lleva a creer en cosas que no son confiables, incluso a creer y confiar de una manera muy radical en cuestiones que podrían someterse a una cierta sospecha.

18:04
Menchu Cuesta. ¿Es por eso por lo que sueles hablar de «la belleza del pensar»? Me gustaría saber tu opinión respecto a… ¿Somos una sociedad que pensamos poco? ¿Somos una sociedad que pensamos mal? ¿Cómo pensamos como sociedad?

18:20
Diego Garrocho. Para poder responder a esa pregunta yo tendría que poderme pasear por distintas sociedades, o por distintos momentos de la historia, y hacer una comparación sobre si pensamos mejor o peor que en el siglo IX. No lo sé. Y además no me gustaría pensar, o no creo que tenga demasiado sentido, ser pesimista y pensar o confiar en que vivimos en el peor momento posible. Existen buenas razones para pensar que hoy existen condiciones de reflexión mejores que en muchos momentos. Pero a mí no me interesa tanto medirnos con cómo podríamos ser hace un siglo, o hace dos, o hace tres, sino medirnos con la idea. Yo creo que los que nos dedicamos a la filosofía, normalmente, medimos la realidad con su idea, no con el pasado. Por eso lo que más me obsesiona no es tanto si hoy pensamos bien, mucho o poco, sino si creamos las mejores condiciones de posibilidad para pensar desde el tiempo presente. Y ahí creo que sí podemos mejorar. Es decir, que podríamos arbitrar o que podríamos construir espacios, ni que decir tiene en los colegios, institutos y universidades, para pensar de otra manera. Se pueden generar condiciones, a veces materiales, a veces no solo materiales, para que pudiéramos pensar de un modo mejor. Por ejemplo, creando espacios de silencio. A mí me tiene obsesionado la cuestión del silencio. Porque para pensar bien hay algo que es muy claro: necesitamos tiempo y necesitamos silencio. Necesitamos un espacio temporal en el que podamos reflexionar, y necesitamos también una ausencia de estímulos que nos permita pensar de forma aislada.

19:53

Y creo que lo que más me preocupa o de lo que más me doy cuenta, es de que estamos perdiendo esos momentos, esos espacios de silencio donde se puede cultivar la reflexión serena. También, y esto es preocupante, en el ámbito científico. Hoy nos miden, a quienes nos dedicamos, digamos, a la universidad, a la carrera académica, por una producción que es permanentemente acelerada. Y eso, en el ámbito de las humanidades, por ejemplo, es especialmente lesivo. Alguien que se dedica a investigar cuestiones vinculadas con las humanidades, con la filosofía, necesita tiempo, y puede necesitar momentos de barbecho. Es razonable que un intelectual necesite tres años para decir algo que valga la pena. Es razonable pensar que caben espacios donde no se produzca, o generar una ciencia muchísimo más lenta. Y yo creo que esa industrialización del conocimiento resulta especialmente lesiva en nuestros ámbitos científicos vinculados, como digo, con las humanidades. Sospecho que en otros también, pero creo que en el caso de la filosofía, por ejemplo, está generando, está produciendo discursos muy banales. Pero lo hacemos todos, ¿eh? Yo soy el primero que he publicado, o que publico cosas, a más velocidad que el respeto por nuestros lectores requeriría.

21:10
Menchu Cuesta. Hablando de tus publicaciones, que acabas de citar… En uno de tus libros mencionas a Aristóteles, y yo me pregunto: ¿qué impronta dejó Aristóteles en ti, y qué legado de Aristóteles podríamos utilizar en la actualidad?

21:31
Diego Garrocho. Hombre, en términos personales, Aristóteles es como el primer amor. Yo hice mi tesis doctoral sobre Aristóteles y ese es un motivo suficiente para que a mí, personalmente, me acompañe toda mi vida. Intento leerlo, si no todos los días, sí todas las semanas. Pero creo que tiene un valor muy universalizable, o por lo menos dentro del contexto occidental, desde luego. Y es que los grandes pensadores de la antigüedad compusieron el código fuente desde el que hoy todavía seguimos pensando. Y esto no es una banalidad o no es una obviedad, sino que cuando recurrimos a esas fuentes descubrimos que muchas de las piezas con las que hoy pensamos tienen su origen, fueron construidas, se forjaron en un contexto cultural muy concreto. Y hacer transparente ese código es como darle la vuelta a un tapiz y reconocer entonces que lo que nosotros hoy pensamos de manera inmediata o espontánea tiene un origen en la historia. Y volver a esas fuentes clásicas yo creo que es conectar con esas fuentes de sentido que siempre son un refugio, que nos ayudan a sentirnos menos solos. Son una cura de humildad también. En ocasiones, cuando pensamos que estamos concibiendo un problema por primera vez y uno recurre a los grandes clásicos y descubre que ya lo han pensado, lo primero que uno recibe es una cura de humildad. Porque descubres que no eres tan especial, que lo que a ti te parecía una novedad lleva reflexionándose demasiados siglos a lo largo de la historia. Pero luego también creo que es plenamente vigente, porque no hace tanto tiempo. Es decir, si miramos la historia de la humanidad, el siglo IV antes de Cristo es anteayer por la mañana. Entonces, pensar que un autor como Platón o un autor como Aristóteles son demasiado distantes es una ingenuidad. Son perfectamente contemporáneos.

23:14
Menchu Cuesta. Como docente de Primaria, Diego, y llevo muchos años en esto… Yo estudié Filosofía y Letras, también en COU y en BUP. Me gustaría mucho saber tu opinión del debate actual que hay en la calle, que hay con las leyes de educación. ¿Quitamos Filosofía? ¿No quitamos Filosofía? Desaparece de la ESO. Ahora no estamos en la ESO. Filosofía en primero de Bachillerato. ¿Cómo vive un apasionado de la filosofía, un profesor de filosofía, este debate que nos traemos con los chavales, adolescentes, que serán tus alumnos algún día, sobre el tema de anular la filosofía de las aulas?

23:58
Diego Garrocho. Bueno, yo lo primero que intento hacer con este tema es llevarlo a un lugar que no sea gremial. Además, yo tengo una relación gremialmente muy ambigua con la filosofía. Yo no me considero un filósofo en un sentido estricto, ni creo que la filosofía sea mejor porque sea mi oficio. Entonces intento guardar una cierta distancia, pero sí la defiendo, sí creo que la escuela tiene que ser un lugar de resistencia. Al contrario de lo que se nos dice contemporáneamente, que es que hay que adaptar la escuela a la sociedad, a mí me gusta imaginar la escuela o la universidad como una trinchera que se opone a la sociedad, que genera contextos que no serían obviamente replicables fuera de la escuela o fuera de la universidad. Tenemos que hacer cosas que no se hagan fuera y en ese hacer cosas que no se hacen fuera, creo que la filosofía o determinadas disciplinas humanísticas… Pienso también en las lenguas antiguas, el latín. ¿Por qué hay que dar latín en la escuela? Porque eso no te lo vas a encontrar en TikTok, no te lo vas a encontrar fuera. ¿Por qué hay que estudiar filosofía? Bueno, pues precisamente porque puede que no sea uno de los instrumentos o uno de los recursos que inmediatamente se te vayan a exigir. De modo que creo que es importante. Creo también que estudiar historia de la filosofía es una cura de humildad. Es una confianza en la tradición. Podemos arrojar a los más jóvenes a vivir con sus propias fuerzas o podemos brindarles un atajo. Y es ponerles en contacto con hombres y mujeres de enorme ingenio y enorme inteligencia que nos han precedido a lo largo de la historia, y que nos pueden dar pistas o recursos útiles en el mundo contemporáneo.

25:30

La tradición, sobre todo, y la tradición filosófica creo que de un modo prioritario, es un lugar donde podemos recurrir instrumentalmente para encontrar respuestas o fuentes de sentido. Esto no quiere decir que tengamos que comprar «in toto» la tradición, porque no hay una tradición única. La tradición siempre es plural y contradictoria, pero es una enorme caja de herramientas, en muchas ocasiones muy útil, a la que podemos recurrir. Yo creo que dar historia de la filosofía es muy útil, porque nos permite comunicarnos con esa herencia. Ahora bien, también creo que se puede estudiar de otra manera. Si nosotros vemos cómo se imparte hoy Historia de la Filosofía en segundo de Bachillerato, si lo trasladáramos al ámbito literario sería absurdo, ¿no? Nadie entendería que pueda haber una asignatura que fuera «Historia universal de la Literatura, desde Homero a Muñoz Molina». Sería absurdo. Nadie intentaría contener todo lo que ha dado la literatura universal en ese tiempo. Y eso es lo que se hace en Historia de la Filosofía. De modo que yo me abriría a ser mucho más ambicioso a la hora de interpretar o de preguntarnos cómo podemos enseñar competencias filosóficas y contenidos filosóficos en la escuela, en el instituto, en la enseñanza secundaria… Pero sí creo que abundar en las humanidades, en un mundo que, además, cada vez nos está enseñando que el malestar es creciente, que la sensación de extravío es creciente en la gente más joven… Yo confiaría en quienes nos han precedido y en esos saberes serenos y complejos para poder encontrar alguna respuesta.

“Ser valiente es atreverse a cambiar de opinión”. Diego Garrocho, filósofo y profesor
27:02
Menchu Cuesta. De acuerdo totalmente. Y ahora sí quería hacer alusión a tu último libro, «Sobre la nostalgia», palabra increíble desde un punto de vista lingüístico, incluso emocional. ¿Por qué la nostalgia?

27:19
Diego Garrocho. Bueno, fue casi una revancha. Yo, durante mucho tiempo, escribí o me concentré en la producción puramente académica y hubo un momento en que ensayé o intenté escribir de las obsesiones propias, convertir mis obsesiones en un trabajo. Y la verdad es que lo conseguí, porque yo soy una persona obsesivamente nostálgica e intenté, digamos, poder catalizar o poder aprovechar esa obsesión en términos académicos o filosóficos y construí ese libro. Sí creo, además, que la nostalgia no es una obsesión mía, no es una obsesión privada, porque eso no tendría por qué convertirlo en algo interesante, sino que creo, con Bauman, que hoy vivimos en la era de la nostalgia. La nostalgia es una emoción que hoy es preferente. No es una emoción entre otras, sino que es una de las emociones que vertebran el modo en el que vivimos. Hay una industria de la nostalgia que replica objetos y artículos del tiempo sido, del tiempo pasado, del tiempo inmediatamente acontecido. Lo «vintage», lo retro, parece que está de moda. Pero creo que también la nostalgia… Ortega decía que es una suerte de esperanza retrospectiva. Y yo creo que nos da tanto miedo el futuro, que hay condiciones amenazantes en las décadas que vienen, que han hecho que empecemos a depositar nuestra esperanza en el tiempo que fue, y empezamos a ser esperanzados hacia atrás. Y eso tiene muchas dimensiones, dimensiones políticas, dimensiones culturales, artísticas y algunas puramente existenciales y privativas.

28:50
Diego Garrocho. A mí, curiosamente, todo el mundo me pregunta por la vis política de la nostalgia, pero lo que más me interesa es la vis privada, la vis existencial, singular, íntima, de por qué seguimos echando de menos cosas que se nos fueron, o incluso me atrevería a preguntar por qué echamos de menos cosas que nunca hemos vivido. Y ese sí que creo que es un rasgo universalmente humano. El ser humano es un ser extraño, es un ser al que la realidad, la inmanencia, nunca le basta, nunca es suficiente, nunca estamos bien del todo, y si no estamos bien del todo, es como si echáramos de menos un sitio, un lugar, un contexto, un tiempo donde sí estuvimos cómodos y donde sí fuimos felices. Y esa pregunta imposible a mí siempre me ha interesado.

29:37
Menchu Cuesta. Diego, ¿por qué crees que seguimos necesitando la filosofía y la ética en nuestra vida, en nuestro día a día?

29:47
Diego Garrocho. Pues voy a ser muy poco solemne. Defiendo la ética y la filosofía porque creo que son un buen invento. Es un invento histórico, de una manera muy clara, nos podríamos ir hasta el siglo VI antes de Cristo. Y es algo que hemos creado en nuestra tradición cultural y que es un artefacto útil para vivir. No se me ocurre nada mejor o no se me ocurre un invento que pueda sustituir a la filosofía o que pueda sustituir a la ética. Sócrates decía que una vida sin examen es una vida que es invivible, que no merece la pena ser vivida y el modo en el que ejercemos ese examen vital, el modo en el que nos interrogamos acerca de nuestra propia existencia, de la vida en común y de la política, eso es exactamente lo que llamamos filosofía. La filosofía es una colección de personas que se han dedicado a preguntarse y a dar respuesta de manera parecida y que nos permite ir enlazando unas tradiciones y unas preguntas con otras. Entonces, yo la defensa que haría es, sencillamente, que creo que es un buen invento, que no hemos encontrado ninguna solución mejor, que no hay ningún artefacto, ninguna tecnología que, dentro de nuestro contexto cultural que tengamos a la mano, nos permita vivir de manera más feliz ni de manera más justa que, precisamente, la filosofía. Y yo creo que además es una manera de hacernos cargo de nuestra humanidad. Volviendo al principio de la conversación, cuando me preguntabas por qué no debíamos aceptarnos tal y como somos, creo que la mejor respuesta es la ética, que es una manera de interrogarse entre lo que somos hoy y lo que podríamos llegar a ser.

“Ser valiente es atreverse a cambiar de opinión”. Diego Garrocho, filósofo y profesor
31:24

Esa distancia, o la mejor manera para recorrer esa distancia, yo creo que es la tradición filosófica, una tradición que debe guardar memoria para saber copiar parte de las soluciones, pero tiene que seguir ambicionando una cierta creatividad para alumbrar respuestas nuevas a circunstancias que son nuevas. Así que yo me conformaría con una respuesta así de sencilla. Creo que son un buen invento, como la fregona es un buen invento al que yo no renunciaría.

31:53
Menchu Cuesta. Diego, ha sido un placer estar este ratito contigo y escuchar tus reflexiones.

31:58
Diego Garrocho. Muchísimas gracias. El placer ha sido mío.