“Ser valiente es atreverse a cambiar de opinión”
Diego Garrocho
“Ser valiente es atreverse a cambiar de opinión”
Diego Garrocho
Filósofo y profesor
Creando oportunidades
Pensar con autonomía: una clave para el mundo de hoy
Diego Garrocho Filósofo y profesor
Diego Garrocho
“Deberíamos atrevernos a pensar con más autonomía”, sentencia Diego Garrocho. Y añade: “Una actitud demócrata y valiente es aquella que nos hace cuestionar y contrastar nuestras convicciones más profundas”. Garrocho es profesor de Ética y Filosofía Política en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), donde ejerce como Vicedecano de Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras. Ha sido investigador visitante en el Boston College, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y la Johns Hopkins University. Sus intereses principales giran en torno a la ética clásica y su aplicación al mundo contemporáneo. Es miembro de reconocidos grupos y proyectos de investigación y autor de artículos de análisis tanto en revistas científicas de Filosofía como en prensa generalista. Es autor de los libros ‘Sobre la nostalgia. Damnatio memoriae’ (2019), ‘Aristóteles. Una ética de las pasiones’ (2015) y ‘El último verano’ (2023). En 2021 ganó el Premio David Gistau de Periodismo.
Transcripción
Entonces, esto de «acéptate tal y como eres» a mí me pone muy nervioso. Yo creo que no debemos aceptarnos y debemos aspirar siempre a ser un poquito mejor de lo que somos. Séneca, por ejemplo, en «De ira», se interroga o interroga al lector: «¿Qué defecto has reparado, o de qué vicio te has curado hoy?». Y creo que esa es una manera sana de vivir. El vivir conforme a un examen en el que nos proponemos un proceso de construcción. Yo creo que la ética, en el fondo, consiste en eso: en un cultivo del carácter en el que, a través de la costumbre, vamos perfeccionándonos poco a poco y vamos dejando de ser lo que fuimos y nos vamos acercando a lo que deberíamos ser o a lo que querríamos ser.
Oímos hablar mucho del pensamiento crítico. En el fondo, nadie sabe exactamente qué es, o puede acabar significando cosas contrarias. Y yo creo que una de las cuestiones que deberíamos cultivar es la autocrítica, el generar una capacidad para someternos a examen, para sospechar de cuáles son los principios rectores de nuestra vida. Y creo que sería bueno también que existieran fuentes de sentido mucho más plurales. Ahora hablamos con mucha insistencia de la necesidad de que vivamos en sociedades plurales, pero en el fondo los prescriptores de formas de vida son muy pocos. Encontramos que todo el mundo quiere ser diferente, pero en esa diferencia o en ese reclamo de la diferencia, todos tendemos a parecernos mucho. Entonces, yo creo que si nos atreviésemos de verdad a cultivar una cierta autonomía en el pensar, una cierta valentía, incluso me atrevería a decir un cierto atrevimiento a la hora de desafiar algunas verdades que damos por sentadas, creo que eso podría ser bueno.
En este contexto es interesante también la enseñanza de Sócrates, que nos recuerda que es mucho peor cometer injusticia que padecerla. Normalmente siempre tenemos mucho miedo a que nos pasen cosas malas, pero en el fondo el verdadero miedo deberíamos tenerlo a hacer nosotros cosas malas, porque si alguien nos hace algo malo, en el fondo es ese alguien quien está incurriendo en una falta, o quien en último término se estaría haciendo daño. Pero vivir así, a pecho descubierto, asumiendo que lo que verdaderamente es temible no son las cosas que nos pueden pasar o las cosas que podemos padecer, sino las cosas que podemos hacer, creo, insisto, que es uno de los destilados más perfectos de la inteligencia de la antigua Grecia. En términos democráticos, creo que también hay una forma específica de ejercer la valentía, y es asumir que nuestras certezas pueden destruirse o pueden someterse al escrutinio público. Yo creo que vivimos en un tiempo en el que tenemos una apropiación demasiado identitaria de nuestras ideas. Y creo que ser demócrata es asumir que nuestras convicciones más íntimas se pueden exponer al concurso público y que en ocasiones van a ser falsadas. Y hay quien las va a criticar con razón, y nos van a obligar a tener que reformular nuestras certezas. O que hay opiniones que son nuestras y que, sin embargo, no van a sobrevivir. Creo que tener esa relación, digamos, de contingencia con nuestras ideas, con nuestras opiniones, es también un ejercicio de valentía. Ser valiente es atreverse a matizar, en ocasiones, atreverse a no tener opiniones que sean necesariamente fijas. Y, sobre todo, creo que es un ejercicio de valentía tremendo atrevernos a cambiar de opinión.
Y creo que lo que más me preocupa o de lo que más me doy cuenta, es de que estamos perdiendo esos momentos, esos espacios de silencio donde se puede cultivar la reflexión serena. También, y esto es preocupante, en el ámbito científico. Hoy nos miden, a quienes nos dedicamos, digamos, a la universidad, a la carrera académica, por una producción que es permanentemente acelerada. Y eso, en el ámbito de las humanidades, por ejemplo, es especialmente lesivo. Alguien que se dedica a investigar cuestiones vinculadas con las humanidades, con la filosofía, necesita tiempo, y puede necesitar momentos de barbecho. Es razonable que un intelectual necesite tres años para decir algo que valga la pena. Es razonable pensar que caben espacios donde no se produzca, o generar una ciencia muchísimo más lenta. Y yo creo que esa industrialización del conocimiento resulta especialmente lesiva en nuestros ámbitos científicos vinculados, como digo, con las humanidades. Sospecho que en otros también, pero creo que en el caso de la filosofía, por ejemplo, está generando, está produciendo discursos muy banales. Pero lo hacemos todos, ¿eh? Yo soy el primero que he publicado, o que publico cosas, a más velocidad que el respeto por nuestros lectores requeriría.
La tradición, sobre todo, y la tradición filosófica creo que de un modo prioritario, es un lugar donde podemos recurrir instrumentalmente para encontrar respuestas o fuentes de sentido. Esto no quiere decir que tengamos que comprar «in toto» la tradición, porque no hay una tradición única. La tradición siempre es plural y contradictoria, pero es una enorme caja de herramientas, en muchas ocasiones muy útil, a la que podemos recurrir. Yo creo que dar historia de la filosofía es muy útil, porque nos permite comunicarnos con esa herencia. Ahora bien, también creo que se puede estudiar de otra manera. Si nosotros vemos cómo se imparte hoy Historia de la Filosofía en segundo de Bachillerato, si lo trasladáramos al ámbito literario sería absurdo, ¿no? Nadie entendería que pueda haber una asignatura que fuera «Historia universal de la Literatura, desde Homero a Muñoz Molina». Sería absurdo. Nadie intentaría contener todo lo que ha dado la literatura universal en ese tiempo. Y eso es lo que se hace en Historia de la Filosofía. De modo que yo me abriría a ser mucho más ambicioso a la hora de interpretar o de preguntarnos cómo podemos enseñar competencias filosóficas y contenidos filosóficos en la escuela, en el instituto, en la enseñanza secundaria… Pero sí creo que abundar en las humanidades, en un mundo que, además, cada vez nos está enseñando que el malestar es creciente, que la sensación de extravío es creciente en la gente más joven… Yo confiaría en quienes nos han precedido y en esos saberes serenos y complejos para poder encontrar alguna respuesta.
Esa distancia, o la mejor manera para recorrer esa distancia, yo creo que es la tradición filosófica, una tradición que debe guardar memoria para saber copiar parte de las soluciones, pero tiene que seguir ambicionando una cierta creatividad para alumbrar respuestas nuevas a circunstancias que son nuevas. Así que yo me conformaría con una respuesta así de sencilla. Creo que son un buen invento, como la fregona es un buen invento al que yo no renunciaría.