“Ser críticos con la información nos convierte en ciudadanos libres”
Rosa María Calaf
“Ser críticos con la información nos convierte en ciudadanos libres”
Rosa María Calaf
Periodista
Creando oportunidades
La educación y la información, los dos pilares de la construcción social
Rosa María Calaf Periodista
Rosa María Calaf
Su icónico pelo rojo y su incomparable trayectoria periodística hacen de ella una de las corresponsales más emblemáticas de la televisión pública en España. En la retina y en la memoria quedan aún sus incontables reportajes, conexiones en directo y coberturas internacionales. La veterana reportera Rosa Mª Calaf no sólo fue una pionera del periodismo televisivo, sino que acabó convertida, a través de la pantalla, en testigo directo de gran parte de la historia de la segunda mitad del siglo XX. Con su estilo directo e innovador, inspiró a futuras generaciones de periodistas y transportó a los hogares españoles a algunos de los lugares más recónditos del mundo. Su obsesión siempre fue contar las historias de los que no tienen voz, porque para ella “el periodismo debe hacer visible lo invisible y contar lo que otros callan”.
Curiosa, entusiasta e incansable, así se definió hace 50 años, cuando decidió estudiar Periodismo, y así sigue definiéndose a día de hoy. A sus 74 años continúa siendo una inagotable viajera que ha recorrido más de 180 países porque, asegura, “de lo que más se aprende es de lo diferente”.
Tras una vida de dedicación absoluta al mundo de la información, Rosa Mª Calaf se muestra crítica con algunas prácticas del periodismo actual: “Es fundamental que los medios de comunicación vuelvan a poner por delante la información de calidad”. A los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, les advierte: “Hay que ser muy exigentes y críticos con la avalancha de información que recibimos, para aprender a diferenciar lo que es tóxico de lo que no lo es”. Para ella, el ejercicio del periodismo lleva consigo una enorme responsabilidad y es, junto a la educación, uno de los pilares de la construcción social: “Porque el saber es, claramente, lo que nos hace libres”, concluye.
Transcripción
Y lo que soy, pues soy periodista y sobre todo, también soy viajera. Soy una gran viajera y eso también lo aprendí en mi casa. Y cuando digo que soy afortunada, lo digo porque, efectivamente, la familia en que nací me dejó ser como quise ser y no solo me dejó, sino que me ayudó a ser como quise ser. Y después también he sido muy afortunada porque a lo largo de ese ejercicio profesional que he podido llevar a cabo me he encontrado tantísima gente que me ha dejado entrar en sus vidas para que las contara, y después tantísima gente que ha detenido sus propias vidas un momento para escuchar lo que tenía que contar sobre esas otras personas. Sí es verdad que siempre me dicen que fui muy pionera en mi época en todo esto, ya he contado muchas de las cosas que hice, pero sobre todo profesionalmente, que es un poco lo que en este momento también me interesa más compartir porque esta era una época en la que había muy pocas mujeres y fui, sin duda, la primera reportera de calle en la radio en Barcelona, primero, y después en televisión, pues reportera y reporteras de internacional éramos… con una mano sobraba para contarnos. Éramos muy pocas en el panorama televisivo y eso tuvo sus dificultades. Y ya luego hablaremos más ampliamente de todo esto. Pero claramente fue una extraordinaria oportunidad.
Pero lo que sí que también creo que me define es que cuando tenía unos 20 años me pidieron que me definiera para la memoria que en aquel momento se exigía para entrar en la Escuela de Periodismo. Yo entré en Periodismo, estaba todavía haciendo Derecho y te exigían que te definieras. Entonces yo me definí como curiosa, entusiasta e incansable. Pues sinceramente, creo que más de 50 años después sigo siendo exactamente igual. Y creo, porque sigo viajando muchísimo y sigo exactamente con la misma curiosidad y sigo llegando al límite de mis fuerzas, que por suerte todavía son bastantes. Y cruzo los dedos para poder seguir así siempre. Realmente me di cuenta de que era, digamos, un lema, un lema que había leído en alguna parte, y era lo que decía Hemingway de que «mi casa no es para vivir, sino que es para volver». Yo sé dónde está mi casa, es el Mediterráneo. No he vuelto todavía. Sigo dando vueltas por ahí, está mi casa ahí, sé que voy a volver algún día y ahí está. Y la otra máxima era la de que la palabra es de plomo y su peso es extraordinario, pero que además también es de oro porque su valor también es extraordinario. Y ahí es donde confluí, y creo que es lo que nos trae hoy aquí, a darnos cuenta de la extraordinaria importancia que tiene la posibilidad de contar.
¿Y por qué? Porque la posibilidad de contar, de contar lo que sucede y de contar lo que sucede en mundos distantes, distintos y a personas diferentes, es lo que va a contribuir a que sepamos. Y el saber es absolutamente esencial. Entonces mi anhelo fue ese, contribuir de alguna manera a eso. A eso que pasa claramente por los dos pilares de la construcción social, que son la educación y la información. Y creo que es la razón por la que me encanta estar aquí. Como decía, agradezco el espacio. Y ahora ya un poco después de este rollo tremendo, lo que me gustaría es que como ya veis un poco por dónde voy, empezáramos las preguntas y claramente el coloquio, que es, ya digo, lo más importante porque en todo lo que lo que hacemos la interactividad es esencial y el aprender los unos de los otros. Así que cuando queráis.
¿Por qué sucede eso? Que siempre es lo que hay que preguntarse. Bueno, pues sucede porque evidentemente la voluntad final no es informar bien, que es darle al ciudadano los elementos de conocimiento rigurosos, independientes, plurales, para que sepa lo que sucede y por tanto, en base a eso pueda formarse una opinión y que con esa opinión va a tomar decisiones. Entonces, todo ese proceso cada vez se ve más desvirtuado y más deteriorado. No es que antes el periodismo fuera mejor en todo. ¿No? No. Antes había cosas mejores y cosas peores. ¿Qué ocurre? Que ahora el problema está en muchas de las cosas que han existido siempre, por ejemplo, las «fake news». Las «fake news», que suena así como nuevo desde hace unos pocos años, pues de nuevo no tiene nada, porque eso es simplemente la mentira. Y mentiras ha habido siempre y voluntad de manipulación ha habido siempre, e intereses detrás de lo que se contaba y presiones ha habido siempre. Pero, ¿qué es lo que ha cambiado? Bueno, pues ha cambiado, por una parte, que las posibilidades tecnológicas en este momento hacen que todo ese ejercicio de manipulación se pueda hacer mucho mejor. Es decir, que se haya profesionalizado absolutamente. Además, permite una amplitud. Es decir, que llegue a muchísima más gente que antes, una rapidez muchísimo mayor y, sobre todo, además, una superposición, una aceleración mucho mayor. Es decir, se quiere hacer creer que lo último es más importante que lo anterior, y no necesariamente.
Si veis, por ejemplo, una cobertura informativa de algún hecho que esté sucediendo, no necesariamente lo último que estás viendo es lo más importante. Lo más importante pudo haber pasado hace cinco horas o haber pasado hace un mes. Entonces, ¿qué significa eso? Significa que, en realidad, estás acostumbrando a los cerebros a que vayan tan deprisa, o tengan que ir tan deprisa que por el camino se vaya perdiendo la capacidad de análisis, la capacidad de reflexión… que son procesos absolutamente necesarios para construir esa opinión sana y que es la obligación que tienen los medios. Los medios de comunicación lo que tienen es que hacer visible lo invisible y contar lo que se calla. Entonces estamos en unos medios en los que cada vez hay una ausencia mayor de tiempo para la reflexión, de espacio para el análisis… O sea, hay una extraordinaria toxicidad en las palabras. Es decir, las palabras nunca son inocentes. Cuando se elige una y no otra también suele ser por algo y el extraordinario uso de eufemismos, por ejemplo, es tremendamente peligroso porque suele ser intencionado, porque cambiando los conceptos queremos cambiar las ideas. Es decir, que todo esto son hechos que se han producido siempre, pero que ahora se producen con muchísima más frecuencia y de una manera más perfeccionada.
Y claro, llega un punto en el que parece que informa mejor el que desinforma mejor. Esa presión por la audiencia, porque el programa más visto figure que es el mejor. No, el programa más visto no necesariamente, para nada, es el mejor. Es una cuestión de mercadotecnia, es un baremo, pero no de calidad. Por tanto, al final, ¿qué ocurre con esa presión de las audiencias? Que resulta que te tienes que dirigir a hacer mejor que el que tiene más audiencia, precisamente, lo que no hay que hacer, porque lamentablemente muchísimas veces el que tiene más audiencia está precisamente yendo a buscar lo peor del ser humano, aquello que realmente mueve el morbo y mueve, pues claramente, el saber como ciudadano.
Un ejemplo que pongo muchas veces es el de la alimentación. Es decir, si ponemos un montón de productos sobre la mesa, unos envueltos de una forma muy atractiva, con olores, colores, etcétera, que se abren muy fácil. Otros que se abren más difícil, otros que no son tan atractivos… pero no sabemos lo que hay dentro. Y entonces os digo: «Comed lo que queráis». ¿Qué va a pasar normalmente? Pues que se va a coger lo más atractivo, lo que se abre más fácil, lo que te resulta más bonito, etcétera. ¿Qué pasa si dentro de esos productos hay tóxicos? Que el cuerpo físico se va a ir al hospital. Bueno, pues eso ocurre exactamente igual con la información. Si consumo productos informativos tóxicos lo que se va al hospital es el cuerpo social porque creas una sociedad enferma. Entonces, esa creación de sentido crítico requiere una posición activa. Por tanto, para vosotros es cada vez más difícil. ¿Por qué? Porque estáis inmersos en una avalancha absoluta de mensajes continuos y tenéis que aprender. Se llama «alfabetización mediática» a eso. Es decir, ¿cómo interpretar el lenguaje de los medios de comunicación? Es decir, saber cómo se hace la información, saber cómo se manipula la información. O sea, tenéis que estar atentos, gestar unas pequeñas antenitas que te den el aviso de que toda esa avalancha de información que tú recibes no puede ser solo pasiva. Tienes que ser muy activo a la hora de seleccionar y de ver qué es lo que haces con esa información.
Por eso la Asociación de la Prensa y la Federación de Asociaciones de la Prensa en España hizo un acuerdo el año pasado sobre, precisamente, esto de cómo comprometer a los centros docentes para hacer unas horas lectivas dedicadas a ese estudio de interpretación del lenguaje de los medios. Entonces, la red es absolutamente necesaria. Yo no quiero para nada sonar, porque no lo soy en absoluto, tecnofóbica. Creo que la red, la tecnología, es un instrumento maravilloso, el mejor que jamás hemos tenido al alcance de la mano para el conocimiento, para el acercamiento a lo distinto, para la comprensión de lo diferente. Es decir, podemos trabajar con eso como nunca hemos podido hacer, pero eso si se usa bien, y hemos de aprender a usarlo bien, porque si se usa mal, pues como todo instrumento, como toda herramienta, ¿qué ocurre? Que puede ser y tener la misma fuerza y ser un instrumento o herramienta de desconocimiento, de instalación de la mentira, de propagación del error. Todo depende de cómo lo usemos. Por tanto, creo que lo importantísimo que debemos saber es que tenemos que usar la red al máximo para formarnos e informarnos y, por supuesto, entretenernos. Pero todo en la justa medida, pero siempre dominar nosotros a la red, o sea, no caer en la red.
Y es muy importante que la tecnología la pongamos al servicio de los contenidos, no los contenidos al servicio de la tecnología. Y en el caso de la información o del periodismo, el que pueda hacer una cosa muy deprisa y la pueda hacer en cualquier lugar, en este momento puedo conectar desde el lugar más remoto del mundo, todo eso está muy bien, pero todo eso nunca puede ir en detrimento de la calidad de lo que voy a contar. Es decir, he llegado y puedo transmitir, ¿pero realmente sé lo que pasa? O sea, ¿puedo verdaderamente facilitar el producto que la ciudadanía necesita para, más o menos, poder orientarse? Por tanto, la conclusión final siempre es hacerse muchas preguntas y no dar nunca nada, porque esto es así y no puede ser de otra manera. Eso casi nunca es cierto.
Por tanto, eso sin educación es completamente imposible. Igual que sin una educación mínima de comportamiento social es muy difícil que pueda haber una sociedad cohesionada que tenga en cuenta además a todos sus elementos. O sea, que el ejemplo de España lo tenemos bien cerca y es muy evidente. Yo recuerdo siempre un ejemplo tremendo de un campo de refugiados en el que un compañero, no recuerdo de qué nacionalidad, me parece que era norteamericano, le preguntó una niña que tendría unos diez años, once años: «¿Y tú qué quieres ser cuando seas mayor?». Claro, la niña se quedó completamente callada porque, evidentemente, debía estar pensando: «¿Pero es que yo puedo decidir lo que quiero ser cuando sea mayor?». Entonces, esa falta de opciones significa falta absoluta de libertad. Por tanto, esas opciones y esa libertad la da en gran parte la educación, porque sin educación jamás esa persona va a ser capaz de exigir y defender sus derechos, porque empieza por no saber que los tiene. Y estuve el otro día con otro ejemplo, que también es el primero que se me viene a la mente, porque hace nada, no mucho tiempo, estuve haciendo una charla porque no era una entrevista, una conversación, con una persona extraordinaria, un extraordinario valor como humano y como científico que está en la NASA, que dirige un departamento en la Universidad de Harvard, está ahora especializado en el origen de la vida…
Se llama Juan Mercader y es, bueno, nacido en la provincia de Sevilla. Entonces él me contaba cómo cuando era pequeño, nació en la posguerra, era una familia… pues en el campo andaluz, os podéis imaginar, una precariedad extraordinariamente extendida y, por tanto, una familia con varios hermanos, escasísimos sus medios económicos, sus recursos. Su padre era cartero y además, como era republicano y había estado en el bando republicano, no podían estar en un pueblo más de un año, me contaba, porque ya las represalias y el maltrato eran insoportables y tenían que cambiar de pueblo. Entonces, por suerte, le mantenían el trabajo de cartero a su padre. Su madre trabajaba en todo lo posible para sacar adelante a la familia y ellos, sus niños, iban a las escuelas de esos pueblos, que podéis imaginar que tenían maestros seguramente muy voluntariosos, pero con unas posibilidades mínimas. Pero fue precisamente un maestro el que se dio cuenta sobre todo de la capacidad y del talento de ese chaval. Y entonces bueno, pues empezaron en las escuelas sucesivas a fomentarle y a ayudarle en lo que podían, y cuando ya llegó un momento en que se dieron cuenta de que, evidentemente, en esas escuelas no podían darle más, uno de los maestros consiguió… conocía a una persona que tenía mucho dinero, en Huelva, y entonces consiguió que le apadrinara y que le financiara estudios, que pudiera trasladarse a Huelva, que ya pudiera hacer estudios de secundaria o universidad y a partir de ahí ya fueron becas en Europa. Y después se fue Estados Unidos y ya fue una carrera extraordinariamente brillante. Y que sea uno de los científicos principales en este momento en todo ese campo de la búsqueda de los orígenes de la vida.
Jamás hubiera podido hacer eso sin educación. Y por supuesto, no lo hubiera podido hacer sin esa esa familia que estaba empeñada en que siguieran yendo al colegio pese a las dificultades, en esos maestros que se empeñaron en descubrir, detectar, proteger y fomentar esas capacidades. Y esa persona que con dinero, pues lo que no hacía la administración, que es la que tiene la obligación de hacerlo, le dio los medios para poder seguir adelante. Si la educación, que es otro de los graves problemas que tenemos ahora, que la educación es evidentemente cada vez mejor. Decimos: «Son las generaciones mejor preparadas». Respecto a España, sin ninguna duda. Pero probablemente estáis muy preparados en lo tecnológico, posiblemente, en parte, en lo académico. Pero claro, no solo es esto. Es decir, tienen que estar también preparados humanísticamente hablando. Y ahí creo que empezamos a descuidar todo eso y eso es fundamental a la hora de construir personas. Y hay un tema que es la clave que hay que entender en cuanto a la importancia de la educación, que tanto la educación como la información proporcionan saber. Y es que el no dejar saber a lo largo de toda la historia de la humanidad ha sido la mejor forma de dominar, y eso es contra lo que tenemos que luchar y lo que no podemos permitir.
Eso es una gran angustia para el informador porque siempre tienes ese miedo de, por una parte, que no te traduzcan realmente lo que están diciendo, a veces porque ellos mismos tienen miedo de preguntar lo que tú preguntas por mucho que les digas: «Pregúntale y dile que soy yo la que lo pregunto, no eres tú el que preguntas», al traductor. Tienes que valerte de los traductores. Y por otra parte, tampoco estás segura de que te estén traduciendo realmente lo que te están contestando. Y, sobre todo, lo que es más importante es que hablar con las personas en su propia lengua está claro que la fluidez y la calidad de la comunicación, es infinitamente mejor, por mucho que tengas un traductor magnífico, porque además un traductor no es necesariamente solo aquella persona que te traduce literalmente lo que te están diciendo, sino que tiene que interpretar, porque todos sabemos que decimos con lo que no decimos y decimos con el tono. Y hay muchos otros aspectos. Y luego, además, el poner la oreja en aquellos lugares donde estás hablando aquí, pero están sucediendo cosas aquí. Entonces, todo eso significa que te estás perdiendo una serie de elementos clave para la comprensión. Pero aun así, pues ya digo, de donde aprendes es de lo otro y del otro. Y entonces la verdad que el viajar te da esa extraordinaria oportunidad. Por eso todo lo que vas a aprender viajando no lo puedes aprender en ningún libro ni en ningún documental, por maravilloso que sea. Así que hay que salir por ahí.
Yo tengo la tendencia siempre a creer que mayoritariamente lo que he aprendido es que la gente tiene buenas intenciones. Es decir, es verdad que he visto mucha gente que no las tiene. Entonces, a lo mejor peco de buenismo, pero lo que sí que he visto es que lo normal es que todo el mundo quiera lo mismo hasta en el lugar más recóndito, que es vivir tranquilamente en paz, sin riesgos físicos, por supuesto, con dignidad… Es decir, teniendo las cosas necesarias para tener una vida digna. Y que pasa, obviamente, por la comida, y pasa por la vivienda, y pasa por la tranquilidad, el entorno. Y pasa por la educación y por todos estos elementos que a nosotros nos parece que están ahí, pero que para la mayoría de la humanidad no lo están. Pero también es verdad que entonces en todo esto se interfiere el que todos los seres humanos tenemos esa parte de codicia y esa parte de maldad. Y entonces he podido aprender de las más diversas situaciones, sobre todo evidentemente en las situaciones extremas, pero extremas en el dolor o en la tragedia, en el conflicto, en la violencia física, pero también en el extremo de la posesión de riqueza y del bienestar, y del malversar y malgastar recursos. Es decir, que en todos esos extremos, por una parte, puede salir y sale lo mejor del ser humano, pero también sale lo peor.
Ahí es donde a veces tengo mis dudas, pero ya digo, siempre he pensado que lo que es importante resaltar como periodista es esa parte de bondad, y esa parte de solidaridad, y esa parte de entrega, y esas personas que hacen tantas cosas por los demás que siguen adelante en circunstancias extremadamente difíciles. Porque pensad que una gran parte del mundo nace y muere en el mismo lugar y en medio lo único que intenta es sobrevivir. O sea, llegar al día siguiente. Por tanto, eso es tremendo. Pero sin embargo, siguen teniendo voluntad de seguir. Y eso me parece que es importante contarlo porque si no colaboramos como medios de comunicación, somos cómplices de esa voluntad de instalar un mundo en blanco y negro, de buenos y malos. Hay muchos grises. Nadie es totalmente bueno ni nadie es totalmente malo. Bueno, también es verdad que instalar un mundo peligroso, negativo, tortuoso… Esa idea del defendamos lo que tenemos y lo que conocemos porque lo demás… Es decir, todo eso, creo que los medios de comunicación deberían tener, como la educación, la posibilidad, porque es evidente que está en sus objetivos, de desenmascarar esas percepciones totalmente erróneas, equivocadas y que además, muchas veces son intencionadamente difundidas.
Eso es algo que he aprendido, pero día a día, en todo lo que he hecho y en todo lo que hago, el tener que estar muy alerta para no caer en ese derrotismo y en esa idea tremenda de que no hay nada que hacer. «Fíjate cómo son las cosas, qué mal está todo. ¿Yo qué puedo hacer?». Hay que recuperar y creo que ahí es donde entra la educación y entra también la información. En recuperar la autoestima y el convencimiento de que lo que hagamos cada uno tiene mucha importancia.
Bueno, pues he visto claro la transformación de los ejes. De como ahora Asia pasa a ser el centro del mundo cuando antes lo era otra parte del mundo, es decir, cómo hay una serie de evoluciones. La caída de la Unión Soviética, el colapso de la Unión Soviética y ese fin, o lo que creímos que era el fin de la Guerra Fría, fue el fin de un determinado tipo de confrontación. Pero bueno, lamentablemente no del fin de toda confrontación porque seguimos confrontándonos. Las recuperaciones democráticas, por ejemplo, o la instalación democrática, porque en algunos lugares nunca había habido democracia antes. En América Latina, por ejemplo, los procesos en Chile y los procesos en Argentina. Todo eso claramente fue posiblemente lo que tengo que poner en la parte positiva. En la parte que más me hubiera gustado no tener que contar, pues claramente son esas situaciones de extraordinaria injusticia con las personas. Algunas son vinculadas evidentemente, a catástrofes naturales. El tsunami del 2004, por ejemplo, que arrasó gran parte asiática, de Indonesia, de Sri Lanka, parte de Tailandia, incluso una zona costera de la India. Trecientos cincuenta y pico mil muertos… no se sabe porque evidentemente son lugares donde ni siquiera hay censos, ni te puedes fiar. Y realmente fue una catástrofe que acabó, es decir, un terremoto… un conflicto violento destruye, pero no lo destruye todo.
El tsunami fue la devastación más absoluta y fue realmente la ruptura total del tejido social porque esos países y esos pueblos que viven en una precariedad, que tienen una extraordinaria vulnerabilidad, su gran apoyo es precisamente la red social que se teje en la ayuda de unos a otros. Entonces si rompes eso porque la gente se muere, porque la gente tiene que abandonar completamente esos lugares. Eso es lo que está ocurriendo ahora con gran parte de las migraciones, que no son nuevas, pero digamos que el flujo migratorio que está viniendo ahora… todo eso lo que hace es que claramente destruye las formas de vida. Entonces el tsunami hizo todo eso de una vez y para miles y miles de personas era la devastación más absoluta. Pero sobre todo, además, era otra vez el ejemplo de que siempre acaban siendo víctimas los mismos. Porque ¿qué ocurrió ahí? Pues que en todas esas circunstancias lo que se destruye es ese núcleo de los más pobres porque nadie se ha preocupado de darles unas casas que puedan resistir, nadie ha organizado una protección civil, nadie ha hecho un aviso… Y bueno, pues evidentemente, ¿eso es una catástrofe natural? Sí, pero hay que hacerse muchas preguntas porque significa que detrás de esa catástrofe el comportamiento humano ha tenido mucho que ver. Tiene mucho que ver esa construcción social que tenga en cuenta el bienestar de las personas.
Por tanto, la reflexión siempre es que te lleve a preguntarte: «¿Y las responsabilidades dónde están?». Decir: «¿Quiénes son responsables?». Porque hay responsables. Incluso ya digo, no de que haya un terremoto a lo mejor, pero sí de sus consecuencias, que sean más o menos graves. Y luego la segunda fase es preguntarnos en esa responsabilidad qué parte tenemos nosotros. Porque nosotros que vivimos en esa parte del planeta donde podemos decidir, hasta cierto punto, pero podemos, somos los que más podemos, tenemos capacidad o libertad para decidir y para elegir, etcétera, pues tenemos una extraordinaria influencia con nuestras decisiones en lo que pasa en esos lugares.
Pero en la redacción, en los montajes… Es decir, donde se hacía la televisión realmente, en la redacción no había porque no había ninguna mujer. Ahí también quiero resaltar que nunca encontré problemas realmente frontales dentro de la jerarquía de televisión y de hecho fue gracias al director de televisión en aquel momento en Barcelona que confió en mí y que realmente me vio esa capacidad que probablemente no se me suponía. Y entonces me dejó hacer y me dejó crecer. Y después me fui a Madrid, pero luego me pasaron cosas como que las valoraciones inicialmente eran, pues volvía yo con mi pieza de informativos y la valoración normalmente de mis compañeros era: «Pues has salido guapísima», o «Esa blusa te queda genial». Y yo pensaba: «¿Esto tendrá que ver con la pieza que acabo de hacer?». Entonces, ¿qué ocurría? ¿Que ellos lo hacían porque eran malísimos y porque estaban pensando le vamos a decir eso porque así la vamos a humillar? No, era porque, al contrario, creían realmente, porque esto está en el imaginario, que era lo que a mí me iba a satisfacer y me iba a gustar. Entonces, bueno, yo lo que hice fue hacer lo mismo y entonces empecé a decirles: «Ay, ayer vi tu pieza… oye la corbata». Y claro, se quedaban. ¿No? Porque es una muy buena manera de reaccionar y de ponerte ante el absurdo cuando le das la vuelta, cuando haces eso que se considera normal, aplicado a una mujer, si lo haces en una biografía ya es de morirse de risa. Porque si dices: «Pierre Curie, casado, que encontró tiempo para la familia y el amor en su carrera científica llegando…», todo el mundo dirá: «¿De qué me está hablando?». Bueno, pues eso es lo que se dice en muchísimos libros sobre Marie Curie. O sea, que era su mujer y que tiene dos premios Nobel.
Entonces eso no nos parece raro. Y sin embargo, pues sí nos lo parece en hombres. Todo eso era algo que estaba entonces absolutamente presente, que ahora lo está menos, pero que todavía lo está y que además ahora el riesgo que hay es que es mucho más sutil y está enmascarado. Es decir, el feminismo siempre cuando algo molesta, pues una de las formas es prohibirlo. Que es lo que se hizo durante muchísimos años: prohibir el voto, prohibir el acceso a la universidad, es decir, prohibir derechos. O cuando ya se ve que puede tener incluso más eficacia, en lugar de prohibir, pues desacreditar, o desvirtuar, o deteriorar el mensaje sin que haya ninguna razón objetiva para ello. En lugar de darse cuenta de que esto es una cuestión de poder y que lo que hace es mermar las posibilidades de esa misma sociedad. Pero no solo para las mujeres, sino para todo el mundo, porque siempre será mejor un grupo que usa el talento, la capacidad, el esfuerzo de todos, hombres y mujeres, que si utiliza el talento, la capacidad y el esfuerzo de solo la mitad. No porque esa mitad sea mejor que la otra, sino que en las dos mitades hay mejores y hay peores.
Y la cuestión está en que todo el mundo pueda aportar lo mejor de sí mismo para contribuir al bienestar del grupo. Y algo tan sencillo como eso se convierte en un mensaje de agresión, de rechazo del otro. Una cosa completamente absurda. Y todo eso fue al principio, lógicamente, mucho más difícil, porque estábamos solas. Éramos muy pocas. Pensad que, por ejemplo, en el Club de Prensa de Washington no pudieron entrar las mujeres hasta a partir de los años 70, que a los más jóvenes os parece que hace mucho, pero realmente no hace mucho. Históricamente, por tanto, fue complicado porque luchabas con eso, luchabas con prohibiciones, luchabas con la condescendencia. O sea, ese: «Bueno, vale, venga va, pobrecita. Pues venga, haz eso. A ver». La superprotección que había entonces: «Bueno, pobre cuidado». Es decir que había muchos obstáculos. Ahora hay muchas más mujeres que hombres en las redacciones, en las facultades de comunicación, pero sin embargo no estamos en la proporción lógica ni en los espacios de opinión, ni en los espacios de dirección. Bueno, pues ahí algo está sucediendo porque es obvio que si no estamos en un plano de igualdad real, ¿qué ocurre?
Que entonces, realmente, el mundo se sigue mostrando con esa visión heteropatriarcal y donde los intereses de las mujeres no son reflejados, ni son reflejadas las mujeres tal como son, sino que son reflejadas con un montón de estereotipos y con una losa de silencio sobre los logros, sobre, en fin, todo lo que las mujeres hacen en la construcción social. Hacen y han hecho durante toda la historia. El gran riesgo, además, es que en este momento estamos viviendo una especie de contrarreforma, que es lo que suele ocurrir siempre que hay una reforma. Es decir, se avanza mucho, sobre todo en temas de derechos, que es a lo que me refiero, avanzas mucho, pero luego de repente, pues hay unas fuerzas que no quieren que se avance, que aplican, pues esos frenos para que eso no siga avanzando y sobre todo, no se consolide. Y en este momento estamos viviendo una etapa de riesgo serio de retroceso. Eso tendría que hacernos reflexionar porque significa, claramente, que está triunfando esa idea que se quiere transmitir y que se quiere que se instale en todos aquellos lugares donde la mujer está no solo discriminada, sino claramente oprimida y claramente manifiestamente reprimida, pues se le quiere hacer creer que no hay nada que hacer.
Eso es así y hay que resignarse. En el mundo donde hemos logrado avanzar muchísimo, que podría ser, pues en fin, nosotros y nuestros entornos, se nos quiere hacer creer que no hay que hacer nada porque ya está todo hecho. ¿Dónde vas todavía protestando? ¿Qué más quieres? Bueno, pues ninguna de las dos cosas son ciertas, ni es cierto que no hay nada que hacer, ni es cierto que no hay que hacer nada. Por tanto, esos mensajes son extraordinariamente nocivos y muy interesados para una determinada parte de la sociedad que no quiere contar con todos los miembros en esa construcción de un mundo mejor. Y ahí es donde creo que tenemos que estar tremendamente alerta. Por otra parte, yo también quiero destacar una cosa. Igual que digo que fue y es más difícil, también digo que el ser mujer tiene unas ventajas extraordinarias en las coberturas informativas, por ejemplo. ¿Por qué? Pues porque te permite moverte en el ámbito femenino en todos esos lugares donde, efectivamente, la discriminación y la separación por sexos es muy flagrante. Entonces, ¿eso qué significa a la hora de la verdad? Pues tener una información mucho más completa porque en el ámbito masculino tú tienes la versión oficial, es decir, ya sabes lo que te van a contar de cómo es esa sociedad. Pero en el ámbito femenino lo que vas a ver es lo que es en realidad, es decir, la cotidianidad y, por tanto, el vivir cada día. Y ahí es donde puedes claramente sopesar que una información equilibrada es contar con los dos relatos, no solo con una parte. Y eso lo puedes hacer mucho mejor siendo una mujer.
No es una cuestión solo de que probablemente comprendas determinados procesos mejor, pero hay muchísimos compañeros hombres, evidentemente, que llevan también muchos años en esto con gran interés, evidentemente, por el tema igualitario y todo esto donde la comprensión puede llegar a ser la misma. Pero sí que es verdad que, por ejemplo, la relación con aquellas mujeres que han sufrido situaciones extremas de violencia, por ejemplo, o sea, de violaciones o de grandes tragedias personales, de intimidación, de abusos en sus hijos, etcétera, probablemente te lo contarán más a ti siendo una mujer que, probablemente, a un hombre le va a costar más que ese relato tenga la fluidez y la confianza necesaria. Por tanto, yo siempre he dicho que no he podido hacer el mismo periodismo, es decir, que la materia prima es la misma sobre la que trabajas, seas hombre o seas mujer, lo que ocurre es que además, ya digo, si eres mujer en determinados lugares y determinadas circunstancias, la posibilidad de acceso a las fuentes, que es lo fundamental para un periodista, tienes una serie de ventajas.
Cuando estuve en Bután… Bután es un pequeño país en el Himalaya, entre la India y China, los grandes gigantes, y en un momento determinado, pues en los años 2000, pues decidió abrirse, decidió el rey, era una monarquía, decidió el rey que tenían que abrirse al mundo. No se podía ir. Era muy, muy cerrado y que tenía que abrirse al mundo. Entonces empezaron a incorporar una serie de nuevas prácticas para educar, lógicamente, como siempre, el valor de la educación, pues a ese pueblo que había permanecido ahí en ese valle preciosísimo, por otra parte. Hicieron muchísimas cosas, pero una de ellas fue que hubiera televisión que hasta entonces no había, y entonces instalaron un canal de televisión que, evidentemente, podéis imaginar que no tenía nadie porque una gran parte del país no tenía ni siquiera electricidad, por lo tanto tenían que poner generadores. Pero bueno, se hicieron como lo que aquí fueron en su día los teleclubs. Había un televisor por zona y entonces la gente iba a ver ahí la televisión. Al cabo de un año estuve ahí para ver qué había pasado. Bueno, pues en un año había habido una transformación de prácticas sociales, pero espectaculares. ¿Por qué? Pues porque habían cambiado muchísimas cosas. Por ejemplo, la alimentación, ¿qué pasaba? Que su forma de comer o de cocinar era una cocina lenta, laboriosa, lógicamente con leña… Bueno, tenían todo el tiempo del mundo, pero ¿qué pasaba? Que entonces empezaban a engancharse a los culebrones de la India, que era lo que fundamentalmente llegaba, porque era la posibilidad de la cultura más cercana. Y pues se olvidaban del tema de la cocina, con lo cual simplificaban la cocina.
Se quitaron los altarcitos que había en todos, todos, todos los hogares en el lugar central del salón común, donde normalmente se suele comer, y se suele dormir, y se suele hacer la vida familiar, pues ahí siempre había un altar dedicado a los antepasados y espíritus, etcétera, según los distintos lugares. Además, son budistas, o sea que también vamos de una rama del budismo. Y entonces, bueno, pues ese altarcito había sido desviado a un lado porque el que conseguía tener un televisor lo ponía en el centro de la sala. Que todo esto, los que tenemos una cierta edad, recordamos que pasó exactamente lo mismo en los hogares españoles. Pero lo más significativo era diferenciar entre la ficción y la realidad porque cuando veían una película, pues creían que los actores se morían. Entonces, cuando les decían: «No, hombre, que esto es una película, es que es cuando tal». Entonces, cuando veían un telediario, pensaban que veían una guerra y pensaban que la gente no se moría. Bueno, pues es eso es lo que ocurre si hay una superutilización de imágenes muy violentas y que son imágenes que claramente, pues van por un lado saturando la capacidad de empatía y de reacción. Y si nos fijamos hay, de hecho, un estudio que habla del síndrome de la piedad cansada, porque a base de ver… tenemos un nivel de tolerancia, lógicamente al dolor, a la tragedia y a todo esto, que en un momento determinado ya se satura.
¿Y entonces? Además, como se le da toda esta valoración, y ya digo, con una particular estética, pues lo que se acaba consiguiendo es que se empiece a mezclar lo que es real con lo que no lo es. Y vemos como se caen las Torres Gemelas e inicialmente piensas que eso es falso. Primero porque no te lo crees, porque ya sabes que te han engañado a veces. Y segundo, porque está hecho de tal manera que parece una película. Para mí es muchísimo más importante y mucho más significativo reflejar lo que sucede no con un muerto en mitad de la calle. Y os cuento, por ejemplo en Timor Oriental, que hubo mucha violencia en un determinado momento, afortunadamente menos de la que se esperaba pero aun así mucha, la población tuvo que huir… Pues no es cuestión de poner un muerto en la calle o un brazo colgado en un árbol en un primer plano, sino que me parece que cuenta lo mismo gente que ha tenido que abandonarlo todo y que han perdido a sus familias… poniendo una casa en la que está la taza con la cucharita a lo mejor, todavía, y el poso del café. El cuaderno de un niño que está tirado en el suelo, una bicicleta que está tirada en un matorral. Es decir, hay muchas formas de estar explicando con la imagen la gravedad de lo que ha sucedido y que eso va mucho más allá en ese impacto, pero que deja de ser impacto para ser reflexión y para ser, en su caso, una determinación de responsabilidades.
¿Por qué ha pasado esto? ¿Y quién ha decidido que pase esto? ¿Y yo qué responsabilidad tengo en todo esto? O sea, que hay que tener muchísimo cuidado con el uso y el abuso de ese tipo de imágenes. Es verdad que en algún momento alguna imagen muy puntual determinada hace que se genere el que la ciudadanía se detenga, pero sobre todo se tiene que detener más allá del primer impulso y de la primera reacción. Y ahí es donde yo creo que en este momento hay que ser muy exigente con lo que ofrece el panorama mediático para que mida muy bien las consecuencias de lo que hace a la hora de crear una sociedad que no sea solo una sociedad de emoción pública, sino que sea una sociedad de opinión pública que incorpore la emoción, pero no solo la emoción. Y bueno, creo que podríamos seguir dándole vueltas a esta idea, pero tendremos que terminar en algún momento. Yo os agradezco muchísimo que hayáis aguantado aquí todo el tiempo y tan disciplinados. Pero bueno, pues simplemente me gustaría hacer un pequeño resumen de lo que para mí es más importante y lo que me gustaría trasladar, que es esa idea de que estamos claramente viviendo un momento de transición.
Tenemos la suerte y la fortuna de vivir un momento de gran cambio, pero al mismo tiempo, lógicamente se produce un momento de tremenda inquietud para saber hacia dónde vamos. Y la gran incógnita, es decir, todas esas posibilidades que nos brinda la revolución tecnológica, vamos además a aprovecharlas, pero sin olvidar nunca y dejarnos por el camino, la ética, los valores y, sobre todo, la importancia de poner esa revolución al servicio de las personas y del bien común, no solo del bien de unos pocos. Y evidentemente, o sea, para que la ciudadanía sea capaz de eso, pues tiene que tener una buena educación, tiene que tener una buena información, porque el saber es lo que claramente nos va a hacer libres. Y tenemos que tener el convencimiento de que bueno, depende de todos nosotros y de lo que cada uno hagamos el que nos decantemos por una opción o por otra. Es decir, ¿queremos una sociedad de consumidores que compren productos e ideas, o queremos una sociedad de ciudadanos que piensen? Y los griegos, o sea creo que era Tucídides ya decía que teníamos, y se lo decía a los griegos, teníamos que elegir entre descansar, es decir, no hacer nada, ser pasivo, o ser libre, porque la libertad requiere un esfuerzo personal, porque nunca, nunca se regala. Y nada más. Muchas gracias.