Cinco decisiones importantes durante el embarazo
Alberto Soler
Cinco decisiones importantes durante el embarazo
Alberto Soler
Psicólogo
Creando oportunidades
Manual de instrucciones para padres y madres primerizos
Alberto Soler Psicólogo
¿Se puede educar sin premios ni castigos?
Alberto Soler Psicólogo
Alberto Soler
Psicólogo y Máster en Psicología Clínica y de la Salud, especialista en Psicoterapia (EuroPsy Specialist in Psychotherapy), por el Comité Europeo de Acreditación de EuroPsy y el Consejo General del Colegio Oficial de Psicólogos. Con más de 10 años de experiencia clínica y asesoramiento a padres, Alberto Soler compagina la consulta clínica con su trabajo de divulgador en conferencias y colaboraciones en prensa, radio y televisión. En su videoblog, Píldoras de Psicología, y en los libros “Hijos de padres felices”, 'Niños sin etiquetas' y 'La gran guía de la crianza', entre otros, de los que es co-autor, da respuesta a las dudas universales sobre educación, desarrollo, maternidad y paternidad. "¿Nos resulta más complicado tener hijos a día de hoy que en otras generaciones? Los que tenemos sobreviven, tenemos medicinas que darles, tenemos alimentos para que se lleven a la boca, pero el contexto social que acompaña esa crianza es mucho más complicado. Eso al final nos lleva a pensar que la maternidad es algo que se hace en solitario. La pareja está muchas veces sola delante de la tarea de criar hijos, de sacar hijos adelante", reflexiona el psicólogo, que aporta unas líneas maestras para superar los retos y dificultades de la crianza.
Transcripción
Y fui más o menos pasando los cursos hasta que la cosa ya estaba un poco complicada y conocí una chica que era superinteligente, que me ayudó un montón con ciertas asignaturas y gracias a ella conseguí remontar bastante la carrera e incluso acabarla. De hecho, a día de hoy esa chica tan inteligente es doctora en Psicología. Es mi mujer. Con ella comparto tres hijos, un negocio, cinco libros y prácticamente todo lo que hacemos. Cuando acabé la carrera, empecé a trabajar como psicólogo y así fui avanzando hasta que llegó un momento en el que, aparte de trabajar simplemente con pacientes, yo también necesitaba algo más para poder seguir comunicando. Y empecé a divulgar sobre asuntos relacionados con infancia, con crianza, con educación… Abrimos un videoblog, Píldoras de psicología, que se acerca al medio millón de seguidores en YouTube. Escribimos libros, tenemos cinco publicados y, a día de hoy, Conchi y yo, mi mujer y yo, dirigimos un centro de psicología en Valencia donde atendemos a familias, a niños, a adolescentes, a personas adultas y trabajamos mucho con temas de infancia y de crianza, que es a lo que dedicamos nuestra labor de divulgación. Y eso es lo que precisamente me trae hoy a estar aquí con vosotros.
Pero lo que suma todavía más dificultad es que todos esos factores no afectan por igual a hombres y a mujeres. La maternidad penaliza muchísimo más a las mujeres que a los hombres. Entonces, ¿nos resulta más complicado tener hijos a día de hoy que en otras generaciones? Los que tenemos sobreviven, tenemos medicinas que darles, tenemos alimentos para que se lleven a la boca, pero lo que es el contexto social que acompaña esa crianza es mucho más complicado. Eso al final nos lleva a que la maternidad es algo que se hace en solitario. La pareja está muchas veces sola delante de la tarea de criar hijos, de sacar hijos adelante. Antes teníamos el grupo social, el pueblo, el barrio, la tribu, que criaba en conjunto. Las madres con las abuelas, con las tías, son las que se encargaban de llevar adelante esa crianza. Pero ahora, una vez se acaba la baja de maternidad y de paternidad, que, por cierto, la de maternidad es de las más cortas de Europa y la de paternidad de las más largas de Europa, lo cual es bastante contradictorio, una vez se acaba esa baja, muchas veces no es extraño encontrarse con una madre que tiene que hacer frente a la crianza de su criatura ella sola. Aislada de su familia, por la movilidad laboral, aislada de sus amistades que están en otro momento vital. Y, claro, vienen las depresiones postparto, viene el aislamiento, viene la soledad. Y si juntamos todo eso con las dificultades laborales, sí, a día de hoy tenemos algunos factores por los que es difícil llevar adelante la crianza.

“Ahora tenemos hijos que sobreviven, pero también muchos factores que hacen difícil llevar adelante la crianza”
Por eso yo siempre digo que hay cinco temas que sería muy interesante que la pareja pudiera hablar antes del momento del parto. El primero es la lactancia materna. Es un tema básico. La lactancia materna… Hemos perdido la cultura de la lactancia materna y afortunadamente hay asociaciones de apoyo a la lactancia materna, hay formación que nos puede ayudar a poder tener un poquito más de información y por estar un poquito más preparados para la lactancia materna. Pero es un tema importante, que no lo enfoquemos solamente como una preparación de la madre para la lactancia materna, porque, aunque es la madre quien da el pecho y, de hecho, dar el pecho es de las pocas cosas que nosotros no podemos hacer, por no decir la única, pero realmente es un asunto de pareja, porque ahí el papel que nosotros tenemos es muy importante, sobre todo a la hora de tener información, de poder acompañar en esa lactancia y de poder proporcionar a la madre todos los recursos que necesita para que esa lactancia sea exitosa. Está muy demostrado que la presencia y el papel activo del padre en la lactancia hace que esa lactancia se inicie con mejor pie y que pueda durar más tiempo. Uno de los primeros temas que habría que hablar es el de la lactancia materna. Si se le va a dar pecho, si no se le va a dar pecho y poder preparar esa lactancia. Otro tema que es muy importante, también es muy biológico, al igual que la alimentación, es el sueño. Todos tenemos la imagen estereotipada del bebé durmiendo y realmente es así. Es decir, los bebés duermen y son muy monos, pero tienen la molesta costumbre de dormir cuando nosotros estamos despiertos y querer estar despiertos cuando nosotros queremos dormir.
¿Cómo gestionamos el tema del sueño con la criatura? Hay diferentes opciones. ¿Va a dormir en nuestra cama, en una cuna sidecar, en su cuna…? ¿Cómo lo vamos a organizar? Muchas veces nos encontramos que la pareja tiene diferencias de criterio. Uno de los miembros de la pareja dice: «Vamos a dormir con el bebé, que va a ser mucho más sencillo para la lactancia, es así». El otro dice: «No, es que tiene que salir de la habitación cuanto antes». Tiene que haber un acuerdo en la pareja porque podemos ser flexibles con muchos temas, pero con estos cinco temas claves tiene que haber un acuerdo. Respecto al sueño, tenemos que tener muy claro que la recomendación oficial para prevenir la muerte súbita del lactante es que tiene que dormir en la misma habitación que los padres durante al menos el primer año de vida. Cuando son muy pequeñitos, sí que hay cierta controversia con respecto a si puede dormir en la misma cama o en una superficie que esté junto a la cama de los padres, pero que no sea la misma. Pero en todo caso tiene que haber comunicación en la pareja y se tiene que hablar sobre ese tema y se tienen que tomar decisiones. Luego nosotros podemos tener un plan, pero el bebé va a tener un plan diferente, pero al menos tenemos que tener esa decisión. Esos serían los dos primeros temas: lactancia y sueño. Tercer tema muy importante: escolarización. Durante el embarazo, ¿cómo vamos a pensar en la escolarización, en la escuela infantil? Es importante pensar en qué es lo que va a suceder, porque, si nosotros tenemos la idea de llevar a nuestra hija o a nuestro hijo a una escuela infantil, a lo mejor nuestra pareja piensa de una manera diferente. Tenemos que estar los dos alineados con ese tema y no está de más que, durante el embarazo, podamos incluso visitar alguna escuela infantil, que podamos ver cuáles son los trámites necesarios, si hay listas de espera, si no las hay. Y esto enlaza con un cuarto tema que es muy importante, que es la conciliación.
No es raro que yo vea en consulta parejas que se acercan al final de la baja de maternidad y en ese momento comienzan a debatir si uno de los dos, habitualmente la madre, si va a coger una excedencia laboral, si se va a incorporar, si no se va a reincorporar, si se va a coger una reducción de jornada, si se pueden permitir económicamente alguna de esas medidas. Esto está íntimamente relacionado con la escolarización de la criatura y es otro de los temas que es muy interesante poder hablar durante el embarazo, porque, luego, como decíamos, los dos podemos tener un plan, pero las cosas se pueden desarrollar de otra manera. Por eso es importante tener el plan A, pero también el plan B, C, D, E… Tener diferentes escenarios posibles para poder decidir en función de cómo se desarrollen los acontecimientos. Y un último tema que también es muy importante y está relacionado con los dos anteriores, con la conciliación y con la escolarización, son los límites con la familia. ¿Qué papel van a ocupar las respectivas familias de origen durante estos primeros meses o estos primeros años de la criatura? Muchas veces, uno de los motivos de conflicto o de tensión en la pareja es la relación con la familia extensa, o bien porque tienen más presencia de la que deberían, bien porque no cumplen con las expectativas que la familia tiene puestas sobre ellos. Eso es necesario que se hable, sobre todo porque a veces se dan situaciones como que uno de los miembros de la pareja espera un papel mucho más activo habitualmente de su familia de lo que resulta cómodo para la convivencia familiar desde el punto de vista de la otra persona. ¿Cuáles son los límites? ¿Dónde ponemos las paredes de nuestra casa? Pues ese sería el quinto elemento que es importante poder comentar. Si utilizamos el tiempo del embarazo para poder hablar de estos temas, los primeros meses de vida de la criatura serán mucho más fluidos.
Lo que tenemos que conseguir es eliminar esas amenazas o esos chantajes porque, y volvemos a los términos coloquiales, los premios y los castigos no pueden ser la moneda de cambio de nuestro día a día. Empezamos por el lado de los castigos. Los castigos son indeseables. Son indeseables desde un punto de vista ético, desde un punto de vista moral, pero también desde un punto de vista educativo. Porque castigar a una criatura no hace que la conducta de esa criatura mejore, al menos en el medio y en el largo plazo, porque a corto plazo sí que mejora. Y ese es el problema que tienen los castigos. Tú amenazas y te pones muy seria con tu hija o con tu hijo y en ese momento te va a hacer caso. Pero a medio o largo plazo, ¿qué es lo que vas a conseguir? Va a haber una serie de problemas muy importantes asociados a ese uso de los castigos. Vas a perjudicar el vínculo afectivo con tu criatura. Se va a sentir amenazada, se va a sentir coaccionada y, cuando tenga un problema, probablemente no va a ir a contárselo, no va a confiar en esa persona que, cuando se equivoca, le castiga o la amenaza. Va a buscar otra persona con la que vincularse y en quien buscar consejo. Vamos a hacer sentir mal a esa criatura. Es: «Hombre, claro, por supuesto, es que el castigo tiene que hacer sentir mal». Ese es uno de los problemas. No, un castigo no debería hacer sentir mal, pero hace sentir mal. Y, cuando una persona se siente mal, tiende a comportarse peor. Porque muchas veces la mala conducta es la consecuencia de que nosotros no nos sentimos bien.
Si hacemos sentir mal a una persona que se ha equivocado o que ha tenido una conducta que no es adecuada, lo más probable es que se porte todavía peor. Vamos a interpretar esa peor conducta como una amenaza, como un desafío hacia nosotros, y le vamos a demostrar quién manda aquí y vamos a hacerle un castigo todavía peor. Y vamos a ir haciendo una escalada de la cual va a ser muy difícil escapar. ¿Qué más pasa con el castigo? Aparece la sustitución de la respuesta. Tú puedes decirle a tu hijo: «Como no dejes de hacer esta conducta, te va a pasar tal cosa» y va a hacer algo igualmente indeseable, pero que no sea aquello con lo que tú le has amenazado. Parece que está bastante claro que los castigos no son la solución a nada. Pero ¿qué problema tienen los premios?¿Por qué no podemos educar con premios? Porque interfieren con la motivación que tenemos las personas. La motivación puede venir de dos sitios diferentes: puede venir de dentro o puede venir de fuera. La motivación que viene de dentro, lo que llamamos la motivación intrínseca, es muy poderosa. Es esa motivación que nos hace enfrentarnos a prácticamente cualquier cosa. Es la que hace que nos esforcemos. Es la que hace que avancemos en la vida. ¿Y por qué lo hacemos? Porque lo sentimos, porque realmente estamos muy motivados a conseguirlo. Y luego tenemos la motivación externa. ¿Por qué haces esto? Para conseguir dinero, para conseguir reconocimiento, para conseguir lo que sea, pero son factores que vienen de fuera, que no vienen de dentro. Pues bien, los premios son una motivación externa. Y un error que podemos cometer, y esto es un error importante, es premiar una conducta que está internamente motivada. Si hacemos eso, vamos a matar la motivación intrínseca, que es una motivación muy poderosa, y la vamos a condicionar a factores externos. ¿Son malos los premios? No son esencialmente malos, pero tenemos que ir con mucha precaución de no matar esa motivación intrínseca. Imagínate que mañana tienes que ir al dentista con tu hija y está en pánico porque no le gusta ir al dentista y tú le dices: «Mira, cariño, cuando salgamos del dentista, vamos a ir a la librería que está enfrente del dentista y te voy a comprar el libro que tú quieras». Como le gusta mucho leer, dice: «Ostras, fantástico. Un ratito de pasarlo mal y me compran un libro». ¿Está mal prometer ahí un premio? No, porque no estás perjudicando la motivación intrínseca, porque a tu hija nunca le ha gustado ir al dentista y es una forma de hacerle un poco más agradable ese mal trago que es tener que pasar por el dentista. Por lo tanto, ¿se puede educar sin premios ni castigos? No. Podemos educar sin chantajes y sin amenazas.
¿Cómo podemos castigar bien una conducta? Una vez la criatura ha hecho una conducta que nosotros consideramos que necesita ser corregida, vamos a aplicar una consecuencia que debe cumplir con cuatro características. Primero, que esté relacionada con aquello que la criatura ha hecho mal. Segundo, que sea razonable, que sea proporcionada. Tercero, que esté revelada de antemano. Que nosotros previamente le hayamos dicho qué es lo que va a suceder. Y en cuarto lugar, tiene que ser respetuosa. Por lo tanto, si cumplimos con esas cuatro características, relacionado, respetuoso, razonable y revelado de antemano, difícilmente podemos hablar de castigo como lo entendemos coloquialmente, sino que estaríamos hablando de una consecuencia lógica. Por lo tanto, ¿funcionan los castigos? A muy corto plazo pueden funcionar, pero son pan para hoy, hambre para mañana. ¿Se puede educar sin premios ni castigos? Bueno, se puede educar sin amenazas y sin chantajes.

Claro, daos cuenta de que nos produce risa pensar en un adulto castigado cara a la pared, pero todos normalizamos que una niña o un niño estén castigados cara a la pared y la única diferencia que hay es la edad. Pero no es el mismo respeto con el que nos acercamos a una persona adulta que comete un error que el respeto con el que nos acercamos a una niña o un niño que se equivocan, porque realmente muchas veces la mala conducta en niñas y niños no es otra cosa que un intento fallido, erróneo, de conseguir un objetivo legítimo. No nos olvidemos de que son personitas que se están desarrollando. Pero bueno, hablamos del rincón de pensar. Estar tantos minutos como años tenga la criatura. Y ¿qué va a hacer? Pues pensar. Va a pensar en cuál ha sido la conducta que ha llevado a cabo, cuáles serían las alternativas para poderse comportar de una manera mejor, cómo podría reparar… No, no va a pensar en nada de eso. Si una personita de tres años se despierta de la siesta y no sabe si es por la mañana o por la noche, ¿cómo va a hacer esas reflexiones cuando está cara a la pared? No, va a pensar que eso es un aburrimiento y, probablemente, va a pensar en cómo puede hacer exactamente lo mismo que ha hecho, pero sin que le pillen. Porque eso es lo que ocurre con los castigos. Al final, el castigo no mejora la conducta de la criatura, sino que invita a esa criatura a comportarse de otra manera, pero evitando el castigo. Es mejor buscar otras alternativas diferentes. ¿Cuáles? Por ejemplo, has mencionado el tema del rincón de la calma. Y aunque vaya de rincones la cosa, no tiene nada que ver el rincón de la calma con el rincón de pensar.
El rincón de la calma sí que es una estrategia a nivel educativo y no es un castigo, sino que es una estrategia para ayudar a las nenas y nenes pequeñitos a la regulación emocional. Es decir, tenemos una nena o un nene de dos, tres, cuatro años que se pone muy nervioso, que tiene una rabieta, que está muy desbordado emocionalmente, y nosotros le invitamos a que pueda ir al rincón de la calma. Ese matiz es importante. Le invitamos, no le obligamos. El rincón de la calma, a diferencia del rincón de pensar, es un lugar agradable al que nosotros invitamos a ir a la criatura. Puede tener cojines, una lámpara de lava, una botella sensorial, puede tener cuentos, una cortinita… Lo vamos a hacer de una manera que sea un entorno agradable y que acompañe al bienestar emocional porque lo que buscamos ahí es que recobre la tranquilidad y la calma. No se lo vamos a imponer. Le vamos a invitar. De hecho ni siquiera tiene que ir solo. Le podemos acompañar a ese rincón de la calma. Y ahí, con los cuentos, con los objetos que nosotros disponemos en ese rinconcito, la persona puede ir recobrando el equilibrio a nivel emocional. Es una estrategia que es muy válida ante los desbordamientos a nivel emocional, que se utiliza mucho en escuelas infantiles, se utiliza en colegios, se utiliza en familias… Es algo que sí, que es bastante recomendable. Pero lo dicho, no tiene nada que ver el rincón de pensar con el rincón de la calma.
¿Más alternativas al rincón de pensar? Por ejemplo, las consecuencias. Es decir, más que castigar a la niña o al niño cara a la pared, pues vamos a establecer una consecuencia que sea proporcionada, que sea razonable para la conducta que ha tenido. Es que tampoco todo tiene que girar en torno a los castigos, las consecuencias… No todo lo podemos solucionar a golpe de consecuencia. Va a haber conductas que, simplemente, tenemos que hablar sobre lo que ha sucedido. Tenemos que orientarlo hacia la solución de problemas, hacia reparar el daño que se haya podido causar. Hay otras conductas que tampoco las vamos a solucionar poniendo al niño o a la niña cara a la pared, sino que a lo mejor se derivan de que las normas que tenemos en casa no son lo suficientemente claras o que no tenemos unos límites que nuestra hija o que nuestro hijo comprenda. O a lo mejor se derivan de factores externos que nosotros no controlamos. En todo caso, hay muchas alternativas. Estamos viendo unas cuantas que, en todo caso, son mucho mejores que aislar sensorialmente a una criatura cara a la pared y privarle de lo que en ese momento necesita, que es nuestro acompañamiento y nuestra presencia. Porque hacer sentir mal a una niña o a un niño no nos va a ayudar a que esa niña o ese niño se porten mejor, sino quizá más bien todo lo contrario.
Contarles historias es una estimulación cognitiva. Ver fotos con ellos, cantar canciones. Eso es algo que es superpositivo para las criaturas, pero también para los abuelos. Los estudios también muestran que esa relación de los abuelos cuidando a los nietos es beneficiosa para su propia vida social, para que estén con un mejor estado de ánimo, incluso para mejorar su propia autoestima, porque sienten que tienen un papel, que tienen una función, y ven los frutos de ese esfuerzo en el día a día de las criaturas. Reciben ese amor, dan ese amor y, de esa manera, ellos sienten esa autoestima cómo va mejorando. Todo aquello que proporcionan los nietos hacia los abuelos es mucho más positivo y, de hecho, los estudios muestran que aquellas abuelas y aquellos abuelos que cuidan a sus nietos, los que más cuidan a sus nietos, tienen una mayor esperanza de vida que aquellos que dedican su tiempo solamente a ellos. Por lo tanto, aunque fuera egoístamente, es muy positivo para los abuelos la relación con los nietos. Pero, al revés, los abuelos también aportan muchísimo a sus nietos. Aportan porque la relación que establecen con ellos es diferente a la de los padres. No es ni mejor ni es peor, es esencialmente distinta. Porque los abuelos ya habéis criado. No tenéis que someteros, como los padres, a unas normas tan claras, a unos límites tan claros. Por mucho que nos pese a los padres, los abuelos tenéis también el papel de hacer pequeñas transgresiones, de poderos permitir ciertas licencias que los padres no nos podemos permitir. Y eso también es positivo para los niños. Los abuelos os relacionáis con vuestros nietos siguiendo unas reglas diferentes en las cuales, por ejemplo, el tiempo no es el mismo. Las madres o los padres siempre tenemos lavadoras que poner, lavadoras que tender, ropa que planchar, cenas que preparar y muchas veces, por mucho que nos pese, siempre estamos con el: «un segundito y ahora voy. Ahora, luego. Espera, que tengo que hacer la cena». Los abuelos sois una fuente inagotable de tiempo y de paciencia para vuestros nietos y es algo que nosotros muchas veces no les podemos proporcionar por las exigencias del día a día. Y eso a ellos les beneficia muchísimo. Además, los abuelos sois una fuente inagotable de… Bueno, inagotable con ciertos límites, pero inagotable de cariño, de afecto, de ternura, de acompañamiento… Y eso beneficia muchísimo tanto a los nietos como a vuestra relación. Les contáis historias de cómo era el mundo en una época que ni siquiera nosotros hemos conocido. Les contáis las travesuras que nosotros hacíamos cuando éramos pequeños. Hacéis que toda esa tradición familiar y todo ese bagaje familiar no se pierda, lo cual es superbueno para ellos. Es decir, es una relación en la que todos ganamos siempre.
Teniendo claro que existe y teniendo claro cómo es, ¿cómo se identifica? Cuando decimos que es un trastorno del desarrollo, eso significa que algunas de esas características son comunes para muchas otras cosas. Y esas características de impulsividad, de hiperactividad, de falta de atención, son muy comunes con algo muy habitual en niñas y niños que se llama infancia. Todas las niñas y los niños menores de seis años tienen TDH. Por eso, no podemos diagnosticar a ninguna niña o un niño menor de seis años con un TDH, porque, por definición, todos son TDH. El diagnóstico tiene que tener un componente psicológico, un componente educativo y un componente médico. El proceso de diagnóstico es muy amplio. Tenemos que recabar información de diferentes contextos, porque a veces nos encontramos niñas y niños que tienen problemas para prestar atención en clase, pero que no tienen absolutamente ningún problema para prestar atención en ningún otro ámbito de la vida. Si no se produce ese déficit o esa dificultad en más de dos contextos, no podemos establecer un diagnóstico. Porque tú, si tienes un problema de cojera, vas a cojear en el cole y vas a cojear en casa. Pero, si solamente cojeas en el cole, tenemos que ver por qué solamente cojeas en el cole y no en casa. O al revés. Si una niña o un niño es muy movido y muy hiperactivo en su casa, pero en el cole es una balsa de aceite, quizás son factores contextuales los que están explicando esa conducta. Por lo tanto, tenemos que tener siempre información de dos contextos diferentes. Desde la consulta, siempre procuramos hablar con el profesor, con el director del centro, con la tutora, para que nos den información de ese contexto escolar, y luego con la familia, para que nos den información de cómo son las cosas dentro de casa. Tenemos que hacer un diagnóstico diferencial porque muchas veces confundimos TDH con otras cosas que no son TDH. La primera, infancia. Eso ya lo tenemos claro. A veces confundimos TDH con infancia porque no todo niño que es inatento y no todo niño que se mueve mucho tiene un TDH. Tiene que tenerlo con una gravedad y con una intensidad suficiente.
Segundo, tenemos que separarlo de otras alteraciones, otros trastornos del desarrollo con los cuales pueden compartir síntomas o características. Por ejemplo, las altas capacidades intelectuales. Hay niñas y niños que tienen altas capacidades intelectuales que muchas veces se diagnostican erróneamente como TDH. Esto lo vemos muchas veces en la consulta, que viene un niño con ese diagnóstico y tú te das cuenta de que realmente no tiene un problema de impulsividad o no tiene un problema de hiperactividad, sino que en clase se está aburriendo porque su capacidad está muy por encima a la del resto de sus compañeros. Que, cuando el resto de sus compañeros todavía están peleando para ver dónde tienen el cuaderno, ellos ya han aprendido la lección, han hecho la ficha y lo que quieren es hacer otra cosa diferente. Pero, como tienen que estar sentados los 40 minutos restantes de clase, al final acaban molestando porque son niños. Ese solapamiento entre las altas capacidades y el TDH es muy habitual y tenemos que ir con ojo con él. De hecho, es frecuente, a veces ocurre, que sean las dos cosas al mismo tiempo, sean altas capacidades intelectuales y sean TDH. Eso se llama la doble excepcionalidad. Y esto lo que hace es que muchas niñas y niños que tienen TDH no tengan problemas académicos. Son la típica niña o el típico niño que vive de rentas. Un niño inteligente que apenas necesita prestar atención, apenas necesita hacer nada, que va tirando con las demandas de educación infantil, de educación primaria… Pero, cuando llegan al instituto o llegan a la universidad, les pasa como me pasó a mí, que se pegaron un tortazo porque ya no pueden vivir de rentas y tienen que empezar a aplicar unas técnicas de trabajo intelectual que no han desarrollado previamente. Por eso, esa doble excepcionalidad no es algo poco habitual. Ocurre en muchos casos y lo tenemos que diagnosticar y lo tenemos que identificar correctamente. A veces, podemos confundir algunas señales o algunos síntomas del TDH con trastornos del espectro del autismo, con los que también a veces se comparten algunas características.
Ese diagnóstico tiene que ser muy minucioso, muy meticuloso. Tenemos que evaluar inteligencia, tenemos que evaluar procesos atencionales, tenemos que evaluar memoria, tenemos que evaluar funciones ejecutivas, tenemos que evaluar la velocidad de procesamiento. Son muchas cosas que requieren muchas horas de trabajo intelectual y una decisión clínica por parte del profesional que diga si cumple o no cumple los criterios. Ahí tenemos que incorporar la información por parte de la escuela de cómo está siendo el desarrollo académico de esa criatura e información médica. No es que tenga déficit de atención, es que tiene cuatro dioptrías y no ve la pizarra. O es que… No, es que estas cosas ocurren. Es que hay diagnósticos de TDH en niñas y niños que tienen problemas auditivos. Y, si no podemos descartar una causa orgánica, no podemos hablar de un TDH. Por lo tanto, siempre tenemos que tener información a nivel psicológico, una evaluación exhaustiva a nivel psicológico, tenemos que tener información a nivel médico y a nivel escolar. Y, cuando toda esa información va en una misma línea, podemos elaborar un diagnóstico. ¿Con qué objetivo? Intervenir sobre esa criatura. Poderle proporcionar la ayuda que necesita para que no esté en desventaja con el resto de sus compañeros. Porque una niña o un niño bien acompañado, con recursos, con terapia, con medicación, no va a tener ninguna dificultad adicional mucho más especial que cualquier otra niña o que otro niño. Pero, si esperamos a hacer el diagnóstico, se nos hace tarde. No queremos etiquetar, no queremos medicar porque… Al final va a estar perdiendo unas oportunidades que van a lastrar su desarrollo académico y laboral.

Y es que un problema adicional a todo esto es que la sociedad invisibiliza ese estrés infantil y además vivimos en un contexto muy competitivo. Vivimos en una sociedad muy competitiva, muy individualista, y trasladamos esa presión hacia las niñas y hacia los niños pequeños que prácticamente, desde que entran en la escuela infantil, ya tienen que prepararse para tener éxito el día de mañana. Les atiborramos de actividades extraescolares, de repaso, una gran exigencia en cuanto a los logros que tienen que tener a nivel académico, que no tengan un solo segundo libre porque tener tiempo libre es estar perdiendo el tiempo. Todo eso va haciendo mella en la criatura y al final acaba manifestando esos cuadros de estrés que deberían ser exclusivos de la edad adulta, porque niñas y niños no deberían sentir estrés. Pueden sentir ansiedad, pero ese estrés impuesto por el exceso de tareas, por no ser capaz de llegar a todo lo que tienes a tu alrededor, eso no debería formar parte de la infancia. ¿Qué podemos hacer? Primero, sensibilizarnos. Darnos cuenta de que la infancia es una época de la vida que es válida en sí misma. No es simplemente el preludio o la preparación para la adultez. No es simplemente la preparación para poder tener éxito cuando tú seas grande. No, la infancia es una época válida en sí misma, con sus propias reglas, con su propio funcionamiento, y tenemos que protegerla tal y como es. Tenemos que intentar no presionar para la excelencia a las niñas y a los niños pequeños. No pensar que cada cosa que hagan tiene una repercusión en su futuro, porque nos vamos a olvidar de satisfacer realmente las necesidades que hoy están teniendo. Esa necesidad de conexión, esa necesidad de juego y esa necesidad de tiempo libre. Porque las niñas y niños necesitan tiempo, pero necesitan tiempo no para inglés, no para chino, no para yudo, no para… Necesitan tiempo también para perderlo. Necesitan tiempo para jugar, para hacer construcciones, para estar con su familia. ¿Eso quiere decir que están mal las actividades extraescolares? No, al contrario, están muy bien, pero con mesura. No podemos ocupar cada minuto de la vida de nuestras criaturas. Necesitamos sensibilidad, necesitan tiempo, necesitamos satisfacer esas necesidades y proporcionar un ambiente cálido, afectuoso, tranquilo, que pueda acompañar a esa infancia como algo valioso en sí mismo y no simplemente como el preludio para el éxito en la vida adulta.
Muchas veces lo que menos tenemos las familias con hijos pequeños es tiempo. Por eso, necesitamos agendarlo. Necesitamos ponerlo en la agenda. Y de la misma manera que cuando éramos novios y cada uno vivía en casa de sus padres, programábamos las citas. «Nos vamos a ir al cine». «Nos vamos a ir a cenar». Quizá tenemos que volver a hacerlo. Vamos a poner en la agenda que cada dos semanas, un viernes de cada dos, un sábado de cada tres, todos los últimos viernes de cada mes, vamos a tener una cita. Vamos a quedar. Vamos a tener una noche especial. Nos vamos a ir al cine. Vamos a ir a cenar. Vamos a ver una película tranquilos en el sofá. Pero tiene que ser un momento de conexión en la pareja. Pero para hacer eso necesitamos ayuda. Necesitamos pedir esa ayuda y necesitamos que nos la den. Hay muchas familias que tienen la suerte de que tienen abuelas, abuelos o tíos que están dispuestos a dar esa ayuda, que de hecho ni siquiera la tienes que pedir porque te la van a dar de antemano. Pero hay otras familias que no tienen esa fortuna, bien porque no los tienen cerca, bien porque no están dispuestos. Si es necesario, vamos a buscar ayuda de pago. Pero necesitamos crear esos espacios especiales con nuestra pareja. En tercer lugar, no solamente puede vivir la pareja de momentos especiales. No hay relación que pueda vivir solamente de cenar juntos cada dos semanas, porque si el día a día no es satisfactorio, si el día a día está lleno de peleas, de reproches, de echar en cara cosas, no hay cena ni cine que pueda solucionar eso. Por lo tanto, el tercer punto, y es de los más importantes, es que tenemos que convertir lo cotidiano en reforzante.
Que a nuestra pareja le guste pasar el tiempo con nosotros. Que el día a día en casa sea agradable. Que nos relacionemos con cariño, con respeto, con amor. Que reconozcamos aquello que hace buena a nuestra pareja. Un problema que mata a muchísimas parejas es dar por sentada a la otra persona. Es que eso ya lo sabes. No tiene que pasar ni un solo día sin que reconozcamos a nuestra pareja aquello que la hace especial, aquello que nos gusta, aquello que aporta a la familia. Aunque lo sepa, aunque lo hayamos dicho, es muy importante el reconocimiento dentro de la pareja al que cuida, al que trabaja, al que cocina, al que reparte niños en extraescolares, al que organiza la casa, al que limpia. Ese reconocimiento tiene que estar ahí. La falta de reconocimiento mata muchas relaciones de pareja. Si tenemos todos esos elementos, si tenemos tiempo que reservamos, si tenemos ayuda, si tenemos un día a día que sea satisfactorio y si tenemos reconocimiento, la relación de pareja va a reflotar y nos vamos a reencontrar con esa persona con la que iniciamos una relación de pareja tan satisfactoria que al final decidimos tener hijos para poner la guinda del pastel.
La forma en la que lo comuniquemos, lo ideal es que estén los dos progenitores juntos, que no sea solamente uno de los dos el que transmite esa información y que se transmita como una decisión madura que han tomado dos personas que han encontrado que esa es la forma óptima. Ni la mejor ni la peor, pero que es la forma óptima de solucionar los problemas que venían experimentando y que entienden que esa es la mejor solución para todos. Es muy importante que, tanto cuando se transmita como los meses que van a seguir, que vayamos con mucho cuidado con la culpa. La culpa que nosotros sentimos, la culpa que nosotros proyectamos hacia el otro progenitor y, sobre todo, la culpa que pueden sentir los niños pequeños. Porque es muy habitual que, durante el proceso de separación o de divorcio, los niños se sientan culpables y que sientan que es por ellos el divorcio. ¿Por qué? Pues porque ¿cuáles son los motivos de pelea en una pareja? Casi siempre son cosas con los niños por medio. ¿De qué vas a discutir si no es de cosas de los niños? Se discute muchas veces de cosas relacionadas con los niños. Eso ellos lo ven y dicen: «Claro, se han divorciado por mi culpa, porque no me he portado bien, porque no he sido bueno». Se sienten responsables de esa ruptura y se van a sentir responsables de una posible reconciliación. Por lo tanto, es muy importante que les transmitamos que es una decisión adulta, que ellos no han tenido nada que ver y que nosotros les vamos a seguir queriendo tanto o más que antes. Tenemos que eliminar la culpa de la ecuación. Por supuesto, siempre tenemos que tratar de proteger la imagen que nuestra hija o nuestro hijo se hacen del otro progenitor. No hablar mal de la otra persona, no ser crueles, no mencionar los motivos del divorcio. Eso pertenece al universo de los adultos, pero no tenemos que perjudicar, que dañar o que manchar la imagen que nuestra hija o que nuestro hijo tiene del otro progenitor, de su padre o de su madre. Porque los motivos que hayan llevado ahí pertenecen al universo de los adultos.
Luego, cuando esa separación ya comienza a andar, cuando ya es definitiva, cada persona está viviendo en una casa diferente, tenemos que intentar que lo que son las rutinas, los hábitos de los niños, se mantengan lo más inalterados posible. Que, a ser posible, que no tengan que cambiar de escuela, que no cambien de barrio, que no cambien de amistades, que no cambien de extraescolares porque no les queremos hacer pagar las consecuencias de una decisión que hemos tomado las personas adultas. Por lo tanto, toda la forma habitual de funcionar y de relacionarse los niños, tenemos que intentar que se mantenga inalterable, de la misma manera que tenemos que intentar favorecer, en la medida de lo posible, el contacto con el progenitor que no esté en ese momento. Tenemos que facilitar que le llame por teléfono, que pueda hacer videollamadas, por supuesto que le pueda ver. Eso siempre que no suponga una amenaza o un peligro para su seguridad. Hay casos en los que hay violencia de género por medio que no es lo más razonable hacer eso. Y, en todo caso, durante todo el proceso de separación o de divorcio y muy especialmente durante las primeras etapas, tenemos que transmitir de todas las maneras posibles, lo decíamos antes, que es definitivo. Hay muchas parejas que, para intentar amortiguar el impacto del divorcio en sus hijos, hacen muchos planes juntos. «Este fin de semana nos vamos a ir al zoo y luego vamos a ir a la feria todos juntos y vamos a estar juntos en el parque». Pero yo a veces veo que parejas recién divorciadas hacen más vida familiar de la que hacían antes del divorcio. Y, claro, lo hacen con la mejor de las intenciones. Pero ¿qué es lo que sucede? Que al final acaba confundiendo a la criatura. Ven esos planes familiares como un indicio de que la pareja se está volviendo a relacionar bien, de que la pareja se está reconciliando y de que ese futuro de la familia unida es cada vez más probable, cuando realmente están haciendo de tripas corazón sus padres, viéndose cuando no les apetecería nada verse y lo hacen por el bien de su criatura.
Pues no. No hay que hacerlo por el bien de su criatura porque realmente lo que hace es producir más ansiedad y más incertidumbre. Al final, el resumen de todo esto podría ser que el divorcio, la separación, es un proceso muy doloroso para todos, que no podemos evitar el dolor, pero que, siguiendo unas normas muy básicas, transmitiéndolo como algo definitivo y poniendo en el centro a la criatura, podemos hacer que el dolor que están sintiendo sea el esencialmente necesario.

Y prácticamente todas las sociedades médicas del mundo están de acuerdo en lo mismo, y es que, por debajo de los dos años, una niña o un niño no tendría que tener ninguna exposición a la televisión, a móviles, a tabletas ni a nada por el estilo. Por debajo de los dos años, cero exposición porque las evidencias que hay entre una exposición temprana a la televisión o a las tablets y retrasos en el lenguaje o retrasos cognitivos es una evidencia aplastante. ¿Qué sucede a partir de los dos años, entre los dos y los cinco años? La recomendación oficial es que no se supere la hora de exposición diaria, pero hora de exposición diaria, siempre que sea idealmente acompañados por una persona adulta, que sea expuestos a un material audiovisual que esté pensado para ellos, que sea apto para menores y que sea de buena calidad y, además, que no se supere esa hora de exposición diaria teniendo en cuenta todas las fuentes, teniendo en cuenta la televisión, teniendo en cuenta el móvil, teniendo en cuenta la tablet, teniendo en cuenta para los más mayores los deberes y el ocio. Que no superemos esa hora diaria. Y, a partir de los cinco o seis años, que esa exposición no sea superior a la hora y media diaria, siempre acompañados idealmente, con contenido de calidad y teniendo en cuenta todo, tanto el ocio como los deberes. Por lo tanto, cuanto más tarde les podamos exponer, cuanto más retrasemos esa edad de inicio, mucho mejor. Pero, claro, ahí estamos solucionando un problema que es esa primera infancia. Ya sabemos que cuanto más tarde mejor. Pero, claro, llega un momento en el que esas criaturas van creciendo y van viendo la televisión, van utilizando el móvil, van utilizando la tablet, van utilizando el ordenador para hacer deberes y, cuando se van haciendo más mayores, también hay otros problemas, pero no derivados solamente de la exposición a la televisión, sino sobre todo a los contenidos que ellos ven a través de Internet.
Y ahí es donde tenemos los problemas. Cuando las niñas o los niños empiezan a cumplir los siete, ocho años, muchos ya empiezan a acceder a Internet. Y muchas niñas y muchos niños están accediendo a contenidos que no son adecuados para su edad. Según los últimos datos que tenemos, el primer contacto de niñas y niños en nuestro país con la pornografía está alrededor de los ocho o nueve años de edad. ¿Por qué sucede eso? Porque están teniendo un acceso temprano y no controlado a Internet, y eso es algo que se tiene que regular. Pero no solamente es el acceso a la pornografía. Es la asociación que hay entre el mayor acceso a Internet, a redes sociales, y problemas de ansiedad, de depresión, de acoso escolar, trastornos de conducta alimentaria, juego patológico en la infancia, fracaso escolar, dificultades académicas. Es innegable la asociación que hay entre muchísimos de esos problemas y el uso temprano e indiscriminado de Internet. Por lo tanto, es necesaria esa regulación. ¿Son esencialmente negativos? No. De hecho, hemos construido nuestra sociedad actual alrededor de Internet, de los teléfonos móviles, de la comunicación. Pero que sea positivo para las personas adultas no significa que tengamos que darle un móvil sin supervisión a un menor. Es necesario regularlo para las aulas y fuera de las aulas. Hay un experimento muy interesante que se hizo hace unos diez años en el cual cogían a un grupo de personas y les ponían a hacer una serie de tareas cognitivas: memorizar figuras, aprender palabras… Y los dividieron en tres grupos diferentes. Al primer grupo le pidieron que tuviera el móvil delante, en la mesa en la que estaban haciendo esas tareas, pero boca abajo. El segundo grupo tenía que hacer esas mismas tareas, pero el móvil, en vez de estar encima de la mesa, lo tenía que tener, o bien en el bolsillo o bien en el bolso. Y al tercer grupo le pidieron que dejara el teléfono en una taquilla que estaba fuera de la habitación donde estaban haciendo esos ejercicios. En todos los casos, tanto los que lo tenían en la mesa como los que lo tenían en el bolso como los que lo tenían fuera de la habitación, les pidieron que pusieran el móvil en silencio y con la vibración desactivada. Es decir, todos los participantes sabían que ese teléfono no iba a emitir ningún tipo de sonido durante la duración de la prueba. Pasaron las pruebas, analizaron los resultados y ¿qué encontraron? Que los mejores resultados fueron de aquellas personas que tenían el dispositivo móvil en la habitación de al lado, seguidos por los que lo tenían en el bolso y, en último lugar, los que lo tenían delante. Las pruebas eran exactamente las mismas. Los teléfonos no iban a sonar. La única diferencia era cuál era la ubicación física de ese dispositivo. Influye en la atención e influye en la concentración. Por lo tanto, parece bastante obvio que tenemos datos que nos pueden apoyar a que los teléfonos móviles no tengan que estar en las aulas porque están interfiriendo en los procesos de enseñanza y de aprendizaje.
Las bases de la autoestima, muchas se enraízan en las experiencias tempranas que nosotros tenemos y, muy especialmente, lo que ocurre dentro de casa y la relación con nuestros padres. No todas las formas de educar son iguales. Se identifican diferentes estilos parentales. Esto os sonará mucho. Lo del estilo autoritario, estilo permisivo, estilo negligente… Pues bien, el estilo que tienen los padres es muy importante a la hora de construir esa autoestima. Los hijos de padres autoritarios o de padres negligentes, se ha visto que tienen una autoestima mucho más baja que aquellos que son hijos de padres con un estilo educativo más democrático o incluso permisivo. Esto choca mucho. Los hijos de padres permisivos tienen buena autoestima. Sí, porque los padres quizá han fallado a la hora de poner normas y límites, pero se ha mantenido el vínculo con su criatura. Les han hecho sentir que son importantes, no como los hijos de los padres autoritarios o de los que son negligentes. Lo primero es esos estilos o esas formas parentales de educación. La relación con los abuelos también es clave porque, como decíamos antes, las abuelas y los abuelos son capaces de transmitir una información, unos valores, de devolver una mirada amable hacia esa criatura de una manera diferente a como se hace en casa. Las maestras y los maestros son claves en ese proceso de construcción de la autoestima también. La forma en la que se relacionan, en la que se dirigen a los alumnos, van a ser claves en cómo esos alumnos van a desarrollar su autoestima. Todos podemos recordar a aquella maestra o aquel maestro que nos encantaba escuchar en clase, o a aquella persona que nos dijo aquello que a día de hoy seguimos teniendo ahí clavado. Los profes también tenéis una capacidad muy importante para mejorar la autoestima de las futuras personitas grandes que tenéis en vuestras clases. Pero desde casa se pueden hacer muchas más cosas. Lo primero es tratar de transmitir ese afecto, esa calidez y ese amor incondicional por nuestros hijos.
Se pueden equivocar, pueden hacer trastadas, pueden hacerse psicólogos, pueden hacer lo que sea, pero al final les vamos a querer. Y transmitir ese amor incondicional a nuestros hijos es clave para el desarrollo de su autoestima. Pero no todo es transmitir ese amor. Tenemos que conseguir que nuestra casa, que nuestro hogar, sea un lugar al que ellos quieren ir para sentirse seguros y protegidos, no un lugar del que quieren huir. Hay muchas niñas y muchos niños que, cuando se hacen las cuatro y media o las cinco y tienen que volver a casa, se les hace bola porque saben lo que les espera en casa. Porque saben cómo se pone su madre. Porque saben cómo se pone su padre. Porque saben lo que van a vivir ahí. Tenemos que conseguir que nuestro hogar, que nuestra familia, no sea ese lugar al que tenemos que suspirar y coger fuerzas antes de ir, sino que sea ese sitio en el cual nos sentimos seguros, nos sentimos protegidos y nos sentimos reconfortados. Es importante que evitemos, como veíamos también antes, el uso de los castigos y de los chantajes, porque al final transmiten la impresión de que tú solamente vas a ser bueno o vas a ser buena si haces aquello que los demás esperan de ti. Y tu valor no depende de lo que los demás esperan de ti, ni siquiera de si satisfaces las necesidades de los otros. Es necesario que confiemos en sus capacidades, que les permitamos exponerse a retos y desafíos, que les permitamos exponerse al fracaso. Porque, si no miden sus fuerzas, si no se exponen a retos, ¿cómo van a saber cuál es su capacidad? Si nosotros siempre estamos con: «Ay, cuidado, no hagas esto, no vas a poder, mejor no», les estamos transmitiendo que son personas frágiles, que no son capaces y que no van a conseguir aquello que se propongan. Tenemos que transmitirles de manera explícita, pero también con nuestras decisiones, que son personas capaces que pueden conseguir sus objetivos.
Tenemos que aceptar las decisiones que toman. No tenemos que esperar que tomen las decisiones que a nosotros nos agradan para que nosotros podamos tener una buena relación con ellos. Su vida no es nuestra vida y va a llegar un momento en el que van a coger un camino diferente al que nosotros teníamos pensado para ellos. Pero es que no es nuestro camino, es que es su camino. Y tenemos que ver su vida desde su prisma, no desde el nuestro. Si somos capaces de transmitir todo esto, de hacer que se enfrenten a retos, a desafíos, de dar un hogar que sea armonioso, un lugar al que quieran volver, normalizar los fracasos, no dramatizar las equivocaciones, vamos a conseguir que esas personitas se desarrollen con una autoestima sana, con una autoestima equilibrada, con una autoestima fuerte, pero también que la probabilidad de tener problemas emocionales en la edad adulta sea mucho menor que si hubiéramos tomado otras decisiones. Para mí ha sido todo un placer poder volver a estar con todos vosotros hablando de lo que más me apasiona, que es la psicología. Os agradezco mucho vuestra presencia y vuestras preguntas. Muchísimas gracias.