Las seis cosas que tus hijos esperan de ti
Milena González
Las seis cosas que tus hijos esperan de ti
Milena González
Psicóloga y psicoterapeuta
Creando oportunidades
Reflexiones de una mamá psicóloga
Milena González Psicóloga y psicoterapeuta
¿Qué podemos aprender de los niños?
Milena González Psicóloga y psicoterapeuta
Milena González
“Que los niños sean más bajitos no significa que sean inferiores a nosotros y que no sean dignos de ser tratados con amor y con respeto”, sostiene con abrumadora claridad la psicóloga Milena González. Conocida en redes sociales como 'Una mamá psicóloga', la divulgadora combina con habilidad la ternura maternal con la rigurosidad científica.
Licenciada en Psicología en la Universidad de Manizales, González obtuvo el Máster en Inteligencia Emocional por la Universidad de Valencia y es especialista en trauma, apego, sistemas familiares y psicoterapia infantil y juvenil por la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia. Lleva casi dos décadas trabajando con pequeños, adolescentes y familias en España y en Latinoamérica. Además, es autora de las obras ‘Guía familiar para abordar el duelo en la infancia’ y del reconocido libro ‘Crianza Asertiva’, en el que aborda las claves para construir un apego seguro y ofrece pautas para cuidar la salud mental infantil y adolescente.
“Vivimos en una sociedad adultocéntrica”, recuerda la psicoterapeuta, que invita a padres y madres a reflexionar sobre su papel en la crianza. Y concluye: “Tenemos que asegurarnos de haber conquistado en nosotros mismos todo aquello que queremos que nuestros hijos aprendan”.
Transcripción
Entonces, claro, ese veinte por ciento, o esa punta del iceberg que nosotros estamos viendo, en realidad suele ser ese mordisco, esas malas contestaciones, que les llamamos, esas peleas entre hermanos… Claro, y cuando solamente nos quedamos viendo ese comportamiento y cuando solamente vemos a ese niño que está en medio de una rabieta y nos olvidamos de que lo que está sosteniendo esa conducta puede ser ese otro ochenta por ciento que puede ser: «Oye, mamá, papá, tía, abuela, necesito pasar más tiempo contigo»… Eso es en realidad lo que nosotros debemos mirar. Entonces, la disciplina positiva nos recuerda eso. No te quedes solamente viendo al niño con ese comportamiento, sino ve más allá, a lo profundo. Es como si nos tuviéramos que convertir en buceadores, ¿no? Y vamos a ver eso, que ese comportamiento de repente de este chiquito o esta chiquita de cuatro años son celos porque acaba de nacer su hermanito. Es una falta de habilidad, ¿vale? Quizá una falta de habilidad emocional, una falta de habilidad social, y necesita aprender a usar sus palabras en lugar de usar sus manos o sus dientes para pedir algo. No sé si te parece que pongamos un ejemplo aquí como para que las familias podamos comprender un poco más esto. Imaginémonos a Sofía, ¿vale? Sofía tiene tres años y de repente Sofía está jugando con su pelota, llega su hermanito de un año y se la quita.
Estamos hablando de que son signos psicocorporales, es decir, reaccionan precisamente desde su cuerpo, ¿vale? Claro, Sofía no va a usar sus palabras para decirle: «Iker, me has quitado mi pelota. Por favor, entrégamela». No, lo más esperado y lo más normal en una niña de tres años es que Sofía se enfade mucho, le pegue a Iker o lo muerda y que Iker se quede también llorando. Entonces, claro, desde un enfoque netamente conductual donde tenemos simplemente la mirada puesta en esa conducta o en ese mal comportamiento de Sofía, ¿qué podrían decirnos? «Oye, no, no, no, no, o sea, ¡muy mal lo que ha hecho Sofía! Hay que castigarla y no solo castigarla, hay que mandarla un tiempo fuera a que reflexione». Ojo. Entonces, a Sofía, en medio de un enfado, la vamos a mandar allí a una silla de pensar, a un rincón de pensar, a reflexionar, esperando que allí ella pueda decir: «Oh, mamá, papá, te doy gracias por haberme mandado a este rincón de pensar, porque aquí voy a poder recuperar y darme cuenta de que lo que mi hermano ha hecho realmente ha sido querer pedirme el balón». No, por favor. O sea, es completamente una barbaridad esperar esto, pero sé que muchas veces creemos esto precisamente por esas corrientes o paradigmas que nos llevan a poner la mirada en ese comportamiento de esa chiquita. Entonces, ¿qué decimos? «Oye, no, es que Sofía, como tiene su cerebro inmaduro y reacciona desde su cuerpo y no con sus palabras… ¿Entonces la dejamos?». No, por supuesto que no, somos sus entrenadores de vida por excelencia. ¿Ese comportamiento de Sofía qué nos está mostrando? Que en ese ochenta por ciento que está debajo, que no estamos viendo, hay una falta habilidad. Sofía necesita aprender una habilidad social, una habilidad emocional. Sofía necesita aprender a usar sus palabras en lugar de usar sus manos, en lugar de usar sus dientes.
Yo, como entrenador de vida, como ese mentor de vida que soy, como tutor de resiliencia, yo me voy a acercar a Sofía, por supuesto, y le voy a decir: «Sofía, no pegamos, cariño. La próxima vez tú le dices: “Iker, para. No quiero que me quites la pelota. Si la quieres, dime ‘Préstamela’”». Pero al mismo tiempo vemos a Iker. Iker necesita también aprender que las cosas no se arrebatan y que tiene que aprender a pedirlas prestadas. Ni Sofía es mala ni Iker es malo. Son dos niños en proceso de aprendizaje que necesitan aprender habilidades socioemocionales. Ojo, pero es que a los adultos se nos dificulta mucho entender esto. ¿Sabes por qué? Porque venimos, nuevamente lo digo, de una sociedad o de una historia en la que penalizamos siempre el comportamiento, pero nos olvidamos de que tanto cuando los niños están aprendiendo habilidades motoras, como aprender bici… Cuando necesitan aprender a montar bici, claro, eso requiere un tiempo. Entonces, claro, muchos padres dicen: «No, pero yo le voy a decir eso y es que…». O sea, claro, es que tiene tres años, tiene un año. Y esto hay que ir practicándolo siempre, todos los días, hasta que adquiera esa habilidad. Cuando tú saliste con tu hijo, que estaba aprendiendo a montar bici o patines, ¿a que no aprendió la primera vez que salieron?
Por ejemplo, en el caso de Sofía, antes de decirle: «¿Por qué has mordido a tu hermano?», yo me puedo acercar, me pongo a su altura, la miro, establezco ese contacto visual compasivo tan importante, esa mirada incondicional donde yo la estoy viendo como un ser humano que está en ese proceso de aprendizaje, y yo le voy a decir: «Estás enfadada porque tu hermano te ha quitado la pelota, que tú la querías», ¿verdad? Entonces, a esto nosotros lo llamamos ese ‘pareo emocional’, donde yo la estoy mirando, estoy entendiendo que su comportamiento no simplemente es haberle pegado a su hermano, sino que dentro de ella hay algo que le impulsó a eso y al mismo tiempo yo estoy cambiando, estoy viéndola compasivamente y estoy enseñándole, ahora sí, qué es lo que tiene que hacer. «Cariño, la próxima vez…», ahí le voy a dar la alternativa, porque muchas veces nos quedamos o en el decir «No se hace» o en el «Entiendo que estés enfadada». No, vamos a darle una alternativa. Y ahí es cuando yo le digo: «La próxima vez, en lugar de usar tus manos, usa tu voz. Tú tienes una gran voz, y tú le dices: “Para, no quiero que me quites mi balón. No quiero. Pídemelo”». Entonces ahí le estoy enseñando esa habilidad. ¿Cuál? La de usar sus palabras en lugar de usar sus manos. Cuando nosotros hacemos este cambio de mirada hacia ese niño al que estamos criando, hacia esa niña a la que estamos criando, allí cambia también nuestra forma de comportarnos con ellos, de actuar hacia ellos.
“Somos los entrenadores de vida de nuestros hijos”
Y aquí es cuando nace entonces la técnica CUIDAR. A raíz de todo esto, a raíz de lo que me encuentro en consulta, a raíz de lo que me encuentro en los coles en los que acompaño a los niños y niñas. La técnica CUIDAR, en realidad, además de cuidar la salud mental infantil, también busca promover la relación entre padres e hijos, esa conexión. Y, entonces, como decíamos, es un acrónimo. Esa C, esa primera C, es la C de concentración y conexión. ¿Por qué concentración? Porque a lo que nos va a instar es a llevar a que generemos los espacios de toda la vida donde los cuidadores, papá, mamá, esos cuidadores primarios, jueguen con su hijo al parchís, al bingo, al memory, a actividades donde no haya una pantalla de por medio separándonos. Y, además, con actividades de ese tipo lo que estamos haciendo, además de generando esa conexión con nuestro hijo cuando estamos ahí jugando al parchís, jugando a estos juegos de mesa, estamos también ayudando a nuestro hijo a que ponga en marcha el entrenamiento de funciones ejecutivas como es pensar, planificar, esperar. ¿Sabes?
Y qué importante es poder frenar, poder parar, poder decirle a nuestro cuerpo: «Oye, no, es que hoy vamos a estar “sin hacer nada”», pero a la vez haciendo mucho, activando nuestro sistema parasimpático, esa parte de nuestro sistema nervioso tan importante. Es donde realmente vamos a bajar las revoluciones para descansar, para estar en casa simplemente. Oye, nos podemos tumbar, ¿sabes? Claro, pero ahí es donde nos viene una cuestión a nosotros, los que estamos con los niños, y es: «Claro, pero me va a decir a los cinco minutos “Estoy aburrido”». Y los que somos padres, madres, cuidadores, le tememos muchísimo a esta frase: «Mamá, estoy aburrido». E inmediatamente, como si fuéramos los animadores infantiles de nuestros hijos, tenemos que buscar un montón de cosas para hacer. No, tenemos que permitir que nuestros hijos se aburran. Tenemos que permitir que en esos momentos donde sientan que no tienen nada que hacer, que empiecen a lidiar con esa frustración. Obvio, ahí mi actitud también tiene que ser importante, no le voy a decir: «Pues abúrrete». No. «Cariño, ¿qué se te ocurre? ¿Qué se te ocurre?». ¿Sabes? Y ahí fomentar esos espacios en los que esté sin hacer nada. Tenemos la D de deporte. Vamos ahí completando nuestro acrónimo. Pero cuando pensamos en deporte que no se nos venga exclusivamente: «Bueno, lo apunto a fútbol, lo apunto a natación». O sea, no, porque recordemos que la técnica busca eso, busca promover esos espacios de conexión con nuestros hijos. Deporte se refiere a movimiento. Yo puedo salir con mi hijo, con mi hija, a dar una vuelta por el barrio. Ir al parque, bailar en casa. Todo esto, lo que implica ese movimiento, es sano no solamente a nivel físico, sino a nivel de salud mental también para nuestros hijos.
La A de amigos. Por favor, que las nuevas tecnologías no nos roben lo realmente importante y son las conexiones presenciales. Esto, ¿no? Poder estar ahí, poder verte, poder olerte, saber que hay otra persona allí. Somos seres biopsicosociales, somos sociales por naturaleza. El compartir con amigos no es un lujo, o sea, en realidad es una necesidad innata, es una necesidad básica que necesitamos fomentar intencionalmente. En la crianza, la intencionalidad es fundamental. Entonces, buscar propiciar espacios donde compartimos con nuestros propios amigos que también tienen hijos o buscar espacios donde hacemos, no sé, fiesta de pijamas o buscar espacios… Una merienda. Invitamos a los amigos de nuestro hijo. Espacios donde se comparta con el otro. Y, por último, la R de reposo. Reposo, que se parece a inactividad, pero no. Reposo aquí tiene que ver con el dormir. Ojo, cuando reposamos no únicamente cesa toda actividad, sino que realmente estamos alimentando a nuestro cerebro. De hecho, los expertos hablan de la importancia del descanso. ¿Cómo te sientes tú cuando no has dormido? Al día siguiente, cuando no has dormido la cantidad de horas necesarias. Pues mira que cada vez nuestros adolescentes y nuestros niños están durmiendo menos. Por muchísimas razones, entre ellas los videojuegos, que hacen que muchas veces se acuesten muchísimo más tarde de lo que necesitan y, de hecho, hay unas horas específicas que se recomiendan para tener un sueño reparador. Hasta los dos años, se recomienda dormir entre dieciséis y dieciocho horas. De tres a cinco años, se recomienda dormir entre diez y doce horas, incluida la siesta. También hasta los dos años son entre dieciséis y dieciocho horas incluida la siesta. Entre los seis y los doce años, entre nueve y diez horas y ya de doce a dieciocho años se recomienda un promedio de ocho a diez horas al día.
Se pierde, ¿no? Muchas veces.
“La forma correcta de tratar a un niño es exactamente la forma correcta de tratar a cualquier ser humano”
Gangaji dice que no tienes que herir para enseñar ni ser herido para aprender. Y de eso se trata, de aprender, o sea, de corregir lo que haya que corregir, pero hacerlo en privado, no frente a sus amigos, no frente a sus profesores, en privado y siendo amable con él en ese momento. Una segunda cosa también que nuestros niños y niñas esperan de nosotros es que les enseñemos desde nuestra calma cómo se ve estar calmado cuando ellos están desregulados. Qué difícil esto, ¿no?
Es decir, somos seres humanos, enteramente humanos. Va a salir muchas veces el grito por muchas razones, pero saber que podemos reparar, que yo me puedo acercar y decirle: «Cariño, lo siento muchísimo. Hoy estaba cansada y te había dicho ya varias veces esto, pero de verdad tú no mereces que nadie te hable así, cariño, lo siento mucho». Reparar, porque cuando yo estoy reparando yo no estoy mostrándome débil, yo estoy mostrándome humana y le estoy enseñando con mi propio ejemplo a mi hijo, a mi hija, que cuando le hacemos daño al otro, podemos y debemos reparar la relación con esa persona, sobre todo cuando es importante. No es una opción. Entonces, claro, nosotros muchas veces decimos: «Pídeme perdón». No sé, padres que dicen: «Tienes que pedirle perdón». Claro, ese niño va a aprender a hacerlo cuando primero alguien lo ha hecho con él. Una quinta cosa que esperan nuestros niños y niñas de nosotros es que los tratemos con el mismo respeto y dignidad con el que tratamos a otra persona. Mira, si va alguien a tu casa, una amiga que tú invitas, y le sirves un vaso de zumo y de repente tu amiga sin quererlo, tropezó y se le derrama, ¿tú qué le dirías?
Yo te diría que podemos hacer varias cosas, pero yo quiero que hablemos de tres cosas que son fundamentales para esto. Y una de las primeras cosas es enseñarle que cada error es una oportunidad para el aprendizaje. Educamos a nuestros hijos e hijas para que eviten el fracaso, cuando en realidad tenemos que educarlos para que atraviesen el fracaso, porque lo cierto es que todos vamos a fracasar. Lo cierto es que todos nos vamos a equivocar, porque el error es de humanos y somos enteramente humanos. Entonces, qué importante es permitirles a nuestros hijos darles oportunidades donde prueben, se equivoquen, se frustren, se caigan, se levanten y que tengan la certeza, sobre todo, de que cuando han cometido un error es eso, es un error y hay que reparar y aprender. Pero que no crezcan con la idea de que el error son ellos, sino que eso es un error que han cometido. Un segundo punto también superimportante es que alentemos sus procesos, por muy despacio que lo hagan. Estamos obsesionados con el resultado. Estamos obsesionados con que ante una tarea determinada… Digamos que tienen una meta por delante, miramos el resultado. «Lo hiciste bien, lo hiciste mal, muy bien, muy mal». Dedito arriba, dedito abajo. Carita feliz porque hoy te portaste bien, carita triste porque hoy no lo hiciste como yo, adulto, esperaba que lo hicieras, que te comportaras. Entonces, claro, estamos llevando a nuestros niños y a nuestras niñas a que se comporten de forma tal que terminan más actuando para complacer al que está ahí afuera que en realidad encontrando desde dentro esa motivación intrínseca que lo ayuda a actuar como tal. Entonces, claro, muchas veces decimos: «Es que yo no quiero que mi hijo sea una persona complaciente».
Pero, claro, cuando expone su punto de vista en casa, tú le dices: «No, no, no, te callas porque aquí se dice como yo lo hago». Entonces, cuando nosotros ponemos el foco en ese «muy bien», en ese «muy mal», estamos llevando a nuestros hijos a que se estanquen en una mentalidad fija en lugar de hacerlo en una mentalidad de crecimiento. Cuando nosotros ponemos más el foco en el resultado que en el proceso… El proceso deja grandes aprendizajes. Puede ser que yo no obtenga el resultado que quería, pero todo lo que aprendí en ese proceso es supersignificativo. Y aquí quiero citar un estudio maravilloso de una doctora en psicología social que se llama Carol Dweck, y ella habla del poder del «todavía». Me reencanta porque ella dice cómo podemos pasar de una mentalidad fija donde decimos «No soy bueno en esto» a pasar a una mentalidad de crecimiento donde digo «No soy bueno en esto todavía». O sea, la mentalidad fija a mí me hace estrellar, golpear, con la crudeza del ahora. La mentalidad de crecimiento a mí me lleva a poner foco en «Estoy creciendo mientras hago esto». E hizo un estudio con niños de diez años, niños y niñas de diez años, en los que ella les entregaba una prueba con unos ejercicios un poco difíciles para medir cómo reaccionaban los niños ante los retos y las dificultades. Y se encontró dos grupos de niños, dos grupos de niños y niñas. En un grupo, cuando les pusieron la prueba, dijeron: «Guau, esto está complicado, ¡pero qué bien! A ver, vamos a ver cómo logro superarlo». Y esos niños estaban entusiasmados desde el inicio. Pero había otro grupo de chiquitos que, apenas vieron la prueba, se desmotivaron completamente y dijeron: «No quiero esto, esto no me gusta. ¿Pero por qué esto?». Y esos niños empezaron a tener una actitud de fracaso desde el principio y el resultado al final fue también un fracaso en lo que consiguieron.
Entonces, ¿ella qué decía? Decía que los niños… Al final, el estudio lo que mostraba era que los niños que tienen una mentalidad fija, donde ven el error como lo peor, van a actuar de tres formas fundamentalmente: una, haciendo trampa, porque dicen: «No, si a mí me sale mal esto… No, yo voy a hacer trampa, pero esto lo tengo que superar porque tengo que tener el “muy bien” ahora». Otra: pues se acercaban más a los otros niños que más o menos estaban como ellos también como para sentirse mejor consigo mismos. «¿A ti cómo te fue?». No quería saber nada de los otros, de los que estaban motivados, sino que «¿Mal? Ah, bueno». Mal de todos, ¿no? Y tercero: huían constantemente del error y huían constantemente de retos. O sea, ante un reto, huyen. Mientras que un niño, digamos, con una mentalidad de crecimiento se compromete, ¿sabes? O sea, muestra compromiso, muestra deseos de seguir aprendiendo y ve cada error como una oportunidad de aprendizaje. «Vale, esto lo tengo que corregir, esto no me salió». Y se frustra, ¿eh? No quiere decir que no se frustre. No es un niño que está ‘happy’. No, no, no, es un niño que se frustra, pero dice: «Vale, mañana me despierto y lo hago mejor». Pero no es que un niño haya nacido con una mentalidad fija y otro niño haya nacido con una mentalidad de crecimiento. No, no, son las palabras, es la actitud de aquellos que están acompañando a estos niños, las que alimentan una cosa y la otra. Entonces aquí la pregunta es, como padres, como cuidadores, ¿a dónde estamos llevando a nuestros hijos? ¿A que se obsesionan con el resultado de si esto está bien o está mal, de si te gusta a ti cómo lo hice? ¿O los estamos llevando a una actitud o a una mentalidad más de crecimiento donde en los procesos yo, en lugar de decirle el típico «Muy bien, cariño, me ha encantado cómo lo has hecho», le voy a preguntar «¿Te ha gustado a ti? ¿A ti te ha gustado?»?
Es normal que nuestros niños nos pregunten: «Mami, ¿te gusta? ». Tú le puedes devolver la pregunta diciéndole: «Mi amor, sí me gusta, ¿pero te gusta a ti? ¿Te gusta a ti? ¿Cuál fue la parte más difícil? Cuéntame, ¿cuál ha sido la parte más difícil, qué aprendiste allí?».
Yo a través del establecimiento de límites sanos voy a enseñarles a mis hijos que ellos también tienen derecho a ponerles límites a los demás, incluido a mí, como papá, como mamá. Un quinto punto para generar también, en estos seis parámetros de los que están hablando, es una aproximación no intrusiva. Y aquí hablamos como de ese equilibrio que tiene que haber entre esa protección que yo le brindo a mi hijo y a la vez de esa autonomía que yo le doy, ¿no? Raíces y alas, que se dice mucho. O sea, durante la infancia, digamos, como que tejemos esas raíces, pero llega un momento en el que yo también tengo que dejar que vuele, que experimente, que salga y que pueda volver aquí, a su lugar seguro, ¿no? Y el otro parámetro, que es el sexto parámetro para un apego seguro, y vamos a hablar más de la confianza, pero creo que es importante que tengamos claros estos seis parámetros, es una mirada incondicional, ¿sabes? Digamos que esta es la base de esos cinco anteriores de los que ya hablamos, de la coherencia, de la fiabilidad, de la responsividad, de los límites claros, de esa aproximación no intrusiva. La mirada incondicional. Cómo miramos a nuestro hijo cuando se equivoca. ¿Esa mirada cómo lo está definiendo? Entonces, una vez yo tengo esto claro, cuáles son esos parámetros para un apego seguro, que son también la base para una confianza sólida en la relación con mi hijo, voy a tener claro que muchas veces va a llegar una situación con nuestros hijos, va a llegar a todas las familias, que es la mentira. Porque los niños mienten, porque es así.
“Hemos de educar a nuestros hijos para que cada error es una oportunidad para el aprendizaje”
De hecho, dicen que las emociones… Por ejemplo, la ira tarda en el cuerpo unos noventa segundos. Lo que yo me digo en el momento en que estoy enfadada es lo que hace que esa rabia dure más en mi cuerpo. Entonces, cuando yo le digo: «Vamos a hablar así. Sé que me puedes decir lo mismo de esta forma». Y tú vas a modelar el tono de voz y la intensidad de la voz que quieres en ese momento. ¿Por qué? Porque estás siendo como un espejo en el que tu hijo se está mirando en ese momento. Si él está golpeando, entonces yo voy a tomar sus manos y lo voy a poner a salvo y seguro. Si él está llorando, entonces yo intencionalmente, aunque a mí me parezca una tontería por lo que está llorando, yo voy a intencionalmente a validar su experiencia y a empatizar con ella. Si está llorando porque se le cayó, no sé… porque el plátano se le partió por la mitad y lo quería completo, no le digo «¡Coge otro plátano y ya!». Valido esa experiencia: «Qué rabia, es que, de verdad, cuando a uno no le salen las cosas como uno quiere, ¿verdad, cariño? Claro, yo te entiendo, mi amor. Ese es el plátano que tenemos, mi amor». Porque ya no hay más plátano. Oye, ¿y si hay otro plátano? A veces yo digo: «¿De verdad?». O sea, escojamos nuestras propias batallas. ¿Qué más da? Pues cojamos otro plátano y punto. Escojamos… Sobre todo si son las nueve de la noche y nosotros nos enfocamos en que tiene que ser ese plátano. Entonces sale el niño nuestro rebelde a ponerse a pelear con el niño que tenemos ahí enfrente. Escojamos nuestras propias batallas. Si le puedes dar otro plátano, dáselo. Y acá yo quiero hablar… Porque tú empezaste diciendo: «Oye, Milena, que traemos en nuestra mochila cosas…». Y es verdad. O sea, es que traemos en nuestra mochila…
Este es uno de los temas que más choca con quizá los paradigmas que traemos de crianza y es: «¿Esto de validación a mí me suena blandito». Y no, la crianza asertiva no es hablar bonito, ¿vale? La crianza asertiva es mantener con firmeza y amabilidad los límites que les ponemos a nuestros hijos también. Pero mira que muchas veces traemos como esas creencias arraigadas a nosotros, pero que no vienen de la nada. Yo quiero contar… Siempre cuento esto: es una metáfora, de alguna forma, que nos ayuda a entender cómo traemos esos paradigmas y muchas veces ni nos los cuestionamos. «Es que mi mamá lo hacía así, mi abuela lo hacía así y pues ya está, yo aquí crecí, a mí nunca me validaron y esas tonterías ahora de “Te entiendo” y yo aquí estoy bien». Qué importante es que cuando queremos cuidar la salud mental de nuestros niños y niñas nos cuestionemos, que pongamos en marcha ese pensamiento crítico de: «Oye, así lo hicieron conmigo, pero ¿qué tal si yo lo hago diferente? ¿Qué tal si yo rompo este ciclo acá?». Y hay una metáfora que es la metáfora de la pata de cerdo. No sé si la has escuchado. Dice que está la mujer con su marido y le dice: «Cariño, quiero que vayas a la carnicería y me compres una pata de cerdo. Eso sí, la pata cuando te la vaya a dar dile que la parta aquí. No puede ser un centímetro… Tiene que partir el hueso por aquí, no puede ser menos de eso, ¿vale?». «¿Y por qué?”. «Porque sí. Porque así lo hacía mi madre. Así que quiero que me la traigas así». Bueno, pues el hombre va a la carnicería, compra la pata de cerdo y cuando llega, no, no la cortó los centímetros que tenía que haberla cortado. Entonces la mujer se enfada y le dice: «Pero si te dije. O sea, de verdad, te dije que tenía que ser por ahí, esto no va a quedar igual. Le dice: «¿Pero por qué tiene que ser así?». Dice ella: «No sé. Pues pregúntaselo a mi madre, que ella fue la que me dijo que tiene que ser así. En casa siempre lo hemos hecho así».
Y entonces ella llama a su madre y le dice: «Mamá, que aquí estoy con Jose y me está diciendo que por qué la pata tiene que estar cortada por ahí». «Hija, porque siempre lo hemos hecho así. A ver, cuando estabais pequeños yo lo hacía así. ¿Qué más da? Pregúntale a tu abuela. En casa de mi madre era que lo hacíamos así». Venga, cogen y llaman a la abuela. «¿Tú por qué lo hacías así?». Dice la abuela: «Ah, la pata de cerdo. Ah, no, hija, lo que pasa es que yo la hacía así porque en mi época los hornos eran más pequeños y para que me cupiera la pata de cerdo pues me tocaba cortarlo por ahí, pero no por nada más». Imagínate.
Yo le voy a permitir atravesar su frustración. Yo no lo voy a rescatar de su frustración. Yo no voy a silenciar su llanto. No es nuestra labor silenciar el llanto de nuestros hijos. Que lloren, lloran. Es válido que lloren. Yo no voy a ceder a mi límite en ese momento solamente para que no llore. Entonces, yo le voy a decir: «Aquí estoy. Si quieres un abracito, aquí estoy». A otro niño no le gustan los abrazos. Bueno, palabras de afirmación. «Aquí estoy contigo. No estás solo. ¿No quieres bañarte? Nos tenemos que duchar, mi amor. Nos tenemos que luchar». Y otra de las cosas es que cuando están enfadados, muchas veces, cuando quieren golpear, pegar, porque están en medio del llanto, yo le voy a proveer otras formas de descargar toda esa rabia que tiene, ¿no? Por ejemplo, le puedo decir: «Oye, mira, en lugar de pegarle a tu hermana, coge este… fidget se llama, ¿no? Y lo aprietas». Pero eso no lo voy a hacer en ese momento. Eso yo lo voy a hacer con anticipación porque nadie aprende a nadar cuando se está ahogando. ¿Vale? Yo entreno. Cuando yo llevo a mi hijo a la playa o a la piscina o donde sea, ya yo le he entrenado para luego soltarlo. Pero no vamos… Porque muchas veces queremos llevar a la práctica todo eso. «Muerde, agarra aquí». O sea, no, nos tenemos que anticipar y conectar en ese momento. Y conectar no significa hacer todo lo que esté a mi alcance para que no llore, no. Conectar significa poder entender, no juzgar ese momento que él está viviendo o que ella está viviendo, no juzgarlo, sino poderlo acompañar, aunque ese acompañamiento no signifique que voy a cambiar su situación. Yo no voy a cambiar su situación muchas veces, pero que sepa que aunque posiblemente no me gusta lo que estoy viendo, pues mi amor por él o ella permanece intacto. «Yo te voy a acompañar. La situación es la que es. Estoy aquí, puedes llorar, es seguro que llores en este entorno». Entonces, ahí va a haber una conexión que está, digamos, poniendo esa plataforma en ese niño que sabe que va a haber un momento de su vida en el que por sí mismo va a poder aprender a gestionar, pero ya porque hubo un entrenador que lo hizo con él.
Primero decirte que te entiendo profundamente y que es completamente legítimo y válido todo lo que tú has sentido como mamá, lo que yo he sentido como mamá y lo que… Muchas madres y padres cuando nos escuchan dicen: «Yo también he sentido eso mismo». Es legítimo, es válido porque cuando nosotros… Cuando sale ese grito, cuando sale ese «¡Por favor, ya no más!». O salen, lo que hablábamos hace un momento, muchas veces desafortunadamente palabras malsonantes, detrás de ese grito no solamente está el cansancio, detrás de ese grito hay una historia. Detrás de ese grito hay unos porqués, detrás de ese grito hay muchas cosas. Y en realidad cuando gritamos es nuestro sistema nervioso, que está desregulado, y el grito es como esa forma de buscar el equilibrio, como de compensar, es como la forma de canalizar todo ese enfado. Lo que pasa es que el grito no es la forma idónea de gestionar precisamente ese enfado o esa frustración que podemos estar teniendo. Ese cansancio viene porque… Como lo decíamos hace un momento, nosotros no solamente educamos, no solamente estamos criando, tenemos otras responsabilidades, pero muchas veces nuestros hijos terminan pagando el hecho de que necesitamos vacaciones, el hecho de que no hemos dormido bien… A veces… Has vivido situaciones seguramente en las que ha pasado exactamente lo mismo y no te has desregulado porque quizás has dormido mejor, porque estás más descansada… Entonces, el problema no está en nuestro hijo, sino en una falta de gestión o de cansancio que tenemos en nuestro interior. Entonces, mira, hay frase que me repito muchas veces en esos momentos y es: «Esto no es una emergencia». Y te voy a contar por qué. Nuestro cerebro, cuando nosotros somos niños, es experto como en seleccionar cuáles son esas acciones o esos eventos que han ocurrido que son una emergencia real. Entonces, mientras somos niños, por ejemplo, podemos considerar como una emergencia las peleas, los gritos, el que avergüencen a alguien… y nuestro cerebro va registrando. «Esto no es seguro, esto no es seguro, esto no es seguro». Y empieza a registrar todos esos gritos, esas peleas, ese llanto. «Eso no es seguro. Eso no es seguro. Esto no es seguro». Entonces, claro, eso pasa en nuestra infancia. Pero cuando nosotros crecemos, nuestro cerebro ha registrado todo eso en forma de sensaciones, en forma de pensamiento, en forma de emoción. Y cuando estamos criando, claro, cuando escuchamos un grito, cuando escuchamos peleas entre ellos, cuando vemos resistencia, nuestro cerebro dice: «Anda, esto me suena familiar».
Se activa.
Cuando yo digo: «Es que esto, de verdad, es que esto es lo peor, es que es ya lo que me faltaba, es que de verdad…». ¿Qué palabras estoy escogiendo en ese momento? Por eso digo intencionalidad, porque yo en ese momento voy a escoger hablarme de una forma más compasiva, validando mi propio enfado en ese momento. Es válido que esté enfada, por supuesto que es válido que esté enfada, ¿pero qué voy a escoger decirme yo en este momento? De hecho, hay una teoría de Porges, no sé si la has escuchado, que habla de la teoría polivagal, donde habla de esa relación que hay entre nuestro nervio vago y gran parte de las reacciones automáticas que nosotros tenemos, pero al mismo tiempo provee una cantidad de ejercicios que nosotros podemos hacer en esos momentos. Y ese sería, digamos, como un segundo punto de las cosas que podemos hacer en esos momentos. Y es que el acto de echarte agua en tu cara, fría, agua fría, imagínate, en tu cara en ese momento dice que activa la rama parasimpática de nuestro sistema nervioso, generando que el cortisol disminuya, el cortisol es la hormona del estrés, y por supuesto tengas una experiencia de bienestar ahí en ese momento, con cosas tan sencillas como esa, ¿verdad? Otra de las cosas que podemos hacer que también… De hecho, los podólogos cada vez hablan más de esto y dicen que te descalces, que te quites los zapatos y pongas el pie sobre la tierra, sobre el césped. Porque dicen que la planta del pie tiene terminaciones nerviosas que cuando tienen ese contacto con el suelo bajan los niveles de cortisol y, por supuesto, vas a sentir mayor bienestar en ese momento. O sea, por lo menos vas a empezar de alguna forma a atraer esa calma que necesitas en ese momento. Entonces, hemos hablado de recordarnos que eso no es una emergencia, ¿verdad?
Hemos hablado de que me puedo descalzar, quitarme los zapatos y volver ahí a tierra. Hemos hablado de poder ponernos agua sobre nuestra cara de forma intencional. ¿Para qué? Para activar nuestro sistema parasimpático, que va a poner freno y voy a parar, voy a poder pensar, voy a poder meditar incluso más de la situación de lo que está ocurriendo. Hemos hablado de recordar ese momento agradable que hemos vivido con nuestros hijos. Pero hay un quinto punto en que también quiero hacer énfasis aquí y que me parece tan dulce, tan tierno, que yo lo he puesto en práctica y muchas de las mamás y familias con las que trabajo me dicen que de verdad es lindo: mira tu estatura en comparación con tu hijo, sobre todo cuando estamos hablando de infancia. Decía: cuando nosotros nos miramos en perspectiva hacia nuestros hijos… Por ejemplo, cuando yo veo que mi mano frente a la mano de mi niño de cuatro años es chiquita, eso me va a recordar que ese niño que tengo frente a mí simplemente es un niño que está necesitado de ayuda, que cuando me está diciendo «¡No, no, no!», no es porque tenga algo contra mí, no me lo debo tomar personal. Es un niño en constante aprendizaje y está siendo difícil porque su cerebro en este momento tiene esas dos plantas bajas completamente desarrolladas ¿y esas dos plantas bajas lo van a llevar a qué? A gritar, lo van a llevar a oponerse, porque con esas dos plantas bajas estamos hablando de su tronco encefálico o cerebro reptiliano y estamos hablando de su sistema límbico o cerebro emocional que no tiene la capacidad de planificar o de decir: «Es que voy a hacer esto porque mi intención es hacer enfadar a mamá». No, no es su intención. Y que yo como adulto lo que voy a hacer es como prestarle mi corteza prefrontal. Eso es lo que yo voy a hacer.
Es como: «Te presto mi corteza prefrontal en ese momento para llevarte a la calma que tanto tú como yo necesitamos, pero desde la empatía y comprensión y compasión hacia nosotros mismos». Entonces, cuando yo me miro a mí, mi estatura, en comparación con mi hijo, voy a recordar que quien tengo enfrente es un niño en pleno proceso de aprendizaje y que necesita más mi acompañamiento que mi dedo señalador.
“Es importante cuestionarnos a nosotros mismos para crecer y para cuidar la salud mental de nuestros niños y niñas”
Lo segundo también que podemos hacer… Qué importante es, ante las tecnologías en las que estamos, establecer esa presencia plena de la que estamos hablando. ¿Qué acto podemos hacer para generar esto? Apaga la tele o cualquier dispositivo móvil o ponlo a un lado cuando estén comiendo. Cuando tu hijo llega del cole o cuando están desayunando, o en los momentos en los que se sientan en la mesa, si tienen la oportunidad, ya sea por la noche, por la mañana, en el momento que sea, disponte para estar en ese momento con tu hijo mirándolo, escuchándolo. «Ah, Milena, pero es que yo le pregunto qué tal le fue en el cole y me dice “Bien, mal”, o no me dice mucha cosa». Entonces empieza tú contándole cómo ha ido tu día. «Mira, hoy hice esto. Oye, imagínate, ¿te acuerdas que te conté…?». Pero aprovechar esos espacios para estar conectados a nuestros hijos, pero desconectados del resto. Si vamos a hablar de conexión, qué importante es conectarnos a ellos en esos momentos importantes, cuando los recogemos del cole, cuando nos despedimos de ellos en el cole, ¿no? Pero estar estableciendo… Qué importante ese contacto visual con ellos, ¿no? Otra de las cosas que podemos hacer para generar esa conexión con ellos es tener un lema o frase familiar. Y hacer uso de él, sobre todo, cuando alguno de los miembros de la familia lo está pasando mal. ¿Qué lema? ¿Cómo así? ¿Y esto qué es? Sí, mira: por ejemplo, hay una familia que en verdad me parecía como… De hecho, alguien una vez me dijo: «Me suena como muy raro». Pero, bueno, hay familias que tienen su lema y su frase familiar y es, por ejemplo… Tienen un lema que es: «La familia unida…». El típico, «la familia unida jamás será vencida». Y entonces el otro día su niño estaba pasando en el cole por una situación dolorosa y tal, y le contaba la profe que ese pequeñito se decía a sí mismo: «Quiero llegar a casa porque la familia unida jamás será vencida». Imagínate. O sea, algo que nos puede parecer que quizá no puede tener una repercusión se termina convirtiendo en su diálogo interno y va a recordar las palabras que esa mamá, que ese papá, le dijo en algún momento. Le dijo: «Mira, si tú estás pasando por esta situación en el cole, con esta situación, recuerda que no estás solo, estamos unidos, podemos con esto». Otro, un lema que tenemos por ejemplo en mi casa es que todo error es una oportunidad de aprendizaje. Porque nos vamos a equivocar, ¿no? Y entonces recordarnos cuando vemos que uno de los hermanitos lo está pasando mal… Incluso, lo más sorprendente es que muchas veces nos lo dicen ellos a nosotros.
Y el último punto es que tengan frases de afirmación. Esto es diferente al lema familiar. Son frases de afirmación donde, por ejemplo, cuando llega del cole yo le digo: «Cariño, hoy mientras estuviste en el cole estuve pensando en ti y decía “¿Qué estará haciendo en este momento?”». Claro, cuando tienes ese tipo de acciones, es como: «Guau, mi mamá piensa en mí, mi papá piensa en mí, cuando yo no estoy aquí». Frases de afirmaciones que no solamente sean palabras que se lleva el viento, sino que en realidad ese niño siente que esas palabras que está diciendo ese cuidador están respaldadas por sus propios actos. Que yo le diga: «Te eché de menos hoy cuando nos despedimos. Qué bueno que ya estás en casa». Que se sienta bienvenido, que se sienta bienvenida, sobre todo eso, cuando está en casa. Y hay personas que dicen: «Bueno, pero tanta palabrería… Al final esto parece como “Dile esto cuando no sé qué, dile esto…” y se convierte en un montón de palabrería». Pero si ya sabemos que las palabras se terminan convirtiendo en el diálogo interno de nuestros hijos, ¿entonces por qué no? Si ya las hemos aprendido a usar muchas veces mal por todos los paradigmas de crianza que tenemos, ¿por qué, ahora que sabemos esto, ahora que sabemos que las palabras impactan la vida de nuestros hijos, no las usamos a favor? Yo animo a las familias, de verdad, a que hagan esto, a que les expresen a sus hijos, a que les expresen ese amor profundo que sienten por ellos todos los días y que esto se convierta en una plataforma. Cuando ese niño esté pasando por una situación difícil, decirle: «Cariño, tú puedes con esto, estamos juntos contigo».
Cuando ese niño sea un adulto, eso se convertirá en ese guion de vida de ese chiquito y, cuando sea un adulto y esté pasando por una situación difícil, no va a decir: «Es que yo sabía, es que ya me lo habían dicho, es que soy un desastre», sino que puede decir: «Es difícil, yo puedo con esto. No soy bueno en esto todavía. Es más importante el proceso que resultado». Y todo eso que sembramos durante esa infancia, ahora, en esa adultez, veinte años después, cuando ese adulto toque a la puerta de mi casa, allí es donde yo voy a ver que todo eso que yo he sembrado ahora ha dado fruto. Porque, claro, mientras estamos criando, que tú no veas el fruto no significa que no estés sembrando una semilla. Yo sé que la crianza basada en los buenos tratos puede parecer ilusoria, porque quizá no cambias el comportamiento como lo haría un castigo. No cambias el comportamiento inmediatamente como lo haría un castigo o como lo harían otros paradigmas de crianza. Pero estás sembrando algo más profundo y es que estás sembrando y regando en salud mental. Y tu hijo merece la vida. Tu hijo merece todo el esfuerzo del mundo hacerlo.