“El maestro es la joya de la corona de un país”
Francisco Mora
“El maestro es la joya de la corona de un país”
Francisco Mora
Doctor en Neurociencia y Medicina
Creando oportunidades
"Somos lo que la educación hace de nosotros"
Francisco Mora Doctor en Neurociencia y Medicina
¿Qué es la neuroeducación?
Francisco Mora Doctor en Neurociencia y Medicina
Francisco Mora
Doctor en Neurociencias por la Universidad de Oxford y doctor en Medicina por la Universidad de Granada, Francisco Mora es catedrático de Fisiología en la Universidad Complutense de Madrid. Referente internacional en Neuroeducación y autor de numerosas publicaciones y libros como "Neuroeducación: solo se puede aprender aquello que se ama", el profesor Mora destaca la importancia que tienen las emociones en el aprendizaje. Todo lo que somos, pensamos, sentimos y aprendemos es fruto de nuestro cerebro en interacción constante con nuestro cuerpo y con el entorno, explica. Mora, nos aporta las herramientas y claves básicas que ofrece la Neurociencia para la mejora de la aprendizaje y la memoria, siempre desde el lado humano afirmando que "Intentar enseñar sin conocer cómo funciona el cerebro pronto será como diseñar un guante sin nunca antes haber visto una mano”. Defensor de la necesidad de una sólida formación ética y en valores en los niños, Francisco Mora sostiene que todos los cambios importantes que sucedan en nuestras sociedades occidentales pasarán "por reconocer y aceptar que el ser humano es lo que la educación hace de él", destacando especialmente el papel central de los maestros a los que considera “la joya de la corona de un país” y los artífices fundamentales de esta tarea. "Son los maestros quienes además del conocimiento transmiten sus valores a los hombres y mujeres del futuro", destaca.
Transcripción
Lo que puede ser, lo que puede transformarse. Y la verdad es que aprendí mucho de aquello. Y me di cuenta de lo que sabíamos en relación al cerebro y a las enfermedades. Lo poco que sabíamos. La neurología, en los años 70 iniciales, era simplemente, como tratamiento, el cirujano. Había muy poca herramienta terapéutica. Y eso es lo que me hizo cavilar profundamente durante cuatro años en aquel hospital. Tanto que decidí, después de ser doctor, que aquello no era a lo que yo aspiraba. Ni ser psiquiatra ni ser neurólogo en un mundo donde no podía hacer nada por mejorar la situación de esos pacientes. Y eso me llevó a una universidad, en aquel momento, de más prestigio en este país, que era la Autónoma de Madrid. Opté por una muy prestigiosa, en aquel momento la única beca que había en España para ir a la Universidad de Oxford. En aquel momento la uno o dos, junto con Cambridge, del mundo. Y allí fue donde decidí hacer una segunda tesis doctoral. Después ya saqué una cátedra en Estados Unidos. Estuve también mucho tiempo y en definitiva, fue un tiempo o ha sido un tiempo, que me ha llevado, en el fondo, muy modestamente, a los logros que he conseguido. Lo que aprendí en el hospital psiquiátrico donde hice esa tesis primera de Medicina en Granada, pues la verdad es que fue, insisto, algo rompedor, algo que me transformó, algo que es lo que me empujó definitivamente a progresar en todo este terreno que llevaba. Implanté un animal con electrodos y registré de nuevo una sola neurona. Una neurona que ustedes, algunos, si no lo saben lo digo, se transforma en sonido y su disparo es como un canto. ¡Pop! ¡Pop, pop, pop! ¡Pop! ¡Pop, pop, pop!
Que cuando recibe estímulos, estímulos específicos, según dónde se esté en el cerebro, o bien desciende el disparo, o bien aumenta el disparo. Y sabemos por la tasa que esa neurona responde al estímulo específico. Pues bien, el mono Rhesus, posiblemente, fue la primera vez en el mundo que alguien estaba viendo cómo el disparo de esa neurona en áreas de registro del cerebro que tienen que ver con el placer, con la recompensa, se modificaban en un animal que estaba hambriento y lo estuve alimentando para que pasara a saciedad. Y ver la correlación entre conducta y una sola neurona. Estaba tan ensimismado que no me di cuenta que era la Nochebuena. Y, efectivamente, se me hizo tal hora que, de pronto, cuando salí, no sé por qué abrí la puerta, no había absolutamente nadie por allí. Miré el reloj y eran las tantas. Cogí al mono por la espalda, lo metí en su jaula, salí corriendo, me marché a mi casa, y cuando entro allí, le digo a mi mujer: «¿Qué haces?». Dice: «Los papeles para el divorcio»: Tal cosa no sucedió. Pero, efectivamente, hacer investigación científica, y cuando estás al borde de ver algo nuevo que nunca nadie antes ha visto, es tan excitante como puede ser el punto del orgasmo. Creo que sabéis que he sido un hombre de universidad, un hombre de ciencia, que se ha dado cuenta en un punto en la vida, hace ya algunos años, de la necesidad que había de anclar lo que conocemos del funcionamiento del cerebro en la educación. Por lo que nos hace falta y por dar ese salto de lo que es la opinión y lo que son los métodos basados en lo observacional a lo que realmente pudiera anclarse en la metodología científica. Y eso es de donde ha nacido la neuroeducación.
Es un intento de aproximar una nueva luz a la instrucción y a la educación. Es decir, a cómo mejor se puede aprender. Y, por supuesto y sobre todo, en neuroeducación, la educación. Lo que significa aproximar valores y aproximar normas a la conducta del ser humano. Y en este sentido, la neuroeducación pertenece a lo que hoy en el mundo es una revolución. ¿Qué es? Una nueva cultura. La cultura en que vivimos y que hemos conocido y conocemos se está muriendo. Está naciendo una nueva cultura, la cultura neuro, que significa el darnos cuenta que el ser humano, lo que es el ser humano, lo que siente, lo que cree, lo que piensa, lo que hace, y en ello está, evidentemente, aprender y memorizar, es producto del funcionamiento del cerebro. ¿Cómo lo hace el cerebro? ¿Qué podemos sacar de ese conocimiento para poder enseñar mejor? Pues muchas cosas, que supongo que será lo que sigamos con el diálogo. Pero, desde luego, se viene a decir que en no mucho, intentar enseñar sin conocer cómo funciona el cerebro será algo así como intentar diseñar un guante sin nunca antes haber visto una mano. La importancia, por tanto, de ello es trascendente. Pero es tan nuevo que es discutido todavía.
Hay docentes de prestigio que todavía en este momento dicen: «Es que no es tampoco tan necesario hablar del cerebro. Yo puedo explicar lo mismo sin apelar al cerebro». Yo digo que por lo menos la neuroeducación hay que aplicarla ya aunque solo sea o fuere para atajar, destruir, lo que son, y vosotros habéis oído hablar de ello, los neuromitos o falsas verdades. Hoy, todo el mundo habla del cerebro. Porque es la referencia importante más allá de la filosofía. Es lo que nos aporta datos constatados. Y cuando hablamos así, hablamos de que podemos hablar de la memoria. Del aprendizaje y de la memoria. Podemos hablar, insisto y lo repito, de valores y normas. Pero podemos hablar, ya con fundamento, de lo que significa y el valor que tiene la atención. Por ejemplo, el ejemplo más paradigmático del valor que puede tener la neuroeducación es para habernos dado cuenta, en un tema tan debatido como es: ¿Cuándo comienza un niño a leer? ¿A los tres años, como John Stuart Mill, que a los tres años ya manejaba el inglés perfectamente y a los siete era capaz de leer a Aristóteles en griego clásico? Evidentemente, no. ¿El niño que, sin embargo, tarda hasta los siete años? Evidentemente, no.
Se estima por observación que el niño, en general, de un colegio a los cinco o seis años ya está listo para aprender a leer. Pero no todos. ¿En qué se fundamenta ahora que la neuroeducación pueda decir algo? En que sabemos que áreas fundamentales del cerebro como es el área 23 y 44, áreas de Brodmann, ciertas áreas del cerebro. En la corteza parietal posterior y la temporal superior, hay ahí un área donde la esencia de la lectura está en transformar el grafema en fonema. Si eso no ocurre, se lee muy mal, o cuesta mucho, o hay que acudir a expandir los circuitos en otras áreas que cuesta sangre, que quiere decir castigo, quiere decir desazón, quiere decir malestar del niño al aprender. Y aprender algo, si hay que aprenderlo bien, hay que hacerlo con alegría, que es cuando se aprende, es cuando te da gusto. Eso se logra en la lectura a partir de los seis o siete años. ¿Por qué? Porque esas áreas ya sabemos ahora que han terminado de formarse los circuitos sinápticos y, además, de aislar los axones con mielina para que la información vaya con nitidez. Enseña a un niño de siete años a leer y te lo hace en tres semanas. Frente al niño que no está preparado porque tiene inmaduras esas áreas a los cuatro. No solo hay que castigarlo, es que hay que atacarlo en el sentido de: «¡Venga!». Y esto ha presentado siempre problemas muy grandes. ¿Por qué el niño de cuatro o cinco años de mi vecina sí ha aprendido a leer y en el mismo colegio el mío no? ¿Es que el mío es más tonto o es que el maestro es tonto? Pues no, se puede deber, y, de hecho, es cuando ocurre normalmente, a que esas áreas no están maduras en uno y en el otro sí. Esa es la versatilidad y la división. Eso es lo que como ejemplo pongo para decir que neuroeducación es importante que comencemos con ella
La cuestión esta, qué es la inteligencia emocional, no está tipificada dentro de esa clasificación pero es evidente que refiere a lo que es para Gardner, la inteligencia interpersonal. Es la capacidad empática, que decimos. La capacidad de intuir en el otro lo que dice, cómo lo dice, y el otro ver en ti una cara de placidez, una cara de aproximación, una cara de esfuerzo en querer entender lo que dices, una cara en la que prácticamente en pocos minutos puede existir un algo misterioso que es lo que hace que haya una transferencia emocional. Eso es lo que quiere decir «inteligencia emocional», aplicar una inteligencia que sirve para el éxito que tú puedas tener en la vida. Tú puedes ser muy listo en matemáticas o puedes ser muy listo en ingeniería… Pero como no tengas la inteligencia emocional básica, cualquier pequeña cosa te tira por la borda toda tu capacidad matemática. ¿De acuerdo? Por eso el valor que tiene.
La emoción es el sustrato que hace que el cerebro funcione. Que el cerebro funcione bien. La gente todavía piensa, y lo piensa porque, lógicamente, no es neurobióloga, que la emoción es aquella reacción que te hace, pues eso, que cuando aparece alguien a atacarte tú puedes reaccionar de tres formas distintas. Que son lo que los ingleses llaman «fight, flight, fright». Que es, si te atacan, te defiendes con la lucha, o bien echas a correr, o bien te escondes. Eso es lo más básico. Por eso decimos que la emoción es un proceso siempre inconsciente. Cuando tú luchas o huyes, o te escondes, que no te pregunten por qué lo has hecho. Por qué has escogido A, B o C. No lo sabes. «¿Yo qué sé?». No lo sabes. El cerebro ha trabajado por ti inconscientemente. Y lo hace por el camino que mejor sabe con seguridad que va a salvaguardar tu vida. Esos son las emociones. Por tanto, siempre que escuchéis hablar de emoción, sepáis que es inconsciente. Pero las emociones nacieron hace aproximadamente unos 200 millones de años.
En los mamíferos, a lo largo del proceso evolutivo. Y muy recientemente nos han dicho en prestigiosas investigaciones que posiblemente podemos trazar su nacimiento en los invertebrados, que no tenían ni cerebro todavía, solo ganglios, hace 450 millones de años. Fijaos bien, nuestra especie, el Homo sapiens sapiens, solo tiene 150.000 años de vida. Comparad eso con 450 millones. Quiere decir que las emociones las tenemos tan ancladas profundamente en nuestra naturaleza, que yo sostengo públicamente que somos seres emocionales. Y luego, un poquito racionales. Estoy en contra de Aristóteles, ¡la razón! Es la emoción lo que lo guía todo. Por tanto, no es lo que acabo de decir que su etimología es emotio, emotionis, movimiento hacia afuera, correr, atacar o agazaparte. En el cerebro humano, las emociones… Es decir, lo que se registra en un cerebro dentro del cerebro, el cerebro límbico o cerebro emocional, manda información a toda la corteza cerebral haciendo que esta, cuando crea las ideas, cuando crea los procesos cognitivos, cuando crea el pensamiento y el razonamiento… Pensar y razonar ya viene con ideas que están embebidas de un significado emocional. Somos mamíferos. Y ningún mamífero puede ejecutar ninguna conducta que no tenga un significado. Y eso es lo que hace, además, el ser humano, evidentemente.
Pero ¿a través de qué, que ningún otro animal hace? A través del sistema emocional. La información que entra por nuestros ojos, por nuestros oídos, por nuestro tacto, gusto, olfato, etcétera, después de un largo proceso de elaboración del mundo, canaliza a través del sistema o cerebro emocional. Y es después que va a la elaboración. En definitiva, la emoción lo embebe todo. Sin emoción, no hay pensamiento coherente y bien ensamblado. No puedes pensar. Sin emoción, no hay toma de decisiones acertadas. Sin emoción, no hay lo que es la memorización sólida. ¿Quién no sabe y recuerda, precisamente, que lo mejor que guardas es lo que ha tenido un significado emocional para ti? ¿Quién no recuerda…? Bueno, a lo mejor alguien que ha tenido harta experiencia no, pero para algunos la primera experiencia sexual de verdad la recuerda muy bien. ¿Por qué? Porque tuvo un gran significado para ti. Emocional. En el pensamiento, igual. Y, sobre todo, no quiero que se me olvide, la emoción es lo que te permite tener sentimientos. Entendedlo bien, porque a veces yo soy muy torpe para explicarlo. La emoción, os lo he dicho, es algo que es inconsciente. Todos los animales operan a través de mecanismos inconscientes. El perro no tiene consciencia. El perro no sabe en consciencia qué es lo que hace. Pero lo sabe inconscientemente. El perro no tiene sentimientos. Y ahora os digo que el sentimiento es saber de una emoción. Cuando yo junto un ratoncito chiquito, un elefante, una jirafa, un delfín, un chimpancé, y yo mismo, juntos, hay una gran explosión o nos van a atacar, todos reaccionamos con miedo. Todos. Pero solo yo sé que tengo miedo. Gracias a 700 gramos de corteza cerebral, casi tres cuartos de kilo dedicado a los procesos de pensamiento y consciencia. Ningún animal los tiene. Esa es la gran diferencia.
Por eso los sentimientos, que es la consciencia o el saber de una emoción, solo lo tiene el humano. Y en su plenitud, definitivamente. Aunque haya algún especialista que me dijera: «Vamos a discutir eso en el chimpancé». Estoy dispuesto, pero sigo sosteniendo que plenitud de sentimientos solamente lo tiene el ser humano. Si tuviéramos un chimpancé aquí y tenemos al lado un saco de bananas o el David de Miguel Ángel, para el que algunos hicimos, sin saberlo nadie en el mundo, ahora sí lo debe saber alguna gente, un vuelo de tres horas de ir y volver para solo verlo en la Academia. Esa escultura de cinco metros de altura tan perfecta. Pues bien, pónselo al chimpancé y verás cómo el chimpancé va y abraza a la escultura. ¿Va a hacer eso o, realmente, va a comerse las bananas? Evidentemente, las bananas. Lo que ese sentimiento grande que embarga, ese sentimiento grande que te sobrecoge. Para mí lo que significa, en el silencio de un gran auditorio, escuchar la coral de la Novena sinfonía de Beethoven en su último movimiento me transporta. Eso tan grande solo es humano. Pero es, además, un sentimiento que crea belleza. Y lo extraordinario de esa neuroeducación, lo extraordinario de cómo funciona el cerebro es darnos cuenta y saber que la belleza es un prodigio creado por nuestro cerebro. No existe en el mundo. La belleza no la tiene ninguna pintura, ni lo tiene ninguna escultura, ni lo tiene absolutamente nada que digamos: «¡Qué obra de arte magnífica!». La crea nuestro cerebro. Ese es el prodigio.
“El maestro debe ser la joya de la corona de un país”
Porque somos capaces de ver, en lo que vemos bello, orden, situación, proporción, simetría, y placer seguido de un conocimiento. No el placer, que es muy especial, no el placer de lo que sabemos que es el placer cuando comes si tienes mucha hambre o bebes si tienes mucha sed, o el orgasmo. No, puntual. El placer de la belleza es el placer que llamaba Immanuel Kant que perdura y perdura durante horas, contemplando lo que tú has creado como belleza. Y eso es lo que es la emoción. Porque la emoción engarza las palabras. La emoción, lo que es las redes neuronales, llega a las áreas del lenguaje, tanto las de Wernicke como las de Broca, y conforman y colorean el lenguaje. Más allá de la semántica, de la sintaxis, de la prosodia con su acentuación, tiene el colorido emocional. Lo que hace un lenguaje que le guste a quien escucha escucharlo. Que le embargue, que lo absorba, que capte toda su atención. Eso es exactamente la belleza. Y ese es nuestro prodigio.
Por aprendizaje o por mirarse al espejo ha aprendido qué cara es y sabe que eso es tristeza, eso es alegría, o los ocho tipos de caras que representan ocho emociones. Hoy conocemos más de 32 tipos de emociones expresadas en la cara cuando se puede mirar con finura. Eso es un mensaje. Y eso se puede educar a través del simbolismo de esa expresión. Pero fundamentalmente, insisto, a través de las palabras. Porque las palabras vienen vehiculizadas, vienen alimentadas, vienen coloreadas por el sistema límbico, que las provee de esa emoción, haciéndolo consciente. O sea, que esa medida es posible. Pero insisto, las emociones tienen, en principio, el control más allá de lo que se instrumenta a través de lo que se expresa, sean valores y normas. Y eso son palabras. Es decir, las emociones, no es como algún profesor que en una ocasión me preguntó algo así como diciendo: «Oye, ¿y las emociones cómo las expreso yo allí? ¿Dando saltos todos unos a otros emocionados?». Digo: «Hombre, eso no es la emoción en el ser humano».
La emoción en el ser humano es algo mucho más complejo. Es algo que se vehiculiza dentro del cerebro para conformar todas las funciones con expresión de esas propias funciones. Y si es en el lenguaje, también. El lenguaje tiene brillo, que lo da el colorido emocional que seas capaz de darle. Por eso cuando aprendes una lengua nueva, dependiendo del universo, que podríamos estar aquí hablándolo tres horas, acerca del valor del bilingüismo o el trilingüismo, y dependiendo de qué edades se aprenden a lo largo de una escala, puedes llegar a qué niveles, desde la sintaxis a la prosodia. Y desde luego, comenzando por la semántica. Y que sabes perfectamente que hay ventanas plásticas que se abren y se cierran, que si se cierran, nunca más podrás expresar colorido emocional en una lengua. Un japonés no lo podría hacer después de los 11 meses porque ha perdido la capacidad de pronunciar la R y «pol» eso habla con la L. Pero los niños normales, en el mundo occidental, entre el inglés y el español, el colorido emocional se pierde aproximadamente a los 12 años. Luego ya, absolutamente, hay un acento muy marcado. Y mucho antes en cuanto a la acentuación que llamamos prosodia. Es un mundo complejo, pero creo que puede iluminarles acerca del significado que tiene la pregunta que usted me ha hecho, no sé si la he contestado oportunamente.
Lo principal es darnos cuenta que hay que prestar, ayudar o saber, aunque hablaremos, si quieres, de los procesos cerebrales de la atención, menos de la atención y más ver cómo podemos abrir esa atención. Y eso es la curiosidad. ¡Maestro, no seas berzas! Si Pedrito es normal y no te presta atención, reflexiona y piensa que posiblemente es tremendamente soso lo que le estás enseñando. Así que tienes que hacer un esfuerzo en hacer despertar a Pedrito desde dentro. Y nunca más tendrás que coger la barrita de abedul y golpearle para que preste, a través del castigo, atención. Eso es negativo, eso no es hoy… Hoy no se pueden aprender abstractos, conceptos, ideas, con el abedul. Tiene que ser con la alegría. Y eso es hacerlo interesante.
E insistí en una ocasión, tratando de este tema tan importante: «Pero dígame usted un ejemplo. Un ejemplo que de verdad una audiencia de mis estudiantes… Por ejemplo, adolescentes, que los tengo, y no me hacen caso. Y mira que les digo y que les hago». «Vamos a ver, usted sale como profesor y les dice: «Hoy, niños…». Niños… Cuidado, que son adolescentes. Es que los andaluces decimos un poco eso de «niños». «Hoy vamos a explicar un tema interesante». Y pones énfasis en lo interesante: «Muy interesante». «Vamos a hablar de la hipotenusa en conexión con los ángulos columnares de la arquitectura romana». Haga usted lo contrario. «Vamos a hablar de un tema aburrido». Adolescentes. «Hoy vamos a hablar de sexo». «Esto mola, a ver». Y ahí tienes a los adolescentes prestando toda la atención. Estos son dos ejemplos burdos, evidente. El ejemplo que yo, desde que escribí aquel libro de Neuroeducación, se me ocurrió escribir el ejemplo: «Imaginaos que me estáis prestando atención a mí». Y de pronto, detrás de mí, aparece una jirafa.
¿Seguiríais prestándome alguno atención a mí o a la jirafa? Evidente, a la jirafa. ¿Por qué? Porque la jirafa representa algo nuevo. Algo que rompe la monotonía del profesor Mora soltándonos aquí un rollo. Algo diferente. Y es algo que a la emoción y a la reactividad emocional, que eso es la curiosidad, algo curioso perceptivo le hace así a la atención. Es una puerta que llama y abre. Yo no necesitaría decirles a ninguno de ustedes: «Prestadle atención a la jirafa». ¿A que no? No, la jirafa representa ya: «¡Guau, qué interesante!». Convirtámonos todos los docentes en jirafas. Hagamos interesante lo que enseñamos. Y eso es, realmente, lo que en el mundo se dice de los grandes profesores. Aquellos capaces de convertir lo soso siempre en interesante. Porque lo interesante es lo que te abre las puertas de la atención. Y la atención es absolutamente lo necesario para poder aprender y memorizar de forma explícita. La curiosidad es algo tan absorbente cuando es auténtica que toda tu atención está dedicada a ello. A eso un gran neurofisiólogo británico, de Oxford, que tuvo el Premio Nobel, Charles Sherrington, le llamaba y le llamó, y se respeta, la curiosidad sagrada.
El más alto grado de curiosidad. Aquella que rompe lo que conocemos y te abre las puertas a lo nuevo, a lo diferente, que dices: «Dios mío, se ha abierto un nuevo capítulo». En definitiva, terminando de contestar, porque sería largo pero lo voy a sintetizar, el tema de los tiempos atencionales es importante. Evidentemente, haz curioso lo que enseñas. Enseña siempre con curiosidad. Enseña, por ejemplo… Cuando sabemos como sabemos, y esto sí sería muy largo porque me ha preocupado, el cómo… ¿Cuánto tiempo puede durar el tiempo atencional de una persona para que pueda alcanzar el máximo del rendimiento mental? Y hemos estado viendo que, efectivamente, está entre 10, 15, 20 minutos. No hay más. Pensad lo que es en la universidad, que el estudiante empieza a las ocho de la mañana y termina a las dos de la tarde, con clases de 50 minutos sin parar con solo diez minutos de descanso entre clase y clase. Si lo que he dicho es verdad, imaginaos lo otro. ¿Creéis que puede todos los días un estudiante mantener esa cantidad de horas atentos? No. Tengo anécdotas, lo podría detallar, como he sido observacional, y medirlo. Solamente observacionalmente, cómo al principio de cada clase a las ocho de la mañana normalmente el estudiante comienza tomando notas y cómo a los diez… A los 10 no, pero a los 15 o 20 minutos los bolis caen como fichas de dominó. ¡Pop, pop, pop, pop, pop, pop! Hasta que aproximadamente…
Hay algunos duros, hasta los 40 minutos, pero a los 40 se caen. No hay bolis. El foco de atención… Hay que cambiar el formato de la estructura atencional en las universidades, sobre todo y fundamentalmente, porque en los colegios los niños te interrumpen constantemente y forma parte de otro formato. Esa realidad hay que tenerla en cuenta. Cada diez o quince minutos hay que romper el discurso de lo que es la temática de esa clase diciendo una anécdota, diciendo un chiste, diciendo tal… Si me preguntáis: «¿Tú qué haces?». Pues yo normalmente hago esas interrupciones no regladas hablando de pequeñas cositas como las que os he contado del registro de una sola neurona. Me emociona hablar de esas cosas, me repatalea hablar de mí mismo. Pero es que anécdotas de otros pues no tengo ninguna. En cualquier caso, eso es lo que hago. Pero se puede hacer poniendo una fotografía, se puede hacer: «Esta tarde hay no sé qué y no sé cuántos». Se puede romper el discurso, porque se ha visto que en 10 o 15 minutos la atención baja. Haces esa ruptura de uno, dos, tres minutos en la atención. De pronto, no comienza aquí y que siga bajando, sube y vuelve otra vez a bajar. O sea, que hay como episodios atencionales. Por tanto, atención sí, curiosidad más.
Eso es memoria de trabajo. La toma de decisiones para cambiar en este momento, si quisiera, a otra temática y poder seguirla perfectamente. Y volver al punto, como aquí ha ocurrido, de donde me he quedado. Eso son funciones ejecutivas. Eso hay que aprenderlo, eso hay que trabajarlo, con el maestro. Porque el maestro transfiere, lo que hemos hablado aquí, emoción. Transfiere esa humanidad. Que cuando lo leí en el discurso del Premio Nobel de Albert Camus en 1957, me clavó. Cuando recibió ese Premio Nobel tan joven, que tendría 44 años, con qué nobleza dijo: «Y te lo agradezco a ti, maestro. Y lo digo bien alto para que todo el mundo sepa que si estoy aquí, te lo debo a ti». ¡Eso no se puede decir a una máquina! Eso se le dice a un ser humano. Esa grandiosidad tiene que estar ahí. Pero lo que es la transferencia de conocimiento, que es lo que hemos dicho aquí, que es la semántica, que es la sintaxis, que es la prosodia, que es el colorido emocional y lo que llega a los valores, no puede hacerse en un tablet.
Los ritmos circadianos es otro factor trascendente. Hay niños que son alondras y hay niños que son lechuzas. A los alondras los tienes a las 6:30 de la mañana con ojos como platos. Las lechuzas eso lo tienen pero a las 11 de la noche. ¿En qué medida eso repercute en el colegio para obtener su máximo rendimiento mental? En que si no tenemos más oportunidad que tenerlos a todos juntos, poner las grandes materias: Lengua, Matemáticas… Ponerlas a una hora donde, más o menos, se coincida con el ciclo. Es decir, que tanto la lechuza como la alondra estén despiertos. Y eso, en buenos colegios, se tiene en cuenta. En malos colegios, no. Y es trascendente. Tú ponle la Matemática a las 9:00 a una lechuza y verás tú. A las 9:00 se entera de la mitad. Desayunar muy bien con los niveles de glucosa correspondientes, etcétera. ¿Una banalidad? Un día, sí. Otro día, también. Como eso sea irregular todos los días, tú puedes tener un niño que rinde mal. Pero, además, es evidente que no solo depende del niño. Depende de lo que tenga alrededor con la enseñanza. Un buen maestro, del que hemos venido hablando, puede hacer que el niño rinda aun estando en un ciclo trastornado un día, o no comido otro día. Porque su capacidad de acercarse emocionalmente al niño es muy grande.
Por cierto, quien crea que solo utilizamos el 10% de nuestro cerebro en nuestras funciones mentales o de conducta, que levante la mano. ¡Nadie se ha atrevido! Porque si la hubiesen levantado… ¡Nadie se ha atrevido! Porque, efectivamente, saben que es mentira. Lo he dicho yo. Tiene una larga historia. Lo vamos a hacer breve porque tampoco lo merece más. Pero sigue vivo. Y los responsables de todo eso es los medios. En definitiva, están ahí porque… Miren ustedes, cuando alguien ha venido, está en casa y llama el vecino Antonio que sabemos que lo han operado y le han quitado media corteza cerebral y dice: «Paco, ¿cómo estás?». «Antonio, ¿has venido del hospital? ¿Qué tal?». Sabiendo tú que ya ha ocurrido eso. «Ah, pues sí, me han operado y estoy muy bien. Me quitaron el tumor y estoy estupendo». Bueno, charlas un rato y cuando cierras la puerta: «¿Y para qué servía el medio cerebro que le han quitado? No lo necesitaba. Y es una persona inteligente como yo, una persona capaz. Quiere decir que no utilizamos…».
Cuando eso se ha hecho experimentalmente en primates, en Rhesus, en monos, y en los bosques, en su momento, se les quitaron trozos importantes del cerebro. Ese mono, cuando vuelve a su jaula, lo que es comer, lo que es beber, lo que es montar a la hembra, lo que es hacer algunos juegos… No se le nota que se le quitó. Pero si a ese mismo mono lo sueltas en una selva, recogida, evidentemente, bajo control, que tiene que buscarse el alimento y tiene que luchar, y pierde. A los tres días aparece muerto. Necesitamos el 100% de nuestro cerebro para ser quienes somos. La cuestión está únicamente en darnos cuenta que las altas funciones cognitivas no están localizadas en un punto, en otro, aquí o allí. Que si ablacionamos esa parte, la persona quedaría completamente exenta, quedaría eliminada de poder, evidentemente, expresar esas funciones, puesto que no las tiene. El cerebro no funciona con códigos de espacio, localización de las funciones. En muy pocas ocasiones tal es así. Las altas funciones cognitivas son funciones de códigos de tiempo. Que significa que todo lo que yo pienso, siento, creo o hago está distribuido en funciones cuyo código, insisto, expresión de esa función, es el tiempo con el que corren los potenciales de acción por muchas y diferentes áreas del cerebro. Por tanto, la ablación de una de ellas casi no afecta, a no ser que sea masiva, a lo que realmente es la función.
Hombre, en anfibios, en lagartijas, todo eso sí, pero en mamíferos, de lo cual nosotros pertenecemos desde hace 200 millones de años, no. Pues crecen neuronas nuevas. Y su número está en función y dependencia de la cantidad de ejercicio físico aeróbico que realices. En estas personas aumentan los vasos sanguíneos nuevos. Los vasos sanguíneos aumentan en largura y, por tanto, el tracto circulatorio, la sangre transportando oxígeno y nutrientes, llega a más partes que antes no llegaba bien. Aumenta el número de sinapsis y contactos neuronales. Aumentan los árboles dendríticos. Es de un beneficio extraordinario con su repercusión evidente en lo intelectual y cognitivo en el colegio. Y de eso nos hemos dado cuenta. Por eso lo importante que es, y consiste en hacer que todos los niños, los medios niños, los juveniles, los adultos… ¡Y los viejos! …hagan ejercicio físico aeróbico constantemente.
No, el mundo de eso es tan complejo que hay enfermos de alzhéimer que cuando mueren miras la patología y no tienen ninguno de los daños. Y hay personas normales que mueren, efectivamente, teniendo patología de alzhéimer y nunca lo han demostrado. En definitiva… Por tanto, hablar de un adolescente, que es el adolescente que de alguna manera… Bueno, pues es la rebeldía con los valores, como me has mencionado. Es contestatario. Conforma, sí es cierto, un período de la vida en el que tras la invasión, la marabunta de hormonas, ha transformado y transforma el cerebro. Un cerebro que se está reajustando en las conexiones de las neuronas. Hay muchísimas conexiones que desaparecen. Pero es cierto que en esos procesos se ha visto que en algunas áreas, además, existe hasta muerte neuronal con aumento de las otras neuronas que reajustan los circuitos. Es un cerebro en reajuste. Es un cerebro en el que nada, incluso los valores, tienen, digámoslo así, un profundo anclaje en el cerebro porque es un cerebro cambiante. Si tú me dices que si se pudiera hacer algo en ese proceso con alguien que ha tenido una educación que no es la educación que prepara para tener una buena adolescencia, te digo que aquí y ahora me traes al adolescente y te digo que no se puede hacer nada.
Precisamente por eso he hablado tanto indirectamente, no como centro, de lo que es crear los hábitos sobre valores y sobre normas de lo que podríamos estar hablando una hora en los períodos de tres a siete años o en los de siete a ocho años, donde es necesario y se puede hacer, y en los grandes colegios… Es privado, ya os he dicho que yo no es el caso, pero que existe ese foco en darnos cuenta de lo que significa educar en puntualidad. Significa aplicar la autosuficiencia. Lo que significa la capacidad, incluso a la edad de los tres años, que es cuando se empieza a tener memoria explícita, de conciencia, la memoria que te puede decir: «Mamá, he visto a Pedrito en la calle». Eso no te lo puede recordar un niño de menos de tres años y medio. No hay memoria explícita en los niños. Sí hay la creación de fobias a un niño maltratado o abusado. Pero no hay recuerdo explícito de quién, cómo y a qué hora. Porque el hipocampo no está desarrollado. Entre los tres y los siete se puede instrumentar una buena educación. La educación puntual, la educación que se crea como hábito. Y adonde voy con todo esto es que al adolescente tenemos que crearle hábitos desde pequeño.
Pero también esa estructura mental que significa llegar a que tenga complacencia, porque uno de los fallos que tienen los adolescentes es que adolecen de recompensas. Siempre se sienten que no han tenido el placer suficiente, la recompensa suficiente por lo que hacen. Necesitan tener aplauso. Y eso no existe en nosotros. O por lo menos no existe, en general, a esa edad. Y por tanto, siempre están en querencia de ellos. Por tanto, cuando llegas a esa adolescencia con esos nuevos valores… ¿Qué valores se pueden poner cuando el adolescente nuevo llega allí? Pues mire usted, a partir de esos 12 años hay que instrumentar bien, y ya deben de haber estado los valores que presiden nuestra dignidad humana: la libertad, la dignidad, la igualdad, la nobleza, la justicia, la verdad, la belleza, la felicidad, el placer, el castigo. Todo eso hay que instrumentarlo poco a poco y con los ejemplos que el niño de 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10… Y cuando llega a la adolescencia, que tiene un cerebro donde hay una reestructuración neuronal, ¿sabe usted en qué partes del cerebro fundamentalmente?
En las más frontales, que son las que… No codifican ahí la función, se lo he dicho, es temporal, pero ahí hay nodes, que son distribuidores de esa función a lo largo de todo el cerebro, que son los que codifican para la responsabilidad. Sobre todo el área frontopolar diez del cerebro de Brodmann. Si eso está maduro, y llega a esa madurez, el niño tiene que tener ya instrumentados los hábitos, que anclados ahí los va a utilizar como tú manejas tu coche. Si no, hacerlos ahí a esa edad… Forget it! ¡Olvídalo! ¡No puedes!
Porque lo que va a hacer en esos niños no son sus genes, que apenas han cambiado desde entonces. Lo que ha cambiado es la cultura que nos envuelve. Somos lo que somos por esa capacidad plástica que tiene el cerebro de transformarse con las palabras, con la emoción, con los sentimientos. Es lo que nos hace ser lo que ahora somos. Pero no diferimos, ni por piel, ni por genes, ni por, absolutamente, lo que ya es obsoleto: raza… Absolutamente nada. Somos lo que la educación hace de nosotros. Debiera tener un punto de inflexión en un país como este, donde, como yo digo tantas veces, el deporte nacional… ¿es el fútbol? La mitad a lo mejor diríais que sí, con los mundiales. Yo digo no. El deporte nacional es engañarnos los unos a los otros. Lo hacemos cotidianamente, lo más deshonesto que puede haber. No digo que no guardemos nuestra intimidad, no estoy diciendo eso, pero sí que guardemos la intimidad de todos. Con respeto. Y creándonos y respetando lo que nos hemos dado como convivencia. Eso no existe aquí. Aquí, el que más y el que menos todavía dice: «Mira, niño, sé listo y trata de… Tú mira a ver…». Principios sólidos, básicos, que sean hábitos. Eso es lo que yo requiero para un pueblo como el nuestro, un pueblo en el futuro, donde no tenga que pensarse cuándo ponemos al niño… sino instrumentarlo creando el hábito que nos haría mejores. Mejores ciudadanos. Mayor mejoría como valor. Mayor capacidad de seguir adelante en todo lo que signifique la ciencia, en todo lo que signifique el conocimiento, en todo lo que signifique el respeto. Se me ocurre pobremente decir nada más. Eso es lo que se me ocurre. Gracias.