Siete pasos para ayudar a tu hijo a entender sus emociones
Rafa Guerrero
Siete pasos para ayudar a tu hijo a entender sus emociones
Rafa Guerrero
Psicólogo
Creando oportunidades
Claves para convertir a tu hijo en un experto emocional
Rafa Guerrero Psicólogo
Qué es la empatía y cómo desarrollarla en los niños
Rafa Guerrero Psicólogo
Rafa Guerrero
Licenciado en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Educación, Rafa Guerrero ha dedicado gran parte de su carrera profesional a la investigación, el ejercicio clínico y la docencia en la Facultad de Educación en la Universidad Complutense de Madrid y del Centro Universitario Cardenal Cisneros.
Conferenciante en congresos nacionales e internacionales y formador de profesores y padres en numerosos colegios y centros educativos, Guerrero acaba de publicar ‘Educación emocional y apego’, un manual para convertir a niños y jóvenes en expertos emocionales.
¿Cómo fomentar la seguridad, autoestima y empatía en hijos y alumnos? En su último libro propone claves prácticas para implantar en casa y el aula. “Existen varias herramientas que podemos dar al niño para que sepa identificar, nombrar y expresar sus emociones. Debemos legitimarlas: si nuestro hijo nos habla de algo que le preocupa no podemos racionalizar, sino escuchar y atender hasta que encuentre el equilibrio emocional”, afirma el psicólogo. Y advierte de la importancia del “otro” en el aprendizaje de habilidades sociales. “La empatía no solo se puede, sino que se debe enseñar. Y para ello es importante no solo lo que decimos, sino lo que hacemos”, concluye.
Transcripción
La empatía es uno de los conceptos, una de las variables que necesitamos enseñar a nuestros hijos. El concepto de empatía viene del griego «empathos», que quiere decir «sufrimiento con el otro». Te voy a poner un ejemplo, Laura. Imagínate que vamos los dos caminando por la calle y nos encontramos con que al mirar arriba hay un funambulista. Un funambulista que, a través de un cable, está cruzando, está pasando de un edificio a otro edificio. ¿Qué nos pasaría a nosotros? Bueno, nos pasaría que sentiríamos mucho miedo, ¿no?
De ahí que cuando, por ejemplo, vayamos a un tanatorio a ver a un amigo que ha vivido una muerte de un familiar, de su madre o de su padre, ¿qué es lo que solemos decirle? «Te acompaño en el sentimiento». Es decir: «Sé cómo te sientes, puedo entender qué emociones y en qué situación te encuentras, pero no es mi situación, es tu situación». Entonces, el concepto de empatía es tremendamente importante. En cuanto a lo que me preguntabas de si es más un aspecto innato o es un aspecto que se aprende, que se desarrolla… Bueno, la pregunta tiene un poco de truco, ¿no? ¿Por qué? Pues porque es verdad, como bien sabes como mamá de dos niños, los bebés, cuando nacen, los neonatos, tienen ciertas predisposiciones. Todos sabemos que en el momento del nacimiento, por ejemplo, un aspecto muy concreto como es el dormir, hay niños que son más irascibles, otros niños que son más tranquilos, unos duermen mejor, otros duermen peor… Y claro, apenas tienen horas de vida, ¿no? Pero a pesar de eso nacemos con una predisposición genética. Bueno, llevando esto al apartado, al lado de la empatía, nos encontramos con que la empatía se va a ver influida por cuestiones de predisposición que son más bien genéticas. Pero lo que es el aspecto estricto de la empatía, la empatía es algo que no solamente es que se pueda desarrollar, sino que se tiene que desarrollar. Y siempre comento que la empatía se desarrolla con «un otro». Esto de «un otro» es entre comillas, porque «un otro» implica una tribu, ¿no?
En primer lugar, nos encontramos con una empatía de tipo emocional. Es decir… Vamos a poner un ejemplo para comprenderlo mejor. Vamos a suponer… Ojalá y no ocurra, pero vamos a suponer que tu marido se queda sin trabajo, le echan del trabajo. Entonces, la empatía de tipo emocional consiste en que cuando tú vienes y me cuentas la situación: han echado a tu marido del trabajo y que te encuentras triste y preocupada por la situación de tu marido, la empatía de tipo emocional, que es el primer nivel, el más básico, consiste en que yo te diga: «Laura, entiendo o veo que estás triste». Un segundo nivel que implica un poquito más de complejidad, ya ahí metemos algo que es eminentemente humano, que son las cogniciones, los juicios, los pensamientos… Es decir, todo lo relacional, todo lo que tenga que ver con el córtex. Y ahí añadiría a lo que comentábamos antes de la empatía emocional aspectos más de pensamientos, aspectos más de razonamiento. Y aquí te podría decir: «Laura, entiendo, veo que estás triste porque han echado del trabajo a tu marido».
Y luego, el tercer y último nivel de la empatía consiste en un cambio de perspectiva. Es decir, hasta este momento, como dice Martin Hoffman, que es uno de los grandes expertos en empatía, la empatía es una respuesta en la cual hablamos más del otro que de uno mismo. ¿Vale? Es sentir lo que el otro está sintiendo. En este tercer tipo de empatía, Laura, lo que ocurre es que yo me voy a tu lugar, pero añado algo en relación a mí. Es decir: «Veo, Laura, que estás triste porque han echado a tu marido del trabajo. Yo en tu lugar me sentiría exactamente igual».
¿Cómo podemos hacer que nuestros hijos sean sensibles, sean empáticos? Igual que decimos que para conseguir que un niño aprenda a nadar necesitamos enseñarle a nadar, es decir, ejercer de modelos y luego que él vaya aprendiendo poco a poco, en este caso, esta conducta motriz. En el caso de la empatía exactamente lo mismo. Decía la madre Teresa de Calcuta: «No os preocupéis por lo que les decís a vuestros hijos, preocuparos de lo que hacéis».
Uno de los casos que a mí me sirven para explicar muy bien la empatía y otras habilidades que vamos aprendiendo es el caso de Jenny. Jenny es un caso muy interesante y muy dramático que se desarrolla en los años 70 en Los Ángeles, en California. Jenny es una niña que nace en el seno de una familia con muchas dificultades, y debido a una serie de razones es encerrada durante 10 o 12 años en una habitación donde solamente se le cubren necesidades de tipo físico. Estuvo durante 10 o 12 años encerrada hasta que unos trabajadores sociales la encontraron. Claro, los períodos críticos ya habían pasado. Entonces, Jenny no había desarrollado un lenguaje, Jenny no tenía desarrolladas las habilidades sociales, Jenny, desde luego, no tenía desarrollada su habilidad motriz, no sabía escribir, andaba con serias dificultades y, por supuesto, Jenny no tenía ninguna empatía. No tenía ninguna capacidad de poder hacer una introspección para saber exactamente qué emociones, qué sentimientos, qué pensamientos estaba teniendo como para poder pensar en los demás.
Si tuviésemos que concretar una edad, podemos decir que, más o menos, en torno a los cuatro o cinco años ya podríamos concluir que existe una empatía de una manera ya madura, ¿no? Vuelvo a repetir que esto es un aspecto que requiere de mucho tiempo. ¿Por qué en torno a los cuatro o cinco años? Sabiendo, Laura, evidentemente, que existen diferencias entre niños. Porque a partir de esa edad es cuando ya aparece, se desarrolla otro aspecto muy relacionado con la empatía que es la teoría de la mente. La teoría de la mente es la capacidad que tenemos para ponernos en el lugar del otro, y no solamente entender las emociones que está experimentando el otro, sino para saber qué ideas, qué pensamientos y qué expectativas tiene el otro. Es, por tanto, entonces, en torno a los cuatro o cinco años cuando podemos decir que la habilidad de la empatía se ha desarrollado. Si ahora nos preguntamos qué diferencia hay entre niños y niñas en cuanto a la empatía, pues los estudios llegan a una conclusión muy clara. Antes de nada, te quería preguntar: ¿Tú crees que existen diferencias entre niños y niñas? Y en caso de que creas que sí, ¿quién crees que son más empáticos?
¿Por qué? Porque la vida, Laura, como bien sabes, tiene muchos acontecimientos y tiene muchas situaciones que son realmente frustrantes. Es decir, momentos en que nos gustaría que las cosas fuesen de otra manera pero no lo son. Entonces, yo siempre digo que qué mejor momento, qué mejor lugar para nuestros niños, que aprender a frustrarse con mamá y con papá. Lo que no podemos hacer, Laura, es esperar… ¿Vale? Quitarles situaciones de frustración y de sufrimiento a nuestros niños y esperar a que los niños se independicen o se vayan a estudiar, por ejemplo, la carrera a Santiago de Compostela porque la nota no les ha dado en Madrid, en Barcelona, en la ciudad donde estén viviendo, y nos encontremos… O el niño, mejor dicho, el chaval en este caso, el ya adulto, se encuentre con situaciones que sean realmente frustrantes.
¿Y cómo uno aprende a frustrarse? Frustrándose. Uno tiene que aprender a frustrarse experimentando la emoción de rabia. Y luego también, por supuesto, que nosotros seamos capaces de darle al niño estrategias. Que yo reconozca que lo que estoy viviendo es una situación frustrante y que yo, por supuesto, tenga herramientas. Si nadie me enseña herramientas, si no hay «un otro» que me dé herramientas, difícilmente voy a poder gestionar mi propia emoción. Para eso previamente tengo que reconocer que me siento frustrado. No es que me sienta mal, es que me siento frustrado. Y no es que me sienta frustrado y punto, sino que me siento frustrado porque no me han dado el trabajo que yo quería, porque no me han dado la plaza en el máster que yo quería estudiar.
Uno de los aspectos que para mí es muy importante es que entendamos los adultos, padres, madres y profesores, que el proceso de que les enseñemos a los niños a regular sus emociones es siempre de fuera para adentro. Es decir, el niño nace con la predisposición de que le enseñemos a regular sus emociones, pero el niño no sabe regular sus emociones. El neonato que está en el hospital, el recién nacido que está llorando, llora porque es la única manera que tiene de expresar su malestar, de expresar que tiene hambre, de expresar que tiene frío o de expresar su incomodidad pero no sabe, ¿no? Entonces, por eso el proceso, Laura, es siempre de fuera para adentro. Esto es lo que yo denomino que es siempre un proceso que va de la heterorregulación, es decir, yo te regulo a ti, para que con el paso de los años eso se convierta en que tú seas capaz de autorregularte. Pero siempre, para que el niño sea capaz de autorregularse, ha necesitado «un otro», ha necesitado a alguien que le haya heterorregulado: yo te regulo a ti.
Y esto es algo que se da siempre en tres pasos. Tres pasos que se cuentan muy rápido pero que llevan muchos años. El primer paso, Laura, sería que para que yo te pueda heterorregular a ti, tengo que ser capaz de autorregularme a mí. Por eso siempre, en los distintos cursos de formación, a los padres les digo que es muy importante que ellos sean capaces de gestionar sus propias emociones.
Las emociones duran segundos. Las investigaciones llegan a la conclusión de que una emoción, de media, dura en torno a 90 segundos, no dura mucho más. En dos o tres minutos, la emoción ya ha desaparecido. ¿Por qué decimos que las emociones llevan con nosotros mucho tiempo? Porque eso ya no es una emoción, eso es un sentimiento. Es una emoción más… Una manera de pensar que implica un sentimiento. Por eso uno puede un frustrado durante toda su vida, o sentirse frustrado toda su vida. O por eso uno puede tener un duelo durante muchos meses o muchos años, porque es una emoción, la emoción de tristeza, más una manera de pensar, que puede ser «No tengo el control», puede ser «No soy capaz», «Jamás voy a encontrar pareja», «Jamás va a volver a ser esto como era antes”. Y claro, esa manera de pensar lo que hace es que ancla la emoción. Vamos a suponer que yo tengo la ilusión de echarle una carrera a los cien metros lisos a Usain Bolt. Le echo la primera carrera a Usain Bolt y resulta que me ha ganado.
Porque la rabia aparece ante situaciones en las cuales yo considero que algo es injusto, en situaciones en las cuales yo estoy haciendo algo que me gusta y me lo cortan o me lo quitan, o un límite. Cuando consideramos que algo es injusto y necesito poner un límite, por ejemplo, a mi jefe, ¿de acuerdo? O, por ejemplo, a mi hijo. Ahí es cuando aparece la rabia. Entonces, en el ejemplo que te estaba poniendo, lo que ocurre es que la clave será regular la emoción y tener en cuenta que la cognición, que la manera de pensar, el cómo yo enfoque esa situación, tiene que ser lo más adaptativo posible.
En segundo lugar, tendríamos lo que son las necesidades afectivas o emocionales. Todos los seres humanos necesitamos sentirnos reconfortados y necesitamos que cuando yo no sé autogestionarme, que haya «un otro» que me enseñe a gestionarme o que directamente me calme. Cuando nuestros hijos están enrabietados o cuando nuestros hijos están tristes, necesitan, para su correcto equilibrio mental, para su buena salud mental, necesitan que mamá o papá, la profe, les calme. Esa sería la segunda necesidad, las afectivas.
En tercer lugar, tenemos las necesidades cognitivas. El ser humano, desde el momento del nacimiento, tiene la predisposición a aprender. Tiene una emoción básica que se llama «curiosidad», y por tanto, todos tendemos a aprender. Sentimos curiosidad, queremos aprender. Nos diferenciamos en qué cosas nos gustaría aprender, pero todos sentimos esa curiosidad.
Por tanto, el ser humano está predeterminado para aprender. Y esas son las necesidades cognitivas. Todos queremos aprender. A todos nos gusta conseguir la mejor versión de nosotros. La versión 1.0, 2.0, 3.0… Entonces, todos tendemos a mejorar, pero es una necesidad el irnos superando a nosotros mismos, el ir escalando en el trabajo, por ejemplo, el ir evolucionando en la familia, el ir evolucionando con uno mismo, por ejemplo.
Y el cuarto tipo de necesidades que existen son las sociales. Decimos que el ser humano es un ser social. Pero no es que nos guste ser sociales, que desde luego que lo disfrutamos, sino que es una necesidad. Si nos vamos, por ejemplo, a los colegios, las alarmas saltan en los colegios cuando nos encontramos que un niño está en el patio solo. Y no solamente es una cuestión de que el niño sufre, que también, es que cuando un niño tiene distintos grupos y se encuentra muy protegido, eso es una cuestión de supervivencia. Si nos vamos al reino animal, del cual tenemos tanto que aprender, porque nos está dando lecciones de vida constantemente, ahí nos encontramos con que cuando uno está en una manada, se siente protegido. Y eso es una necesidad, sentirnos protegidos.
Si ahora nos vamos a la psicopatología de este tipo de necesidad, aquellas personas en nuestra sociedad que están viviendo solas, están en una situación de grandes dificultades. Aparte de mucho sufrimiento. Entonces, el vivir solo, el vivir aislado, implica un desequilibrio en la salud mental. Por eso nos gusta tanto, por eso disfrutamos tanto de la interacción social. Pero lo que está en la base de todo eso es que necesitamos. ¿Y por qué lo necesitamos? Porque es un factor de protección. Por eso los niños que son líderes tienen mucha protección. ¿Por qué? Porque tienen muchas redes. Y me voy a todo lo contrario, Laura, los niños que sufren bullying… Ahí es donde saltan todas las alarmas. ¿Por qué? Porque no tienen ese… No sienten ese calor de sus compañeros, están solos, y eso implica riesgo. Yo sigo un esquema que aprendí de una de mis maestras, Begoña Aznárez.
En segundo lugar, podríamos hablar de otra necesidad que podríamos decir que es la otra cara de la moneda de la seguridad, que es la autonomía. ¿Cómo es posible que yo le pueda dar seguridad por un lado al niño, que le pueda dar protección, y que a la vez le pueda dar autonomía? Bueno, pues todo tiene su momento, ¿no, Laura? Hay momentos en que el niño tiene ese desequilibrio emocional y necesita pegarse físicamente y emocionalmente a mamá, a papá, a su profe. Pero cuando el niño ya ha sido heterorregulado por su madre y vuelve otra vez al equilibrio, ya tiene las pilas cargadas como para poder salir de esa situación y desarrollar otra necesidad, que es la autonomía. Por tanto, seguridad, protección, y autonomía por otro lado, son las dos caras de una misma moneda.
Y aquí siempre hablo de los micromomentos. ¿Qué es un micromomento? Momentos en los cuales… En función de la edad del niño, ¿vale? Momentos en los cuales dejamos que nuestros niños se desarrollen solos. Es decir, con un niño chiquitito de año y medio o dos años, le podemos dejar en su cuarto que esté jugando solo. Es un micromomento. A lo mejor estamos hablando de un minuto, de 30 segundos. Habrá que ver, en función, ¿no? Y otro micromomento sería a un niño ya de cuarto o de quinto de primaria, darle esa seguridad y darle esa confianza para que pueda, por ejemplo, bajar a comprar el pan en la panadería que está cerquita de casa. Pero es favorecer esa autonomía.
“La tristeza es la emoción que peor llevamos los padres y las madres”
Aquí yo a los profes siempre les pongo un ejemplo que les chirría mucho. A los padres también. Yo siempre pongo el siguiente ejemplo: Si vuestros hijos en alguna ocasión os dicen: «Mamá, es que la profe de inglés me tiene manía», no entréis a debatir, no entréis a racionalizar. ¿Por qué? Porque eso es una emoción que tienen, eso es un sentimiento, es una manera de percibir a la profesora o la circunstancia equis que tengan en el colegio. Lo que tenemos que hacer nosotros es legitimar. Si mi hijo o si mi hija me está diciendo que se siente mal, eso es completamente legítimo. Porque ella no ha decidido sentirse de esa manera, simplemente es una emoción que le surge. Entonces, así nos la traslada. Si en el momento en que mi hija me está contando cómo se siente, yo lo que hago es, en vez de responder emocionalmente, respondo racionalmente, ya me estoy yendo a otra conversación.
Lo que siempre tenemos que hacer es legitimar la emoción, que eso implica que si tú, que eres mi hija, estás activando tu hemisferio derecho, yo no tengo otra que activar mi hemisferio derecho. Porque si no el código no va a ser el mismo. Te tengo que atender en conexión de hemisferio derecho con hemisferio derecho. Las emociones no se pueden criticar porque yo no las he elegido, simplemente me surgen. Otra de las cosas que también les llama mucho la atención a los padres cuando se lo digo, es: «Por favor, no les preguntéis por qué se sienten de esta manera».
Y cuando hay un conflicto emocional, Laura, lo que ocurre es que si yo me pongo a su altura, si nos miramos de igual a igual, lo que el niño está percibiendo es que no hay agresión. Lo que el niño está percibiendo es que no hay competitividad, sino todo lo contrario, hay cooperación. «Me interesa lo que me estás diciendo, me preocupa lo que me estás diciendo». Por eso es una estrategia muy sencilla, muy fácil de llevar a cabo, pero que en pocas ocasiones hacemos. Ante un conflicto de tipo emocional, hay que ponerse a su altura, hay que ponerse de rodillas.
Lo primero de todo es, por supuesto, atender a la mujer. Estábamos cerca de un colegio, por tanto, inmediatamente empezaron a venir padres a echar una mano, llamaron al 112 y, bueno, la mujer ya estaba atendida. Entonces, en ese momento, yo ya me puedo marchar. La habíamos atendido Nacho, mi hijo, y yo como buenamente podíamos. Claro, un padre primerizo que se encuentra en esa situación, llevaba una mochila con agua, con pañales y con toallitas, no llevábamos nada más. Entonces, bueno, la ayudamos de la manera que pudimos a la mujer, e inmediatamente, en cuanto esa mujer ya está atendida, lo que yo hago es: me bajo, me pongo a la altura de mi hijo y entonces empieza a decodificarle, empiezo a darle una narrativa. Y entonces le explico. Claro, tiene año y medio.
Le empiezo a explicar de una manera lo más sencilla posible esta situación, que es traumática, que es dramática, tanto para la abuela como para mi hijo, como para los que estábamos ahí, la mujer estaba sufriendo mucho. Entonces le digo: «Mira, Nacho, cariño, esta abuelita iba andando, se ha tropezado, se ha caído y se ha hecho mucho daño, se ha hecho mucha pupa. Y entonces nosotros la hemos atendido, la hemos ayudado y la hemos calmado, hemos llamado a la ambulancia y ya está atendida». Entonces, a medida que seguíamos andando, yo cada dos por tres me volvía a bajar y le volvía a explicar esta situación. Porque una de las claves para que una situación no se convierta en traumática es decodificarla y contarla muchas veces, en contra de lo que generalmente tendemos a pensar.
Entonces, ¿qué es lo que ocurre? Lo importante es que yo le coloque esa historia que para él es muy caótica, que para él es novedosa y que es desagradable, yo se la coloque bien. Y es verdad que luego cada padre, cada madre, va a tener su propia narrativa, lo va a explicar a su manera. Yo se lo expliqué de esta manera, que fue la mejor manera que pude, pero el caso es que yo le iba repitiendo. Se lo repetí dos o tres veces. Es más, mi mujer en ese momento no estaba, yo la llamo por teléfono y le digo: «Cariño, te voy a poner con Nacho, que te va a contar». Y Nacho lo contaba a su manera. El caso es que dos meses después volvíamos de viaje y no sé qué hiló Nacho, que me demostró que él había entendido esa narrativa. Entonces, él me llamó, me dijo: «Papá», y me dijo: «Papá, yaya, pupa, agua». Él me había contado con tres palabras…
Toda la historia.
Entonces, bueno, ahora entramos en lo que me preguntabas, pero este concepto de «padres suficientemente buenos», que se podría también establecer el paralelismo con «profesor suficientemente bueno», yo creo que tranquiliza mucho.
Bueno, por ejemplo, una de las frases que tú comentabas, que suele ser muy frecuente: «Deja de llorar por esa tontería» o «No te enfades por eso, no tiene importancia». Aquí decimos que lo que para nosotros, como padres, como adultos, es una tontería, para el niño es un gran problema.
Por ejemplo, otra de las frases que son tremendamente demoledoras, aunque es verdad que afortunadamente esta no suele ser tan frecuente, es cuando la mamá o el papá se enfada con el niño porque no le está haciendo caso y entonces le dice: «Hoy no voy a ser tu mamá». Bueno, esa frase es demoledora, esa es muy hiriente. Salir de esa relación emocional que es perpetua entre mamá y el niño, es tremendamente hiriente. Yo recuerdo, Laura, hace tres o cuatro años, estaba con mi mujer en un centro comercial y estábamos en la sección de juguetes. Estábamos jugando un regalo para nuestra sobrina y entonces, de repente, apareció una abuelita, una mujer mayor que llevaba a sus nietos.
El niño tendría tres o cuatro añitos y la niña era un poquito mayor, tendría cinco o seis años. Claro, imagínate, dos niños en la sección de juguetería de un centro comercial, pues estaban locos, moviéndose de aquí para allá, cogiendo juguetes, sacándolos… Estaban encantados de la vida. Nosotros estábamos mirando también juguetes para nuestra sobrina. El caso es que llegó un momento en que la abuela se vio completamente desbordada, los niños no le hacían caso. Como para hacer caso en una sección de juguetería. Y entonces la abuela dijo una frase que a mí, a día de hoy, me sigue retumbando. Y me acuerdo que le dijo: «Darío, si te sigues portando así, no te voy a querer». Entonces, ese tipo de frases son tremendamente hirientes. Es decir, no podemos condicionar el cariño, no podemos condicionar el amor a una conducta, a un resultado.
También nos vamos al contexto educativo y nos encontramos con muchos padres que condicionan el hacer caso, el cariño, la atención con resultados académicos. Si tú cumples con mis expectativas que yo te he puesto como padre, tienes todo mi cariño, pero si no cumples con ellas te lo retiro, no te hago caso, hoy dejo de ser tu padre, hoy no juego contigo. Y eso es tremendamente hiriente, eso va directo a la autoestima y hace polvo a los niños. Y el último aspecto que te comento son los «deberías». Vivimos en una sociedad donde hay mucho «debería», donde hay mucha exigencia, donde hay mucha expectativa. Entonces, debemos tener mucho cuidado. Debemos adaptarnos más a nuestros hijos y a cómo son, a sus características idiosincrásicas, antes que a cómo ese niño debería responder, vuelvo otra vez al «debería», en función de la edad que tiene. Muchas veces, tanto padres como profesores dicen: «Es que con la edad que tienes ya deberías saber estudiar solo». «Es que yo, con tu edad, ya hacía o dejaba de hacer».
La segunda fase sería reconocer las emociones. Te voy a poner un ejemplo. Si yo te pusiera tres fotos, ¿vale? De monumentos conocidos internacionalmente y te dijera que me señalaras cuál es la Torre Eiffel, ¿serías capaz?
Hay una frase del genial Miguel Gila que a mí me encanta. La frase dice lo siguiente: «Cuando mi madre tenía frío, me ponía a mí una chaqueta por encima». Esta es la frase que demuestra la poca sintonización emocional y que manifiesta una poca responsividad. Es decir: «Como yo, como adulta, tengo frío y tú, como niña pequeña, que mides mucho menos que yo, si yo tengo frío, inevitablemente, matemáticamente, tú tienes que tener frío sí o sí». Bueno, pues no. A lo mejor resulta que tu hija está jugando en el parque y no es que no tenga frío, tiene calor porque está sudando, ¿no? Entonces, por eso es muy importante el hecho de que sintonicemos. Para que yo te pueda ayudar a reconocer la emoción, me tengo que poner en tu lugar.
Un tercer paso sería legitimar la emoción. Tremendamente importante que te permita que experimentes la emoción y que la puedas expresar. Es muy importante esa legitimación de las emociones. Algo que, desgraciadamente, no solemos hacer. Una cuarta fase sería que yo te enseñe a ti estrategias para regular las emociones. La conoces, la has reconocido, te la permito. Pero ¿ahora qué hago con esto?
Si ante… Otro ejemplo que me gusta poner. Si a la hora de poner un cuadro, yo me encuentro que para poner un clavo tengo un martillo, fenomenal. Si tengo que utilizar una llave inglesa para poner un clavo, voy mal. Ahora, la llave inglesa puede ser también efectiva para otras situaciones. Por eso creo que es muy importante que en la mochila metafórica emocional que llevan nuestros niños, ellos puedan disponer de muchas herramientas, para utilizar aquella herramienta que sea adecuada en el momento concreto. Luego, en quinto lugar, es muy importante que reflexionemos. Vivimos, desgraciadamente, Laura, en una sociedad en la cual la reflexión, el pensar y el estar parado pensando en tus cosas está mal visto. La gente se preocupa cuando nos ve mirando al techo pensando en nuestras cosas. Entonces, es tremendamente importante que nosotros reflexionemos y que invitemos a nuestros hijos a reflexionar. Como la reflexión, todo lo que tiene que ver con los pensamientos, está en el córtex cerebral, yo siempre digo que a esta fase hay que llamarla «Échale córtex». Cada vez que yo doy algún argumento y a alguien no le termina de encajar, yo le digo: «Bueno, échale córtex, dale una vuelta, piénsalo».
Había una frase de una famosa canción de Sabina, que en realidad es un poema de Quintero, León y Quiroga que decía: «Me lo dijeron mil veces, mas yo nunca quise poner atención». Pues es eso, son cosas que yo sé que me están pasando en mi cuerpo, son emociones que me hacen sentir mal. Pero claro, «mal» no dice nada. lo que quiero es que le eches córtex, que pares, que te sientes, que pienses, que tomes conciencia, ¿no? Y que seas consciente de qué pasa en tu cuerpo a nivel físico, que seas consciente de qué emociones estás experimentando, que seas consciente de qué pensamientos estás teniendo. «Tengo ganas de salir corriendo de aquí». Y luego, qué acciones llevas a cabo. Que reflexiones sobre todo ellos, eso es muy importante.
La sexta y penúltima etapa sería dar una respuesta emocional que sea lo más adaptativa posible. Es decir, si a mí mi jefe me echa la bronca, inevitablemente, va a surgir en mí una rabia, ¿vale? Voy a tener ganas de agredirlo, de insultarle, de empujarle. Esto es completamente humano y completamente normal. Ahora… Por eso decíamos que la respuesta que yo dé tiene que ser lo más adaptativa posible. Porque si yo, esa emoción que estoy experimentando, la llevo a cabo, es decir, la actúo, va a ser tremendamente desajustado o desadaptativo para mí. ¿Por qué? Porque estoy yendo en contra de mis intereses, yo quiero seguir en este trabajo. Me ha causado lo que él me ha dicho mucha rabia, pero si empujo al jefe, mañana no voy a volver al trabajo, mañana voy a estar despedido, ¿no?
Por eso una cosa es la emoción y otra cosa es la conducta asociada. Todos los mamíferos, salvo nosotros, tenemos, o tienen, una emoción e inevitablemente, sí o sí, la ejercen, la expresan, realizan la conducta. El perro que está en casa solo, cuando escucha que su dueño mete la llave en casa y que está aquí, quiera o no quiera, como está contento, va a empezar a mover el rabito, va a empezar a moverse por casa. ¿Por qué? Porque está contento. No puede evitar eso. El ser humano tiene la capacidad de tener una emoción y no expresarla. Tiene la capacidad de sentir emociones y no llevarlas a cabo. Es decir, no consiste en actuar todas las emociones según nos vengan, sino que hay que pensar de qué manera la puedo expresar de la manera que sea lo más beneficioso y más adaptativo para mí. Eso es tremendamente importante.
Por ejemplo, los niños pequeños. Un niño pequeño que está en la fase de las rabietas, que se tira al suelo y que se enrabieta, y que patalea… Claro, ¿por qué hace eso? Porque no tiene la habilidad que tenía el trabajador que te contaba antes para decirle al jefe o para callarse y no decirle nada. La única manera que él tiene de realizar esa expresión de la conducta es: tiene una emoción, como el perro que veíamos antes, y la pone en marcha. No tiene la capacidad de inhibir, de parar y decir: «No hagas esto». Es el único mecanismo que él tiene para expresar su rabia. Por eso hay que permitírselo, porque no tiene otros argumentos. Hay que enseñarle a pasar de esa pataleta que el niño está teniendo a respuestas que sean más adaptativas, pero para un niño de dos o tres años, tirarse al suelo es tremendamente adaptativo. ¿Por qué? Porque no tiene más recursos. Que eso lo haga un adolescente o lo haga un chaval de 20 o 25 años, pues ya no es adaptativo, diríamos: «Qué inmaduro este niño, este chaval, ahí tirado en el suelo pataleando». Pero para un niño es muy adaptativo.
Y en séptimo y último lugar, la última fase sería darle una narrativa. Darle una narrativa consiste en coger las fases anteriores y ponerlas en conjunto. Consiste en darle una explicación a todo lo que ha ocurrido. «Cuando las cartas están desordenadas, yo te las ordeno y te doy una explicación». Cuando el niño se ha caído, se ha hecho daño físico pero también un daño emocional porque se ha asustado, yo le tengo que dar una narrativa. «Cariño, esto que te pasa se llama ‘miedo’. Te has asustado porque no esperabas caerte mientras íbamos andando por la calle y entonces por eso estás llorando. Tienes miedo, es normal, no pasa nada, a todos nos ocurre. Cuando tenemos miedo nos sentimos tensos, nos sentimos más chiquititos y lloramos, es completamente normal». Te estoy dando una narrativa, te estoy explicando lo que a ti te ha ocurrido. También le puedo explicar lo que me ha ocurrido a mí en el trabajo o lo que el niño ha visto en la tele, o lo que ha pasado en el patio porque ha habido una pelea entre dos compañeros de secundaria y el niño lo ha visto, y le tengo que dar una narrativa, ¿no? Pero estas serían, en definitiva, las siete fases que debemos llevar a cabo.
El verbo que utilizamos para las sensaciones suele ser «notar». Entonces, cuando mi hijo tiene miedo, yo le digo: «¿Te das cuenta o notas que el cuerpo está tenso?». O cuando tiene rabia: «¿Te das cuenta como los puños se cierran?». «Notas». ¿Qué podemos notar? Que nos sudan las manos, que tengo vergüenza y entonces noto mucho calor en la cara, puedo notar que el ritmo cardíaco se ha acelerado, puedo notar tensión, puedo notar rigidez. Notar. Esas son sensaciones corporales, físicas, ¿de acuerdo? En segundo lugar, hablamos de emociones.
Las emociones tienen que ver con el sistema límbico, ahí están codificadas las emociones, lo que sentimos. Los pensamientos tienen que ver con el córtex. Y en último lugar, la acción se coordina… La acción voluntaria, por supuesto, no me refiero a los reflejos, la acción voluntaria se coordina desde la corteza prefrontal, y ahí tenemos cuatro partes básicas y muy importantes del cerebro. Pongamos un ejemplo, vamos a imaginar que… Y esto se puede hacer como prevención, es decir: «Te voy a explicar lo que te puede pasar mañana, cariño, cuando vayas a hacer el examen» o «Te lo cuento después de que hayas hecho el examen».
Henry Ford tenía una frase que a mí me parece que es fantástica: «Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, estás en lo cierto». Esto viene a reflejar lo que es el efecto Pigmalión y lo potentes que son las expectativas. Y hay una anécdota que me parece muy bonita que se llama «el paseo de Galton». Francis Galton era primo de Charles Darwin, y entonces él se propuso hacer una experiencia. Él estaba en un parque de Londres y entonces él se mentalizó de que al dar el primer paso y entrar en ese parque, iba a estar pensando que es la peor persona del mundo. Entonces, entró en el parque y fue dando una vuelta pensando: «Soy la peor persona del mundo, soy la peor persona del mundo». El caso es que cuando acaba ese paseo, él se da cuenta que la gente se apartaba de él. Entonces, bueno, esto es lo potente de la expectativa. También tiene su parte negativa y por eso tenemos que tener mucho cuidado.
Y el segundo concepto que te decía que para mí es muy relevante es la mirada incondicional. En otros sitios se habla de amor o apoyo incondicional. A mí me gusta la mirada incondicional. Consiste en no juzgar a nuestros niños. Por supuesto que podemos criticar sus conductas, sus acciones. Faltaría más, ¿no? Pero no es lo mismo criticar la conducta que criticar a la persona. Entonces, yo puedo criticar a mi hijo, puedo decirle que me parece mal lo que ha hecho, pero jamás puedo criticar a la persona. La persona y el amor que yo siento, y el cariño y el respeto que siento hacia mi hijo, eso jamás está en duda.
Entonces, en los estudios de la doctora María José Díez Aguado, llega a la conclusión de que hay tres características que cumplen los profesores que nosotros consideramos que han sido realmente importantes y transformadores para nosotros. La primera característica es que son profesores que aman su trabajo. Les gusta la docencia y disfrutan mucho la docencia. En segundo lugar, tienen un gran deseo por aprender, quieren crecer profesionalmente. Y en tercer y último lugar, son profesores que han ayudado personalmente a sus alumnos a superar el miedo, a superar situaciones angustiosas personales, familiares, sociales. Por tanto, les han mirado incondicionalmente, les han ayudado. Yo podría añadir algunas características más que creo que son muy importantes.
La primera característica de ese profesor realmente transformador sería la ternura, el principal factor que previene la violencia. En segundo lugar, hablamos del sentido del humor. Es muy importante que el profesor tenga un buen sentido del humor. Que realice clases que sean dinámicas, divertidas, etcétera. Otra de las características sería que sea un profesor empático. Es decir, que sea capaz de ponerse en el lugar de sus alumnos, de entender sus circunstancias, que conecte su hemisferio derecho con el de sus alumnos. Y luego, considero que es muy importante también llamar al alumno por su nombre. Nos estamos encontrando con muchos profesores que acaban el curso escolar en primaria o en secundaria y no se saben los nombres de sus alumnos. Entonces, llamar a cada uno por su nombre implica tiempo, implica dedicación. Y eso el alumno, al final, lo capta y lo agradece, por supuesto.
Luego, otra cosa que tenemos que tener muy en cuenta, Laura, es que es verdad que el 60% de la población tiene un apego seguro. Lo cual quiere decir que mamá y papá han hecho una buena labor, han sido padres suficientemente buenos y son personas, son alumnos que están bien adaptados. Pero en muchas ocasiones nos encontramos con niños con grandes dificultades, no solamente a nivel académico, sino a nivel social y a nivel familiar. Y aquí el profesor cumple una función que es tremendamente importante. El profesor ejerce como segunda oportunidad. En aquellas casas donde desgraciadamente mamá y papá, por problemáticas equis, no han podido hacerse cargo o no han podido darle al niño lo que realmente necesita, el profesor ejerce esa figura. Por eso es muy importante que desarrollemos los vínculos, el apego, y que desarrollemos todas estas habilidades no solamente en casa, sino también en los profesores. Los profesores son figuras de apego muy importantes para nuestros hijos.
También es importante, Laura, que el profesor se muestre vulnerable. Es decir, el profesor no es alguien que sabe absolutamente todo y el alumno no es alguien que no sabe absolutamente nada. Entonces, es importante que el profesor se muestre vulnerable, que tiene su comienzo y tiene su final, tiene sus límites. Entonces, en ese deseo de aprender, estoy seguro de que el profesor hace una buena labor escuchando lo que dicen los alumnos para seguir aprendiendo. Y ya para concluir, yo estoy completamente de acuerdo con Howard Gardner cuando dice que para ser buen profesor hace falta ser una buena persona, sin lugar a dudas. No podemos tener profesores excelentes que sean malas personas, sin lugar a dudas.
Las rabietas del cerebro inferior tienen que ver con necesidades. Es decir, un niño que tiene una necesidad que no está cubierta, el niño lo que hace es manifestarlo. ¿Cómo? A través de la rabieta. Esas rabietas, que son la gran mayoría de rabietas, tienen que ser atendidas. Ahí no podemos ignorar al niño. Cuando el niño necesita algo, yo no le puedo ignorar. ¿De acuerdo? Entonces, ante esa conducta explosiva de tirarse al suelo porque el niño está pidiendo algo que necesita y no se lo estamos dando, ahí se lo tenemos que dar. Eso es una rabieta del cerebro inferior. Y en segundo lugar, tenemos rabietas del cerebro superior. Estas son las rabietas que son programadas, aunque sea de manera inconsciente, por los propios niños. Estas se dan ya en niños más mayores. Las rabietas de niños pequeños son rabietas de cerebro inferior siempre, pero en niños más mayores, que ya tienen su corteza frontal ya bien desarrollada, ya son capaces de planificar, aunque sea de manera muy básica, y aunque sea de manera inconsciente, pero son capaces de planificar.
Hacen cosas, ¿para qué? Para sacar el máximo rendimiento a lo que ellos quieren. Y estas sí que son las rabietas que tenemos que ignorar. En el momento de la rabieta tenemos que ignorar, y una vez que pase la rabieta tenemos que hablar con el niño y darle… Primero, entender su emoción. Y en segundo lugar, darle recursos o darle alternativas para que ellos sepan qué es lo que pueden hacer en futuras ocasiones. En vez de tirarte al suelo, gritar de esta manera o hacer aquello, te voy a dar herramientas, como decíamos antes, para que tú puedas poner en marcha la estrategia que sea más adaptativa.
Por ejemplo, Laura, si a un niño le castigamos sin cenar porque se ha estado comportando mal, y entonces le castigamos sin cenar y le decimos: «Directamente a tu habitación porque has hecho algo antes o durante la cena has cogido el plato y lo has tirado al suelo», y se pone a llorar y está completamente enrabietado, esa rabieta tiene toda la razón del mundo. Le estamos quitando, impidiendo saciar una necesidad que, en este caso, es fisiológica y que el niño necesita. En cambio, en otras ocasiones, lo que los niños demandan es algo que no es tan necesario. Por ejemplo, un niño que se pone a llorar, se enrabieta muchísimo porque le hemos castigado sin ir al partido de fútbol del fin de semana. Realmente no es una necesidad, pero el niño lo pasa mal y lo manifiesta de esa manera.
Y ahora podemos ver, si quieres, algunas herramientas para trabajar. En primer lugar, cuando un niño está en rabieta del cerebro inferior, lo que tiene es su complejo reptiliano, su cerebro emocional, muy activo. Entonces, como no lo puede controlar porque es automático, es inconsciente, lo que siempre decimos es: «No provoquéis al niño». «No provoquéis a la lagartija», hablando del reptiliano. Entonces, en ese momento permitidle que tenga esa rabieta. Uno de mis grandes referentes es Daniel Siegel. Y él explica una estrategia que es muy sencilla que se llama «conectar y redirigir». ¿Qué es lo que tenemos que hacer ante un desequilibrio emocional, como puede ser, por ejemplo, una rabieta? Lo primero que tenemos que hacer es conectar con él. Y una vez que conectemos con él y consigamos devolver al niño del desequilibrio emocional al equilibrio emocional, es cuando ya puedo aplicar disciplina, cuando puedo hablar con él y cuando puedo razonar con él. Porque en el momento en que un niño está experimentando una rabieta, tiene su cerebro emocional muy activo y su cerebro pensante lo tiene muy inhibido. Por tanto, no puede pensar. A veces intentamos que los niños nos escuchen, nos atiendan y que lleven a cabo lo que les estamos diciendo en plena rabieta. Eso es imposible.
Entonces, vamos a intentar reducir la activación de la amígdala para que cerebro emocional y cerebro racional estén más o menos a la misma altura, y a partir de ahí ya sí que podemos hacer cosas. Por tanto, Laura, lo primero que tendríamos que hacer es calmar al niño. ¿De acuerdo? Conectar con él emocionalmente, siendo empáticos con él y entendiéndole, legitimando sus emociones, etcétera. Y en segundo lugar, lo que tenemos que hacer es redirigir, vamos a darle estrategias: «Cariño, ¿qué te parece si…?». «¿Qué se te ocurre que podemos hacer cuando vuelva a ocurrir en un futuro?». Etcétera, etcétera. Es verdad que la anticipación es un mecanismo de defensa muy importante. Que les anticipemos a los niños lo que va a venir después puede ser un buen recurso.