“¿Por qué tenemos que hablar más de racismo?”
Lilian Thuram
“¿Por qué tenemos que hablar más de racismo?”
Lilian Thuram
Ex futbolista y educador
Creando oportunidades
Un manifiesto contra el racismo y la discriminación
Lilian Thuram Ex futbolista y educador
Lilian Thuram
La infancia del exfutbolista, pensador y activista Lilian Thuram estuvo marcada por dos acontecimientos. Por un lado, su madre y cabeza de familia tuvo que migrar sola desde las Antillas a París para conseguir un futuro mejor para sus cinco hijos, a quiénes dejó al cuidado de sí mismos y después reunió con gran esfuerzo, convirtiéndose en la superheroína de Thuram. El otro evento que marcó la trayectoria del deportista fue la primera vez que le llamaron “negro de mierda”, con nueve años, y descubrió el racismo.
Su carrera como futbolista profesional -con éxitos en equipos como el AS Mónaco, Parma, Juventus, FC Barcelona y Selección Nacional de Francia, con la que ganó la Copa del Mundo de 1998- dio paso a su dedicación al activismo, la defensa de la igualdad y la lucha contra la discriminación, a través de su fundación, Educación contra el Racismo. En los últimos años, Thuram -autor del libro ‘El pensamiento blanco’- se ha dedicado a concienciar a jóvenes y adultos sobre el origen estructural e histórico del racismo, las micro violencias cotidianas y discursos de odio que sigue permitiendo la sociedad contra distintos colectivos (xenofobia, machismo, homofobia y aporofobia) y el cambio posible a través de la educación.
Transcripción
Con la selección francesa también gané la Eurocopa en el 2000. Si os soy sincero, tuve muchísima suerte de ser futbolista. ¿Por qué digo que tuve suerte? Primero porque nací en las Antillas en un pueblecito que se llama Anse-Bertrand, que, para mí, es el centro del universo. Creo que todos tenemos un sitio en el mundo en el que nos sentimos bien. Nací en el seno de una familia con cinco hijos y crecimos sin padre, es decir, nos crio mi madre sola. Y la verdad es que… mi primera estrella, mi ídolo supremo es mi madre. Os explico por qué. Porque un día, mi madre nos reunió a mis hermanos y a mí y nos dijo: «Chicos, me voy a París». Lo curioso fue que entendimos, o más bien yo entendí, que nos íbamos todos a París así que me alegré un montón. Pero mi madre dijo: «No. Me voy yo a París». Y se fue a trabajar a París. Mis hermanos y mis hermanas nos quedamos solos en casa porque, como digo, no teníamos padre y mi madre se fue a trabajar. ¿Por qué? Pues porque en las Antillas tenía dos trabajos. De buena mañana se iba a segar cañas de azúcar al campo y por las tardes se iba a Pointe-à-Pitre a limpiar casas. Y ella pensaba: «Tengo que darles más oportunidades a mis hijos para que puedan triunfar». Así que se armó de valor, a pesar de que todo el mundo la juzgase por dejar solos a sus hijos. Una cosa muy interesante fue que cuando mi madre se fue, nos dejó solos y hubo gente que intentó mandarnos a otras familias porque, de hecho, en aquella época, al menos, se la consideró una irresponsable. Mi hermano mayor tenía 14 o 15 años y yo tenía ocho. Lo interesante es que se fue, trabajó, ahorró, y volvió a por nosotros y nos mudamos todos a París. Ahora entendéis por qué mi madre para mí es… Superman, Batman y todos juntos. Creo que hasta es más fuerte.
Entonces… Entonces eso fue lo que me llevó a Francia. Y que hoy en día, como digo, presida una fundación que lucha contra el racismo. Y se debe a que, cuando llegué con nueve años a Guadalupe, a esa edad sufrí un trauma. ¿Cuál fue ese trauma? Pues estaba en quinto de primaria y en esa clase de quinto, me insultan. Me llaman «negro de mierda». La verdad es que no lo entendía porque, como digo, nací en las Antillas. La gran mayoría de los chavales teníamos el mismo tono de piel. La gran mayoría de los chavales nos llamábamos por nuestro nombre. Es más, mi madre me llamaba Lyco. Pero que quede entre nosotros, no se lo digáis a nadie. Y en esa clase de quinto primaria, cuando me llamaban «negro de mierda», pues no lo entendía, notaba que había un problema. Al volver a casa, se lo conté a mi madre: «Unos niños me han llamado ‘negro de mierda'» y mi madre me respondió: «Mira, cariño, es lo que hay. La gente es racista y eso no va a cambiar». Pero eso a un crío de nueve años no le vale. Significa que todo el mundo es racista y no va a cambiar y es superviolento. Así que con solo nueve años intenté entender por qué esos niños me habían dicho «negro de mierda», por qué ser negro era una mierda y por qué consideraban que ser negro es inferior. Y si para ellos yo era un negro de mierda, ¿qué eran ellos? Significaba que ellos no eran negros, significaba que ellos eran blancos y mejores que yo. Mi cabeza no paraba de darle vueltas a todo.
Durante la adolescencia intenté entender de dónde venía el racismo y por qué esos niños habían interiorizado la idea de que yo era inferior y que ellos eran superiores. Hoy en día, sigo intentando hacerlo. Me planteo cosas, conozco a gente, me reúno con estudiantes de todas las edades para hablar de este tema y ver cómo podemos replantearnos lo que tenemos en la cabeza, para cambiar nuestro imaginario. Por desgracia, el racismo tiene historia y cada uno somos fruto de esa historia y podemos crecer juntos. Y ya está. ¿Qué os cuento sobre mí? A lo mejor… poca cosa. Voy a escuchar vuestras preguntas. Me parece mejor opción. A través de vuestras preguntas, podré explayarme más.
“Durante la adolescencia intenté entender de dónde viene el racismo y por qué algunos niños pensaban que yo era inferior”
En los mapas tradicionales, Europa está en el centro. Así que lo primero que podemos preguntarnos es por qué Europa está en el centro del mundo. Luego, se ha ampliado Europa, se ha ampliado América del Norte, pero se ha encogido África en los mapas tradicionales. Sabemos que África es un continente más grande, pero en los mapas, Rusia parece más grande que África. Este mapa refleja las proporciones reales de los continentes. Y por eso, niños, siempre hay que cuestionarse todo. ¿Desde dónde hablo? ¿Por qué digo lo que digo? ¿Por qué pienso lo que pienso? ¿Hay otra forma de pensar las cosas? ¿Hay otra forma de expresar las cosas? Hay que tener el valor de descentralizarse, de no ponerse en el centro y no tener miedo de dar un paso al lado, para ver las cosas de otra manera. Y para descentralizarse, lo primero es escuchar a los demás porque quizás a los demás los han educado en otra religión, en otra cultura. Así que para comprenderlos y no pensar que siempre tenemos la razón en todo, hay que tomarse el tiempo de escuchar a los demás, de aprender de los demás y de crecer con los demás. Puede que los demás nos ayuden a conocernos mejor. Ese me parece el verdadero regalo que se le puede hacer a los niños, la capacidad de descentralizarse. Las personas más peligrosas son las que creen tener siempre razón y que nunca se cuestionan. Si tenéis amigos así, mejor alejaos de ellos porque las personas inteligentes son lo contrario, tienen la capacidad de ver las cosas desde distintos puntos de vista. Esa es la mejor manera de entender la complejidad del mundo. ¿Vale, jóvenes?
A menudo, la gente conoce la historia del racismo hacia las personas negras de Estados Unidos. La gran mayoría de vosotros habréis oído hablar de la segregación en Estados Unidos. Pues hay que saber que la segregación no se dio solo en Estados Unidos, que el mundo moderno, el mundo que todos conocemos, en realidad, este mundo, ese mundo, se construyó sobre jerarquías según el color de piel. Igual que el mundo moderno se construyó sobre jerarquías de género. Es decir, que hace muchísimo tiempo, los hombres construyeron la idea de que eran superiores a las mujeres. Y esa idea sigue vigente hoy. Y respecto al racismo ligado al color de piel, llevan siglos construyendo la idea de que hay razas superiores, que la raza blanca es superior y que la raza inferior es la raza negra. Y como esto lleva gestándose siglos y se ha reflejado hasta en las leyes, es totalmente comprensible que hoy en día haya prejuicios. Lo que hay que hacer es tener el valor de reconocer que existe, que es cierto, que lo sabemos, y entonces decidir qué vamos a hacer para cambiarlo. Muy a menudo, las cosas no avanzan porque hay quien niega la realidad. Estoy convencido de que a vuestra edad ya sabéis que esto pasa. Ya sabéis que según de dónde vengáis y según el color de vuestra piel, algunos sois mejor o peor vistos. A vuestra edad ya hay niños que han sufrido racismo.
Para mí, la educación empieza por hablar de las cosas, decir las cosas con tranquilidad y serenidad. Por ejemplo, estoy convencido de que ahora mismo, hablando de esto, os habéis puesto a pensarlo. Ya os habéis enfrentado… Ya os habéis enfrentado a pensamientos racistas, a conductas racistas. ¿Por qué hay que hablar del racismo, niños? Porque el racismo es un tipo de violencia. Es decir, el racismo promulga que ciertas personas pueden ser vejadas por lo que son, o más bien por lo que parecen ser por el color de su piel. Pero ¿sabéis cuál es la peor violencia? La peor violencia del racismo es que las potenciales víctimas de sufrir racismo acaban por tener mala autoestima. Esa es la peor violencia, niños, tener una baja estima hacia uno mismo. Esa mala autoestima está muy ligada a la educación que recibimos sobre el racismo. Porque, en realidad, desde hace siglos se nos educa y se nos condiciona a ser racistas. ¿Y por qué perdura el racismo en la sociedad? Porque cuando estigmatizas a ciertas personas, por ejemplo, cuando yo estaba en quinto de primaria, los chicos que me decían «negro de mierda», que por ser negro soy una mierda, en realidad, no hablaban de mí, sino de ellos. Querían decir que ser blanco es mejor. Total, que si te crees mejor, te viene muy bien insultar a los demás porque cada vez que los insultas, te estás diciendo que tú eres mejor.
Por eso pienso que, efectivamente, con la educación podemos abordar estos temas. Y hablo del racismo ligado al color de piel, pero es lo mismo para el machismo y la homofobia. Si queremos abordar esos temas, hay que cuestionar la educación. Por ejemplo, hay un tema muy interesante. Cuando hablamos de educación, nos referimos a cómo nos educan, cómo nos educan para ser lo que somos, cómo nos educan para pensar como pensamos. Por eso mismo la educación permite cuestionar las cosas. Para eso está. La educación permite cuestionar lo preestablecido para intentar ver si se puede cambiar lo que hay o si lo que hay puede dar pie a una mayor igualdad. Así pues, si detectamos que la educación que recibimos, en general, perpetúa la desigualdad, pues intervendremos para construir un discurso distinto.
De hecho, esto viene de la historia. Las identidades de color de piel que usamos tienen que ver con una historia y con la racialización del mundo en la que se construyó la idea de que existen varias razas. Por ejemplo, hoy en día todavía hay quien cree que las personas asiáticas son amarillas. Nosotros somos el fruto de esa historia. Cuando decimos: «Yo soy blanco y tú eres negro», eso no es inofensivo, niños. Detrás del hecho de ser blanco o negro hay toda una construcción ideológica. Por ejemplo, cuando insultan a los futbolistas negros en los estadios, porque a menudo suele ser a los deportistas negros, ¿qué ruido hacen? Luis, ¿qué ruido hacen para meterse con los jugadores negros?
Cuando vives en una sociedad injusta en la que hay violencia, a todos y cada uno de nosotros nos pueden educar para aceptar o para no percibir la violencia. Estoy seguro de que cuando os dais un paseo con vuestros padres o cuando vais camino de clase veis a gente que no tiene nada, que vive en la calle. Puede que os hayáis acostumbrado a esa violencia, pero de pequeños, de muy pequeños, al principio, cuando vemos eso, no lo entendemos. No entendemos que haya niños viviendo en la calle, familias que viven en la calle. En mi opinión, admirar obras que denuncian el racismo es admirar obras que denuncian la violencia de la sociedad. Interesarse por el racismo es interesarse por un sistema que legitima las violencias de la sociedad. Cuando analizamos la colonización, el racismo, la esclavitud, surge la duda de por qué en esa época la mayoría de la gente lo aceptaba. Debería hacer que nos planteemos qué violencias aceptamos hoy en día. Eso significa que tenemos que crecer, tenéis que crecer con los ojos bien abiertos para ver esas violencias y denunciarlas. Eso implica, que al crecer, vamos a tener que interesarnos por la política porque, en realidad, las leyes autorizan o persiguen las violencias.
Para mí es importantísimo. Por eso, cuando observamos obras del pasado debería hacer que nos cuestionemos la sociedad en la que vivimos porque, evidentemente, con el pasado no hay nada que hacer, pero con el ahora hay mucho que hacer. Y si lo hacemos bien en el presente, podemos cambiar el futuro. La idea es que podamos hacer la sociedad mucho más justa, ya sea respecto a los problemas con el color de la piel, el género, la homosexualidad, o respecto a la relación entre ricos y pobres. Es decir, hay cosas que no debemos aceptar, pero para no aceptar ciertas cosas, hay que ser capaz de verlas. Porque a veces no las vemos porque estamos acostumbrados a ellas. ¿Vale, señorita? Era una pregunta fantástica.
Entonces creo que habría que educar desde muy temprano a los niños en eso, para que los niños entiendan que detrás del color de la piel, detrás de la textura del pelo, solo hay una adaptación al clima y no es una virtud ni un defecto, ni se es más o menos listo según el color de piel. Y sí, creo que a la mayoría de la gente no la han educado para saber eso. Es más, si os fijáis, cuando leéis el periódico o ciertos libros o incluso escucháis a gente de cierta edad, todavía hay quienes hablan de razas. Hay algunos que no usan la palabra raza, sino etnia y hablan de distintas etnias. Pero al final, en su cabeza, viene a significar que hay razas distintas. Pero insisto, para entender por qué sigue existiendo la raza como concepto en la sociedad, hay que saber que el racismo tiene unas raíces muy profundas. No hace tanto tiempo que, a nivel científico, construimos y aceptamos la idea de que solo hay una raza. Niños, en todo este tema, es clave entender la dimensión histórica que tiene. Por ejemplo, yo soy francés. Hubo leyes racistas en Francia durante más de 250 años y la gran mayoría de los franceses no lo sabe. Las leyes racistas acabaron en los años noventa con el apartheid de Sudáfrica.
En 1990. Vamos, fue hace casi nada. Yo nací en 1972, es decir, cuando todavía había leyes racistas en Sudáfrica. Mi abuelo, por ejemplo, nació sesenta años después de la abolición de la esclavitud en las Antillas. La abolición de la esclavitud fue en 1848. Mi abuelo nació en 1908. Y hablo de mi abuelo. Para que veáis lo cerca que nos pilla esa ideología en la que se aceptaba libremente que había distintas razas y razas superiores. Es totalmente comprensible que aún hoy haya problemas de racismo. Pero para ganar tiempo, efectivamente, hay que educar a las generaciones jóvenes para cambiar su forma de pensar. Hay que insistir en verbalizar que sí, nos parece increíble, porque todos los aquí presentes, nos guste o no, somos de la misma familia, de un núcleo que surgió en África y se expandió por todo el planeta. Y ya está.
A veces había poblados. Había poblados en los que había negros y anunciaban: «¡Atención! ¡Nacimiento en el poblado africano!». Y la gente pagaba la entrada para ver los partos. ¿Os lo imagináis? Así se construyó el racismo y la inferioridad de algunos y la superioridad de otros, porque los visitantes acaban por creerse superiores. Por eso digo, niños, que hay que andarse con ojo. Lo primero de todo es que somos el fruto de los discursos que nos han contado. Si no prestáis atención a los discursos que os cuentan, acabáis por pensar de cierta manera. Esa gente interiorizó que eran superiores. Otra cosa muy interesante es que los zoos humanos son de una época histórica en la que se construyó el relato de que Europa podía colonizar el mundo. ¿Para qué hay que colonizar el mundo? ¿Con qué argumento ideológico? El argumento ideológico era que las razas superiores, los blancos, tienen el derecho y la obligación de educar a las razas inferiores. Vamos, que las razas inferiores deben ser como nosotros.
Es decir que nosotros, los blancos, tenemos la responsabilidad de conducirlos a la modernidad. Es decir que nosotros, por ser superiores… Bueno, yo no, yo habría estado del otro lado: a mí me habrían considerado inferior por ser negro. Eso es lo interesante. Pero ¿cuánta gente hoy en día ahora mismo piensa todavía de la misma manera? ¿Cuántos piensan que los africanos deberían vivir como los europeos porque su forma de vida, en realidad, no es moderna? Yo creo que todavía hay mucha gente que piensa eso. Es decir, que invadimos un país y sus habitantes están a nuestra disposición para trabajar y las tierras y riquezas de su tierra pasan a ser nuestras. Pero, niños, eso todavía pasa. Por ejemplo, todos tenemos móviles, todos tenemos ordenadores. Pues que sepáis que la gran mayoría de los minerales raros que hay en nuestros móviles vienen de explotaciones de personas, por ejemplo, en África. Por eso digo que cuando hablamos de violencia, cuando hablamos de racismo, cuando hablamos de las desigualdades del pasado, es para arrojar luz sobre el presente. Durante siglos, hombres y mujeres como vosotros han avalado la esclavitud. Durante siglos, hombres y mujeres como nosotros han avalado la colonización.
La idea es que nos preguntemos qué tipo de violencia avalamos hoy en día. ¿Qué avalamos? ¿No estamos avalando la destrucción del planeta con nuestra forma de comer, vestirnos? A menudo, estamos convencidos, o nos convencen los discursos que escuchamos, de que nuestras costumbres son mejores. Cabría preguntarse si eso es justo. ¿Vale? Pero la clave siempre está en relacionar el pasado con el presente. divertirnos? ¿Acaso no contribuimos todos a la creciente destrucción del mundo? Hay gente que nos avisa y dice que habría que cambiar de costumbres. Pero por nuestro bien, por nuestra comodidad, no cambiamos de costumbres. Y esto no es para culpabilizar a nadie, sino para que nos paremos a pensarlo. Es decir que las violencias del pasado deben llevarnos a reflexionar sobre nuestras actitudes del presente respecto a los problemas del mundo. Por eso, para mí, los zoos humanos son un paralelismo entre el pasado y el presente. Porque ¿qué avalamos ahora? ¿No tendremos complejo de superioridad porque vivimos en Europa respecto a quienes no viven aquí y tienen otras costumbres? ¿Sus costumbres son peores que las nuestras de Europa? A menudo, estamos convencidos, o nos convencen los discursos que escuchamos, de que nuestras costumbres son mejores. Cabría preguntarse si eso es justo. ¿Vale? Pero la clave siempre está en relacionar el pasado con el presente. Para mí, es importantísimo poder reflexionar sobre lo que hacemos y cómo nos relacionamos hoy en día. Lo que puede arrojar algo de luz sobre nuestro comportamiento es el pasado.
¿Sabéis cuando hay racismo en un estadio de fútbol y los clubes dicen: «No, eso no son aficionados. No son nuestros aficionados». Claro que sí. Son aficionados de vuestro equipo y significa que hay aficionados racistas en vuestros clubes y hay que denunciarlo. Siempre intentan minimizarlo diciendo que son casos aislados, uno o dos. Pero no, no es verdad. La realidad es que el racismo es cultural y estructural y existe de verdad. Decir que el racismo existe es decirles a quienes sufren el racismo simplemente que lo que están viviendo es real. Y si es real significa que se puede cambiar. Si a mí me llamasen «negro de mierda» y la gente se hiciese la loca, «¿Tú crees? Yo no lo he oído», ¿cómo me sentiría yo? ¿Me humillan y encima me negáis que soy víctima de esa violencia? Así lo único que va a pasar es que la gente se va a volver loca. Por eso creo que lo primerísimo de todo es entender que esto viene de lejos . Siempre ha existido la lucha, en particular de quienes sufren racismo. Siempre. Siempre han luchado para denunciar esa violencia y reivindicar su humanidad.
Así que pienso que si queréis que las cosas cambien, las generaciones más jóvenes, no podéis pensar que las cosas cambian solas porque nunca ha sido así. La igualdad, niños, no nos la regalan, se gana. Que haya más igualdad, por ejemplo, entre mujeres y hombres se debe a que las mujeres reivindicaron la igualdad. Los hombres no se la regalaron. En serio, esto tiene que quedaros muy claro. La igualdad se gana, no nos la regalan porque los que tienen el poder… La realidad es la que es. Cuando hablamos de racismo, sexismo y homofobia, significa que hay gente discriminada y gente que se beneficia de esa discriminación. Si sois mujeres y la sociedad os discrimina, implica que hay hombres que se benefician de esa discriminación. Si sois negros y la sociedad os discrimina, implica que la gente no negra se beneficia de que os discriminen. Pero quienes se benefician de la discriminación a veces quieren que todo siga igual para mantener sus privilegios. Por eso perdura en la sociedad. Entonces, hay que tener el valor de mirarse y querer cambiar las cosas. Las personas discriminadas deben ser valientes y saber que la verdad está de su lado y como la verdad está de su lado, deben denunciar las injusticias. Y el conjunto de la sociedad, en todas las sociedades, debe escuchar a las personas desfavorecidas. Hay que escuchar a las víctimas de la sociedad porque son quienes conocen la violencia de la sociedad y son quienes, con su lucha, mejoran la sociedad y la vuelven más humana. Siempre. Fijaos en la historia. Las personas discriminadas, las personas vejadas, son quienes, con sus luchas, mejoran la sociedad. Hay que denunciar las injusticias para mejorar la sociedad. Sabiendo que al otro lado habrá gente que se oponga al cambio.
Me refiero… a que los que triunfan, en general, no triunfan por casualidad, sino porque han proyectado su triunfo. Tampoco os penséis que es pan comido, porque, evidentemente, la realización puede llegar por ser futbolista, o repostero o electricista… Consiste en decirse: «Sueño con ser tal cosa. Va a costar, voy a trabajar duro, pero mi gente me va a ayudar». Para mí, el mayor regalo que se le puede hacer a alguien es que se tenga en buena estima. Cuando tenéis una buena autoestima, no necesitáis hacer de menos a nadie. No necesitáis insultar a nadie, porque la gente que insulta a los demás casi siempre busca reparar su propia estima. «Vales menos que yo y me crezco haciéndote de menos». Mientras que cuando te valoras, no tienes la necesidad de pisar a nadie. Te resulta más fácil acercarte a la gente. Por eso creo, insisto, en que… Vamos a hablar de lo de Vinicius, ¿vale? Lo que le pasó hace no mucho. La gente que le insultó estaba llena de odio. En realidad, es envidia. Es envidia de que él sea futbolista profesional, de que juegue en el Madrid, de que sea uno de los mejores del mundo. Pero tú tienes envidia porque te gustaría ser él y eso se convierte en odio.
Es muy interesante. El odio, lo sufre quien tiene muy mala autoestima. Necesitan menospreciar a los demás para sentirse suficiente. Yo estoy convencido de que hay que educar a los y las jóvenes para que entiendan que lo más importante para un individuo es valorarse a sí mismo. Esa autoestima empieza por recibir amor. El amor ahora es algo muy gordo, pero es fundamental. ¿Sabéis qué tenemos todos en común? Que pedimos amor. Todos los presentes. Es más, lo que nos hace avanzar es el amor. Por eso, por cierto, entre vosotros hay que tener cuidado con no herir a los demás. No herir a los demás con actitudes y palabras porque vais a minar la autoestima de los demás y hay que evitarlo. Sinceramente, opino que el deporte de alto rendimiento podría enseñar eso a nivel educativo. O sea, yo vengo de un pueblecito, Anse-Bertrand. Yo tenía un sueño, y si lo conseguí fue porque hubo gente que me dijo: «Mira, si te equivocas, no pasa nada. Prueba otra vez. Si te equivocas, no pasa nada. Prueba otra vez. Prueba así. Enfócalo asá. Hazlo así mejor».
A lo largo de mi vida, he tenido a muchísima gente que me ha hecho esos regalos y que me ha permitido creer en mí. Creed en vosotros. Confiad en vosotros. Que no os asuste decir «no lo sé». Que no os asuste estar lúcidos sobre vosotros mismos, estar lúcidos en la sociedad en la que vivís y tened el valor de decir: «Quiero ser mejor, quiero que la sociedad mejore y voy a dar de mí para mejorar la sociedad. En cualquier caso, voy a convertirme en la mejor versión de mí». Pero mi mejor versión no tiene por qué ser mejor que la de mi amiga porque no me comparo con ella. Voy a ser mi mejor versión y solo conseguiré serlo con los demás. Los demás van a ayudarme y yo también. Yo también voy a ayudarles a ser mejores. Yo es que lo veo así. Para mí, el amor es fundamental y central en todo. ¿Cuánto os queréis? ¿Cuánto sois capaces de querer a los demás? Para querer a los demás, hay que quererse a sí mismo. Y quererse de verdad.
Vivimos en un mundo en el que quizás una minoría de la gente ostenta la gran mayoría de la riqueza mundial. Esa es la realidad. Pero la mayoría de la gente no lo sabe. Mucha gente no es consciente de eso y por eso no pensamos así. Si todos los días dijesen por la tele: «Por cierto, un porcentaje minúsculo de gente ostenta la mayoría de la riqueza mundial y ese es el problema», quiero pensar que la gente, en realidad, dejaría de pensar que el problema son los inmigrantes o quienes quieren venir a Europa. Claro que no, el problema sería una minoría de ricos que acapara la riqueza mundial. Y que habría que implantar políticas para que se redistribuyera la riqueza. Yo sigo pensando que hay que cambiar de discurso, pero también hay que preguntarse quién construye el discurso de una sociedad. No son los pobres quienes construyen el discurso. Cuando ha habido… Cuando hay una crisis, efectivamente, los más ricos construyen el relato de que hay un problema de redistribución, sí. Pero no van a decir que son ellos quienes acumulan la riqueza. Porque la clave siempre ha sido quién construye el relato y para qué. Si dicen, por ejemplo, que las personas negras son distintas a las blancas y que son inferiores y que no son como las blancas, pues eso es para que resulte más fácil explotarlos. Eso fue lo que pasó con la esclavitud.
Cuando quieres construir la idea de que se puede explotar a cierta gente, hay que empezar por decir que no son como vosotros, son inferiores. Por eso hay que tener tanto cuidado con los discursos que dicen: «Están ellos y nosotros. Están ellos y nosotros. Es normal que nosotros tengamos más derechos que ellos porque ellos no son como nosotros». Y eso es lo que ocurre en las épocas de crisis. Por un lado estamos nosotros, es decir, nosotros, que nos protegemos de ellos. Y a ellos no podemos aceptarlos porque no son como nosotros y porque vienen para quitarnos lo que tenemos. Es una cuestión de discurso. Es más, desde hace muchísimo tiempo, hay personas que proclaman esos discursos para que no se los vea como los explotadores que son. No sé si me estoy explicando, niños, pero es muy importante. Todo depende del discurso. Si os dicen que ciertas personas son un peligro para vosotros, terminaréis creyendo que lo son. Ni siquiera habéis visto a esa gente, pero creeréis que es verdad. Quizá vuestros padres acaben pensándolo también y la sociedad acabe aceptándolo como verdad. Y en el momento en que acabe siendo algo compartido por la gran mayoría, la mayoría violentará a esas personas y os parecerá normal porque se ha construido la idea de que no son como vosotros. Son diferentes, son un peligro y quieren quedarse con lo nuestro. Así que, efectivamente, se trata de un discurso.
No, no es por la crisis, es que es el discurso que se asocia a la crisis. Por eso creo que siempre nos interesa preguntarnos quién habla, quién dice las cosas y por qué. ¿Por qué se dicen ciertas cosas? ¿Por qué se construyen ciertos discursos? Yo sigo convencido de que lo principal es que hay mucha muchísima riqueza y que el problema de verdad es que hay una pésima redistribución de esa riqueza y que hay que implantar políticas de solidaridad. Pero todos tenemos un lado egoísta que nos persuade de que si los demás no tienen suficiente se lo han buscado y que se aprovechan del sistema. Eso también se dice mucho. Y eso. ¿Por qué digo esto? Porque ya os he dicho que mi madre se fue a trabajar a Francia sola, emigró. Yo llegué a París y mi madre era limpiadora y éramos cinco. Vamos, todos los discursos degradantes diciéndonos que no deberíamos estar allí, que todo era culpa nuestra, nos los soltaron. De ahí que piense así. He estado del lado de los humillados a los que nos decían que no nos querían aquí. Y sí, fui futbolista, pero nunca olvidé las cosas que me dijeron de pequeño, sobre mi madre, por ejemplo. Por eso ahora digo que hay que implantar políticas de solidaridad en la sociedad.
Vivimos en sociedades en las que a cada uno se nos educa, especialmente a los jóvenes, para pensar que existís solo a través de vosotros mismos y que no necesitáis a nadie. Que si queréis, podéis. Y que quienes no pueden es porque no se esfuerzan. No es cierto. Cada uno de nosotros somos el resultado de las conexiones, empezando por nuestra familia. Para empezar, un niño no puede sobrevivir solo. Un niño pequeño que está solo se muere cuando es muy pequeño. Nos necesitamos los unos a los otros. Hay que acercarnos unos a otros. A mí me da la impresión, a lo mejor es la edad, de que vivimos en una sociedad donde, efectivamente, se educa, se os educa para pensar que no necesitáis a nadie. Por ejemplo, algo que me choca mucho es que cuando yo era joven si querías hacerte una foto le decías a alguien: «Perdona, ¿me haces una foto?». Pero ahora ya ni eso porque la gente se hace selfis. El otro ni siquiera existe. Nos bastamos sin nadie. Podemos ir a una tienda y no hablar con nadie, incluso pasar por caja. Acabamos solos. A lo mejor es un discurso carca, pero es lo que soy, así que… No puedo remediarlo. Cuidaos unos a otros. No podemos existir sin los demás. No existimos sin los demás. Da igual lo que hagáis, necesitáis a gente en vuestro entorno porque somos seres sociales. Somos seres emocionales y es una faceta importantísima. Solo me gustaría añadir que ha sido un encuentro superagradable. De verdad lo digo. Cuidaos y cuidad a vuestros seres queridos. Cuando lleguéis a casa, decidles a vuestros padres que los queréis un montón. A veces no somos conscientes de lo que hacen por nosotros. Lo damos por sentado. Además, si les decís que los queréis un montón, seguro que ganáis muchos puntos. ¿Vale? Muchas gracias.