¿Qué es hacer «luz de gas» en una relación?
María Esclapez
¿Qué es hacer «luz de gas» en una relación?
María Esclapez
Psicóloga y divulgadora
Creando oportunidades
La importancia de saber decir: “Me quiero, te quiero”
María Esclapez Psicóloga y divulgadora
Mitos y certezas en las relaciones personales
María Esclapez Psicóloga y divulgadora
María Esclapez
María Esclapez es psicóloga, sexóloga, terapeuta de parejas y autora del libro ‘Me quiero, te quiero’. Y como tantas otras personas, ella también ha vivido experiencias traumáticas en sus relaciones de pareja, tóxicas y dependientes, hasta encontrar la forma de salir de esa dinámica. “Después de haber visto y vivido muchos vínculos tóxicos, sé que solo son eso: vínculos que se reflejan en comportamientos. No existen las personas tóxicas, sino personas con historias y aprendizajes que emiten comportamientos tóxicos”, describe Esclapez, que comparte en redes sociales, consejos sobre psicología y trucos para mantener relaciones afectivas sanas.
“Todo lo que aprendemos a lo largo de la vida de manera consciente o inconsciente cambia nuestra manera de vivirlas, incluso si lo que aprendemos lo hacemos dentro de la misma relación. El ser humano es como una esponja, aprende comportamientos, situaciones, palabras, imágenes, formas de pensar e incluso actitudes”, explica la experta. Y concluye: “Muchas veces, estas vivencias se pueden llegar a convertir en auténticos traumas. En las relaciones con los padres, las amistades o la pareja, cualquier vivencia que suponga un sufrimiento emocional o físico se considera traumática porque afecta a la parte íntima y afectiva de la persona. Este tipo de traumas serán los que más adelante puedan condicionar el tipo de vínculo en una relación, que podrá ser tóxico o no”.
Transcripción
Yo con todo esto entendí que, de alguna manera, tanto para los que amaron las publicaciones como para los que las odiaron, para mí, hubo un mensaje claro y es la necesidad. La gente necesitaba ese tipo de… contenidos para poder empezar a hacer introspección, para poder analizar sus propias relaciones y para poder mantener relaciones sanas. Y esto se unió a mi experiencia personal vivida años atrás porque, de alguna manera, quería que el lector, cuando leyera todas estas cosas, viera que le puede pasar a cualquiera. Y que, incluso yo, siendo psicóloga, también había vivido esas situaciones. Nadie está libre de caer en una relación dependiente. Es verdad que cuando tienes ciertos conocimientos, cuando has trabajado a nivel personal, es más difícil, es menos probable. Pero, aun así, es muy complicado. Entonces, la intención también era un poco quitar esa carga o esa sensación de culpabilidad que muchas veces se tiene. De hecho, al final del libro hay una frase que a mí me hizo llorar cuando la escribí, todo el mundo llora cuando la lee, que es que gracias a todo este trabajo yo conseguí perdonarme y que espero que algún día el lector o la lectora también consiga perdonarse.
Entonces, al final todo se convierte en un constante ciclo de rupturas, de reconciliaciones, de sufrimiento, de desgaste emocional, de “vamos a intentarlo por, no sé, enésima vez”. Si ya lo has intentado tres veces y no ha habido ningún cambio, ¿qué te hace pensar que a la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima, la octava, las veces que quieras, va a funcionar? Ahí no hay solución, por así decirlo. Luego también es muy típica la baja autoestima. Esto también puede pasar antes de tener una relación tóxica. No sabe si fue antes el huevo o la gallina en este caso, pero es muy frecuente observar eso: baja autoestima, como te digo, miedo a la soledad, necesidad de afecto, atención, pero de una manera constante. Idealizamos tanto a la pareja en el contexto de una relación tóxica-dependiente que necesitamos de esa pareja constantemente. Necesito que venga a hacerme feliz esa persona porque la tengo idealizada. Yo, cuando idealizo a alguien, entiendo que debe cumplir con unas expectativas. De ahí la palabra “ideal”. Las expectativas son muy elevadas. Entonces, cuando esas expectativas o no se cumplen, o sí se cumplen, porque como es todo tan variable dentro de una relación, pues… mantienen a la persona siempre, como digo, en ascuas, con incertidumbre de “no sé qué va a pasar”.
Hay que prestar atención a la comunicación, a la sexualidad, a los objetivos de vida, a la filosofía de vida, a la crianza de los hijos, si los hay, a la afectividad, a los refuerzos, al tiempo de calidad que vamos a pasar en pareja. Si con esas pistas yo voy desarrollando mis características, ya sé, y esto nos lleva al ejercicio dos, qué es lo que quiero en una relación, ¿vale? Si lo que quiero no tiene nada que ver con lo que tengo, esto nos va a empezar a abrir los ojos. Esta sería, como digo, la segunda parte del ejercicio. Primero, mínimos exigibles. Segundo, lo que tengo versus lo que quiero. Y, por último, el tercer ejercicio sería hacer un balance de costes y beneficios. Costes de permanecer en esta relación, costes de romper la relación, beneficios de permanecer en esta relación y beneficios de cortar la relación. Claro, con estos tres ejercicios estamos trabajando mucho la parte racional y es importante porque, como te digo, es la parte que nos abre los ojos y que nos permite ver dónde estamos, qué queremos, qué no queremos… Pero, al final, si yo quiero tomar una decisión, tengo que tomarla a través de la intuición. Y la intuición es un camino que no es 100 % racional. No es un camino en el cual yo tenga superclaras las cosas y diga: “Aquí está la intuición”. No tiene nada que ver con eso. La intuición parte de un conocimiento claro, automático. Y yo la intuición la comparo o la equiparo, mejor dicho, a la vocecita interior.
¿Cómo aparece la intuición en este caso? Después de hacer estos ejercicios racionales, yo recomiendo no hacer nada que tenga que ver con la relación. Es decir, no pensar en nada que tenga que ver con la relación. Como decía Daniel Goleman hablando de inteligencia emocional, vete a correr por ahí, al cine, al parque, pinta un cuadro, haz lo que te dé la gana, pero que no tenga que ver con eso que estabas trabajando. Y un día, de repente, tendrás algo aquí. Tendrás una frase, un pensamiento, una imagen. Eso es la vocecita interior. Y eso es lo que tienes que escuchar.
Cada uno y cada una tiene que tener su mundo individual. El mundo en pareja es muy importante, pero también hay que tener un mundo individual y no tenemos que estar 24/7 pegados al teléfono. Me imagino que también compartirás conmigo esta idea. Pero, cuando aparecen esas dudas, si yo no sé salir, es importante comunicarlo a la pareja. “Oye, me pasa esto, tengo este problema”. Claro, si lo hacemos por mensajería instantánea perdemos una cosa superimportante de la comunicación que son los gestos. La comunicación no verbal, los gestos, el tono de voz. Hay gente que también es muy directa por escrito, entonces, el mensaje no llega igual. Cuando estas cosas pasen, yo recomiendo hablarlas siempre en persona. Entonces, de alguna manera, estaremos evitando ese mal uso de las tecnologías y estaremos igualmente trabajando la relación. Cuando escribo un mensaje a mi pareja y mi pareja veo que lo lee, pero no me contesta, ya estoy pendiente. “¿Estará pasando de mí? Es que está en línea y no me contesta”. “Ha subido una foto con no sé quién. No me contesta y ha subido una foto y eso significa que…” y ya me monto yo mi película. La imaginación también tiene mucho poder. Entonces, ojo, porque cuando entramos en esas dinámicas de control, de chequeo, de prácticamente obsesión, estamos generando castillos, películas que no existen. Y muchas veces de estas cosas nos salva la comunicación.
“Las relaciones de pareja pasan por cuatro fases y el enamoramiento tiene fecha de caducidad”
El enamoramiento, voy a insistir un poco en esa etapa porque es una etapa en la que estamos… arriba del todo. Todo es perfecto, no hay ningún fallo, “he encontrado al amor de mi vida”, aparecen los mitos del amor romántico… Pero, claro, ¿qué pasa cuando estos mitos del amor romántico, que casi siempre se basan en expectativas de lo que debe ser una relación, no se cumplen? Viene la fase de desencanto, decepción. Y en esta fase tenemos tres caminos a elegir. O pasar a la cuarta, que es construir unas bases ya más sólidas de la relación a base de comunicación, de esfuerzo… Ojo, esfuerzo que no sacrificio, ¿vale? Y a base de pico y pala, como yo digo. Como si la relación fuera una planta: hay que regarla, hay que cuidarla. Oye, eso no nos garantiza que la planta vaya a sobrevivir, pero sí nos garantiza que por lo menos nos dure un poco y entender que lo estamos haciendo bien. Luego tenemos otro camino que es el de: “Bueno, mira, esto se ha acabado porque entiendo que las relaciones de pareja es la fase de enamoramiento y cuando se acaba el enamoramiento ya se ha acabado todo”. Bueno, esto… Allá cada uno con lo que piense. Pero, evidentemente, esto no es solamente la relación de pareja, sino que es mucho más. Puede haber amor, pero si la persona lo confunde y entiende que si no hay enamoramiento, si ya no estoy aquí arriba, sino que estoy un poco más abajo, ya no hay relación de pareja porque ya no hay amor, entonces lo puede dejar. O bien podemos ser cabezones y cabezonas e insistir en algo que no funciona y quedarnos ahí entre esas dos fases de manera permanente. Nunca pasar a esa fase de amor real o amor maduro, que sería la cuarta, como digo. E insistir nos lleva a los puntos de las relaciones tóxicas: a sacrificio, a desgaste emocional, a intentar 20.000 veces que la relación funcione cuando no funciona… Cuando tú demandas cosas, cuando pides cambios, cuando pasas a esta fase de desencanto o decepción, si esos cambios se dan, perfecto, porque estamos poco a poco adentrándonos en el amor maduro. Pero, si no se dan, entonces ¿a qué esperas?
¿Por qué los celos no son amor? Porque si yo te digo, por ejemplo, que la felicidad es desasosiego, ¿a que no te cuadra? Pues tiene el mismo sentido decir que los celos son amor. Yo te voy a decir una cosa, y es que detrás de los celos hay miedo y hay ira. Son dos emociones básicas que están detrás de los celos, que podríamos decir que es una secundaria, más elaborada. Entonces, las preguntas que te tienes que hacer son a qué tienes miedo y ante qué estás reaccionando con esa ira. Y a partir de ahí ya empieza tu trabajo de introspección. Y para acompañar un poco más en esta gestión individual, también comentarlo con la pareja, porque esto es básico. Hay parejas que dicen: “No, es que como los celos los siente mi pareja, pues yo no tengo nada que ver. Entonces, me desentiendo totalmente”. No, cariño. Tienes que acompañar emocionalmente a tu pareja y tienes que ayudar a tu pareja a gestionar también esta emoción. No te digo que te responsabilices de la gestión de la emoción, pero sí te digo que acompañes, que preguntes. “¿Te puedo ayudar en algo? ¿Puedo hacer algo? Cuéntame. ¿Qué te pasa?”. Ese tipo de preguntas abiertas que se llaman preguntas asertivas. Cuando yo pregunto, invito a la otra persona a abrirse. Y la otra persona, por supuesto, se tiene que controlar un poco y no saltar con comentarios agresivos del tipo: “¿Quién es esta persona? ¿Por qué no me lo has dicho?”, como ya atacando. Porque en el momento en que la pareja se sienta atacada dice: “Ah, ¿sí? Pues yo también te voy a atacar”. Porque se tiene que defender de alguna manera. Entonces, cuando eso sucede, dejamos de ser equipo, dejamos de trabajar la comunicación… Sí estamos comunicando, pero lo estamos comunicando mal y estamos gestionando, en este caso los celos, mal.
Otro de los mitos más frecuentes es el mito del príncipe azul. Es creer que una persona tiene que venir a traerme la felicidad de la cual yo no dispongo. Resumiendo. Esto es peligroso porque… ¿Qué pasa cuando entiendo que una persona ha de salvarme de esta infelicidad que estoy viviendo en mi vida, de esta amargura que estoy viviendo? Pasa que automáticamente estoy dejando en manos de esta persona la responsabilidad de mis emociones. Entiendo que tiene que venir a salvarme, que tiene que venir a hacerme feliz y que mi felicidad depende de esta persona. Pero ¿qué pasa? Esto motiva la dependencia. Nos lleva por ese camino. Y además, cuando intentamos romper la relación porque nos hemos dado cuenta de que no funciona, de que es tóxica, dependiente, nos cuesta muchísimo porque no vemos una vida sin esa persona porque entendemos que mi felicidad se la está llevando esa persona. Otro más podría ser el de la media naranja. Es parecido al del príncipe azul. Y es entender que somos seres incompletos, que solamente vamos a poder entender el sentido de la vida cuando viene otra persona a darnos ese sentido de la vida. Y esto no es así porque cada persona ya es un ser completo en sí mismo. ¿Podemos ser felices sin pareja? Sí. ¿Podemos ser felices con pareja? También. Las dos cosas. Pero es importante trabajar primero esa felicidad con nosotros mismos y nosotras mismas, porque luego vamos a tener relaciones mucho más sanas.
Y el último mito podría ser que mi pareja tiene que saber lo que pienso y necesito en cada momento porque me conoce. Solo porque te conozca, no tiene por qué saber, en cada momento, qué es lo que te pasa. “No, pero es que llevamos muchísimos años juntos, juntas, y sabe que si yo pongo este gesto con la ceja así tal…”. Es que me estoy agobiando solo de pensar que tiene que estar tu pareja atenta a tu gesto en lugar de coger y decirle: “Mira, me pasa esto o necesito esto”, que se solucionaría fácilmente con la comunicación. “Ya, pero si se lo pido ya no lo quiero”. Perdona, pero es que esto funciona así. Mágicamente no va a venir tu pareja a satisfacer tus necesidades porque la vida no es así. Tú tienes que hablar y tienes que pedirlas, y tienes que acostumbrarte a pedirlas. No nos hemos acostumbrado todavía a pedir las cosas.
Sin embargo, el sincericidio no entiende nada de esto. El sincericidio es: pienso esto, lo digo. Y hay gente que se siente muy orgullosa de ser sincericida, que lo confunden con sincero o sincera. “Yo es que soy muy sincera porque digo lo que pienso”. Fantástico, pero ¿cómo lo dices? Porque si lo dices sin filtro, sin reflexión, de una manera agresiva, y con “agresivo” no me refiero a insultar o a decir, sino a que el mensaje no esté trasladado de una manera asertiva, entonces, ¿de qué te enorgulleces si estás haciendo daño con las cosas que dices? Y una cosa también superimportante para diferenciar entre sinceridad y sincericidio es que la sinceridad siempre hay que practicarla cuando lo que tengamos que decir sea trascendental para la relación, sea importante. Si es algo irrelevante, ¿por qué lo voy a decir? “No, es que…”, yo qué sé. “Es que he visto a mi ex paseando” y ya está y ahí se ha quedado todo. Vale. ¿Eso es relevante para tu relación? Sin embargo, si el mismo ejemplo, ves a tu ex por la calle: “Ah, pues mira, vamos a quedar para tomar un café y luego pues nos hemos ido a cenar…”. Oye, pues creo que eso sí que hay que contarlo porque no es lo mismo. No tiene nada que ver que tú hayas visto a tu ex por la calle y ni fu ni fa a que hayas visto a tu ex por la calle y digas: “Ah, pues, mira, me ha ido con mi ex a tomar una caña”. Eso a tu pareja probablemente sí le interese saberlo. No por nada, sino porque imagínate que viene un amigo o una amiga y le dice: “Oye, que he visto a tu pareja con su ex”. Ahí ya empezamos con las inferencias arbitrarias. Ojo, esto en un modelo de relación cerrada, monógama, ¿vale? Porque luego hay relaciones que tienen sus códigos y me parece totalmente válido y respetable.
Si, de 27 frases que ha dicho la otra persona, hay una a la que puedo contestar… Por ejemplo, de todo lo que te decía antes: “Es que yo siento… porque ayer no me contestaste y para mí es otra situación que no me hizo sentir bien”. Tú imagínate que la persona que quiere hacer la extinción dice: “Ah, a esta frase le voy a contestar, el resto me da igual”. Y le contesta y le dice: “No te contesté porque estaba trabajando”. Y ahí se queda la conversación. Era algo así, ¿no? Entonces, ¿qué siente la persona a la que le responden algo así? Siente que sí, la otra persona ha respondido, pero para el resto de cosas me ha ignorado. ¿Qué significa? ¿Cómo me puedo sentir? Las consecuencias, como digo, son devastadoras.
De ahí viene esta duda que hablábamos antes también de: yo no sé si mi pareja mañana me va a querer porque hoy está ‘a full’ conmigo, pero mañana a lo mejor desaparece. Y el ‘ghosting’ sucede en relaciones. Es decir, el ‘ghosting’ no solamente es: dejo de hablarte y ya nunca más vuelvo. El ‘ghosting’ muchas veces es: tenemos una relación, has dicho o hecho algo que no me interesa contestarte por lo que decíamos antes, o porque no me veo capaz, o porque no tengo habilidades, o porque no me interesa, y desaparezco. Y a lo mejor a las tres semanas vuelvo. Volvemos a ver el reflejo de la intermitencia en este tipo de situaciones. Las consecuencias para la persona que sufre ese ‘ghosting’ son increíbles, devastadoras. Lo primero, porque como tú decías antes es frustrante. Es humillante. La persona se siente anulada porque no has respondido a algo que a lo mejor para mí era importante, o no, pero si se supone que tenemos algo, oye, vale que yo entiendo que tú estás trabajando o estás haciendo tu vida y que, evidentemente, no vas a estar pegado o pegada al móvil 24/7. Pero pasan los días ¿y no me contestas? Pasan las semanas y te veo por ahí en las redes sociales de fiesta, con los amigos, amigas, tal ¿y pasas de mí? Eso es un ‘ghosting’. Las personas que hacen este ‘ghosting’ yo no sé si son conscientes de que lo están haciendo, eso lo primero. Pero sí sé que hay personas que sí son conscientes porque, aunque se lo digas, lo siguen haciendo.
Puede ser, como decíamos antes, que no sepan, que no tengan herramientas, que, no sé, era un tema muy complicado o que entiendan que tú vas a reaccionar como ellos o ellas, que como a mí no me cuesta desconectar y yo soy capaz de irme como si nada y volver como si nada, pues lo mismo la otra persona también. Pero no están practicando la empatía, no están practicando la responsabilidad afectiva y es básico para poder tener una relación sana.
Te voy a contar mi historia. Mi historia con el ‘gaslighting’ o la luz de gas. Yo un día conocí a un chico saliendo de fiesta y me pareció maravilloso. De hecho, fuimos quedando cada vez más. Las citas eran superbonitas, todo era muy bonito. Yo imaginaba una vida con él. Y, de repente, todo empezó a cambiar. No sé todavía cómo, pero aquellas cosas que eran tan bonitas seguían siendo bonitas, pero al mismo tiempo empezaron a aparecer algunas cosas no tan bonitas, algunas cosas que hacían saltar mis alarmas, dudas. Yo intentaba transmitir estas dudas a mi pareja porque es importante la comunicación y le preguntaba acerca de lo que a mí me rondaba por la cabeza. Mis dudas iban en torno a que él pudiera tener otra relación con otra persona y cuando yo le preguntaba, él siempre me ponía alguna excusa y me decía o me justificaba. ¿Por qué voy a dudar? ¿Por qué voy a seguir haciendo caso a todas estas rumiaciones que estoy teniendo en mi cabeza?
El caso es que fue pasando el tiempo y estas cosas se seguían repitiendo y yo seguía con mi runrún porque no entendía cómo, por un lado, me decía unas cosas y yo estaba viendo otras. Yo, presa de esta relación, como ya te puedes imaginar, dependiente, tóxica, la autoestima por los suelos… Yo me aferraba aun así a esa relación, pensaba que el amor todo lo puede. Pero eso no es verdad, porque el amor no todo lo puede. Pero, aun así, mi esperanza me invitaba a aferrarme a esa situación que en realidad me estaba generando mucho dolor. Hasta que, como digo, un día, yo estaba en una cafetería y, de repente, veo aparecer a una chica que a mí me sonaba mucho porque ya la había visto previamente en redes sociales, en fotos varias. De estas de fiesta o… Bueno, en fin, fotos. Y, claro, yo me quedé así, paralizada. Y dije: “Por favor, que no venga, que no venga”, pensaba yo, “que no venga hacia mí, que no venga”. Y, efectivamente, vino hacia mí y me dijo: “Oye, ¿tú eres María, la novia de Mario?”. Y le dije: “Sí”, con esta cara que te estoy poniendo yo ahora de desconcierto total. Y me dijo: “Vale, pues yo también”. Claro, imagínate… Me acuerdo ahora y me pongo muy nerviosa porque realmente fue un palo muy gordo.
Bueno, en todas las firmas, la gente viene a contarme su experiencia y lo que ha vivido, lo que ha sufrido, lo que le ha ayudado el libro… Pero en una de ellas, que fue en Barcelona, vino una chica que le había pasado lo mismo. Y la pobre no podía ni hablar y me dio una pena… Y le dije: “Creo que es el momento de no tener a Marios en tu vida”. Y lo entendió perfectamente.
Volviendo al relato… Es que me emociono porque yo me acuerdo de lo que pasé en ese momento y me acuerdo de estar en mi habitación de adolescente con todos los recuerdos, porque esta no era la única vez que a mí me había pasado algo así, y yo pensaba: “Otra vez no, otra vez no, otra vez no”. El caso es que cuando ya estaba metiendo esas claves pensaba: “Por favor, que me dé error”. No me dio error, fueron claves correctas y entré al perfil. Entré a los mensajes directos y vi conversaciones entre ellos desde hacía meses. Conversaciones en las que yo veía a esta chica, llamada Ángela, en las que ella realmente… O sea, me vi muy reflejada en ella porque era como yo. Ella tenía la misma ilusión que yo, tenía las mismas ganas de ver a esta persona que yo, le quería tanto como yo. Y cuando terminé de leerlo todo, me quedé mirando al infinito durante días, como un alma en pena por mi casa, pensando: “¿Qué acaba de pasar? Tengo que romper con esta realidad paralela, ficticia, imaginaria que yo me había montado en mi cabeza y tengo que salir de aquí”. Me pareció superimportante lo que hizo Ángela.
El contacto cero, como su propio nombre indica, es no tener ningún contacto con esta persona. En ningún sentido. Como digo, ni directo ni indirecto. Es decir, no puedes hablar con esta persona, no puedes verle en redes sociales, hay que bloquear a esta persona. “No es que me duele porque es que…”. Ya lo sé que te duele, pero si tú quieres avanzar y quieres hacer un duelo, necesitas poner punto final a esta relación. Si no, siempre vas a estar ahí enganchado o enganchada a esa relación, a esa persona, a todo lo que tiene que ver con el sufrimiento, que es por lo que estás dejando esta relación. Ni familiares, ni sitios que solías frecuentar, ni cosas que te recuerden a esta persona que tengas por ahí encima. O sea, contacto cero absoluto. Es muy importante. Claro, es tan difícil también hacer el contacto cero. Hace falta mucha fuerza de voluntad, mucha. Y nadie es perfecto, nadie es infalible. Yo misma, mis pacientes, no hemos respetado muchas veces ese contacto cero, hasta que al final, un día, parece que caes del burro y dices: “Ahora sí”. Escuchas esa vocecita interior y dices: “Venga, ahora sí, por amor propio”. Pero hasta que llega ese día, a lo mejor vas recayendo sin darte cuenta y te pierdes. “No es que yo lo he hecho, pensaba que lo estaba haciendo bien, pero no me funciona el contacto cero”. Imposible. Algo estás haciendo mal. Vamos a repasar qué es. Y aquí yo trabajo con una teoría que se puede aplicar prácticamente a todo, porque es una teoría muy flexible, pero a mí me gusta aplicarla al contacto cero, en este caso. Y es el punto de no retorno.
El punto de no retorno, para trabajarlo, primero tenemos que elaborar una lista de todos aquellos estímulos que nos supongan una carga emocional alta. Con “estímulos” me refiero a cosas que pasen alrededor o cosas que pasen dentro de mí, pensamiento o recuerdos, pero que de alguna manera estén relacionados con esa relación. Y yo hago esa lista. Y una vez hecha esa lista, entonces, pienso el punto de no retorno. Yo lo dibujo como si fuera una escalera. Primero hago esa escalera, luego hago una curva hacia arriba y luego una hacia abajo. En esta escalera van los estímulos de alta carga emocional. Cada escalón sería un estímulo concreto y los vamos a hacer y los vamos a colocar en orden, como la escalera que va subiendo. Cada peldaño, un estímulo. Y cuando esos estímulos han llegado a una carga emocional lo suficientemente alta como para disparar ese punto de no retorno, que implica que ya no puedo volver atrás, no puedo volver a bajar los escalones, sino que ya el cuerpo reacciona de manera impulsiva, entonces, es como que ya estoy totalmente perdido o perdida y solo me queda ceder ante ese impulso. ¿Por qué cedemos ante este impulso? Porque hay una parte del cerebro, la amígdala, que es como la torre de control de las emociones. En el momento en el que el punto de no retorno llegamos a él y se activa, se activa la amígdala. Se produce lo que conocemos en Psicología como secuestro amigdalar. Y la amígdala, vamos a ponerle voz. La amígdala dice: “¡Ueh! ¡Desmadre! Voy a hacer lo que yo quiera”. Literal. Secuestra a la parte racional del cerebro. La parte racional no existe. Es decir, todos estos ejercicios de antes de: lo que quiero y lo que tengo, costes y beneficios… Todo eso no existe. La amígdala manda. La amígdala tiene el poder. Lleva el timón del barco y el barco va a ningún sitio. Imagínate.
Entonces, claro, la amígdala va a hacer lo que quiera y la amígdala dice: “Volver. Vamos a volver con esta persona. O vamos a acostarnos con esa persona. O vamos a quedar con esta persona. O vamos a… ¡todo!”. Todo mal. Pero es que es la amígdala. Y a la amígdala no se la puede frenar. Por eso la curva sube hacia arriba y una vez ya llega arriba del todo, ya la hemos liado. Entonces, solo le queda bajar. Porque después de la activación solo queda calmarse. Y cuando nos calmamos y entramos ya en la fase de estar en frío, digamos, emocionalmente hablando, la parte racional despierta y dice: “Oye, ¿qué ha pasado aquí? ¿Qué has hecho?”. Es donde empezamos a sentirnos culpables. “Ay, es que yo no quería, yo lo he hecho todo mal, no sé qué…”. Es tan difícil parar a la amígdala… Cuando la amígdala dice: “Aquí estoy yo”, ahí está ella. Y hay que frenarla mucho antes de llegar. Por eso la teoría del punto de no retorno. Por eso es importante saber qué estímulos me pueden desencadenar esa activación para no llegar a tener esa alta carga emocional y frenar en el primer escalón. Por ejemplo, yo tenía una paciente, Gema, que Gema lleva tres años intentando dejarlo con su ex. Una relación súper tóxica, bueno, no te puedes ni imaginar. Y yo le decía: “Gema, vamos a trabajar en serio. Necesitamos romper definitivamente”.
Hicimos la lista, hicimos el punto de no retorno y nos dimos cuenta de que el primer escalón era una cosa ‘superrandom’, que a lo mejor ni te imaginas. Era que coincidían ambos en el mismo gimnasio. Y ella me decía: “Ya, pero es que yo no hablo con él”. Y yo le decía: “Ya, cariño, pero es que la posibilidad está ahí. Entonces, esto no es un contacto cero del todo”. “Pues no sé qué más hacer porque lo tengo bloqueado”. Desesperación pura. Yo la entendía perfectamente porque he pasado también por ahí. Le decía: “No, cámbiate de gimnasio. Sé que esto te fastidia porque es, de alguna manera, romper con tu rutina, pero es importante porque estás dejándole ahí la posibilidad de que él vaya a hablar contigo”. Y, efectivamente, así sucedía. Ella iba al gimnasio después de a lo mejor dos o tres semanas con el contacto cero perfecto. Ella iba al gimnasio casualmente él coincidía. “Casualmente”, ¿vale? Y hablaba con ella. Esto fue una de las veces. Entonces, claro, ese era el primer escalón. Segundo escalón, que hablaba con ella. Tercer escalón, que luego en casa lo desbloqueaba. Cuarto escalón, que hablaba con él. Quinto escalón, que quedaban. Eso ya no había quien lo frenara, porque encima se sentía culpable. “No, es que ya no sé cómo hacerlo”. “No te preocupes. Esto es… Todo está aquí dentro. Y la amígdala es un poco cabezona. Hay que manejarla muy bien. Pero vamos a hacerlo así”. Y, efectivamente, haciéndolo así, durante mucho tiempo, porque esto hay que practicarlo, al final, lo consiguió y estoy superorgullosa de ella porque a día de hoy es una persona muy feliz.