Mitos sobre el desarrollo motor de los niños
Laura Estremera
Mitos sobre el desarrollo motor de los niños
Laura Estremera
Maestra, psicóloga y psicomotricista
Creando oportunidades
Cómo cultivar el apego seguro en tus hijos
Laura Estremera Maestra, psicóloga y psicomotricista
Laura Estremera
En un mundo donde lo tecnológico ha invadido todos los ámbitos de la vida, los bebés humanos siguen necesitando al nacer lo mismo que necesitaba un bebé cavernícola: el contacto físico, que atiendan su llanto, dormir cuando tienen sueño o comer cuando tienen hambre. Algo tan sencillo —y complejo en estos tiempos— como la atención de los adultos. Así lo mantiene la psicóloga y psicomotricista Laura Estremera: “Nuestros niños y niñas no van a poder durante muchos años responder las necesidades por ellos mismos y van a necesitar a un adulto. Si atiendo las necesidades y los trato bien, se irá creando ese vínculo de apego seguro”.
Laura Estremera es maestra de audición y lenguaje, técnico superior en educación infantil, psicóloga y psicomotricista relacional especialista en atención temprana con formación en pedagogía Pikler. Ha trabajado durante varios años como tutora de educación infantil y actualmente dirige un proyecto de psicomotricidad vivenciada. Además, Estremera es autora de los libros ‘Criando’, ‘Ser niños acompañados’ o ‘Déjalos ser niños’. En su última obra, ‘Criar con apego seguro’, ofrece una completa guía de crianza para abordar las necesidades de niños y niñas según su etapa evolutiva.
“En el juego libre, los niños y niñas se desarrollan en toda su globalidad, porque favorece su desarrollo motor, cognitivo y socioafectivo”, defiende la psicomotricista, que también hace hincapié en la importancia de tener en cuenta el momento de desarrollo de cada niño para poder acompañarlos. Estremera nos invita a reflexionar sobre nuestra mirada sobre la infancia, cuestiona el uso de pantallas y pone el acento en el plano motor. Una perspectiva que nos acerca a las necesidades básicas de aquel bebé de hace 200 mil años.
Transcripción
Y las personas me contestan: «Pues claro, si no, esa criatura, ¿qué sentido tendría de hecho no hacerlo?». «¿Y que le presten atención?». «Hombre, pues también, porque es una necesidad del niño». «¿Y que atiendan el llanto?». «Pues evidentemente también, porque si está llorando será porque algo le ocurre, será como una forma de comunicación con el adulto, de decirle que algo está en desequilibrio». Y me gusta mucho hacer esta esta reflexión para poder llegar a la idea de que nuestros niños, nuestras niñas de hoy en día, los que están naciendo a día de hoy en nuestra sociedad, en nuestra cultura, tienen las mismas necesidades que ese pequeño bebé cavernícola que precisamente tenía esas necesidades para ser escuchadas por un adulto, para ser atendidas y entendidas por ese adulto y para que pudiera darles una respuesta y de esa forma poder sobrevivir y de esa forma poderse desarrollar de la forma más adecuada posible. Y fíjate si son importantes las necesidades en la infancia y fíjate si es importante respetarlas, porque nuestros niños y niñas no van a poder durante muchos años responderlas por ellos mismos y van a necesitar a un adulto. Y, además, en función de cómo ese adulto responda es como se va a crear ese vínculo de apego. Ese vínculo de apego seguro que seguramente también hoy en día es algo que has escuchado mucho.
Y por eso se dice que la especie humana necesita un tiempo de exterogestación, una gestación que se da dentro del útero, que son esos nueve meses que todos conocemos, pero también hay una exterogestación, un tiempo que, por naturaleza, el bebé debería estar dentro del útero y deberíamos responder las necesidades de la forma lo más parecida posible a si estuviese ahí dentro. Entonces, debido a estos cambios, a estos cambios típicamente humanos, tenemos unas criaturas con unas infancias muy largas, si lo comparamos con otras especies, y muy dependientes, porque por sí mismos no van a poder sobrevivir y entonces necesitan de un adulto, pero no de cualquier adulto y no de cualquier tipo de respuesta, necesitan, sobre todo, adultos que sepan interpretar las señales, lo que nos está emitiendo el bebé, no solamente a través de su llanto, también de su tono corporal, de su gesto, que sepa interpretarlo y que sepa darle una respuesta. Si el adulto es capaz de atender las necesidades, y ojo que, cuando digo necesidades, no solo me quedo en comer y dormir, que suele ser lo típico que las personas escuchamos, cuando oyen un bebé y dicen: «Pues si ya ha comido y ha dormido ahora mismo, ya no sé qué puede necesitar.» Bueno, igual necesita atención.
Entonces, precisamente, el vínculo apego seguro está relacionado con mayor autonomía, con mayor exploración, con mayor aprendizaje a la larga y, de hecho, cuando estamos hablando de vínculos de apego seguros, estamos haciendo referencia a las familias, pero no solo los vínculos de apego seguros se van a crear entre el niño, la niña y su familia, sino cualquier adulto que esté en contacto con la criatura va a desarrollar esa relación y va a desarrollar el vínculo. Y qué importante tomar conciencia también de este asunto desde la escuela, porque son los mismos niños o las mismas niñas. Entonces, cada vez que haya un niño en relación con un adulto, vamos a crear ese vínculo y desde allí también vamos a favorecer esos vínculos de apego seguros atendiendo sus necesidades y tratándolos con ese cariño y con ese respeto.
“Debemos reflexionar sobre nuestra mirada sobre la infancia”
Qué complejo. Lo que estamos favoreciendo es que haya un acompañamiento, un acompañamiento en su desarrollo, en lugar de dirigirlo. Qué diferencia o que complejo esto de acompañar, de dirigir. Cuando yo dirijo a alguien yo tengo unas ideas preconcebidas, tengo unas expectativas de lo que debe ocurrir, un objetivo y entonces soy yo el que intento llevarte a ese punto. Cuando yo acompaño, es el niño o la niña el que está en el centro y soy yo el que voy estando a su lado, por supuesto guiándole, porque va a haber muchas situaciones en las que voy a tener que ayudar, en las que voy a tener que proteger, porque tengo una serie de conocimientos que el niño o la niña no tiene, pero va a estar en el centro, vamos a respetar su ritmo, vamos a respetar sus intereses, vamos a respetar su deseo, en definitiva, vamos a respetar su esencia, vamos a respetar quién es ese niño o quién es esa niña. Y me viene un ejemplo que quizá hayas vivido alguna vez. Si has estado… claro que habrás estado en una piscina, y entonces, pues con toda la ilusión del mundo, vemos a un papá o una mamá que va a enfrentarse ese niño al medio acuático. Bueno, pues si no tenemos muy en cuenta nuestras necesidades y las del pequeño, nos puede entrar como esas ganas de quererle enseñar muchas cosas ya y que disfrute, porque el agua es un medio muy divertido y vemos al peque que está en la orilla con cierto temor, con cierta prudencia, porque es un medio totalmente nuevo, que quizá, aunque lo ha probado en otras ocasiones, pues hace un año que no está en contacto con esa sensación. Y entonces vemos la prisa del adulto, el objetivo del adulto, que el niño salte al agua y que salte donde yo estoy, y entonces lo anima de muchas maneras y no estamos escuchando.
Más las expectativas de los padres que…
No estamos fijándonos en su gesto, en su tono corporal, en todo lo que nos está expresando a nivel no verbal, que igual nos quiere agradar, nos quiere contentar, pero le gustaría hacerlo de otro modo. Incluso en esta línea de en lugar de acompañar su ritmo, sus tiempos, nos vamos a la de dirigir, cuántas veces estamos pidiendo incluso un poquito más cada vez. El niño ya salta al agua. Pues ahora ya le digo que no le voy a dar la mano, que lo haga sin manos, que se atreva, que no va a pasar nada, que confíe en nosotros. Pero no estamos escuchando a la criatura. Incluso a veces decimos: «No, no, que yo voy a estar aquí». Y nos vamos un poquito más atrás para ver si así lo animamos. Quizá con esa expectativa de querer motivarlo o de animarlo, estamos dejando de lado cuáles eran sus necesidades o su ritmo en ese momento. Y para que todo esto ocurra, estamos hablando de que hay que dar libertad en muchos momentos, en seguir sus ritmos, sus tiempos, su deseo, su exploración. Pero también van a necesitar, por otro lado, los límites.
Sí. El tema de los límites a veces nos genera muchas dudas y sobre todo cuando hablamos de crianza con apego, de crianza respetuosa, porque nos puede parecer como incongruente, como decir: «Estoy hablando de libertad, estoy hablando de autonomía, estoy hablando de respetar su deseo, de respetar su ritmo, su esencia y ahora, ¿en qué lugar quedan los límites?». Y muchas veces tenemos o asociamos los límites a una limitación, a una limitación en su desarrollo, a algo que va a frenar su desarrollo y los límites realmente lo que hacen es proteger y lo que hacen realmente es cuidar y que ese desarrollo pueda darse. Voy a ser un poquito más explícita, porque dicho así, igual queda un poco abstracto. En el libro de Janet Lansbury, Los niños malos no existen, menciona un ejemplo que a mí ya me abrió en su día bastante los ojos y decía: imagínate que vas conduciendo por un puente sin barandillas. Vas a ir tenso, vas a ir ocupándote de un montón de aspectos, no vas a estar cómodo. Ahora imagínate que estás conduciendo por ese mismo puente con barandillas. Tu seguridad va a ser otra. Vas a estar más relajado, te vas a sentir de otra manera. Esos son unos límites. Unos límites que alguien allí ha puesto y que te está dando esa estructura, te está dando ese encuadre para que tú puedas dedicarte a lo que tienes que hacer, que es conducir y cruzar ese puente. Entonces ya vemos que el tema de los límites es complejo y a mí me gusta utilizar grandes categorías para que nos resulte más sencillo. Para mí los límites importantes son aquellos que tienen que ver con la seguridad, con la salud o con el respeto. Y esos son los límites que tendremos que expresar o que tendremos que cuidar para que los niños y las niñas puedan desarrollarse bien y puedan dedicarse realmente a esas cosas de niño, que es lo que lo que tienen que hacer.
Porque no estamos explicando realmente qué es lo que esperamos que ocurra. Respecto a esos límites, también en función del momento evolutivo en el que estén, tendrán que ser límites físicos y no verbales. Yo trabajé durante muchos años en una escuela infantil y algo que las primeras veces que entras en una escuela te choca o te llama la atención es que tú vas a enchufar algo y de repente los enchufes no están a la altura que estamos acostumbrados, por normativa, están a partir de metro y medio. ¿Por qué? Porque se da por hecho que los niños van a tocar, van a explorar y sería un freno para su desarrollo estar continuamente explicándoles, diciéndoles que no tocaran esa cosa tan interesante que está ahí, que tiene unos agujeritos y que además puedes introducir cosas. Pues ponemos un límite físico para cuidarte a ti, para que tú puedas dedicarte a lo que tienes que hacer por tu edad, que es jugar, que es explorar, que es aprender. Vamos a colocarlo en otro lugar y pongo ese límite físico. Mis padres… siempre he escuchado esto en mi casa de: «Conforme van creciendo los niños, las figuritas…» Antes, que los muebles estaban…
“Los adultos somos clave para que los niños y niñas conecten, entiendan y, poco a poco, regulen sus emociones”
Y cuantas veces digo aquello de: «Es que a la hora de criar o de acompañar a niños no hay recetas mágicas y no hay recetas universales», porque a veces buscamos la receta. ¿Qué hago si…? ¿Qué hago para…? No va a haber esas recetas. No va a haber esas recetas porque cada niño es diferente. Va a estar en un momento del desarrollo distinto. Cada adulto también es diferente y estamos hablando todo el rato de relaciones, de vínculos, que no es: «Yo aplico esto y esto me funciona». Es todo bastante más complejo. Incluso, a veces, algo que nos sirve un día, ya no nos sirve otro. Qué importa el tener como esa caja de herramientas llena de recursos a la hora de estar con nuestras criaturas, porque en función del momento, del día, de cómo esté, de lo que está sucediendo, no nos va a servir la misma herramienta. Incluso a veces hay familias que dicen: «Es que no sé cómo son tan diferentes, si yo los he criado igual». ¿Los has criado igual seguro? Como mínimo, son dos personas diferentes, con sus ritmos, sus necesidades, sus preferencias, pero es que nosotros no somos los mismos. No podemos ser los mismos. En el primero no teníamos toda esa experiencia. Con el segundo, algo habremos aprendido durante este tiempo. Y luego las circunstancias, el momento. Pero sí que es importante tener en cuenta cada etapa del desarrollo, qué es lo que tienen que ir descubriendo en esas etapas. Sobre todo, para poder poner más conciencia y más atención y quizá no tener unas expectativas equivocadas. Porque si yo tengo un bebé o un niño pequeñito, estoy planteándome la etapa de 0 a 3 años, una de las necesidades que tiene que ir conquistando es la de descubrir su propio cuerpo, establecer un vínculo con los adultos que tiene cerca, conocer qué hay a su alrededor, y mi expectativa es que tiene que hacer amigos, es que, cuando vamos al parque, lo que tiene es que crear o generar amistades y además jugar entre ellas de una forma como lo hace un niño o una niña de primaria, pues que se pasen la pelota, que se respeten los unos a los otros, que compartan, pues voy a estar gastando una energía en algo que no es su momento del desarrollo.
Cuando tenemos claro cuáles son esas tareas principales que tienen que ir haciendo los niños a lo largo de su desarrollo, también nuestras expectativas son más ajustadas y podemos concentrar nuestra atención y nuestra energía en algo que tenga más que ver con aquello que necesitan en ese momento. Por ejemplo, un bebé, un bebé pequeñito, y me estoy yendo al primer año de vida, una gran tarea que tiene que hacer es poderse vincular con ese adulto, con ese adulto de referencia que hemos hablado, con esa persona que pasa más tiempo y más espacio compartido con el bebé, con aquella persona que atiende sus necesidades, con un bebé que comunica y un adulto que cada vez le entiende y le comprende mejor. Es una gran tarea poder elaborar todo eso y por eso es importante también pues el que haya estabilidad en ese entorno, en que tampoco haya muchas personas con ese bebé, que se me entienda, lógicamente va a estar la familia, a veces va a estar el entorno de la escuela infantil, pero no va a ser una necesidad del bebé estar con muchas más personas, porque, aparte de conocer a ese referente, el que puedan atender sus necesidades, el poderlas emitir, el irse dando cuenta de que el mundo es un lugar predecible, es un lugar seguro, también tiene que hacer un trabajo muy importante, que es conocerse a sí mismo. Y entonces veremos a un bebé que se está mirando las manos. Y se chupa las manos. Decimos: «Es que este niño no juega nada. Voy a ver si le compro algún tipo de sonajero o de algo para que se divierta, para que se entretenga.» No, es que su tarea en este momento es conocerse a sí mismo, conocer cómo funciona su cuerpo. Va a ser más adelante, cuando ya sé cómo funcionan mis manos, ya sé mover mis piernas, empiezo a interesarme por lo que hay más afuera. Entonces empiezo a interesarme por los objetos y los cojo, los exploro, me los llevo a la boca.
Pero qué importante ir conociendo ese momento en el que están. Va a haber otro momento muy interesante que va a ser el que he mencionado antes, entre el año y medio y los tres años. Es un momento de autoafirmación. El bebé estaba muy fusionado con su figura de referencia, con la persona que le cuidaba, la necesitaba muchísimo, hemos hablado de esa dependencia inicial, y poco a poco, gracias a esos descubrimientos que va haciendo, se va dando cuenta de que cuando él emite un mensaje con un llanto, con una queja, hay un adulto que se da cuenta, que es diferente de él, se va dando cuenta de que por sí mismo puede ir hasta ese objeto que le interesa y puede ir gateando y cogerlo y llevárselo a la boca. Se va dando cuenta de que es un ser diferente, que es un ser independiente, y entonces aparece una etapa de autoafirmación, una etapa de ir conquistando y construyendo su propia identidad. ¿Quién es ese niño o quién es esa niña? Si lo vemos así, esta etapa, esos noes que nos dicen, es la época del yo solito. No nos lo tomaremos como algo personal y nos iremos dando cuenta de cómo va construyendo todo este proceso emocional y psíquico tan importante para su desarrollo. Si yo no tengo en cuenta estas etapas del desarrollo, pensaré que fíjate, hemos llegado a los terribles dos años, es que se me va a subir a la chepa y además ya me lo ha dicho la vecina, que como no corte ahora mismo estas conductas y sea firme, fíjate dentro de dos años cómo puede ser. Bueno, si conozco el desarrollo, podré centrarme en lo que realmente necesita este niño o niña, que igual es más oportunidad de elegir. Tendré en cuenta que va a aparecer también esa afirmación y que es parte del desarrollo. Tres, seis años. Comienzan ya el cole, pero sigue siendo una etapa donde los aprendizajes son muy vivenciales, muy corporales, donde todo pasa por moverse, por hacer, por probar.
Si en mi expectativa está que ahora ya está en la escuela y entonces se tiene que sentar en un pupitre y tiene que estar allí haciendo determinados trabajos, pues va a ser una lucha continua entre su naturaleza y lo que yo le estoy ofreciendo. Es importante ir conociendo todo esto. Llegan a la etapa de primaria, una etapa donde siguen aprendiendo sobre lo concreto, qué importante todo el aprendizaje manipulativo. Parece que llegan a primaria y ya todo es lección magistral, verbal, libro de texto, leer. Sí, tienen unas nuevas habilidades, pero sigue siendo muy necesario todo lo vivencial, todo lo que sea concreto. Piaget nos hablaba en esta etapa de etapa de las operaciones concretas, pueden operar desde la mente, pero ese pensamiento tiene que pasar por todo eso más manipulativo. Es una etapa también importante de que aprendan a gestionar su propio tiempo. Si no les damos esa oportunidad y yo dirijo todo su horario y no les doy esa oportunidad de gestionar su tiempo, si no le doy momentos de juego con sus iguales, donde van a empezar a decidir, a defender sus puntos de vista, porque ahora sí que pueden ponerse en el punto de vista del otro y pueden defender el propio, y no le estoy dando esos tiempos, estoy frenando en cierta medida esas necesidades que tienen en ese momento del desarrollo. Y luego llegan a la adolescencia, etapa tan temida muchas veces por la sociedad, porque decimos: «¿Qué es lo que ocurre aquí?». A veces la vivimos con esa sensación de que pase lo antes posible, pero ¿no hemos dicho que todas las etapas del desarrollo tienen un sentido y todas tienen un por qué y todas tienen un valor? Y va a ser otro momento de volver a reafirmar esa identidad. Y esa identidad con la que ya me voy a enfrentar al mundo adulto.
Una etapa en la que además están viviendo multitud de cambios cerebrales, no solamente hormonales, que siempre achacamos esta edad más a las hormonas. ¿Qué pasa en su cerebro? Un cerebro con una amígdala, la amígdala es aquella parte del cerebro que nos pone en alerta de los posibles peligros, pues una amígdala que tiene más actividad de la que ha tenido en etapas anteriores y entonces pueden ser más susceptibles. Más susceptibles a lo que me han dicho, a una mirada, a un gesto de una persona. Puedo ver como más peligros a mi alrededor y entonces reacciono. «Es que está a la defensiva». Bueno, porque tiene esos cambios cerebrales que le hacen responder de esta forma. Por otro lado, tiene un accumbens, que es esa parte del cerebro que se encarga de la parte del placer, de la recompensa, la gratificación inmediata, de que todo me llegue ya sin demora, también más activa. Quiero estar con mis amigos, con ellos me siento bien. Demorar las gratificaciones, saber que tengo que estudiar todo esto en lugar de poder salir con mis amigos va a ser algo que me va a costar. Y, por otro lado, tiene una corteza prefrontal, que sería como ese centro ejecutivo del cerebro, como esa parte que decide si algo es más correcto, no lo es tanto, las consecuencias de las acciones, un poquito más dormida en esa época, por así decirlo. Es decir, que se va a desarrollar a destiempo, se va a desarrollar más tarde y va a ir más lento en su desarrollo. Entonces, puede ser que veamos a nuestro adolescente y digamos: «Madre mía, es que no se piensa las cosas, es que solo se deja llevar por lo que le gusta. Es que en esta época lo de esforzarse le está costando.» Bueno, cuando tenemos en cuenta el desarrollo podemos ajustarnos mucho más, podemos tener expectativas más adecuadas a esa fase que estamos viviendo y por lo tanto podremos acompañarlos mejor.
Y, Laura, tú dices que hay que tener en cuenta evidentemente el desarrollo de los niños, pero no solo de lo cognitivo, es decir, de lo que van pensando, de lo que se va desarrollando en el cerebro, sino también desde lo motor. ¿Cuáles son los principales mitos en cuanto a este desarrollo motor de los niños?
Emmi Pikler era una pediatra húngara que en los años 30, en Hungría, pasaba consultas de pediatría, pero tenía una mirada hacia la infancia diferente. No estaba tanto centrada en la enfermedad, sino en qué es lo que un niño o una niña puede hacer por sí mismo. Confiaba en esas capacidades que tienen los bebés de poder ir logrando cosas por sus propios medios y, más tarde, en su carrera profesional, comenzó a ser directora de un orfanato. En aquella época, en los orfanatos había tasas de mortalidad altísimas. Los niños, aunque estaban médicamente cuidados, aunque había unas condiciones de higiene óptimas, pues los niños no se desarrollaban bien y había, de hecho, dificultades a nivel emocional y esas dificultades a nivel emocional luego se trasladaban al resto de ámbitos. Pikler lo que ideó es un sistema en el orfanato que ella dirigía para que los niños pudieran desarrollarse bien en todos los aspectos, para no solamente reducir esas tasas de mortalidad, sino que pudieran sobrevivir todos los niños, pero sobre todo tuvieran un desarrollo adecuado en todos los aspectos. No nos vamos a meter aquí en poder explicar cuál es ese sistema de la pedagogía Pikler, pero algo que realizó es, entre muchas otras, una investigación sobre movimiento, sobre el movimiento libre, porque ella, en esas condiciones del orfanato, en ese contexto, estaba en condiciones de poder realizar una investigación donde se controlaran todos los parámetros exteriores, donde la situación fuese muy controlada, donde hubiera una muestra de niños, muestra porque se dice así cuando hay investigaciones, lo suficientemente amplia para poder demostrar que los bebés están preparados genéticamente para adquirir por sí mismos, sin que nadie les enseñe, las diferentes posturas, apoyos y formas de desplazamiento.
Esto fue un antes y un después, porque algo que se podía intuir, se podía llevar a la práctica, queda demostrado que los bebés están preparados para ello. ¿Qué es lo que también se descubre? Pues no solamente que esté esa base de poder hacerlo, es decir, que todos los bebés van a tener, si no hay una dificultad de base, esa posibilidad de poder gatear, sino que, si nosotros intentamos enseñar a los bebés a que adquieran determinado movimiento, a que se coloquen en determinada postura, voy a ser más explícita, por ejemplo, tengo un bebé que está boca arriba y lo que quiero es enseñarle a sentarse, entonces lo siento yo, lo que vamos a generar es crispaciones, tensiones, es decir, que el movimiento no viene porque yo como adulto te enseñe a colocarte una postura o yo te coloque un aparato que me venden en una tienda para que te coloque en esta postura, sino porque el bebé por sí mismo va probando su cuerpo, hay también un desarrollo a nivel del sistema nervioso central y todo junto va permitiendo que el bebé vaya adquiriendo esas posturas, apoyos y desplazamientos. Y, es más, cuando nosotros como adultos intervenimos, con la mejor de las intenciones, queriéndoles enseñar, queriendo que así lo consiga hacer, muchas veces lo que conseguimos es lo contrario, que se salten etapas. Exacto. Aunque puede ser que aquí venga la duda de: «Bueno, pero es que todos caminan». Claro, porque, como especie, todos los seres humanos, sin una dificultad, vamos a caminar. Pero ese recorrido, esa secuencia, eso que va ocurriendo hasta que logran caminar, sí que, en función de cómo intervengamos, si respetamos el proceso o si no lo hacemos, no vaya a haber ese camino de la misma forma si se respetan o no. Y eso también nos puede generar la duda de decir: «Bueno, y entonces nosotros, como adultos, ¿qué hacemos? ¿Significa que entonces yo me desentiendo, lo dejo ahí?».
Ni mucho menos. Implica, sobre todo, un cambio de mirada. Implica ver a los niños y las niñas desde el inicio como competentes, como que pueden lograr muchísimas cosas, en lugar de verlos como con todo aquello que les falta, todo lo que todavía no hacen, ver lo que sí que son capaces de hacer y tener esa confianza en que aquello va a ocurrir, para no apresurarnos, para no ponernos nerviosos, porque todo va a tener su tiempo. Aparte, vivimos en una sociedad con esa idea de que cuanto antes mejor. Parece que si lo logra antes va a ser más listo. Pues no. Cada niño va a tener un ritmo diferente. ¿Qué hacemos también? Acompañar todo ese proceso. Y eso no es algo pasivo que dejo a mi bebé, sino que preparo el espacio, preparo las condiciones, preparo los materiales para que puedas desenvolverte por ti mismo. Y además estoy ahí, estoy cerca, estoy a tu lado para que tengas esa confianza suficiente, esa seguridad de que me tienes cerca, para que puedas centrarte de nuevo en lo que tú puedes hacer.
No, nuestros niños y niñas, sobre todo cuando son pequeñitos, son esa globalidad y es lo que se favorece desde esa psicomotricidad y, sobre todo, desde esa psicomotricidad vivenciada. Porque no solamente mis pensamientos, mis emociones se van a reflejar en el cuerpo. Incluso mis afectos. Los vínculos. Cómo desde pequeñito he sido sostenido, he sido cuidado, he sido cogido. La seguridad que siento respecto a las otras personas va a estar dentro de mí y de mi vivencia. Y se va a expresar y a exteriorizar a través del cuerpo, a través del movimiento, a través de cómo los niños y las niñas utilizan su cuerpo, su movimiento, los objetos, algo a lo que los psicomotricistas llamamos la expresividad motriz, que puede ser una palabra un poco diferente. Por eso, desde la psicomotricidad, lo que favorecemos es un espacio, que es la sala de psicomotricidad, ofrecemos unos materiales, que son materiales muy poco estructurados, materiales que en sí no nos dicen nada, porque son formas geométricas de espuma, cilindros, cubos, colchonetas, cuerdas, aros.
Y aquí puedo vivir también todo ese placer que en otro contexto no puedo hacer. Por eso la sala de psicomotricidad va a tener un encuadre específico que nos va a permitir diferenciar lo que se vive fuera y lo que se vive dentro, que va a permitir elaborar todo eso que los niños van viviendo y donde también se cuenta con la figura del psicomotricista, que va a ser ese adulto que va a saber acoger todos esos juegos, que vas a ver transformar, cuando sea el momento, todos esos juegos, y va a poder ayudarles a elaborarlos. Así que, un poquito así como resumen de la psicomotricidad, pues es una práctica que está muy centrada en el cuerpo, en el juego, en la acción, en una etapa donde el juego, la acción, el movimiento les ayuda en su desarrollo madurativo y también en su desarrollo psíquico.
Pues va a tener una importancia clave. Y qué importante que me preguntes sobre el desarrollo emocional, porque unas décadas atrás el desarrollo emocional era algo que se quedaba olvidado. Poníamos la importancia en los aprendizajes, en lo racional y lo emocional intenta contenerlo y que no se note mucho. Totalmente. Ahora estamos en otro momento, un momento en el que se le da más importancia a todo ese desarrollo emocional, a ese ámbito emocional. Tú vas a una librería y la literatura infantil que existe sobre el tema, los libros para papás, que tienen en cuenta este aspecto. ¿Y por qué es tan importante? Pues porque las emociones son guías, son mensajeras. No es algo contra lo que debamos luchar, sino que, cuando yo noto una emoción, es lo que me viene a indicar que me está ocurriendo algo, que me está ocurriendo algo respecto a mí o respecto a cómo yo estoy en relación a los demás. Y entonces, si soy capaz de escuchar esa emoción, soy capaz de tenerla en cuenta y hago algo en consecuencia, pues en lugar de luchar contra mis emociones, me van a servir y me van a ayudar. Esta parte que nos ha nos ha llegado, pues va a tener su repercusión en cómo los niños o las niñas aprenden a ir viviendo también con todas esas emociones. Y si hay algo que es clave para que los niños o las niñas puedan conectar con estas emociones, entenderlas y poco a poco regularlas, va a ser el adulto. ¿Por qué va a ser clave esa figura de referencia, esas personas que están compartiendo tiempo y espacio con los niños y las niñas? Pues bueno, lo primero, por esas estructuras cerebrales de la infancia.
Los niños y las niñas no tienen esa corteza prefrontal desarrollada. ¿Qué es la corteza prefrontal? Es la parte del cerebro más externa y que está en la zona más delantera de nuestro cerebro, que ya hemos visto que era un cerebro en formación, con una infancia muy larga, que iba a necesitar muchos cuidados. Pues bien, esta zona del cerebro es la que se va a encargar de poder regular las emociones, de poder ver si mi conducta es socialmente adecuada o no lo es. Entonces, tengo esa parte que no está desarrollada, pero por el contrario tengo un sistema límbico donde sí que siento las emociones y que me permite expresarlas, que sí que está desarrollado. Es decir, los niños pequeños van a sentir las emociones, las van a expresar, pero por sí mismos no las van a poder regular, entonces van a necesitar adultos que acompañen esas emociones, es decir, que estén allí, que estén presentes y que ayuden a regularlas. Porque claro, nosotros somos adultos y nosotros sí que tenemos nuestra corteza prefrontal desarrollada, o deberíamos. ¿Dónde está el problema en todo esto? Pues que somos una generación donde no se daba mucha importancia a las emociones.
Cuando está enfadado, pues no respondo a ese enfado. Le digo: «Pues cuando se te pase, ya volverás» o «Cálmate, que no tengas miedo, que no estés triste». No estoy validando sus emociones, las estoy incluso negando, no las estoy atendiendo. Entonces ese niño o esa niña, después de mucho tiempo, después de muchas situaciones, lo que aprenderá es a no mostrar sus emociones. Pero no mostrar no significa lo mismo que no sentir. Entonces, a nivel fisiológico, su cuerpo se seguirá activando, a nivel hormonal, esas emociones se seguirán disparando, pero el cuerpo aprenderá a no mostrar. Y qué triste no mostrar, porque sabes que, desde fuera, que el entorno no va a aceptar esas emociones que tú estás expresando. Desde un apego ambivalente, también resumiendo muchísimo, ahí es cuando se mezclarían nuestras propias emociones con las del niño, y entonces el niño estará viviendo una emoción muy intensa. Se ha caído, se ha hecho daño, está asustado porque se ha hecho daño en la rodilla y nosotros, en lugar de calmar esa emoción, lo que hacemos es aumentar la intensidad de esa emoción, porque me asusto muchísimo y digo: «Madre mía, es que si te pasa algo yo me muero. Lo que te ha pasado, me vas a mandar un día al hospital». Es decir, estoy mezclando tus emociones con todo lo que te está pasando a ti, que no eres capaz todavía de acogerlo, de sostenerlo y de regularlo, más las emociones de todo lo que le está pasando a mi figura de referencia causado por lo que a mí me ha pasado. Es decir, no me está ayudando a calmar a nivel emocional. Y también tendríamos el apego desorganizado. Ese es apego que sabemos que a nivel de salud mental va a ser el que más va a dificultar el desarrollo de los niños y las niñas. Y lo mismo, siendo como muy simples a la hora de explicarlo, sería cuando en lugar de encontrar el niño o la niña seguridad en esa figura de referencia, encuentra la fuente de miedo, la fuente de terror.
A veces, porque puede ser ese adulto el que me ha hecho daño y una parte de sí mismos les dice: «Huye de esta fuente de terror que es la que te está haciendo ese malestar». Pero hay otra parte de sí mismos que cuando se despierta esa conducta de apego es: «Vete con tu figura de referencia». Entonces vuelven hacia su figura de referencia, que le vuelve a decir inconscientemente: «Huye de esa persona». Y eso sabemos que no es adecuado para el desarrollo de la infancia. Por eso decimos que el apego desorganizado estaríamos entrando en temas de abuso, de maltrato, pero es el más perjudicial para la salud emocional de la persona.
Después de dos niñas, me hubiera encantado que hubieran venido con un manual de instrucciones y ahora mismo los padres tenemos acceso a mucha más información de la que se tenía antes. Pero es verdad que hay veces que, con todo el amor del mundo, utilizamos estrategias erróneas y que no son para nada beneficiosas para los niños. ¿Cuáles son esas estrategias que utilizamos de forma errónea?
Lo que estamos intentando es sacarle de esa emoción en lugar de enseñarle qué es lo que hay que hacer cuando sienten esa emoción. Otra estrategia que no sería adecuada sería la negación, que es cuando nos enseñan a no pensar en eso. «Pero tú no estés triste, venga, no pienses, no pienses en eso». No, es que me pasa algo, me está sucediendo y le tengo que dar ese valor y esa importancia. Y luego ya veré cómo hago descender todas estas sensaciones que tengo dentro. O el control emocional, que es cuando el adulto intenta que el niño o la niña no sienta y que pueda controlar, que por edad no van a poder regular sus emociones por sí mismos, esas emociones. «Pero no tengas miedo. Pero no te enfades. Cuando ya estés calmado, entonces vuelves». Al final esto, ¿qué nos está indicando? Pues un adulto muchas veces que no es capaz de regular sus propias emociones, que no es capaz de controlar sus propias emociones y que, ver las emociones en el otro, pues lo hace sentirse todavía más incómodo y por eso las intenta contener, las intenta controlar. Pero, por otro lado, hay estrategias que sí que nos ayudan. Empezaríamos por lo más sencillo: con atender a esa emoción, ¿qué es lo que está pasando? ¿Dónde la notas en el cuerpo? Validar esa emoción. «Veo que estás enfadado, pero no puedes golpear al compañero». Que eso no quita que pongamos ese límite después, porque separamos, sobre todo, la persona de la conducta. La conducta es lo que puede no ser adecuada. La forma que has tenido de expresarlo es lo que no es adecuado. Pero tú, como persona, puedes sentir, puedes expresar y, sobre todo, soy el adulto, el que te voy a ayudar a regular. Qué importante también el lenguaje que utilizamos.
Porque muchas veces ponemos esas etiquetas a los niños o a las niñas. No es lo mismo expresar que en este momento estás haciendo ruido y yo necesito silencio porque tengo que estudiar para la oposición, porque tengo el examen dentro de dos meses y además hoy tengo un poco de dolor de cabeza. A decir: «Es que eres un ruidoso». Ahí ya he puesto esa etiqueta y además eres tú como persona el que eres el ruidoso. Cuando ocurren estas situaciones, también utilizar una narrativa, una explicación adecuada. Seguro que has vivido esta situación. Va un niño pequeñito, de un par de añitos, y se choca con una mesa. Y entonces el adulto dice: «Mesa mala, pégale a la mesa». Claro, ¿dónde estamos poniendo el locus de control? El locus de control es ese control que tienes tú sobre la vida y sobre las situaciones. Lo estamos poniendo en el exterior, en el que las cosas inanimadas vienen a hacerte daño a ti. ¿Qué creencias estamos cultivando en ese niño o en esa niña? En vez de explicarle que iba rápido o iba corriendo y se ha chocado con la mesa. Podrá actuar como modelos. A veces nos centramos mucho o gastamos mucha energía en que, por ejemplo, pidan perdón. O pidan las cosas por favor. En una edad y en un momento evolutivo en el que ni entienden lo que es pedir perdón, ni entienden lo que es pedir las cosas por favor. En una época en la que sí que aprenden muchísimo de nuestro modelo y de nuestro ejemplo: yo quiero que dé las gracias cuando alguien le da algo, pues cuando mi hijo me dé algo, le voy a dar las gracias yo y le estoy enseñando el modelo de cómo se hace. Yo quiero que diga «lo siento» después de una situación en la que se ha equivocado o no ha hecho algo correcto, pues cuando yo me equivoque como adulto, que también me equivoco con mi hijo, pues le diré que lo siento y que no he actuado de la forma más adecuada. Entonces sí que tenemos estrategias que nos ayudan en esa regulación de las emociones. Pero, como ves, somos nosotros los adultos los que tenemos que estar acompañando todos ese momento y esa regulación emocional.
Si es pequeño, no va a enterarse de por qué está allí y sólo va a tener una necesidad de estar con sus referentes, con el resto del grupo y no va a comprender qué es lo que hace aislado. Y, si es más mayor, lo que va a cultivar es resentimiento y aprender a hacerlo sin que le pillen. Entonces, ¿implica no hacer nada? No, al revés. Implica un proceso más complejo, un proceso de comprensión. Lo que hablábamos de: comprendo en qué momento del desarrollo estás, qué es lo que puedes entender, qué es lo que no puedes entender en este momento y me ajustaré a la forma en la que puedes entenderlo y cómo te lo explico. Conexión. Lógicamente, si has hecho algún tipo de conducta, te has dejado llevar por una necesidad no cubierta y por una emoción. ¿Cómo te ayudo a regular todo eso? Y cuando ya estés calmado y ya esté regulado, llegaremos a la corrección, cómo te lo explico, cómo te hago saber que quizá eso que ha ocurrido no era adecuado y cómo podrías actuar en otro momento. Por ejemplo, están dos niños en la escuela, tres añitos, están en el patio y uno va a coger el camión que lleva el otro. Y, como no lo suelta, le golpea. ¿Qué hacemos? Comprensión. Conexión. Corrección. Comprensión: entiendo el momento evolutivo en el que estás. Tienes tres años y te dejas llevar por tu deseo, por lo que te apetece en ese momento. Y has visto ese camión de juguete tan chulo que está llevando además el otro niño y estás en una edad donde los juguetes se utilizan mucho como mediador. Es decir, que me interesa el juguete, pero realmente lo que me interesa es que lo estás llevando tú, pero como no tengo estrategias para poderme relacionar contigo, pues me intereso por ese camión, por ese juguete. Y también comprendo que está en un momento evolutivo en el que no es capaz de ponerse en el punto de vista de la otra persona, que eso es una capacidad que adquirirán mucho más tarde. Entonces no es algo que ha hecho para fastidiar al otro o para molestarlo, porque siempre va a atacar al mismo, sino porque quiere interactuar y quiere en ese momento ese camión.
Comprensión. Conexión: veo en qué emoción está. ¿Hay enfado? Bueno, pues el primer momento es ir a esa situación. Me agacho a su altura, tengo a los dos niños cerca y me voy a la parte de corrección. Ya me escuchan, están atendiendo en este momento, a nivel emocional ya hay esa conexión. Pues entonces pondré el límite. Veo que quieres el camión, pero lo está utilizando fulanito. Cuando acabe, puedes cogerlo tú. Y si no, mientras puedes irte a jugar a otro lugar. A un niño le llega el mensaje de que merece ser respetado. Al otro niño le llega el mensaje de que tiene que respetar a los demás. No me meto todavía dentro de su mente a intentarle explicar: «Pero no ves que si le quitas… Porque luego otro día, cuando tú llevas juguetes y te los estiran no te va a gustar esa sensación…», porque no son capaces de comprender todo eso. Me voy a lo concreto, incluso: «Mira su cara, no le ha gustado que le estiraras del camión». Me voy a lo concreto en el momento en el que están y, sobre todo, teniendo en cuenta qué es lo que quiero que puedan hacer de otra manera y le doy esas herramientas para que puedan utilizarlas en otras ocasiones.
“Encended las pantallas y se apagarán los niños”
Y no que tú como niño tengas que ajustarte al del adulto. Si yo estoy dando de comer y espero a que abras la boca, es muy diferente a ser yo el que presiono tu boca con la cuchara y ahí ya estoy fomentando esa autonomía. Cuando somos capaces de sintonizar, que se dice en psicología, o de ir al ritmo y a las necesidades de ese niño o de esa niña. Me dirás: «Laura, pero entonces me va a costar más tiempo». Bueno, es posible, es posible que sean unos segundos de más, pero todo lo que estamos fomentando en esas interacciones cotidianas que ocurren tantas veces al día, pues va a ser un gran peso. Nos vamos al bebé pequeñito de nuevo y tenemos a nuestra criatura que está en esa etapa. Empieza a tener dos o tres mesecitos, que empieza a mirarse las manos, empieza a estar como más centrada en lo que ocurre en el exterior y ya no solo en sí mismo y en la cara de la figura de referencia. Y vamos a ir creando también momentos para que pueda ir conquistando ese desarrollo motor autónomo, para que pueda ir jugando por sí mismo. Van a ser tiempos muy breves, muy cortitos, con nosotros cerca, momentos en los que tendremos que preparar un espacio, un espacio de juego, como puede ser el suelo. El suelo es un lugar ideal, porque siempre se comporta de la misma manera, donde evitamos posibles accidentes respecto a si está en una superficie más alta, preparamos ese espacio en el suelo, si hace falta, lo aislamos para que térmicamente no esté frío, pero que noten esos apoyos de su cuerpo sobre ese suelo que sea firme. Y entonces le vamos a dar también esa posibilidad de que vaya descubriendo su propio cuerpo, sus apoyos, su postura, cómo quiere estar, cómo no quiere estar.
Qué diferente a cuando yo le impongo una postura y lo pongo sentado o lo pongo en un aparato que me venden para bebés donde lo tengo que atar, que inmovilizar o que le hace ir por encima de sus posibilidades. Ofrecemos, pues, un espacio donde el bebé pueda ir moviendo su cuerpo, puede ir descubriendo en qué postura quiere estar, en cuál necesita estar. Pero ofrecemos también unos objetos, unos objetos que serían sus juguetes, pero que no tienen que ser los típicos juguetes comerciales que voy a comprarlos a un lugar específico, siempre y cuando sean materiales, objetos que sean seguros, que no sean tóxicos para el bebé, le va a interesar muchísimo más estar en contacto con material ligero que pueda utilizar con sus manitas, que no sea peligroso, pero que tenga texturas diferentes, sabores diferentes, que sean de materiales diferentes, por ejemplo, una flanera de metal, un cucharón de madera. Qué interés. Qué interesante es todo eso para los niños y las niñas pequeños y qué poco fomenta o favorece su autonomía cuando lo que le ofrecemos es un único, o, aunque haya gran cantidad, de juguetes que le dicen al niño lo que tiene que hacer. Y ahora me está viniendo a la cabeza una mesa de aprendizaje que está quieta, que está estática, donde el niño lo único que puede hacer es tocarlo con el dedo y, de forma pasiva, escuchar los sonidos que emite, observar las luces que allí hay. Los niños y las niñas necesitan coger, necesitan llevárselo a la boca, necesitan lanzarlo, necesitan tirarlo, necesitan darse cuenta de si se rompe, de si no se rompe. Y para eso, los objetos cotidianos van a ser mucho más ricos que esas otras ofertas más cerradas y menos estimulantes a nivel sensorial. Y cuando ofrecemos materiales de este estilo y dejamos que sean ellos los que elijan cuál quieren utilizar, durante cuánto tiempo, que puedan desplazarse hasta ellos, los puedan coger, se los puedan llevar a la boca, en esas situaciones estamos favoreciendo esa autonomía.
Incluso es posible que lo haya pedido de otras formas, pero mientras te lo he pedido de otras formas, no he recibido la respuesta. Cuando lo hago así, entonces ya tu mirada se va hacia mí. Con esto quiero decir que los niños y las niñas necesitan sentirse mirados, necesitan ser ellos los que están jugando, los que están actuando y tienen un adulto que está presente, un adulto que, con esa presencia, está enviando un mensaje de para mí eres importante, lo que haces es interesante y en cambio ¿qué es lo que ocurre con las pantallas y qué ocurre en nuestra sociedad últimamente? Que, en lugar de ser niños mirados por adultos, son niños parados, observando a través de una pantalla lo que hacen los demás, es decir, que se dedican a mirar, cuando lo que deberían ser es mirados y ser ellos los que actúan sobre la realidad. Y también me inquieta mucho el poder que tienen estas estas pantallas. Cómo en una etapa donde aprenden haciendo, donde hay tanto movimiento, donde hay tanto juego, donde hay tanta explosión, se quedan atrapados verdaderamente con la pantalla. Sí, el tiempo que duró en la pantalla, porque incluso cuando apaguemos el dispositivo va a aparecer una frustración, un enfado, una rabieta, esa sensación de que nunca tienen suficiente. Es decir, que a nivel emocional también nos está marcando un impacto diferente al del juego. Porque, cuando juegan en la sala, se mueven, se expresan, suben, bajan, pero también van a conectar con el cansancio. Y ahora paro y estoy un rato quieto y luego otra vez vuelvo a jugar y me hace conectar con mis ciclos, mis ciclos de actividad, mis ciclos de descanso, me hace estar en el aquí, en el ahora, en la vida. En cambio, con las pantallas se aferran, necesitan estar más. Y hay una frase en mi libro Déjalos ser niños que yo creo que resume muy bien esto que generan las pantallas, que me parece tan curioso en esta etapa que es la de: «Encended las pantallas y se apagarán los niños».
Y una de ellas que me parece muy evidente, pero que la tenemos muy poco en cuenta, es tener en cuenta todo lo que transmitimos a través del lenguaje no verbal. Transmitimos muchísimo con nuestro cuerpo, con nuestra postura, con nuestro gesto, con nuestro tono de voz y, si hablamos de primera infancia, en los tres primeros años son mucho más permeables a todo ese lenguaje no verbal, que es lo que estamos transmitiendo con las palabras. Entonces, cuando yo le digo a un niño: «Que no grites» y se lo digo gritando, no se están quedando con la orden que yo estoy dando, sino con cómo yo lo estoy haciendo. Y eso estaría también muy unido a cómo somos como modelos en esas situaciones. Están aprendiendo continuamente de todo lo que hacemos. Los siete primeros años es una etapa en la que aprenden muchísimo de nuestro ejemplo. Pues si yo quiero que no quite las cosas de la mano y no le quite el juguete a su hermana, pues no voy a ir yo a quitarle el juguete para devolvérselo a su hermana, porque van a aprender de la acción que estamos transmitiendo. Ese lenguaje no verbal en sí mismo, si vamos siendo más conscientes de él, también podremos darnos cuenta de que a veces estamos nosotros en total cierre, como para que allí ellos se sientan escuchados, ellos se sientan tenidos en cuenta y entonces puedan atender a aquello que queremos contarles que es adecuado o no es adecuado. Importante también, esta palabra es de los psicomotricistas, la utilizamos mucho los psicomotricistas, que es estar a la escucha, pero no una escucha de ver qué es lo que nos cuentan con palabras, sino a todo lo que me estás transmitiendo con todo tu cuerpo. Porque los niños nos transmiten continuamente, incluso antes de hablar, a través de su tono de voz, de su mirada, de su gesto. Entonces vamos a leer un poquito más con sus conductas, con cómo se mueven, con a qué se están aferrando, a todo eso que nos están trasmitiendo más allá de lo que nos estén diciendo con palabras.
Algo que también nos ayuda en los conflictos es tener en cuenta que el amor es incondicional. ¿Y esto qué quiere decir? Pues que pase lo que pase, hagan lo que hagan, siempre los vamos a querer. Y eso lo tienen que tener clarísimo. Podremos no estar de acuerdo con lo que han realizado, con la conducta, pero el amor va a estar ahí. Además, vamos a ponernos en el punto de vista de un niño. Imagínate qué miedo. Qué complejo. En un mundo donde todavía no sabes lo que es adecuado o lo que no es adecuado, lo que es correcto, lo que no es correcto, en función de lo que hagas, lo que más necesitas, que es el amor, el cariño, la pertenencia de tu familia, de tus figuras de referencia, saber que eso te lo pueden retirar. Y cuántas veces esto se utiliza como amenaza. «Pues si no te comes todo, mamá no te querrá. Pues como no apruebes, te mandaremos a un internado. Un día… Mira, me tenéis hasta aquí, un día cojo la puerta y me voy». Esas amenazas de abandono incluso en el parque. «Pues yo me voy ya del parque. O vienes o te quedas aquí solito». Qué miedo, ¿no? Para los niños. Pues van a ser situaciones que nos van a cerrar a la comunicación y va a hacer que aparezcan más conflictos. El lenguaje que utilizamos, a veces con los niños usamos mucho el sarcasmo, los dobles sentidos como una forma de poner límites o poner nuestro punto de vista y es importante saber que hasta los cinco o los seis años los niños no entienden ese sarcasmo y ese doble sentido. Está ahí, poniéndose los zapatos por sí mismo, le lleva más tiempo y nosotros decimos: «Tú tranquilo, si tengo todo el día». ¿Qué le está llegando de nuestro lenguaje no verbal respecto a lo que estamos transmitiendo con las palabras? Lo que queremos transmitir realmente no le llega porque no somos claros. Y cuando le llegue lo que le queremos transmitir, estamos siendo muy ofensivos y no vamos a favorecer que cooperen y que entonces, vale, me lo pongo más rápido, sino que lo van a tomar como lo que es, como una ofensa, como una burla, y entonces voy a estar todavía más reactivo a esta situación. Entonces ya vemos que recetas mágicas no tenemos, pero tenemos pequeños tips, pequeñas ideas que nos van a ayudar a poder enfrentarnos mejor a esas situaciones del día a día.