“Mi imaginario nació de ver cosas bonitas donde no las encontraba”
Ricardo Cavolo
“Mi imaginario nació de ver cosas bonitas donde no las encontraba”
Ricardo Cavolo
Artista
Creando oportunidades
“Cuando era pequeño la mesa de dibujo era mi país”
Ricardo Cavolo Artista
Ricardo Cavolo
Corazones en llamas, estrellas y ojos, muchos ojos, confeccionan el particular universo de uno de los artistas españoles más reconocidos a nivel mundial. La brocha de Ricardo Cavolo ha acariciado paredes en México, Palestina o Hong Kong. Ningún rincón del planeta se escapa a su variopinto trabajo —de colores vibrantes y perfectamente reconocibles— que abarca libros, portadas de discos, colaboraciones de moda o exposiciones en galerías de arte.
Creció rodeado de lienzos y pinceles, mientras jugaba a ser artista como su padre. Aunque la infancia de Cavolo está también marcada por la separación de sus progenitores y la convivencia con la comunidad gitana en España, huellas latentes en el carácter social de su obra artística. “Desde muy niño he visto dos realidades sociales. En esta sociedad en la que vivimos nos han enseñado, desde muy pequeñitos, que tenemos que huir del fracaso y solo buscar el éxito. Y eso es agotador, demoledor e imposible. El caso es que muy pronto me di cuenta de que había estos dos caminos en la sociedad: la cara A, la oficial, la del éxito, y la cara B, de la pobreza, el fracaso y el barro”, reconoce el ilustrador.
Licenciado en Bellas Artes en la Universidad de Salamanca, Cavolo usa su iconografía colorista para mostrar realidades sociales incómodas. Y buen reflejo de esto es su libro ‘Periferias. Gran libro ilustrado de lo extraordinario’, donde acerca al lector a más de un centenar de realidades marginales. “Me encanta que el arte actúe como protesta social, de la manera que sea, pero no tiene por qué ser la finalidad”, matiza Cavolo, que con su desbordante imaginación nos traslada a mundos de fantasía, repleto de referencias del cómic, los videojuegos o la cultura pop. Autor de una decena de libros ilustrados, en su última obra reinterpreta 'Poeta en Nueva York', de Federico García Lorca.
Transcripción
Y encima veía que una persona, que es mi padre, se ganaba la vida de esa manera. Claro, flipas, en plan de: «Te vas a ganar la vida haciendo lo que más te gusta, que es pintar, dibujar, generar tu propio universo…». Me parecía un sueño. Y, de alguna manera muy natural, fui viendo, cuando me iba haciendo más mayor, que ese podía ser mi camino. No tenía muy claro en qué forma, porque cuando eres niño simplemente es como: «Vale, quiero hacer lo que hace mi padre» y lo tenía muy claro. El caso es que, por varias circunstancias, mi padre no fue capaz de continuar su carrera como artista profesional. Haciendo un gran ejercicio de responsabilidad, bajo mi punto de vista, se dio cuenta de que yo iba creciendo e iba teniendo necesidades vitales como niño, y entonces se planteó otra carrera. Con 35 años, se metió en la carrera de Bellas Artes, se la sacó, en un año se hizo las oposiciones, número uno, y terminó como profesor de dibujo en un instituto. Era una vida que seguramente era un buen plan B, pero no era su plan A. Tuvo que decir: «Bueno, no puede ser esto». Y a mí se me rompió un poco el corazón porque pensé: «Joder, si una de las personas a quien más admiro, mi madre y mi padre, mi padre, que es el artista que tenía en mente como estela a seguir, no ha sido capaz de hacerlo, yo tampoco voy a serlo».
Obviamente, cuando tienes otra edad, como la vuestra o la mía, sí puedes tener otro mecanismo mental de decir: «Eh, yo lo voy a conseguir, yo lo voy a hacer». Pero cuando tienes ocho o nueve años, al menos en mi caso no fue así. No tuve ese arrojo de decir: «Igual yo sí puedo demostrar que puedo hacerlo, las circunstancias de fuera me ayudan, etc.». No, lo deseché. Obviamente, deseché ser artista profesional, pero no dibujar y pintar, porque es una cosa que ya formaba parte de mí, es mi identidad, es mi felicidad, necesito seguir haciéndolo. Entonces, de alguna manera, se me truncó mi carrera de artista profesional con ocho o nueve años. Por eso digo que soy artista gracias a mi padre, que fue el que me metió en ese camino, y a pesar de él. Y ahora voy a explicar por qué. El «a pesar» es porque eliminé eso de mi camino, el ser artista profesional, y entonces fui con mucha calma. Nunca supe exactamente a qué me iba a dedicar. Hice bachillerato artístico porque era lo más cercano a lo que a mí me gustaba hacer. Hice Bellas Artes, pero nunca tenía la mentalidad de: «Voy a ganarme la vida pintando y dibujando». Sacaba derivaciones un poco más prácticas en el sentido de profesor, o trabajar en una agencia de publicidad, que en aquel momento estaba muy de moda… Una faceta más práctica o más pragmática de lo que era pintar y dibujar. Y creo que ese nihilismo o ese no aspirar a ser artista fue lo que me dio la calma suficiente y la pausa necesaria para conseguir ser artista profesional. Para llegar a esto, que se puede acabar en cualquier momento, necesitas mucha calma. Deciros esto es terrible, lo sé, porque tendréis muchas ganas de terminar vuestra formación y dedicaros a algo, no exactamente a lo mejor a lo mismo que yo hago, pero a algo relacionado con la creatividad, etc.
Y decir: «No, si es que esto va mucho más despacio» es como decir: «¿Cómo? Si estoy superpreparada para salir corriendo. ¿Cómo voy a tener que parar ahora?». En mi caso fue así. A lo mejor hay otros casos en los que funciona de otra manera, funciona la prisa. En mi caso no funcionó. Me dio la pausa necesaria para terminar Bellas Artes y tener una pausa plena y no tener el agobio que entiendo que mucha gente tiene para llegar a ser artista. Pero, de alguna manera, lo conseguí. Había algo, había una lucecita dentro que, después de muchos años y mucha paciencia e incluso de no verlo, me llevó por el camino. Después de esta introducción un poco larga, yo he venido aquí para que me hagáis preguntas, que siempre considero que es la mejor manera de resolver dudas, así que que empiece la primera o el primero, por favor.
Y muy pronto se me plantó delante de mis ojos un mundo bastante increíble que no esperaba nunca que hubiera tenido, y es que mi madre rehízo su vida, y la rehízo con alguien de etnia gitana, Antonio, que es mi padrastro. Pero «padrastroۚ» se me queda como una palabra muy legal, sucia y barata, que no alcanza a lo que fue esta persona para mí. Hablo en pasado de él porque murió en un accidente de coche, como 12 o 13 años después de casarse con mi madre. Los gitanos en España en los años ochenta vivían una realidad, la mayoría de ellos, bastante especial, que tristemente hoy se sigue arrastrando mucho tópico de ello, aunque afortunadamente ya muchos no viven esa situación: era vivir en poblado, era vivir en calles en las que se vendía droga, en las que había un gran nivel de analfabetismo… Digamos que todos mis primos, por llamarlo de alguna manera, tenía como 80 y pico primos, era una maravilla, tenían vivencias muy diferentes a las que yo tenía siendo un niño de cuatro o cinco o seis años. Y esto… Yo soy un niño muy observador y muy silente, muy callado, aunque ahora no lo parezca, y me fascinó comprobar muy pronto cómo había dos caminos, como mínimo, en la sociedad. Yo siempre lo llamo la cara A y la cara B. La cara A es la oficial, es la del éxito, la que sale en TikTok, la que sale en televisión, la que nos sacan en las series facilonas y simples, en las películas, etc. Es el centro de la ciudad, es donde sucede todo, son las pantallas en los edificios, etc. La cara B son los reductos outsider, a veces dentro, a veces fuera de la ciudad, que nadie quiere mirar hacia ellos, porque fundamentalmente lo que hay es pobreza, y la pobreza luego trae otro tipo de situaciones. Es el barro, digamos, y el barro significa fracaso. Y en esta sociedad en la que vivimos nos han enseñado desde muy pequeñitos, a través de varias pantallas, vamos a decir, que tenemos que huir del fracaso y solo buscar el éxito. Y eso es agotador, demoledor e imposible. El caso es que muy pronto me di cuenta de que había estos dos caminos. Vivía ambas vidas con la facilidad y la suerte de ser un niño payo que vivía en aquella situación, pero que siempre tenía la opción de salir porque mi padre vivía en otra situación vital. Entonces, me daba cuenta de que, al contrario que mis primos, que no podían salir de aquella realidad, no podían salir de aquello, y yo siempre tuve esa oportunidad. A partir de ahí no tuve ningún plan maestro, pero siempre quise, de alguna manera, hablar de esto y me ha caracterizado mucho desde que soy niño, primero como persona y luego como artista, el hecho de poder hablar de esta cara B de la vida.
“Eres artista y tienes una voz propia cuando eres capaz de sintetizar lo que has vivido con tu propio lenguaje”
Entonces, me vine a Madrid y me hice una FP de Grado Superior de Técnico de Imagen, que fueron dos años y, de hecho, cuando llevabas un año y medio, lo que quedaba de FP lo terminabas de prácticas en una empresa. Genial. Me metí de iluminador en los musicales de Gran Vía. Es divertido, a mí me gusta contarlo. Era el tipo que se iba al palomar, arriba del todo, con el cañón de luz y enganchaba a quien estuviera cantando en el escenario 300 metros más abajo. Ese focazo que veis que ilumina a la persona principal que canta, pues yo era uno de esos focazos. Me parecía que era un poco el principio. A partir de ahí podía formarme un poco más. Me metí en algún cortometraje como eléctrico, como iluminador. Me gustaba mucho, pero poco a poco me fui dando cuenta de que me daba pereza ese trabajo. Me desencanté un poco. Vi como muy lejos el hecho de dedicarme a iluminación más en televisión o en cine, en series, y siempre pienso que si lo deseché es porque no estaba hecho para eso, aunque me atraiga mucho. Es una gran lección que tenemos que aprender: darte en algún momento cuenta de para qué estás hecho. Entonces, de la manera más tonta, yo ya había dejado la pintura, la ilustración… Eso es otra vida. Pero, de alguna manera, como autoengañándome, volví poco a poco a ello. Mi trabajo en el teatro me obligaba a trabajar en un horario muy complicado, que era como de cuatro de la tarde a doce de la noche, y los fines de semana prácticamente entero el sábado y el domingo, porque tenías doblete.
¿Qué sucedía con eso? Que cuando yo tenía el tiempo libre, que era por las mañanas, todos mis amigos trabajaban, no veía a nadie, y cuando yo tenía que trabajar, ellos estaban libres. No tenía vida social. Entonces, por las mañanas, como autoengañándome, empecé a hacer collage, en plan: «Collage no es pintar, esto no es volver a ser artista. Esto es porque me gusta y me divierto y tal». Y solo recortaba. Cuando llevaba unas semanas: «El caso es que solo he recortado y tal. Voy a coger un lápiz y le voy a añadir una cosita, así, para pasar el tiempo; luego ya me pondré a estudiar». Y poco a poco fui implementando los collages, dejé por completo de recortar y de pegar y me metí con lápices y me abrí un blog. Pero era la manera de enseñar tu trabajo, lo que puede ser hoy Instagram. En aquel momento era un blog. Me lo abrí sin ninguna intención. Me lo abrí porque quería subir los trabajos que hacía para que mi padre, que vivía en otra ciudad, los pudiera ver y, cuando hablásemos, me dijera qué es lo que opinaba. Siempre hemos tenido esta relación de profesor-alumno. Seguí también en el tema del teatro y me metí a trabajar en publicidad, otro camino que no era el mío, pero en ese momento era el único salto que podía hacer hacia algo más cercano a lo que yo quería hacer. Me metí como ilustrador y diseñador gráfico, que no tengo ni idea de diseño gráfico, en una agencia de publicidad. Me acogieron sin un book, sin currículum, sin nada. Tengo que agradecer mucho a esas dos personas que me acogieron en una agencia pequeñita que se llama ES3 y me dieron trabajo durante dos años y medio, hasta que me di cuenta de que tampoco era lo mío.
Al mismo tiempo que trabajaba en la publicidad e iba literalmente fusilando trabajos de Paul Rand, que era el único diseñador gráfico que conocía y lo usaba para las campañas que tenía que hacer, iba haciendo mis ilustraciones, las subía a un blog… Tuve la gran suerte de que cada vez que había un trabajo de ilustración en la agencia me lo daban a mí. Me hacía muy feliz, pero rápidamente me di cuenta de que aquello no era lo mío por lo siguiente, lo cuento muy rápido: Cuando trabajas en una agencia de publicidad, trabajas con creatividad, pero a merced del dinero. Tú estás haciendo arte o algo creativo para vender algo. Entonces, te venía un cliente y te decía: «Mira, queremos una campaña que sea de diez», con palabras que están superrelamidas y supervistas de: «Queremos algo joven, rompedor, viral». Entonces, tú te llenabas de ilusión y hacías este trabajo de diez y lo presentabas, y te decía el cliente: «Es genial, es un diez, es lo que te pedimos, pero es demasiado diez. Vamos a bajar a un ocho porque, bueno, ya sabéis, la gente, las cosas que irrumpen, cómo se toman… Necesitamos no arriesgar. Vamos a hacer un ocho». Hacemos un ocho, queda hecho, lo presentas: «Genial, chicos, esto es genial. Es un ocho. Vamos a bajar al seis, ¿vale? Yo creo que en el seis nos quedamos». Entonces, hacías un seis. Y una vez tras otra te iba sucediendo esto. Te ibas dando con la cabeza en dieces hasta que bajabas al seis en cuanto a nivel de creatividad. Hasta que llegó el día en el que te piden un diez y directamente haces un seis porque sabes que es lo que va a funcionar. Y dices: «Vaya, aquí se ha muerto mi alma. Aquí estoy, pero no estoy».
Al mismo tiempo en que me iba dando cuenta de esto, mi trabajo como ilustrador independiente iba creciendo un poco aquí en Madrid. Iba haciendo cosas para grupos pequeños, para amigos que tenían algún local, alguna discoteca y querían algún flyer… Ese tipo de cosas. Y al mismo tiempo subía mis trabajos al blog y usaba lo que ya en ese momento existía, que eran los tags, las etiquetas. Y en aquella época, recuerdo que estaba obsesionado por el circo de los años treinta y cuarenta de Estados Unidos. El mundo freak me interesaba mucho porque era un simbolismo de esa cara B de la que os he hablado al principio. Esos personajes de circo que nadie en su pueblo los quería porque tenían alguna malformación, porque tenían algo excepcional, algo diferente; no les querían, los acogían en el circo, como en la película «Freaks» –si no la habéis visto, os la recomiendo mucho–. Y, de pronto, un día recibí un mail de lo que en ese momento era casi el espectáculo más grande en el mundo, que era el Circo del Sol. Hoy en día no es lo que era, pero en ese momento sí era muy tocho, era muy grande, era a lo que quería ir todo el mundo cuando nunca había entradas, tenían dos teatros en Las Vegas… Era una cosa muy grande. Recibí un mail de ellos, supuestamente, que decía: «Mira, hemos visto el trabajo que estás haciendo últimamente relacionado con el circo. Nos interesa mucho porque estamos trabajando con artistas para una nueva gira del circo… Nos gustaría que colaboraras con nosotros». Obviamente, yo no me lo creí, y lo primero que pensé es que mis amigos se habían currado hasta la extensión del mail, que ponía «cirquedusoleil.com», se lo habían currado en francés porque en esa zona de Canadá se habla en francés.
Yo me olvidé del tema, evidentemente. No hablé con mis amigos de esto porque me dio mucha rabia, y, entonces, nunca se supo que no habían sido ellos hasta dos semanas después, que volví a recibir un mail de ellos también: «Creemos que no has entendido bien la propuesta. De verdad que estamos muy interesados en este trabajo, en que estés con nosotros…». En ese momento, ya me puse rojo de vergüenza, porque en ese momento yo vendía mis dibujos a 20 euros o los regalaba. No regaléis trabajo nunca, pero yo en ese momento lo regalaba. El caso es que, por hacer un cartel, me estaban ofreciendo 6.000 dólares. Además, en ese momento colaboraban en esa misma campaña o en ese mismo proyecto con artistas muy tochos: Ron English, que es alguien que me gusta mucho, y más personajes que me parecían muy interesantes, en plan de: «¡Ostras!». Más que por el dinero, que fue y ahora os cuento por qué, fue por el pellizco en el culo que me dieron diciendo: «Eh, que tú estás aquí también. Puedes verte en esta misma plataforma, en este mismo escalón en el que están estos artistas a quienes admiras. Tu trabajo puede estar ahí». Sinceramente, fue como que nada de aquello que yo había destruido en mi cabeza porque a mi padre no se le dio bien en ese momento lo de ser artista, todo eso desapareció en plan: «O sea, que puedo a lo mejor hacer esto». Me llevé una alegría enorme. Por supuesto, al día siguiente dejé la agencia de publicidad porque tenía dinero como para vivir más de medio año y decir: «Esto tengo que usarlo porque, aparte del dinero, es hacer algo para algo que tiene una superproyección mundial. De aquí van a salir más cosas». Me puse muy optimista.
Dejé al día siguiente el trabajo, y al día siguiente llegó la gran crisis del 2008. Pero, bueno, yo tenía mi moral, tenía mis 6.000 dólares, y utilicé ese tiempo de la manera más práctica que pude y creo que lo hice muy bien, me mantuve. Siempre digo esto: lo más difícil no es que te llegue que el primer gran trabajo, que es complicado, pero lo más difícil es mantenerte después de ese gran trabajo, porque después del primer gran trabajo no te viene a la semana siguiente otro segundo gran trabajo, no. A mí, a lo mejor, tardó un año en que me llegara otra cosa del mismo calibre o más, pero fui capaz de usar inteligentemente la proyección que me dio el Circo del Sol, usar ese dinero para comer arroz durante ocho meses y utilizar ese dinero para pagar mis gastos, mi piso y demás, y todo el tiempo que pude, prácticamente 24 horas al día, seguir ilustrando mucho para que cada vez que alguien viera mi trabajo del Circo del Sol se fuera a mi perfil de Internet y dijera: «Hostia, esta persona tiene curro, tiene trabajo, tiene registro, tiene muchas cosas aquí detrás». Empecé a utilizarlo todo de una manera más o menos práctica y a currar sobre todo muchísimo, y a que a cada trabajo que me llegara le diera una importancia interna lo suficientemente tocha como para decir: «Hostia, este trabajo no me apetece nada», pero, cuando terminas ese trabajo, dices: «Hostia, pues ha quedado guay esto». Es muy inteligente esto. ¿Por qué? Porque, primero, tú… No te da bajón, sigues en una buena línea de trabajo, pero, sobre todo, nunca sabes quién va a ver tu trabajo. Nunca sabes si este trabajito para un centro comercial perdido en Valladolid no lo va a ver nadie. A lo mejor alguien ve ese trabajo en una agencia de publi de allí, como sucedió. Me dijeron: «Oye, esto que has hecho tú es muy guay». Y he trabajado con esa agencia de publicidad siete u ocho años seguidos. Nunca lo sabes. Nunca sabes dónde hay ojos. Y ahora, con las redes sociales, mucho más. También os digo: No podemos hipotecar nuestra carrera, nuestro futuro, en lanzar nuestro trabajo a redes sociales.
Estamos todas allí, estamos todo el mundo. Entonces, es muy difícil que alguien llegue a tu ventana. Y si llega a tu ventana, tiene que ver no solo una gran imagen que te flipa, sino que tú eches para atrás y un director de arte de una agencia diga: «Vale, esta persona no es flor de un día. Yo estoy mirando hacia atrás, en su historial, en su feed, y estoy viendo que esta persona es seria, es sólida; tiene un trabajo, tiene una voz, tiene una manera de trabajar propia, interesante, etc.», lo que se suele buscar, ¿no? Entonces, uno de los grandes secretos, para mí, de mantenerme después de ese gran trabajo fue darle importancia a cada pequeño trabajo que yo tenía. Y empecé a tener un problema que fue derivando, que es que cada cosa que me salía de hacer un libro… Todo lo que era relacionado con la creatividad y la cultura me flipaba y lo daba todo. Pero cuando me llegaba un trabajo de una agencia de publicidad para una marca… una marca de colchones, por ejemplo, o de coches, me daba bajón, en plan de: «Ay, esto…». Porque, románticamente, parecía como que no era de artista, ¿no? Pero claro, cuando eres pobre y tienes que sacar dinero de todo lo que puedes, tienes que utilizar también eso. Entonces, aprendí el truco que os he dicho: «Este trabajo que no me apetece nada voy a revertirlo para que al final del mes sea el mejor trabajo que he hecho durante el mes». Y, de alguna manera, me ha ido funcionando durante los años. De momento.
Entonces, luego ya en el instituto me puse las pilas, y en la facultad también. Y sucede que la facultad fue todo un aprendizaje de aguante, vamos a decir. Fue como una maratón rara porque mi padre, como os dije, él hizo bellas artes. Lo hizo tarde, dentro de lo que es el ritmo habitual, porque lo hizo con 35 años. Entonces, no pasó tanto tiempo desde que él lo hizo hasta que yo entré en la misma facultad y, por supuesto, seguían los mismos profesores dinosaurios allí. La mayoría dinosaurios. Había alguno que se salvaba, pero no voy a salvar a demasiados. Y el caso es que recibí una educación creativa y artística bastante pobre en la que, solo había una manera, por ejemplo, de pintar y, si te salías de esa cosa que le gustaba a ese profesor, no ibas a conseguir demasiadas cosas de ahí. Y a mí se me juntaba que, bueno, desde siempre yo he vivido en un contexto con bastante poco dinero. No voy a decir «pobreza», porque me parece una palabra que pesa mucho, pero, desde luego, no había ningún tipo de tranquilidad y de relax, en ese sentido, en mi casa. Entonces, de alguna manera, estaba obligado a sacar alguna matrícula de honor en la facultad cada año, porque los créditos que sacabas con matrícula de honor no los pagabas al año siguiente. Entonces, necesitaba esa «rebaja» que tenía que conseguir el año anterior. Entonces, me puse en un plan muy pragmático: «¿Tú quieres que yo pinte como Soutine? Voy a pintar como él. Los 12 cuadros que me pides para el año te los voy a hacer en los tres primeros meses». Yo me pasaba en la facultad desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche, que cerraban, y el resto del año lo usaba para mí. Tampoco tenía mucho dinero para cuadros y demás. Entonces, lo que hacía era pintar y repintar sobre el mismo lienzo por el simple hecho de practicar. Me iba a la biblioteca, cogía un libro… «Voy a jugar a este y ahora voy a jugar al otro», no sé… Salté durante cinco años que estuve en la carrera, menos un año de Erasmus, que fue una maravilla. Divertimento, básicamente.
Y, obviamente, cubrir el expediente y sacar las mejores notas posibles para no pagar demasiado al año siguiente. Me di cuenta, estando en la facultad, de que hay dos maneras de enseñar, como poco. Vi cómo la mayoría de los profesores tenía un solo método de enseñanza que, básicamente es: «Haz lo que a mí me gusta», porque esa es la verdad. Era curioso porque, además, cada uno tenía su verdad, en plan de: «Hablad entre vosotros, a ver qué sacáis de esto». Y si te salías de ese guion, la cagas. Entonces en ese momento me di cuenta de que mi padre conmigo lo había hecho muy bien. Como he contado, yo he dibujado con mi padre en casa desde muy pequeño y me ha contado que cuando yo me empezaba a frustrar porque no me salía una perspectiva, porque era todavía muy pequeño, o no me salía bien una mano, ese tipo de cosas, él me iba enseñando, me iba dando como nociones, pero lo empezó a hacer de una manera muy orgánica y muy bien. Estoy muy agradecido por ello. Siempre explico esto de esta manera. Como os digo, en la facultad, parecía que solo había un idioma muy concreto y un discurso muy concreto del que hablar. Mi padre, lo que hizo fue todo lo contrario: me dio letras sueltas, me dio un abecedario y me dijo: «Ahora tú hablas en el idioma que quieras y hablas de lo que quieras en ese idioma», todo traducido a herramientas creativas y artísticas. Me parece muy difícil hacer eso. Me parece un gran ejercicio de eliminar tu ego como persona enseñante y, simplemente, te voy a dar las herramientas y tú, a partir de ahí, haces lo que quieras. Me parece muy generoso. Y siempre cuento esta anécdota porque me parece divertida y porque todavía me pica un poco, me rasca. Yo en cuarto de carrera hui de la facultad de bellas artes, me fui de Erasmus a Milán. Fue un año que aproveché mucho para dibujar y aprender mucho de ilustración. Yo no suelo trabajar de noche, me pongo muy triste, soy una persona solar. Pero, en aquel año, fue como que me metí de lleno y trabajaba todas las noches. Me ponía música y me cogía unos cuantos libros, me acuerdo, de Miquel Barceló y de no sé cuantos más, y empezaba a hacer muchos ejercicios, y fue el acercamiento, un poco, a mi primera voz como ilustrador.
Está el tema del tatuaje que tengo en las manos, que son unos fuegos… Era como un mensaje, algo que me he hecho después, «a posteriori». Era como la luz que necesitaba esas noches para iluminarme –esto es como muy poético, pero es de verdad–, que necesitaba para iluminarme y hacer esos dibujos, esa formación propia que hice, un poco autodidacta, y quería ese recordatorio de ese año. De hecho, el «Cavolo», de «Ricardo Cavolo», no es mi apellido de verdad. Es una palabra italiana que, cuando empecé a tener un poco más de trabajo, quise adoptarla como apellido artístico, digamos, como mensaje, un poco, de cariño a aquel año que estuve en Milán. Cuando terminé este episodio de Erasmus volví a quinto de carrera, en Salamanca, y cogí la única asignatura que había de ilustración, que la daba un señor que era una eminencia en la ilustración en España, se había llevado dos premios Lazarillo de Tormes, que creo que es el Premio Nacional de Ilustración, y había trabajado en las principales editoriales. Era una persona que tenía unos métodos deleznables. Lo que hacía, básicamente, era: la primera semana escogía a dos o a tres personas, siempre tíos, por supuesto, que eran como sus pupilos, los que iban a estar alrededor de él y a los que él iba a amamantar, y los demás, el primer trimestre, por supuesto, todos suspendidos. Así, para que os deis cuenta de que la vida es difícil. Yo, tristemente, fui uno de sus escogidos. No entiendo muy bien todavía por qué, pero bueno, lo fui. Y la cosa derivó un poco en que él quiso ser mi mentor. En plan de,: cuando terminé la carrera, yo me vine para Madrid, él vivía en Madrid… Me dijo: «Si en algún momento tú quieres empezar un proyecto editorial, ilustrativo y tal, llámame. Lo hablamos, lo trabajamos juntos, te ayudo y vemos cómo se puede presentar esto a editoriales y demás».
Me puse a ello y empecé con un proyecto muy bonito, a mi modo de ver, que era una especie de enciclopedia mitológica, pero con dioses de hoy en día, que era… Siempre explico el mismo ejemplo, es como que hay un monstruo oscuro y vacío que va creciendo cada vez más, que es básicamente el hueco que estamos dejando en el suelo sacando el petróleo. Ese tipo de mitologías, que me hacía gracia traerlas a día de hoy. Y cada jueves, me acuerdo, quedaba con él, le enseñaba un poco mis bocetos, mis trabajos, por dónde iba… Y cada jueves me echaba a la mierda el trabajo: «Esto no. Esto así no. Esto no va a funcionar». Cada jueves durante un año. Cada jueves rechazaba el trabajo que yo hacía. Y yo no me daba cuenta porque estaba muy lleno de ilusión, creía mucho en esa oportunidad. Digo: «Voy a pelear por esto». Pero, claro, no se sostenía. Y la que era mi pareja en ese momento, ella me dijo: «¿No te das cuenta de que te está mareando, que ya has dado la vuelta entera al estilo y no estás sacando nada en claro?». Y me hizo darme cuenta, me hizo abrir los ojos. Y me dio mucha pena, pero dije: «Pues es verdad, tengo que terminar con esto». Entonces, el siguiente jueves quedé con esta persona y le dije: «Mira, te agradezco muchísimo… Te agradezco infinitamente esto que has hecho por mí, pero creo que no va a ningún lugar. A lo mejor no es el momento, etc.». Se lo tomó muy mal. Y, básicamente, la sentencia que le dijo a un chaval de 23 años que aspiraba a ser artista ilustrador… Me dijo: «Con ese trabajo que tienes no vas a llegar a ningún lado. No vas a sacar un libro en tu vida». Llevo diez, ahora. El caso es que al año siguiente o dos años después conseguí sacar mi primer libro con una editorial que se llama Periférica, un libro de Dickens, y, obviamente, se lo dediqué y se lo envié a casa. Yo creo que le llegó el mensaje. Me parecen muy destructivas este tipo de personas, sobre todo, en un proceso formativo, educativo. Y, tristemente, me encontré con muchas de ellas. Por eso igual estoy siempre un poco enemistado, pero considero que el proceso formativo es fundamental. Sin él, yo no estaría aquí, por ejemplo. Simplemente, hay que encontrar las buenas profesoras y los buenos profesores.
“Huir del fracaso y solo buscar el éxito es agotador, demoledor e imposible”
Pero esto que ya había ido cogiendo… «Se me han quedado cositas del románico y del cómic que voy a usar también para esto». Al final, es como un recorrido con varias paradas y en cada parada te has ido metiendo algo en la mochila. Al final, sueltas la mochila y esa mezcla de cosas, eso es tu estilo. Cuanto más lo fuerces, peor. Porque ni vas a sentirte 100 % cómoda con tu voz y no lo vas a saber hacer evolucionar bien, porque una cosa importante de tu estilo es que evolucione contigo. Yo veo trabajos míos de hace diez años y digo; «Qué bien que veo que he evolucionado, que hay cosas que he eliminado, cosas que he incorporado, cosas que en el camino he incorporado, y en el mismo camino también he quitado porque no me han interesado…». Pero, y esto es muy difícil, no hacerlo supeditado a los demás, a los espectadores. Yo entiendo, y a mí me pasa a día de hoy, cuando hago cosas, también eres consciente de: ¿Esto va a gustar? ¿Esto va a encajar? ¿Voy a vender libros con esto? Que esté en su justa medida. Porque cada vez que leo algo de algún artista o de alguien que sabe de arte, lo primero que te dicen es: «Dibuja para ti, pinta para ti, haz fotos para ti. Cuenta lo que quieras primero para ti. Si tú no te diviertes, si no te interesa, no le va a divertir ni interesar a nadie». Y, al final, esa voz tan específica, que es una mezcla de todas esas cosas por las que has pasado, que suenan ridículas… Si tú te pones a hacer un listado, dices: «Madre mía, ¿en serio? ¿“Mortadelo y Filemón”?» Pues sí, estuvo “Mortadelo y Filemón” ahí detrás, también, en algún momento. Y lo he tenido presente. E ir desenvolviendo cosas que tienes guardadas porque crees que no es de artista, o no es culto, o no es elevado, eso va aportando riqueza. O sea, el hecho de que yo en los últimos años esté metiendo mucho cartoon, mucho dibujo animado, es porque estoy dando rienda suelta a algo que he tenido desde que soy niño y que antes lo tenía parado porque no me parecía serio, no me parecía de artista. Y a lo mejor mi público, al final, no es el que yo aspiraba cuando era más joven o tenía como público ideal, críticos de arte. A lo mejor es gente joven, a lo mejor es otro tipo de gente con quien tenemos los mismos intereses y la magia esa en la que nos entendemos existe con ellos. Pues de eso se trata, al final.
Entonces, el tema del estilo… Es que no hay una fórmula, solo la fórmula es caminar, andar, dejarte perder y volver, y volverte a perder; y de todo ese camino, cuando pasan los años, obviamente tú te has tenido que ir ganando el dinero, a lo mejor, como artista profesional mientras tanto. OK, capea como puedas. Lo que sí te digo es que, cuando pase un tiempo, dirás: «Eh, esta es mi voz». ¿Y sabes lo más guay? Que en realidad tú no te das cuenta. Es gente que te dice: «Oye, he visto el cartel este de este grupo que toca en concierto. No estaba tu firma, pero era tuyo seguro, porque había esto y esto». Y digo: «Ah, pues sí». Y luego te viene otro: «Oye, ¿este libro era tuyo? No he visto la autoría, pero era tuyo porque había…». Y te vas dando cuenta de que, efectivamente, hay un esquema de cosas tuyas que son comunes, pero tú no te das cuenta, y eso es bonito. En realidad, eso es que has hecho un camino un poco natural. Y no os sintáis mal si a veces lo forzáis, es normal. Yo también lo he forzado. Ha habido cosas, trends, que han sucedido en equis tiempo que digo: «A ver si metiendo esto me ayuda un poquito a tener un poquito más de visibilidad y que me salgan más…». Todos. A mí me pasa, yo lo hago. A día de hoy, todavía me tengo que dar en la mano, en plan de: «No, déjate de tonterías». ¿Quieres sacar a las supernenas? Sácalas. «Es que no tienen ni idea ahora…». Me da igual, pero yo estoy con Cactus a tope y entonces necesito sacar esto. Pero tampoco tienes que buscar que funcione, simplemente que te guste, que te diviertas y digas: «Me voy a sentar a gusto, voy a explayarme aquí y voy a ponerme aquí siete dragones con siete Gandalf. ¿A quién le interesa? Ni lo sé. Alguien habrá que le interese». Y, si no, de ese proceso también has aprendido algo. Todo este proceso lo suelo explicar, a veces, con un cuento muy cortito, que no es ni un cuento, pero a mí me ayuda a ordenarlo. Lo explico como que hay un niño que dibuja, dibuja, dibuja, y de tantos dibujos que hace, ya no le caben en la habitación. Y entonces se le llena la casa de dibujos, tiene que ir mandando dibujos al resto de las habitaciones.
La casa se llena de dibujos y van cayendo por la ventana. Ya no hay sitio en la casa para los dibujos, entonces los lleva al parque, que es lo que tiene más cerca, que está abierto, y empieza a dejar ahí todos los dibujos. Y venga dibujos, y venga dibujos… Y termina siendo una montaña de dibujos. ¿Sí? Y la gente que pasaba por ahí a diario en plan de: «Esto no estaba aquí antes». Ya has llamado la atención. Hay muchas maneras de llamar la atención con tu trabajo, con tu estilo. La mía es con mi trabajo, porque soy bastante vergonzoso. Entonces, mi manera es: «Mira, si quieres pasar por ahí, te encontrarás con una montaña de dibujos. Párate si quieres». Lo bueno de este sistema es que, mientras has hecho esa montaña de dibujos, has conseguido varias cosas. La primera: la montaña llama la atención. Si quieres ganarte la vida como artista, tienes que llamar un poco la atención, de alguna manera, con tu trabajo, tiene que llamar a ciertas antenas, no a todas, pero a algunas tiene que llamar. Si hay una montaña, es más fácil encontrar ese trabajo. Para hacer toda esa montaña has estado años dibujando. Y en esos años, ¿qué has hecho? Has aprendido, has evolucionado y has conseguido un estilo, de alguna manera. Entonces, considero que, de todas las maneras que hay de trabajar, para mí, la única que conozco es trabajar mucho. Una vez que tienes todo ese trabajo, todo ese fondo, como decía antes cuando también tenía las redes sociales, aparte de que cuando alguien ve tu trabajo dice: «Ostras, aquí hay mucho trabajo, aquí hay mucha cosa desarrollada, se ve que hay toda una evolución de ida y vuelta, ida y vuelta, hasta llegar a esto», me parece muy interesante que una de las maneras de llamar la atención sea con tu trabajo en sí.
Y lo segundo, la simbología me interesa mucho porque, como ya he dicho, soy una persona tímida y me da un poco de vergüenza abrirme, que tiene narices siendo artista que me dé vergüenza abrirme, porque el ejercicio de artista es «te abres y enseñas». Es verdad que, según como bailes, así eres de una manera o de otra. Entonces, el simbolismo me permite hablar de cosas que, a lo mejor, si las hablara a las claras, me daría un poco más de vergüenza. Mientras que si las… no enmascaro, pero les doy una forma de simbolismo, aparte de que ya entonces soy capaz de exponer ese trabajo o ese concepto, estamos jugando a lo otro. Y, al mismo tiempo, no lo voy a negar, el simbolismo aporta un punto poético a lo que haces. Como decía antes, esa cosa atemporal, esa cosa de: «Ay, aquí hay algo que destramar que me gusta mucho». Entonces, lo he usado desde el principio. Siempre me ha interesado desde pequeño, me ha interesado desde «Indiana Jones y la última cruzada». Me acuerdo perfectamente porque había unas cosas de simbolismos y demás. Y, ostras, me fascinó. Entonces, he leído siempre mucho sobre mitologías, y nunca he trabajado una en concreto, me ha gustado mezclar. Lo que he hecho ha sido ir mezclando, generando las mías propias. Y entiendo que en mi trabajo hay muchas cosas de las que el espectador se pregunta: «¿Esto por qué?». Y me da mucha vergüenza explicarlo, siempre, lo reconozco. Lo que sí me permito es contar una, que es como casi de las más importantes y la que siempre cae como pregunta, que es el tema de los cuatro ojos. Con esta historia que os voy a contar, os daréis cuenta de que la simbología me gusta cuando se usa porque está ligada a algo tuyo personal, no por el simple hecho de: «Voy a jugar a simbología y a volveros locos el cerebro». No.
Cuento esto porque, de alguna manera, en mi vida ha sucedido algo y utilizo este mecanismo para otras cosas, ¿no? Esto viene, por ejemplo, porque, como ya os he contado, tuve este padrastro que era gitano. Cuando yo era pequeñito, vivía en casa con mi madre, obviamente, y por las mañanas me levantaba y veía cuadernos con caligrafía y con cuentas y demás. Yo estaba en el cole, entonces, yo hacía un poco esos mismos ejercicios. Digo: «¿Esto qué es? ¿Qué niño viene aquí por las noches a hacer ejercicios?». Y entonces le pregunté a mi madre: «¿Qué es esto?». Y me dijo: «Esto es para Antonio, porque él no sabe leer ni escribir». Era analfabeto, no había ido a la escuela. «Y le estoy enseñando». Y, bueno, aparte de que me pareció precioso y muy tierno, flipé un poco porque es una persona… Era una persona muy sabia, sabía mucho de muchas cosas. Era muy silencioso, pero cuando hablaba y te daba alguna nota, era como: «¡Buah!». Te quedabas muy loco. Y, entonces, no me casaba. Y cuando tienes seis o siete años, como tienes un poco esa insolencia, un día me armé de valor y le dije: «¿Tú cómo sabes tantas cosas si no sabes ni leer ni escribir?». Así. Te lo permites cuando eres niño. Luego, ya de mayor, es como: ¡plum! Y, entonces, se rio un poco y me dijo: «Pues porque he visto muchas cosas». Él, de pequeño, no fue a la escuela, sino que iba con su padre… Creo que era como compra y venta de burros y de caballos por toda España, por pueblos. En ese momento, para él era como un mundo entero, obviamente. Y, claro, esa persona, desde que era muy pequeña, vio muchas personas, vio muchos sitios, muchas situaciones diferentes… Y eso es aprendizaje, eso es sabiduría.
Me gustó mucho y se me ha quedado siempre en la cabeza. Y me gustó esto de que los ojos te sirven, final, para adquirir sabiduría, para adquirir conocimiento, y darte cierta profundidad, ¿no? Eres más complejo o más compleja si sabes más cosas. Entonces, lo que hago es un cariño a mis personajes. Si le doy un par más de ojos, es decir, cuatro en total, ese personaje va a ver más, va a saber más, va a tener más profundidad… Es como darle… No hay un misticismo, ¿vale? No lo veas como el tercer ojo y este tipo de cosas, no. Es una cosa tonta y simple, que es que cuatro ojos ven más que dos. Por lo tanto, esta persona va a ser más sabia, va a saber más cosas. Y, de este modo, una vivencia personal, la convierto en un simbolismo que me sirve en mi trabajo. De hecho, casi como seña de identidad. Entonces, el fuego está ahí por algo, las estrellas están por algo… Todo está por algo. No todo, también hay un punto estético que juega a adornarlo. Pero lo que me parece muy interesante es que el uso de la simbología no sea simplemente, pues eso, un crucigrama, sino que, si escarbas un poco, que conmigo es difícil porque me da vergüenza, pero si escarbas un poco, puedes sacar intrahistorias que te den una noción muy diferente a la obra. Yo soy consciente de que, si yo cuento de dónde sale cada cosa, la obra, la gente dirá: «Ostras, vale, ahora veo como las tres dimensiones, es mucho más profundo, más complejo…». Me pierdo eso en la vida porque me da vergüenza. Entonces, también me gusta un poco que las personas hagan ese juego, si quieren, de intentar adivinar un poco, y queda un poco en un terreno de nadie.
“Estoy muy a favor de que el arte actúe como protesta social, de la manera que sea, pero no tiene por qué ser la finalidad”
El otro referente… Ya sé que decir esto es como muy amplio, pero es la historia del arte en sí. Es que no puedo especificar exactamente porque soy muy culo inquieto y me canso :y me aburro enseguida de las cosas. Entonces, casi cada dos años, me he ido fascinando con un momento artístico de la historia del arte y, entonces, he pasado por todo. Hace unos años, la gente solo veía Frida Kahlo en mi trabajo. Pues sí, pero a Frida Kahlo no la ha tenido como… Pues eso, nunca digo «Frida Kahlo» como un nombre, sino que pertenece, a lo mejor, a un surrealismo y a una manera de exponer las cosas un poco diferente en aquella época… Entonces, vamos a hablar de vanguardias, porque hay muchas más cosas en las vanguardias que me interesan. O durante una época era el románico, como he dicho antes, y me obsesionó el románico. He ido como fijándome en diferentes focos de la historia del arte que me interesan, no solo como aprendizaje, como artistas, sino como referentes que uso para luego volcarlos en mi arte. Y luego, digamos, el tercer pilar, que voy a decir que es mi favorito, también, por lo diferente y por lo especial que es en mi vida y por cómo encaja, y ahora entenderéis por qué cuando lo explique, en mi vida personal, es el arte outsider o el art brut. Yo esto lo descubrí durante la carrera. Ya había visto cosas en mi casa porque mi padre tenía esas enciclopedias de arte, pero fue la carrera donde empecé un poco a investigar a partir de un hombre que se llamaba Jean Dubuffet, que él era artista en sí y tiene muy buenas obras. Él generó su trabajo a principios del siglo XX, hasta los años sesenta, más o menos, o setenta. Pero lo que más valoro de esa persona es lo siguiente: fue una de las primeras personas que, de manera pública, empezó a apoyar y a darle valor a un tipo de trabajo creativo y artístico que hasta entonces no se había tenido en cuenta, que es el arte outsider o el art brut.
En un principio… Luego se abrió todo ese espectro; ¿vale?, pero ¿cómo empezó él? Él tenía muchos amigos suizo. En Suiza, durante una época, había muchos, vamos a decir, centros para personas con algún tipo de enfermedad mental. Eran como residencias, de alguna manera, más en las montañas, era como lo apropiado. Y, entonces, tenía muchos amigos que eran los directores de estos centros, y a él, que era artista, le venía en plan: «¡Fíjate! Los pacientes que tengo, fíjate lo que hacen, ¡qué maravilla!». Y eran verdaderas joyas. O sea, era una cosa que, además, ha existido siempre: los márgenes del arte. El art brut, el arte outsider, ha existido desde que se pinta en las paredes en las cuevas, pero no fue hasta esa época, prácticamente, cuando se empezó a darle valor a aquello. Aquello también es arte. Lo que pasa es que hay una diferencia muy muy importante, y es la intención. El arte outsider, digamos, es el trabajo hecho por personas que casi la mayoría no pretenden entrar en el circuito del arte, no pretenden ser artistas; hacen arte por otras circunstancias. Siempre pongo este ejemplo. Hace poco fui a la fundación que abrió Jean Dubuffet en Suiza, en Lausanne. Abrió toda una fundación con todo ese trabajo que había ido recabando. Se convirtió en la persona más importante del mundo recabando información y este arte, ¿no? Y, obviamente, ya expandió sus redes no solo a estos hospitales o centros con enfermedad mentales, sino que fue abriendo el espectro, porque había gente que no estaba en esos centros que también hacía este tipo de trabajo. Y siempre pongo el mismo ejemplo. Esto es una persona que sí que estaba en un centro de estos, que estaba acogido, y, bueno, tenía ciertos problemas mentales. No es un ingrediente fundamental en los artistas outsider alguna desconexión mental, etc., pero sí es bastante común, porque es muy difícil hacer este tipo de trabajo si no es con una intención capitalista, vamos a decir, y estas personas no la tienen.
Esta persona estaba obsesionada con que su hígado le había declarado la guerra. Entonces, tenía miles y miles y miles de páginas en las que relataba batallas con su hígado: victorias, derrotas, estrategias militares… Pero miles de páginas solo sobre esto. La primera vez que te cuentan esto es como: «Esto es como un cuento, esto no es de verdad», pero empiezas a desgranar y ves muchas personas. Hay otro artista que se llama Henry Darger, que era barrendero, básicamente, y dibujaba en su casa, y tenía cierta desconexiones también en la sociedad, de alguna manera. Por ejemplo, escribió un libro de 4.000 y pico páginas, que era su biografía, pero su biografía solo comprendía unas 100 páginas. Las otras 3.900 era la narración de cómo entró un tornado en su pueblo, básicamente. Para que lo veáis, es como… Parece inventado, pero es de verdad este tipo de cosas. O, cuando él murió, encontraron su casa repleta de grandes papeles rodeando todas las paredes con grandes dibujos. Aquí detrás hay una niña con unas alas de mariposa y demás. Son las «Vivian girls». Eran unos personajes que él se creó, que eran como un ejército de niñas que tenían pito. Unas niñas que luchaban contra los malos, que eran soldados confederados de Estados Unidos. Estas niñas tenían pito porque él nació y, cuando nació, lo separaron de su hermana y lo metieron en un orfanato. Entonces, él se quedó siempre con la cosa de que no había conocido a su hermana, hasta el punto de que no mantuvo relaciones sexuales con ninguna mujer de su ciudad por miedo a que fuera su hermana.
Por tanto, durante mucho tiempo no había visto un cuerpo desnudo de mujer. Y entonces, dijo: «Si yo tengo pito, esta señora tendrá pito». Os cuento esto para que os deis cuenta un poco de qué cabezas hay ahí, que son superinteresantes, y lo que puede salir de ese trabajo. Esto se mira desde el respeto y desde el cariño, y, obviamente, es trabajo al que se le ha dado toda la importancia que merece y se les ha hecho saber. Y luego, de hecho, muchas de esas personas, artistas outsider, les ha llenado de ilusión y de alegría mucho verse en una galería, ver que venden su trabajo… A fin de cuentas, me parece toda una corriente que empezó a generarse, que ya existía antes, pero a la que se le empezó a dar luz en el siglo XX, y me parece la más potente de todas. Me parece increíble porque, normalmente, es gente autodidacta que no ha tenido ningún tipo de formación académica, por lo tanto, sus dibujos, su arte, no es académico. Parecen dibujos de niños pequeños. Pero, al mismo tiempo, con ese lenguaje te están hablando de cosas muy profundas, a veces muy oscuras, muy raras, muy de otro mundo. Por eso es arte outsider, porque está fuera de nuestro entorno. Y me parece una mezcla tan potente que para mí es como el culmen del arte, es como: «¡Buah!». Es puro. Hay un señor que llenaba… Hacía casas y casas y casas de perros llenas de conchas, de cosas, de perlas… Todo porque quería tanto a su perro que quería la mejor casa para su perro. Además, es que las intenciones en la mayoría de los casos eran puras. Es como muy bonito, muy romántico. Entonces, esa faceta del arte, de la historia del arte, esa corriente artística, me ha interesado siempre mucho. Yo he coqueteado, de alguna manera, con ello; coqueteado en el sentido de que, claro, yo no soy un artista outsider, yo quiero vender mi trabajo. Tengo muy claro las cosas y sé lo que hago. Lo hago desde el respeto, desde la admiración y desde darle, sobre todo, apoyo y soporte. Por eso, siempre que puedo, yo tengo un altavoz hablo de esto porque me parece un mundo todavía por descubrir por muchas personas y que es fascinante.
Entonces, más que nacer con una predisposición o «es que lo lleva en la sangre», no lo sé… Sí creo en esa cosa un poco oculta que tenemos que encontrar, que tristemente hay gente que se va de aquí sin haber encontrado eso, no se lo ha permitido o no se lo han permitido desde fuera, lo cual es aún peor. A veces, llegamos tarde… No tarde, pero, a lo mejor, lo encontramos más tarde que en nuestra propia formación y no pasa nada. Porque si crees en ello, de alguna manera… No quiero sonar muy a Disney, pero sí creo en que, si tienes energía para esto, nunca es tarde para dedicarte a algo por lo que realmente estés dispuesto a invertir esa energía. Porque, os lo aseguro, para llegar a ser artista profesional hay que invertir mucha energía, muchísima energía, hasta el punto de que te puedes vaciar, como a mí me pasó en su momento. Entonces, sí creo en que, si das con ello, no es que: «Ah, lo mío es el arte. Entonces sé dibujar bien». No. Simplemente es que tu cabeza está preparada para invertir el exceso de horas que tienes que invertir para llegar a algo. En eso sí creo. Sé que es un poco abstracto, pero no creo en que ya tengas una gran mano para pintar o una gran cabeza para jugar al ajedrez. No. Simplemente es que vas a poder… Te va a hacer ilusión invertir todo ese tiempo y esas horas que no vas a dormir en perfeccionar lo que te gusta y lo que amas. Y, a partir de ahí, creo que puedes desarrollar la creatividad, porque, al final, termina siendo un juego. Pero considero que, de alguna manera, lo único que te aporta algo cuando naces es la energía y el tiempo necesario para desarrollar eso.
Siempre pongo de ejemplo que a mí me gusta mucho, me interesa mucho, el cine de Kusturica. Es un cineasta de los Balcanes y siempre, en sus películas, ha hablado mucho de los gitanos de allí, de los Balcanes. Y hacía un retrato de ellos sobre cómo vivían, las circunstancias en las que vivían, sobre todo en los ochenta y en los noventa, que eran malas circunstancias. Como os he explicado antes, ¿no? Poblados, sin asfaltar, etc. Y siempre hablo de esta imagen, que me gusta mucho. Hay una imagen en una película que se llama «El tiempo de gitanos», que es muy triste, pero es muy interesante. Es de un poblado gitano a las afueras de una gran ciudad en la que no hay asfalto, ha llovido y es todo un verdadero lodazal. Es imposible caminar de una casa a otra. Yo he vivido en algún poblado en el que también existe esa situación y es un horror. Es un símbolo muy claro de dónde vives y de cómo te trata la sociedad. Si no tienes ni suelo que pisar es como: «Vale, OK». Y me ha parecido siempre muy bonito… Hay un plano de este pueblo en el que está lloviendo. Hay un señor que quiere moverse de una casa a otra. Le cuesta mucho pisar en el fango, se le queda un zapato, incluso, en el barro. Y, de pronto, aparece un cisne blanco. Sin más explicación, no hace falta explicar, pero aquí también hay magia. Aquí también puede haber algo interesante, aquí puede haber un cisne. Y dejadme que os diga: cuando hay un cisne en ese lodazal, la imagen es 100 veces más potente que si ves un cisne en su pantano, porque el contraste es tan bestia que dices: «¡Buah!». A mí, por lo menos, me ponía la carne de gallina. Es como: «Vale, esto me mueve por dentro». Entonces, ha sido un poco mi maquinaria.
Yo saqué un libro hace unos años, que es como mi niño bonito, que se llama «Periferias». Básicamente, es un ejercicio constante de hacer eso y es un ejercicio mental que he tenido desde que soy niño. Y he ido viendo cuando yo vivía en ese ambiente con los gitanos, en un poblado, que no había dinero para nada, pero me asombraba cómo, en condiciones de mierda, era gente capaz de divertirse, de pasarlo bien, de quererse, de cuidarse… Me pareció muy bonito, me pareció una lección increíble cómo luego, en otras situaciones mucho más cómodas y mucho más de éxito, por decirlo de una manera, no existía esa relación entre las personas. Entonces, mi imaginario nació a partir del amor y de ver cosas bonitas donde, a lo mejor, a priori no las encontrabas. Y ya cuando vi esto de Kusturica, me pareció como una… Me pareció un leitmotiv muy interesante. Y este libro, por ejemplo, es como mi principal arma de protesta social, de alguna manera, si vamos a llamarlo así, en el que te cuento realidades. Realidades, digamos, outsiders, realidades no de éxito a priori, como decíamos antes. Y ya, para empezar, la estás visualizando. El hecho de hablar de ello es como: «Vale, en un libro están hablando de los albinos en África, que son gente que es perseguida o asesinada, porque hay unas creencias casi primitivas en las que se cree que son gente con el demonio dentro, o son homosexuales y también tienen el demonio dentro…». En fin, este tipo de realidades. Y a mí se me ocurría: «Vamos a ver: quiero ponerlo en un libro, bien claro, en una página entera. Pero en la otra página quiero que cambiemos el mood. Vamos a arreglar esto de otra manera», y entonces te explico que es que estas personas, que son de raza negra pero son albinos, son así porque son los vigilantes que se ponen en montañas muy altas y, cuando va a venir un meteorito, estas personas… ¡bum!, lo absorben. Y de la absorción y de la hostia de luz y de calor que tienen se les va el color y se quedan blancos. Entonces, es como convertir a alguien que ha sido denostado, perseguido, asesinado, mutilado, etc., en un héroe, en algo…
Ya sé que esto no arregla la situación que viven, pero, de alguna manera, te pone el chip de otra manera, en plan de: «Joder, igual es más interesante ver todo esto de otra manera». No te voy a decir que veas magia allá donde vayas. Si la ves, genial, pero, al menos, cambiar un poco el chip, ¿no? Y esa es un poco la labor que yo intento hacer. No quiero… No se me da bien la cosa contestataria y la cosa bruta, que me encanta. Me encantaría poder hacerlo porque es el tipo de arte que más me enciende, pero no sé hacerlo. Sé hacerlo desde el cariño. Entonces, lo que trato de hacer todo el tiempo es enseñar y poner en un pedestal cosas que la sociedad se ha encargado de poner en el barro, y decir: «Eh, no, no, no, esto es muy bonito. Mirad esto». Yo hablo de los gitanos mucho porque es la realidad que conozco, pero, obviamente, hay muchos… en el libro de «Periferias» lo hago, hay muchos estratos, no solo de grupos humanos, sino de grupos urbanísticos y de países en sí, de todo. Entonces, digamos que mi acción de protesta social es desde el amor, desde ensalzar e iluminar lo que me parece que es digno de ver y que no nos dejan ver porque parece que no significa éxito. Un elemento más que he querido incluir en mi trabajo, porque, a medida que voy aprendiendo cosas, las que no incorporar en mi trabajo, es el tema de feminismo, evidentemente. Tengo, además, la suerte de que mi novia, María, es mi gran profesora sobre esto. Tengo mucha suerte de que alguien me enseñe cada día sobre esto. Y, obviamente, estoy todavía en proceso de aprender más para poder aportar luego también, ¿no? Y, obviamente, una vez que aprendes e incorporas algo, como artista, lo quieres incorporar en tu trabajo. Y entono el «mea culpa», por ejemplo, a la hora de… Hace unos años, cuando todavía no tenía todo esto muy trabajado, caí en la cagada que hemos caído todos durante muchos siglos, que es, por ejemplo, plantear la figura de una mujer en tu arte siempre con un punto estético, a veces, solo estético.
Es como el que pone una flor. He mamado la historia del arte que han contado ciertos señores, se ha contado de cierta manera. No me estoy excusando, pero estoy explicando de dónde viene todo esto. Hemos aprendido una historia del arte con ciertas normas, y esas normas eran: «La mujer solo se representa como algo bonito o como algo peligroso». En fin, siempre mal, ¿vale? Pero la manera más positiva de presentar a una mujer siempre era como algo bello y punto, nada más. Y, obviamente, aprendí que esto es un craso error, es un error enorme. Sobre todo, porque, además, tu trabajo, si no lo viera nadie, pues es tu problema. Tendrás que generar tus soluciones, etc. Pero si encima hay gente que lo ve y usa las redes sociales, hay mucha gente que está viendo ese mensaje, y aunque seas consciente, no lo estás leyendo y se te está quedando dentro. Aprendí esto y, obviamente, enseguida quise rehacer mis conceptos y mis simbologías. Y, desde entonces, trato de… no enmendarlo, porque el error que está hecho, está hecho. Lo que quiero es aportar, y lo que quiero es presentar a mujeres, a chicas, que no están ahí simplemente por hacer algo bonito, o sea, por ser bellas, porque, a lo mejor, no lo son, depende de qué pienses qué es bello y qué no, sino que están haciendo cosas. Me interesan… En mi trabajo siempre pongo a tías que están haciendo cosas. Siempre hablo de Cactus por eso, porque me gusta, de «Las supernenas»… Sé que es una referencia un poco antigua, lo siento, buscadlo por ahí, «Las supernenas»… Pero Cactus era un poco la peleona, la que no quería ir mona o le daba igual, básicamente. Tenía su estética y eso me gustaba. Y, de alguna manera, era la que me gustaba. Yo, si tenía que salir o ser amigo de alguien era de ella, pero no tenía ese discurso implementado en mi arte. Y entonces, poco a poco, lo he ido haciendo. Mi trabajo son personajes, son retratos. Entonces, he tratado de hacer una sobrecompensación y generar mucha imagen de mujer haciendo cosas. Lo siguiente es que dé absolutamente igual qué personaje esté ahí. Simplemente, contar la historia. Porque, a lo mejor, esa persona… Tú visualmente ves que es una mujer, pero no se siente mujer. En fin, entramos en un discurso mucho más fluido, afortunadamente. Y me ha interesado… Soy una persona de 41 años. Entonces, como comprenderéis, durante una gran parte de mi educación he recibido una educación bastante errónea sobre todo esto, y bastante anticuada. Y, afortunadamente, me han hecho ir viendo un poco cómo se puede plantear de otras maneras, como debe de ser, y es algo que trato de implementar en mi trabajo a diario.
Entonces, siempre lo he tenido ahí como como ayuda. He usado mucho a Lorca. Y luego, además, he tenido la suerte recientemente, en los últimos años, de ilustrar dos de sus principales poemarios, que son «Romancero gitano» y «Poeta en Nueva York», que acaba de salir. Nunca salió de mí hacer esos libros, porque le tengo mucho respeto. Fue cosa de mi editor, de Javier, que él es muy amante de Lorca y me dijo: «Oye, ¿y si “Romancero gitano” y tal…?». Y digo: «Bueno, si me lo pides, no te voy a decir que no». Entonces, traté de hacer el mejor trabajo posible. Estoy superorgulloso de lo que hice. «Poeta en Nueva York» ha sido como un trago muy raro, muy difícil, porque tenemos idealizado ese libro, como que: «No, es el Lorca de la modernidad, en Nueva York, de los negros…». Sí, pero es un Lorca que estaba deprimido y con el corazón roto. Entonces, Nueva York le pareció la peor ciudad del mundo, donde todo el mundo, en sus propios poemas lo dice, vomita, caga, se mea y asesina en las calles. Es como: todo mal. Vale. Pues jugué a eso y ha sido un poco difícil, pero, bueno, estoy muy contento con el resultado. Y, sobre todo, porque, de alguna manera… Esto es cosa mía, esto es una paja mental mía, ¿eh?, lo sé, pero, de alguna manera, mientras he hecho esos libros, he tenido un poco de diálogo con Lorca y le he entendido muy bien, porque, además, desentramar lo suyo para convertirlo en imagen es muy difícil. Entonces, me considero un poquito más amigo… Esto es muy loco, ¿eh?, pero me considero un poquito más amigo de Lorca que antes de empezar los libros.
Y llega un punto en el que había veces que me despertaba en un sitio y no sabía ni en qué ciudad estaba ni en qué país, y empezó a ser todo un poco raro. Empecé a tener ataques de ansiedad por exceso de trabajo. Hasta que un momento, un día, me hizo «clac» el cuerpo y no fui capaz ni de levantarme de la cama. Tuve que parar seis meses de trabajar. Durante las primeras semanas tuve, no intentos, pero, desde luego, pensamientos suicidas constantes. O sea, tuve un mes inicial malísimo, muy malo, que lo recuerdo… Soy capaz de recordarlo y rememorarlo ahora con fuerza y decir: «Joder»…. Y, a partir de ahí, empecé un proceso de terapia que me curó. Afortunadamente, hice bastante bien mis deberes y, a pesar de estar muy mal, me puse más en serio con la terapia y conseguí salir de aquello. Y aprendí muchísimas cosas. La primera es que la mierda se te queda dentro y lo que tienes que hacer es aprender a vivir con ella. Yo hablo siempre de que tus demonios y tus fantasmas, al final, terminan siendo tus amigos, porque, de alguna manera, son un recordatorio de hacia donde no tienes que ir. Siempre cuento que en la dinámica en la que yo estaba, de exceso de trabajo y de cierre emocional, con muchos ingredientes perfectos para estar mal, era como que yo iba caminando hacia un precipicio sin tener ni idea de dónde estaba el precipicio, con una bandana, con un pañuelo puesto en los ojos, y no veía. Entonces, claro, así es muy fácil caer, porque no sabes dónde está el peligro. Lo bueno de ahora es que aquellos demonios y aquellos fantasmas me recuerdan muy bien dónde está la caída. Y en cuanto empiezo a escuchar el viento, digo: «Vuelta para atrás», y me ayuda mucho.
Es difícil. Es un proceso muy difícil con el que me obsesioné un poco y, de hecho, saqué un libro que se llama «Humphrey», que es como me llamaba mi padre de pequeño, porque era un tipo duro, como Humphrey Bogart. Y, básicamente, uso el libro como recordatorio para mí. O sea, fue un libro que hice para mí en plan de: «Eh, has tenido todo este camino, un camino muchas veces muy difícil a nivel personal. Llegaste a este punto, has aprendido, no lo olvides». Es como los apuntes que te haces antes de un examen. Y, obviamente, es un tema que es triste, pero antes no hablaba de la salud mental porque, como os dije, tenía mucho cierre emocional y, si tienes cierre emocional, no quieres hablar de ello. Y desde que me sucedió esto, digo que es triste porque parece que te tienen que suceder ciertas cosas para que empieces a valorarlas y a darles la importancia que tienen y que hables de ello, pero empecé a usarlo en mi trabajo. Empezó a ser un elemento más que quería introducir en mi trabajo, hablar de ello… No porque me crea alguien que vaya a impartir una gran sabiduría, pero, desde luego, las cuatro personas que me vean, que vean que eso es una constante y que soy pesado con ello y que quiero hablar de ello para que lo tengamos muy en la cabeza. Afortunadamente, en los últimos años, es algo de lo que se empieza a hablar. Sigue siendo tabú, pero cada vez menos. Y, obviamente, yo solo quiero aportar un granito más de arena para que esto deje de ser un tabú. Y, sobre todo, lo último que me gusta decir sobre esto es lo que os he dicho al principio, que sé que es muy difícil asumirlo, pero es tener calma. Y la prisa, sobre todo… La prisa, en general, nos mata. Pero si encima eres artista o eres creativa, eres creativo, la prisa destruye, te destruye a ti y destruye tu creatividad. Entonces, sé que es muy difícil meterle pausa, y más hoy en día. Es como «OK, ¿y de qué vivo?». Lo sé, yo he hecho otros trabajos mientras desarrollaba mi trabajo como artista. Haces lo que puedes, pero, desde luego, no olvidarte de no perder un poco esa calma, porque, si no, te caes por el precipicio.
Algo que sí que me gusta siempre tener muy presente y decirlo siempre por si hay alguien a quien, cuando lo escuche, le viene bien, es que es difícil, a veces, ver en el proceso en el que estás. Yo no me di cuenta de que necesitaba ir a terapia hasta que mi novia me lo dijo. Está guay que alguien te lo vea, pero si tú puedes hacer por entender que estás necesitando ayuda, que no eres la misma persona que hace un tiempo, que hay algo que no funciona…, creo que lo primero que hay que hacer es buscar a alguien, la persona con quien más confianza tengas, ya sea tu padre, tu madre, tu novia, tu amiga… Me da igual, pero habladlo. En el primer momento en el que lo hablas, aunque parezca mentira, has hecho la mitad del recorrido. O sea, si son mil pasos desde que estás en depresión o tienes alguna situación no muy buena en tu cabeza hasta que sales de ello bien, los primeros 500 pasos los das del tirón cuando es la primera vez que lo dices. En plan: «No estoy bien» Ahí has abierto la puerta más difícil. Sé que es un tópico y sé que es muy difícil cuando alguien se ve en esa situación, pero, si lo haces, es como: «OK, ahora empieza una serie de trabajos duros. Pero, si no haces esto primero, te vas al hoyo». Entonces, lo primero es hablarlo. Y, por supuesto, lo siguiente es buscar ayuda profesional. Entiendo que, en el país en el que vivimos, ahora mismo es muy difícil, si no tienes muchos medios; buscar terapia es muy complicado y es muy caro. Yo, afortunadamente, pude permitirme pagar un terapeuta privado, pero es una dificultad añadida. Pero creo que, como mínimo, al empezar el proceso ya has ganado la mitad del camino. Espero que os haya interesado el rato que hemos estado aquí. Mil gracias por la paciencia. Mil gracias por el interés, por las preguntas. Yo me voy muy… Me voy siempre muy completo y muy contento después de este tipo de encuentros con gente a la que, de alguna manera, le interesa lo que cuento, porque, como he dicho al principio, no soy un teórico, simplemente cuento mi historia. Si sirve de algo, genial, Y, si no, mil gracias por la paciencia. Muchas gracias.