Los tres principios universales de la química
Deborah García Bello
Los tres principios universales de la química
Deborah García Bello
Química y divulgadora científica
Creando oportunidades
¿Qué tienen en común el arte, la literatura y la química?
Deborah García Bello Química y divulgadora científica
Deborah García Bello
Deborah García Bello es química, investigadora y divulgadora científica, que descubrió su vocación por la ciencia gracias a la influencia de un profesor. Desde entonces ha buscado las palabras y la convergencia entre ciencia y humanidades para describir el mundo con la precisión de la química y acercar el conocimiento entre las llamadas "dos culturas". Su investigación actual se centra en la ciencia de materiales en el Centro de Investigacións Científicas Avanzadas (CICA) de la Universidade da Coruña, especializándose en la semiótica —o significado— de los materiales empleados en el arte contemporáneo.
Su trabajo de divulgación comenzó con el blog científico " Dimetilsulfuro", en honor al compuesto que describe el olor a mar, que después pasó a llamarse Deborah Ciencia, nombre que se ha convertido en un icono de la comunicación científica en prensa, radio y televisión. Su trayectoria ha sido reconocida con varios galardones, como el Premio Bitácoras 2014 como Mejor Blog de Ciencia en España, Premio Tesla de Divulgación Científica 2016, Premio Prisma de Divulgación 2017 por su libro 'Todo es cuestión de química', o el Premio de periodismo científico ANEABE 2021 por su trabajo divulgativo sobre los plásticos. Entre sus obras destacan '¡Que se le van las vitaminas!', 'No tocar' y 'La química de lo bello'.
Transcripción
Porque los artistas contemporáneos, cuando quieren darnos algún mensaje, a veces lo hacen a través de los materiales que emplean. No significa lo mismo un hormigón que una aleación de bronce o una aleación que sea un acero, o que utilicen una pintura o un pigmento u otro. Ahí yo intento leer la poética que hay en esos materiales. Soy como soy, sobre todo por la familia en la que me crie, como casi todos nosotros, las personas que más han influido en mi vida, yo creo que fueron mis padres, son mis padres, y no porque ninguno de ellos se dedique ni a la ciencia ni al arte, no tienen un vínculo profesional y casi de ningún tipo, ni con la ciencia ni con el arte, pero me han enseñado lo importante. Mi madre ha sido casi toda su vida profesional, ha trabajado como dependienta y como escaparatista en tiendas de ropa y mi padre ha trabajado casi toda su vida en el sector del automóvil, como ruedero. Y lo que he aprendido de ellos es el amar la profesión que tengas, aunque te haya tocado en suerte. O sea, que siempre sientas pasión por las cosas que haces y es algo que no me lo dijeron, lo aprendí de verlos como eran, porque sí que es verdad que ellos valoraban muchísimo su trabajo e intentaban ser muy buenos en lo que hacían y se lo tomaban muy en serio y respetaban muchísimo su profesión.
Y luego hay otra cosa que sí que creo que me influyó para que me interesase por el arte, que es una cosa que hacíamos en casa generalmente los domingos por la tarde, que era hacer manualidades. No lo voy a llamar arte porque eran manualidades. Íbamos a la tienda de manualidades del barrio y de allí pues mi madre compraba: «Vamos a probar cómo es la pintura acrílica», compraba acrílicos, el típico bote de pintura La Pajarita o témperas y utilizábamos soportes diferentes, porque no es lo mismo pintar con un material u otro. Otro día, por ejemplo, compró un estuche de acuarelas y la acuarela necesita un papel diferente porque es una pintura que lleva muchísima agua y simplemente probábamos. Y aunque me gustaba mucho hacer todo eso, sí es cierto que mi hermano pasaba su tiempo de ocio dibujando y yo pasaba mi tiempo de ocio escribiendo, que es otra de las cosas que más me gusta hacer. Lo escribía todo, se me ocurría un relato y lo tenía que escribir, o una reflexión y ya la escribía, aun siendo pequeña, que son reflexiones que, bueno, en fin, pero las tenía que dejar por escrito y empecé a leer muchísima poesía, a medida, gracias también a mis profesores del colegio, que me fueron orientando según mis gustos, a qué poetas podía leer.
Pues sí que me fui mucho por ese camino y creía que tendría que acabar estudiando algo relacionado con eso. Es decir, mi idea era: «Pues tendré que estudiar Filología Hispánica, que será lo que estudian los escritores». No lo sé. Tuve un tiempo en el que me debatía entre estudiar Filosofía o Filología Hispánica, con cualquiera de las dos seguro que soy feliz. Hasta que apareció en mi vida la química. No por primera vez, sino cuando apareció un profesor en concreto, que fue un profesor que se llama Joselu Sanz, que hoy en día también es amigo y que es químico y daba clase de todas las ciencias, como somos los químicos en general, que damos clase, un poco de todo. Pero a mí me gustaba especialmente cuando daba las clases de química, porque él utilizaba la química para hacer esas descripciones precisas de la realidad. Porque la química, al final, igual que la ciencia en general, es una forma de describir el mundo con sus propias reglas, con un prisma característico, pero es una forma de describir el mundo y la química daba el nombre concreto a todas las cosas que sucedían.
Es una forma de describir el mundo que es precisa, que es elegante, que es bella y me fascinó. Y dije: «Tal y como lo cuenta él, yo lo tengo que contar al mundo». Y ahí tomé la decisión de: «Tengo que aprender de química todo lo posible para luego contárselo a los demás». Entonces, bueno, por eso también pensé: «Si estudio esto, pues tendré que acabar siendo profesora, que es la forma lógica de compartir esto con los demás». Al final sí que fui profesora durante muchos años y la vida me llevó a la divulgación científica, que no tiene nada que ver, pero no deja de compartir esa parte nuclear que es compartir con el mundo las cosas que nos gustan. Y después, con el tiempo, bueno, pues la vida me llevó a dedicarme a la divulgación y a la investigación. Y en parte fue porque descubrí conexiones entre diferentes formas de conocimiento de las que yo no era consciente. Y estas conexiones son entre la ciencia y el arte. Y esto vino sobre todo por influencia de mi hermano, de Cristian, porque Cristian empezó a estudiar Bellas Artes. Cristian y yo nos llevamos muy poquito tiempo. Yo soy del 1984 y él es del 1986 y siempre fuimos mejores amigos, además de hermanos, mejores amigos desde pequeños, y en la actualidad también. Tenemos una conexión muy especial y entonces compartíamos todo. Mientras los dos estábamos estudiando cada uno su respectiva carrera, nos íbamos contando las cosas. «Aprendí esto», «y yo aprendí esto otro», y eso, nos lo contábamos absolutamente todo. Entonces me empecé a interesar porque empecé a aprender por primera vez algo sobre arte. Fue un mundo nuevo para mí que me abrió él. Entonces empecé a interesarme más por ir a más exposiciones y hubo una exposición que fue clave para mí, que fui a ver con Cristian en Coruña, que se hizo en la Fundación Barrié, de hecho, que se llamaba «Sin título».
Era una exposición, sobre todo arte del siglo XX y la obra que más llamó mi atención desde el punto de vista estético, porque era bellísima, coloquialmente se le llama la «Venus azul» de Klein, que era una escultura, que era una Venus, o sea, una parte del cuerpo de una mujer pintada con una pintura azul espectacular, que me llamó la atención porque yo no tenía ni idea de que técnica era, porque parecía como de terciopelo esa pintura y eclipsaba todo lo que había alrededor. Entonces estuve debatiendo ahí con Cristian: «¿Cómo lo habrá hecho este artista?», y me dijo: «Pues creo que esa pintura que hizo el artista Yves Klein tiene una receta secreta». Y yo dije: «No hay ninguna receta secreta para un químico. Podemos conseguir la composición de todo». Y ahí fue donde empecé por primera vez a investigar las relaciones entre la ciencia y el arte. Y ahora, si queréis empezar a hacerme preguntas. Pues cuando queráis.
Por ejemplo, cuando aprendí a andar en bici para ir por una zona que fuese relativamente segura, que no hubiese tráfico, pues íbamos los fines de semana, que no había mucho movimiento, a uno de los muelles que hay en la ciudad, que no tenía actividad el fin de semana, entonces ahí tenías carretera para andar en la bici. Y claro, ahí había unos olores muy característicos que yo a veces inspiro intensamente para que lleguen a la ventana de mi casa. Y es el olor, por ejemplo, de las redes, las redes apiladas de los pescadores huelen de una forma particular, fundamentalmente a compuestos que contienen nitrógeno, aminas, piridinas, ese tipo de compuestos que tienen nitrógeno en su composición. Ese macerar de las redes desprende esos olores característicos. Huele la ciudad al final a combustibles, a gasoil. No solo porque tengamos una refinería que tiene ya su olor característico, sino por el tráfico rodado. Todos los camiones que van y vienen, los barcos y demás, al final dejan ese ese olor mezclado con todo ese ambiente marinero, lo dejan flotando en el aire. Y, por ejemplo, hollines, que los podemos percibir como ese humo negro que mancha el techo o que te mancha la mano cuando haces así con una vela. Y eso tiene, aparte de ser como un polvo, tiene también sus propios olores, esos residuos de la combustión.
Y eso es algo que también está flotando en el aire. Y es especialmente bonito porque simboliza el trabajo y, en realidad, de lo que vive la mayor parte de la gente de mi ciudad. Hay mucho caucho también flotando en el aire, al final, del tráfico rodado, de todos esos camiones y el tráfico en general. De hecho, el polvo, o sea, aunque esté en suspensión, es muy diferente de unas ciudades a otras. No tiene nada que ver con el polvo que hay en una ciudad como Madrid, que a lo mejor tiene más carga de escombros y por tanto de silicatos, aluminosilicatos, tiene otra composición diferente a una ciudad de mar, que tiene otro tipo de polvo. Y no se parece el polvo, por ejemplo, de una ciudad a un ámbito rural. Al final, en el rural, si analizas el polvo, tienen más restos de insectos, de hojarasca, es decir, hay composiciones diferentes. Entonces me parece especialmente bonito de entender cómo es esa pátina del polvo o los olores de cada sitio, porque nos están hablando de su historia.
«Valencia uno: Litio, sodio, potasio, rubidio, cesio, amonio y plata». Así es como lo aprendí yo y no sabía lo que decía. Empezamos por ahí y entonces es lógico que acabéis detestando la química porque pensáis, como es natural, que solo es eso, estudiar valencias y poner unos símbolos como sílabas. Intercambias números, sumas y restas, si pones el prefijo «hipo-» y el sufijo «-oso», ¿qué valencia tengo que coger?, como si se resolviese un sudoku.
Bueno, todo eso, después, cuando estudias Química dices: «Ah, tenía sentido, pero no me lo habían explicado». Pero claro, tienes que saber muchísima química para entender después por qué hay que hacer esas cuentas y esos números se intercambian. Por eso me parece que es empezar la casa por el tejado. Por eso digo, no tengo un gran consejo porque creo que debería de cambiar ya la base de cómo está organizado el sistema educativo para no espantar a los chavales, porque, como es natural, dándolo así es muy difícil que os pueda gustar. Y entonces, igual que el resto de profesores, hacemos lo que podemos y creo que una de las cosas que más funciona es que se nos note que nos apasiona, porque la pasión siempre es contagiosa. Entonces creo que lo que yo pude aportar como profesora es precisamente eso, que a mí se me nota, a mí me brillan los ojos cuando hablo de química porque me parece la cosa más bonita del mundo. Entonces eso, explicando casi cualquier cosa, se ve. Y a veces es difícil, porque quiero contar algo que me parece muy interesante, porque estamos resolviendo un ejercicio y sale un compuesto en concreto y digo: «Lo interesante de este ejercicio es este compuesto, que os podría contar mil cosas».
Es un ejercicio de estequiometría, que tienes que hacer unos cálculos que tienen su interés, pero puede resultar tedioso al principio. Y lo interesante de este ejercicio es que sale, yo que sé, el dióxido de titanio, pues me gustaría hablarles del dióxido de titanio porque es interesantísimo, porque es fluorescente. Entonces convierte la luz ultravioleta en luz visible, por eso es tan blanco, por eso se usa desde la pintura blanca hasta para fabricar los filtros solares que llevan las cremas porque absorben ultravioleta. Cosas así, que a veces es por tener cultura científica, lógicamente, que tenemos los profesores, intentar compartirla, pero a veces es casi buscar el huequecito que nos deja. Mientras estás haciendo un ajuste de una reacción redox, decir: «Ah, pues te voy a contar esto del permanganato, que es ideal», y entonces intentamos así buscar huecos que nos va dejando el temario para contar las cosas que realmente nos apasionan.
Y es muy difícil, pero por eso siempre que tengo la oportunidad pido que se escuche a los profesores cuando se diseñan los planes educativos, a los profesores que están dando clase y que realmente son los que mejor podemos decir: «¿Y si empezamos por aquí? ¿Y si lo probamos de otra manera?». A lo mejor es más interesante que todos los chavales que acaben cursando no solo la ESO, sino el bachillerato, que tengan más cultura general de química y no perder tanto el tiempo en que sepan ajustar bien una reacción redox y calcular bien esto, sino que tengan cultura y sensibilidad hacia la química.
Parece que las carreras que más estudian los hombres son las más válidas. Por seguir con el ejemplo de Informática, podría ser Física o podría ser Matemáticas, parece que esas son las carreras del futuro porque las estudian los chicos. Y Medicina, Química, Biología ya no es una carrera de futuro. Entonces siempre hay ese menosprecio hacia todo lo que se vuelve femenino y pasa en las carreras y pasa en todo. Los zapatos de tacón, por ejemplo, que muchas personas dicen: «Son un elemento de cosificación». Los zapatos de tacón los empezaron a usar los hombres como una cuestión de estatus para manifestar su poder, porque los primeros zapatos de tacón los utilizaban para montar a caballo, para poder enganchar bien el zapato en la espuela. Y entonces tú, cuando llegabas a un sitio con tus zapatos de tacón, la gente sabía que tenías caballos y que por tanto tenías poder. Entonces las mujeres cogimos esos zapatos como símbolo de que nosotras también queremos ese poder.
El pintalabios también es ese símbolo de poder. Lo cogimos el pintalabios cuando eran los hombres, sobre todo de la nobleza, los que se maquillaban, nosotras cogimos ese maquillaje para decir: «Nosotras también podemos, nosotras también nos merecemos ese poder». Y pasa también con las carreras que escogemos, hasta con el propio color del feminismo, que es violeta. Ese color violeta era un color que se extraía de un pigmento concreto que era muy valioso, que se extraía de unos moluscos, originalmente, me refiero a tiempos atrás. Se extraía de un molusco, era muy difícil de producir y muy caro, y entonces solamente lo podrían utilizar los nobles, los reyes y a lo mejor un obispo. Y el resto lo tenían prohibido porque era el color que simbolizaba el poder y por eso las mujeres lo tomamos como color, como símbolo del feminismo, porque representa ese poder que anhelamos. Dicho esto, ¿qué es lo que nos encontramos en el futuro las mujeres que nos dedicamos a la ciencia?
Por eso yo digo no hay que poner tanto el foco en despertar vocaciones en las niñas porque ya la tienen, sino poner el foco en qué pasa cuando nos hacemos adultas. Y es cierto que cuando nos hacemos adultas pues desaparecemos de los puestos de poder, por ejemplo, la mayor parte de los puestos de poder están ocupados por hombres. En el camino de la ciencia, por ejemplo, en la actividad investigadora, cuando tú haces la carrera investigadora, hay unas gráficas de tijera, analizando cuántas mujeres y hombres hay a lo largo de toda la carrera, desde que empiezas a estudiar hasta que haces un doctorado, que es lo habitual. Si quieres ser investigador, estudias una carrera de ciencias, luego haces un doctorado, que es un periodo de investigación y, a lo mejor, puedes optar a una plaza de investigador, o, bueno, en realidad vas concatenando una serie de contratos, que es otro tema para hablar, el tema de la precariedad y acabas siendo investigador. Bueno, pues analizando esas gráficas en muchas carreras, al principio somos mayoritariamente mujeres, más mujeres estudiando la carrera, más mujeres haciendo el doctorado, más mujeres haciendo el máster y luego van cayendo, no llegan a profesoras titulares, luego no llegan a catedráticas, luego no llegan a rectoras, luego no llegan. Nos vamos difuminando. ¿Qué pasa ahí? Esto que pasa en ciencia pasa en absolutamente todas las profesiones. Es decir, la ciencia no es especial.
Pasa en todas las profesiones. Es cierto que la carrera científica es, se suele decir, es una carrera de fondo. ¿Por qué se dice que es una carrera de fondo? Porque si tú te quieres dedicar a la investigación, estás durante tantos años de tu vida en un estado de incertidumbre, encadenando contratos de investigación un tanto precarios, porque la situación en España es así. Son contratos normalmente bastante precarios. Es raro que te encuentres a un investigador que se haya hecho rico o esté en una posición acomodada incluso. Y entonces, eso, tú acabas el doctorado, haces: «Ah, me salió un contrato de investigación aquí. Bueno, pues firmo por un año. Ahora me sale otro por dos. Ahora estoy en un periodo sin cobrar porque aún no salió el contrato que quería pedir de no sé qué, ahora el contrato que me salió es que me tengo que ir dos años a Francia o dos años a Estados Unidos», que lo llaman estancias en el extranjero, que es un eufemismo para no decir emigración.
Al final tienes una vida con demasiado compromiso por la ciencia que te impide tener arraigo a veces, pues ese arraigo es por hacer hogar en un sitio, por tener una familia, por poder tener una pareja estable. Este tipo de cosas, generalmente nos influyen más a las mujeres, porque sí que es cierto que nos solemos encargar más del cuidado de los mayores, de las personas dependientes. Al final somos las que decidimos si queremos ser madres o no, y ese tipo de momentos que llegan en torno a los treinta años, treinta y pico años, te cogen en el medio de qué hago con mi vida, con mis contratos precarios que no duran más allá de dos años. Entonces muchas mujeres acaban abandonando las carreras científicas porque tienen otras cosas más importantes o que han elegido que sean más importantes, pues eso, como cuidar, como tener una familia y demás. Entonces esto es lo que ocurre, que desaparecemos por este tipo de problemas al final, que son problemas de conciliación en su mayoría. Y por eso digo, los problemas de conciliación no son exclusivos de la ciencia, los tenemos en todas las profesiones. En estas actividades que se hacen a veces de fomento de vocaciones científicas y demás, seamos un poco más valientes, porque lo fácil es ir a las niñas y decirles qué bonita es la ciencia, deberíais dedicaros a ella. Está bien, es superinteresante, pero no porque tengamos un problema de despertar vocaciones. Los adultos deberíamos enfrentarnos a los problemas de los adultos y los problemas que tenemos los adultos y que deberíamos resolver son esos, los que vienen después, porque las niñas no tienen ningún problema. Los problemas se los van a encontrar en el futuro.
Y no solo esa falta de comunicación, sino que se le llamase cultura más a todo lo que concierne a las humanidades, a la literatura, a la historia, a la filosofía, que a eso se le llamase cultura, y que nos olvidásemos de llamar cultura a la ciencia, que la ciencia también es cultura. Entonces hacía esa denuncia, ¿no? Y que si alguien no sabía algo de ciencia se le excusaba, pero que si no se sabía algo de letras era imperdonable. Es imperdonable que no sepas quién escribió «El Quijote», pero que a la hora de pagar una cuenta digas es que yo no sé sumar bien sin los dedos de las manos, eso se perdona. Entonces lo que venía a denunciar era eso, que existiera esa separación y esa diferente vara de medir hacia unas disciplinas y otras. Y luego, esa falta de unión, de conversación, de eso, de comunicación entre ciencias y letras, nos llevaría a un deterioro cultural general. Eso es lo que él pronosticó en esa conferencia. Y a mí me resultó muy reveladora, y no solo reveladora, sino es que estoy absolutamente de acuerdo con eso. O sea, creo que habernos esforzado tanto en separar nos convierte en personas incultas en general. E incultas también, normalmente suele significar menos felices, porque cuantas más cosas sabemos, mejor podemos apreciar todo lo que nos rodea y al final disfrutar más de todo. Entonces, perdernos una parte del conocimiento hace que nos perdamos una parte de la vida. Debería ser más natural el que hubiese todas esas conexiones entre disciplinas, igual que nos parece intuitivo que el arte está muy relacionado con la historia, con los diferentes momentos históricos, nos parece una relación intuitiva, pero no nos parece tan intuitivo que el arte esté relacionado con la ciencia, por ejemplo. ¿Por qué falla ahí esa conversación?
Entonces esto creo que ahí uno de los orígenes de la actual crisis cultural viene de ahí. Y digo actual crisis cultural porque estas cosas se miden. La cultura que tiene la gente es algo que se mide y cada vez somos más incultos. Y en ciencia ocurre también. Es algo que medimos, cuántas cosas sabe la población de ciencia y sabe muy pocas cosas de ciencia. O sea, hay un problema de incultura muy importante. Por ejemplo, uno de los datos que me parece muy ilustrativo es que hoy en día más de la mitad de la población reconoce que no entiende las noticias de ciencia. Más de la mitad. Y eso también viene porque «como yo soy de letras, entonces no me preocupo de lo otro», y eso viene de esa separación, porque al final, al haber separado tanto las ciencias de las letras, hay como una lucha entre quién es la élite intelectual. Y muchas veces se tiende a pensar, que esto es lo que decía Snow en su conferencia, que es imperdonable no saber algo de letras, pero de ciencia se perdona. Pero luego, ¿en qué percibimos como élite intelectual, como los sabios? Lo voy a ilustrar con una anécdota. Con el arte, la gente es bastante osada a la hora de juzgarlo.
Lo típico de «es que ese cuadro lo pintaría un niño de cuatro años». Lo habéis escuchado muchas veces. «Son cuatro manchas, cuatro borrones», y dices: «¿Qué cultura artística tienes para tener ese valor de decir eso?». No, ese cuadro que está en el Reina Sofía está ahí por algo, a lo mejor tiene algún valor y la gente se atreve, o hay gente que se atreve a decir que eso son cuatro garabatos y ya está, y se queda tan ancho y lo juzgamos así. En cambio, la gente no se atreve a juzgar así un contenido científico, aunque no lo entienda. Yo si ahora pinto aquí un montón de reacciones químicas en una pizarra, ¿alguien se va a atrever a decir: «¿Por qué pintas esas rayas? ¿Qué es eso? Eso lo pinta a un niño de cuatro años. Son cuatro hexágonos ahí con rayas, flechas»?
Claro, alguien que no tiene ningún conocimiento de química en realidad ve rayas y flechas que no entiende, pero si le parece química no se atreve a decir que eso son cuatro rayas, dirá: «Es una cosa de ciencia, debe ser una cosa de listos». Yo creo que siempre hay que ponerse en una posición un poco más intermedia, de que, si no entendemos algo, no tenemos cultura sobre algo, no hacer un juicio a la ligera ni pensando que son genios, ni pensando que son artistas que hacen un poco el mamarracho. Las dos posiciones en realidad son desequilibradas, son un atrevimiento. El hecho de haber ido desgranando el conocimiento en parcelas tan pequeñitas ha hecho que unas a otras se desconozcan. Y eso, al final, lo que ha conseguido es que tengamos una crisis cultural, es decir, que unas a otras, al final, en vez de enaltecerse, casi se menosprecien o se tiren tierra por encima.
Los que me resultan más fáciles de unir son belleza y verdad, porque en ciencia, la belleza es un criterio de verdad. Analizamos la verdad de una fórmula, de una ley, cuando escribimos la ley de la gravitación universal, la analizamos en términos de belleza. Decimos: «Qué bonita», porque es tan compacta, con tan pocos términos, describe cosas tan complejas y tan amplias. Pero mira, con cuatro cositas ahí, te queda preciosa. La relación que hay entre algunos números, qué relación entre el número Y, el número E, el número pi. Parece que esa armonía o esa perfección, siempre la analizamos en términos de belleza. Qué bonito, de tan bonito tiene que ser verdad. Y hay una búsqueda de la verdad en ciencia que tiene esa pulsión estética. Lo vamos buscando siempre, el validar, el dar veracidad a leyes, a hipótesis, a teorías en función de un criterio de belleza. En ciencia, ¿qué damos por válido o por verdadero? Bueno, eso se estudia en la epistemología, en este caso la epistemología de la ciencia y ha ido variando, también, a lo largo de la historia. Pero sí que esa búsqueda de la verdad me parece de una disciplina en la que hemos llegado a un consenso muy sofisticado de cómo llegar a ella.
Porque en ciencia una de las cosas que se hace es que nos validamos constantemente unos a otros y llegamos a acuerdos. Y esos acuerdos es lo que llamamos la verdad en ciencia. Es decir, si yo hago, por ejemplo, un descubrimiento en mi laboratorio, descubro algo y lo hago público, de hecho, se le llama publicar, lo hago público, el resto de otros investigadores que se dedican a algo semejante a lo que me dedico yo, lo van a validar. O sea, van a hacer el mismo experimento que hice yo para ver si obtienen los mismos resultados y si los obtienen, es lo que se llama revisión por pares, porque un par tuyo, alguien que sabe o que se dedica a algo a lo que te dedicas tú, va a revisar lo que tú has hecho y si llega a la misma conclusión que tú, dirá: «Este conocimiento es válido, es verdadero». Y el tercer término, hablé de la belleza, hablé de la verdad, y el tercer término es la bondad. Claro, en química, en ciencia en general, la bondad, la vemos en hacia dónde va nuestro trabajo. Y al final hay muchísimos campos de investigación que tienen una finalidad en sí bondadosa. Bondadosa o, más bien, la palabra sería virtuosa. Para mí, la mayor virtud es que hay un compromiso sin fisuras con el conocimiento, es decir, el conocimiento por el conocimiento. Aunque no vaya a convertirse un conocimiento en algo que podamos usar o vaya a salvar una vida o vaya a ayudarnos en el cambio climático, es ese compromiso por el conocimiento, el voy a investigar porque quiero saber más del mundo.
Y eso es algo, ya de por sí, bondadoso porque es virtud. Y luego hay esa bondad más fácil de entender o más terrenal, ¿no? Pues quien investiga toda la química que va dedicada pues, al desarrollo. La aportación de la química más importante para la humanidad fue la cloración del agua, por ejemplo, clorar el agua nos ha salvado de muchísimas enfermedades. Por eso siempre digo que la química ha supuesto el avance en salud pública más importante de la historia, que es la cloración del agua. Y desde eso, podemos irnos hasta cómo se diseñan los experimentos, por ejemplo. Hay muchos comités de ética cuando se hacen experimentos que conciernen, pues, a la salud humana, que conciernen a animales, siempre hay comités de ética y de bioética para que todo se haga siempre con ese perfil de bondad. Y todo lo que intentamos conseguir, que al final muchas investigaciones, lo que pretenden, es el bienestar de las personas en temas de salud. Salud entendida, ahora se habla mucho de una única salud, porque al final la salud de tu cuerpo, si no tiene salud medioambiental, pues todo se retroalimenta. Y también hay mucha investigación en química relacionada con temas de cambio climático. Entonces, al final me resulta especialmente fácil explicar dónde está lo bello, lo bueno y lo verdadero en la química. Y como veis, en realidad esas tres cosas son la misma cosa. Belleza, verdad y bondad son consustanciales.
El hormigón está hecho de tres componentes: cemento, áridos, es decir, arena, grava y agua. Y para fabricar el cemento, como tienes que irte a una cantera, sacar piedra, esa piedra, llevarla a hornos que van a una temperatura altísima, pues emiten mucho CO2, se gasta mucha agua también. Entonces, por eso queremos que su huella medioambiental sea la menor posible. Entonces, una de las cosas que se estudia, que ya se está implantando, es sustituir algunos de los componentes de ese hormigón por residuos, para que esos residuos vuelvan a tener una nueva vida y se transformen en recursos de nuevo. Y ahí tenemos hormigones que incorporan en lugar de áridos, porque al final cuando metes arena tiene que ser arena de cantera, eso, el impacto medioambiental que tiene es enorme. Entonces, si podemos sustituir parte de esa arena por otras cosas, pues mejor. Se está haciendo hormigón con escombros, o sea, restos de otras obras de demolición. Tú puedes utilizar esos hormigones que ya no sirven, que son escombros e integrarlos como áridos en nuevos hormigones, por ejemplo.
Eso es circularidad 100 %. Residuos que se transforman en recursos. Utilizamos residuos plásticos, por ejemplo, para integrarlos como áridos y dan en el hormigón pues hormigones que tienen cierta flexibilidad o que cuando les incorporas estos polímeros que, aunque los pises mucho y los pongas en un suelo, no se agrietan tanto, aguanten mejor esas deformidades. Eso es gracias a incorporar polímeros, es decir, plásticos que son residuales. Hay un hormigón en concreto que se desarrolló en Galicia, en mi universidad, en la Universidad de A Coruña, que lo que incorpora son un residuo, que ahí tenemos mucho, que son cáscaras de bivalvos. En concreto, cáscaras de mejillón, tenemos mucho mejillón, comemos mucho mejillón, pero esa cáscara no la usamos para nada y entonces se le hace un tratamiento para eliminar las sales que contiene y poder incorporarlo al hormigón.
Es importante quitarle las sales porque el hormigón es hormigón armado, armado quiere decir que lleva un esqueleto metálico por dentro. Imaginaos si eso lleva sal, se puede corroer y entonces podría debilitar la estructura. Entonces se le hace un tratamiento a ese mejillón, y se incorpora como parte del árido. Entonces estamos transformando un residuo que no sabemos qué hacer con él en un recurso para hacer hormigón. Os podría poner más ejemplos. Todo lo que tiene que ver con energías renovables. Es cierto que, para las energías renovables, para que sean mucho más eficientes, que es un camino que aún nos queda mucho por recorrer para que sean, cuanto más eficientes, mejor, lógicamente, pues para que sean más eficientes, por ejemplo, para los aerogeneradores, los molinos, el que tengan palas, cuanto más grandes y de más envergadura, mejor, porque mueven mucha más masa y al final pueden generar mucha más electricidad. Pues, por ejemplo, para generar palas de más envergadura necesitamos polímeros, que son plásticos, cuanto más ligeros y a la vez más resistentes sean, mejor.
Hacemos, por ejemplo, tenemos un problema muy importante de gestión de plásticos, los plásticos son materiales maravillosos si se usan bien, entonces hay que intentar darles cuantas más vidas mejor. Y, por ejemplo, otra cosa que hemos aprendido a hacer es a reciclar mejor que nunca los plásticos, es decir, para que los plásticos tengan muchísimas vidas. Por ejemplo, uno de los materiales hoy en día más sostenibles de plástico es el plástico PET, el de las botellas de agua. Esos botellines de agua se pueden reciclar infinitamente. O sea, tú coges una botella de PET, la vuelves a fundir, le das una forma nueva y ya tienes otra nueva botella a la que además le puedes meter agua otra vez y utilizar en contacto con los alimentos, con lo cual es absolutamente segura y no solo reciclarlos así, esa forma de reciclar, fundiendo y dándole una nueva forma se llama reciclaje mecánico. Pero ahora tenemos un tipo de reciclaje de plásticos que se llama reciclaje químico, que consiste en ir a la unidad más pequeña de esos polímeros, de esos plásticos. Los polímeros se llaman polímeros porque están hechos como si fuese un collar de cuentas de monómeros, cuando tienes muchos monómeros, lo llamas polímero, pues el reciclado químico consiste en trocear las cuentas de ese collar otra vez para tener monómeros y volver a recomponerlo como quieras y tener polímeros diferentes.
Y eso es algo innovador que sabemos hacer ahora, lo que nos permite darle muchísimas más vidas al plástico. Volviendo a las energías renovables, por ejemplo, los paneles fotovoltaicos ahora tienen un rendimiento, o sea, una eficiencia, es decir, de la energía que les llega, a la energía que transforman en electricidad, en energía útil, lo hacen bastante bien, mejorarán, lo hacen bastante bien. Pero al principio esa eficiencia era un poquito limitada. Se hacían esos paneles con un silicio y ahora tenemos nuevos materiales que hacen que esos paneles sean más eficientes, con unos materiales que se llaman perovskitas. Os voy a contar una historia, porque a veces, los temas de sostenibilidad suceden porque te pillan trabajando. En mi centro de investigación, en el CICA, se investiga mucho, hay un grupo de investigación muy potente en fotovoltaica y en concreto en esas perovskitas.
Un grupo de investigación se percató de que una perovskita en concreto tenía otras cualidades diferentes. En ciencia de materiales, una cosa que hacemos siempre es que cuando tú tienes un material nuevo lo evalúas todo de ese material. A ver qué le pasa con la luz, a ver qué le pasa si lo someto a presión, a ver qué le pasa con la humedad, a ver qué le pasa cuando le hago cosas, por si tiene algo peculiar y en una perovskita se encontró que, al someterla a presión, en cuanto la soltabas, se enfriaba. Esto es algo muy importante hoy en día, porque con el calentamiento global vamos a gastar más energía en enfriar que en calentar, con lo cual vamos a necesitar muchos más refrigerantes. ¿Y si los pudiésemos sustituir por una perovskita que es sólida y que al someter la presión se enfría también? Imaginaos ese material colocado en un suelo, por ejemplo, en un centro comercial y que tú, al pisar, como ya vas haciendo presión, se enfría por sí solo, con lo cual a lo mejor no tendríamos que depender de los aires acondicionados.
Entonces, este material, perovskita quiere decir una estructura geométrica en concreto, la descubrió, eso, un grupo de investigación gallego y le dieron el nombre, para que se notase el origen, que es «perovskiña», para galleguizarlo. Entonces es uno de los materiales que, dentro de la investigación química, ese y otros similares que serán sólidos refrigerantes, van a ser clave a la hora de lidiar con el cambio climático. O sea, te podría dar cientos de ejemplos de química, de hasta nuevos combustibles, combustibles que se están investigando para fabricarlos, captando CO2, y ese CO2 luego haciéndolos reaccionar con hidrógeno para convertirlo en un combustible sintético, con lo cual captas CO2 y lo devuelves, la huella sería neutra. Son cosas que aún se están investigando. Temas de biocombustibles. Es decir, hay mucho en investigación y cosas que ya se están utilizando de la química que al final nos van a permitir lidiar con el cambio climático. Y además nos ofrecen algo que para mí es muy importante en ciencia, no solo que nos permitan lidiar con los problemas, sino la forma en la que los afrontamos. Y lo que nos ofrece la química es que nos hace que nos podamos enfrentar al futuro con un optimismo sensato.
Esa sensación de voy a atravesar la frontera, que no existe tal frontera, que es una frontera psicológica. A veces se puede acabar la acera, pero hay algún camino por el que puedes circular. Y en esas fronteras, en esas zonas de fricción, es donde ves cómo choca lo salvaje y lo construido. Son esas zonas en las que crecen las malas hierbas, las que llamamos malas hierbas, que se abren paso, que rompen el hormigón y brotan flores, porque las flores brotan siempre y entonces nos recuerdan que lo salvaje siempre está ahí. Es como si estuviese latiendo debajo de las aceras. Siempre. Y a veces sale a la superficie. Pero tenemos que tener al final esa sensibilidad ya despierta para observarlo todo. Y creo que es algo que, si todos diésemos esos paseos atentos y fuésemos mucho más sensibles a todo lo que nos rodea, también seríamos mucho más exigentes con cómo se cuida nuestro entorno, qué es lo que se decide hacer en las ciudades en las que vivimos. Hay un estudio que se hizo hace poco por el Museo de Ciencias Británico, que lo que hicieron fue analizar cómo había ido cambiando la colorimetría, los colores que usamos a lo largo de la historia y la conclusión a la que llegaron es que el mundo se ha vuelto más gris. Es decir, los colores, antes usábamos abanicos de colores mucho más amplios, en los años sesenta es cierto que tiramos más hacia los ocres, hacia los marrones, pero estamos en un momento en el que casi todo es gris y casi todo son objetos de diseño, cómo decoramos nuestra casa, los coches, los edificios, se tiende a la uniformidad y a mí es algo que me da un poco de pena.
Me da miedo que las ciudades se conviertan en franquicias, es decir, que no haya cosas originales y únicas. Entonces, creo que para que ese tipo de cosas no sucedan tenemos que conocer primero toda nuestra historia e ir por la vida con esa sensibilidad mucho más despierta. Es que creo que las bellezas que son realmente importantes no son las exuberantes y las notorias, sino las de las cosas cotidianas. A veces hay tanta belleza en una taza, por ejemplo, eso que os decía de separar ciencias y letras. Los gallegos, todos, en nuestra casa tenemos vajillas de Sargadelos, que son estas vajillas que son generalmente blancas y que tienen unas figuras geométricas en azul, un azul muy potente que es azul cobalto, unas figuras geométricas que quedan muy bien, pero en realidad surgieron como vajillas de todos los días. Y hay tantísima belleza en eso. Y esas vajillas de Sargadelos surgieron de un compromiso por volver a unir todas las formas de conocimiento.
Resulta que hay diferentes movimientos que han surgido a lo largo de la historia tratando de volver a la interdisciplinariedad. Quizá el más conocido de todos es el de la Bauhaus, en Alemania, donde intentaron hacer, más que una escuela de arquitectura, dijeron pues queremos arquitectos, diseñadores, matemáticos, un poco todo, albergar gente que venía de disciplinas muy diferentes para hacer algo distinto, volver a unir todas las formas de conocimiento. Pues esa Bauhaus, que sigue en nuestros corazones, pero que no prosperó como tal, por la Segunda Guerra Mundial y bueno, por cosas. Pero siguió ahí, latiendo. Y entonces, por ejemplo, en Galicia hubo un movimiento muy similar que se llama El Laboratorio de Formas y que fue iniciado por Isaac Díaz Pardo y Luis Seoane, que se juntaron también con esa idea de hay que unir a artistas con diseñadores, con arquitectos, con científicos, con todo. Con esa idea, primero, la interdisciplinariedad de volver a unir las formas de conocimiento, y la segunda, volver a la raíz, estudiar los orígenes, estudiar cómo somos. Y una de las cosas que hicieron para trasladar todo eso a la sociedad fue rescatar la fábrica de cerámicas de Sargadelos. Esas formas geométricas pintadas con azul cobalto están inspiradas en formas vernáculas de Galicia, desde la forma de un toxo, es decir, de nuestra propia vegetación, a las formas de las cosas cotidianas, al ornamento de un monasterio. Me gusta mucho este ejemplo porque necesitas mirar de forma atenta para ver todo eso que hay en una taza, en la taza con la que desayuno todos los días. Entonces, cuantas más cosas sepáis, más vais a poder apreciar todo eso.
Hay una parte de conocimiento y otra parte de sensibilidad que requiere al final esa sensibilidad para mirar todo lo que hay a nuestro alrededor. Y puede ser desde mirar una taza a una flor silvestre. Y a veces esa belleza está oculta. Uno de los ejemplos que pongo en mi último libro que se llama «La química de lo bello», que, de hecho, en la portada tiene una ilustración de una flor, de un diente de león. Si os digo un diente de león, ¿qué imagen se os viene a la cabeza? La de que soplas y pides el deseo y salen flotando esos pequeños paraguas voladores. Pero realmente la flor que sale en la portada no es esa, el diente de león, antes de convertirse en eso que todos reconocemos, es una flor amarilla que muchos tildarían de mala hierba o de flor vulgar. Es una flor amarilla que de hecho ni siquiera es una flor, es una flor en capítulo. Realmente son minúsculas flores amarillas, es casi como medio pompón, todo de color amarillo y es una flor de las más vulgares, de las más ordinarias que nos encontramos y acaba transformándose en eso que todos conocemos como dientes de león. Pues a mí lo que me interesa es esa flor, cuando es esa flor amarilla, porque es como si tuviese un disfraz que la hace pasar desapercibida, como si solo estuviese presente para aquellos que sabemos mirar. Muchísimas gracias.