Ocho lecciones de educación emocional
Begoña Ibarrola
Ocho lecciones de educación emocional
Begoña Ibarrola
Psicóloga y escritora
Creando oportunidades
Educar para sentir
Begoña Ibarrola Psicóloga y escritora
“Las emociones son las guardianas del aprendizaje”
Begoña Ibarrola Psicóloga y escritora
Begoña Ibarrola
Dracolino, Pirindicuela o Chusco, son algunos de los personajes que nos guían en el universo de Begoña Ibarrola. El cosmos de esta experta en inteligencia emocional está habitado por dragones, hadas y animales de toda índole. Actores vergonzosos, orgullosos o solidarios que representan el mundo emocional. La lectura, señala la escritora, “es como un espejo donde el lector se ve reflejado y encuentra incluso solución a sus problemas”. La fantasía en sus cuentos tiene como objetivo ayudar al lector a comprender sus propias emociones.
Begoña Ibarrola, se licenció en Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, es especialista en musicoterapia, inteligencia emocional y ejerció como psicóloga infantil durante quince años. En su consulta descubrió que las historias eran una poderosa herramienta terapéutica y hoy, volcada en la escritura, ya ha publicado más de doscientos cuentos con el núcleo en las emociones. Un extenso trabajo que ha dado lugar a las antologías ’Cuentos para aprender a convivir’, ‘Cuentos para educar a niños felices’ o la colección ilustrada ‘Cuentos para sentir’.
“En cuanto los profesores trabajan las emociones con los alumnos, el clima del aula cambia, aumentan los rendimientos y disminuye la ansiedad”, asegura la también investigadora y docente, que lleva más de dos décadas formando a profesores y familias en educación emocional. Ibarrola sueña con "una escuela sin asignaturas, inclusiva, accesible y de calidad" y en la que, reivindica, "impulsar los estados emocionales favorables para el aprendizaje".
Transcripción
Por eso es tremendamente importante que todos los días los adultos busquen un rato para leer cuentos a sus hijos que no sean lectores, incluso aunque sepan leer. Porque en ese momento el encuentro afectivo, el puente que se genera entre corazón y corazón, es tremendamente importante. Se genera un vínculo muy profundo. Se puede hablar de las emociones, se puede hablar de lo que le pasa a uno, pero sobre todo el niño se siente comprendido, entendido, que le están atendiendo a él. El rato del cuento es un rato mágico, no es un tiempo desperdiciado ni muchísimo menos. Y es un elemento fabuloso para crear un vínculo fuerte y sólido entre padres e hijos. De eso hay muchísimas experiencias que demuestran que el rato de lectura, el rato de compartir emociones, el rato de compartir experiencias… que pueden ser antes de dormir, puede ser en cualquier momento de la tarde que se elija, genera una comunicación, un proceso de comunicación mucho más fluido entre los adultos y los niños. Y además, el adulto si quiere, y si el cree que es momento oportuno, le puede hacer preguntas después de la lectura del cuento: «¿Y a ti qué te parece lo que le ha pasado a este personaje? ¿A ti te ha pasado alguna vez algo parecido? ¿Y cómo lo resolviste y qué sentiste? Fíjate el susto que pasó este personaje, pero luego cómo se atrevió a enfrentarse». Y todo esto son lecciones que ese niño recibe sin ser… pues eso, una cátedra donde le tienen que dar instrucciones para la vida. Al final todos los cuentos y esa lectura del adulto al niño lo que le genera son herramientas para aprender a manejar su mundo. Su mundo interior, pero también su mundo exterior.
Pero la primera es la conciencia emocional, el saber poner nombre a las emociones. Es curioso porque si tú preguntas a cualquier chaval, a cualquier joven, a cualquier niño «¿cuántas emociones conoces?», pues es que el número de palabras asociadas a emociones es bastante bajo. ¿Qué es lo que sucede? Que lo primero es saber y comprender que las emociones tienen distintos niveles de intensidad. Entonces, no es lo mismo estar un poco contento que estar eufórico. No es lo mismo temer algo que tener pánico a algo. No es lo mismo estar un poco desilusionado que estar deprimido. Las palabras nos indican el nivel de intensidad de esa emoción. Por lo tanto, la primera competencia es conocerse a sí mismo, poner nombre a esas emociones y luego saberlas expresar. ¿Cómo? Con las palabras, evidentemente, pero también con la expresión gestual, porque el lenguaje de las emociones es eminentemente no verbal. Luego, la regulación emocional, que esto cuesta más porque, ya te digo, en función del temperamento hay personas muy impulsivas, muy… muy expresivas, que les cuesta más regular. Entonces, la regulación no es la represión emocional, ni muchísimo menos. Es aprender a expresar adecuadamente las emociones. Con dos requisitos: que no hagamos daño a los demás, pero que tampoco me haga daño a mí. Si yo reprimo mi emoción, me hace daño a mí. Pero, si yo exploto y expreso todo lo que siento, puedo hacer daño a los demás.
Evidentemente, a esto se une la automotivación: el tener metas, objetivos e ir a por ellos. Tener ese fuego interior, ¿no? Que se traduce en capacidad de esfuerzo, de persistencia, de constancia, de optimismo para conseguir metas que me apetecen en la vida. Pero también aceptando que el esfuerzo no garantiza el éxito, que garantiza la satisfacción personal de haber hecho todo lo que estaba en mi mano. Y, luego, hay dos competencias más interpersonales, más sociales, que son la empatía y la competencia social. La empatía, evidentemente, es ponerme en el lugar del otro, comprender al otro. No significa estar de acuerdo con el otro, pero sí respetar sus opiniones, sus formas de ser… Darme cuenta de por qué se comportan como se comportan, de lo que están sintiendo. Y esas señales que el otro me envía me hacen que, en algún momento, yo me acerque o me distancie de la otra persona. Que, en algún momento, intervenga o me mantenga simplemente a la expectativa. Que consuele a una persona o simplemente le diga: «Estoy aquí para lo que quieras». Todos esos rasgos de la persona empática son muy valorados en la actualidad. Y, evidentemente, en la competencia social intervienen muchas habilidades que tienen que ver con esa asertividad, con esa comunicación asertiva y respetuosa a los demás. Con esa habilidad también para resolver conflictos o prevenir la aparición de conflictos. La verdad es que una persona con empatía no genera tantos conflictos porque es muy… muy delicada, ¿no? Es amable y percibe cómo están los demás y entonces no provoca conflictos.
Lo que pasa es que la vida nos trae conflictos muchas veces y hay que aprender a solucionarlos. Y por supuesto, la persona que tiene esta competencia social es muy hábil en el trabajo en equipo también. Sabe cómo cada persona es diferente y saca lo mejor y utiliza los talentos de cada persona. Entonces, claro, ese conjunto de capacidades, de habilidades, que comprenden la inteligencia emocional se desarrollan. ¿Cómo? Con entrenamiento. Y por eso es tremendamente importante empezar con los niños y niñas desde los tres años a entrenar determinadas emocionales. Por supuesto, respetando su proceso de maduración y sabiendo que no le podemos pedir a uno de tres años que se regule, sino que nosotros le tenemos que ayudar a regular. Una corregulación. Pero, a partir de los seis o siete años, ya el cerebro está maduro como para que empiece ese proceso de autorregulación. Todo eso se aprende porque son habilidades. Igual que se aprende a cocinar cocinando y se aprende a nadar nadando. A lo mejor a una persona le cuesta más. Dentro de este perfil de persona con inteligencia emocional, a lo mejor le cuesta más la competencia de regulación, ¿no? Que es a lo mejor muy explosiva, es su carácter, o muy temperamental, pero se puede aprender. ¿Cómo? Entrenándose. Entonces, al final, lo que las investigaciones nos dicen es que una persona con inteligencia emocional es más feliz porque no se siente a merced de su mundo emocional, sino que ella lo controla y lo dirige. Y también es capaz de percibir todo el entorno emocional de los demás y ser prudente o adaptarse a distintas circunstancias. Y, por ejemplo, la empatía ahora es una de las cualidades, capacidades, más valoradas en las empresas. Sobre todo porque muchos trabajos del presente y del futuro se realizan en equipo con otras personas. Y puede que haya a lo mejor personas muy muy sobresalientes en capacidades cognitivas que fracasen estrepitosamente por no saber desarrollar estas competencias emocionales, por no ser emocionalmente inteligentes.
“La asertividad empodera a los niños”
Digo: «Pues no es verdad y no es adecuado». La autoestima se alimenta desde el realismo. «Esto se te da muy bien y lo haces fantástico y casi no te tienes que esforzar. Pero esto otro te cuesta un poquito, así que te tendrás que esforzar un poco». ¿No? Cuando un niño o una niña tiene una buena autoestima, ya es como que tenemos una tierra fértil donde cualquier cosa que queramos sembrar va a prosperar. Pero yo, fíjate, te comento que en mis años de terapeuta lo que observé es que más del 90 % de mis pacientes tenían baja autoestima. Tenían muchos problemas. Y si eso no se corrige en la edad infantil, luego cuando ya son mayores van buscando el reconocimiento, están muy dependientes de los demás… No son nada autónomos emocionalmente porque todo lo hacen para que les valoren, para que les feliciten. Por lo tanto, tienen ahí una consecuencia bastante negativa. La tercera lección, que es tremendamente importante, y que en esto yo creo que tenemos las familias que procurar un poquito más poner el acento, es que tienen que aprender a tolerar la frustración. Hay una cosa clara: La vida está llena de frustraciones. Tienes que hacer cantidad de cosas que tú no quieres hacer. Todo no lo puedes elegir. Y hay que educar a los hijos diciéndoles: «Mira, en la vida hay algunas cosas que puedes elegir, pero otras no. Si llueve, llueve. Y por más que te enfades, no tiene sentido que te enfades porque va a seguir lloviendo, no depende de ti». ¿No?
Entonces tolerar la frustración significa que hay que aprender a esperar, que hay que ser paciente y darse cuenta de que en todo momento no lo tienes ya, lo que tú quieres y de la manera que quieres. Es también prepararles para enfrentarse a ese malestar emocional que conlleva cualquier frustración porque eso no se lo podemos evitar. O sea, nadie se siente bien cuando un objetivo que quiere cumplir no se cumple. O cuando encontramos obstáculos a nuestros deseos, ¿no? Pero hay que decirles con claridad: «Mira, todo en la vida no lo puedes elegir». «Es que no me gusta este compañero». «Lo siento, te aguantas, porque tú no eliges a tus compañeros. A lo mejor hay algún compañero tuyo al que no le gustas tú». «Es que esta asignatura…». Cuando ya son más mayores no lo puedes elegir: «Pues lo siento, para aprobar este curso tienes que aprobar esta asignatura. Tú no haces el plan de estudios». Y esto va ‘in crescendo’. En algún momento tú puedes decir: «Es que no me gusta tal compañero de trabajo». Pues te aguantas. Porque la vida te está poniendo personas que tú no eliges. Y en realidad solo podemos elegir a los amigos y a la pareja. Y de alguna forma tenemos que basar nuestra educación en un sentido realista y decirles a nuestros hijos: «A lo largo de la vida te vas a encontrar con muchos momentos de frustración. Pues si te encuentras una piedra en el camino, tendrás que aprender a asaltarla». O sea, lo que no se trata es de blindar a los hijos frente a las dificultades, sino darles herramientas para que sepan enfrentarse a ellas. No se trata de ir quitando las piedras del camino, sino enseñarles a saltar esos obstáculos.
La cuarta lección emocional que todo niño y niña debe recibir desde bien pequeño es aprender a regular sus emociones. Que no significa reprimirlas, significa aprender a expresarlas de forma adecuada, legitimando las emociones. Y esto es muy importante. Un padre le puede decir a su hijo: «Entiendo que te hayas enfadado porque tenías mucha ilusión por ir al campamento y resulta que por el tema de la pandemia no se puede realizar el campamento. De acuerdo, o sea, pero estar enfadado por una cosa que tú no puedes cambiar no tiene sentido. Legitima tu enfado, pero, a ver, ¿qué vas a hacer con ese enfado? ¿Vas a seguir enfadado, con pensamientos rumiantes, todo el día protestando porque no vas a poder ir de campamento? Tienes dos opciones: amargarte la vida tú solito porque no hay posibilidad de cambiar o decir: ‘Venga, cambio mi estado emocional'». Y esto hay que enseñárselo a los niños, pero no lo empiezan a practicar hasta más o menos a partir de los seis, siete años. El ser capaces de cambiar una emoción por otra. Pero la regulación emocional, la buena gestión emocional, es básica en la convivencia. La persona que no sabe controlar su mundo emocional está continuamente batallando entre esos pulsos internos, esas… esas pulsiones internas, esas impulsividades que le hacen a lo mejor expresar todo lo que sienten y, sin reprimir, decir: «Pues ahora no es buen momento». O «ya está, un ratito enfadado y ahora ya dejo de estarlo». Que esto es muy divertido, ver a los niños de cuatro años cuando se están entrenando en auto control que dicen: «Bueno, me he enfadado un rato, pero ya no». Como diciendo: «Hasta aquí».
Entonces hay estrategias que se pueden enseñar para desarrollar este autocontrol. Pero muy asociada a esta cuarta lección viene la quinta. La quinta es aprender a entrar en calma. Yo creo que una lección básica más en la sociedad que tenemos: tan estresada, tan estresante y que prima la inmediatez, la velocidad, la rapidez. Parece que si un ordenador va más rápido, es mejor. Si un coche corre más, es mejor. No, los seres humanos tenemos necesidad de calma, necesitamos ritmos y hemos perdido el ritmo. Acción, acción, acción. No. Es que imagínate lo que supondría estar comiendo todo el día. Bueno, es que tenemos que comer y luego digerir. Claro, la digestión es un fenómeno inconsciente. Entonces decimos: «Bueno, como que no tiene importancia». Da la casualidad que tu salud depende de lo que digieras. Un exceso de estrés o de ansiedad bloquea ante un examen a alumnos brillantes. Que han podido estudiar muchísimo, pero que luego no les luce porque el primer síntoma del estrés es el bloqueo de la memoria. Entonces, este… esta lección, quinta lección, es tremendamente importante. Y sobre todo porque es nadar contracorriente en estos momentos y decir: «No me puedo sentir culpable, es que es un deber mío». Yo tengo que cuidarme para cuidar mi bienestar y cuidar el bienestar de los demás. Tengo que buscar momentos de calma a través de hobbies, a través de tomar un café con alguien, a través de una charla…
Y la sexta, que es muy importante, es aprender a pensar en positivo, ser optimista pero realista. No podemos negar la realidad. No se trata de ponernos unas gafas de color de rosa y decir que el mundo va fenomenal, que todo está muy bien y que no hay problemas. No. Pero se trata de ver la botella medio llena. Todavía queda la mitad del agua en la botella. La botella no va a cambiar si tú ves que te falta la mitad o que todavía te queda la mitad. Sin embargo, la percepción de las personas que se enfocan en positivo amplía su mirada, les da como más creatividad, más capacidades de reaccionar, de resolver problemas. Una visión optimista hace que te enfoques en la solución en vez de estar dando vueltas y vueltas y vueltas al problema, que con darle vueltas no lo vas a resolver. La persona optimista también es más solidaria, es más altruista. Se ha demostrado en muchas investigaciones científicas que hablan de esto. Porque, cuando estamos en negativo, cuando estamos dando vueltas a los problemas, estamos muy centrados en nosotros. Sin embargo, cuando volcamos una mirada optimista de decir: «A ver, todos los problemas tienen solución. Tenemos que contribuir y formar parte de esa solución». Esa persona es mucho más proactiva, es mucho más autónoma y a la vez es mucho más feliz. La séptima lección que cualquier niño debe aprender y que para eso también los adultos somos espejos, somos referentes: Tienen que aprender a ser empáticos. Deben aprender esta… esta habilidad. ¿Por qué? Porque vivimos en un mundo rodeados de personas. Somos seres sociales, nuestro cerebro es social. Sobrevivimos gracias a los demás. Somos felices porque amamos y nos aman. Porque interactuamos con los demás.
Luego, la empatía te permite ponerte en el lugar del otro, comprenderle, entender sus motivaciones. No significa estar de acuerdo con lo que hace o con lo que piensa o con sus creencias. Pero te pones en su piel. ¿No? Hay un proverbio indio que dice: «No juzgues a nadie hasta que no hayas andado mil millas en sus mocasines». Es decir, ponte en la piel del otro, ponte en los zapatos del otro. No le mires desde ti, sino desde su realidad, desde su formación, desde su experiencia, desde su cultura, desde su entorno. Y entonces vas a comprenderle mejor. Cuando comprendemos a los demás, nos hacemos más tolerantes. La empatía es la base de la educación en valores. Pero, además, es el elemento fundamental en la prevención de la violencia. Por lo tanto, en tantos programas que hay hoy en día de prevención del ‘bullying’, de conductas violentas, la clave está en la empatía. Y la empatía, por supuesto, se puede desarrollar. Pero lleva un orden, y con los niños y niñas más pequeños hasta ocho o nueve años, tenemos que ayudarles a ser empáticos con los cercanos. Y a partir de los nueve años nuestro cerebro ya es capaz de entender a cualquier persona de cualquier lugar del mundo, aunque no la conozcamos.
¿Por qué digo esto? Porque, a veces, en algunos colegios, sobre todo yo que doy información a colegios y me encuentro… Por ejemplo: Hacen una campaña para recaudar fondos para los que han sufrido un terremoto o la campaña para ayudar a paliar el hambre en el mundo… De acuerdo que hay campañas muy solidarias, pero una persona se puede sentir muy solidaria con gente que no conoce y ser cruel con el compañero. Y esto es lo que debemos evitar. Debemos ser muy prácticos. Sé empático con los que te rodean. Sé amable, sé cariñoso, sé comprensivo. Tenles en cuenta, hazte cargo de sus necesidades, de sus emociones. Y la última lección, no es porque sea ni más ni menos importante, ¿no? Pero es aprender a comunicarnos con los demás de forma asertiva. Hay tres tipos de comunicación: agresiva, sumisa o pasiva y asertiva. Sería la fórmula equilibrada. La persona agresiva impone su voluntad, ¿no? Y esto sí que tiene también un poquito que ver con el temperamento, porque las personas son como más fogosas, más impulsivas, suelen tender a tener un estilo de comunicación más agresiva, más de imponer y descalificar a los demás: «¿Pero cómo puedes pensar esto? ¿Pero cómo puedes opinar de esta manera?». La persona sumisa es la tipo camaleón. Lo que tú digas, donde tú digas, como tú quieras. Porque huyen del enfrentamiento. Normalmente, esto me lo he encontrado siempre en terapia, los niños que son más sumisos es porque tienen baja autoestima. Si una persona se quiere a sí misma puede expresar sus necesidades, sus deseos, sus opiniones, sin enfrentarse con nadie. No… Y hablar en mensajes: «Yo… Esto es lo que yo pienso. Esto es lo que yo necesito. Esto es lo que yo creo. Pero respeto que tú pienses, necesites y creas cosas diferentes». Esa es la asertividad. Empodera mucho la asertividad en los niños porque les permite sentirse capaces, sentirse competentes y sentir que su voz cuenta. Yo creo que, si en todos los colegios del mundo y en todas las familias se trabajaran estas diez competencias, la sociedad sería totalmente diferente.
Claro, cuando el niño está leyendo eso o algún adulto le está leyendo eso, se puede sentir reflejado y decir: «Mira, a mí a lo mejor no me da vergüenza cantar, me da vergüenza otra cosa», pero refleja. Entonces, ¿qué hace? Va a visitar a su amiga la Luna, todo desesperado. Una noche sube a una montaña y la Luna le dice: «Haz lo que te gusta, pero entrénate. O sea, no te va a salir bien a la primera. Por que te salgan gallos ahora, no pasa nada. Tú sigue, persiste. Sigue cantando, ya verás, ya verás como cada vez lo haces mejor». Entonces él baja al pueblo y, bueno, va ensayando , va ensayando hasta que se convierte en el primer dragón en la historia de los dragones que canta y es famoso, y vienen de distintas partes del mundo a escucharle y él se siente feliz por haber sido fiel a sus sueños. Entonces, claro, después de este cuento yo planteaba en ‘Cuentos para sentir’ una serie de preguntas, pero esas preguntas estaban en una hoja aparte. El cuento de por sí tiene su valor, pero el adulto puede hacer preguntas: «¿A ti hay algo que te da vergüenza? ¿Y qué haces cuando algo te da vergüenza? ¿Y si hubieras sido Dracolino, qué hubieras hecho? ¿Si se ríen de ti dejas ya de cantar, ya no ensayas, o hubieras hecho caso a la Luna?». Ese diálogo lo que permite es que el adulto entre en el corazón del niño, ¿no? Que llame a la puerta al corazón del niño, entre y pueda entablar un diálogo de cosas que son muy sutiles, pero que son muy importantes. Pero, claro, en ‘Cuentos para sentir’, pues hay 46 cuentos. Cada capítulo es una emoción y hay preguntas. No hay ilustraciones. Luego, de ahí salió una colección de libros ilustrados, que a los niños más pequeños, pues claro, ya ven las caras… ¿No? Yo procuro que los ilustradores sean muy fieles a las expresiones gestuales y exageren incluso un poco para que también les sirva de forma para aprender a expresar emociones. Y, en definitiva, todos los cuentos pueden ir trabajando los celos, la envidia, el rechazo… Distintas emociones, dándoles además una visión de por qué una persona puede sentirlo, pero también dándoles soluciones. Cómo puedes salir y cómo puedes resolver esa emoción.
“Los niños necesitan límites y normas para ser felices”
Pero asumes que has puesto en tu mano todo lo que estaba. Porque has trabajado a tope, has rendido a tope, te has entrenado a tope… Bueno. Pero el esfuerzo, si lo asociamos al sufrimiento, los niños no se quieren esforzar. Lo que hay que decirles: «No, no, esfuérzate e intenta hacerlo lo mejor posible. Pero, ojo, si te sale mal a la primera, persiste. Sé constante. ¿Te caes de la bicicleta? Vuelve a subirte». Y cuántos niños se han caído de la bicicleta y dicen: «Ya no quiero volverme a subir a la bicicleta». No les va a hacer feliz porque se dan cuenta ellos mismos que no son capaces de enfrentarse a retos. Redunda una baja autoestima. O sea que, como digo, los elementos están un poquito interconectados, pero de alguna manera les podía… los quería poner separados para darle su importancia, ¿no? Otro punto para mí muy importante de este decálogo para ayudar a niños y niñas a ser más felices, ¿no? Porque, ya digo, que no se trata de regalar la felicidad, si no sería el regalo que todos los padres y madres harían a su hijo nada más nacer. Es vivir con honestidad ¿no? Y apostar por ser sinceros, ser honestos. Yo creo que la educación en valores tiene que ir orientada a una ética, a una forma de relacionarnos con los demás donde esté basada en la confianza mutua. Y hay confianza cuando la persona es honesta. Si una persona, por ejemplo, te miente, es que ya en esa relación es como que se abre una fisura. Claro, en este sentido los padres y madres tienen que ser el ejemplo vivo, ¿no?, de esa honestidad. Y de esa también coherencia con lo que piensan, entre lo que dicen y lo que hacen.
Con lo cual, los niños que crecen en un ambiente donde, por ejemplo, imagínate que han hecho una trastada, que han hecho algo mal. Han estado jugando en el salón y han roto algo, cuando tú les has dicho mil veces que no jueguen en el salón. Claro, ¿qué hace tu hijo? ¿Te miente y dice que ha sido el perro que ha entrado corriendo al salón y ha tirado el jarrón? ¿Te miente? Pues tendrás que plantearte si es que, si dice la verdad, a lo mejor le pones un castigo enorme. Entonces, cuando al decir la verdad creen y prevén que se van a encontrar con un gran castigo, entonces mienten. Pero, si tú dices: «Mira, por haberme dicho la verdad, el castigo va a ser menor, o la consecuencia va a ser menor, porque yo lo que valoro es la confianza que tienes en mí para decirme ‘he sido yo’ y no me has mentido». Las relaciones de confianza en la familia son básicas para la felicidad. Cuando se generan ya círculos de desconfianza, empezamos mal. Empezamos mal y ahí ya empiezan a aparecer otro tipo de problemas que impiden o que dificultan bastante el ser felices. Pero otro punto del decálogo, también muy importante, es respetar su individualidad. Y, por ejemplo, uno de los cuentos del decálogo que tiene que ver con la individualidad, es una familia de ranas que tiene trillizas. Mía, Tuya y Suya se llaman las tres ranas. Entonces, cada una, como decimos coloquialmente, es de su padre y de su madre. O sea, tienen el mismo padre, la misma madre, pero cada una… Una es muy besucona, muy afectiva; la otra dice que ya es mayor y que no; la otra llora por todo y se queja. O sea, cada una tiene su propia personalidad.
Los padres, las ranas, que en este caso son las que guían un poquito el cuento, van dando a cada hija lo que necesitan y no las comparan nunca. Pero entre ellas se comparan porque, claro, hay una tendencia en los niños a compararse con otros. Y los padres dicen: «¿Pero por qué os comparáis si cada una sois diferente? Os queremos a las tres, pero a cada una de una forma distinta os expresamos nuestro amor porque sabemos que no, no recibís…». Que, Mía, por ejemplo, le gustan mucho los besos, pero Suya es muy suya y no quiere besos. Bueno, pues en este cuento se demuestra que es un error comparar a los hijos. Que es un error permitir que se comparen porque de alguna manera es como disimular esos perfiles de individualidad que todos tenemos y que todos valoramos. Entonces, hacerle sentir a los hijos que son únicos, especiales, que respetamos. Ese respeto a la individualidad un niño lo percibe. La mirada de un adulto sobre un niño… Percibe perfectamente si le valoras, si le estás juzgando, si le estás comparando. Y, evidentemente, es muy importante no solamente que esa individualidad se construya desde dentro a la periferia para que luego sea un adulto seguro y confiado en sí mismo, sino que los adultos le podamos transmitir esa confianza en el desarrollo de esa individualidad. Porque es como una plantita, ¿no? Que al principio necesita un tutor y luego cuando ya va cogiendo ese tallo más fuerza lo va dejando. Pero, de alguna forma, sabemos perfectamente, y los psicólogos en esto nos damos cuenta, ¿no?, que cuando un niño es muy frágil es porque no le han ayudado a crecer con seguridad y porque no han aportado ese puntito de confianza en sí mismo y no han tenido en cuenta sus peculiaridades. Y, por lo tanto, el tutor ese, eso: durante un tiempo los padres pueden ir apoyando, pero luego ya no.
Pero también para ser felices necesitan límites y normas. No podemos ayudar a que nuestros hijos se desarrollen bien y se sientan personas seguras en el mundo si solamente les damos afecto y amor. También hay que darles límites. Los límites hacen que los niños se sientan seguros. Les ayudan a crecer felices, les ayudan a saber qué pueden hacer, qué no pueden hacer y también a prever las consecuencias, ojo. Yo conozco muchas familias que les costaba poner límites cuando eran pequeños. Decían: «Que sean felices, que hagan lo que quieran, ya de mayores…». No, los límites deben empezar a los dos años. A regular, a poner hábitos, rutinas. ¿Qué son los hábitos y las rutinas? Poner unos límites. Ahora se come, ahora se cena, ahora vas al baño, ahora vas, ahora te lavas los dientes, ahora te acuestas. Todo eso, esas pautas, esos hábitos, esas rutinas que llamamos cuando son pequeños, les hacen sentirse seguros. ¿Por qué? Porque pueden predecir lo que va a venir después. Cuando los adultos ponen normas y límites también tienen que enseñar al niño a prever las consecuencias de saltarse los límites y las normas. Es decir, no según el estado de ánimo del padre o de la madre, el castigo es mayor o la consecuencia va a ser más fuerte, no. «Mira, si no comes en este espacio de tiempo porque estás mirando al tejado aquí y no te centras en la comida, pues luego, en vez de ver este rato los dibujos animados, vas a ver un poquito menos, porque la hora de acostarte sigue siendo la misma».
Es decir, que el niño puede hacer una predicción: «O bien ceno ahora rapidito en el tiempo que me dan». Rápido, sin agobios, porque la calma ya he dicho que es muy importante, pero marcar esas pautas. Entonces hay que decirles a los niños… Yo, muchas veces cuando trabajo con adolescentes, se lo digo: «Normas y límites hasta que nos muramos». A mí no me pueden enterrar donde a mí me dé la gana. Hay normas, hay límites. Yo conozco, por ejemplo, a una persona que cuestiona los stop y dice que es que algunos están mal puestos. Y le digo: «Bueno, pues es que…». Cuando voy con él en el coche es un sinvivir. Porque, claro, tú nunca sabes si va a frenar o no va a frenar porque tiene que considerar si aquel stop está bien puesto o mal puesto. No, no, a ti te han dicho las normas de tráfico que, si hay un stop, te paras y tienes que cumplirlo. Y si no una gran frustración y una gran protesta. Si enseñamos a los niños desde pequeños que el entorno normativo lo que nos permite es vivir en comunidad y convivir entre todos y saber que todo el mundo se va a parar ante el stop, vamos a vivir mucho más felices. Entonces, es importante. Normas, límites, pero también prever las consecuencias. Hay un noveno elemento en este decálogo muy importante, que es aportarles seguridad. Y esto tiene que ver con propiciar un entorno seguro en la casa. Ahora que se habla tanto de la seguridad. A ver, no existe un entorno de cero riesgos. Hasta en el hogar se pueden producir pues… Accidentes domésticos. Los niños, pues eso, pueden meter el dedo en el fuego o puede haber cualquier… se pillan con un cajón. Pueden pasar cosas, pero el entorno es seguro. Yo me refiero a un entorno emocionalmente seguro.
Donde haya confianza, donde cada uno se pueda expresar con libertad. Donde sientan que, si tienen miedo a algo, no se van a reír de sus miedos, sino que les van a aportar esa seguridad para enfrentarse a ellos. Donde los adultos son como elementos que contienen a ese niño. Y el último, que es muy importante, es educar en la paz, ¿no? Muy relacionado con lo que he hablado antes sobre la calma. Un entorno en la casa donde los padres no estén como locos todo el día haciendo cosas, que esto es lo que ha pasado a veces en algunos momentos del confinamiento, ¿no?, del año pasado. Porque, de alguna forma, los ritmos son importantes. Y tú puedes estar en un momento dado muy estresada, muy concentrada, porque tienes un trabajo muy urgente que sacar, pero que tu hijo vea que después descansas un rato y juegas con él, o escuchas música, o te tomas un refresco o un helado y descansas un poquito. Que haya paz en el hogar porque un ambiente muy estresante en el hogar no permite que los hijos crezcan felices. Entre otras cosas, porque los niños necesitan percibir también una determinada tranquilidad en los padres y en las madres. Y, a veces, cuando vienes del trabajo, como yo les decía a algunos padres en terapia: «Tienes que colgar tus preocupaciones en la entrada o tu mal humor, los malos ratos, en la entrada de la casa y entras en un entorno calmado, tranquilo… Porque los hijos necesitan que tú estés así con ellos para esa felicidad. Luego, estos diez puntos yo creo que son importantes y, evidentemente, muchísimas familias seguro que la mayoría de ellos ya los contemplan.
“La sobreprotección es el primer enemigo de la autonomía”
“Un ambiente muy estresante no permite que los hijos crezcan felices”
Uno es querer. ¿Eh? Voluntad de cambiar. Porque… Yo digo que la puerta del cambio tiene una sola manilla, se abre desde dentro nada más. O sea, si tú quieres cambiar, tú puedes cambiar. ¿Pero qué solemos hacer? Querer que cambien los demás. No, eso no. Yo puedo cambiar y empezar a ser más emocionalmente inteligente. Pero con querer no sirve. Hay que aprender cómo cambiar. O sea, cómo logro cambiar hábitos en mi cerebro. Te voy a poner un ejemplo: Si yo soy una persona muy agresiva en mi estilo de comunicación, puedo decirle a la gente: «Es que yo soy así». Como diciendo: «Pues tú te aguantas, yo es que tengo mi manera de expresarme así». Hay un surco en tu cerebro, metafóricamente hablando, hay unas conexiones que hacen que tu hábito de respuesta y de comunicación sea agresivo. Vale, pero es que se pueden cambiar los hábitos. Ahora, tienes que ser persistente. Y, cada vez que te venga el impulso, decir: me calmo, respiro hondo, contesto en un tono de voz o en ese momento no contesto, contesto después… Hay estrategias y, practicándolas poco a poco, ese surco que, a modo de metáfora, ahora sí, es como unas vías del tren que tú has construido, con lo cual el tren se monta y va por donde está la vía. ¿Qué tienes que hacer? Desmontar esas vías y crear otras. En cuanto creas otro hábito, el tren va a ir por esas vías. Así que: querer y saber. Y, evidentemente, en el saber conlleva el entrenarte. Una vez que sabes cómo y quieres hacerlo, entrénate, entrénate. Dicen que como mínimo, para que un hábito se transforme en otro, necesitamos 28 días cómo mínimo. Para algunos hábitos, tres meses, pero para algunos con 28 días. Pero tienes que ser constante, constante, constante. Y recordarte a ti misma que ya no vas a responder como antes, de forma violenta y agresiva, bueno, pues porque haces daño a los demás o porque los demás a lo mejor se sienten mal contigo, ¿no? Por ese estilo de comunicación. He puesto ese ejemplo.
Otro elemento importante en la convivencia es la resolución de conflictos. Lo hemos hablado antes también. Conflictos van a surgir. Es que es inevitable. Es inevitable porque, de alguna forma… Pues no todo el mundo tiene ni tus mismas formas de ser, ni tus mismas respuestas, ni tu capacidad para prevenir problemas. Y a veces los conflictos los creas tú sin darte cuenta. Otras veces lo crean los demás y otras veces salen así, espontáneamente, ¿no? Pero hay que tener esa capacidad. En el cuento ‘Cuentos para aprender a convivir’, es el Amazonas. Es un bosque maravilloso donde un niño guaraní se pierde. Se pierde y, entonces, los animales de la selva amazónica, yo elegí los animales que estaban en peligro de extinción, le van dando esta educación en valores, ¿no? Y le van haciendo ver cosas y le van poniendo situaciones en la cual él va aprendiendo que en un ecosistema, pero que da igual el ecosistema, sea una selva o sea el aula, o sea su familia, hay que ser capaz de ceder en muchos momentos y dejar espacio al otro. Y en otros momentos no. Ser asertivo y decir: «Pongo límites, hasta aquí hemos llegado». Aprender a decir que no es un elemento también importante en la convivencia. «No, este favor no te lo hago porque…». «No, no te dejo mi coche porque no me fío de ti». O sea, esa capacidad también de poner límites a los demás mejora muchísimo las relaciones sociales. Sí que es importante tener en cuenta que, si no aprendemos a convivir después de aprender a ser nosotros mismos, vamos a ser dependientes en la convivencia. No va a ser una convivencia… Vamos a decir, fructífera. Vamos a estar con los demás dependiendo de los demás. Y se trata de convivir desde mi autonomía, desde la construcción de mi ser.
Es curioso porque yo llevo dando formación a profesores 43 años, pero en estos últimos 22 años, casi de forma exclusiva en Educación emocional. Pero con una característica. Yo me acuerdo que en el año 2004 me llamaron de la Diputación de Guipúzcoa y me dijeron, bueno, había problemas de violencia de… Y dijeron: «Queremos que Guipúzcoa sea una sociedad pacífica, de buena convivencia. Queremos impulsar un entorno emocionalmente inteligente. Vamos a empezar por la educación. Luego seguimos con otros entornos». Y entonces ahí diseñamos con Rafael Bisquerra, gran amigo mío, catedrático de la Universidad de Barcelona. Diseñamos un programa de formación para profesores, estoy hablando del año 2004, que comprendía cuatro módulos. Ahora te explicaré por qué doy estos datos. El primer módulo eran nociones generales: qué son las emociones, cómo funciona el cerebro… Y todo el mundo podía participar a la vez, pero… Y duraba 15 horas ese módulo. Por supuesto, estaba subvencionado por la Diputación de Guipúzcoa y se apuntaba cualquier profesor que quería, de cualquier nivel, hasta universitarios. De cualquier nivel. Pero el segundo módulo eran 60 horas de desarrollo de las competencias emocionales personales y el tercer módulo era el desarrollo de estas competencias emocionales o de la inteligencia emocional en el aula. Luego, el cuarto, aquella persona que quisiera ser educador de educadores en educación emocional, ¿no? Pero el segundo módulo, cuando Goleman vino a San Sebastián a clausurar el programa, que duró cuatro años, nos dijo: «Este es el segundo mejor programa del mundo. Y la clave está en el segundo módulo», dice, «cosa que en la mayoría de los lugares no se realiza». Es decir, el profesorado tiene que trabajarse sus propias competencias emocionales porque nos encontramos muchas veces que, si a ellos les falta autocontrol, ¿cómo van a enseñar a los alumnos a autocontrolarse, no?