La vida secreta de los astronautas
Sara García Alonso
La vida secreta de los astronautas
Sara García Alonso
Científica y astronauta de reserva
Creando oportunidades
Una astronauta contra el cáncer
Sara García Alonso Científica y astronauta de reserva
Sara García Alonso
Licenciada en Biotecnología, máster en Investigación Biomédica y Biológica, con una trayectoria y excelencia académica reconocida con varios premios, la científica Sara García Alonso recuerda que de pequeña jugaba con un microscopio, para observar lo más pequeño, y un telescopio para contemplar lo más lejano. La curiosidad y la posibilidad de cambiar el mundo fueron los dos motores de su vida, hasta que en febrero de 2021 recibió un mensaje de un familiar, que le recomendaba leer una notica que parecía escrita para ella: "Europa busca mujeres astronautas para viajar a Marte". Por primera vez en más de una década, la Agencia Espacial Europea (ESA) abría una convocatoria de oferta de empleo para que cualquier europeo que cumpliera los requisitos pudiera optar a ser astronauta. Se presentaron 22.500 candidatos. Así comenzó la aventura de García Alonso, que durante más de un año tuvo que superar exámenes, test psicotécnicos, pruebas y entrevistas, para finalmente convertirse en la primera mujer española nombrada astronauta de reserva de la ESA.
Mientras espera el momento de recibir la asignación de una misión para viajar e investigar en el espacio, la científica continúa su trabajo como investigadora en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), donde lidera un proyecto que busca nuevos fármacos contra el cáncer de páncreas y pulmón, bajo la dirección del bioquímico Mariano Barbacid. "Yo no sabía cuál era el trabajo de mis sueños cuando era pequeña. Sabía que quería avanzar en el conocimiento y que eso sirviese de alguna forma para hacer del mundo un lugar mejor. Para mí eso era el trabajo de mis sueños, y eso lo cumplía y lo cumple el trabajo de investigación. Pero el trabajo de astronauta cumple todo eso. También está enfocado a sacar adelante proyectos científicos inspiracionales y contestar a las grandes preguntas del ser humano", concluye.
Transcripción
Pero también me surgían las ganas de ser una química, de ser una física. Lo bonito es que cuando somos niños podemos dejarnos llevar simplemente por la curiosidad y dedicarnos a explorar y a descubrir qué es lo que nos motiva. En el instituto me gustaban mucho, es cierto, las carreras de ciencias, pero también la literatura. Me empapé también de música, de cine, de todo tipo de libros. Todo eso me enriquecía y me hacía querer saber más de todo. Aunque, cuando estaba terminando el instituto, sí que tuve una muy buena experiencia con mi profesora de Biología, porque por primera vez sentí que lo que aprendía en el cole y en el instituto me servía para solucionar problemas. No consistía ya simplemente en memorizar un contenido teórico y escribirlo en un examen. Esta profesora cambió un poco el paradigma y me planteaba problemas científicos en los que yo tenía que aplicar lo que había estudiado durante el instituto. Y quizá ese enfoque de integrar conocimientos y aplicarlos para responder y solucionar problemas fue lo que inició una especie de llama en mí, que sabía que de alguna forma yo me quería dedicar a eso. Yo me quería dedicar a avanzar en el conocimiento y que ese conocimiento integrado para resolver problemas, de alguna forma, mejorase la vida de la sociedad, hiciese del mundo un lugar mejor. El problema es que no sabía cómo hacerlo porque me gustaba todo. Y claro, cuando terminas el instituto y tienes que decidir qué carrera quieres estudiar, es una decisión un poco complicada, porque además piensas, con razón, que va a condicionar tu futuro laboral y el resto de tu vida.
Y es una decisión muy importante, quizá muy responsable para tomar con 18 años, en los que estamos llenos de dudas y de inseguridades. Y un poco guiada por esas ganas de avanzar en el conocimiento, de explorar, de investigar, de hacer ciencia, y con ese amor que le había cogido a la biología, opté por una carrera que era bastante nueva cuando yo empecé a estudiar. De hecho, había muy pocas universidades en España que la ofertaban, y era la licenciatura en Biotecnología, en mi ciudad natal, en León, en la Universidad de León. Afortunadamente era una de las universidades que tenían esta disciplina y me llamó la atención cuando descubrí en qué consistía la biotecnología, porque me llamó la atención el nombre, que era un poco… sonaba muy futurista y me interesó. Y cuando leí un poco la definición de en qué consiste la biotecnología y me percaté de que se basaba en utilizar la biología, los organismos vivos, los seres vivos para mejorar procesos o hacer productos que tuvieran un impacto y una aplicación directa a la sociedad, claro, me quedé un poco sorprendida, diciendo: «Creo que esto es lo que yo quiero». Yo lo que quería era guiarme por esa curiosidad, aplicar el conocimiento para hacer del mundo un lugar mejor. Me pareció que esta carrera respondía muy bien a todo eso, porque además, nada más comenzar la carrera, descubrí que la biotecnología tiene lo que se conoce como «colores», que no deja de ser un abanico de aplicaciones completamente diversas. El color verde para la agricultura, de cómo hacer una agricultura más sostenible, mejorar los cultivos, las plantas. El color rojo para avanzar en medicina con nuevos tratamientos, sistemas de diagnóstico. El color blanco para procesos industriales que se puedan optimizar y que puedan dar más rendimiento. Pero hay todo un abanico de colores. Hablamos también de temas relacionados con bioética, con legislación, con nutrición, con zonas, biotecnología de los océanos.
“Yo quería dedicarme a avanzar en el conocimiento para hacer del mundo un lugar mejor”
Hay una infinidad de opciones, y eso me llamaba, porque yo no quería tomar la decisión con 18 años de cuál va a ser mi futuro y mi profesión. Yo quería todas las opciones abiertas, y entonces me pareció una buena aproximación. Y he de decir que el paso por la universidad me marcó a muchos niveles, porque de entrada fue la universidad donde yo conocí a mis referentes. Como os comentaba, no tenía esos referentes cuando era niña, cercanos, ni mi familia, ni amigos de mi familia. Y quizá en los libros de texto o en el cole tampoco me hablaban de ejemplos cercanos con los que yo me pudiese identificar. Pero cuando estaba estudiando conocí a otros estudiantes que se atrevían a hacer cosas muy de mayores, como me parecían a mí con 18 o 19 años. Se organizaban en asociaciones, organizaban congresos para divulgar la biotecnología, se iban a laboratorios por distintas partes del mundo a aprender a investigar, y era gente más o menos de mi edad, un año arriba o un año abajo. Y eso fue lo que me inspiró, porque pensé que si ellos y ellas eran capaces de hacer esas cosas dentro de la misma universidad en la que yo estaba, ¿por qué yo no iba a ser capaz de hacer ese tipo de investigaciones o de organizaciones? Y me inspiraron a atreverme a hacer ese tipo de cosas. También conocía a profesores y profesoras que me enseñaron a dar mis primeros pasos. Me enseñaron cómo es la vida de un investigador, de un científico, y eso fue lo que ya me hizo completamente decantarme. En los últimos años de la universidad me entrené en varios laboratorios que estaban más especializados en investigación oncológica y encontré una vocación muy fuerte en ese tipo de investigaciones, porque respondía muy bien a esa pulsión que yo tenía desde que era niña. Es que quería avanzar en el conocimiento, pero quería mejorar también la vida de la gente.
Y el cáncer es un conjunto de enfermedades, las enfermedades oncológicas, que suponen un problema muy complejo a nivel científico, que requieren de cientos, de miles de investigadores para intentar desentrañar qué es lo que ocurre en nuestras células para que se vuelvan tumorales y qué es lo que podemos hacer para revertirlo. Entonces, a nivel científico me parecía un desafío tremendamente interesante. Y por otro lado, a nivel de motivación, de servicio social, teniendo en cuenta que son enfermedades que van a afectar a uno de cada dos hombres y a una de cada tres mujeres, creo que dar un pasito en mejorar la vida de toda esa gente podía tener un impacto enorme en el mundo. Tenía también esa motivación de «con este avance en el conocimiento puedo contribuir, de alguna forma, aunque sea con un granito de arena, a hacer que el mundo sea un lugar mejor». Y por eso decidí especializarme después de la universidad en la investigación oncológica. Así que me trasladé a Salamanca, al Centro de Investigación del Cáncer, y realicé mi tesis doctoral en medicina traslacional para aplicar los conocimientos de la investigación biomédica relacionada con oncología en algo que pudiera ser trasladable a pacientes. Estuve durante casi cinco años y estudiando por qué algunos pacientes con cáncer de mama no respondían a los tratamientos que existían para ellas y qué se podía hacer para darles el tratamiento más adecuado, lo que se conoce como medicina de precisión o medicina personalizada, que es en lo que he seguido especializándome durante el resto de mi trayectoria profesional. Fue una época maravillosa, de muchísimo aprendizaje, de mucha superación, muy dura también, porque es una carrera científica. Es una profesión preciosa, pero es una carrera de fondo en la que hay que ir paso a paso.
Hay que trabajar muy duro durante muchas horas. Pero, bueno, te rodeas de gente que te da distintas perspectivas, avanzas en la solución de problemas, cada día es completamente diferente y para mí la carrera investigadora es algo tan bonito que realmente merece la pena, sobre todo por el bien que puedes llegar a hacer. Y luego, cuando me doctoré, que fue uno de los días más bonitos de toda mi vida, la verdad… Sigo recordando ese día con muchísimo cariño. Volví otra vez a esas dudas que se nos aparecen cuando tenemos 18 años y tienes que decidir qué carrera hacer. Cuando terminas la carrera y tienes que decidir cuál es el siguiente paso… Esas dudas de cómo va a ser tu trayectoria profesional surgen en todas las etapas de la vida. Cuando terminé el doctorado volvió a surgir esa duda de «¿qué es lo que quiero hacer ahora? ¿Me quiero ir al extranjero? ¿Quiero buscar trabajo? ¿Quiero formar mi propio grupo de investigación? ¿Cuáles son los pasos adecuados que hay que dar para conseguir todo esto?». En mi caso, decidí contactar con un investigador al que yo admiraba desde que era pequeña, porque mis padres y mi familia me habían hablado de él, el doctor Mariano Barbacid, y le mandé una carta sin ninguna esperanza de que me contestara. En esa carta le expuse todos los motivos por los que yo quería trabajar en su laboratorio y también le dije todos los motivos por los que yo creía que debía contratarme. Y, aunque pensaba que no me iba a contestar, me contestó al día siguiente y al poco me incorporé a su grupo en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, donde todavía estoy trabajando, para resolver un reto científico que no se había conseguido en décadas, pero que supondría un paso clave para seguir adelante con las investigaciones que él estaba llevando a cabo en su grupo.
Lo que buscan es intentar encontrar medicinas personalizadas, medicinas apropiadas para pacientes con carcinoma de pulmón y de páncreas que tienen una mutación en concreto. En poco tiempo tuvimos éxito, quizá por aplicar una metodología diferente o cambiar un poco la perspectiva o la forma de hacer las cosas, y desde entonces se abrió una nueva vía de investigación muy grande, en la que ahora hay estudiantes de doctorado, a los que yo estoy guiando y formando y soy su mentora, y estudiantes de máster, de fin de grado, técnicos… Y trabajamos codo con codo para intentar encontrar soluciones a todo esto. Y es un día a día precioso y una carrera maravillosa. Y entremedias, en 2021, surgió una oportunidad que quizá yo nunca me había planteado en serio, que es la oportunidad de ser astronauta de la Agencia Espacial Europea, una oportunidad que no surge con mucha frecuencia. Se planteó ante mí un tren que quizá solo pasa una vez en la vida. Y, cuando yo analicé realmente esta oportunidad, cuando ya tenía mi carrera profesional bastante establecida y asentada, y, digamos, una trayectoria que seguir, me di cuenta de que de alguna forma este trabajo, el trabajo de ser astronauta, cumplía bastante bien todos los requisitos que yo había buscado en el trabajo de mis sueños. Yo no sabía cuál era el trabajo de mis sueños cuando era pequeña. Sabía, como os he dicho antes, que quería avanzar en el conocimiento y que eso sirviese de alguna forma para hacer del mundo un lugar mejor. Cómo conseguirlo me generaba más dudas, y entendí que a través del trabajo de investigadora se podía conseguir esto, porque aunaba llevar a cabo proyectos científicos muy inspiradores, trabajar con la última tecnología e incluso favorecer el desarrollo tecnológico que al final luego se puede aplicar en distintos sectores de nuestra sociedad, y trabajar en ambientes multidisciplinares y multiculturales con otros profesionales que tienen distintas perspectivas.
Para mí eso era el trabajo de mis sueños, y eso lo cumplía y lo cumple el trabajo de investigación. Pero el trabajo de astronauta cumple todo eso, en realidad. También está enfocado a sacar adelante proyectos científicos inspiracionales y contestar a las grandes preguntas del ser humano. Implica avanzar en la tecnología. Se necesita la tecnología más puntera para conseguir que estos proyectos que tienen lugar en el espacio sean realidad. Hay gente trabajando, codo con codo, que procede de todo el mundo. Por poner un ejemplo, para llevar el hombre a la Luna, en las misiones Apolo, trabajaron 400 000 profesionales. Eso es maravilloso. Los astronautas solo son una pieza más de este puzle. Pero, además, el trabajo de astronauta tenía un puntito a mayores que no tenía el de ser investigadora, y es ese punto de aventura, de probar nuestros límites, de ir más allá, de pasar la última frontera, de poder hacer esa investigación desde el espacio, viendo nuestro planeta, viendo ese pequeño punto pálido azul en la inmensidad del espacio. Y eso ningún otro trabajo en el mundo me lo podría ofrecer, porque esto es algo tremendamente extraordinario en el sentido más literal de la palabra. Así que, motivada, decidí atreverme a intentarlo, aunque fuera difícil, aunque las posibilidades fuesen muy muy escasas y muy remotas, porque sabía que simplemente desafiarme e intentar algo con tanta pasión y con tanto esfuerzo iba a hacer que yo saliera reforzada, con nuevo conocimiento, que al final es lo que siempre he buscado: seguir creciendo, seguir aprendiendo día a día.
Y tuve la suerte de llegar hasta el final y de conseguir ser miembro de la Agencia Espacial Europea en calidad de reserva, siendo la primera mujer española en conseguirlo y espero que la primera de muchas que vengan detrás de mí. Y ahora, en este punto, aúno mis dos trabajos soñados, porque me puedo dedicar a la investigación oncológica día a día, que me motiva, y al mismo tiempo espero a que surja una oportunidad para tener una misión donde quizá pueda llevar a cabo parte de esas investigaciones en el espacio. No sé muy bien cuál será el camino, no sé muy bien los pasos a continuación ni cómo terminará mi carrera profesional, pero sé que soy valiente para dar un paso y para intentarlo y que, guiada por esa pulsión de la curiosidad infinita, de seguir aprendiendo, solo van a traer cosas buenas. Y, bueno, soy optimista con que en un futuro, espero que no muy lejano, podré aunar ambas profesiones y hacer investigación en el espacio. De momento disfruto de mi día a día y sigo aprendiendo, porque sigo siendo esa niña curiosa que, aunque pasen los años, quiere serlo todo de mayor, aunque ya sea mayor. Y esa es un poco mi historia. Y, si tenéis alguna duda, me encantaría responder a todas las preguntas que tengáis al respecto.
“Conseguí ser miembro de la Agencia Espacial Europea en calidad de reserva, siendo la primera mujer española en conseguirlo y espero que la primera de muchas que vengan detrás de mí”
Necesitas también al menos tres años de experiencia profesional operativa, es decir, más allá de un simple trabajo de oficina. Si has estudiado una carrera de ciencias, a lo mejor que hayas trabajado en un laboratorio o en una fábrica de montaje, o que hayas pilotado realmente. Hablar inglés, y luego una serie de características psicológicas, que son mantener la calma bajo presión, estar dispuesto a ser sujeto de pruebas, porque los astronautas son al mismo tiempo técnicos y conejillos de indias del tipo de investigaciones que se llevan a cabo en el espacio, y tener una fuerte determinación, también. Ser capaz de ser operativo, de trabajar en equipo, de liderar equipos, pero también de seguir a un líder cuando sea necesario, de ser adaptable… Hay una serie de características. Eso digamos que son los requisitos. Y una vez que surja la oportunidad, y si tú reúnes los requisitos, tienes que presentar, como en cualquier oferta de trabajo, porque esa es la primera… Al menos para mí fue la primera sorpresa, que es que para ser astronauta tienes que responder a una oferta de trabajo publicada por una agencia espacial. A esta oferta tienes que presentar un currículum, una carta de motivación, explicando por qué te gustaría ser astronauta más allá de «es mi sueño de pequeño», que probablemente sea lo que responde todo el mundo de entrada, tienes que presentar un certificado médico que garantice que tú físicamente estás sano, que podrías ser piloto. Ese concretamente es el certificado. Y después, si seleccionan tu candidatura, que en mi caso hubo unas 23 000 candidaturas válidas de europeos, tienes que pasar por un proceso de selección con muchas fases en las que te van a evaluar de formas muy muy diversas.
Van a evaluar tus habilidades cognitivas, van a evaluar tu capacidad de adaptación, tu perfil psicológico, tu capacidad de respuesta, de nuevo te van a evaluar a nivel físico y a nivel médico, te van a poner a prueba de muchas formas, vas a tener que mantenerlo en secreto también a menudo. Quizá lo más difícil para convertirse en un astronauta es que surja la oportunidad. Y, aunque surja la oportunidad y reúnas todos los requisitos, el proceso es muy largo, y al final, de esas 23 000 personas, van a elegir a un puñado. Buscan perfiles que se adapten muy bien a lo que ellos desean, de modo que tienes que estudiar una carrera científica y dejarte un poco guiar también por esa pulsión de experimentar. Yo lo he dicho muchas veces: todo lo que he hecho a lo largo de mi vida, dedicarme a la investigación, experimentar con deportes de riesgo… Por ejemplo, he practicado buceo, paracaidismo, artes marciales. Aprender todo tipo de disciplinas o idiomas, viajar mucho, todo ese tipo de cosas me han ayudado. Yo no las hice para convertirme en astronauta, pero todos y cada uno de esos pasos me han ayudado a convertirme en astronauta. Otros candidatos habrán seguido otros caminos, pero al final es una profesión muy particular que requiere de un perfil. Pero luego, también, nadie sabe cómo ser astronauta, te lo tienen que enseñar. Es decir, te seleccionan para ser astronauta. Después, una vez que te seleccionan y se te asigna una misión, te entrenan para convertirte en un astronauta y que sepas todo lo que tienes que saber antes de enfrentarte a una misión espacial.
Son exámenes bastante complicados y, además, no basta con tener una memoria prodigiosa o ser la persona que más sabe de física o de matemáticas y ser capaz de hacer cálculos mentales muy rápido. No basta con eso. Tienes que ser capaz de aprobar, por decirlo de alguna forma, todos los exámenes, todas las categorías, cualquier test que te pongan por delante. No necesitas quizás sacar un diez, pero sí que tienes que ser capaz de superarlo. Objetivamente, esta primera fase de pruebas, de exámenes, es la más difícil. Después de esas pruebas, a unas 400 personas más o menos nos invitaron al Centro Europeo de Astronautas en Colonia, la sede, el centro neurálgico de todos los astronautas, para evaluarnos más a nivel psicológico, ver cómo somos capaces de comunicarnos con nuestros compañeros, de trabajar en equipo, de solucionar problemas, cómo somos nosotros a nivel psicológico, cómo nos enfrentamos a los problemas, a la adversidad, a la ansiedad. Todo eso nos lo evaluaron de distintas formas. También hablamos con otros astronautas veteranos a los que también les preguntaban: «¿Pasarías seis meses en una misión espacial con esta persona?». Porque dice mucho de si esa persona tiene lo que hay que tener para convertirse en astronauta. Quizá la parte de las pruebas más sencilla objetivamente fueron las pruebas médicas, porque ya no depende de nosotros. Como aspirantes, nuestra obligación era estar en un hospital durante cinco días, dejando que los médicos hicieran su trabajo para evaluar que no tuviésemos ningún tipo de patología que pueda suponer un problema cuando estamos en una misión espacial. Porque en una misión espacial no hay una ambulancia que te pueda trasladar a un hospital cercano, no hay médicos. Puede que haya algún compañero de la tripulación que tenga conocimientos de medicina, y toda la tripulación tiene que tener unas bases, unas nociones de medicina, pero no hay esa capacidad de tratar un problema médico serio. Por eso, los aspirantes a astronautas no es que tengan que ser atletas de élite, que se piensa muchas veces que ese es el perfil que se busca. No se trata de eso, se trata de que sean personas muy muy sanas. Y a lo largo de esos 18 meses ahí está la incertidumbre, está el mantener las cosas en secreto y el aguantar hasta el final, porque hasta el último día ni siquiera sabíamos si seríamos astronautas de carrera, si permaneceríamos en la reserva. De hecho, yo me enteré de que había superado todas las pruebas un 11 de noviembre de 2022, de camino al trabajo, por una llamada telefónica del director general de la Agencia Espacial, que me dijo que lo había conseguido y que tenía que mantenerlo en secreto. Y, bueno, la verdad es que hasta ese momento prácticamente lo había mantenido en secreto. Se lo había comentado a muy poca gente, a mi familia, a mi pareja, que se lo dije además en un momento muy romántico en el que él me estaba diciendo que me seguiría a cualquier parte del mundo, salvo si decidía irme a la Luna. Y ahí creo que dije: «Creo que es el momento, que te tengo que contar una cosa. Cariño, tenemos que hablar, porque me he presentado a un proceso de selección». Pero a nadie más, porque habíamos firmado una serie de acuerdos de confidencialidad y se anunciaría al mundo la primera promoción de astronautas de 2009. Por eso comentaba antes que es una oportunidad que surge con muy poca frecuencia. Y el 23 de noviembre de 2022 anunciaron a la nueva promoción de astronautas. Somos 17 astronautas, ocho mujeres, nueve hombres, cinco astronautas de carrera y 12 permanecemos en la reserva esperando futuras oportunidades.
Una vez que hemos identificado esa diana terapéutica, necesitamos encontrar la forma de atacarla, es decir, ese dardo que dé específicamente en nuestra diana, sin tocar ninguna de las otras moléculas, de las células de un individuo, porque en ese caso tendríamos toxicidad. Este es un poco el principio de la medicina de precisión, que es a lo que nos dedicamos en el grupo donde yo trabajo. Mi objetivo, cuando me incorporé en esta investigación, era entender cómo era esa diana a nivel tridimensional, porque para poder desarrollar un dardo, es decir, un fármaco específico contra esa diana, tienes que saber exactamente como es, qué huecos tiene, lo que conocemos como bolsillos químicos, dentro de la proteína, porque esto es una proteína, donde pueda encajar un fármaco, de tal manera que destruya esa diana terapéutica. Ese era mi objetivo. Y, cuando me incorporé, mi trabajo consistió principalmente en aislar dentro de las células de los tumores esta proteína y desentrañar su estructura tridimensional a nivel atómico, a un nivel de resolución extremo. Una vez que tenemos esa información, podemos, mediante técnicas de bioinformática, utilizando también inteligencia artificial, diseñar y probar en un ordenador millones y millones de pequeñas moléculas químicas que encajen, que pudiesen encajar en esa estructura, y después ir analizándolas, primero en modelos de células y luego en modelos animales, para ir pasando de millones de posibles fármacos a un puñado de medicamentos potenciales que se puedan utilizar para tratar humanos en un futuro. Esa es un poco, en líneas generales, la investigación a la que yo me dedico.
Mi trabajo ahora, como esta línea la estoy liderando yo, consiste en diseñar los experimentos, en analizar los resultados con los estudiantes, ver por dónde podemos ir mejorando, implementando nuevas técnicas que nos den más información, leer muchísima literatura para entender qué han dicho otros científicos y hacia dónde están investigando, integrar toda esa información e intentar solucionar los distintos problemas del día a día que vayan surgiendo para avanzar en la investigación. Es un trabajo que implica mucha creatividad, implica mucho ingenio, hablar con muchos profesionales y distintos enfoques, distintas perspectivas. Como yo ahora mismo estoy en la reserva de astronautas, puedo combinar mi trabajo con mi trabajo como astronauta de reserva, y, a día de hoy, lo que intento hacer sobre todo son tareas más de divulgación, de intentar transmitir a la sociedad para qué sirve la exploración espacial, cómo se puede integrar la investigación científica y la exploración espacial. Porque el fin es el mismo, que es avanzar en el conocimiento, hacer desarrollos tecnológicos que se puedan aplicar en los distintos sectores en los que vivimos todos nosotros y, en cierto modo, mejorar el día a día.
Si vas poniendo capa sobre capa de una… Se ha probado en algunos estudios de misiones espaciales, en las que colocan una proteína que es sensible a la luz y pueden hacer capas muy muy finas y muy homogéneas, muy puras, precisamente aprovechando estas ventajas de la microgravedad, de que todo se queda y se mezcla por difusión sin que haya corrientes, convecciones, sedimentaciones. Se ha conseguido crear retinas artificiales muy finas que son capaces de utilizarse como trasplante en personas que tengan problemas de visión. Ese sería un ejemplo. Por seguir con la investigación que yo estoy haciendo aquí en el laboratorio, en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, para yo entender la estructura tridimensional de esa diana terapéutica, he tenido que congelar la muestra y hacer una técnica que se llama microscopía electrónica, criomicroscopía electrónica. Pero, originalmente, para entender la estructura tridimensional de proteínas se utiliza lo que conocemos como cristalografías y rayos X. Hay que conseguir hacer un cristal como los cristales de sal, que probablemente todos y todas hayáis visto en algún momento. Hay que conseguir ese cristal con tu diana terapéutica y después, al pasar rayos X, tú puedes generar lo que conocemos como un patrón de difracción, que te permite entender la estructura tridimensional. Es algo muy complejo a nivel físico, pero es simplemente quedaros con la idea de que hay que construir un cristal. Esto, con componentes inorgánicos como la sal, es relativamente fácil, pero con macromoléculas como las proteínas es muy complicado de conseguir en la Tierra, porque se empiezan a incorporar impurezas, se van generando corrientes y los cristales son frágiles y no se forman. De hecho, yo lo intenté hacer aquí con mi proteína y no pude. Sin embargo, eso en microgravedad es muchísimo más fácil de conseguir. Los cristales tienen mayor calidad, mayor pureza y mayor tamaño, lo que permitiría analizar su estructura tridimensional. Esto es un ejemplo clásico de cómo mi propia investigación de la Tierra incluso se podría trasladar y mejorar con una misión espacial. Otro ejemplo que a mí me gusta mucho, y con el que trabajamos también en múltiples laboratorios por todo el mundo para hacer modelos de tumores, son los organoides. Son células tumorales que crecen de manera tridimensional y mimetizan lo que ocurre en los tumores de los seres humanos. Pues estos organoides se están haciendo actualmente en muchas de las misiones espaciales porque se forman con mayor tamaño y con mayor calidad de lo que ocurre en tierra. Y estudiando qué es lo que está ocurriendo en esas células tumorales quizá podemos poner de manifiesto vulnerabilidades de las células del cáncer que desconocíamos que existían, descubrir nuevas dianas terapéuticas contra las que lanzar esos dardos en la medicina de precisión y dar nuevas ideas sobre cómo enfrentarse a los distintos tipos de cáncer. Esas son algunas de las miles y miles de investigaciones que se llevan a cabo precisamente por aprovechar las ventajas de la microgravedad. Y dado que yo soy investigadora biomédica, son las que más me atraen, las que pudieran mejorar un poco en el ámbito de la medicina y la aplicación a pacientes.
Eso ya no va a ser un hándicap. No te vas a poner a ti misma esa barrera. Y, por otro lado, creo que también es importante no solo que haya ejemplos de referentes femeninos en carreras científicas por el hecho de que se vea que hay mujeres que se dedican a la ciencia. Mujeres que se dedican a la ciencia y mujeres con talento las ha habido siempre, desde hace cientos y cientos de años, desde los albores de la historia. El problema es que no eran tan visibles, estaban invisibilizadas, y quizá en los libros de texto y en los medios de comunicación solo veíamos ejemplos masculinos. Sí es importante por este lado, pero también es importante ver que hay mujeres que se dedican a carreras científicas y en qué consisten esas carreras científicas. Tener referentes de hombres y mujeres que te puedan contar de primera mano a qué se dedica una astrofísica, a qué se dedica una biotecnóloga, a qué se dedica una matemática, para que tú, a la hora de elegir tu futuro, tengas un abanico de ejemplos que te inspiren a perseguir aquello que te motive. Es difícil soñar con ser algo que no sabes que existe, y pretender, querer ser el pionero o la primera persona en… Todos queremos, pero tendemos a decir: «No, no lo voy a intentar porque es muy muy difícil». Que haya ejemplos y referentes hace que esas barreras, que muchas veces nos las ponemos nosotras mismas, ya no estén dentro de la ecuación, y que nos atrevamos, que ese es un poco el mensaje que yo siempre he querido transmitir a las futuras generaciones, no solo a las niñas, también a los niños, a los hombres, a las mujeres, a la gente más mayor. Que se atrevan a explorar, que se atrevan a dejarse llevar por aquello que les motiva, que les hace felices. Que no se pongan límites por el lugar de procedencia, por las estadísticas que están en nuestra contra, porque no haya ejemplos previos, porque no haya mujeres, porque vengamos de una universidad pequeña o porque hayamos estudiado esto o aquello otro.
No nos autolimitemos. Atrevámonos a explorar, porque simplemente en ese camino vamos a aprender lecciones muy valiosas que nos van a servir, que van a ir añadiendo herramientas a esa mochila con la que nos enfrentamos y con la que al final buscamos vivir nuestra vida de una manera plena y ser felices. Y, si en ese camino además ayudamos a contribuir de alguna forma a que este mundo sea un poquito mejor, habrá merecido la pena, incluso aunque no llegues a ese final o a ese objetivo soñado que tenías. A lo mejor en ese camino encuentras precisamente el que realmente era el objetivo de tus sueños. Así que hay que atreverse a perseguir esos sueños, sean los que sean, sin autolimitarnos. Y, bueno, me ha encantado compartir mi historia con vosotros y vosotras. Muchas gracias por haber venido, ha sido un placer y espero que volvamos a coincidir en un futuro.