“La sostenibilidad nos invita a reflexionar sobre el mundo”
Carlos Mataix
“La sostenibilidad nos invita a reflexionar sobre el mundo”
Carlos Mataix
Profesor e ingeniero
Creando oportunidades
Por qué son importantes los Objetivos de Desarrollo Sostenible
Carlos Mataix Profesor e ingeniero
Carlos Mataix
Si alguien conoce bien las claves para transformar el mundo es el profesor e ingeniero Carlos Mataix. “Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la Agenda 2030, para mí tiene el valor de ser un elemento que nos une: es una agenda consensuada por 193 países en la que participaron todos los sectores de la sociedad; y une aspiraciones que tenemos los países y las comunidades y que, hasta entonces, viajaban por separado”, sostiene con emoción.
Profesor titular del Departamento de Ingeniería de Organización de la Universidad Politécnica de Madrid, Mataix tiene una amplia trayectoria en el campo de la cooperación internacional y la sostenibilidad. Actualmente, dirige el Centro de Innovación en Tecnología para el Desarrollo Humano (itdUPM), un espacio de referencia internacional desde donde promueve la colaboración entre personas, entidades y disciplinas para abordar retos sociales, ambientales y económicos recogidos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
“Cuando se habla de sostenibilidad, no se habla solamente del respeto a los ecosistemas y al medioambiente, se habla también de cuestiones que son sociales y culturales”, asegura el experto. Mataix es consejero y asesor de un gran número de organizaciones públicas y privadas y, además, dirige la publicación interdisciplinar Revista 17, dedicada a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. También ha escrito numerosos trabajos científicos y de divulgación relacionados con la Agenda 2030. Cree en el ser humano, en la inteligencia colectiva y en el valor de la interdisciplinariedad para solucionar los problemas a los que nos enfrentamos. Y acude a palabras de Eudald Carbonell para reflexionar sobre nuestro papel en el mundo: “Los competentes no compiten, ante todo, cooperan”.
Transcripción
Hubo entonces una mujer que para mí ha sido una de las grandes maestras en estos temas, Donella Meadows. Ella desarrolló parte de su carrera en uno de los centros de investigación más importantes del mundo, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, que, junto con otros colegas, empezaron a aplicar la teoría de sistemas a la sostenibilidad. ¿Por qué? Porque era evidente que, en un mundo cada vez más interdependiente, todo estaba relacionado con todo. Y eso lo vemos cada día. Cuando encendemos el interruptor, intuimos que hay toda una serie de consecuencias en cadena que, si pensamos profundamente en ellas, pues pueden tener consecuencias y efectos, algunos deseables y algunos no. Cuando vamos a un supermercado y compramos algo para hacernos una buena comida, pues sucede lo mismo. El enfoque de sistemas, que se ha ido popularizando desde entonces, nos permite y nos hace conscientes de las consecuencias de nuestras acciones. Donella y sus colegas, fíjate, al principio, llegaron a pensar que la teoría de sistemas iba a permitir controlar y tener un cierto comando sobre nuestras decisiones en los sistemas, pero, poco a poco, se fueron dando cuenta de la enorme complejidad que tienen los sistemas sociales cuando interaccionan con la naturaleza y se dieron cuenta de que la cosa era más difícil de lo que parecía, y se preguntaron algo que yo creo que nos preguntamos también a menudo: «¿Cómo puede ser que estemos aceptando que somos capaces de extraer y utilizar recursos naturales, recursos materiales, de manera indefinida en un planeta que es físicamente finito?». ¿Y cómo podemos hacerlo, además, cuando sabemos que las tasas de regeneración de muchas de esas materias, incluida por ejemplo el agua, están muy por debajo de la tasa de consumo? Es decir, ¿cómo estamos aceptando que podemos crecer materialmente de manera infinita en un planeta que es físicamente finito? ¿Cómo podemos caer en ese error? Bueno, pues ella defendía que el problema estaba en nuestra forma de ver el mundo, en cómo interpretamos el mundo, en nuestras creencias, en nuestros valores. Claro, si tenemos un determinado concepto de competitividad o de competencia, un determinado concepto de eficiencia, de nuestro derecho o no derecho a utilizar indefinidamente lo que nos rodea, pues es posible que eso esté operando ahí y nos haga ciegos ante una cuestión tan evidente. No podemos seguir actuando como si nuestro planeta no tuviera límites. Y ahí surge entonces algo que también llama la atención a mucha gente. Cuando se habla de sostenibilidad, no se habla solamente del respeto a los ecosistemas y al medioambiente, se habla también de cuestiones que son sociales y culturales. Y entonces hay algo apasionante en la sostenibilidad y es que nos invita a reflexionar sobre cómo pensamos el mundo, sobre nuestras creencias, sobre nuestra forma de relacionarnos.
Y va un poco más allá, porque, claro, todo esto tiene que suceder en un mundo en el que somos muchos y tenemos muchas necesidades. Entonces, la sostenibilidad también se preocupa sobre cómo producimos las cosas, cómo generamos refugio, alimento, cómo generamos también productos que hacen que nuestra vida sea más satisfactoria, cómo nos divertimos, incluso. Entonces la sostenibilidad no es, me preguntabas antes, solo algo que se refiere a lo verde, al medioambiente, sino que también tiene una dimensión importante económica y una social. Y si tiene una dimensión social, hay que estar abierto a plantearse cambios en la sociedad, en cómo nos relacionamos. Pero lo que sí sabemos es que, en sociedades libres y democráticas, la sociedad solo cambia cuando es ella, la propia sociedad, la que se cambia a sí misma. Por eso es tan importante que en el pensamiento y en la reflexión sobre lo que significaría una sociedad más sostenible, estemos todos juntos. Y déjame terminar con una cuestión que también creo que es importante descargarle a la sostenibilidad. La sostenibilidad no debe ser un juego de vencedores y de vencidos. Avanzar hacia un horizonte de sostenibilidad implica plantearnos también cuestiones muy importantes de justicia social. No puede ser que por reducir el impacto de los sistemas energéticos aceptemos que miles de personas se queden sin trabajo, o que una gran porción de nuestros territorios se quede abandonado o sean territorios de sacrificio, si quieres. Entonces es muy importante plantearse esto. La sostenibilidad requiere también que pensemos en cómo distribuimos las cosas y en cómo incorporamos, y en ocasiones compensamos, a aquellas personas, a aquellas comunidades que se pueden quedar atrás en un camino hacia una sociedad más sostenible.
“Cuando se habla de sostenibilidad, no se habla solamente del respeto a los ecosistemas y al medioambiente, sino también de cuestiones sociales y culturales”
Pero unieron también ahí la agenda social y de lucha contra la pobreza, la que venía consensuándose en la relación entre gobiernos, organizaciones no gubernamentales, etcétera. Y si vemos la agenda, hay objetivos que tienen que ver con la lucha contra el hambre, con servicios esenciales que hay que hacer llegar a toda la población en el mundo, y también se incorporó la agenda económica, las tres dimensiones de las que hablábamos antes, la ambiental, la social y la económica. Y hay más, la Agenda también reconoce que tenemos que actuar de otra manera. Ya hay dos objetivos, los dos últimos, el 16 y el 17, que nos plantean y nos llaman a actuar de otra manera. El 16 habla de instituciones fuertes y a la altura de los desafíos que tenemos. Y el 17 habla de colaboración y de un esfuerzo financiero entre todos para avanzar. La Agenda 2030 habla también, y requiere también, dinero. Pero tenemos que ir a un horizonte en el que la economía, las decisiones financieras, se alineen con los propósitos de la gente, con el interés general, se alineen con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y en eso no vamos mal, nos queda mucho por hacer, pero cada vez hay una mayor conciencia de que la financiación, las decisiones que tienen que ver con el manejo del capital, tienen que estar al servicio de las necesidades y de los intereses de la mayoría de las personas. Y yo creo que en este momento que se está cuestionando, incluso atacando a la Agenda 2030, deberíamos pensar si no estamos atacando a una gran creación del ser humano. Hay gente que ha quemado bibliotecas o que ha destrozado monumentos y catedrales. En ocasiones, pienso que este ataque a la Agenda 2030, esa construcción que hicimos entre todos y que no podría tener lugar hoy en un mundo mucho más crispado y mucho más enfrentado, es un ataque contra nosotros mismos.
Creo también que, en la escena del debate público, incluso en la escena del debate económico, están apareciendo inquietudes que, hasta hace poco, te diría que casi eran de mal gusto. Hablar de inversión pública en proteger a la gente con menores ingresos y la necesidad de asegurar una disponibilidad de renta para cualquier persona por el hecho de existir, plantearse los efectos negativos que tiene para un sistema económico la desigualdad extrema en la que nos movemos. La desigualdad tiene efectos muy negativos en las economías y en las sociedades, más allá de, digamos, el aspecto moral que tiene la aceptación de niveles de desigualdad muy altos. En primer lugar, porque la desigualdad, en mi opinión, es una gran trituradora de talento. La gente que se queda atrás no puede desplegar sus capacidades y su proyecto de vida. Y, en segundo lugar, porque está explicando una gran parte de la polarización que tanto nos preocupa y que está tensionado nuestras sociedades. Plantearse cómo el sistema económico tiene que tener un propósito realmente alineado con las grandes cuestiones de interés general es algo nuevo, pero que está ahí, cada vez más presente, tanto en el ámbito académico y el ámbito más experto, como en el ámbito público. Y creo que esos espacios están abriéndose y tenemos que apreciar el valor que tienen. Y, por último, creo que hay una esperanza también en que el avance, como hemos dicho, es un avance en un sistema. Y en un sistema las cosas no suceden gradualmente. Si miramos la evolución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, estamos teniendo un avance muy tenue y que no nos va a llevar al cumplimiento en 2030. Pero de vez en cuando hay avances exponenciales, cuando se dan determinadas circunstancias. Yo creo que estamos cerca de encontrar algunas palancas de transformación que pueden hacer que en los próximos años veamos progresos realmente positivos y rápidos en objetivos que son muy importantes para todos.
Recuerdo un informe muy interesante de una gran organización internacional que trabajó en Centroamérica, en la cadena de suministro, los proveedores, los productores, etcétera, de una gran multinacional. Y la actividad, las decisiones que estaba tomando esa empresa estaban generando muchos problemas ambientales y sociales. Cuando esta organización tuvo acceso a conocer cuáles eran los mecanismos de decisión, las perspectivas de los directivos de esa empresa, se dieron cuenta de que no había una intencionalidad de hacer daño. Había un desconocimiento enorme del sistema en el que estaban operando. Eran incapaces de entender cómo vivían y cómo producían, cómo se relacionaban las comunidades de productores con las que trabajaban. Tenían muchas dificultades para entender también los efectos que tenían determinadas actividades en el medioambiente. Cuando se abrió ese sistema de decisión a la colaboración con los diferentes actores, con lo que se llama los grupos de interés, se pudieron remediar muchos de los problemas que había. Es decir, la no colaboración, la no colaboración profunda nos lleva muchas veces a tomar malas decisiones, decisiones estúpidas. La colaboración entre actores, incluyendo a todas las partes, incluso a veces a las partes más ausentes y más incómodas, es una buena praxis.No solo porque, desde un punto de vista de justicia social es deseable, sino que también desde un punto de vista de tomar mejores decisiones, mejores decisiones para una empresa o para cualquier organización, es realmente muy positivo. Uno de los elementos que hacen difíciles las alianzas es que obligan a cuestionar el modelo tradicional de liderazgo. Somos una sociedad que cree que es necesario que existan líderes que nos conduzcan y que nos salven de esta. Es cierto que la participación de personas extraordinarias e inspiradoras es muy importante, pero es un reflejo, quizás de otros tiempos, el confiar el avance, el futuro en un líder. Cada vez más, en este tipo de entornos de colaboración descubrimos la importancia de un liderazgo nuevo.Un liderazgo más distribuido en el que en cada momento y ante cada situación, cualquiera de los participantes puede ejercer un papel tractor o líder. En cierto modo, eso es lo que da lugar a la idea de una inteligencia colectiva, o una inteligencia de grupo, que es más capaz de interpretar y de abordar la complejidad. Yo creo que esto es una cuestión de esas que tienen que cambiar.Y es difícil porque venimos, desde hace mucho tiempo, programados para hacer las cosas de una determinada manera. Yo me he hecho con el tiempo, creo que nos pasa a muchos, coleccionista del ingenio de otras personas.Y utilizo mucho una frase de una persona a la que admiro y que me parece que está dotada de un gran ingenio, que es el investigador Eudald Carbonell, un experto en la evolución humana.Y dice algo así como que, analizando la evolución de nuestra especie durante toda su vida profesional, ha llegado a una conclusión y es esta: “Los competentes no compiten, ante todo, cooperan”.
“La desigualdad es una gran trituradora de talento”
Y en ese sentido, quizá la principal enseñanza es que el diálogo no es un lujo, el diálogo es una necesidad. El diálogo no es improductivo, del diálogo salen producciones que son realmente transformadoras y positivas para quienes participan en esos espacios de diálogo. Y en ese espacio de diálogo surgieron proyectos como una plataforma para el empleo verde. ¿Qué sucedió? Que, en nuestros diálogos, en nuestras conversaciones, veíamos que iba a haber una gran inversión y un gran despliegue en cambiar la estructura, por ejemplo, del sector energético, desplegar nuevas plantas de producción de energía renovable o la rehabilitación masiva de viviendas para hacerlas más confortables, para lograr que las viviendas emitan menos contaminantes a la atmósfera, al calentarse y al enfriarse. Y todo eso iba a requerir mucho nuevo empleo. Un empleo que, a día de hoy, empieza a existir, pero todavía hay que formar. Y, claro, en “El día después” estaban, por un lado, representantes de las empresas que van a trabajar en esos sectores verdes, en esos sectores de la transformación o la transición energética.Pero también estaban ONG que trabajaban con colectivos desfavorecidos, pero también estábamos universidades, también había personas especialistas en el ámbito de la formación profesional. Comenzamos a trabajar y a diseñar juntos una iniciativa que tuviera una capacidad de hacer esto a gran escala, de anticiparnos a esa demanda que ya está ahí, de nuevos trabajos y vincular esa demanda con la necesidad de mucha gente que está fuera del mercado laboral o se va a quedar fuera del mercado laboral, porque sus sectores, en cambio, están en declive. La experiencia está siendo fantástica. Sin “El día después”, estoy seguro de que no hubiéramos podido diseñar algo tan completo, un entorno de colaboración tan productivo como este.
Y dos cuestiones más. La primera es que ese cambio en las ciudades no se puede hacer de espalda a los territorios, de espaldas al medio rural. Las ciudades nos alimentamos gracias a que existen lugares en los que se produce lo que comemos, y respiramos un aire que está condicionado también por cómo son las cosas en los territorios que circundan las ciudades. De hecho, la transformación de las ciudades debería plantearse como una oportunidad para transformar también la relación entre el territorio, el medio rural, y la ciudad. Y la segunda cuestión, cuando hablamos de ciudades no estamos hablando solamente de grandes urbes, es muy importante considerar la función que tienen en el equilibrio de un territorio y de un país las ciudades pequeñas e intermedias, que, además, son ciudades que pueden ser espacios de experimentación que pueden ir más rápido que en las ciudades más pobladas y que pueden ayudar a demostrar y a innovar en aspectos que luego se pueden trasladar a las grandes ciudades. Y lo más interesante que está sucediendo en ese impulso europeo de la Misión de Ciudades es precisamente la colaboración entre ciudades muy diferentes, de diferentes países, de diferentes tamaños y de diferentes situaciones.
“La educación tiene un papel insustituible y fundamental para la sostenibilidad”
Es muy importante que la universidad siga siendo ese espacio donde se genera el conocimiento que luego se transfiere a la sociedad, un conocimiento riguroso y contrastado, pero es verdad también que los procesos de transferencia del conocimiento hacia la sociedad tienen que ser más rápidos en este momento y que además hay conocimientos que no están codificados en la universidad y que son muy importantes hoy. Conocimientos que residen en las comunidades o residen en ámbitos que no son ámbitos de atención de la universidad. Por eso hablamos cada vez más de que para que la universidad pueda estar a la altura de los desafíos que tenemos, tiene que actuar interdisciplinar, incluso transdisciplinarmente. Esa es una primera tarea que tenemos, donde, insisto, hay muy buenas experiencias, pero todavía no es lo dominante en el ámbito universitario. Tenemos que plantearnos, por supuesto, cambios en nuestro modelo de formación, y tenemos que aceptar que los estudiantes que tenemos ahora están en una situación muy diferente a quienes somos sus profesores y, en mi caso, además, somos bastante mayores que ellos. Por ejemplo, un estudiante, yo lo veo en mis clases, no puede estar estabulado cinco o seis horas en un pupitre. Creo que ahora la atención no funciona como funcionaba antes y tenemos que entender que eso es así. Y después, creo que tenemos estudiantes con ganas de ser protagonistas de cambios. En las universidades en el mundo, ahora mismo se calcula que hay unos 180 millones de estudiantes.Imagínate qué pasaría si activáramos a 180 millones de jóvenes en la búsqueda de esas soluciones o respuestas a la sostenibilidad. Sería fantástico, ¿verdad? Y ahí llega el tercer elemento en el que yo veo un gran papel de la educación y de la universidad en particular, y es que las universidades son como pequeñas ciudades dentro de ciudades o dentro de territorios, ¿por qué no pensarlas como espacios de experimentación donde podamos mostrar lo nuevo? Cómo alimentarse de otra manera, cómo moverse de manera diferente, cómo colaborar con otros grupos sociales y hacerlo además más permeable, que el espacio universitario sea un espacio que recibe, que deja de ser esa especie de torre de marfil, y es un espacio que invita a toda la sociedad a aliarse, a colaborar, a imaginar futuros posibles. Creo que sería maravilloso. Y sí que hay un freno de nuevo para que esto suceda rápido y vuelve a ser lo que decía antes, la manera que tenemos de organizarnos y de gobernar las instituciones. Creo que hay un freno importante. Las universidades tienen que encontrar modelos de gobierno, de toma de decisiones, de organización y también de reconocimiento del mérito de los profesores, y también de los estudiantes, diferentes a los que hemos tenido hasta ahora.
Los jóvenes son muy diversos y, en situaciones, muy diferentes, pero me voy a atrever a hablar de la juventud en general. Es cierto que tengo la enorme suerte de trabajar con gente más joven que yo y, todas las semanas, compartir un aula, un espacio de trabajo con estudiantes que sí calificaríamos como jóvenes, y creo que, en este momento, es fundamental que la juventud sea activa, sea escuchada y tenga un papel importantísimo en el cambio que necesitamos. Por muchas razones, una de ellas es porque los jóvenes estáis menos condicionados que los que somos mayores, que estamos ya quizás un poco formados, o conformados, de una determinada manera. La capacidad que tenéis para poder imaginar sin miedo posibilidades distintas es mayor que la nuestra. También, porque yo creo que tenéis una inquietud muy generalizada sobre lo difícil que se está poniendo la vida, que se está poniendo el acceso a la vivienda o que se está poniendo encontrar un trabajo más o menos estable y suficientemente retribuido, y creo que os estáis dando cuenta de que no somos capaces, la generación que ahora toma las decisiones, de estar a la altura. No estamos pudiendo responder, y creo que muchos jóvenes están enfadados con los mayores. Creo que también si empezamos a dialogar y a hablar juntos, descubrís que algunas de esas cosas que tanto os tienen que preocupar como la vivienda, la exclusión social o el deterioro ambiental, pues son problemas nada fáciles de resolver, y eso nos lleva a algo que yo creo que es fundamental: tenemos que actuar juntos. Yo creo que nadie tiene derecho a trasladar a vuestra generación la responsabilidad sobre el futuro.Lo oigo demasiadas veces: “Bueno, seréis vosotras quienes nos saquéis de esto”. Yo creo que eso no es justo. Creo que estamos en una situación en la que tenemos que trabajar juntos y generar un tipo de afecto intergeneracional y unos espacios de acción intergeneracional que nos ayuden a ir mejor equipados y a ser más capaces de actuar. En este sentido, yo me voy a atrever a hacer dos recomendaciones. La primera de ellas es que no tengáis miedo a fracasar. Yo os pediría que fuerais, en cierto modo, coleccionistas de buenos fracasos. El fracaso, si se puede evitar, está bien, pero si te atreves a actuar, a hacer las cosas en un mundo tan complejo como este, evidentemente te vas a equivocar. Pues colecciona. A animarse. Anímate y ten delante un buen repertorio de fracasos, aprende de ellos, y no tires la toalla. Inténtalo una y otra vez. Hay otra cuestión que, en este mundo tan rápido y tan intenso que vivimos, que es apasionante, es cierto que cada vez la vida cabe menos en la memoria. Nos suceden tantas cosas tan rápidas y tan variadas que nuestra memoria es incapaz de procesar, y, además, nuestra memoria es muy tramposa. Entonces, mi segundo consejo porque yo lo practico, pero, a su vez, lo he aprendido de gente a la que admiro, es escribir. Escribir, simplemente, escribir como una rutina en la que vas dejando indicios de tu estado de ánimo, de tus ideas, de lo que te ha sorprendido, de lo que te ha molestado también.
Y escribir se convierte en un ejercicio, sobre todo si es rutinario, si es cotidiano, de reflexión, de conocimiento realmente fantástico, absolutamente fantástico. Y creo que en el momento en el que tenemos una presión muy fuerte porque estamos sometidos a todo tipo de estímulos, las cifras sobre estrés y sobre inestabilidad emocional son muy preocupantes. Creo que es importante que encontremos refugio, cada uno como quiera, pero mi consejo es la escritura y te diría más, y sé que esto es consejo de persona mayor: si lo puedes hacer con un papel y un lápiz o un rotulador, mucho mejor que si lo haces sobre la pantalla. La gente joven hoy está también condicionada por un cierto individualismo o individualización de la acción. Quizás porque llevamos demasiadas décadas en un entorno en el que le hemos dado demasiada importancia a competir más que a colaborar. Observo una cierta tendencia a la acción individual, a la salida individual. Yo creo que eso es peligroso porque nos hace mucho más frágiles, nos hace mucho más frágiles la acción individual que una inteligente acción de grupo, y la acción de grupo no tiene por qué coartar nuestra libertad, ni mucho menos. Creo que tenemos que reflexionar sobre lo que significa nuestra propia libertad y el desarrollo de nuestra propia capacidad para construir un proyecto de vida bueno. Fíjate, hablar de la libertad hoy es también hablar de sus límites. Creo que es muy importante, para preservar la libertad, tenemos que ser conscientes de los límites a partir de los cuales nuestra libertad se pone en peligro, porque dañamos algo, algo valioso, que puede ser el medio natural o a otras especies, o puede ser a otros semejantes. Entonces, yo insistiría en esa idea que nos importa mucho cuando somos jóvenes y cuando somos mayores, también. Pensar en nuestra libertad, pensando también en los límites que tiene la libertad y en lo que supone el afecto y la acción colectiva para amplificar nuestra capacidad para construir una vida buena, que es lo que en el fondo buscas cuando piensas en la libertad. Y otra cuestión que tiene relación con esto es eso que os repetimos mucho del talento. Se habla de los jóvenes con talento, se hacen concursos para buscar el talento. Escuché a alguien hace poco decir que el talento tiene que ver con la lotería genética, pero como toda buena lotería, está muy repartida y eso quiere decir que todas las personas tienen formas diferentes de talentos. Es equivocada esa visión de que el talento es escaso y reside en algunos individuos que hay que encontrar. Me preocupa mucho que esa visión estrecha del talento esté consiguiendo triturar talentos que no reconoce el sistema educativo, o que no pueden florecer porque la desigualdad hace que jóvenes que viven en determinadas condiciones no puedan desarrollarse personalmente. Trabajamos, desde mi universidad, en campos de refugiados y un campo de refugiados en Etiopía es, sin duda, la expresión del fracaso de la comunidad internacional, pero en demasiadas ocasiones los vemos como un espacio de carencias donde hay que introducir ayuda, alimento, ropa, etcétera y no lo vemos como una reserva inmensa de talento. Muchos de los refugiados son gente joven, hombres y mujeres que harían lo que fuera por vivir de otra manera y contribuir a un mundo diferente. Tenemos una abundancia enorme de talento. La sostenibilidad nos ayuda a ponernos las gafas de la abundancia y veruna riqueza y una suerte, cosas que en el mundo rápido y competitivo a veces pasan desapercibidas y el talento es una de ellas. Yo tengo problemas para gestionar tanto talento. Tengo la suerte en la universidad, como os decía, de trabajar con gente joven a la que, cuando se le da la oportunidad y el espacio adecuado, reaccionan multiplicando por mucho el esfuerzo que puede hacer un profesor.