Tres formas de hablar con tus hijos adolescentes
Antonio Ríos
Tres formas de hablar con tus hijos adolescentes
Antonio Ríos
Médico psicoterapeuta
Creando oportunidades
Ayuda, ¡tengo un hijo adolescente!
Antonio Ríos Médico psicoterapeuta
La paradoja adolescente
Antonio Ríos Médico psicoterapeuta
Antonio Ríos
Conoce bien la montaña rusa adolescente porque lleva varias décadas acompañando a familias en el camino de la educación. “Los 20 años que nos toca educar a los hijos son los más complicados de la vida y los últimos cinco son los más difíciles”, reconoce el médico psicoterapeuta Antonio Ríos.
Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Alicante, y doctorado en la Unidad de Psiquiatría en la Universidad de Valencia, Ríos es especialista en orientación y psicoterapia familiar, de pareja y con adolescentes. “Muchos de los conflictos se generan en las familias y son ellas quienes tienen que buscar las soluciones”, asegura el terapeuta. Actualmente dirige el Centro FAyPA, un espacio de orientación y terapia en Alicante, España.
Antonio Ríos ha sido también docente en varios másteres de psicología e imparte talleres en escuelas de padres y madres. Para ayudar a familias y profesores a encarar las pendientes y bucles de la adolescencia ha creado el videolibro ‘Adolescente en casa ¡5 años de trinchera!’. Con singular sentido del humor, Ríos recuerda que hay una parte positiva: “la adolescencia es una etapa con un principio y un final, es decir: ¡se termina!”. Que no cunda el pánico.
Transcripción
La adolescencia es una etapa muy complicada. Es muy bonita, pero es muy complicada. Yo digo que es la más complicada de la vida. De toda la vida humana, de todos los ciclos de la vida humana, el más complicado es el de la adolescencia, porque en poco tiempo se producen muchos cambios. Muchos cambios en muy poquito tiempo. Dura cinco o cinco años y medio. Es irremediable. Lo siento, hay que pasar por esos cinco años. Por eso vamos a hablar de este tema, porque es un tema muy interesante. Y a veces yo me encuentro, cuando doy charlas y conferencias, pues que hay padres y educadores que no están preparados. ¡Pero porque se creen que no les va a llegar! Se creen que su niña, su niño bonito, chiquitito, una monada, que tiene siete, ocho años, diez años, una maravilla, y que te dice: «¡Papi!», «¡Mami, qué guapa que eres! ¡Qué guapa y qué…!». Y no se pueden creer que cuatro o cinco años después les va a empezar a mirar con una cara de asco.
Y esto, es que no te lo crees. Dices: «No puede ser. El mío no, el mío no. Qué va. A mí, no. Eso les pasa a otros, a mí, no». Y sí, sí que te va a pasar, ya verás. Ya verás como te va a pasar. Y, claro, llega un día… Además, es después de un verano. O sea, no es que sea que pasa un año y… No, no. Acaba, a lo mejor, sexto de primaria y acaba como niña, y empieza primero de la ESO y ya te mira de otra manera. Y te empiezan a mirar y dices: «Pero ¿qué ha pasado? Si hace dos meses, era la Superwoman, el Superman». Y de pronto eres… ay mi madre… ay mi padre… «Qué asco de padres y qué asco de familia, qué asco de casa, qué asco de habitación, qué asco de comida»… Toda la comida que le ha gustado durante años de pronto dice: «Ay, qué asco».
Pues eso ya empieza. Y así, eso dura cinco años, cinco años y medio. Por eso vamos a hablar de este tema, porque hay que prepararse para él, sobre todo los padres, las madres, y también las personas que se dediquen o que vayan a trabajar en el campo de la docencia, de la psicología y de la interacción con los adolescentes, fundamentalmente. Yo llevo treinta años trabajando en este campo de la psicoterapia y, dentro de la psicoterapia, en la terapia de familia y de pareja. El modelo sistémico es un modelo que aborda las relaciones de pareja y de familia todos juntos, no por partes. Entonces yo veo a las familias juntos. Ayer, por ejemplo, en una de las consultas, vi una familia con tres adolescentes y los dos padres, claro. Pues te encuentras con cinco personas delante de ti en una sesión de terapia. Pero es también una forma de abordar los conflictos, porque la familia los genera muchas veces y la familia tiene que buscar las soluciones. ¿De acuerdo? Así es que vamos a pasar un rato agradable, vamos a compartir este momento. Y bueno, pues estoy a vuestra disposición. Cuando queráis, empezamos con las preguntas.
Y eso coincide, sobre todo, con la secundaria y el bachillerato. Suele empezar, en las chicas, en sexto de primaria. Las chicas ya empiezan a calentar motores, ya se ponen nerviosas, ya te empiezan a decir: «¿Y por qué? ¿Por qué tengo que hacer eso? Pues no quiero». Y tú dices: «Uy, ¿qué pasa?». Te empiezan a desafiar, a plantarte cara. Eso empieza ya. Entonces, sexto y primero de la ESO es la rampa de subida. Luego, segundo y tercero de la ESO es la cima. Y ellas ya en cuarto empiezan a bajar y en primero de bachillerato ya empiezan a serenarse mucho. Y en segundo de bachillerato, las chicas son espectaculares: son superestudiosas, responsables, con ganas de sacar la nota de corte, etcétera, etcétera. Los chicos empiezan un poquitín más tarde. La rampa de subida es primero y segundo de la ESO, y luego tercero y cuarto, arriba, la cima. Y luego, bachilleratos o ciclos de grado medio es ya la bajada de la curva. Pero si os dais cuenta, todos coinciden en tercero de la ESO. Las chicas están arriba ya y los chicos llegan. Por eso tercero de la ESO, el año de 14 a 15 años… Buah, ese es espectacular. Ese año es impresionante.
Ni ellos se entienden ni se aguantan ni se comprenden ni les comprendemos nosotros. Por eso es un año que hay que prepararse para saberlo llevar. En esta etapa, lo importante es que se preparen los padres, porque a los chavales no podemos decirles: «No crezcas, no te hagas mayor, no pienses, no decidas». Ellos van haciéndose mayores, van teniendo opinión propia, criterio, todo. Y tú tienes que saber guiarles, llevarles y contenerles en ese proceso de ir haciéndose mayores. Y todo lo que ocurre en la adolescencia, que ahora os voy a explicar para responder a la pregunta más concretamente, eso depende de la personalidad de cada chaval, de cada chico y de cada chica. El proceso evolutivo psicológico es el mismo, pero cada chico y cada chica lo expresa según su personalidad. La personalidad tiene también una base genética. Entonces a veces hay personalidades que son de una forma o de otra. Que a veces dices: «Es que mi hija mayor no hizo esto y mi hijo el pequeño es todo lo contrario». Claro, porque son diferentes, por personalidad diferente. Entonces, en un abanico de posibilidades, hay un extremo de la personalidad que sería la personalidad rebelde, que son los chavales impulsivos que no piensan, que no reflexionan, que enseguida dicen las cosas, que enseguida tiran cosas al suelo, si les dices que no, se enfadan, se cabrean, van detrás de ti corriendo por la casa: «¡Dime que sí! Y dámelo, dámelo, dámelo. Mamá, mamá, mamá»… Esos son los del extremo este. No los conflictivos agresivos, esos son aún más allá. Y en el extremo opuesto, están los sutiles, la personalidad sutil. ¿Cuál es la personalidad sutil? Te dicen a todo que sí. «Sí, mamá. Sí. Sí, mamá. Sí, papá. Sí. Ahora lo hago. Sí. Ahora sí. Ahora voy a recogerlo. Sí, sí». Y te das la vuelta, y hacen lo que les da la gana. Y no hacen nada. Claro. Y tú te crees: «Mira qué bien mi hijo. Este sí que es responsable». Y no hace nada. Y con la personalidad sutil, si no les pasa nada, tú no te enteras de lo que hacen, ni dónde van ni nada.
No crean problemas porque a todo te dicen que sí, todo les parece bien. «Oye, que tienes que recoger la habitación», «Sí, mamá, ahora la recojo», «Tienes que sacar la ropa», «Sí, enseguida, mamá», «Baja la basura y saca al perro a pasear», «Ahora voy, enseguida». Y, de pronto, tiene que irse. Dice: «Mamá, que me voy, que tal y que cual»… Y se ha ido. Y tú vas a ver la habitación, la basura y el perro, ¡y aquí nadie ha hecho nada! Esto es la personalidad sutil. Entonces, en este abanico de posibilidades están todos los hijos y todos nosotros. Hay gente que está, por su genética y por su personalidad, más rebelde, más contestón. Y los otros. Y hay gente que está aquí en medio. Hay gente que, según le interesa, se va hacia lo rebelde o se va hacia lo sutil. Generalmente, si se tienen dos hijos, uno es rebelde y el otro es sutil. Y no te vale. Dices: «Es que no me vale, porque lo que me ha valido con el mayor, no me vale para el otro». Eso es. ¿Y qué pasa en esos años, esos cinco años? Pues mira, es una etapa complicada porque es de profundos grandes cambios: físicos, psicológicos, emocionales, sexuales, intelectuales… Todo, todo lo que durante doce años hemos estado viviendo se termina. Todo. Se acaba la niñez. Y entonces, de pronto, es como: «Yo he estado cogido a ti, papá y mamá, durante diez, doce años, de la mano, guiado por ti, y creyendo que eres la Superwoman y el Superman», y de pronto llega a los doce años, once años y pico, y dice: «Suéltame, que yo ya soy mayor. ¿Qué pasa?». Claro, ya quieren caminar. Ahí cambia todo: empieza la pubertad. La pubertad es el cambio hormonal, el despeñe hormonal. Entonces empiezan a cambiar todos los caracteres sexuales y los caracteres hormonales y a desarrollar físicamente, muscularmente, etcétera. Y esa es la puerta de entrada a la adolescencia. Y ahí empieza esa etapa de cinco o cinco años y medio en donde dejan de ser niños, niñas, para no saber qué son. Buscando quién soy yo.
Y, al acabar los cinco o cinco años y medio, empieza la juventud. Pero hace falta esta etapa de transición. Es una etapa de cambios físicos, hormonales, sexuales… Nos enamoramos, aparece la sexualidad de adultos en un cuerpo de doce, trece, catorce, quince años. ¿Qué significa la sexualidad de adultos? Pues que aparece el deseo sexual. Es cuando nos enamoramos por primera vez. Claro. Y te enamoras y te desenamoras. Y te enamoras de alguien que no te corresponde y lo pasas fatal. O al contrario. Por eso es una etapa tan complicada donde realmente lo que necesitan es… pues personas adultas que les puedan ayudar y contener en esa etapa. Por eso es tan complicada, tan difícil, porque es donde más cambios se dan, donde más cambios de todo tipo. Intelectuales, por ejemplo. Sociales: cambian de amigos, las pandillas que se han hecho en la infancia, muchas ya no siguen en la preadolescencia y, si siguen en la preadolescencia, en la adolescencia, se suelen romper, Y se hacen grupos entre ellos, se enfadan, se miran el pelo, se miran el cuerpo, se miran la talla y se miran todo. Y eso les importa mucho más que lo que suceda a su alrededor. Por eso es una etapa de estar muy ensimismados, en sí mismos, en sí mismas. Y ellos no ven lo que hay alrededor. No te ven. Ellos están allí whatsappeando y no te ven, por mucho que pases por delante, no te ven. Ellos ven lo que les pasa a ellos, lo que les sucede a ellos. Es una etapa de este tipo. Por eso hay que prepararse, porque es complicada esta etapa.
"Educar es una moneda de dos caras: amor y autoridad"
Ellos tienen que saber que estás por ahí. Si no les contestas, ¿qué hacen? Salen de la habitación y te buscan por la casa. Te van a buscar por la casa. Te buscan por la casa y, cuando ya te encuentran, estás tú, a lo mejor, en el salón leyendo alguna cosa o algo, te miran y dicen: «Mira, mírala, mírala», y se dan la vuelta y se van a la habitación. Ya está. Es decir, que han confirmado que tú estás aquí, pero no entras a verme, pero estate aquí en casa. No me dejes solo. Esta es la paradoja. ¿Lo ves? Pero te dicen: «No entres a la habitación. ¿Para qué entras?». Pero están sintiendo que necesitan que tú estés pendiente de ellos. Esta es la paradoja. ¿Lo ves? Claro, esto a los padres les desconcierta tremendamente. No me digas cuando te dicen: «Ya está bien, mamá. No tienes que ir a ningún festival ni a ningún campeonato ni nada de nada. Ahí van solamente los de primaria. Ahí van los padres de primaria». Tú te has ido a todos los festivales, a todos los campeonatos, a todas las audiciones, a todo. Y, de pronto, con trece o catorce años, dicen: «Ya no va nadie. Solamente van los padres de primaria». Y dices: «Bueno, pues como no va ningún padre, pues no voy. Me gustaría ir, pero no voy». Y es que cuando salen a la cancha o al campo de fútbol o al escenario, ¿sabéis lo que hacen? Lo primero que miran es a ver si han venido sus padres. Yo, a veces que he hecho teatro con adolescentes y con gente joven, cuando estábamos en bambalinas y me decían: «¿Han venido mis padres?». Digo: «¿Pero tú les has dicho que vinieran?». Y dicen: «No». Y digo: «Pues ya está. ¿Cómo van a venir si tú no les…?». Claro. Ellos salen al escenario o a la cancha o al campo, entonces ellos hacen una ráfaga visual. Ellos salen así, hacen así y te ven. Entonces, como te vean, hacen así. «¿Qué haces aquí? Qué graciosa». Y se van diciendo: «Mira mi madre, le he dicho que no viniera y está ahí». Pero les encanta verte. Lo que pasa es que te ponen la cara de asco porque es la contradicción entre «yo ya soy mayor, qué hacen aquí mi padre y mi madre viéndome que eso es cuando estábamos en infantil y en primaria, y ahora que estoy en secundaria, que soy mayor…» Esto es lo que ellos tienen que sentir y dicen: «Yo ya soy mayor», pero, al mismo tiempo, ellos dentro sienten que les encanta que estén sus padres. ¿Qué tienen que hacer los padres? Ir a todo. Tenéis que ir a todo, a todo. Te digan lo que te digan. Pero claro, cuando estás en infantil, te pones en las primeras filas, y en primaria, ¿verdad? En secundaria, ¿dónde te tienes que poner? De la fila diez, doce para atrás. En la penumbra, en la sombra, para que cuando ellos te vean, dicen: «Mira mi madre, ahí en la sombra. ¿Qué hace aquí mi madre? ¿Qué hace mi padre allí?». Y cuando terminas el festival, la audición, el teatro, el campeonato, todo eso, a ti te encanta, porque tu hijo ha actuado, ha tirado y ha encestado, ha marcado goles, tal, tal y te encanta bajar de la grada a darle un beso, abrazarla y tal que cual, ¿no?
Mira, si no te dice: «Ven», tú te quedas quieta. Ni te muevas. Otra cosa es que te diga: «Venid, papá, venid, subid, subid». Entonces tú vas para allá, ¿vale? Y cuando llegas al escenario, como aquí, ¿qué haces? Te tienes que quedar a un metro veinte de ellos. Otra cosa es que cuando llegues, ellos hagan ademán de ir a abrazarte. Entonces sí. Te abrazan ellos porque lo deciden ellos. Claro. Pues esto me pasó una vez con una familia. En una de mis charlas. Esto yo lo expliqué así y le dije: «Entonces cuando venga tu hijo, tú te paras, no le des un beso, no le des un abrazo, no le hagas nada, ¿eh? Y ya está. Y eso». Total, que una señora me escuchaba en la charla y al cabo de un mes o mes y medio volví a dar otra charla a ese instituto. Y al acabar la charla me dice: «Antonio, que me ha pasado eso». Digo: «¿El qué?», dice: «Pues nada, que fui a ver a mi hijo a una audición, acaba la audición. Y ya entonces él me dice: ‘Mamá, ven, ven’. Y yo me subí para arriba toda ilusionada por el pasillo central, para arriba, para arriba, para arriba, y, cuando llegaba arriba, dije: ‘Ay, a un metro veinte, un metro veinte, un metro veinte’. Y me paré». Digo: «Muy bien». Dice: «Y no le di un beso», y yo: «Muy bien. ¿Y qué hiciste?». «Le arreglé la ropa». Digo: «Pero ¿qué haces?». ¿Por qué? Porque eso, delante de un público, es hacerle sentir como un niño. Acordaos vosotros de vuestra adolescencia. Algunos de vosotros. No quieres que vayan a recogerte delante de donde habéis quedado. Dices: «No, en la calle de arriba o en la plaza de al lado», para que no vean tus amigas que vienen a recogerte. Claro, porque eso es como una niña. Y estas son las conductas paradójicas de los adolescentes. Ellos hacen muchas cosas de este tipo. «No me preguntes, pero interésate por mí. Ignórame, pero no te vayas de casa. No vayas a verme, pero estate allí». ¿Veis la paradoja? Y a veces, muchos padres se quedan con lo que dicen ellos.. «No vayas a verme, no me preguntes, no entres a la habitación. No, tal. No, no, no» y se quedan con eso. Y pasan los años y te encuentras con que ese adolescente llega a treinta y tantos, cuarenta años y entonces le dice a su padre: «Es que tú nunca ibas a verme». Y él dice: «Claro, yo no iba, porque querías». «¿Yo? Yo nunca te he dicho eso». No te acuerdas de lo que decimos en la adolescencia cuando ya te haces mayor, pero es por este proceso de que ya te sientes mayor y dices: «No, que no vengan a verme, pero quiero que estén». Esta es la paradoja y la contradicción que a veces hace tan difícil entenderlos a ellos.
Te tengo que decir hasta esta hora, hasta esta comida, este tipo de tiempo … Te lo tienen que limitar porque los padres te tienen que orientar. Y los límites, la función que tienen es una función de contención y de seguridad. Al hijo o la hija que tiene límites, no le gustan. Dice: «¿Por qué tengo que dejar la Nintendo o tengo que dejar la Play o tengo que acostarme a tal hora?». Y se rebotan, pero eso le da seguridad porque saben que en este… Entre este límite y este aquí yo puedo caminar seguro y que, fuera de esos límites, tengo riesgo. Se rebotan, pero los límites son necesarios. Fundamental. Y consecuencias si no se cumplen y eso te convierte en el malo de la película. Vivir con un adolescente en casa es muy complicado. Es muy complicado, ¿eh? Y ahora más que nunca. Ahora estamos en unas dos décadas muy, muy complicadas para vivir con adolescentes. Mira, yo utilizo tres metáforas para explicar lo que es vivir con un hijo adolescente. No os quedéis con el ejemplo, quedaos con la metáfora, ¿vale? Vivir con un hijo adolescente es vivir como con un miura en casa. Un miura de seiscientos kilos con dos cuernos por los pasillos de la casa… detrás de ti, detrás de ti, detrás de ti. «Mamá, dame esto. Dámelo. Papá». Les digo a los padres: «Cuando viene un miura de seiscientos kilos a por ti, ¿tú qué tienes que hacer? ¡Vete, desaparece!». Pero no, la mayoría de las madres, ¿sabéis lo que hacen? Salen al pasillo con el trapo y lo quieren torear. ¿Cuándo hacemos eso del trapo? ¿Cuándo salimos al pasillo y hacemos el trapo para que venga el adolescente a por mí? Cuando yo le quiero razonar, convencer, dialogar, hacerle ver, eso es ponerle el trapo, y aquel «pumba» y «pumba» discutiendo todo el rato. Ya está. Entonces no: te viene, tú vete a la otra habitación, vete a la cocina, desaparece. Déjale que dé vueltas por la casa. Vivir con un adolescente, segunda metáfora, es vivir como con una ola de tsunami. Estamos todos en casa, tranquilos, en el salón, tal. Estamos hablando, haciendo los deberes con el pequeño, jugando, oyendo música, en la tele o lo que sea, estamos todos fenomenal. Y el adolescente está en la habitación. Y, de pronto, la habitación se abre y sale una ola de tsunami. Llena toda la casa. Altera a todos, le pega a uno, le pega al otro. Abre la nevera, coge un yogur, coge un donut, lo rompe, deja aquí, deja el resto allí, coge todo, tal, tal, tal… Altera a todo el mundo y cuando ya está todo el mundo alterado, ¿qué hacen? Se meten en la habitación otra vez. Ya está. Ya hemos acabado. A veces estás con el pequeño en el salón y dice: «Mamá, ya sale el tete. Ya viene». Claro, llegan del instituto y el pequeño dice: «Ya ha llegado». ¿Por qué?
Nada más meter la llave en la puerta y tirar la mochila en la puerta, dice: «Ya está aquí, ya está. ¡Oh, madre mía!». Es eso. O sea, vivir con un adolescente es así cinco años y medio. Tremendo. Por eso los padres tienen que prepararse. ¿Cómo? No puedes ir de frente. Como te vayas a por la ola, ¿qué hace la ola? Que te envuelve a ti. Si vas a por el miura, no puedes ir, que no. Y la tercera es como… Vivir con un adolescente es vivir como con un frontón y una pelota de frontón. Tú eres el frontón, los padres, y ellos, la pelota. Y ellos están todo el rato pim, pam, pim, pam, pim, pam. Tirándose contra ti, pero provocándote, diciéndote cosas, haciendo cosas, patatán, patatán. Claro, y al final tú te agotas. Lo que tienes que hacer es no estar mucho en la pista tú e irte del frontón. Yo también les digo a muchos padres: «No os expongáis mucho tiempo. No os expongáis mucho tiempo en la presencia del adolescente». Dicen: «Es que yo quiero estar con mi hijo en el salón». Tranquilo, un ratito solo y luego ya te vas. Déjale, déjale. Es normal que quieran estar en la habitación por ese sentimiento de privacidad e intimidad. Los niños no, los niños están con nosotros en el salón, jugando, haciendo cosas. «Mami, vamos a jugar». «Papi, vamos a jugar, vamos a hacer tal». El adolescente, por ese desarrollo de la privacidad y de la intimidad, se va metiendo en su habitación, se cierra, no quieren que entres, ahí tienen su castillo. Pues déjale que esté en la habitación. No pasa nada. Si son cinco años así y ya saldrá. A ver, otra cosa es que no salga nunca. Por ejemplo, yo no aconsejo que coman en la habitación, como algunos adolescentes quieren. No. Se come en la cocina o en la salita o en el salón donde comamos todos, y se cena igual. La habitación es para estudiar o para dormir o para escuchar música, para estar con los amigos cuando vienen, pero no para… Pero es su reducto y eso hay que entenderlo y hay que comprenderlo. Entonces para caminar por el túnel: amor y autoridad. Mucho amor, eso no puede faltar nunca en la vida de un hijo, y mucha autoridad. Es decir, tú eres el que marcas, negociando, pactando. Pero tiene que haber figuras adultas seguras que contengan y eso les ayuda a ellos a ir caminando en el túnel para salir del túnel.
“Los padres son los entrenadores para la vida de los hijos”
20 años. En esos 20 años hay una herramienta fundamental que hemos dicho antes, que era el amor y la autoridad. Y yo te voy a decir algunas sugerencias también. Pero antes de pasar a las sugerencias, ¿qué hacemos después de los 20 años? ¿Los padres qué tienen que aprender después de los 20 años de los hijos? Tú has estado 20 años en un escenario de coprotagonista con tu hijo y con tu hija. Primero, llevándolo en brazos. Luego, de la mano. Luego, estando muy pendiente de que no se caiga. Luego, jugando con él, estando con él, muy atento… Luego, ya van apareciendo los amiguitos. Ya, él está jugando en el parque, yo estoy mirando, vigilando, supervisando. Luego ya aparecen los amigos en la preadolescencia, que tela marinera… Ya aparecen los amigos y ya te das cuenta de que dicen: «¿Tú qué haces aquí?». Tú te tienes que ir para atrás poco a poco. Estás en el escenario, pero te tienes que ir para atrás. Y cuando ya se hacen jóvenes, 19, 20 años para adelante, te tienes que ir del escenario. Y eso cuesta un montón. Porque te has pasado 20 años dedicándote a educarles y a prepararles para la vida. Y tienes que decir: «Ya están preparados y tienen que madurar ellos y no les puedo evitar los errores ni los fallos. No. Si me voy del escenario, ¿dónde voy?». A las bambalinas. A la tramoya. Entre las telas. Y ya no puedes salir al escenario. ¿Y qué hacen ahí los padres? Te quedas ahí, en las bambalinas, diez años más. Diez años más. ¿Por qué? Porque tú eres como la figura antigua que había antes del apuntador. Antes, hace treinta o cuarenta años, cuando hacíamos teatro, había un apuntador o una apuntadora que llevaba el guion y estaba entre bambalinas. Y cuando se te olvidaba algo, pues te acercabas y decías: «¿Qué sigue? ¿Cuál es la frase que sigue, que no me acuerdo ahora?». Y te la decía, y tú ya te activabas. Tú, el padre, la madre, lo que hacen es la función de apuntador. Y tu hijo se puede acercar a los telares, a las bambalinas, y preguntarte: «¿Esto cómo era?». Y tú, desde las bambalinas, le asesoras, porque tú ya sabes el guion de la vida cuál es. Eso ya lo sabes.
Luego hará lo que le dé la gana. Pero se lo puedes decir. Lo que no puedes es salir al escenario y decir: «Conmigo, venga, va, tal». No, no. En las bambalinas diez años más. Y después de diez años, en torno a los treinta, ¿dónde tienes que irte? A los camerinos, que están bajo del foso, abajo. Y ahí oyes los aplausos de tu hijo, del éxito de la vida, de cómo le vaya la vida, cómo le suceda en la vida. Ahí oyes, y cuando bajan de su actuación, puedes sentirte orgulloso y orgullosa porque ya es un hijo de treinta y tantos años que está haciendo su vida y está estupendamente bien. ¿Me explico? Y, claro, entonces ahí… Y cuando ya tiene cuarenta, cuarenta y tantos años, ¿qué tienes que hacer? Irte a tu casa. A tu casa. Y que te lleven a los nietos y todo eso. Y decir: «Ya está. Mi hijo está haciendo su vida. Yo lo he preparado para la vida». Este es el gran orgullo de ser padre y madre. La vida te ha dado un hijo o una hija, o dos o cinco, me da igual, y los has preparado para la vida. Ahora, hemos de saber que los veinte años que te toca a ti prepararles son los más complicados de la vida. Y los últimos cinco o seis años de esos veinte, los más difíciles. Porque no son mayores, no son adultos, no son jóvenes, aunque ya empiezan a pensar y a entrar en sensatez. Y son adolescentes que quieren hacer lo que les dé la gana, quieren experimentar, y por eso es tan complicado. Muy concretamente, cosas muy concretas, aparte del amor y de la autoridad, una: no le intentes convencer. Nunca lo conseguirás. Lo siento. Así es la vida. No, no lo intentes convencer. Nos agotamos. Porque ellos piensan… un hijo de catorce o quince años piensa como un chaval de catorce o quince años de ahora, y tú tienes cuarenta y tantos o cincuenta. No puedes pensar como ellos ni ellos como tú. Tú le puedes decir tu opinión. Sí, porque los padres tienen que decir siempre la opinión, porque sois las figuras de referencia. Un hijo tiene que oír siempre al padre y a la madre, aunque no te hagan caso. Pero se les queda. Razonarles: una vez, más no. No. Tú le das tus razones: no puedes salir por esto, por lo otro, o no podemos comprar esto porque no hay dinero, porque no podemos en este momento y tal. No hay que darle muchas más razones y razonarles y razonarles… te vas a agotar. Ellos tienen que sentirse queridos. Eso no se nos puede olvidar. Otra estrategia. No intentéis constantemente repetir las cosas y repetir y repetir y repetir creyendo que así se le van a quedar las cosas y se va a acordar de todo eso.
Seleccionar muy bien por lo que vale la pena un cuerpo a cuerpo con un adolescente. Cuando digo un cuerpo a cuerpo es una discusión donde tú me dices yo te digo y tal. Eso hay que seleccionarlo. No por todo vale la pena un cuerpo a cuerpo. Hay padres que tienen que aprender a no oír tanto, a no mirar tanto, a no oler tanto. Es que si miras, encuentras cosas, claro. Desorden, cosas por los pasillos, la chupa, la ropa en el salón, las deportivas por ahí, la ropa de educación física, del gimnasio, sin sacar de la bolsa… Si miras, encuentras siempre motivos para estar enfadándote. No hay que mirar tanto. No hay que escuchar tanto. No hay que estar pendiente. «Mira, ha salido, no ha salido. ¿Qué ha hecho? ¿Está estudiando? ¿No está estudiando?» ¡Madre mía! Hay que ser un poco estratégicos en ese sentido. Los padres, hay que aprender. Los que más tienen que aprender son los padres, porque es una etapa para ellos. Ellos no pueden parar de crecer y de hacerse autónomos e independientes. Pero estrategias así, de ese tipo: no convencerles, no razonarles constantemente, no repetir los argumentos constantemente, seleccionar muy bien por lo que vale la pena, estar presentes en sus vidas, ir a todo, pero discretamente. Hay que ir a un partido, claro, pero te pones en la última fila de la cancha. Y si no te dicen que bajes, no se baja. Y así. Pero hay que estar en su vida. Hay que estar en su vida. No es bueno. Hay padres que yo a veces oigo: «Mira, como no me hace caso ni le importa lo que le digo ni nada de nada, que haga lo que le dé la gana. Mira, yo ya paso de él». El padre o la madre del hijo. Eso es lo que no se puede hacer. Un hijo de doce, trece, catorce, hasta los dieciocho o veinte años te necesita a su lado, pero te va a ignorar. Esto es lo duro de ser padres de hijos adolescentes de esa etapa. Porque estás a su lado y te ignoran. Y te ignoran y no te cuentan cosas y se lo cuentan a tu hermana, a la tía, o a la vecina, la Toñi, que está arriba en el quinto. Que viene del instituto, y se sube a la casa de la Toñi. ¡Mira! Y tú te enteras porque Toñi baja y te cuenta las cosas. Pero si no, no te enterabas. Eso es porque contarte a ti las cosas es: «Si se lo digo a mi madre, bua, la que me monta. Si se lo digo a mi padre, la que me monta». Entonces, bueno, pues hay que saber situarse. Y son muy importantes los amigos para ellos, eso es una de las cosas que no podemos olvidarnos. Para ellos, sus amigos son su referencia afectiva. Este es el cambio. Cuando dejan de ser niños… Hasta cuando tienen once, doce años, su referencia afectiva son los padres. Eres el… pues eso, Superwoman, Superman, su referencia. Y te ven guapísima, te ven delgadísima, te ven fenomenal. Hasta que un día, con trece años, dice: «Mi padre está calvo». Claro. ¿Y quién empieza a ser su referencia afectiva? Sus amigos y sus amigas. ¿Por qué? Porque es la primera vez que experimentan un amor diferente al de los padres, que es el amor de amistad. Esta es la clave. Por eso es tan importante, porque es la primera vez en la vida que experimentas el amor de amistad por elección.
Eligen a los amigos y les eligen a ellos. Y ahora, de pronto, «también me quiere alguien que no es mi padre y mi madre y que es, bueno, es mi amiga íntima. Es con quien quiero estar todo el día». Y para ellos es tan importante el mundo de los amigos. Y ellos, al pasar tiempo con los amigos no pierden el tiempo, al contrario. Hay padres que dicen: «Es que se pasan las horas sin hacer nada con los amigos». ¡Pues claro! ¿Qué están haciendo? Cuidando a los amigos y cuidando a las amigas, lógicamente.
Y luego las siguiente es la de la pareja. El noviete o la novieta. Y ahí es un chute de autoestima espectacular. Claro, que te quieran ya de una manera exclusiva. A mí por ser yo. ¡Guau! Eso, eso… Y estas son las épocas, ¿lo ves? Los padres no tienen por qué sentirse desplazados en absoluto. Tienen que saber situarse, que es yéndote un poco del escenario. Te tienes que ir del escenario y que aparezcan otros. Eso es sano y es bueno para tus hijos.
De ahí para atrás, no hay nada. La cama, la habitación, estudiar, ducharse, a veces ducharse. «¿Para qué, Antonio?», me dicen. «¿Para qué ducharme?». Digo: «¿Cómo que para qué ducharte?». Claro. Porque a ellos lo que les importa es eso. Están ensimismados. Y se ponen ropa, se quitan ropa, se cambian… La de ropa que habéis dejado por el suelo a veces. Venga… Para ponerte lo que te gusta a ti, que te veas mona. Lo demás… «Da igual, ya aprobaremos. Ya sacaremos la secundaria y haremos esto». Por eso bajan las notas. Pero también es verdad es que conforme en la adolescencia vaya bajando, le interesa cada vez más. Por eso los bachilleratos o los ciclos de grado medio y de grado superior son ya unos años en los que ellos están mucho más motivados para estudiar, porque ya ven que van acabando y tal. La peor época es la de la subida y la cima. Eso es primero, segundo, tercero, cuarto es la época más complicadilla.
A ver, ¿yo qué le digo a un profesor, a una profesora, una maestra o un maestro que tiene que trabajar con niños o con adolescentes? Mirad, es igual que los padres, pero de otra manera. Explico esto. A los alumnos se les educa igual, con amor y autoridad. Los profesores y los maestros tenéis que querer a los alumnos. Eso es fundamental. No como un padre y una madre, no es un vínculo paterno o maternofilial. No, no, no. Es otro vínculo, pero es una necesidad. De hecho, está demostrado que los alumnos que ven que el profesor se preocupa por ellos, la profesora se preocupa por ellos, rinden mucho más en esa materia. Es como diciendo: «Esta mujer se preocupa por mí. Esta mujer está pendiente de mí. Este hombre…» Entonces, les provoca estudiar más e interesarse más por esa materia. Es fundamental que los docentes aprendan que se educa con amor y autoridad, pero el amor de un docente no es como el de un padre o una madre, ni como el de un hermano. No, es otro tipo de vinculación en donde tú te interesas por la persona y saberse el nombre de los alumnos, hablarles con respeto. A un alumno no se le humilla en público. Nunca. Nunca. Y a veces oigo en la consulta a chavales que me dicen: «Antonio, es que me han dicho esto delante de todos mis compañeros». Eso le hunde en tanta vergüenza… Y entonces ellos lo que hacen es: «Pues como me han humillado a mí, yo ahora desprecio al profesor no estudiando su asignatura. Si me atiende, si me quiere, si yo me siento querido, estudio la asignatura y si no, lo que hago es no estudiar tu asignatura». No aprueban. A ellos les da igual porque les importa más lo emocional. Entonces yo les diría a los profesores de ahora que tienen que querer a los alumnos. Tienen que quererlos. No basta con tener una carrera, aprobar una oposición y tener unos conocimientos. No basta. Tienen que saber mucha inteligencia emocional, tienen que conectar con las emociones del adolescente. Y tienen que saber que el adolescente les va a desafiar, que les va a chulear y que no tienen que entrar a su juego, como pasa con los padres. Claro. Quererle no es protegerle como un padre o una madre. No, pero es atenderles, preocuparte, interesarte, preguntarle: «¿Qué tal el finde? ¿Cómo te ha ido? ¿Qué has hecho?». Que ellos vean que: «Anda, yo le importo, que se sabe mi nombre». No: «Eh, tú». No. Por supuesto, nunca en público se le debe humillar ni despreciar. Yo estoy en contra de que den las notas en público. Qué humillante es eso. Que te digan la nota tuya en público. Qué mal. Dices: «No, esto…» ¿Por qué? Para proteger, ¿no? Cada uno tiene sus dificultades. Y, luego, a muchos docentes también les diría que tienen que saber qué familias tienen estos chavales detrás a veces. Porque cuando te enteras de las cosas que están viviendo dices: «Madre mía y madre mía».
El otro día atendí yo una familia en donde… Pues eso, los hijos me decían: «Es que mi padre lo hemos visto borracho un montón de veces». Claro. ¿Cómo se come eso? Chavalitos de doce, catorce y dieciséis años. Ver a su padre, que se van a un restaurante a comer, acaba al padre pasadito de alcohol, metiéndose con un camarero y al final peleándose con el camarero. Y eso, claro, tú no lo sabes como docente, pero tienes que preguntar, tienes que indagar, tienes que ver algo. Pero también saco una lanza a favor de los docentes y es que no tienen tiempo para hacer esto. Y la burocracia actual les impide hacer todo esto. Incluso a los tutores les cuesta dedicar tiempo a atender a los chavales. Cuando los adolescentes necesitan que se me atienda, se me escuche, que a veces pueda ir y volcar mi dolor, mis emociones negativas. Entonces, un docente en la actualidad, aparte de prepararte una unidad didáctica fenomenal y saber los contenidos estupendos, tiene que haber una actitud de inteligencia emocional para conectar con los adolescentes. Y yo creo que también, a veces me lo dicen algunos profesores cuando les doy cursos: «Es que en el máster de Educación, que nos preparan para dar clase, no nos hablan de adolescencia, y es la materia prima». Es la materia prima con la que tienes que trabajar y no sabes con qué barro vas a modelar. Entonces por eso lo digo. Por una parte, los docentes tienen que amar y también tienen que ejercer la autoridad con normas, límites, responsabilidades y consecuencias, pero no desproporcionadas. Y en las consecuencias es muy importante que no nos desprestigiemos, tanto los padres como los docentes. ¿Qué significa desprestigiarse? Que tú, lo que dices lo cumples. Si no lo cumples, te desprestigias, pierdes prestigio. Entonces, a veces hay profesores o maestros o padres, por supuesto, y madres que dicen: «Te quedas un mes sin móvil». ¿Y ahora quién aguanta el mes sin móvil? Y a los cuatro días estás ya hasta el bombo, la cabeza, de que «Dame el móvil, dame el móvil, dame el móvil», que al final se lo das. No has cumplido lo que has dicho, te desprestigias. Como eso lo repitas varias veces, al final dicen: «Sí, mi madre dice esto, pero ya sé que luego…» Entonces los docentes de hoy no pueden ser colegas de sus alumnos. No. Igual que un padre tampoco puede ser amigo de su hijo. Tú eres el que más le quieres, el que más le quieres educar, el que más te preocupas por él, pero no puedes ser el colega ni de tu hijo ni de tu alumno. El colegueo y el buenrollismo nos han llevado a situaciones muy delicadas en la actualidad y a perder la autoridad. No eres el colega, que no, soy tu profesor. Me preocupo por ti, pero si te he dicho que hay que entregar el trabajo antes de las dos, si lo traes después de las dos, te he dicho que te puntúo la mitad.
Claro. Lo trae a las dos y cuarto, le puntúas la mitad. A partir de ahí, eres el malo y hablan mal de ti. En la educación es eso. Hay una parte que es de amor, de afecto, de colegueo, de buenrollismo, pero otra parte, de autoridad. También en los docentes: prestigiarse, amar mucho a los alumnos, quererlos, atenderlos, cuidarlos, pero prestigiándoos también, ¿vale? Y yo añadiría en el máster de Educación y en el currículum de formación de un profesor o una profesora de secundaria que tienen que aprender lo que es psicología evolutiva y la adolescencia fundamentalmente. No basta que tengas una ingeniería o que tengas una carrera de letras o de ciencias o lo que sea para dar clase. No. Porque tú vas a dar clase a una materia prima. Y eso hay que saberlo manejar. No es un volcar conocimientos y ya está. No son ordenadores. Son personas con emociones, sentimientos y problemas y familias que están detrás de ellos. Y se vienen al colegio con todo el mundo emocional aquí metido, que tienes que saber tú un poco manejar.
Y entonces dice: «Es que… lo que se pasaban allí». Y tú: «Uy, las drogas, las drogas». Entonces, claro, dices: «¿Cómo? Espera, espera, espera». Apagas el fuego, lo dejas todo y dices: «Pero cuéntame, ¿qué ha pasado? ¿Qué te ha ocurrido? ¿Tú qué has hecho? ¿Tú has tomado algo? ¿A ti te ha pasado algo? ¿A ti tal?». Interrogatorio. ¿Qué hace ella? ¿Qué hace él? Se cierran. Ya no te cuentan nada. ¿Me estoy explicando? ¿Qué hay que hacer? Seguir haciendo ensalada y batiendo huevos. Así. Y mientras hable, tú callada con la ensalada y partes los tomates, partes el pepino, partes la lechuga, la amasas y la amasas las veces que haga falta. Mientras habla, ni le interrumpas.
Lo que hay que hacer es compartir. Vas compartiendo la ensalada con lo que está diciéndote. Y no se puede opinar de lo que está diciendo. Como opines, dicen: «Ya está, mamá, Tú siempre igual. No me entiendes». No, tú no opines. A lo sumo puedes decir lo que se dicen «abrepuertas». ¿Qué son abrepuertas? Palabras breves, expresiones breves que siguen la conversación sin decir nada. Por ejemplo: «No me digas», «¿Sí?», «Anda», «Venga», «¡No!», «Madre mía». «Pues sí, mamá, sí. Pues tal y cual». Y te van contando. Acabas la ensalada y empiezas a batir huevos y a hacer tortillas hasta que se callen. ¿Cuándo se callan? Cuando ya ha dicho todo lo que quería decir, dice: «Mamá, que ya has hecho ocho tortillas». Dices: «Es verdad, cariño, es verdad». Y ya está. Y terminas y punto. No te pierdas eso porque eso es mágico. No se puede aplazar, una conversación con un niño o una niña sí que podemos aplazarla y decirle: «Cariño, luego seguimos», porque a veces hay niños que, por ellos, estarían horas y horas hablando y te agotan. Dices: «Cariño, vale ya, vamos a parar. Vamos a hacer cosas, ¿eh? ¿Vale?». No. Y luego puedes retomar la conversación con un niño. Con un adolescente, no. Es ahora, aquí, en este momento, y si no, ya no, ya no. Ocho de la mañana en el coche, llevándola al instituto o al colegio, imaginaos. Y de pronto empieza a decirte tu hijo: «Mamá, es que yo…», está en cuarto de secundaria, «…no voy a querer seguir estudiando». Y tú: «Madre mía». Cogido al volante. «Pero ¿por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha ocurrido aquí?». «Es que ya estoy aburrido. No quiero estudiar. Yo quiero trabajar». Y dices: «Pero trabajar ¿dónde? ¿Ahora? En cuarto, sin formación y sin cualificación». Y aquel hablándote de ese tema que le está preocupando en ese momento. Claro, lo hace en un sitio donde tú no puedes atenderle. Por eso hablan en esos contextos. ¿Y tú qué haces? Pues nada, tú: «¿Pero qué pasa? ¿Pero por qué? Pero dime. ¿Pero has tenido algún problema? Tal, tal, tal». Y vas llegando al instituto y te está contando cosas importantes. ¿Tú qué tienes que hacer? Seguir en el camino y pasa de largo del instituto. Porque te está contando una cosa que si paras en el instituto y le dices: «Ya hemos llegado», se corta la conversación. Hay que seguir y, cuando llegas a una rotonda, te dice: «Mamá, que te has pasado». «Ay, es verdad cariño». Te das la vuelta y al instituto. Y ya está. Todo menos perderte la conversación. Eso es mágico. Y si un hijo, una hija adolescente, van a hablar con un padre o una madre y el padre o la madre lo escuchan, vuelven y vuelven y te van contando. Lo que no puedes hacer es ni corregirles ni decirles que está mal lo que estén diciendo ni nada de nada. Pero ¿qué puede pasar? Que un hijo o una hija te diga algo que no te gusta o no te parece bien. No te parece correcto. Y dices: «Uy». No se lo corriges, pero te quedas con ello dentro, aquí, o te lo apuntas. Y al día siguiente, o dos días después, pero más al día siguiente, que no pase mucho tiempo, tú le abordas tranquilamente y le dices: «Oye, cariño. Juan, Susana, ayer cuando me comentaste en la cocina esto que me dijiste de las amigas del instituto del pub que tomasteis que tal y que cual, es que dijiste esto, que yo luego me he quedado pensando y a mí eso no me parece bien. Para mí eso no es muy lógico». Y le corriges entonces. Al día siguiente, pero no el día de la conversación. Para que no se corten las conversaciones en que ellos te cuentan las cosas. No te cuentan todo, ¿eh? lo siento. Un adolescente cuenta lo que le da la gana y muchas veces lo que quieren que tú escuches.
¿Vale? ¿De acuerdo? Pero bien. Pero ya está. Comunicación efectiva: la contraria, cuando somos los padres o los educadores los que queremos hablar con ellos. Ellos no deciden, decidimos nosotros, y entonces ellos, como no han decidido, ¿qué se ponen? En modo pasivo. ¿Qué es el modo pasivo? Si están sentados, se quedan sentados y empiezan a mirar al suelo así y a resoplar. «Madre mía, lo que hay que aguantar aquí». O dicen: «Qué pesada que es». Y tú echándole la brasa y echándole el sermón y aquel aguantando, ¿vale? Es decir, dejan claramente y evidentemente que estoy soportándote. Que has decidido tú venir a hablar conmigo, pero yo no lo he decidido. Por lo tanto, me pongo en resistencia pasiva y lo hago con un lenguaje no verbal. Si estoy de pie, me pongo así. «¿Ya? ¿Ya has terminado? ¿Vale? Qué pesada que es. Es que… Qué pesada que es».
Para dejarte claro que ellos ahora te soportan a ti. Entonces aquí, ¿cuál es la pauta que yo sugiero a los padres? Que, cuando vayan a hablar con los hijos para darles una información o decirles algo, tienen que ser muy breves y muy concisos, porque como empiecen a dar vueltas y vueltas y vueltas, ellos se desconectan y no te escuchan. Hay que ir muy breve. Y no puedes avisarlo. «A la noche hablamos», no. Porque a la noche, uy, tiene dolor de barriga, tiene fiebre, tienes dos exámenes mañana urgentes que le han puesto… No se puede hablar. No, no. Es al acabar una cena o una comida: «Juan, siéntate un momento aquí, cariño, ven. Mira, que la mamá te quería decir… Papá te quería decir…» y ya está, y se van. Y la tercera. La comunicación superficial, que es la que más hay que utilizar, la que más. ¿Qué es hablar de temas superficiales? Pues temas donde no se les implica a ninguno de ellos, que es la música, los deportes, los hobbies, la moda, el ocio o cosas del cotilleo, de la vida social, de los otros. Eso les encanta. Hablar de los otros y cotillear de los otros, eso les encanta. Este es el tema que más hay que aportar en casa. El que más. Los que más. En las comidas y en las cenas, ¿de qué se habla? De estos temas. Como quieras hablar en la comida o en la cena de estudios, de los amigos, de las drogas, del alcohol, de tal, la cena se boicotea. Que no. ¿De qué se habla? De deportes, de música. Los padres tienen que aprender la música que le guste a sus hijos, claro, y saber. «Oye, he entrado en YouTube y he visto que hay un concierto. Qué chulo y tal» ¿Y ellos qué hablan contigo? Si le gusta la moda, a tu hijo o tu hija, claro. Tablets, con páginas, revistas de moda. Entonces tú te pones ahí a ver la revista, ella pasa y dice: «Ay, mamá, espérate». Y se sienta contigo. Y empiezan a hablar de moda. Y si tiene varias amigas, vienen todas las amigas con ella y se sientan contigo a hablar de moda, de las revistas. «Mira esto de los Goya. Qué fea que estaba en los Goya, tal»… Y ellos acaban diciendo: «He estado hablando con mi madre. He hablado con mi madre». Y las amigas se van y dicen: «Tía, tu madre es una caña. Con tu madre sí que se puede hablar, con la mía no, pero contigo…». ¿Y de qué han hablado? ¡De moda! ¿Qué pasa? Que muchos padres quieren hablar de temas profundos y serios, y eso hay que hablarlo en momentos no muchos, breves, muy concisos y ya está. Y no muy repetitivos, porque entonces se hartan, se cansan y se hartan. Entonces, cuando te ven venir, se van, te huyen. Tres tipos de comunicación: afectiva. Cuando ellos vienen. Eso es mágico. Eso es mágico. Las cosas que no os gusten, quedároslo, y al día siguiente se les corrige o se les reconduce. Segunda. La comunicación efectiva, que tiene que ser no muy frecuente, cosas que queremos decirle o advertirle o comentarle. Y luego la superficial, de lo que hay que hablar es de todo esto superficial. Además, hay que inventarse cosas a veces. Es decir: «Ha venido esta mañana al trabajo una señora y me ha comentado que tenía un problema con el móvil». Todo te lo has inventado, ¿vale? «Porque tenía el móvil y el móvil se ha metido en una aplicación, tal». Y te dicen: «Sí, esa aplicación tal» y se enganchan. Ya estamos hablando. Para ellos, eso es hablar con sus padres. Para un adulto no. Creemos que hay que hablar de temas serios. ¡Que no! ¡Que no! Entonces lo que sí que está demostrado es que padres y madres que mantengan este nivel de comunicación superficial durante los cinco, cinco años y medio de adolescencia, al pasar a juventud, bajan ya a planos mucho más profundos. Y un día se sientan en la cocina y te dicen: «Mamá, te ayudo, pero es que me ha pasado esto…» y te van contando. Ya no como adolescente. Entonces esto es lo que hay que mantener. No hay que cortar una vía de comunicación con los adolescentes. Y los docentes, igual. Los que sois profesores y maestros y maestras, también igual. Es decir, si tú quieres a tus alumnos, llega un día en que vienen a tu despacho o te cogen por el pasillo y te dicen: «Quiero hablar contigo». Y dices: «Ah, ¿sí? Dime». Y tú dices: «A ver qué pasa». Y te dice: «Es que Fulanita, fíjate, me ha dicho esto» y te va contando cosas y cosas. Y te van contando cosas a ti, a la tutora, al tutor, al profesor, que a lo mejor no eres tutor de ella, pero ven que tú conectas, que estás preocupado por ellos, que les quieres, y entonces van a hablar contigo. Y van a hablar a los despachos y te buscan. Se hacen el encontradizo y tú tienes que saber que vienen a hablar. Escúchales. Eso es mágico. No te lo pierdas. No te lo pierdas. Esto es otra de las funciones de los docentes, escuchar a los chavales. Porque ellos tienen necesidad de hablar con los docentes. Entonces el docente que quiere a sus alumnos, los alumnos van a hablar con él o con ella. Así es que mucho ánimo.
El conflicto con el adolescente es inevitable, la clave es aprender a negociar
¿Cuándo y dónde ellos afirman su yo? Delante de los padres, de las figuras de autoridad. ¿Y cómo lo hacen? Desafiando todo lo que digan los padres. Y ahí vienen los conflictos. Esta es la génesis del conflicto, el origen del conflicto, que ellos afirman su yo. Le dices: «Ponte esa camisa que la que llevas está fea, que la tienes sucia». No se la cambian. Porque lo has dicho tú. «Ponte a estudiar», no se pone a estudiar. «Recoge aquello», no lo recoge. Todo lo que tú digas no lo hacen. ¿Por qué? Porque afirman su yo. Y esta afirmación del yo se expresa en un desafío explícito a lo que los padres le digan. Y ahí es donde surge el conflicto. Por eso es inevitable. ¿Qué hay que hacer entonces? ¿Qué estrategia te sugiero y os sugiero a vosotros para cuando tenéis un conflicto con un adolescente? Negociar. Hay que aprender a negociar. En la mayoría de los adolescentes, con una negociación conseguimos mucho más que por imposición o por obligación. Como le digas: «Tienes que hacer esto ahora», bueno, te puede montar… Y no lo hace. Te pones al final hecho un basilisco con él o con ella y al final dices: «Es que me agota». ¿Por qué? Porque va a desafiar. Y eso no lo hace porque no te quiere. No, no, no, no. Lo hace por esa afirmación del yo. «Yo soy yo, y yo soy el que decido cuándo hablo, lo que me pongo, lo que me quito, lo que tal y lo que cual, lo decido yo». ¿Estrategia? Ahora hablaremos de negociación, cómo hacerlo. Cuando habléis con los hijos, hay que darle un margen de tiempo. Antes de comer, tienes que tener la habitación recogida. Antes de la cena, tienes que haber hecho tal. No le digas «ahora». Como le digas «ahora», le activas el desafío.
En una negociación, tu partes con una propuesta y ellos con otra. Los dos tienen que ceder. Los padres tienen que ceder y él tiene que ceder. Les cuesta mucho a los adolescentes ceder, pero van aprendiendo porque se dan cuenta de que consiguen más que si no ceden. Por ejemplo, lo típico te dicen: «Quiero salir de fiesta hasta las 3 de la madrugada», y tú dices: «¿Hasta las 3 de la madrugada?, pero ¿dónde vas tú? Nada, aquí a la una». Y dice: «¿A la una? ¡Para salir a la una, no salgo! ¡Que no salgo!» y no sale. Y se va y no sale, no negocia. Es que tú no eres inteligente, tío, negocia un poco. Di: «Una no, va, una y media, una y tres cuartos». «Vale, venga». Claro, pero como te empeñes… Ellos son o todo o nada. Y hay que enseñarles a negociar.
Pero también los padres. Tú quieres que venga a la una, él a las tres, venga, pues que venga a las dos menos cuarto o a las dos. Nos evitamos el constante conflicto con ellos. Aprender a negociar es la gran estrategia para evitar los conflictos con los hijos adolescentes. Hay que negociar todo. Las cosas importantes, ¿eh? No hay que negociar si se toma un yogur o no. Pero sí las cosas importantes. Negociar. Tu expones y, en la negociación, la estrategia: él tiene que hablar primero. No hablamos los padres primero. Ellos los primeros. «¿Tú qué propones?» Te dice: «Yo quiero venir a las dos». Vale, tú ya sabes lo que él quiere. Sé astuto o astuta. Y negocia bien. Como tú digas: «Aquí a la una». No. Que primero digan ellos: «Mamá, es que este fin de semana me quiero ir… Hemos dicho de una fiesta del pijama todas las amigas y vamos a ir todas…». «No puedes ir porque la semana que viene son exámenes. ¿Cómo vas a irte este fin de semana de fiesta si toda la semana que viene hay exámenes de evaluación?». Y ella: «Ya está bien. Van todas mis amigas…», que nunca van, «…van todas, tal y cual, patatín, patatán…». Total, dices: «Que no, que tienes que estudiar». Y se queda en casa. Y no va a la fiesta del pijama. ¿Cuánto tiempo estudia? Muy poquitas horas. ¡Si estudia! Porque tiene tal berrinche dentro. Y sus amigas, las pocas que han ido, mandando WhatsApp de fotos en pijama todas, que le ponen de tal forma que, aunque se metan en la habitación con el libro, ni ven las letras. Ni las ven del berrinche que tienen. Es mejor negociar. «¿Tú quieres irte? A ver, pero hay exámenes la semana que viene. ¿Qué propones?». ¿Qué propone? «Me levanto a las siete de la mañana a estudiar». «Venga… No. Bueno, venga, a ver, no. Pues estudias dos horitas por la mañana el sábado, te haces la habitación, luego comes, estudias otra horita, horita y algo, y a las seis la mamá o el papá te llevan a la fiesta y te quedas a dormir allí. Y mañana a la una, doce y media, vamos a por ti y estudias por la tarde aquí». «Me quiero quedar a comer». Vamos a negociar. Si cedemos, cedemos todos. «Vienes a comer, duermes un poco y estudias». ¿Qué hemos conseguido? Que estudie tres horas el sábado y dos o tres el domingo. Pero además, no es que estudie más horas, sino que va a estudiar más dispuesta, con mayor actitud. Porque hemos negociado. Y termino con esta pregunta y es: ellos no cumplen la negociación al cien por cien. Nunca. Lo siento, no la cumplen. Muchos padres creen que, como hemos negociado y hemos cedido, ellos van a cumplir. No. Ellos cumplen en un sesenta o un setenta por ciento. pero hemos conseguido más, mucho más que si nos ponemos a un pulso entre los dos y al final cogen tal berrinche que se quedan en casa, no estudian, no hacen nada y encima te dan a ti el fin de semana.
Muchos padres me dicen: «Es que cuando yo tenía la edad de mi hijo, no hacíamos esto, no era así». Entonces, ¿qué diferencia hay? Mirad, el ciclo evolutivo, lo que es el proceso evolutivo, psicológico y emocional es el mismo. Es el mismo. Cuando tú tenías catorce, quince, dieciséis años, te apetecía estar con las amigas, con los amigos… Tu padre y tu madre, te parecía que eran anacrónicos, que no se enteraban de nada, que no sabían de nada. Esto es normal. La necesidad de cuidarte, de estar, de ser atractiva, de enamorarte… Todo es lo mismo. De afirmar tu yo, etcétera. ¿Qué ha cambiado? Ha cambiado, sobre todo, el contexto social, el contexto social, político, económico, cultural, familiar… Eso es lo que ha cambiado. Y los modelos de autoridad han cambiado. De manera que hace treinta o cuarenta años la adolescencia era la misma, pero estaba mucho más contenida. Había una contención por parte de la familia, escuela y sociedad más uniforme y estaba mucho más contenida la adolescencia. Hoy, esa contención ha cambiado. Es diferente. Entonces la adolescencia ha emergido de una manera que antes no se veía. Y hoy, por ejemplo, los modelos de autoridad que antes… Pues discutirle a un maestro, discutirle a un director del colegio, discutirle a un policía, al médico, a los jueces, a los fiscales… hoy les discuten. Esto es lo que ha cambiado. El cambio social, político, cultural, económico, familiar que se ha producido ha hecho que los procesos evolutivos emerjan de una manera que parece que… ¿Qué pasa hoy? Eso estaba antes también, pero estaba mucho más contenido. No se trata de contener de una manera estricta, porque si contienes estrictamente, se crea aquí dentro mucha tensión y tiende a explotar. Pero tampoco se trata de flexibilizar tanto, tanto, tanto que no haya contención porque se desparraman. Esto es lo que ha pasado desde mi punto de vista y mi criterio. Entonces es muy importante que contengamos la educación. Por eso las normas, los límites, la negociación, no pueden hacer lo que les dé la gana… No, no pueden. Ellos lo quieren hacer, pero no lo pueden hacer. Y un factor para mí determinante es que, en estos últimos veinte años, por decir dos décadas, ha habido una educación que se ha basado mucho más en la sobreprotección y en el permisivismo y nos está pasando factura. ¿Qué significa sobreproteger? Una cosa es proteger a un hijo, que es protegerle de que no pase nada ni nada. ¿Y sobreprotegerle qué es? Evitarle toda dificultad, sufrimiento y problema. «Ya te lo soluciono yo para que tú no sufras. Y así tú estás contenta y estás feliz y no sufres», pero no le preparas para la vida. Él tiene que afrontar las dificultades y tiene que solucionarse la vida.
Tú no le puedes hacer la cama. No. Si se la haces, lo estás malcriando. Y estás haciendo un inútil. Como tú le soluciones todo, no le capacitas para la vida. Si tú le compras todo, si tú le llevas a todos los sitios y tú le facilitas todo, ¿qué ocurre? Que no le estamos preparando para las dificultades propias de la vida, propio de su edad, claro. ¿Qué ocurre a veces? Que llegan un viernes. Una madre, un padre dice: «Oye, a ver, Juan, el lunes, tienes plástica. A ver, ¿tienes que comprar algo?». Dice: «No, no hay que comprar nada para plástica». Pasa el fin de semana. Llega el domingo por la tarde a las siete. Y te dice: «Mamá, tengo que hacer una cosa de plástica». Y tú, claro, dices: «¿No has comprado nada? Pues no tienes nada. Pues no haces lo de plástica». Y dice: «Pues voy a suspender». Dices: «Ay, madre mía, otro suspenso. ¡Que no suspenda!». ¿Y qué haces el domingo por la tarde a las siete? O bien te vas a una tienda que está abierta a comprar todo lo que necesita de plástica, o bien llamas a una amiga tuya que tiene una papelería. «Carmen, que mira lo que me ha hecho, que no tiene cartulina ni tiene cosas ni tiene nada. ¿Me puedes abrir un momento que compré todo?». Y te vas a comprárselo. Y le dices: «Tú quédate aquí sentado. Estate ahí. Ahora vengo y hacemos». No, que se vaya contigo. Claro, que se mueva. No, vas, le compras la plástica, lo compras todo, vuelves y ¿qué haces? ¡Le ayudas a hacerlo! Claro. Eso es sobreprotección. Facilitarle todo, hacerle todo fácil. Eso no es prepararles para la vida, porque ¿la vida tiene momentos difíciles? Pues hay que prepararlos para la vida también. ¿Me explico? Entonces esa sobreprotección está haciendo adolescentes y jóvenes débiles. Débiles. Y eso sí que se está notando ya mucho. Estamos notando ya que generaciones de veintitantos años no están preparados para las dificultades de la vida. No se trata tampoco de una educación estricta, estricta, pero sí contenida. Y que ellos solucionen y hagan las cosas y faciliten las cosas, y que ellos se busquen la vida. Y tú le ayudas, tú estás detrás, pero tiene que hacerlo él. Ni qué deciros si hablamos de estudios, la de padres que, para que aprueben, estudian con ellos. Yo tuve hace dos años a una persona que había acompañado a su hijo estudiando con él en la primaria, en la secundaria, en el bachillerato y en la carrera. La madre había estudiado con él, y había sacado la carrera gracias a que la madre estudiaba con él. ¿Qué pasó al acabar la carrera? Que dijo que no ejercía. Porque él no se sentía seguro. Porque lo que había conseguido no era por su esfuerzo, era porque estaba su madre. Entonces si ella no trabajaba con él, él no podía trabajar. No le preparas para la vida. Tú no puedes facilitarle todo, lo haces un inútil. Que sufra. Sí, un poco de sufrimiento es bueno, no pasa nada.
Y nada, pues daros las gracias por escucharme en este momento tan bonito que estamos pasando. Y doy las gracias también a Aprendemos Juntos, que me han invitado a compartir estas horas con vosotros. Me he sentido muy a gusto, me he sentido muy bien con vosotros y os deseo lo mejor para la vida. Desde los pequeños, hasta los mayores, todos, que aprendamos a ser felices. Eso es lo que yo os desearía. A ser lo más feliz que podamos. Este es el objetivo de la vida: que aprendemos a ser lo más feliz posible, sabiendo que nunca podrá ser el cien por cien. Pero hay que prepararse y formarse para que podamos ser lo más felices posible. Así os lo deseo. Muchas gracias.