“No se trata de correr rápido, sino de acabar la carrera”
Kathrine Switzer
“No se trata de correr rápido, sino de acabar la carrera”
Kathrine Switzer
Atleta maratoniana
Creando oportunidades
“¿Te han dicho que no encajas? Ponte unas zapatillas y corre”
Kathrine Switzer Atleta maratoniana
La mujer que cambió la historia del maratón para siempre
Kathrine Switzer Atleta maratoniana
Kathrine Switzer
Existe una fotografía icónica en blanco y negro que forma parte de la historia del deporte: una joven corre el maratón de Boston de 1967 con el dorsal 261. Y de repente es atacada por uno de los organizadores, que quiere sacarla de la carrera por ser mujer. Otros corredores, su entrenador y su novio defienden a empujones su derecho a seguir corriendo. Y eso es lo que Kathrine Switzer hizo: terminar la carrera, por ella misma y por todas las mujeres que no tuvieron la oportunidad de hacerlo.
La atleta rompió un tabú en aquel maratón de Boston de 1967 y desde entonces dedicó su vida a fomentar la igualdad de género en el deporte y la afición por el running en las escuelas como forma de empoderar a los niños. En 1974 ganó el maratón de Nueva York y ha finalizado otros 35 maratones, siendo la pionera que impulsó la inclusión de esta modalidad en los Juegos Olímpicos. Fundadora de la organización 261 Fearless, que organiza carreras y grupos de running femeninos, también es autora de libros como ‘Marathon Woman: Running the Race to Revolutionize Women's Sports’ y ‘26.2 Marathon Stories’. “Ahora mismo, la unión del maratón, correr y el deporte son ejemplos maravillosos de diversidad, inclusión, respeto e igualdad. Si podemos hacerlo en una maratón, ¿por qué no en todo el mundo? Todos corremos juntos y nos da igual el género, como nos da igual si corre un abogado o un fontanero. Esto derriba una gran cantidad de barreras sociales y otras limitaciones. El deporte consiste en motivar y respetar a los demás: esa es la mayor lección que he aprendido”, concluye.
Transcripción
Hay mucho por hacer, lo que me lleva a la otra pregunta: la de cómo empecé. En primer lugar, provengo de una familia fuerte, muy positiva pero no muy deportista. Crecí en un entorno en el que dedicarse al deporte era más bien un lujo, porque en realidad deberías estar trabajando. Pero, a su vez, fui una privilegiada, porque mi padre, que era un pobre chaval de granja, acabó ocupando un cargo militar relevante. De modo que nuestro estatus social cambió. Y él, aun siendo muy tradicional, tenía delante a una niña de doce años, casi en la pubertad y muy insegura ante la idea de entrar en un gran instituto a las afueras de Washington D. C. Le confesé que quería ser animadora del instituto.
Y respondió: “Tú no tienes que animar a los demás; los demás tienen que animarte a ti. Tu instituto tiene un equipo de hockey sobre hierba, y si corres un kilómetro al día, serás de las mejores del equipo. Eso es lo que deberías hacer, porque en la vida hay que participar, no solo mirar”. ¡Vaya! Oírle eso a tu padre con doce años, ¿que corriera un kilómetro al día? Se lo discutí: “No creo que pueda correr tanto”. Y dijo: “Claro que sí, yo sé que puedes, te lo voy a enseñar”. Y añadió: “No se trata de ir rápido, sino de terminar”. Siempre me han dicho: “Termina lo que empezaste”, ¿verdad?
Así que empecé a correr ese kilómetro al día y entré en el equipo de hockey. Fui una de las mejores, tenía razón. Y… aprendí a ponerme en forma, a no tirar la toalla, pero, lo que es más importante, tenía una sensación de empoderamiento que nadie podía arrebatarme. Y este es el mensaje que predico con todos y cada uno de los adultos, porque van a influir en la vida de los chavales, sean chicas o chicos, da igual: “Hazles creer que son capaces de cualquier cosa. Dales la oportunidad de intentarlo, porque es fundamental para que se empoderen”. Ya cuando entré en ese instituto enorme, yo solo tenía doce años mientras la gente con diecisiete o dieciocho años se iba casando, conseguía un trabajo, empezaba la vida adulta… Y yo tenía una victoria a mis espaldas. Nadia podía arrebatármela. Me sentía fuerte. Eso fue extraordinario, y un niño que crece con esa seguridad es capaz de cualquier cosa.
Como se suele decir, si te encanta tu trabajo no es trabajar, aunque trabajes mucho, pero no se hace tan duro. Y ya en la universidad, vi que no había ni un solo deporte para las mujeres; los hombres tenían veinticinco deportes, además de becas. Para mí era culpa de las mujeres, por no haberlo pedido o exigido. Así que le pregunté al entrenador del equipo masculino de atletismo y campo a través si podía correr con ellos. A mí no me pareció tan raro. Pues se quedó atónito. Los hombres del equipo me apoyaron mucho, todos se sorprendieron cuando fui a entrenar con ellos. Y dijo: “No te podemos federar, pero eres bienvenida en los entrenamientos”.
Y ahí fue cuando aprendí a correr, pero no de ellos, sino de un entrenador voluntario que venía todos los días. Era un hombre muy mayor, tenía 50 años y yo, 19. Era un exmaratoniano que me contaba historias fascinantes sobre el maratón. A mí empezó a picarme cada vez más el gusanillo y empezamos a correr diez kilómetros, luego doce, después quince… Y entonces me contaba historias del maratón de Boston y cómo le cambió la vida. No sabía cuánto me inspiraba, pero una noche le dije: “Quiero correr el maratón de Boston”.
Cuando acabamos el entreno, lo abracé con fuerza: “¡Nos vamos a Boston!”. Y se desmayó. Por los suelos, estaba destrozado. Pero cuando despertó, me dijo: “Las mujeres tienen un potencial oculto para el aguante y la resistencia”. Descubrimos algo aquel día que no solo nos cambió la vida a mí o a él, sino también el panorama deportivo de las mujeres en la actualidad. Sabemos que no disponemos de la velocidad, la potencia, la complexión y la fuerza de los hombres, pero tenemos más aguante, resistencia, flexibilidad y equilibrio. Ahora contemplamos el futuro de lo que son capaces las mujeres, no nos damos cuenta, es inimaginable. Una mujer ha cruzado nadando cuatro veces el canal de la Mancha. Hay mujeres que han ganado carreras de cien kilómetros, trescientos kilómetros, competiciones de seis días. Lo que tenemos es asombroso, y solo acabamos de descubrirlo.
Entonces rellené el formulario de inscripción, me dieron el dorsal con el doscientos sesenta y uno, pero me dieron ese dorsal seguramente porque firmé el formulario con mis iniciales, y los organizadores supondrían que eran de un hombre. No pretendía engañarles, así es mi firma y así fue: K. V. Switzer, y me dieron el dorsal. Lo siguiente que recuerdo con detalle es encontrarme calentando rodeada de hombres. Fueron muy amables, me apoyaban, diciendo: “Ojalá mi mujer corriera”, “Ojalá mi novia corriera”. Y pasó lo que pasó, claro.
Nos llevaron a la línea de salida, oímos el pistoletazo y echamos a correr. Todo fue estupendamente durante los primeros dos o tres kilómetros, hasta que el coche de prensa nos alcanzó y alucinaron al ver a una chica en la carrera. Nos hacían fotos, saludábamos… Pero, de pronto, detrás de mí oí un traqueteo, así. Me giré rápido pensando que era un perro o algo y tenía detrás la cara más furiosa que le haya visto jamás a un hombre. Me agarró, me tiró hacia atrás, intentó quitarme el dorsal y me gritó: “¡Sal de mi carrera y devuélveme el dorsal!”. Yo volví a la carrera, chillé, y él… él se puso a insultarme, me agarró de la camiseta, y mi entrenador le dijo: “¡Déjala en paz, no pasa nada! Yo la he entrenado, déjala”. Le dio un empujón a mi entrenador y mi novio, que corría conmigo —esta es la parte graciosa—, vino a toda velocidad, empujó al organizador y lo sacó del circuito.
Mi entrenador me gritó: “¡Corre como nunca!”. Y seguimos corriendo. Fue un momento horrible, ¿no? Tiene gracia al recordarlo: la chica salvada por su novio. Pero tenía veinte años, era mi primera carrera y estaba muy orgullosa de mí misma y muy contenta por estar ahí. No pretendía demostrar nada, solo quería correr. Y la prensa no dejó de atosigarme sin descanso: “¿Qué intentas demostrar?, ¿Qué haces aquí?, ¿Por qué estás corriendo?”. Y pensé: “Solo quiero correr y ahora me siento humillada, avergonzada y tengo miedo, mucho miedo”. Pero luego estallé de rabia, miré a Arnie y le dije: “Voy a terminar esa carrera arrastrándome o a gatas si es necesario; porque si no la acabo, nadie creerá que las mujeres pueden hacerlo. Siempre dicen que las mujeres irrumpen en los sitios, no son bienvenidas, no pueden terminarla ni aunque quieran. Yo voy a terminarla”. Y él: “Vale, vale, pero bajamos el ritmo y no nos separamos”.
En los siguientes kilómetros de carrera, maduré mucho. Siempre digo que empecé el maratón de Boston como una niña y lo acabé como una mujer adulta. Se pasa por muchas fases vitales en un maratón. Solo pensaba: “¿Por qué me hace esto ese organizador?, ¿Dónde están las mujeres?, ¿Qué va a provocar un cambio?”. Y entonces entendí que el organizador no tenía la culpa. Él pensaba acorde con su época, era un ignorante, vamos a olvidarlo. Bien. ¿Pero y las mujeres? Y me di cuenta de que no estaban allí porque tenían miedo. Se habían creído todas esas historias de que son débiles y frágiles, o que es cosa de hombres, o que se les caería el útero o cualquier sandez de esas. Se creían esos mitos y tenían miedo. Y yo sabía que correr me había hecho sentir tan bien que debía trasmitírselo a todas las mujeres que conociera. No imaginaba cómo iba a ser. Cuando crucé la línea de meta, me dije: “Vale, voy a intentar mejorar como deportista para demostrar que puedo ser mejor y, segundo, tengo que crear esas oportunidades”. Y se convirtió en mi estilo de vida. No lo habría imaginado entonces, pero se convirtió en la pasión de mi vida.
Por eso insisto en que, si empoderas a un niño desde su infancia, adquiere una gran resistencia, mucha perseverancia y seguridad en sí mismo. Yo estaba totalmente segura de que podía acabar la carrera. También tenía algo de miedo, claro, como todos los corredores. Hoy hay cincuenta mil personas ahí fuera y todos están nerviosos por si se tuercen un tobillo, o no se encuentran bien, o no las tienen todas con ellos. Pero yo no podía permitírmelo. No podía desconcentrarme.
Y por eso el número cobra sentido para ellas. Es sensacional, me empezaron a llegar correos de todas las partes del mundo: de Paraguay, de China, Japón… Todas tenían el doscientos sesenta y uno en la espalda, en el dorsal; cinco mil novecientos cincuenta y dos por delante… Se lo escribían aquí, se lo ponían en las muñecas y todo. Cuando empezaron a enviarme fotos de sus tatuajes, decidí tomármelo en serio, porque si alguien va a tatuarse… Se me pone el vello de punta, de verdad. Si se van a tatuar tu dorsal, es porque significa algo importante para ellas. Hay varias formas de abordar esta situación. Pero tenía que hacer algo porque la gente me lo pedía de alguna manera. Yo no quería hacer un negocio de esto, pero sí proteger el número, que tuviera fuerza e implicara un cambio. De modo que, con un grupo de amigos, decidimos llegar a millones de personas con esa historia, ese símbolo, y ayudar a cambiarles la vida. En concreto a las mujeres, que la mayoría sigue viviendo con miedo.
Conseguir que den el primer paso, como hice yo con doce años, y que, a cualquier edad, den el primer paso y se empoderen. Y eso es lo que hacemos. Estamos creando un programa educativo enorme, una red de comunicaciones, es un movimiento, pero, sobre todo, es el espíritu de las mujeres unidas haciéndote saber que no estás sola. “Voy a darte la mano y a enseñarte a dar el primer paso. Ese primer paso puede convertirse en un kilómetro, luego en cinco kilómetros, y puede que algún día lleves un dorsal, o recibas formación, o consigas un trabajo mejor, o tal vez salgas de una mala relación”. Te da el valor para hacer lo que sea.
¡Se merecían estar en las Olimpiadas, pero la gente me tomó por ilusa! La carrera más larga en las Olimpiadas era de mil quinientos metros, y yo presionaba para que corrieran un maratón y lo incluyeran en los Juegos Olímpicos. Había países que ni siquiera dejaban conducir a las mujeres, o salir solas, y mucho menos correr un maratón. Entonces, ¿cómo iba a suceder esto? Bueno, mi habilidad para escribir me vino de perlas. Como periodista, no solo escribí notas de prensa y empecé a organizar muchas carreras; sino que envié una gran propuesta a la que era la empresa de cosméticos más grande del mundo, Avon, y les dije: “Podríais defender esta causa organizando carreras por todo el mundo. Sois una multinacional y os dirigís a mujeres, y estaríais mostrando que esto es para todas, además de sofisticado y femenino”.
Entonces, ¿cómo iba a suceder esto? Bueno, mi habilidad para escribir me vino de perlas. Como periodista, no solo escribí notas de prensa y empecé a organizar muchas carreras; sino que envié una gran propuesta a la que era la empresa de cosméticos más grande del mundo, Avon, y les dije: “Podríais defender esta causa organizando carreras por todo el mundo. Sois una multinacional y os dirigís a mujeres, y estaríais mostrando que esto es para todas, además de sofisticado y femenino”. Se trataría de carreras femeninas en las que cualquier mujer será bien recibida. No tendrán ningún miedo porque es solo para mujeres. Independientemente de que sean deportistas, de complexión grande o lentas; todas son bienvenidas. Y a la cabeza, puedes competir. Era la chispa que necesitaban.
Me recorrí todas las federaciones, fue muy laborioso. Me llevó casi quince años, pero fue una labor estupenda. Convencí a las federaciones de atletismo de veintisiete países para que nos dejaran organizar nuestras carreras, y muchos de estos países —Filipinas, Tailandia, Brasil— ni siquiera albergaban competiciones para mujeres, y mucho menos carreras solo para mujeres. Una vez más, les parecía una locura, pero las organizamos. En uno de los países que nunca olvidaré me decían: “No va a tener ningún éxito, irán ciento cincuenta mujeres”. Vinieron cien mil mujeres. Fue el mayor acontecimiento de esa semana, los helicópteros sobrevolaban las calles.
Después recogí los datos y las estadísticas de esos países y los llevé al Comité Olímpico Internacional y al Comité Organizador de Los Ángeles y les dije: “Mirad, podríamos introducir el maratón femenino en las Olimpiadas, porque lo merecemos y contamos con representación internacional. Los números encajan, hay buenas marcas y tenemos el apoyo de los médicos respecto a los estudios que demuestran que las mujeres tienen una gran resistencia y que las maratones eran ideales para ellas, mientras otros como el lanzamiento de peso o los cien metros no eran tan ideales para las mujeres porque no tenían la velocidad o la fuerza de los hombres, pero su aguante era extraordinario.
De manera que la comunidad médica nos apoyaba. En mil novecientos ochenta y uno, en un consejo extraordinario del Comité Olímpico Internacional, votaron a favor del maratón femenino de los Juegos de 1984. Para mí, ese momento fue tan importante como el sufragio femenino, porque el voto suponía nuestra aceptación social e intelectual y esto, nuestra aceptación física, porque el maratón era la competición más larga de los Juegos Olímpicos para hombres y mujeres, y ahí estaban las mujeres en igualdad de condiciones. Y ahí estaban las mujeres corriendo con fuerza, elegancia y coraje. Y todo el mundo conoce esa distancia; saben cuánto es veintiséis coma dos millas o cuarenta y dos kilómetros porque los han andado, o los han hecho en bici, o en coche… ¡o en burro! Todo el mundo conoce esa distancia y saben que es larga, y han visto a mujeres corriéndola.
Dos mil doscientos millones de personas las han visto por la tele. Ese es el verdadero impacto, no las noventa mil personas que se dejan la voz en el estadio, sino las dos mil millones que lo ven por televisión. Y para un buen puñado de países, eso ha cambiado el panorama deportivo para las mujeres.
Si educas a las mujeres, sabrán demasiado, se les subirán a las barbas, serán exigentes y echarán por tierra toda una cultura y las expectativas sociales. Eso es lo que temen. Se ha repetido en muchos países durante miles de años, y en muchos de ellos lo hemos superado y hemos logrado —a mi parecer— un lugar mejor gracias a ello. Yo creo que la igualdad es fundamental en toda la humanidad, pero no es nada fácil. En algunos lugares, tenemos que buscar mejores formas de crear esas oportunidades para las mujeres.
Ahora mismo, la unión del maratón, de correr y el deporte son ejemplos maravillosos de diversidad, inclusión, respeto e igualdad. Y hoy es un día espléndido por eso. Me encantaría que este ejemplo resonara en todo el mundo. Si podemos hacerlo en una maratón, ¿por qué no en todo el mundo? También he aprendido que los hombres pueden ser mis mejores amigos. Los hombres han aprendido que todos corremos juntos y nos da igual el género, como nos da igual si el de este lado es abogado y el del otro, fontanero. Nos da igual todo eso, nos motivamos juntos. Esto derriba una gran cantidad de barreras sociales y otras limitaciones. El deporte consiste en motivar y respetar a los demás, en armonía. Esa es la mayor lección que he aprendido. También he aprendido que el talento está en todas partes, solo precisa de una oportunidad. No se puede menospreciar a nadie: “No, no tiene talento”. La gente siempre me dijo que no era una buena atleta, pero me entrené a fondo y lo conseguí.
Si animas a las personas, les das las herramientas y las oportunidades para hacerlo, lo harán. Esto es esencial también en los negocios. Dicen que las mujeres no pueden hacer un trabajo. Perdona, primero dales la opción de intentarlo, no vayas con el “no” por delante. Dales la oportunidad y te sorprenderían. Es posible que aborden el problema de un modo distinto al de los hombres, pero no pasa nada, ahora tienes dos soluciones. El trabajo en equipo es clave, y eso lo aprendí también del deporte. Tenemos formas de proceder distintas. Así que, una vez más, insisto: el deporte es una herramienta maravillosa. Por supuesto, mi deporte es correr, y lo que más me gusta es que es sencillo, barato, no cuesta nada y es completamente accesible. La gente dice: “Bueno, necesitas unos zapatos”. Pues te informo de que millones de africanos corren sin usar zapatos, y, además, son muy buenos, están en lo más alto. Así que no necesitas ni eso, tan solo la oportunidad de intentarlo.
Ha tenido un éxito descomunal y han pasado de tener quince niños a doscientos cincuenta mil. ¿Vale? Ha sido arrollador. Así demuestran una cosa: tiene que haber alguien en esos colegios que esté dispuesto a salir a la calle y, sencillamente, correr o entrenar con los chavales. ¿De acuerdo? No es de la noche a la mañana, no puedes esperar que los niños salgan solos, sino que los colegios deben decir: “Oye, ¿quién va a hacer esto?”. Y si es un voluntario, al menos que se le recompense. No sé, déjale salir antes por la tarde, o, bueno, contrata a alguien. Lo que pasa es que los colegios nunca tienen dinero ni tiempo. Los profesores se quejan: “Trabajo mucho todo el día, ¿por qué iba a seguir ayudando a los niños por la tarde?”. Bueno, pues porque es lo que hay que hacer, por eso. También puedes traerte a tu hijo y mejorará su rendimiento. Es una cuestión de dar un paso al frente y asumir la responsabilidad. Estoy cansada de ver cómo intentan eludir responsabilidades, cuando esto seguramente sea lo más importante.
Puede ser con cualquier deporte, con la danza, puede… Debe ser con movimiento. Y, sobre todo, considero que debe ser al aire libre. No tiene por qué, el gimnasio también vale, pero la naturaleza es muy importante, debemos respetarla y abrazarla. En segundo lugar, las chicas de los colegios, especialmente las que están en situación de pobreza, necesitan educación sobre su cuerpo. Hay muchos sitios en África, por ejemplo, en los que las chicas son tan pobres que no tienen productos de higiene femenina. Es muy simple y no van al colegio durante cinco días al mes. Si los sumamos, son dos meses al año.
Si una chica pierde dos meses de colegio todos los años, será incapaz de ponerse al día, le dará vergüenza, dejará los estudios y nunca aprenderá a cuidar de su cuerpo ni conocerá la autoestima ni el empoderamiento. Es algo supersencillo, no tiene más historia. Si alguien busca contribuir en la causa, esta es una manera muy barata de cambiarle la vida a una niña. Esa es otra forma. Los educadores y los colegios tienen que amparar a las chicas, reforzarlas siempre. Los chicos también precisan de refuerzo, pero, en general, en la sociedad los chicos ya lo reciben en sus casas más que las chicas. Esa es la verdad. En la actualidad, percibo, especialmente en Estados Unidos, que las familias no pueden permitirse tener cuatro o cinco hijos como antes, así que normalmente tienen dos o tres. Y cuando todas son niñas, el padre de pronto entiende que sus hijas también merecen esas oportunidades. Hace poco conocí a un francés que tiene tres hijas y este verano cambió por completo su actitud respecto a la falta de oportunidades cuando vio el Mundial de fútbol femenino. Dijo: “Mis hijas se lo merecen”. Y les ha estado brindando oportunidades.
Yo creo que este ejemplo demuestra que necesitamos más modelos a los que seguir. Necesitamos más cobertura televisiva, en los periódicos, cobertura mediática de estas mujeres. Eso cambiaría mucho las cosas. Cuando se jugó el Mundial de fútbol este año, la perspectiva de muchos cambió drásticamente respecto a los beneficios de ofrecer oportunidades a las mujeres.
Estamos descubriendo que la gente tiene un gran interés por ver deportes femeninos. Nos hemos dado cuenta de que el fútbol femenino y el masculino son distintos, igual que el tenis femenino no es como el masculino. El femenino es más estratégico, requiere más astucia, implica un juego más interesante. El masculino requiere más fuerza y velocidad. Los dos aportan atractivo al juego. Son diferentes.
Es fantástico. Sal, reúne a tus amigas y proponles formar un equipo. Siempre digo que las peores cosas de tu vida acaban convirtiéndose en las mejores. Hasta aquel organizador que vino a sacarme de la carrera se convirtió en mi mejor amigo cinco años después.