“El paisaje es maestro”
Eduardo Martínez de Pisón
“El paisaje es maestro”
Eduardo Martínez de Pisón
Geógrafo y escritor
Creando oportunidades
Paisaje, naturaleza y montaña: una visión espiritual y educativa
Eduardo Martínez de Pisón Geógrafo y escritor
La exploración y el paisaje: ¿cómo se hicieron los mapas?
Eduardo Martínez de Pisón Geógrafo y escritor
Eduardo Martínez de Pisón
Un científico con alma de explorador romántico, un escritor amante de los paisajes, un hombre del Renacimiento en pleno siglo XXI. Así es Eduardo Martínez de Pisón, geógrafo, alpinista, escritor, profesor y figura de referencia en España para la conservación del medio natural. Durante más de 50 años, este sabio apasionado por las montañas ha hecho de ellas su vida y su profesión.
Martínez de Pisón es catedrático emérito de Geografía de la Universidad Autónoma de Madrid y en 1991 recibió el Premio Nacional de Medio Ambiente por su inestimable contribución a la conservación de espacios naturales en España. Sus trabajos se han centrado en el estudio de paisajes naturales, geomorfología de cordilleras, pensamiento geográfico y geografía medioambiental. Escritor incansable, es autor de más de 500 publicaciones sobre geografía, viajes y estudios medioambientales. Ha sido miembro del Comité MaB español de la UNESCO y ha participado como asesor de documentales de televisión en el Polo Norte, Alaska, Siberia, desierto del Gobi, desierto de Taklamakán, montañas de Asia Central, Ruta de la Seda, etc.
También es uno de los mayores expertos del mundo en hielos y glaciares, siendo corresponsal del ‘World Glacier Monitoring System’ y presidente del ‘Comité español para la Investigación científica de la Antártida’ en los años 90. Ha sido vocal del ‘Comité Científico de Parques Nacionales’ y es miembro de los patronatos del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama y Parque Nacional del Teide.
Transcripción
Y me incliné más a la geografía física por influencia de un profesor de Valladolid, Jesús García Fernández, que hacía algunos trabajos de campo. Nos invitaba a los que éramos alevines en aquel momento y aprendí con él a mirar la naturaleza, a leer en la naturaleza lo que esta dice a un geógrafo. Lo hice en Gredos, lo hice en el Guadarrama, lo hice en el Pirineo, lo hice en Madrid y luego me fui de profesor a Canarias y aquello ya fue el ápice de todo. Encontrarte en las islas, en el Teide, en la mayor altitud de España, pues era una maravilla. E hice un libro con un compañero de allí, hice un libro sobre el Teide. Volví después a Madrid y ya había empezado, había ido a los Alpes, había ido a otras montañas, pero ya en la vuelta me dediqué más a los Andes, después al Himalaya… He estado en el Karakórum, después en d’Aze con ‘Al filo de lo imposible’. Y fue aquello “el filo de lo posible”, porque me posibilitó el ir al Polo Norte. Yo he estado en el Polo Norte y bueno, qué maravilla. A veces no me lo puedo creer. Yo creo que eso fue gracias a que Sebastián Álvaro me llamó por teléfono y me dijo: “Nos vamos al monte Kailash, Eduardo, nos vamos pasado mañana, ¿te vienes?”. Y dije: “Sí”. Y es como si hubiera venido la alfombra mágica volando, se hubiera puesto a la altura del balcón: “¿Te subes?”. “Sí, voy”. Y empezó una larga amistad que todavía sigue muy fértil y con muchos sueños cumplidos. Así que bueno, pues es una vida en la cual empiezo de niño y acabo siguiendo todavía como si fuera niño, con el mismo gusto por el campo.
Y luego en mi vida familiar también he tenido muchas montañas y tengo recuerdos maravillosos de esas estancias en las montañas y de los picos y de los valles y de los ibones, de los lagos enormemente azules que puede haber en el Pirineo. Yo todo eso lo recuerdo con la sensación cultural de haber estado como en un museo, de la belleza de haber recorrido el Museo del Louvre o el Museo del Prado. Para mí las montañas son un museo de la naturaleza, pero es un museo exactamente igual, de la misma categoría estética. Y disfruto extraordinariamente con ellas. Y luego he escrito mucho sobre las montañas, con lo cual en mi vida profesional… Cuando no estaba y estaba delante del ordenador o de la máquina de escribir, porque yo procedo de la época de una Olimpia, también revivía las montañas. Y luego las he dibujado, porque me gusta mucho dibujar con motivos profesionales, es decir, yo soy geógrafo, dibujaba las montañas y quería que mis alumnos las dibujasen porque penetra la montaña en ti cuando la dibujas. Y luego, para hacer publicaciones científicas, las he retocado. Los bocetos, los dibujos que hice, los he retocado, y he jugado a destacar lo que me importaba y a obviar lo que me parecía accesorio para que en la publicación, aquello que yo quería contar, sin faltar a la verdad, sin embargo, estuviera destacado. Así que he revivido las montañas constantemente y tengo miles de diapositivas que a veces veo o vuelvo a mirar. Lo que pasa es que ya con esas diapositivas hay que tener un proyector y todas esas cosas han desaparecido o las tienes que escanear, que es una tabarra absolutamente tremenda. Entonces, sí, he vivido de nuevo las montañas, y han sido un elemento eje en mi vida y he escrito libros. El último libro, me parece, que he escrito sobre las montañas, es ‘La montaña y el arte’.
Y por eso se llama «Renacimiento». En el Renacimiento hay un tratadista suizo que se llamaba Conrad von Gesner, que escribe un opúsculo que se llama en latín ‘De montium admiratione’, sobre la admiración de las montañas. Ha cambiado el mundo. La montaña, de ser un lugar repelente, hostil, difícil, a veces peligroso, se ha convertido en algo admirable. Ya no es la exploración solamente buscando pastos o buscando madera, elementos pragmáticos, sino decía Gesner, él mismo, para ver las flores. Es decir, el mundo ha cambiado por completo y eso ya es imparable. Imparable hasta hoy en día. Manifiesta el espíritu de la exploración. Buscando el asombro, buscando la admiración, buscando el respeto. Como se maravilla el explorador Younghusband en el siglo XIX cuando ve el K2, el “K2”, para él, y queda prendado absolutamente. “¡Que ningún ojo del hombre haya podido ver esto antes!”, dice. Queda maravillado o John Muir, cuando va por los glaciares de Alaska, dice lo mismo: “¡Es que no han tenido nunca espectadores!”. Estos espectáculos absolutamente maravillosos del atardecer, cuando sacan los brillos a todos los cristalitos de hielo, la luz del sol, del sol tendido del norte del Ártico. Bueno, esto no ha tenido nunca espectadores, decía John Muir. Hay un movimiento espiritual que está detrás. Ese movimiento espiritual tiene un objetivo de carácter científico, sobre todo en el siglo XVIII. Son los ilustrados. Pero toma un carácter absolutamente espiritualista que es formidable, que es cuando se hace la gran exploración en todos los órdenes, lo mismo de los ríos, de los lagos, de los mares que de las montañas, que es en el siglo XIX con el Romanticismo.
Empieza en el XVIII, pero toma un hálito romántico que le da el impulso necesario a que se verifique esa exploración con contenidos anímicos y espirituales muy profundos. Entonces son los grandes poetas, como pueden ser Wordsworth o pueden ser grandes pintores los que se acercan, como antes he dicho, Turner, los que se acercan a la montaña, pero también van por África o van por América. Es la conquista del Oeste, es el descenso a la Patagonia, es la entrada en Asia del Imperio Británico y la conquista del Himalaya. Es el momento en que los grandes cartógrafos ingleses hacen la medición del Himalaya y sale ahí un pico de ocho mil ochocientos cuarenta metros. Tiene cuarenta y ocho, en realidad, pero bueno, casi dan en la diana, que está ahí, al cual dan el nombre del jefe de los cartógrafos: el señor George Everest. Es el momento de los exploradores. Los exploradores iban por razones estratégicas. Los rusos, buscando cómo poder canalizar su imperio hacia el Este y los británicos, para protegerse de esa posible entrada de los rusos, mandaban también sus exploradores. A veces eran los indios, Pandits, que iban con un molinillo de oración tibetano y con tantas vueltas a los molinillos sabían los metros que habían recorrido y luego lo apuntaban en secreto y pasaban años antes de que volvieran. Pero así se hicieron los mapas. Dice debajo en el mapa: “Con informe de los nativos”. Bueno, eso es formidable, pero así se hizo la exploración. Metro a metro, paso a paso, risco a risco, río a río, montaña a montaña, la cantidad de suelas de zapato gastadas en ese proceso.
Pero es maravilloso, porque ya te digo, entraban y volvían con un mapa. El mapa… Yo he sido toda mi vida geógrafo… es una consecución formidable y extraordinaria de la mente humana, pero al mismo tiempo, es una pena, porque pierde el misterio. Ya. Es decir, volvías con el misterio hollado. Cuando Eric Shipton sube por el valle del Nanda Devi, en el Himalaya, un valle desconocido absolutamente, lo que está haciendo es desvelar un misterio. Shipton siempre decía: «Hay que dejar algo de misterio porque sin misterio no puede vivir el hombre. Necesita un poco de dosis de misterio». Entonces ese desvelamiento del misterio y el volver después, es, un poco, digamos, el goce y la tragedia del geógrafo. Yo tuve una alumna que era maravillosa, que tenía como ocho o nueve años.
Y me acuerdo de que me hizo un mapa de España, que era como si un monje del románico hubiera hecho un mapa de España. Era maravilloso desde el punto de vista estético y totalmente disparatado desde el punto de vista geográfico. Los ríos nacían y atravesaban las montañas de un lado a otro, el Ebro iba en dirección contraria a como tiene que ir, pero el resultado era una maravilla. Eso me lo hizo en octubre. El curso se acababa en junio. Cuando llegó junio me hacía un mapa de España perfecto. Esa había sido mi misión. Yo era el profesor de Geografía y ese fue mi éxito y lo recordaré toda mi vida, pero estéticamente era un desastre. Había perdido toda la gracia, había perdido todo el misterio. Yo pensaba y decía: “He conseguido esto, pero he perdido lo otro”. Entonces con un poco de alma de artista, también lo tenía que deplorar. La espontaneidad, lo primario, sigue siendo vital. Un hombre ante un paisaje puede decir: “Bueno, esto son rocas metamórficas del precámbrico y esto es un tipo de hierba o esto es un tipo de árbol”. Pero lo que es la visión espontánea, que parte del alma y te proyecta sobre el paisaje y el paisaje se proyecta sobre ti, eso no hay que olvidarlo nunca ni hay que dejarlo de lado.
Pero volverlo paisaje es una mirada superior de civilización, de cualquier civilización. La civilización china. ¿Cómo son los paisajes chinos, la forma de entenderlos? ¿O la civilización nuestra, habiendo leído a Unamuno? Entonces tú vuelves paisaje el territorio. Lo vuelves paisaje. El paisaje es el resultado de la mirada que lanza el ser humano sobre el territorio. Y lo levanta, lo pone en un nivel superior. El territorio es la infraestructura del paisaje y el paisaje tendrá una estructura, tendrá una función, la función territorial. Tendrá una historia. Tendrá muchas cosas y tendrá unas formas. Y todo eso se decantará en una fisonomía. Entonces un paisaje es cuando tú lo miras, como si yo te estoy mirando a ti o si yo te quiero dibujar, te quiero hacer un retrato… Porque yo haré las formas y la fisonomía, pero también el carácter. Entonces un paisaje tiene carácter porque tú buscas el carácter. Esa elevación al paisaje es una elevación que la da la civilización, y a la inversa. Si tú le quitas paisaje al territorio, te vuelves incivilizado. Ojo, hay que tener mucho cuidado de no descalificar el territorio. “Descalificar” que le quitas el paisaje al territorio. Porque entonces, si lo vuelves mero territorio, pues tienes muchísimos problemas. De insatisfacción, de falta de enriquecimiento, de no estar la esfera completa. Te has quedado en lo que he dicho antes, en una infraestructura. Pero hay muchos tratamientos y sobre todo… Siempre los ha habido, pero con la velocidad y la fuerza técnica que hay hoy en día, muy pragmáticos, que ignoran el paisaje y lo vuelven solo territorio.
No voy a decir cuáles, pero eso está en marcha. Y entonces eso puede hacer que desaparezca el paisaje. Porque si se hace una mirada exclusivamente territorial, el paisaje puede difuminarse o puede desaparecer. Y eso sería una pérdida cultural, de civilización, realmente tremenda. Así que el paisaje es un producto de la civilización.
Lo que estás, inevitablemente, ocasionando en ese alumno, es otra cosa mucho más profunda, que es formación. Esa persona se está formando sola. Tú no le estás dando pautas. No le estás dando consignas. Esa persona se está formando sola en su contacto con la naturaleza y con el paisaje, El paisaje está enseñándole, el paisaje es pedagogo. El paisaje es maestro. Es el verdadero maestro. Entonces, bajo la capa de la información que tú estás dando, que esto es el gneis, que esto es tal flor, en el fondo, ese alumno está, por las jornadas que está, en el campo, siendo formado por el propio terreno. Así que el paisaje es informativo, claro y formativo, y esa es la clave de la enseñanza del paisaje, y es también enseñar a saber ver, a saber mirar. Eso se aprende igual que se aprende a saber oír música. Se puede aprender. Hombre, hay gente que puede nacer espontáneamente con grandes dotes, como Mozart. Pero, normalmente, se aprende. Es una cosa que se puede enseñar y se puede aprender. Entonces hay que saber enseñar a mirar. Entonces… Hay una trastienda que no es solamente la praxis, sino que habita en el hombre de forma absolutamente natural, que es el acercamiento al paisaje y la naturaleza con el espíritu.
Y también para proteger los paisajes patrimoniales, el patrimonio, la Ley de patrimonio. Todo eso está bien, pero para proteger a la naturaleza existen lo que se llaman las reservas y los parques. Parques naturales, parques que son generalmente de tipo autonómico, parques regionales y parques nacionales, que son de todo el país, de la globalidad del país y que se tienen que conseguir a través de una ley del Congreso de los Diputados. Una ley nacional, por lo tanto, no es de una ley autonómica. Con esa gama tú tienes los instrumentos para proteger la naturaleza.
Entonces lo que tienes que hacer es un análisis de si esa gama es suficiente desde el punto de vista administrativo y jurídico y desde el punto de vista geográfico. Entonces tú miras y dices: “¿Cuántos lugares selectos, excelentes, existen en España que merecen ser parques nacionales?”. Pones el mapa delante. Este, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y te salen unos cuantos y dices: “Tampoco hay que tener muchos, porque es muy complicado lo del parque nacional por la ley nacional o por las exigencias que tiene, porque tiene unas directrices muy fuertes, etc.”. Bueno, pocos, pero tienen que ser unos cuantos. Los parques que tenemos, los parques nacionales que tenemos en este momento proceden de una historia; ha habido un proceso histórico que los ha llevado, pero no de una geografía. Es decir, ha habido momentos en los cuales se ha dicho: “Covadonga y Ordesa”. En 1918. “Nada más”. Luego se dijo: “Bueno, pues Canarias. El Teide, La Palma, etc.”, y así sucesivamente. Pero han sido momentos históricos en los cuales se ha enfocado desde determinada perspectiva la posibilidad de hacer esos parques nacionales. Pero el conjunto, que es magnífico, no refleja lo que es el mapa, lo que es el mapa de los lugares en España o un ecólogo, el mapa de los ecosistemas españoles. Entonces yo propondría que determinados lugares que por ejemplo en el año 18 o posteriormente en los años 80, se quedaron pequeños como es Ordesa, se ampliaran. Tienen muy poca superficie. El Parque Nacional tiene quince mil hectáreas nada más, en pleno Pirineo. Hay que tener en cuenta que en Sierra Nevada el parque nacional tiene más de ochenta mil. Con esto se ha dicho todo. Y Sierra Nevada no es un macizo tan grande como puede ser el macizo del Pirineo. Bueno, habría que hacer las cosas quizás de otro modo.
La sierra de Gredos no es parque nacional. ¿Y hay un parque nacional en el sistema central? Sí, el Guadarrama. ¿Por qué? ¿Porque lo han pedido los buitres, porque lo han pedido las cabras montesas? No, no, porque lo han querido los hombres. Pero si lo pidieran las cabras, lo pidiera la piedra de granito y lo pidieran los lagartos, Gredos sería parque nacional.
Y ahora es parque regional esa parte de Gredos. Bueno, pues algo se ha conseguido, que no fuera una urbanización. Entonces hay que estar, en el frente de batalla. Hay que estar en las barricadas, saltando barricadas. Qué remedio nos queda. Y por eso me dieron el Premio Nacional de Medio Ambiente, creo yo, porque ahí estaba de barricada en barricada. Y entonces, bueno, eso te crea un compromiso también. Aparte de que lo llevas dentro. Y entonces el sentimiento conservacionista y proteccionista que procede de esa responsabilidad que te decía antes en el ejercicio de tu propia libertad, eso te arrastra toda la vida, te lleva toda la vida y te entregas a ello. Pero además hay también una parte que es que, si yo no podría vivir sin un paisaje, aunque fuera remoto de montañas intocadas, al resto de la gente le pasa exactamente lo mismo. Que probablemente el que esté tecleando en su ordenador en una oficina cerrada necesite saber que hay un desierto, que en alguna parte hay un desierto. Eso lo decía un escritor francés que tenía un seudónimo, Samivel. En alguna parte tiene que haber un glaciar limpio y puro. En Alaska, donde esté, en la Patagonia, pero tiene que haber en algún lugar una cosa que no esté comercializada y que no esté sometida a pragmatismo total. Entonces, eso, todo ello, te lleva a hacer este acto de perdón, porque al fin y al cabo es perdonar. Una plaza en una ciudad donde todo vale, cada metro cuadrado vale una barbaridad, una plaza es un perdón, un perdón que se ha dado. La Plaza de Olavide o la Plaza de Quevedo, o una placeta en Segovia.
Se ha perdonado un trozo de ciudad y no es edificado para dejárselo… O El retiro es un perdón. Bueno, pues la sierra de Guadarrama es un perdón, los Picos de Europa son un perdón. Se ha perdonado una tierra para ese goce excelente. Pero ¿qué es lo que está protegiendo? El brillo del musgo húmedo en el amanecer, es decir, tanta prosa para proteger una poesía. Es así. Eso es así. Entonces se trata, justamente, no solamente de proteger la fauna y de proteger la flora, que por supuesto, porque son los últimos refugios que tienen para poder estar, porque los hemos echado los seres humanos de todas partes. Es la pura realidad. Y entonces se refugian en donde pueden. En Doñana, se refugian en la sierra de Guadarrama o en el Alto Pirineo en Ordesa. Hay que protegerlos, pero también por esto otro que acabo de decir, que es por la mirada humana sobre el paisaje que me parece muy importante mantener para tener ese listón alto en la exigencia que tenemos respecto a lo que está a nuestro alrededor y delante de nosotros.
Es decir, la escena. Bueno, sí, pero la escena cuenta de una manera extraordinaria. ¿Qué es lo que es Ordesa? Un cañón. En principio es un cañón, es una garganta. Entonces lo que te emociona es la garganta. Es estar en medio de la garganta y luego dentro tiene cascadas y luego dentro tiene bosques de hayas. Pero es todo en lo que es la masa de un cañón, en un macizo como el macizo de Marboré y Monte Perdido, que es espléndido por todos los lugares y que aún tiene glaciares. Entonces tienes allí una especie de escalinata, la escala de Jacob, que te lleva desde los hombres hasta los ángeles. Sales de la parte de los hombres, del pueblo de Torla, que es un pueblo precioso, vas caminando, pasas por la cascada de Tamborrotera, cuya palabra parece que está indicando la caída del agua, la onomatopeya de la caída del agua. Y así sucesivamente, vas llegando hasta los glaciares de la cumbre bajo el brillo del sol de Aragón. Qué cosa tan soberbia todo lo que has pasado: por bosques de hayas, por bosques de pino negro, por macizos calcáreos verticales como puede ser el Tozal del Mallo, como puede ser el Gallinero… Todo eso es Ordesa. Pues todo eso requiere conocimiento, pero requiere sobre todo una actitud espontánea emotiva. Estando en la isla Livingston, al acabarse una temporada de estas de trabajo de investigación en la base antártica española, se había portado tan bien la isla Livingston conmigo, que decidí subirme a un cerro y despedirme de todos los lugares que yo había estado recorriendo y estudiando: aquel glaciar, aquella playa, aquel monte, aquel roquedal que asoma por allí, la montaña grande que estaba detrás, y desde mi altozano lo veía todo y fui diciendo adiós.
“Adiós, playa. Adiós, río. Adiós, glaciar. Adiós, hielo. Adiós, monte”. Y en esto, porque la isla Livingston tiene un clima espantoso, es un clima perro que siempre está nevando, siempre está lloviendo, siempre está haciendo viento, se calmó por completo el viento, se despejó totalmente el cielo y el sol poniente en la Antártida, que ya de por sí es tangencial, emitió un rayo de sol fugaz que duró segundos que iluminó todo el paisaje. Y yo, para mí, que incluso vi el rayo verde famoso en aquel momento y me dio la impresión de que todos los lugares me decían: “Adiós, Eduardo”. Yo había dicho: “Adiós, playa. Adiós, monte. Adiós, hielo”. Y me decían: “Adiós, Eduardo. Hasta la próxima”. Y tuve una emoción extraordinaria. Fue fantástico. Inmediatamente se cubrió, inmediatamente empezó a llover, luego a nevar, empezó a hacer viento y me tuve que meter en la base a todo correr. Además, lógicamente, estaba ya casi anocheciendo. No es que hubiera noche, porque todavía no había noche, pero ya había un preludio de noche. Había el preludio de que llegaba el invierno y nosotros nos íbamos. Se habían ido ya los pingüinos, se habían ido ya las focas, se había ido ya prácticamente toda la fauna que habita temporalmente en las costas de la isla Livingston, porque sabían que llegaba el invierno y no era buen momento para permanecer allí. Yo también me fui.
Claro, hay glaciares que son muy pequeños y tienen tan poca masa de hielo que enseguida se derriten. Pero no es eso solo, es que hay glaciares que pueden tener setenta kilómetros de largo que también se están derritiendo, como puede ocurrir en el Pamir o puede ocurrir en el Karakórum, o puede ocurrir en Alaska. Los glaciares de Groenlandia se vienen para abajo. Los glaciares de la Antártida empiezan también a notar… El “pack” de hielo que se forma en el Polo Norte y que se forma alrededor del continente antártico también empiezan a notar disminución. ¿Qué es lo que esto significa? Que evidentemente estamos en una aceleración del proceso. Como ha ocurrido que el fenómeno de la contaminación atmosférica y del calentamiento global existe y se está dando y tiene en gran medida una causa humana, una causa antrópica, lógicamente se puede atribuir todo esto, si no totalmente, porque la naturaleza tiene también sus propios dinamismos, se puede atribuir en buena medida a eso. Si hay manchas solares que provocan un cambio en el clima y en los glaciares, o si hay algo en la órbita del planeta Tierra, o en su traslación, o en su rotación que puede provocar algo, no está a nuestro alcance para remediarlo. ¿Qué vamos a hacer? No podemos más que aguantar y asumir lo que haya con inteligencia. Pero si está a nuestro alcance, porque lo estamos produciendo nosotros mismos, entonces sí que tenemos responsabilidad y sí que podemos actuar. Será difícil porque habrá intereses y los hay, pero se puede actuar y entonces hay que actuar. Entonces nuestra responsabilidad respecto a lo que es el altavoz de los glaciares, porque aparte de que se va un paisaje maravilloso con ellos, se va un altoparlante, se va un altavoz de lo que está ocurriendo dos metros más allá y no lo vemos, que es el cambio climático general.
Tenemos obligatoriamente que actuar con responsabilidad allí donde alcanza nuestra posibilidad de acción. Y eso requiere una actuación de carácter económico, de carácter político, de carácter social, de carácter cultural, etc. Es también un movimiento completo. Luego ocurre que el cambio climático tampoco es igual en todas partes, es decir, en cierta parte avanzará como… Hay zonas climáticas en el planeta Tierra. Entonces puede que avance la selva tropical hacia el desierto, puede que avance el desierto hacia la zona templada, puede que avance la zona templada hacia el Ártico, poniendo solamente el hemisferio norte, y puede traer unas consecuencias encadenadas absolutamente impensables. Más vale, puesto que controlamos un planeta tal como está, que el planeta quede tal como está, que no está nada mal. Sobre todo si miras alrededor. Es decir, a mí me queda siempre la maravilla de ver que esta mota de polvo girando como una loca por el espacio, donde estamos nosotros, dando vueltas y vueltas y vueltas a una velocidad verdaderamente increíble, solitaria, está rodeada por otra serie de planetas del sistema solar que son desiertos letales, donde para buscar vida en Marte hay que buscar, buscar y buscar, si es que la hay. Si es que la hay. Que la Tierra podría ser, por lo tanto, uno más en medio de ese conjunto con toda facilidad. Entonces hay que ser muy precavidos, muy cautos, porque hay dos elementos aparte del suelo, que es de donde se obtiene todo, absolutamente claves y sustanciales para la perduración de la vida en la Tierra, que son el agua y el aire. Sin ellos no hay vida. Nos volveríamos exactamente un planeta más, o sin atmósfera, o con una atmósfera débil, leve, donde no podríamos subsistir.
Ahí está la Luna, la podemos ver todos los días. Para ser como la Luna no hace falta casi nada.