El maestro de la exploración polar que quiso cambiar el mundo
Javier Cacho
El maestro de la exploración polar que quiso cambiar el mundo
Javier Cacho
Físico, científico y escritor
Creando oportunidades
Lecciones de vida de los grandes exploradores polares
Javier Cacho Físico, científico y escritor
La Antártida, un continente para la paz y la ciencia
Javier Cacho Físico, científico y escritor
Javier Cacho
“El descubrimiento del agujero en la capa de ozono nos hizo, por primera vez, globales y ecologistas. Podríamos hablar de deforestación, de contaminación de tierra y mares, de plásticos… Estamos por un camino equivocado y claramente tenemos que rectificar”. Con este mensaje, el físico, científico y escritor Javier Cacho resume su experiencia como observador privilegiado de la naturaleza.
Javier Cacho inició su carrera científica especializándose en el estudio de la capa de ozono para la Comisión Nacional de Investigación Espacial en 1976. Posteriormente trabajó en el Laboratorio de Estudios de la Atmósfera del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA). Su investigación sobre la destrucción del ozono en el territorio antártico comenzó en la Primera Expedición Científica Española a la Antártida en 1986, que continuó como colaborador de la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología en el Programa Antártico Español, Secretario del Comité Nacional de Investigación Antártica de España, delegado en el Scientific Committe on Antárctic Research y jefe de la base antártica española Juan Carlos I durante varias campañas.
A su labor científica suma una larga trayectoria divulgadora, como coordinador y editor de varias publicaciones especializadas en temas medioambientales, director de la Unidad de Cultura Científica del INTA y autor de libros como ‘Antártida: El agujero de ozono’, primer título en castellano sobre este tema. Su contacto con el continente helado le hizo investigar y profundizar en la llamada Edad Heroica de la Exploración Polar, etapa sobre la que ha publicado varios títulos, entre los que destacan ‘ Amundsen-Scott: duelo en la Antártida’, ‘Shackleton, el indomable’, ‘Nansen. Maestro de la exploración polar’ y ‘ Yo, el Fram’.
Transcripción
“Mira qué estupendo este capítulo, que habla de la electricidad electromagnética…” y ya está, yo me lo leía. Claro, eso era para nada lo que querían los profesores. Repetí primero. Dudé si debía seguir con Física o no seguir con Física y un día les planteé a mis padres: “Mirad, que he pensado que voy a hacer Geología”, que me gustaba mucho, la verdad sea dicha. Mirad, se miraron el uno al otro, no dijeron nada, pero como en las viñetas de los cómics, yo vi que ponía: “No vamos a sacar partido de este hijo”. Y dije: “Bueno, voy a intentar seguir con Física”. Bueno, logré pasar los tres primeros cursos de Física y entré en especialidad. Elegí Física de la Atmósfera. Nubes. Claro. Volví a lo que yo quería, ver nubes. Bueno, todo cambió. No lo vais a creer. Yo tampoco. Y mi padre, menos. No es que aprobase las asignaturas, es que sacaba matrículas en todas. Empecé a colaborar con la universidad y, sorprendentemente, antes de terminar la carrera ya tenía una oferta de trabajo en la Comisión Nacional de Investigación del Espacio. Nuevamente, el espacio, nuevamente, Tintín. Para estudiar… No para ir a la Luna, sino para estudiar, en este caso el ozono. Bueno, estuve bastantes años estudiando el ozono, hasta que apareció la masiva destrucción de ozono en la Antártida que todos conocemos como “agujero de ozono”. Y claro, yo era uno de los pocos, poquísimos; se podían contar con los dedos de la mano, menos de los dedos de la mano: cuatro. Había cuatro expertos en ozono en España en aquellos momentos y España, en ese momento, coincidió con que estaba preparando su primera expedición científica a la Antártida.
Claro, y de los cuatro, el único loco para irse a la Antártida cuatro meses era yo, claro. Y efectivamente. Y ahí me fui, a la Antártida a estudiar el agujero de ozono. Y, ¿qué ocurrió? Pues dos cosas, que evidentemente cambiaron mi vida por completo. La primera, me enamoré de la Antártida. Totalmente, totalmente. Y la segunda, cuando regresé, me encontré con que la sociedad quería saber qué pasaba en la Antártida, qué estaba ocurriendo, qué era eso del agujero de ozono, por qué era peligroso, por qué teníamos que dejar de utilizar espráis y los CFC arriba y los CFC abajo… qué estábamos haciendo con el planeta. Y me encantó podérselo explicar. Me di cuenta, ya me había dado cuenta antes, de que lo que yo tengo es alma de divulgador. A mí lo que me gusta es aprender, por supuesto, eso es inherente. Lo llevamos en el DNA los seres humanos: aprender, conocer… pero luego contarlo. Volví a la Antártida dos veces, como científico a seguir estudiando el agujero de ozono. Una de las veces en invierno. Cuatro meses. Bueno, no todo era invierno, pasé parte de la primavera. Después, posteriormente comencé a trabajar en el Programa Antártico Español y volví a la Antártida de nuevo en tres ocasiones, en tres campañas, como jefe de la Base Antártica Española. Ya toda mi vida ha girado alrededor de la Antártida y los últimos años, pues he hecho una ilusión, que es escribir el libro sobre historia de la exploración polar. Claro, desde que fui a la Antártida quise saber quién había ido primero a la Antártida, que habían hecho allí, cómo habían vivido, cómo habían resistido esas temperaturas, ese aislamiento, todo eso quería saberlo. Y empecé a estudiar todo lo que llamamos “la edad heroica de la exploración polar”, que es un período comprendido entre 1900 y 1922. Y después empecé a escribirlo. Alguien me dijo: “Oye, que estas cosas que nos cuentas no las sabemos. La gente normal no las sabe. ¿Por qué no lo pones por escrito?”. Y efectivamente, fue lo que hice, ponerlo por escrito. Y llevo seis libros y lo que te rondaré. Y ahora estoy aquí dispuesto a que me preguntéis y contestaros lo mejor que pueda a vuestras preguntas.
“Mi día a día en la Antártida se resume en: trabajar, trabajar, trabajar”
Y le cogía de la oreja y nos íbamos. Y luego me lo agradecía. Y se pasa mal en la Antártida también. No sé qué idea tenéis vosotros de la Antártida. Los documentales siempre nos dan una idea tan idílica de la Antártida que todos nos sentimos muy atraídos. Se pasa mal. Por muchas razones. Primero, hay muchos peligros y eres consciente de ellos. Eres consciente de que si vas en la Zodiac y te caes de la Zodiac, si no llevas el traje de supervivencia bien cerrado y bien preparado, pues duras vivo tres o cuatro minutos. Te mueres de hipotermia, en el tiempo que tarda la Zodiac en volver a recogerte, la has cascado. Si vas por el glaciar y caes en una grieta, la has cascado. Estás trabajando con tractores, con soldadura, con vehículos pesados y te puede saltar una chispa en un ojo. Te puedes caer y romperte una pierna. Claro, igual nos puede pasar aquí en Madrid, diréis. Claro, en Madrid, en donde sea, pero con una diferencia: que aquí directamente llamas al 112 y te pase lo que te pase, te lo resuelven inmediatamente. Si tienes un infarto, pues no pasa nada, el 112 te lleva, te va dando asistencia mientras que vas al hospital. Pero ahí no hay 112. Si tienes una enfermedad grave, grave, una apendicitis, pues las probabilidades de que te lleven a operar a un lugar, si el tiempo es bueno y si es verano y cosas así… pues puede ser una semana. Te tienen que sacar en avión, en barco. Una logística complicadísima. Y eso lo tienes aquí. Lo tienes dentro. “Como me pase algo, aquí se ha terminado todo”. Y lo pasas mal por la gente que has dejado fuera, aquí.
Porque no sabes qué les está pasando a ellos y porque los miedos aparecen y los temores. ¿Y si mi padre tiene un infarto? ¿Y si mi hija tiene un accidente de tráfico? Y eso lo tienes ahí delante, lo tienes dentro de ti. Tus miedos de que te pase algo y los miedos de que le pase algo a la gente que quieres y no poder estar con ellos. Eso es muy humano. Después se pasa mal también por la convivencia. Yo la primera vez, la segunda vez que fui a la Antártida, a una base argentina. Hacía mucho frío y un argentino me dijo: “Che, aquí el frío, no se pasa mal por el frío. Aquí se pasa mal por la convivencia”. Pues sí, claro. Estás viviendo en una base con diez personas, cada uno de su padre y de su madre, que os habéis conocido allí. Cada uno con su forma de ser, en tensión por el trabajo. Y esa tensión hace que surjan los problemas de convivencia entre la gente. Yo, como jefe de base, mi labor fundamental era la de ser padre prior. Estar pendiente de la gente. Ver si dos se enzarzaban o no se enzarzaban por cosas banales. Si uno estaba preocupado, si uno estaba alicaído… La convivencia es muy dura en la Antártida. Pero, pese a todo, merece la pena. Creo que no encontraréis a nadie que haya ido a la Antártida y que diga que no merece la pena.
Los científicos ingleses dijeron: “Sí, a nosotros también nos sale, se está perdiendo el ozono en la Antártida”. Los americanos, que tienen una estación en el Polo Sur geográfico: “Sí, se está perdiendo en la zona de la Antártida”. Una cosa tremenda. Una destrucción masiva de ozono durante unos meses, en una extensión inmensa, porque la Antártida es inmensa y que no sabíamos, cada año, se vio que era cada vez más grande el agujero de ozono. Y dices: “Bueno, se saldrá de la Antártida, seguirá avanzando por Sudamérica, por el hemisferio sur…”. Y claro, si se perdía el ozono pasaban ese montón de cosas que todos sabemos: aumento de radiación ultravioleta, por tanto casos de cánceres, problemas oculares y grandes problemas, evidentemente para todos, pero también para el mundo animal, porque nosotros nos podíamos haber resuelto el tema, íbamos con paraguas o con sombrilla, ya no nos da la radiación ultravioleta, nos poníamos unas gafas de sol y resuelto, pero, claro, no íbamos a poner gafas de sol a dos millones de ovejas. Claro, los problemas que podíamos tener eran tremendos y el agujero de ozono nos hizo ecologistas a todos. Veíamos que había contaminación, en la ciudad: “Bueno, como hay muchos coches… Pero luego se va, se la lleva, cambia, llueve y desaparece”. “¿La contaminación que producimos los humanos? No es nada. Es una gota de agua en un océano”. Y de repente, los científicos descubrimos el agujero de ozono y los científicos descubrimos las causas. Y las causas eran esos gases. Los clorofluorocarburos. Uno de ellos se empleaba como propelente en los espráis, en los espráis del desodorante. Ese gas que emitías recorría todo el planeta, llegaba la Antártida, al lugar más limpio, y ahí provocaba la destrucción masiva de ozono. Nos hizo globales. Comprendimos que era un mundo interconectado y te decía el japonés, aquel loco, que en el ochenta y cuatro dijo que se pierde el ozono en la Antártida.
La NASA lo dijo en el 86. Empezaron a ir expediciones de científicos, yo entre ellas, aunque mi trabajo no fue importante, y los otros detectaron las causas y en el ochenta y siete, en tres años, se firmó el Protocolo de Montreal para prohibir la emisión de esos compuestos a la atmósfera. Un mundo que no era ecologista, que no se creía nada de lo que decíamos, que no se creían nuestras advertencias. En tres años cambiamos la mentalidad del planeta. Bueno, no mucho, porque ya veis que los problemas se mantienen. ¿Cuál era el problema de estos gases? Ya lo sabéis, que permanecen mucho tiempo en la atmósfera, la contaminación de las ciudades, la contaminación que llueve y se precipita al suelo. ¿Qué hace el viento? Se lo lleva y la disuelve. Estos gases permanecen, algunos, hasta cien años en la atmósfera. La lluvia no les precipita. Entran en contacto con hojas y es como… Con el mundo vegetal, o rocas, que es como se elimina la contaminación, y estos gases tampoco lo hacían. Y en esos cien años, ochenta años que tenían, llegaban a la Antártida y, poquito a poquito, a partir del año 2000, se comenzó a ver una recuperación en el ozono de la Antártida. Cada vez había menos agujero de ozono. A partir del año 2000. Estamos hablando del 1985, quince años después empecé a notar lo que decíamos los científicos: “En el año 2000 ya empezará a mejorar”. Si este programa lo hubiésemos grabado hace dos años, yo hubiese dicho: “Es la primera gran victoria medioambiental que hemos logrado. Estamos terminando con el agujero de ozono”. Por desgracia, en los últimos dos años esa recuperación del agujero de ozono ha parado y no sabemos por qué. Pero nos ha cambiado la mentalidad. Y yo creo que todos somos mucho más receptivos a proteger más este entorno en el que vivimos.
Incluso lo ves físicamente, ves las montañas peladas, en la zona con los glaciares, cuando pasan lo arrasan todo y ves que efectivamente, es zona que… Cómo ha arrasado y todavía no ha dado tiempo al mundo vegetal a colonizarlo. Luego, verdaderamente, está retrocediendo. Las cosas están mal, especialmente en el Ártico. Más que en la Antártida, la Antártida es muy grande, extraordinariamente grande. Bueno, ya sabéis la diferencia. La Antártida es un continente y en el centro del continente tenemos una capa de tres kilómetros de hielo bajo nuestros pies y, en algunos lugares, hasta casi cinco kilómetros de hielo bajo nuestros pies. El Ártico, no, el Ártico es un mar congelado y, como mar congelado, un metro, dos metros o como mucho, tres metros de hielo. Y el hielo, cuando llega el verano, se funde la mitad, o una parte importante. El Ártico tiene una mayor sensibilidad al cambio climático que cualquier otra región del planeta. Los efectos del cambio climático se multiplican por tres en la zona del Ártico. En cuarenta años, se han perdido dos millones de kilómetros cuadrados de hielo ártico, de ese mar congelado, dos millones de kilómetros cuadrados. España tiene quinientos mil kilómetros cuadrados de superficie. O sea, una superficie de cuatro veces España en cuarenta años. Y en los últimos veinticinco años o veinte años, se ha perdido un tercio del volumen del hielo ártico. Estamos perdiendo el espesor del hielo. Antes, en el Ártico había hielo. Hielo viejo, que llaman los glaciólogos, que tenía en una capa de hielo desde tres, cuatro y cinco metros de espesor, que cuando llegaba el verano se descongelaba un poquito, pero no del todo. Todo eso lo estamos perdiendo. Está disminuyendo el volumen de hielo y haciendo un hielo mucho más frágil.
Cuando llega el verano le da el sol, se funde y, cuando se funde, el albedo hace la reflectividad de la radiación solar sea mucho más baja y, por lo tanto, lo absorbe el agua del mar. Calienta el agua del mar y funde el hielo de los alrededores. En el Ártico es tremenda la situación, en la Antártida, no tanto. En la gran tarta de la Antártida, en la gran zona, las dos terceras partes de la Antártida, esa es muy estable. Creemos que no va a pasar nada y no nos atrevemos casi a pensar cómo puede evolucionar, porque no tenemos experiencia pasada. De cómo ha sido antes, hace cien años, hace doscientos años, hace quinientos años, hace medio millón de años. No tenemos experiencia pasada. En cualquier caso, como este planeta es muy curioso, cuando el hielo desaparece en el Ártico, el hielo aparece en la Antártida. Tenemos ahí unos cambios extraños que pasan de un año a otro, de un periodo a otro periodo. Está complicada la cosa. Yo creo que tenemos que hacer algo más por cuidar este planeta.
“La Antártida es un continente para la paz y la ciencia: desmilitarizado y sin fronteras”
Y ese es el ambiente que hay la Antártida. Cooperación entre naciones y solidaridad entre personas. Primero, eso. Segundo, la Antártida es muy grande. Es como treinta veces España y en verano hay sesenta bases. Sesenta bases en treinta veces España. O sea que es como si tienes una base en Valencia y la siguiente base la tienes en Vigo. O sea, que no te ves mucho, porque entre medias todo son hielo y glaciares. Hay algunos sitios donde las bases están más próximas, sin lugar a dudas. Y nosotros hemos tenido la suerte de que nuestra base en la isla Livingston, una de nuestras bases antárticas, la de Juan Carlos I, de la que yo fui jefe de base. Pues esta, en esa isla, los búlgaros, el Programa Antártico Búlgaro, puso otra base muy cerca de la nuestra. Bueno, Livingston es una isla como Mallorca. Pues bueno, tuvimos suerte y la pusieron al lado, a cinco o seis kilómetros. Y tuvimos mala suerte, porque hay un glaciar entre medias. Luego, no podemos ir a visitarles cuando queremos. Tenemos que dar una vuelta gigantesca por el glaciar, que es peligrosa. O tenemos que ir en Zodiac cuando el tiempo lo permite. Entonces, tenemos la suerte, nosotros, de tener a alguien con quien ayudarnos, a quien tener cerca. Entonces, España es un país de grandes recursos, Bulgaria es un país de menos recursos. El Programa Antártico Búlgaro, cuando comenzó, tenía muy poquitos recursos y España le ayudó muchísimo. Nuevamente, iban en barcos españoles, los españoles les llevábamos el material… Eso en plan de países y de organizaciones. Y después os hablaba de la solidaridad entre las personas. Yo era jefe de la base española e hice todo lo posible por ayudar a los compañeros científicos de la base búlgara.
En ese día a día en el que ellos muchas veces lo estaban pasando muy mal. Muy mal. Y tuvimos también reciprocidad. Y yo sabía que si teníamos un problema podíamos contar con ellos. Esos problemas que yo os decía, que allí no tienes al 112, no tienes a emergencias a quien llamar, con lo cual, te viene muy bien tener a alguien que te pueda ayudar. Primero eso, que te da mucha tranquilidad. Y, luego, tenían médico. Y con el médico me ocurrió una cosa fantástica. Fantástica. Fue un día que teníamos una emergencia médica en nuestra base. Llamé y digo: “Oye, tenemos esto. Nos pasa esto. Vamos a ir a buscar al médico vuestro. ¿Os importa?”, “No, os estamos esperando en la playa”. Vale, entonces teníamos que ir en Zodiac, que era el sistema más rápido. Llegamos a la playa y el experto en Zodiac me dijo: “Oye, que el mar está muy mal, pero muy mal, muy mal”. Y yo, imperial, le dije: “Ya lo sé, pero tenemos que ir”. Qué bien sonó, ¿verdad? De Madrid. Yo no sabía nada, evidentemente, del mar. Nos metimos en la Zodiac y bueno, el ir a la base búlgara fue, efectivamente, muy peligroso. Teníamos una franja, había mucho hielo, la marea lo estaba trayendo hacia nosotros, no podíamos pasar con la Zodiac por el hielo, nos estaba arrinconando sobre sobre unos acantilados, unas rocas y, bueno, nos costó mucho llegar. La verdad es que nos costó mucho llegar. Y tenía razón mi compañero, era muy peligroso. Pero bueno, hay veces que las cosas las haces porque las haces. Y llegué allí, llegamos a la base, nos estaban esperando. Recuerdo perfectamente al médico búlgaro, con un traje, preparado, con agua hasta la cintura. Llegó la Zodiac. Nos pusimos al lado. Había otros compañeros búlgaros para ayudarnos con el movimiento de la Zodiac.
Es que lo estoy viendo, y estoy viendo mirar al médico y decirle: “El mar está muy mal, nos vamos a jugar la vida”. Y se encogió de hombros y dijo: “Soy médico”. Efectivamente, volvimos. Y volvimos un poco apurados, o bastante apurados, pero volvimos. O sea que esa ayuda es recíproca. Y en ese contexto de reciprocidad, pues de repente, decidieron poner un nombre a mi isla. No porque yo sea un gran científico, no porque yo haya descubierto la isla, sino porque quisieron. Es una isla que no tenía nombre, pequeñita. Es una isla muy pequeñita. No es como el mar de Amundsen o la costa de Scott o el glaciar Shackleton. Es Isla Cacho, es una cosa pequeñita, pero le han puesto mi nombre. Y entonces, claro, lógicamente ahí no vale poner nombres quien quiera. Lo solicitas, lo presentas a la máxima autoridad antártica, que es quien decide si procede o no procede. Entonces, entre las causas que pusieron estaban mi trayectoria de científico en la Antártida, mi labor de divulgación de la Antártida. Es verdad, he hablado mucho. Pero, sobre todo, lo que a mí me gusta más es: “Por el apoyo que ha hecho el Programa Antártico Búlgaro” y gracias a eso tengo una isla en la Antártida, por tratar de ser buena persona. O sea, que merece la pena tratar de ser buena persona, porque a veces, no sé si siempre, pero a veces la vida te lo recompensa.
Claro, el otro no, se había preparado como explorador. Profesionalidad. Prepararse, prepararse, prepararse. La tercera: entusiasmo, claro que sí. El entusiasta, según la Real Academia de la Lengua, es la persona que está tocada por un don divino, más o menos, por un dios. Viene de una palabra griega, que es eso, te han tocado con una pasión, meter el corazón en lo que se hace. Y la cuarta, humanidad. Ser capaz de pensar primero en la vida de los que van contigo, en tu propia vida, y en la vida de los que van contigo. Mira, Shackleton, segunda vez que intenté llegar al Polo Sur se quedó a ciento y pico kilómetros, después de haber hecho mil trescientos y pico, se quedó a unos ciento y pico kilómetros. Y retrocedió porque no tenía comida suficiente y si hubiese seguido, una semana más para seguir y una semana más para volver y, luego, dos meses más, no habría tenido comida para la vuelta, y habría muerto alguno de sus compañeros. Decidió dar marcha atrás. En montañismo pasa igual. Lo difícil es volver, cuando ves que no lo puedes conseguir. No emperrarte ahí, sino volver, por salvar la vida de tus compañeros. Ser humano. Nansen lo dijo también muy claro: “El polo no vale una vida”. Hemos dicho optimismo, hemos dicho profesionalidad, hemos dicho entusiasmo y hemos dicho humanidad, ser humanos. Yo creo que vale para todo. Vale para los exploradores polares, vale para los ingenieros, para los médicos, vale para ser ama de casa. Valen para todos nosotros, esas cuatro cualidades. A lo mejor podemos pensar y sacar alguna más, pero bueno, yo creo que con esos cuatro puntos cardinales nos puede servir.
Venía de Noruega, la cuna del esquí. Amundsen tenía esquíes y con esas tres cosas formó un equipo: trineos tirados por perros, hombres vestidos de pieles, esquíes y grandes esquiadores. Eligió a todos esquiadores, que fuesen con él. Uno, incluso un campeón nacional. Scott: los británicos. Estamos en la potencia hegemónica del momento. Estamos en 1910. ¿Cuál era su cultura? La cultura del motor. Y llevaron trineos motorizados. Llevaba tejidos, la lana, lana inglesa, dijeron: “Esto es la mejor lana que hay. Somos nosotros los mejores”. Y con eso iniciaron una competición. Más que una competición entre Amundsen y Scott, más que una competición entre un equipo noruego y un equipo británico, era una competición de culturas. No lo sabían, ellos. Una competición de culturas. Amundsen representaba la cultura de los antepasados, de las técnicas ancestrales para moverse en el hielo y Scott representaba a la nueva cultura. Los perros no le gustaban y decidió llevar caballos, que había llevado Shackleton antes, y decidió tirar, que los hombres tirasen de los caballos y los trineos y todas estas cosas. Y ahí compitieron, ahí compitieron los dos. Y fue muy duro para los dos. Evidentemente, para los dos equipos fue durísimo y ya sabéis el resultado. El resultado fue que ganó Amundsen. Llegó al Polo y dejó allí una tienda para certificar, diríamos, que había llegado al Polo. Dejó una carta para el capitán Scott y después, un mes después, un mes y unos días después, llegaron los británicos. Claro. ¿Qué pasó con los ingleses?
Pues fijaros, el cinco de diciembre, los ingleses llegaron al glaciar Vernon. Miraron. No hay pisadas. No hay noruegos. “Vamos a ser los primeros en llegar al Polo”. Y un día antes de llegar al Polo, se encuentran una bandera de señalización de la ruta de los noruegos. Durísimo. No, no, habéis puesto cara, pero no os podéis imaginar lo que era eso. Y tuvieron que llegar y tuvieron que volver. Tuvieron que volver. Y la vuelta se les da muy mal, por muchas razones que no vienen al caso. El tiempo en la Antártida cambió rápidamente, bajó la temperatura, porque no se sabía cómo va la temperatura. Amundsen regresó rápidamente. Todavía le pilló buen tiempo. Ellos iban con un mes y pico de retraso. Se les fue complicando, murió una de las cinco personas, de las cuatro personas que acompañaban a Scott. Murió, tuvo un derrame cerebral, no se sabe muy bien. Luego tuvo una caída y murió. Y siguieron avanzando. Bajaron mucho las temperaturas. Después, llevaban mucho tiempo, la comida; no estaban aportando el número de calorías al organismo que estaban perdiendo y entonces, como no aportaban lo suficiente, pues el cuerpo saca las cosas de las reservas. Claro, estaban cada vez más cansados, cada vez avanzaban menos, cada vez avanzaban más lentos. Y otro de los compañeros de Scott empezó a tener problemas de congelaciones. No podía casi caminar, no podía empujar el trineo, con lo cual se había convertido en una carga para ellos. Y en un momento determinado, una mañana les dice: “Voy a salir fuera. Puede que tarde un poco en volver”. Y no volvió. Ellos sabían, cuando le vieron salir, que se había inmolado para darles una oportunidad, porque iban más lentos por su culpa.
Bueno, siguieron avanzando y cuando estaban a dieciséis kilómetros de un depósito de comida que tenían, la comida la vas dejando según subes y como nadie te la quita, tampoco hay animales que te la quitan, a la vuelta la vas recogiendo. Cuando estaban a dieciséis kilómetros de un depósito de comida, les pilló una tempestad que duró bastantes días. Se estima que duró siete días y en ese momento llevaban, me parece recordar, que era comida para tres días y combustible para dos. El combustible es importante porque es con lo que calientas la comida y cuando pasó ese tiempo y la tormenta siguió fuera, pues era evidente que no podían llegar. ¿Por qué recordamos a Scott? Pues recordamos a Scott porque la pluma es más afilada que la espada. Los exploradores polares suelen ser muy malos escritores. O eres explorador o eres escritor. Scott sabía escribir y escribió estupendamente. Y esos momentos, ese enfrentarse a la muerte, los puso por escrito. Y escribió unas cartas preciosas. Si conseguís recordarlas, hay una carta en que está muriendo con dos de sus compañeros, con Wilson, el médico de la expedición, que era su amigo íntimo, y escribe una carta a su mujer, a la mujer de Wilson y le dice lo que está pasando y le dice: “No me ha reprochado el haberme metido en este embrollo”. Son palabras suyas. Le dice: “No te preocupes, porque en sus ojos brilla un azul de esperanza. Se siente sereno por la seguridad de que forma parte de un plan divino”. Wilson era muy religioso. Scott era ateo. Y le escribe eso a la mujer. A la madre de Bowers, que no estaba casado, le escribe también unas cartas preciosas. Y escribe en una carta en la que da cuentas al pueblo británico, él es consciente, él venía porque el pueblo británico le había financiado la expedición. Se sentía responsable con el pueblo británico.
Entonces escribe una carta al pueblo británico, en que le cuenta las razones del fracaso de la expedición y termina diciendo: “Si hubiéramos vivido… Si hubiéramos vivido, hubiese escrito una historia del valor y coraje de mis compañeros que hubiese conmovido el corazón de los británicos. Tendrán que ser estas tristes notas garabateadas y nuestros cuerpos sin vida quienes la cuenten”. La carta, los expertos en grafología, dicen que está escrita a trocitos. Claro. Sacaba las manos del saco de dormir para escribir un poquito. Se le congelaban y las metía dentro. Y termina: “Es una pena, pero creo que ya no puedo escribir más”. Y su última frase es: “Por el amor de Dios, cuidad de los nuestros”. De su familia. Es esa la larga historia de esa carrera entre estos dos. Que ha logrado que, uno ganó, otro perdió, los dos alcanzaron la gloria y los dos han quedado inmortalizados, incluso en la Antártida. La estación, que los americanos pusieron en 1956 en el mismo Polo Sur geográfico, se llama Estación Amundsen Scott.
Los hielos se movieron y le aplastaron, le estrujaron, le destrozaron. Y, entonces, Shackleton tiene que decir a sus hombres: “Abandonad el barco”. ¿A dónde? ¿A la capa de hielo de mar congelado? ¿Se quedan ahí? Si la situación era mala antes, imaginaos entonces esto. Vamos a centrar un poquito. Estamos hablando de 1915. Ya existía la radio. Os acordáis del Titanic, que se hundió unos años antes. Sí existía la radio, la radiotelegrafía, el morse. Si existía, para dar mensajes. Pero solamente iba en barcos muy grandes, y Shackleton no llevaba ese barco, con lo cual no pudo transmitir nunca: “Nos han atrapado los hielos”. No tenía a quién llamar, de salvarse, se tenían que salvar por ellos mismos. Además, Europa estaba en guerra, estaba en la Primera Guerra Mundial, si está en la Primera Guerra Mundial va a ir a preocuparse por veintiocho chalados que se han ido a conquistar la Antártida, cuando están muriendo cien mil soldados al día en las trincheras. Nadie iba a ir a buscarlos, porque nadie sabía ni siquiera dónde estaban. El barco, los hielos, las corrientes marinas, aunque está congelado, todo es hielo, las va moviendo. El barco se iba desplazando, se iba alejando de la Antártida. Hasta que llegó ese momento trágico en que los hielos lo aplastan y lo hunden. Entonces Shackleton manda salir a sus hombres, quedarse en el hielo. Si antes estaban difíciles, pues ahora muchísimo más, porque el primer lugar civilizado estaba…
Y les reúne, como líder, como líder les reúne y les dice: “Muchachos”. Les explica la situación. Dura de explicar. Les explica la situación. Y después dice: “Pero tengo un plan. Si me seguís, de esta salimos”. Y terminó con una frase que a mí me parece inmortal. “Muchachos, volvemos a casa”. Y mantuvo a sus hombres con moral de que se iban a salvar. Estuvieron en el hielo, durmiendo, en tiendas de campaña. Antes dormían en el camarote, con su estufa de carbón. Pero estaban durmiendo sobre hielo. Y debajo del hielo, debajo de metro y medio de hielo, estaba el mar. Y el hielo a veces se rompía. Y se les terminó la comida y tuvieron que cazar focas y pingüinos. Y tuvieron que cocinar, antes tenían una cocina, el barco tenía su cocina. Tuvieron que cocinar en el campo, en el aire, allí, cocinando con grasa de foca. Y calentándose con grasa de foca. Bueno, es una historia preciosa. Cuando los hielos se movieron hacia el norte, en el hemisferio sur, hacia zonas más cálidas, se fueron derritiendo los hielos. Y llegó un momento en donde ya los hielos se hicieron más pequeñitos y tuvieron que subirse a los botes. Los botes salvavidas, se los habían subido, los llevaban con ellos y tuvieron que subirse a los botes y remar durante varios días hasta llegar a isla Elefante. E isla Elefante no es nada, es una isla perdida, no hay nadie ahí. Tampoco va a ir nadie a buscarlos, allí. Y, entonces, sus hombres, que llevaban nueve meses con el barco atrapado, cinco meses después durmiendo sobre el hielo, hay muchos que se hunden. Bien, es verdad. Habían cambiado. Ya podían saltar. Estaban sobre tierra, sobre roca.
Pero muchos dicen: “¿Para qué sigue luchando?”. ¿Veis por qué quería que su gente fuese optimista como él? A las pocas horas de llegar, cuando los médicos le dicen: “Tenemos a varios que físicamente están bien, pero psicológicamente se han ido ya. No quieren vivir. No quieren vivir, se nos mueren”. Los reúne otra vez: “Chicos, tengo un plan. Voy a ir a Georgia del Sur”. 1500 kilómetros, por uno de los peores mares del mundo. A una estación ballenera, a buscar ayuda. En un barco que medía seis metros de eslora. Con eso se atreve a ese mar. Bueno, la historia continúa. Consigue llegar. Luego tiene que ir a por sus hombres. Fracasa en el primer intento. Fracasa en el segundo intento. Fracasa en el tercer intento. Y en el cuarto intento ya consigue llegar a por ellos. Entre medias ha pasado mayo, junio, julio y casi agosto, han pasado cuatro meses. Y cuando llega, por fin, a sus hombres, se encuentra con que no había muerto ninguno. Les había dado la esperanza, de que el jefe había dicho que volvería. Por eso es el líder. Por eso todos lo queremos copiar como líder. Y a Shackleton se le estudia ahora en las escuelas de negocio, para enseñar a ejecutivos a comportarse como él. El mar de Wedder tiene tres mil metros de profundidad y bueno, tres mil metros, se hundió el barco ahí. Pero entonces, este año, coincidiendo con el centenario de la muerte de Shackleton, que está enterrado en Georgia del Sur, precisamente. Pues en esa isla, en esa isla a la que él fue con ese barquito a pedir ayuda, pues decidieron intentar, no recuperar el barco, sino localizar el barco.
Y entonces, se alquiló un rompehielos y se hizo una expedición fantástica con grandes científicos, con grandes técnicos, con los mejores medios de la actualidad, con grandes estudios previos para ver, efectivamente, dónde… Que no entro en detalle, pero es apasionante cómo fijaron dónde creían que estaba el barco. Bueno, y empezaron a buscar el barco y por fin lo encontraron. Y son esas imágenes que habéis visto vosotros. A vosotros no os habrán emocionado, a mí sí. A mí sí. Ver el nombre de Endurance en el espejo de popa. Endurance. El nombre del barco, a mí me emocionó. Y ver el timón, la rueda del timón que habían manejado Shackleton y Wild y Worsley. A mí me emocionó el verlo en tan buen estado de conservación. Y se conserva tan bien porque no hay gusanos. Debido a las bajas temperaturas del agua, no hay gusanos que se coman la madera, con lo cual está impecable. Además, está dentro de los sesenta grados, está por encima de los sesenta grados de latitud sur, que está dentro del Tratado Antártico y está considerado patrimonio. No se puede tocar nada del barco.
Cuando termina su vida de explorador, que coincide con el que estalla la Primera Guerra Mundial. Noruega, se quedó neutral en la guerra. Él fue partidario de que Noruega permaneciese neutral. Pues cuando Europa quedó devastada por la guerra, es un momento en el que nace la Sociedad de Naciones, que es el embrión de las Naciones Unidas. Surge la Sociedad de Naciones y mandan a Nansen como representante noruego, allí. Entonces, ahí se encuentran los problemas del momento. El problema del momento es que hay medio millón de prisioneros alemanes en Rusia, aparte de prisioneros rusos en Alemania. Que se está acercando el invierno y que no hay comida para nadie y menos para prisioneros, con lo cual se imaginaban que en invierno iban a morir cantidad. Y le encargan a él, dicen: “Alguien se tiene que encargar de hacer el intercambio de prisioneros, de traer a toda esa gente a salvo”. Y eligen a Nansen, por sus buenas relaciones, por su carácter ejecutivo, por sus idiomas, por el prestigio que tiene. Lo eligen Alto Comisionado de Naciones Unidas. En ese periodo, estamos hablando de tres o cuatro años, estalla una hambruna tremenda en la Unión Soviética, que ya era comunista, la Unión Soviética, está en una hambruna tremenda. Y él pelea para que los países capitalistas den dinero, den comida, manden comida al pueblo ruso. Claro, no había aviones, la comida se enviaba en trenes. Entonces, todavía en un periodo muy virulento en la Unión Soviética, había muchas bandas de extremistas, más de izquierdas, todavía quedaban restos del ejército zarista, había mucho bandido, en grandes bandas, y entonces se temían: “Ningún tren con comida va a llegar a su destino, que es Siberia, lo van a robar entre medias”.
Y cuando Nansen les dice esto a las autoridades soviéticas, dice: “No, ya lo hemos pensado, se va a resolver. Cuando los vagones pasen por la aduana, vamos a poner un nombre pintado. Nansen. No se preocupe, va a llegar”. No se perdió ningún vagón. Nadie robó los vagones que ponían esa palabra mágica, “Nansen”. Y cuando, poco después, ya se hunde por completo el gobierno zarista y aparece en Europa un millón de expatriados rusos que no pueden volver a su tierra, que a veces tenían dinero, pero otras veces… En Europa no podían hacer nada. Entonces, le encargan nuevamente al Alto Comisariado para resolver el problema. Y crea el pasaporte Nansen. Los papeles, no tenían papeles y como no tenían papeles, no podían hacer nada. No podían comprar una casa, porque no tenían papeles, ¿a quién vendo la casa? No podían casarles, porque no sabían a quién estaban casando. No podían cambiar, evidentemente, de país, aunque tuviesen familia en el país de al lado, no podían cambiar de país. Entonces, él dice: “Esto se resuelve dándoles papeles”, dándoles un pasaporte. Que la Sociedad de Naciones decidió que se llamase, no Pasaporte ONU, no pasaporte humanitario, que se llamase “pasaporte Nansen”. Porque Nansen era una palabra mágica. Pues ese es el Nansen que tengo yo en mi mesa, porque Nansen es algo más que un explorador polar. Es el explorador polar que quiso, como todos nosotros, cambiar el mundo.
Pues en ese momento, en el peor momento de la historia del mundo, surgió el Tratado Antártico, que, como os decía, no hay fronteras en la Antártida. Los países que tenían reivindicaciones territoriales las congelan y dicen: “No vamos a hablar más de eso”. Los países que se incorporan al Tratado Antártico renuncian a hacer reclamaciones territoriales en la Antártida. No hay fronteras. Es un continente para la paz y para la ciencia. Yo en la Antártida he visto que el espíritu de colaboración, de solidaridad, es más fuerte que el instinto de supervivencia. La supervivencia te dice: “Yo no me arriesgo por ese”. Y allí no dices nada, me arriesgo directamente. Es otro ser humano, es como yo, de mi misma especie, es que eso es muy grande. Somos miembros de mi especie, cualquiera merece el respeto, el cariño y mi vida, mi esfuerzo, por él. Bien. ¿Y qué más? Una última cosa. Una última cosa. No me lo enseñó la Antártida. Me lo enseñó Nansen, ese explorador que, como ya habéis visto, admiro. Como explorador y, sobre todo, como persona. La vida no tiene sentido si no es un servicio a los demás. Ojalá os sirva de utilidad para vuestra vida.