“Tus rarezas, a menudo, son tus mejores virtudes”
Tomás Navarro
“Tus rarezas, a menudo, son tus mejores virtudes”
Tomás Navarro
Psicólogo y escritor
Creando oportunidades
La importancia de ser como quieres ser
Tomás Navarro Psicólogo y escritor
Tres fortalezas para tu salud emocional
Tomás Navarro Psicólogo y escritor
Tomás Navarro
La mayoría de las personas, a lo largo de su vida, acumulan cicatrices y heridas emocionales. Muchas veces las ocultan, a veces siguen doliendo. Pero el psicólogo Tomás Navarro anima a llevarlas con orgullo: “Son signos de nuestra fragilidad, pero también de nuestra fortaleza y belleza: demuestran que fuimos más fuertes que la adversidad”. Para ilustrarlo, Navarro se basa en una centenaria técnica de cerámica japonesa: el Kintsukuroi. Kintsukuroi es el arte japonés de recomponer lo que se ha roto. Cuando una pieza de cerámica se rompe, los maestros ceramistas la reparan cuidadosamente, rellenando sus grietas con oro. De este modo resaltan su reconstrucción, pero también la belleza de lo que resurge.
Tomás Navarro se define como “un psicólogo un tanto atípico”, que tiene como objetivo “poner la psicología al servicio del bienestar de las personas”. Organiza sesiones con sus pacientes al aire libre, rodeados del idílico paisaje de las montañas del Pirineo catalán. Allí también escribe. En sus libros profundiza en ideas como aprender a aceptar la imperfección, llevar la vida que uno quiere llevar o fortalecernos emocionalmente para afrontar la adversidad y salir reforzados. Es licenciado en psicología, formador, consultor de empresas y coach. También es autor, entre otros, de los éxitos de ventas ‘Fortaleza Emocional’, ‘Kintsukuroi: el arte de curar heridas emocionales’ y ‘‘Wabi sabi: aprender a aceptar la imperfección’. Su último libro, ‘Piensa bonito’, publicado en 2020, es una guía para detectar los ocho errores de pensamiento más frecuentes que nos impiden tener una vida más plena.
Transcripción
Esto, que yo lo aprendí de mayor, pues pensé: “Esto, de niño, me habría ido la mar de bien”, y me propuse sacarlo de la consulta y del aula, porque antes que psicólogo fui niño, además, fui un niño complicado. Desde aquí lanzo un saludo a mis profesores porque era un niño muy complicado. Era disléxico, disgráfico, discalculia, disonante, disruptivo. Todo lo que era “dis” lo tenía yo.
Recuerdo un momento que un profesor me dijo: “Mira, Navarro, no es que no te esfuerces, es que eres una persona con mucha energía, muy nervioso”. Y ahí fue el primer punto de mi vida en el que pensé: “Oye, he entendido algo. Le puedo poner nombre a algo. No es que sea raro, no es que sea molesto, no es que sea vago, es que es verdad, soy muy nervioso”. Ahí sentí la llamada de la psicología, aunque yo no sabía lo que era la psicología y empecé a estudiar psicología y cuando acabé, empecé a estudiar en un hospital. Empecé a trabajar en un hospital con niños, pensando que, claro, que teníamos que sacar la psicología de la consulta y, si ya desde jóvenes, desde pequeños, dábamos herramientas como yo había necesitado, teníamos adultos sanos y equilibrados y, con el tiempo, cada vez me iban pidiendo más. “Oye, esto está muy bien, tengo mi primo, mi mujer…”. Y para dar respuesta a esas demandas abrimos un centro de psicología, y esto ya fue lo más, porque estaba en el centro de una ciudad. Era una vida muy bonita. Sacamos la psicología completamente del aula, de la consulta, hacíamos actividades fuera, venían particulares, que era un público al cual no me había dirigido desde hacía mucho tiempo y mi mujer enfermó.
Ya estaba enferma, pero tuvo un ictus, tuvo un segundo ictus y decidimos no dejar nada para mañana, y pensamos: “Mira, nos vamos a vivir a la montaña, que es algo que queríamos haber hecho siempre, y voy a escribir”. Me planteé que había personas que no pueden acudir a un psicólogo, a veces por presupuesto, a veces por vergüenza, a veces porque no me vean entrar por esa puerta, que estas cosas pasan, o simplemente están muy lejos, están en un entorno rural o en un entorno que no tenían disponibilidad de un psicólogo. Y pensé: “Bueno, pues, oye, hay cosas que no son tan complicadas y con solo entender algunas cosas, puede mejorar mucho nuestra calidad de vida”. Entonces ya me planteé escribir libros que fueran de ayuda. No esto de “hay que ser feliz”, sí, hay que ser feliz, lo que tú quieras, que tampoco te dicen el cómo, dices: “Bueno, con uno que te diga el cómo, ya se acaban el resto”, sino que doy herramientas para poder vivir una vida que es exigente, es exigente, y a menudo necesitas entender cosas, o tienes recursos o ponerle nombre. Y para eso muchas veces no hace falta ir a un psicólogo, con leer un libro, con leer un artículo, con ver un programa como este, fantástico, pues es suficiente.
Y no hay que llevarlas con vergüenza. La adversidad forma parte de la vida. A veces como que vivimos en los mundos de Yupi y enseñamos a nuestros hijos, los preparamos como si viviéramos en Disney. Y luego salen a la vida y eso es como ‘The Walking Dead’, más que Disney. ¿Qué pasa? No tengo herramientas, no tengo recursos. Y elementos que son fáciles de gestionar, acaban provocando traumas. Hay un psicólogo que se llama Lazarus que descubrió que hacemos tres valoraciones ante cualquier cosa que nos sucede. Una primera valoración es si esto es una amenaza para mí o no, si la respuesta es no, estamos tranquilos. Si la respuesta es sí, pasamos a la segunda valoración, que es ¿tengo recursos para hacerle frente? Y la respuesta puede ser sí o no. Si la respuesta es sí, pues nos quedamos tranquilos, si la respuesta es no, entramos en pánico. Y otra vez, tenemos una tercera valoración, que es ¿qué se supone que tendría que hacer? Entonces depende de lo que valoremos como adversidades reaccionamos de una manera u otra.
Pero hay otro factor, que es el factor personalidad. El factor personalidad nos explica por qué algunas personas se crecen ante un reto. “Tengo cáncer. Venga, vamos a por todas, que es lo que hay que hacer”. Hay gente que dice: “Me han despedido, ay, me han despedido, qué drama”. Y no levantan cabeza nunca más en su vida. O le deja el primer amor, “nunca más volveré a amar”. Entonces en función de esto, esto es otro psicólogo, se llamó Watson, que descubrió que había diferentes factores que podían predecir el estilo de gestión de la adversidad, como era si te sentías competente o no, si te sentías capaz de hacerle frente o no, si percibías que tenías control sobre esa adversidad o no. “Puedo hacer algo o hemos venido aquí a sufrir, no puedo hacer nada. Voy con el curso de los acontecimientos donde la vida me lleve”. Y el pronóstico que hacíamos de esa adversidad puede ir bien o puede ir mal o no sé cómo puede ir. Quizás pueda hacer algo para que se decanta hacia bien o hacia mal. Entonces, ‘kintsukoroi’ me pareció un ejemplo perfecto para dar a entender cómo podemos reaccionar ante la adversidad, cómo trabajarla y cómo convivir con ella. Porque tú puedes vivir en un escenario, pero cuando se cae el escenario, ni te cuento el drama que se monta. Entonces la realidad es como es, pues estemos preparados para vivir en ella.
Yo después de veintitantos años de experiencia, te diría que dos veces no, cinco millones trescientas cincuenta mil veces. Y fíjate que es curioso porque dicen: “La experiencia es un grado”. Y yo digo: “No, no, no, no, no”. “Que sí, que sí, que la experiencia es un grado”. “No, en absoluto, porque la experiencia, si no la interpretas adecuadamente, si no asimilas las enseñanzas, y si no eres capaz de transferirla a un entorno parecido, pero no idéntico, porque no siempre se repite igual, no sirve de nada”.
Entonces, poder aprender de la experiencia, analizarla bien, extraer lo que es importante, los atributos esenciales, y poderlo aplicar es muy importante. Y esto va en contraposición de una enseñanza que descubrió Martin Seligman. Mucha gente conoce a Seligman por la psicología positiva, yo lo conocí hace casi 30 años por un fenómeno que se llama “la desesperanza aprendida”. La desesperanza aprendida es completamente lo opuesto a ‘mottainai’. Es la creencia de que hagas lo que hagas, no va a servir de nada y normalmente es algo que es aprendido. Mira, de hecho, se hizo un experimento con animales, con perros, en el que estaban en una situación aversiva, una situación que era incómoda. Una jaula, y descubrieron que había una palanca, cuando le daban a la palanca, esa situación aversiva paraba, y era cómodo, entonces, cada vez que había una situación aversiva, que en este caso era una descarga eléctrica, le daban a la palanca y se paraba. Este era un grupo. Luego cogieron otro grupo de perros, el grupo B, y los pusieron en una jaula con la situación aversiva, con descargas eléctricas, pero sin palanca. La segunda fase de experimento consistió en meter a los perros del grupo A y a los perros del grupo B en una nueva jaula que había descargas, no había palanca, pero había una salida.
Entonces, claro, empezaron las descargas. Todos los perros del grupo A empezaron a buscar la palanca. Vamos a darle el don de la voz a los perros, fue como de: “Anda, no hay palanca, vaya, pues no hay palanca. ¿Qué hacemos?”. “Pues no sé, ay, ¿qué es aquello?”. Y se fueron por la salida y los perros del grupo B se quedaron así. “Hemos venido aquí a sufrir. Total, ya estamos en una jaula, había descargas”. Incluso perros del grupo A volvieron a buscar a los perros del grupo B por instinto gregario y de clan de los perros. Imaginemos que podían hablar y que les dicen: “Oye, chicos, vámonos para fuera, que aquí hay descargas y afuera, hay una salida un poco complicada, pero estamos la mar de bien. Hay otra realidad distinta, incluso hay comida”. ¿Qué hubieran hecho los perros del grupo B? “Uy, no, no, no, no, a saber lo que te encuentras ahí, ya verás tú cómo va a pasar algo peor que las descargas. Más vale malo conocido que lo que te puedas encontrar allí”. Y eso es la desesperanza aprendida, esto de “hemos venido aquí a sufrir”, tenemos una serie de esquemas que los integramos y vivimos en consonancia a esos esquemas. Y muchas personas no se permiten el concepto de darse una segunda oportunidad, se castigan, se culpan, se machacan, se flagelan. Entonces, yo les grito siempre ‘mottainai’ enfadado. Y dicen: “¿Qué dices?”. He dicho que era un psicólogo atípico, un poco raro, y le explico el concepto, que es muy ilustrativo.
Entonces, eso mismo pasa el día a día con el dolor emocional, de la misma manera, el dolor emocional y el dolor físico su función es mantenernos vivos. Entonces, ignoramos las señales que nos da ese dolor. Por ejemplo, si no te apetece ir a ver a tus padres, porque cada vez que los vas a ver, cuando vuelves, estás de mal humor, estás triste porque la experiencia es complicada, porque, a lo mejor, son padres maltratadores. A veces la gente dice: “Mira, tengo un jefe tóxico”. Bueno, este jefe tóxico es padre. ¿Qué te crees que hace en su casa? No es completamente diferente. Y cada vez que voy a ver a mis padres es como si me dieran una patada en la espinilla, pero a nivel psicológico. “Claro, es que tengo que ir”. Ya, pero ese dolor, ¿qué te está diciendo? A lo mejor no hace falta que vayas cada semana o cada día y puedes espaciar. A veces, hay padres encantadores y padres no tan encantadores. O con el trabajo o con diferentes situaciones en una pareja.
Muchas veces con la pareja pasa, dices: “No, bueno, no estoy bien, pero ya han pasado diez años”. Bueno, chico, se puede reconstruir la vida, pero diez años con este dolor, quizás no. Entonces sufrimos para estar vivos y son señales que debemos atender sin ningún lugar a dudas. Si las ignoramos, las tapamos o hacemos lo que no toca, eso sigue estando ahí.
Mira, todas las emociones que tenemos son necesarias, no nos sobra nada. El otro día hablaba con una persona que había perdido un dedo y me decía: “Me he dado cuenta de lo que utilizaba el dedo, que es el dedo meñique de la mano izquierda, y la de veces al día que lo echo a faltar”. Con las emociones pasa lo mismo. Entonces, claro, la ira, si yo no sintiera, cuando alguien viene a secuestrar a mi hijo, pues mal. El asco. “No, el asco es negativo”. Si no sintiera asco ante una pieza de carne en mal estado, mal también. Entonces todas las emociones, todo lo que sentimos, es necesario. Si algo nos está provocando ansiedad, muy posiblemente sea porque nos está pidiendo una acción.
Cuando yo un domingo por la tarde pienso: “Ay, mañana lunes al trabajo”, claro, te está diciendo algo eso, te está diciendo que la experiencia en el trabajo no es positiva, y a partir de aquí, puedes hacer dos cosas ignorarla o atenderla. Atenderla, a veces, significa que tienes que enriquecer tu puesto de trabajo. A veces es que tienes que hacer un cambio de departamento o a veces un cambio de empresa o de etapa. He conocido a muchos clientes, les he ayudado, no pierdas la salud. La salud no se puede perder por cosas que no puedes hacer nada, pero, a menudo, limitamos nuestras alternativas y no nos sentimos capaces de aplicar a otro trabajo. Y aplicamos, a ver qué pasa, y nos cogen y es maravilloso y dices: “¿Habré sido idiota?”. Entonces, esa ansiedad siempre tiene un mensaje, esa tristeza también. Recuerdo el caso de un señor que pidieron consulta sus hijos porque estaba empezando a beber demasiado. Y después de hablar con él, bebía demasiado porque se sentía triste y se sentía triste porque cada noche lo mismo llegaba a casa, veía a su pareja, tenía que dejarlo, pues no la puedo dejar, bueno, una copa de vino. Ya, pero es que… Otra copa de vino, otra copa de vino, otra copa de vino.
Esa tristeza que sentía y, de hecho, llegaba a casa lo más tarde posible y se iba lo más temprano posible el fin de semana, estar afuera siempre que podía, pues le estaba diciendo que algo no funcionaba. Entonces, yo siempre soy de la opinión de intenta gestionar aquello que no funciona. Y, oye, que no hemos venido a sufrir, que, de hecho, la mayor parte de mis clientes se dan cuenta cuando han perdido la pareja, cuando nos han despedido, cuando les han diagnosticado un cáncer, y dicen: “Ostras, he perdido mucho tiempo en cosas que eran cambiables”. Cualquier emoción tiene un mensaje para nosotros, de hecho, nuestro cuerpo y nuestra mente nos lanza tres tipos de señales, que son las emociones, la motivación y lo que pensamos. Las emociones tristeza, ansiedad, depresión, etc. Y, de hecho, si no atiendes la tristeza, acabará siendo depresión, si no atiendes esos nervios, esa ansiedad acaba siendo un trastorno de ansiedad, “oye, yo no sé cómo decírtelo más, chico, o sea, me ignoras, no me haces caso, pues incremento la intensidad”. Pero luego está la motivación.
Mucha gente dice: “Esto de inteligencia emocional lo es todo, la educación emocional lo es todo”. La motivación es importante porque nos lanza mensajes. Cuando a un joven su pareja le dice: “Oye, estoy en la otra punta de Madrid, se han ido en casa, estoy solo este fin de semana. ¿Quieres venir a verme?”. Y coge el metro y en diez minutos está en casa de su pareja. Entonces, ¿qué ha pasado con la motivación? La motivación me ha dicho que vaya. Cuando una pareja haya pasado veinte años, le dices: “Oye, ¿quieres venir?”, y dice: “Bueno, es que hace mucho calor, hace mucho frío, es que parece que va a llover, es que es muy tarde, es que en el metro hay mucha gente, es que con el tema del COVID…” La motivación te está diciendo algo también. Y luego finalmente lo que pensamos, la cognición, entonces, claro, si desatendemos cualquiera de estos mensajes, nuestro cuerpo reacciona. Nuestro cerebro tiene el objetivo de mantenernos vivos, no felices, vivos, y continuamente está procesando amenazas y nos está informando como puede, pero como cognitivamente somos muy duchos en engañarnos, entonces dice: “Bueno, vamos a tirar de emociones, a ver si con ansiedad, sin dejarle dormir, haciendo que comas rápido, con el corazón, con las palpitaciones, respirando a ver si se da cuenta de que esto tiene que irse de aquí, que esta situación es aversiva”. Entonces son fantásticas consejeras y no las debemos ignorar.
Entonces, tomar decisiones es una fortaleza emocional que nos va a ayudar. De hecho, ¿qué son las fortalezas emocionales? Son mecanismos de adaptación psicológicos. Tenemos mecanismos de adaptación psicológicos y físicos. Por ejemplo, regular la temperatura es un mecanismo de adaptación físico y nos permite estar en un entorno con más, menos cinco grados. Imagínate si nos muriéramos solo con un grado de variación en la temperatura. Hay gente que vive en Siberia a menos veinte, yo, en el Pirineo, ahora ya nos levantamos a cero o dos grados, y hay gente que vive en Senegal a casi 50 grados. Entonces tenemos un rango de adaptación muy amplio.
Pasa lo mismo a nivel psicológico. Tenemos algunas herramientas y recursos para adaptarnos, como tomar decisiones, una, otra, analizar a las personas, saber si la persona que tengo delante puedo confiar en ella o no, si es un falso positivo o un falso negativo, qué motivación hay detrás, por qué me pide las cosas, por qué viene conmigo, por qué está conmigo. Es una fortaleza emocional que es muy importante. Es crítica, y se puede aprender. De hecho, yo aquí animo a quien toque, al ministro o la ministra de Cultura, Educación, a quien sea, que se decrete por orden ministerial la asignatura de Psicología práctica en el colegio desde primero hasta la Universidad. No Educación emocional, no, Psicología práctica.
Nos equivocamos mucho y desestimamos a gente encantadora y vamos con gente que, a lo mejor, nos puede provocar un problema. Damos más crédito a opiniones de personas que creemos que son importantes, aunque la opinión no sea correcta. Entonces, analizar a las personas y la información que sale, ponerla en contexto es básico. ¿Qué más? Automotivarte. Esto es muy importante. Hace poco hablaba con unas personas, daba un curso, una charla de empresa y me decían: “A nosotros, ¿quién nos motiva?”. Digo: “Chicos, que el más joven de aquí tiene 30 años, estamos entre 30 y 50, o sea, la vida no va de que te motiven., va de automotivarse”. De hecho, la automotivación va muy relacionada con la responsabilidad, la responsabilidad es asumir las consecuencias de tus decisiones y de tus actos, sean cómodas o incómodas. A veces, creemos que todo es maravilloso, los mundos de yupi y polvo de hadas y unicornios. No, no, no. A veces, hay consecuencias incómodas para tener algo que te va a gustar. Entonces, poder automotivarte te permite poner en contexto lo que ocurre y perseverar de manera inteligente, no obstinada, sino inteligente.
No olvidemos que hay un cierto estatus y que, bueno, o sea, no es autoridad en el sentido de “lo digo yo y punto”. Pero tienes que aprender de alguien que sabes que te va a ayudar, que te quiere y te va a dar herramientas, o sea, no hay que bloquearlo. Entonces, esa autoestima la necesitamos cada día en diferentes ocasiones para pedir lo que queremos, para marcar límites. Y sabemos que hay gente que tiene la autoestima baja como un rasgo de personalidad y sabemos que hay gente que tiene una autoestima normal, sana, equilibrada, pero en algunas situaciones, o con algunas personas, te puedes sentir con baja autoestima. Entonces, esa autoestima va a condicionar que yo crea que pueda venir aquí, charlar contigo o no, que pueda pedir un ascenso o no, un aumento de sueldo. Y esa autoestima es completamente subjetiva. Es decir, se forma a partir de los ‘inputs’ que tengo en una etapa muy crítica de mi vida, que es la infancia. Y los padres tenemos una gran parte de responsabilidad aquí. Imagínate que llega tu hijo y ¿cómo se llama? Uno.
De hecho, cuando alguien viene con baja autoestima, siempre, vamos, en el 99 % de los casos el origen está en los padres. A veces los padres lo hacen con toda la buena fe del mundo, a veces no son conscientes. A veces te llegan con un 9 y dices: “No está mal”. Y dices: “Ah, vaya”. Y lo que sí te aconsejo es que te des la oportunidad de reconocer de nuevo, igual que el móvil se actualiza cada dos por tres, nosotros tenemos que actualizarnos. Porque nos hemos quedado con una personalidad formada a base de retales de gente que ha emitido opiniones como si fueran catedráticos de personalidad. Y no nos damos esa oportunidad de reconocernos de nuevo y de conectar con nuestra verdadera esencia y ver, oye, que al final una opinión es una opinión y no un hecho, y que al final podemos ir aprendiendo y modelando continuamente.
En este sentido, cuando hablamos de autoestima, me gustaría hacer hincapié en cómo se forma nuestra personalidad. Y si me permites un minuto, voy a hacer un poco de teoría de la personalidad. Cuando nacemos no tenemos personalidad, tenemos algo que llamamos temperamento. Y básicamente hay tres dimensiones del temperamento, que es si eres regular o irregular, y son esos bebés que comen cada tres horas o cada seis horas de manera regular, o estos de cada tres horas, cada ocho, casa dos, cada seis… Eres comunicativo o callado. Si tu bebé es callado, pues, cuando tiene hambre, hace… cuando está sucio, hace… y si es comunicativo, cuando tiene hambre, se entera el vecino, la vecina, el barrio y toda la ciudad. Y puede ser relajado o agitado. Estos bebés que se quedan, así, dormiditos y por la mañana están igual, y estos bebés, que los metes en la cama y se despiertan por la mañana del revés, desvestido y dices: “Pero ¿qué ha pasado aquí?”. Y esto más o menos son los tres factores que rigen la expresión de tu personalidad, que no es personalidad todavía, hasta los tres años.
En los tres años, hay una crisis más o menos, a los tres, dos y medio o tres y medio que se llama la crisis del no, es la primera crisis de identidad y a efectos prácticos es igual que la adolescencia. Recordarás, y todos los que son padres y madres recordarán, “tienes hambre”, “no quiero comer”, “pues no comes”, “pues sí quiero comer”. “¿En qué quedamos?” “No sé lo que quiero”. Eso es tres años. Y ahí se rompe con el temperamento y empieza a formarse el carácter. La influencia principal del carácter es que van tomando ‘inputs’ de la familia, de su círculo más cercano. Básicamente son padres, hermanos y abuelos. Y también en el colegio, los compañeros, etc. Y esto dura hasta la adolescencia, en chicas, pues doce o catorce, hasta los dieciocho o veinte, y en hombres, es un poquito más tarde, catorce, quince, hasta los cuarenta o cuarenta y tantos, no, no, menos.
Y cuando hablamos de carácter, hablamos de influencias que recibimos en casa. Y para entender eso hay que entender el cosmos de un niño, que es: “Oh, papá, oh, mamá”. “Papá me ha dicho esto, tiene razón. Mamá me ha dicho esto, tiene razón”. Entonces, claro, lo que nos digan tiene mucho peso. Y luego, en la adolescencia, lo que se hace es romper con los modelos más cercanos y buscar modelos alternativos. Por eso ahora voy como este cantante. Me gusta este rasgo de la madre de un amigo, aquel futbolista, me corto el pelo igual. Por favor, señores futbolistas, córtense el pelo sabiendo que le van a imitar millones de niños de todo el país, que lo tengan presente, y buscas elementos diferentes de los que tienes en casa para enriquecer esa personalidad. Y luego, sobre los veintitantos, dieciocho, veintitantos, se cierra la personalidad. ¿Qué ocurre? Ocurre que en la época más vulnerable de nuestra vida estamos receptivos a los mensajes que nos dicen las personas y eso influye cómo va a ser nuestro autoconcepto, cómo yo me veo. Entonces, ese autoconcepto me va a acompañar toda la vida. Y sabemos que la personalidad se cierra y hay poco margen de cambio. Yo he visto pocos cambios de personalidad.
De hecho, fíjate si es importante la personalidad, que hay trastornos, el trastorno límite de personalidad, que se forma cuando en época de crearse la personalidad, el ambiente es muy disruptivo, es muy complicado, más un pequeño rasgo genético también, que dificulta que se forme una personalidad sana y cerrada. Entonces, claro, ¿cuál es tu autoconcepto? Autoconcepto es lo que tú crees de ti mismo, y ¿qué es lo que crees de ti mismo? Pues lo que me han dicho. ¿Y quién tenías cerca y qué te han dicho? Pues la abuela, que era encantadora, y la abuela, pues claro, he pasado mucho tiempo con la abuela y, con la abuela, hacía todo magnífico.
Entonces luego llego a un trabajo y me dicen: “Ay, este informe esperaba algo más”, y me deprimo. “Pues yo lo hacía todo muy bien”. O al revés, con un padre o una madre superexigente donde nada está bien. Este autoconcepto, por ejemplo, además, es muy injusto porque tengo comprobado que la mayor parte de personas con problemas de baja autoestima, en el fondo, son personas extraordinarias, porque sabemos que una persona extraordinaria es una persona inteligente, sensible, con recursos, coherente, no es cómoda. Y el clavo que sobresale, pide martillazo. ¿Y cómo lo hago? Generando inseguridad. Por tanto, ese autoconcepto de esa persona es de no sentirse competente, y además provoca mucha ansiedad, porque, yo entiendo que esto va por aquí, pero me dicen que no, que estoy equivocado, que esto va por aquí, bueno, no puedo confiar en mí. Cuando tienes baja autoestima, no confías en ti porque has crecido con un autoconcepto como que no puedes confiar en ti, que tu criterio no era correcto. Entonces, claro, esto es terrible porque toda tu vida te verás de una manera y con unas sentencias de alguien que no tiene ni idea de personalidad.
Por eso es tan importante trabajar en la autoestima, trabajarla desde jóvenes y, sobre todo, cuando ya eres adulto, a pesar de que la personalidad sea una estructura estable, darte la oportunidad de reconocerte de nuevo y actualizar ese autoconcepto.
Entonces vamos cogiendo momentos perfectos y tú miras tu vida y dices: “Pues la mía no es perfecta, tiene que ser perfecta”. Entonces, claro, esto es una quimera, y, cuando te das cuenta de que no es perfecta, pues tenemos un problema. ‘Wabi sabi’ es el arte de aceptar la imperfección. Yo tengo un ojo más caído que el otro, porque tengo una parálisis de nacimiento y, de hecho, me operaron dos veces y tengo el párpado recortado para que no estuviera cerrado del todo. Y esto, de pequeño, era muy imperfecto. Ya sabes que, a los niños, basta que haya algo imperfecto para ir. Entonces, me llamaron mediochino, mediojaponés. Quizás de ahí me viene el amor por las culturas orientales, mediochino, mediojaponés, todo lo que tú te imaginas. Pero me acuerdo de un día que un niño me dijo: “Tienes unos ojos muy bonitos de color”, y a mí me sorprendió. Siempre se metían conmigo, sobre todo con un ojo, bueno, con los dos. Y me sorprendió.
Y luego, años más tarde, conocí a la que es mi mujer. Y un día se me queda mirando y dice: “Tienes unos ojos preciosos”. Fíjate como una imperfección le encanta a una persona y ahí ya era psicólogo, estaba trabajando, y pensé: “Esto tengo que explicarlo porque realmente, por muy imperfecto que seas, encontrarás a alguien que le encantarás”. Y esto con todo, con todo. Hace poco estuve con una clienta muy jovencita que tenía un proceso de pensamiento muy imaginativo y hacia temas de manga. Y como que “pierdes el tiempo”, digo: “No, mira, ponte en contacto con una editorial, etc.”. Se puso en contacto y ya está dibujando para esta editorial. “Pues siempre he sido la rara”, y, de hecho, mi experiencia me dice que los raros suelen ser los que después están más a gusto con la vida, más tranquilos, tienen una vida más plena, etc. Entonces, ‘wabi sabi’ te dice eso, también te dice que todo es un proceso, que queremos las cosas muy rápido. Me acuerdo de mi hija de pequeña, que cogimos unas semillas de girasol de un campo y los plantó. Lo planta, le veo por ahí con una regadera, los riega, le pone un poquito de fertilizante y se pone así. Le digo: “Cariño, ¿qué haces?”. “Esperando a que crezca”. “Pero, oye, que esto va a tardar un poco”. Y dice: “¿Si le pongo más fertilizante y los riego más?”. “No, no, esto va a tardar lo que tenga que tardar”.
Asumir que todo es un proceso es magnífico, porque cuántas veces hay gente que te dice: “Esto es como picar piedra”. “Sí, el golpe 1001 romperá esa piedra. Pero sin los mil golpes anteriores no llegaría a romperse esa piedra”. Entonces, como todo es un proceso, pues sí que es cierto que hay gente que, a lo mejor, empieza desde aquí, por un apellido, por un padrino o por unas circunstancias determinadas, por lo que sea. Pero hay gente que empieza desde aquí, entonces no puedes compararte. Y a lo mejor tu proceso es, aunque no llegues, esta persona de aquí ha llegado hasta aquí y tú, de aquí, has llegado hasta aquí. Pero este proceso tiene mucho más valor que este de aquí, porque ya has empezado con otros recursos, etcétera. ‘Wabi sabi’ también es saber que convives con personas y que las personas son como son, no como tú quieres que sean. Y, por ejemplo, incorporar una herramienta que a mí me encanta, que es tener una mirada amable, una mirada amable con otras personas, pero también contigo. Al final somos nuestros peores jueces, nos castigamos muchísimo. Y una cosa más, ‘wabi sabi’ también es aceptar que la vida es incontrolable, intentamos tener rutina, estabilidad y seguridad, y cuando esto desaparece, nos sentimos desamparados, tenemos ansiedad y podemos enfermar, cuando en realidad tenemos una percepción capaz de procesar millones de estímulos, para llegar a un nivel de detalle increíble, para poder tomar buenas decisiones, tenemos creatividad para buscar alternativas donde no las hay y un sistema que nos mantiene vivos, que detecta cualquier amenaza.
No me digas que no estamos preparados para vivir en la incertidumbre más absoluta. Lo que pasa es que nos enseñan o nos educan a ir tirando. De hecho, yo en esta asignatura de Psicología práctica aplicada, un tema o una unidad temática sería una vida ‘wabi sabi’. Hace muchos años, alguien pensó que tenía que crearse un sistema educativo, porque los niños tienen que saber leer, escribir, sumar, multiplicar, geografía, etcétera. Y fue genial. Yo creo que estamos en un momento donde ahora tenemos que asumir que no estamos entrenando a nuestros hijos para una vida, no estamos enseñando tomar decisiones, a saber que todo es perecedero, que las cosas cambian, a aceptarse, el cambio y saber que envejecer no es que te vuelvas peor, sino simplemente es un proceso natural de la vida. La pérdida, las imperfecciones, encontrar la belleza en formas no estandarizadas de belleza, que al final estos son unos directivos de marketing y algunas tendencias, unos cánones de tendencia que dicen: “No, la mujer perfecta es así”.
Entonces estamos en un momento en el que tendríamos que enseñar a nuestros hijos, y revisar el sistema educativo, elementos que ayuden a vivir, saber interpretar las emociones, a las personas, saber pensar correctamente sin distorsiones y saber llevar una vida ‘wabi sabi’ ajuste a las expectativas, saber que la vida está fuera de control, pero no por eso no estamos preparados, sí que estamos preparados para vivirla.
El otro día unos padres me decían: “Es que mi hija tiene unos pensamientos muy extraños”. Digo: “A ver, cuéntame. Tu hija tiene que escribir cuentos ya, quince años, ya”. Recuerdo otro caso de un niño con seis años que la custodia la tenía su abuela porque su madre tiene un trastorno mental y me decía: “Es que lo suspende todo, me van a retirar la custodia”. Bueno, vi al niño, el niño, vamos, tiene una mano dibujando, claro, mira, pues que salga al cole como pueda, de hecho, el colegio a menudo penaliza, el sistema educativo que tenemos, a menudo penaliza a gente que es creativa, que le gusta ‘linkar’ la información, que son raras. ¿Qué es raro? Pues que, en la campana de Gauss, no está en el centro. A lo mejor está un poco desplazado. ¿Y quién dicta lo que es el centro? Entonces esas sentencias que nos dicen de que eres así, eres asá, vamos a revisarlas, vamos a revisarlas. No te avergüences de cómo eres.
Entonces esos momentos de bienestar puede ser un café, puede ser una llamada, un momento de la ducha, pero sí que requiere tener una actitud ‘wabi sabi’ de, “bueno, vamos a disfrutar de lo que tenemos”. Y, claro, ocurre que no estamos entrenados para eso. Es carrera, carrera, carrera, carrera, o sea, felicidad al final, tendré felicidad cuando tenga dinero. Bueno, al final tienes dinero, pero luego no tienes salud, tienes salud, tienes tiempo, pero no tienes dinero, tienes tiempo, pero no sabes qué hacer y te compras un reloj que vale una barbaridad, como mínimo, para verlo bien. Esto es un caso real de un cliente. “Me acabo de comprar un reloj que…”. O sea, seis cifras valía aquel reloj. “Ya que no puedo viajar ni hacer nada, pues cuando mire la hora, me siento bien”. Entonces, felicidad también es tener una vida con sentido para ti y tienes que definir cuál es tu sentido, y esto nos permite enlazar con el éxito. ¿Qué es el éxito? Mira, yo a menudo estoy escribiendo en uno de mis rincones favoritos, se llama l’Estany Esbalçat, vivo en Andorra, se habla catalán allí, y l’Estany Esbalçat, el lago Esbalçat, no te sabría decir la traducción.
Yo estoy allí trabajando con mi ordenador o con la tablet. Mis perros corren por ahí. Un rebeco que viene, bebe agua y se va, y yo estoy ahí, con un bocadillo o lo que me haya preparado para comer. Y pienso: “¿Qué es el éxito?”. ¿Qué es el éxito? Trabajo con deportistas de élite, trabajo con perfiles de todo tipo. Y siempre hay algo común que es: “Tú sube, sube, sube, sube, sube, sube, subes”. Cuando llegas a la cima, ¿qué es lo que te queda? Bajar. Siempre vas a bajar y todo es perecedero, claro. Le preguntas a cualquier joven de hoy en día quién era Agassi o quién era McEnroe y dice: “¿Eh?”. Y McEnroe, o sea, era lo más. Y claro, una vez has llegado arriba, que has estado muy bien, pues te retiras, y es que ya te dejan de llamar, dejas de hacer anuncios, dejan de invitarte a fiestas porque el nuevo tenista, corredor, ciclista, piloto de coches, etc., es que es el nuevo. Y luego gestiona ese éxito, que ha sido tan efímero y has sacrificado tanto. De hecho, la frase habitual es no conozco a mis hijos, no he visto a mi pareja, lo he sacrificado todo y creo que no ha merecido la pena. Y luego me toca a mí remontarlos, otro, otro exitoso en la vida. Entonces el éxito es lo que a ti te dé esa serenidad. El éxito tiene más que ver con la libertad que con el reconocimiento. Asociamos éxito a reconocimiento y esto es como darle un mando a distancia, como darte a ti el mando a distancia de mi vida. Si haces esto, me gustas, si no, no.
Entonces pensar rápido hace que nos perdamos detalles. Tenemos dos tipos de pensamiento, el heurístico y el algorítmico. El heurístico es rápido, es muy rápido, pero hay mayor riesgo de error y el algorítmico es muy lento, contempla todas las opciones, pero consume mucha energía. Entonces, nuestra mente, que lo que quiere es mantenernos vivos y no agotarse, prefiere el rápido siempre. ¿Y qué es lo que hacemos? Pues tú has dicho: “Trabajo en Recursos Humanos, soy psicóloga”, y yo, como voy rápido, digo: “Ah, psicóloga de Recursos Humanos”. Ya me he desconectado de ti completamente para irme al archivo donde yo busco la carpeta “Psicóloga Recursos Humanos, cómo es, mujer”, y ves ahí una serie de atributos que yo me he ido formando a lo largo de mi vida. Pero, claro, ya no te estoy viendo. Y si resulta que tú no encajas en mi carpeta, pues lo voy a ignorar, porque la psicóloga de Recursos Humanos sigue estos atributos esenciales.
¿Y qué hay en mi carpeta? Pues lo que yo he aprendido, esté bien aprendido o mal aprendido. A veces dices: “Pensad rápido, pensad rápido, la intuición nunca falla”. Bueno, la intuición lo único que hace es buscar la información que tienes en tu cerebro. No es ciencia infusa y creativa que te surge como una enciclopedia. Entonces, pensar rápido aumenta el riesgo de error y no te permite captar matices que te van a ayudar a tomar mejores decisiones. Te desconecta de lo que estás pensando y se te va. Este es uno de los errores más frecuentes. Otro, que pensamos de manera muy superficial, ¿esto qué quiere decir? Pues que cogemos dos o tres atributos y ya me he hecho a la idea de qué va la historia. Es diferente que pensar rápido, porque pensar rápido es con poco tiempo. Pensar con poca profundidad lo que hace es que, por ejemplo, el multitasking, que está muy de moda, no vas a hacer nada bueno haciendo multitasking, o sea, lo extraordinario requiere de gusto por el detalle, y para llegar al detalle has de pensar profundamente en eso. Otro de los errores es que limitamos nuestras alternativas. Hace poco, hablaba con una persona de que su ilusión era ir a vivir a Canadá. Era una persona que estaba entrando en una depresión, y esta persona tiene una posición económica muy desahogada, no tiene ningún lazo que le ate especialmente, sus padres ya fallecieron, no tienen ni padre ni madre, los suegros también fallecieron, están solos, no tienen hijos, media edad, es empresario y le decía: “¿Y por qué no te vas a Canadá?”. Y se queda así y dice: “Pues me estoy viendo como idiota perdido, claro, es que me puedo ir”. Le digo: “Bueno, haz un presupuesto…” Dice: “Quita, quita, presupuesto, si me acabo de comprar un coche que seguro que vale mucho más que irme un año a Canadá”.
Entonces, ¿por qué hay alternativas que no las contemplo? Me acuerdo cuando dije en casa: “Voy a escribir un libro y lo voy a enviar a Planeta”. Dijeron: “Hombre, Tomás, no empieces por arriba, empieza poco a poco y ve subiendo”. Y yo dije: “No, no, yo empiezo por arriba y ya iré bajando.” Entonces, claro, ¿por qué dices yo no soy capaz de escribir un libro? Voy a empezar con una editorial pequeñita. ¿Por qué piensas eso? Entonces limitamos muchas alternativas que ya no las contemplamos y son buenas, entonces, aquí la técnica que te decía antes, el “ysiísmo” nació de aquí. Claro, nosotros teníamos una vida muy bonita en donde vivíamos, en San Cugat, al lado de Barcelona, pero pensamos: “¿Y si nos vamos al Pirineo?” “Vale, vale, ¿y dónde vendrá la gente a hacer las sesiones?”. “¿Y si la gente viene a andar y esquiar y tal?”. Y, de hecho, ha venido gente de todo el mundo. Normalmente, utilizamos el “y si” en negativo, “¿y si va mal?”, yo siempre digo lo mismo: “¿Y si va bien?”. Entonces nos limitamos demasiado.
Otro error que cometemos es que damos importancia a elementos que son irrelevantes. Tenemos que focalizar nuestra atención, como los focos, tenemos que elegir si es un foco que enfoca una cosa, o lo abrimos, o lo cerramos. Pero perdemos tiempo con cosas que son irrelevantes. ¿Qué es irrelevante? Por ejemplo, las críticas, las provocaciones. Mira, hay una película que se llama ‘Regreso al futuro’, que los más jóvenes a lo mejor no la conocen y pueden verla, yo la vi hace poco con mi hija, donde uno de los protagonistas, que es Marty McFly, cede a una de las provocaciones, que es cuando le llaman gallina. Entonces, le dicen: “Gallina”, y él siempre dice: “A mí nadie me llama gallina”. Y a partir de ahí, siempre se complica la historia. Entonces, si Marty McFly fuera capaz de ignorar esa provocación, no habría tres películas, porque con una ya habría bastante, pero fíjate que tenemos que ignorar.
Tenemos veinticinco mil provocaciones, veinticinco mil estímulos, veinticinco mil distractores al cabo del día, y si no tienes claro cuál es tu camino, te vas perdiendo, te vas, te vas, te vas, te vas. Entonces, saber qué atender y saber qué ignorar es muy importante. Otro de los errores es que dictamos sentencias muy absolutistas cuando estamos mal. A mí me puede llegar una persona y me dice: “Tomás, me han despedido, nunca más encontraré trabajo”. Y él realmente cree eso. Entonces tengo un ejercicio, que le llamo la pregunta del millón, digo: “Mira, siempre llevo una libreta, escribe lo que piensas”. “Nunca más volveré a encontrar trabajo”. Digo: “Vale, ahora voy a hacer dos cosas y lo lees tal cual yo lo he hecho”, y le pongo dos interrogantes o le digo a él que los ponga. Entonces lo lee y dice: “¿Nunca voy a encontrar trabajo?”. Y digo: “Bueno, pues depende, ¿no?”. Qué sencillo, qué sencillo. Pero pasamos de tener una sentencia que guía nuestra vida, “nunca nadie me va a querer”, “no voy a salir de esta”, en una persona que está deprimida. “No hay futuro”. “¿No hay futuro?”. “Hombre, pues depende de lo que haga”.
Entonces esas sentencias absolutistas están detrás de lo que llamo el efecto cuñado, esto es así. Otro de los errores es que confiamos más en lo que creemos que en los datos. Y ojo, que los datos, yo siempre digo que han de ser puros porque si ya te vienen interpretados, ya han pasado por un tamiz. Pero tenemos que centrarnos en la realidad en sí, no en la interpretación de la realidad. Y otro de los errores es que sacamos conclusiones en función de nuestro estado de ánimo. Entonces, si no estamos bien, las conclusiones no son buenas. Cuando estamos bien, son buenas. Te pongo un ejemplo muy habitual. Ese día que todo te va mal, que te levantas con el pie izquierdo, que se ha acabado el café en casa, que no puedes tomarte el café, que además el pan es del día anterior, que, además, te han aparcado que no puedes abrir la puerta del coche y tienes que hacer malabares para entrar, que, además, hay caravana para entrar a tu trabajo y el parking de tu trabajo está ocupado. Y tú dices: “¿Qué ha pasado?”.
Y claro, en realidad la vida es la misma, pero hay un efecto, que se llama el efecto halo, que es la predisposición por elegir aquellos estímulos en consonancia con mi estado emocional. Cuando estoy mal, saco conclusiones en consonancia con el que estoy mal. Y cuando estoy fantástico, también, son como casi maníacas: “¡Esto irá fenomenal!”. Y necesito pensar cuando estoy equilibrado, en calma, en paz. De hecho, propongo un ejercicio que puedes hacer cuando salgamos, o el fin de semana, cuando tengas un rato, que es coger un bolígrafo, coger una libreta, irte a dar un paseo a la playa, o al monte, o a un parque de la ciudad, y pensar cuáles son tus sesgos más habituales de estos que hemos comentado. Sabiendo que los tienes todos, pero tú y yo, y cualquier persona, que son humanos, y el hecho de que los tengamos, me voy un poquito a ‘wabi sabi’, no significa que seamos imperfectos, sino que podemos aprender a mejorar. Y que aceptarlo no tiene que ser un golpe para la autoestima, sino saber que solo somos humanos, que nos podemos equivocar y que no todo lo que pensamos es cierto ni nos resulta de utilidad.