El teatro nos enseña que equivocarse no es un drama
Blanca Portillo
El teatro nos enseña que equivocarse no es un drama
Blanca Portillo
Actriz
Creando oportunidades
“El teatro y la cultura son escuelas para la vida”
Blanca Portillo Actriz
“Hablar en público es un acto de generosidad”
Blanca Portillo Actriz
Blanca Portillo
Actriz, directora, productora… pero por encima de todo, Blanca Portillo se define como “intérprete”, enamorada de la comunicación y de la conexión con el otro.
“Alguna vez os habrá pasado que habéis sentido una emoción y se lo habéis contado a alguien, y esa persona se ha emocionado con vosotros. Se le han saltado también las lágrimas o también se ha reído. Yo tengo el privilegio de vivir eso cada día de mi vida. Y eso es lo más hermoso que me ha dado esta profesión. Sentir que lo que yo siento es real y llega al que está al otro lado, y lo compartimos”, afirma.
Licenciada por la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza, Blanca Portillo recuerda el aprendizaje que recibió de su maestro Pepe Estruch al terminar los estudios. “¿Y ahora qué?”, preguntó la actriz. “Ahora aguanta”. Y eso hizo.
Su larga trayectoria se asienta en grandes éxitos en cine, teatro y televisión, como el memorable personaje de Carlota en la serie ‘Siete Vidas’, y sus valientes interpretaciones como inquisidor del siglo XVII en la película ‘Alatriste’ o Segismundo en ‘La vida es sueño’ bajo la dirección de Helena Pimienta.
Ha trabajado con grandes referentes del cine y el teatro como Pedro Almodóvar, Miloš Forman, José Luis Gómez, Jorge Lavelli o Tomaz Pandur, y ha recibido entre otros galardones, el Premio Max a la Mejor Dirección de Escena por ‘La Avería’ y el Premio Nacional de Teatro en 2012.
Transcripción
Yo soy la cuarta hija de ocho. Somos ocho hermanos de una familia de lo más normal. Más bien tirando a una economía baja. Mi padre falleció cuando yo tenía 18 años. Empecé a estudiar formación profesional al terminar la EGB. Lo que entonces era la EGB. Y estudié formación profesional de Administrativo. Cuando tenía 13 o 14 años no sabía muy bien lo que quería ser en la vida, no tenía ni la más remota idea. Me encantaba la idea de contar historias, porque reconozco que he sido lectora desde muy chiquitita. Porque, probablemente, como no me gustaba mucho la vida que tenía, la mejor manera de escapar era leyendo. Yo me metía dentro de un libro y vivía ese libro, y vivía lo que vivían los personajes y me trasladaba a otros lugares, a otros mundos, a otras ciudades, a otros paraísos, y eso me hacía escaparme de una realidad que, ya os digo, no me gustaba mucho.
Después de estudiar formación profesional decidí que si quería contar historias o estar en contacto con la gente, que eso me gustaba mucho también, la mejor profesión que podía elegir, no os riais, era azafata de congresos. ¿Por qué? Pues no lo sé. Me parecía interesante estar con gente, poder compartir, y si tenías un congreso, pues seguramente aprendería cosas y podría, bueno, pues crecer, de alguna manera. Empecé a estudiar esto. Hice unos cuantos congresos en los que me aburrí como una ostra. Te ponían un uniforme y lo único que tenías que hacer era decir buenas tardes, pase por aquí, buenas tardes, pase por aquí… Y aquello no era ni contar historias ni estar con la gente. Pero tuve la fortuna de tener un profesor. Un profesor que nos daba Geografía turística. Y él tenía un grupo de teatro. Yo no tenía ninguna relación con el teatro. En mi vida personal… Sé que mi madre y mi abuela eran gente a la que le gustaba ir al teatro y al cine, pero yo no había ido más que una vez en mi vida. No más.
Entonces, yo me enamoré de ese profesor. Era tan fascinante todo lo que contaba, era tan inteligente, tan maravilloso… Fue un amor muy platónico, no os creáis. Sentarte a escucharle era como leer un libro, viajar a otros lugares. Te abría la cabeza, te hacía analizar las cosas de una manera diferente. Entonces, él iba eligiendo a personas para que entraran en su grupo de teatro, que eran un poco los selectos, el grupo de los exquisitos. Durante el primer año yo no entré, y al segundo año me invitó a participar en el grupo de teatro. Yo por aquel entonces estaba muy obsesionada con Lorca. Siempre me ha gustado desde que era muy jovencita, y toda su historia alrededor, todo lo que le ocurrió. Y ese momento de la historia de España, que me tenía como muy fascinada. Un poeta tan maravilloso que de repente lo perdimos de una manera tan extraña. Y él estaba haciendo una obra sobre Lorca, curiosamente.
Entonces yo, con tal de estar en ese grupo, dije: «Pues vámonos para allá». Yo tenía un novio con el que me iba a casar. Teníamos un piso ya, teníamos un montón de cosas más o menos hechas. Yo tenía 18 años, era muy joven, pero lo tenía como muy claro, que era, de alguna manera, el hombre de mi vida, y que, por otro lado, estaba mi profesión o mi carrera. Entonces, cuando empezamos a hacer teatro, yo descubrí un mundo completamente extraño que me hacía viajar de verdad, no leyendo, el personaje era yo y la que vivía las cosas era yo. Hubo un día en un ensayo que alguien que estaba viendo ese ensayo se acercó a mí y me dijo: «Me has emocionado mucho». Y aquello ya se convirtió en el colmo de los colmos, pensar que la emoción que yo sentía mientras hacía ese trabajo, o esa investigación, porque ni siquiera era un trabajo, traspasaba mi propio ser y conectaba con otro que estaba enfrente y le producía una emoción, eso ya fue como decir: «No puede ser, esto es magia. O sea, lo que yo siento, puede sentirlo alguien fuera, diciendo cosas y viviendo cosas, no leyéndolas».
A partir de ese momento decidí que eso era lo que quería hacer. Ahí se aunaban las dos cosas que más me interesaban, que era contar historias y estar con gente, porque gran parte de este trabajo tiene que ver con la idea de equipo. La interpretación no existe como algo en sí mismo, tú contigo mismo, sino que tiene que haber primero un receptor, y después, gente con la que compartes eso. Recuerdo que yo no sabía que esto se estudiaba. Entonces, ese novio que tenía me dijo: «Pues sí, hay un lugar que se llama la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza de Madrid». «¿Y allí qué se estudia?». «Pues vamos a verlo». Yo me acerqué. Entonces estaba en la plaza de Ópera, donde hoy está el Teatro Real. Me presenté a unas pruebas donde te pedían que interpretaras un texto en verso e hicieras una improvisación y un examen escrito. Y me cogieron, y aprobé.
Y entonces empecé a estudiar. No volví a subirme a un escenario hasta que no acabé la formación. Y al terminar, había un señor por ahí muy importante que se llamaba José Luis Gómez, que es uno de nuestros grandes actores y directores, y productores, que convocó pruebas para una obra de teatro cuando yo ya estaba en tercero, terminando. La obra era «Bodas de sangre». La vida rimaba, volvía a aparecer Lorca en mi vida. Y yo no quería presentarme a las pruebas porque recuerdo que estaba metida en la escuela tan feliz, metida en aquella placenta ideal, donde estábamos todo el día hablando de teatro, y creando, y salir ahí afuera era enfrentarse a la profesión, que para mí era como un mundo que me producía mucho terror porque no sabía cómo funcionaba eso.
Y yo me acuerdo que mi maestro, Pepe Estruch, me dijo: «No tengas miedo, preséntate a esa prueba y si te coge, sal de aquí, porque tienes que salir, en algún momento tienes que salir del lugar donde te están educando y poner en práctica lo que has aprendido». Me presenté a las pruebas casi a punta de pistola, porque yo no quería. Y el señor Gómez me cogió. Entonces, eso me impidió hacer el cuarto curso, que era ya solamente un montaje. Entonces, tuve que renunciar al montaje, pero me abrió las puertas al teatro profesional. Nada más terminar, con 21 años.
Me di cuenta de que lo que había aprendido, yo sentía que no me iba a valer para nada. Porque uno cree, mientras está aprendiendo, que lo que te enseñan… Dices: «¿Y esto para qué?». Y luego resultó que todo lo que había aprendido lo podía volcar en ese trabajo. Y el propio Gómez me dijo que tenía una buena formación, porque era consciente de mi cuerpo en el espacio, sabía manejar mis emociones, la voz estaba colocada en su sitio, era capaz de entender lo que significaba un personaje dentro de la estructura de la función. Quiero decir, empecé a darme cuenta de que todas aquellas asignaturas que a mí me parecía que no eran de teatro, que eran de estudiar, eran superútiles.
Entonces, bueno, me metí en esa compañía y me fui de gira. Y ahí hubo otro momento crítico en mi vida, porque decidí que eso de casarme y de irme a vivir… No tenía ningún sentido. Que el mundo era inmenso, que la vida estaba llena de retos, llena de lugares por conocer, personas con las que compartir, y que significaba ser dueña de mi vida. Y si me quedaba en mi casa con mi maravilloso novio aquello no iba a funcionar, porque era como incompatible, de alguna manera. Yo quería seguir corriendo y andando. Así que, de alguna manera, eso marca un punto de inflexión en mi existencia, y a partir de ahí tengo la suerte de no haber dejado de trabajar más de seis meses en mi vida.
Pensad que esto eran 20 o 21 años y tengo 55, con lo cual, no tengo más que un enorme agradecimiento al empujón de mi maestro cuando me dijo: «Preséntate a esas pruebas». Y a ese novio que me dijo: «Existe la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza», sin saber lo que estaba haciendo. Y esto es un poco el origen de por qué me dedico a esto. Nunca he dejado de hacerlo porque siempre es distinto, porque me ha enseñado tanto, aprendo tanto cada día de las personas con las que trabajo, de la gente que se sienta delante a ver una función, he conocido países, maneras de pensar, me ha abierto tanto la cabeza, me ha enseñado tanto, que cada día sigue haciéndolo y por eso creo que no se me quitan las ganas nunca y me sigue produciendo una enorme emoción y un enorme vértigo. Con los años me da cada vez más miedo. Así que si alguien piensa que esto con los años se va quitando, se equivoca.
El miedo va en aumento, porque a mayor tiempo en esto y a mayor experiencia, mayor responsabilidad. Antes hacías un personaje que salía, decía buenas tardes y se iba. Ahora tienes un monólogo de 50 páginas. Con lo cual, la responsabilidad va siendo cada vez mayor, y el miedo va en aumento. No sabes lo que la gente espera de ti, se espera a veces demasiado, te crea una enorme inseguridad, pero aun así me sigue haciendo tan feliz. Y el día que pierda el miedo, pues lo dejaré, porque si no me da miedo ya no me interesa. Sentiré que ya lo sé todo, y si lo sé todo no merezco estar en esta profesión. Así que, bueno, esta es un poco una introducción. Y a partir de este momento, pues si vosotros queréis preguntarme cualquier cosa, estaré feliz de compartir. Esto es una charla, ¿eh? Estamos conversando unos con otros.
Todos intentamos ser lo más sensatos y lo más correctos en la vida, hacer las cosas más o menos bien, no caernos cuando vamos andando, no trabucarnos, no hacer… No pasa nada, el derecho al error, las enseñanzas teatrales te lo permiten constantemente. De hecho, la base del teatro es la equivocación. Para aprender hay que equivocarse para poder hacerlo bien, el error, acierto, error, investigar cómo poder hacerlo mejor. Con lo cual, se les abre la cabeza, se les quita el miedo. Yo recuerdo que, dando clases, había un niño que era, digamos el malote del grupo. Siempre hay roles que se van… Había un chavalín que era como el más gallito de todos. Los otros le tenían un cierto miedo. Cuando él soltaba una broma, todos se la reían. Entonces, yo decidí darle el personaje más serio, el más sensible, el que estaba más triste. Y descubrió, dentro de él, que eso no solamente le hacía no perder autoridad dentro de sus compañeros, sino que les mostraba a los demás una faceta que no sabía que tenía, y que hacía que los demás le quisieran de verdad, o le admiraran de verdad. Porque el chaval se lo tomó muy en serio y empezó a trabajar con mucha dedicación. Con lo cual, empezó a ser líder de otra manera, de una manera mucho más honesta, porque lloraba, porque era capaz de llorar delante de sus amigos. Y eso fue como una carambola, eso fue pasando a los demás. Bueno, en aquella ocasión, yo tuve un problema con los profesores porque los niños quisieron dejar de dar todo tipo de clases, de cualquier otra actividad, porque solamente querían dar las clases de teatro y ya los profesores me dijeron: «Se está convirtiendo en un problema porque los papás quieren que estudien otras cosas». En fin, les abre muchísimos caminos, sobre todo en la mente. Y en su forma de relacionarse con los otros, y perder el pudor.
A veces dicen que los actores somos los grandes mentirosos. Se dice que un actor miente. Y yo creo que es todo lo contrario, somos las personas que menos mentimos. Yo creo que el ciudadano en general, las personas en general, nos construimos personajes que muchas veces no tienen nada de verdad. Nos hacemos los fuertes cuando somos frágiles, nos hacemos los frágiles cuando en realidad todo nos lo resbala, nos construimos un personaje de cara afuera e intentamos ser coherentes con ese personaje a lo largo de toda la vida. Sin embargo, los actores vivimos, precisamente, con la máscara quitada, sacando de nosotros todo lo que a veces no queremos ver que tenemos. Entonces, eso a los niños les ofrece una posibilidad de verse de otra manera.
Perder el sentido el ridículo. Hacemos muchísimas cosas, o dejamos de hacerlas, porque nos da vergüenza, porque nos da pudor. «Yo no voy a poder hacer esto». ¿Por qué no? Hay siempre un «¿Por qué no?», y eso creo que es sanísimo. Y luego, por otro lado, cuando haces teatro… Y yo esto se lo explicaba a ellos, y eran bien pequeños, ¿eh? Hicimos El sueño de una noche de verano de Shakespeare. Inevitablemente, empiezas a hablar de mitología, a hablar de Shakespeare como autor, no solamente teatral, empiezas a hablar de su época. Con lo cual, empiezan a aprender un montón de cosas colaterales que tienen que ver con la enseñanza general, pero que las ven a través de ellos, a través de su propio cuerpo. Lo que representa Puck en la función, que es una especie de duende, tiene su valor y su sentido dentro de la historia y empiezan a entender. «¿Y esto dónde lo puedo aprender? ¿Y qué libros hay sobre esto?». Y se les despierta la curiosidad de una manera increíble. Y luego empiezan a aprender que, sin el otro, tú no eres nada, y eso también es importante. No se trata de ser el mejor, se trata de ser un buen eslabón fuerte dentro de una cadena fuerte. Y se forma un equipo, se forma un grupo donde todos ayudan a todos, y se eliminan rivalidades. Aunque siempre hay alguien que dice: «¿Y yo por qué tengo menos frases? Yo quiero tener más frases». Todos llevamos un protagonista dentro.
Pero bueno, cuando se dan cuenta, les vas dando responsabilidades y se dan cuenta de que no hace falta ser el protagonista dentro de la función. Porque luego tienes mucho más trabajo que hacer detrás también. Tú eres el que va a ayudar a este cuando sale, tú te encargas del vestuario, tú le ayudas… La sensación de trabajo en colaboración, todos juntos, que eso es la base del teatro, es que les enseña una barbaridad. Yo, ya te digo, lo que sé es que acabaron diciéndome: «Mira, no vengas más porque no quieren hacer más que esto». E hicieron todo. Hicieron ellos el vestuario, hicieron la música, lo hicieron todo. Y era precioso ver cómo niñas que no se atrevían a decir ni mu acabaron subidas al escenario haciendo personajes maravillosos, y eso es bellísimo verlo.
Una cosa es que tengas costumbre de hacerlo y otra cosa es que no dé miedo. Da miedo siempre, y esto es una cosa que a mí me parece que hay que asumir. Cuando alguien tenga que hablar, si tenéis que hacerlo alguna vez: «Hola, tengo miedo». No pasa nada. Por otro lado, es bueno saber que no pasa nada si te equivocas, que no pasa nada si te quedas en blanco. Nadie se va a morir, nadie ahí sentado va a hacer ¡pum! ¿Sabes? No hay un peligro, no hay un riesgo real. El único riesgo es tu propio miedo a hacer el tonto o a hacer el ridículo, el nivel que tú te pones a ti mismo, el listón. Creo que hay una cosa que a veces nos cuesta también pensar cuando hablamos en público, y es que la gente que está ahí está dispuesta a escuchar. En un teatro, porque han pagado. No siempre la gente paga para escucharte. Yo eso a veces lo pienso y es lo que más nerviosa me pone. Han pagado para escuchar. Con lo cual, también tienen una disposición. Y no son una masa de gente, son individuos, son seres humanos con nombre y apellido cada uno de ellos. Eso es otra cosa que a veces se nos olvida. Hablar en público es hablar a una masa de gente.
Son personitas con sentimientos, con sus nervios también, porque me imagino que hoy vosotros también, quieras que no, hay un algo de: «Bueno, vamos a ver, aquí estoy, a ver qué nos cuenta esta mujer». También tú estás en una situación no cómoda en el salón de tu casa. Con lo cual, cuando uno piensa que el otro está casi en la misma situación que tú, empiezas a perder el miedo, a relajar. Evidentemente, tienes que saber qué quieres contar. Yo ahora mismo no sé, porque voy viendo a ver qué me preguntáis y voy armando un discurso sobre la marcha. Pero bueno, también eso te lo da la vida, y los años, y la experiencia, y tener de verdad ganas de compartir algo. Eso es otra cosa que te quita mucho el miedo, la idea de: «Quiero compartir lo que tengo con vosotros». Estáis aquí para escuchar y yo estoy aquí para daros todo lo que tenga, y me produce bienestar y placer hacerlo. Nuestro trabajo, el trabajo de los actores, sin vosotros, sin el espectador, no existe. El trabajo de un profesor, sin alumnos, no tiene sentido. Cualquiera que dé un discurso tiene un auditorio, tiene gente que le está escuchando, una audiencia que está ahí, pendiente de lo que vaya a decir. Nervios vas a tener, miedo vas a tener, pero eres un ser humano queriendo compartir con otros seres humanos.
Hay profesores aquí, ¿verdad? ¿Tú eres profesora?
"Hablar en público es un acto de generosidad"
Yo creo que todo lo que tiene que ver con el mundo del arte… Imaginad un mundo sin arte. Es inimaginable. ¡Es inimaginable! Imaginad que no existieran museos, que no existieran cines, que no existieran teatros, todo lo que tiene que ver con la cultura. Que no existiera la danza regional, que no existiera la cocina, que no existiera nada de eso. ¿Qué mundo tendríamos? Sería la tristeza más profunda. Aparte, todo lo que tiene que ver con el arte y con la cultura está relacionado directamente con nuestro mundo social, con nuestra historia, con la presente, la pasada y la futura. El arte siempre es la consecuencia de un movimiento social, de un tiempo histórico. Si privamos a los críos o a los adolescentes de todo lo que eso da, de sus referentes, de su pasado, ¿qué futuro van a construir, no?
Yo entiendo que hay cosas que son muy importantes. Uno tiene que formarse para poder tener un trabajo que le dé de comer, tenemos que construir mundos donde todas nuestras necesidades estén cubiertas, donde todo el mundo tenga una casa y un fuego que le dé calor. Yo entiendo todo eso, pero si no les ofrecemos todo lo que alimenta el alma, todo lo que nos hace entender el mundo, lo que nos da diferentes puntos de vista sobre las cosas, que eso es lo que hace el arte y lo que hace la cultura, ¿en qué se van a convertir? En máquinas de trabajar. Qué aburrimiento, ¿no? Qué dolor. Yo creo que… A veces, incluso obligados… Yo no tengo pudor con eso, yo tengo un sobrino jovencín, muy chiquitillo, no llega aún a adolescente, y no me importa obligarle, le llevo de la oreja si hace falta. Porque luego, cuando viven ciertas experiencias, no se les borran nunca más. Yo creo que es necesario que los críos se olviden del móvil y vivan este tipo de experiencias de las que tú hablabas. No es lo mismo ver una película en tu casa, ni en el ordenador, que verla en la sala de un cine, porque para algo existen.
No es lo mismo ver una serie de televisión que ver una obra de teatro. No tiene nada que ver. No es lo mismo escuchar una música en Spotify o con unos auriculares que ver un concierto en directo. Entonces, cuando viven todo eso, cuando tú les sientas delante de un cuadro en el Museo del Prado y dicen: «¿Y cuánto tiempo vamos a tener que estar aquí?». Dices: «Bueno, vamos a ver. Vamos a ver». Y a partir de ese momento le empiezas a estimular. Porque, además, no es tan difícil. Es muy fácil, en el fondo. La mente de un crío, de un adolescente, está muy abierta, es muy esponjosa para que entren cosas. Y lo sientas delante de Las meninas y le pides que te cuente la historia de la enana esa, que no la entiendes tú. Que te cuente, que convierta en historia ese personaje. Y su imaginación se empieza a disparar, y empiezan a aparecer cosas. No sé, creo que es necesario y obligatorio que la cultura sea grande y accesible para todo el mundo para que los críos lo tengan lo más fácil posible. Porque si no estamos construyendo una sociedad que a mí no me interesa en absoluto: gente con dinero o no. Y ya está. O tengo dinero, con lo cual tengo trabajo, puedo tener una familia y viajar, y un coche y un no sé qué, o no. Y a mí eso me parece tristísimo. La cultura es el alimento del alma. Claro que hay que tener para comer, pero para existir en felicidad y en comunión con los otros, y con capacidad para percibir lo que pasa a tu alrededor…
Nos hacemos cada vez más individualistas, somos muy poco empáticos. Y eso lo da la cerrazón, el no mirar. Nos creemos que las cosas tienen que ser o blancas o negras, y cuando te acercas al mundo de la cultura te das cuenta de que nada es blanco o negro, todo tiene millones de matices, te ayuda a entender. Seguramente, viendo Las meninas, acaban diciendo: «Y deja de reírte, no la llames ‘enana'». Seguro. Acabaría diciéndolo. No sé, creo que tenemos que hacer todos un esfuerzo. Porque es algo que no es tan difícil de conseguir. Y, por supuesto, los políticos. Ese es otro tema, ¿no? Porque nosotros podemos tener muchos intereses y muchas intenciones, pero bueno, hay que hacerlo asequible, eso está claro. Y fomentarlo.
Y ya no es solamente: «Es un emigrante que viene a mi país», sino: «¿De qué manera hemos construido el mundo para que esto ocurra, para que esa mujer con ese niño esté aquí? ¿De qué manera hemos construido un mundo para que existan personas que matan a mujeres sistemáticamente? Hombres que matan a mujeres». No se trata solamente de decir: «No, eso no puede ser». No, espérate, ¿por qué se da? ¿Quién es esa persona? Y eso nos haría entender qué mundo estamos construyendo y nos haría mucho mejores personas, y trabajaríamos por evitar aquello que entendemos que fomenta ese tipo de horrores. Creo que ese es el gran valor. A los niños creo que a veces se les dice: «Esto está mal y esto está bien». Y no todo es «está bien» o «está mal». A veces hacen cosas que están mal hechas pero no entienden por qué las están haciendo. No sé, creo que es un trabajo que te permite, sobre todo, eso, ponerte en el lugar de otros y ver las cosas con matices, no blanco y negro.
Yo trabajo… Y para mí esto es real, los personajes no soy yo, es un ser que tiene una voz, que tiene una palabra, y le suceden una serie de cosas y lo único que necesita es un cuerpo, una voz y una inteligencia que le encarne. Es como si fuesen fantasmas, digamos, que no tiene cuerpito y tú se lo prestas. Pero lo que dicen no eres tú. No son tus palabras, son las suyas. Con lo cual, sus sucesos y sus emociones son las suyas. Entonces, eso te alivia a la hora de dejar a un lado cuál es tu estado de ánimo en ese momento. En ese momento. Luego termina la risa y vuelves a estar igual. O, con suerte, te sientes mucho mejor porque te ha limpiado, porque te ha hecho reír. Porque esto está demostrado, cuando uno está muy triste no hay más que reírte un poco y… Los estados de ánimo no se mantienen eternamente. Es imposible mantenerlos. Entonces, en cuanto algo te hace cambiar… Lo habéis oído alguna vez, que en los entierros es donde más se cuentan chistes, ¿no? Porque hay un momento en que el dolor ya no va a más, no puede más y necesita como romperse. Lo mismo que cuando estás: «Ja, ja, ja, ja, ja», no puedes estar así 60 horas, porque sería… Es imposible, ¿no?
Entonces, hay veces que ese cambio te produce bienestar interior, y hay veces que cuando estás superfeliz y llegas a hacer una tragedia, te hace bajar un poco también y decir: «Bueno, sigue habiendo cosas terribles por las que llorar, y sigue habiendo dolores por los que sufrir». Es un ejercicio de voluntad, tú sabes que es así. En el fondo, nosotros somos atletas, de alguna manera. Suena raro decirlo, pero lo mismo que un atleta físico se prepara, calienta, coloca su musculatura y se pone a correr, o a jugar al fútbol, o a saltar con la pértiga, nosotros, de alguna manera, hacemos lo mismo: haces un ejercicio de limpieza de tu alma, de tu mente, y entras a trabajar. Y eres un atleta que pasa de cero a cien así, ¿no? No queda otra.
Pero siempre es gratificante, porque cualquier estado de ánimo que tengas lo puedes verter en lo que estás trabajando en ese momento. Sea bueno o sea malo, hay veces que… La comedia dicen que, en el fondo, es una sucesión de dolores inmensos. ¿Qué nos hace reír? Un personaje que lo pasa fatal, que todo lo que le pasa es un desastre. Y venga, y cada vez que lo intenta, peor todavía, y cuanto más sufre el personaje, tú más te ríes. En el fondo, bueno, hay un poco de… Si le metes un poco de tragedia a la comedia es cuando es más divertida. Y a la tragedia, cuando le metes un pelín de comedia, duele más. Es curioso eso.
Entonces, eso para mí fue un shock. El proceso de trabajo es lo mismo que cualquier obra de teatro. Empiezas trabajando el texto, analizándolo, estudiándolo, empiezas a ver quién es ese personaje… En este caso, lo que interpretaba era a María, la madre de Jesús. Hola, ¿qué tal? Un texto muy alucinante, el monólogo de la Virgen en sus últimas horas de vida, en sus últimos años de vida. Entonces, el trabajo, en principio, de análisis de texto es el mismo: vas creando el personaje, tal, no sé qué… La escenografía, los movimientos… Y entonces vas de aquí, luego tal… Era una obra en la que yo tenía que dialogar con personas que no estaban en escena, pero cuyas voces las hacía yo también. O sea, yo decía: «¿Dónde quieres llevarte a mi hijo?». Y hacía: «Me lo voy a llevar a no sé dónde». Y decía: «¡No!». O sea, que hacía la voz del otro más este personaje, y tenía que crearlos en escena aunque no estuvieran. O sea, era un trabajo de volverse completamente loca. Y encima eso, no tenía… Es un descanso, un compañero es un descanso siempre. Te hace la mitad del trabajo. No tienes más que mirarle a los ojos, y cuando le toca a él, tú recibir y dar, y ya está. Yo siempre digo que si hago bien un trabajo es porque tengo excelentes compañeros, eso lo tengo claro como el agua.
Entonces, salir al escenario tú sola… Yo no quiero salir. ¡No quería salir! Tenía claro el esquema de cómo eran los movimientos… Por supuesto que sientes que te vas a equivocar, mucho más que cuando haces una obra normal. Porque cuando estás haciendo obras con otros, los otros tienen su diálogo y si a ti se te va, pues el otro dirá el suyo y yo: «Lo siento». Y el otro te ayuda, y si no te acuerdas tú se acuerda el otro. Pero cuando no hay nadie, yo hasta el último día… Lo hice dos años, ¿eh? Hasta el último día tuve a una persona entre cajas por si acaso. Sentadita en un rincón, por si acaso se me iba el texto. Que el hombre me decía: «Pero llevo dos años aquí, no se te ha ido nunca». «Ya, pero a mí me da tranquilidad».
Porque todos los miedos se multiplican. Todos. Da todo mucho más terror. No llegar al sitio, no llevar el ritmo… Escuchas mucho más al espectador que cuando estás con compañeros. Es un… Mira, sudo de pensarlo. O sea, disfruté muchísimo haciendo ese trabajo, pero lo pasé también terriblemente mal. Solamente me salvó… Esto yo lo estrené en una antigua capilla desacralizada, una iglesia que está en Barcelona, y lo hice con 250 espectadores. Y luego, en un teatro aquí en Madrid, en una sala con 180. Los veía a la misma distancia que os veo a vosotros y casi con la misma luz. Con lo cual, como yo no tenía compañeros en escena, los tenía en el patio de butacas. Entonces, eso a mí me salvó la vida, poder tener… Yo dialogaba con cada uno de los espectadores. Y esta frase se la decía a esta persona de verdad, y hasta que yo no me daba cuenta de si me había entendido no me iba a otra. Y eso se convirtió en el asidero donde pude salvarme de aquel horror, porque era una cosa terrible. Cuando subía la luz y tú estás ahí sola, dices: «¡Me está mirando todo el mundo!». Y es horrible, ¡horrible! Porque siempre que hay más gente puedes mirar a otros, pero si solo estás tú… Se pasa muy mal, pero también es una experiencia que te exige un nivel de concentración enorme, y de mucha serenidad para no venirte abajo, para no decir: «¡Buf!». Yo tengo compañeros que me han dicho que es lo que más les gusta hacer porque ahí son los dueños absolutos de todo. Para mí, todo lo contrario. Yo ahí no era dueña de nada.
Y, de hecho, hay otra cosa que puede parecer ridícula, pero insisto en que yo creo que el trabajo del actor es un trabajo de equipo. Sin el resto no vives. Entonces, cuando termina una función y estás tú sola… Y llegas al camerino y estás tú sola, y no tienes con quien comentar lo bien que ha ido o lo mal que ha ido, y te desmaquillas, y te vas a tu casa sola, es una cosa terrorífica. Terrorífica. Entonces, yo hice una piña enorme con iluminación, con vestuario, con todo el mundo. Y yo terminaba mi función y me esperaba a que ellos terminaran, y nos íbamos juntos, porque éramos una compañía de seis, aunque fuera yo sola la que se subía al escenario, pero éramos una compañía importante y grande con la que comentaba. Y eso también hizo que la gente de luces o la gente técnica se volcara mucho más en el espectáculo. Yo les pedía a ellos que me dieran referencia de cómo lo había hecho cada día. Porque necesitas una referencia. Yo no lo hago bien todos los días. Es más, hay días que lo hago muy mal. Entonces, necesitas que alguien desde fuera te diga… Cuando no tienes un compañero que te dice: «¿Qué te ha pasado hoy, que te he visto…?». Cuando no tienes eso, necesitas a alguien. Pues eso, el de la cabina de luces. Pues muy bien, pues fenomenal. Entonces, es un mundo muy particular lo de los monólogos. Yo la experiencia del monólogo no sé si la quiero volver a vivir.
A mí la gente que dice que le gusta interpretar, tampoco me fío. No es una cosa que te tenga que gustar, te tiene que matar, tienes que morir por ello. Porque es que te dobla a la primera, o sea, te tumba. Como digas: «Me gusta», a la primera que te digan que no, que te lo van a decir así de veces, lo dejarías. Tiene que ser una pasión, tiene que ser un acto de fe, creer en aquello que no se ve, que no hay pruebas de que exista, creer en eso. Si no tienes eso, la profesión te echa a los dos minutos. Entonces, mi maestro, me acuerdo que cuando llegamos en la escuela… Primero tuvimos una profesora en primer curso, y nos la quitaron porque era muy mayor y entró este profesor. Yo sentía un rechazo enorme porque hubiera querido continuar con la primera que teníamos, y a mí ese señor que vino a sustituir me cayó muy mal desde el principio. Niña rebelde tonta perdida. ¿Por qué no? Es un nuevo profesor, a lo mejor… Entonces, cuando él llegó, éramos veintitantos en la clase. Y él dijo… Nos miró a todos, como yo os digo que hay que mirar, uno a uno, y dijo: «Pero ¿de verdad los veintitantos que estáis aquí creéis que sois actores? ¿De verdad? Pensadlo por un momento. ¿De verdad creéis que sois y que vais a llegar a ser actores? Iros a casa, ¿eh? Como mucho y con mucha suerte, uno de veintitantos. Podréis ser gente de la profesión, actor aficionado… ¿Actor o actriz? Uno, con suerte. Así que, por vuestra propia voluntad, id marchándoos». Y yo dije: «Pero este tío es muy cruel. ¡Yo sí quiero!». Él consiguió que acabáramos la clase 35 personas. No solamente no nos fuimos, sino que nos quedamos allí. Ahora, también te digo, de aquel curso quedamos dos. Trabajando a día de hoy. El resto se dedicaron a ser gente de teatro. Hay escenógrafos, hay gente que escribe teatro, vestuaristas, hay de todo, productores… Pero actores somos dos. Entonces, yo lo único que le puedo decir a la gente a la que le gusta esto y quisiera ser actor o actriz es que se pregunte si de verdad está dispuesto o dispuesta a sacrificar tanto como hay que sacrificar. Se dejan muchas cosas en el camino.
Y tener el aguante para que te digan 25 veces que no y una que sí. Aguante, capacidad de aguante. Formación, indudablemente. Estudio, trabajo, preparación, respeto por tu profesión, mucho respeto. Yo veo poco respeto por esta profesión a veces, y me da mucha pena. Y, de hecho, incluso la gente, el espectador, el receptor, a veces no sabe lo sacrificada y lo dura que es esta profesión. Parece que todo el día estamos de fiesta, que nos lo pasamos superbién, que esto se hace con la gorra. «¿Una película? Pues hija mía, tampoco es para tanto». No, perdona, me levanto a las seis de la mañana, llego a rodar a las siete, me ponen las pestañas desde las siete de la mañana, acabo a las 12 de la noche, llego a mi casa muerta. No sabéis lo que es un rodaje, solamente los que lo han vivido alguna vez lo saben. No sabéis el esfuerzo que es montar una función de teatro. Es una profesión muy muy sacrificada. Y a veces se ven solamente los colorines, el glamur. «Mira qué traje, tal, está en esta fiesta, trabaja con aquel». Lo que han tenido que hacer para poder llegar a trabajar en ciertos sitios. Aguante, amor por esta profesión, porque es un acto de fe.
Entonces, hubo un momento en que uno de los actores tenía que bajar por unas escaleras gritando: «¡Son hermanos, son hermanos!». Perdonadme, porque lo pienso… Y entonces va bajando: «¡Son hermanos, son hermanos!». Se tropezó y se cayó. Y como cuando vas por la calle y alguien se cae… Es terrible, nos reímos. Es terrible, ¿no? No sé por qué nos reímos pero nos hace gracia ver caerse a alguien. ¿Será posible? Bueno, pues allí en escena más todavía. Se cayó y entonces… Fue una risa también como el dominó, pa pa pa pa, en cadena. Y uno, otro, otro, otro… Yo te digo que una de las chicas, que iba vestida con traje de novia, se la llevan en volandas e iba con el chorro, o sea… Literal, se iba haciendo pipí. O sea, se meaba de la risa. Se produjo una reacción en cadena de «ja, ja, ja, ja, ja» imposible de parar. Y por un lado estábamos muertos de la risa y felices, claro, porque la risa siempre te da felicidad, y por otro, con una vergüenza… Y en ese momento de la escena yo estaba sentada en el suelo apoyada en una mesa baja. Entonces, yo no hacía más que meterme debajo de la mesa, volver a salir y dar un golpe y decir: «¡Vamos a ver!», para ver si aquello se cortaba, porque no había manera de pararlo. Y cuanto más intenté pararlo, peor fue.
Obviamente, la gente se dio cuenta. La gente no es tonta, dice: «Esto no es de la función». Y se produjo también un efecto dominó muy bonito, porque toda la risa que teníamos en escena contagió abajo. Y estuvimos cerca de cinco minutos en ese teatro de La Latina, todo el mundo riéndose: «Ja, ja, ja, ja, ja, ja». Sin parar. Y ya no sabíamos por dónde íbamos. Aquello fue un caos pero maravilloso. Cuando ya la cosa se calmó un poco, yo me puse de pie y dije: «Perdónennos, porque ha sido… ja, ja, ja, ja, ja. Vamos a volver a retomar la escena un poquito más atrás, a ver si podemos continuar». Y tuvimos que repetir, retomar, y la gente lo vivió como una experiencia divertidísima. Luego se contó a otras personas que venían y decían: «Ay, es que me han contado que en una se rieron y en la que yo fui a ver no se rieron». Se fue corriendo la voz como algo divertidísimo de la función. Yo creo que es uno de los momentos más bellos que yo he vivido. Porque aunque lo estábamos pasando muy mal, la gente estaba entregadísima. Y ahí es cuando yo hablo de la comunicación entre el público y el actor. Se crea una comunión hermosa. Y ahí estábamos todos juntos en compañía y fue muy bello.
¿Y el peor momento? Creo que los peores momentos… No me pasa casi nunca, ¿eh? Es quedarse en blanco. ¡Eso es lo peor! Cuando de repente dices… Y no hay nada. ¡Vacío total! Se oye: «Cri, cri, cri». ¡Porque no hay nada! Pero ni una palabra, ni un sonido, ¡nada! ¡Fua! Como un vértigo. Y entonces el tiempo, que normalmente es: «Uno, dos…». El tiempo hace: «Uno… dos…». O sea, el tiempo se estira y tú dices: «¡Esta pausa infinita! ¿Qué digo ahora?». Luego resulta que la gente que lo ha visto desde fuera ni se ha dado cuenta. Porque un blanco suele ser casi un segundo. Y siempre hay alguien, a no ser que hagas un monólogo… Siempre hay alguien que… O viene, o la idea viene. Normalmente se te va cuanto más esfuerzo haces en recordar, es curioso. Como estés diciendo: «Ahora viene la frase de…», se va.
Entonces, recuerdo una… También tiene su lado cómico. Yo estaba haciendo un Lope de Vega, Las bizarrías de Belisa, y ella le decía al galán: «Vos sois galán discreto y entendido, apacible, valiente, bien nacido, modesto, airoso, atento y de buen trato y solo os falta hablar por ser ingrato». Y sale Blanca Portillo y dice: «Vos sois…». ¡Bua! Y una cosa es que se te olvide un texto en una obra en prosa, pero que se te olviden octosílabos… Cuando se te va el verso es muy difícil improvisar. Es muy difícil improvisar en verso. Entonces, yo le dije: «Vos sois… ser ingrato». ¡Porque solo recordaba la musiquita! El «ato-ato, ido-ido». Entonces, hice así… Pero muy… Y no olvidaré nunca la cara de mi compañero, que fue como de: «¿Eh?». Creo que a él se le pasó la vida entera por delante. Y un espectador de la primera fila… Perdonad, pero es que me acuerdo y me muero. Le oigo, eran dos señoras y le dice una a la otra: «¿Qué ha dicho?».
¡Lo pasé fatal! Pero luego, ahora lo pienso y digo: «Mira qué mono, pues la verdad es que fue divertido». Pero cuando se te va el texto lo pasas horrible. Pero lo de la señora me encantó. Tan normal: «¿Qué ha dicho?». Como que era un problema de ella, que no había entendido. Te pueden pasar muchísimas cosas. Muchísimas.
O sea, para ser actor hay que tener un talento específico. Pero todos tenemos uno, la suerte es descubrir para qué. ¿Talento para qué? Uno puede tener talento para millones de cosas. Hay que tener talento para ser minero. Y no todos los mineros tienen talento para serlo. Lo interesante en la vida es descubrir para qué estás hecha, para qué has nacido. O hecho. ¿Para qué? ¿Cuál es el lugar en el que tú podrías desarrollar con más facilidad que los demás eso que tienes? A veces te empeñas en cosas que no tienen nada que ver con tu talento natural. Y eso es lo que mi maestro decía que produce una profunda frustración y un profundo dolor, incluso. Porque estás haciendo algo para lo que no… Él decía siempre que un actor tiene que formarse, y con formación puedes llegar a ser un buen actor.
Si tienes talento y no te formas, tu talento desaparece. Y si tienes talento y te formas, eres la bomba. «Puedes llegar a ser la bomba», decía. Entonces, como nunca creí en eso, me dediqué a estudiar como las locas, a hacer todo lo que hubiera que hacer. Y él me dijo un día: «Tienes talento para esto». Y dije: «No, no, no, no, que el talento ya me has dicho… El talento es una cosa que yo no puedo tocar y no me la creo». Luego, con el paso de los años… Que ya son unos cuantos, son mucho más de la mitad de mi vida dedicándome a esto, y cruzándome con personas con talento, con muchísimo talento, me doy cuenta de que sí que existe. Hay gente que tiene un don para hacer lo que hace. Pero puedes tener un don para ser el mejor cocinero o para ser la mejor profesora, o para ser lo que sea. La fortuna es que hay quien lo encuentra y la desgracia es que hay gente que no lo encuentra.
Yo creo que no me equivoqué. Yo no sé si tengo talento para esto, pero sí he visto a gente sufrir para hacer algo que a mí no me costaba mucho. Y nunca lo entendía. «Pero si esto no es tan difícil». «Será para ti». Y dices, bueno… Entonces, con los años sí que me he dado cuenta de eso, de que yo no me he equivocado al elegir. Y creo que eso es una bomba, haber encontrado a la primera. como aquel que dice, menos lo de azafata, aquello para lo que, de alguna manera, vienes dotado de serie. De alguna manera, tienes una disposición natural para algo. Entonces, ahora sí creo, al cruzarme con gente que dices: «Es un talento que tira para atrás». Pero también te das cuenta que en el 99% de los casos hay una parte de trabajo, de currárselo mucho. De estudios, de preparación, de elaboración, de crear equipos, de buscar ayuda… En fin. Almodóvar no es un talento sin más, no es magia potagia. Tiene un talento, indudablemente, pero lo que tiene es un amor por lo que hace, una dedicación de 24 horas al día, 365 días al año. Y entonces ese talento vuela, ¿no? Yo creo ahora en eso, lo que decía mi maestro: «Si tienes talento… Si no lo tienes, trabaja mucho, esfuérzate. Y si lo tienes, esfuérzate también, porque entonces vas a llegar mucho más arriba».
Yo creo que somos un país muy torpe en eso. No hay nada más importante que un país culto. Lo que pasa es que también un país culto da miedo. Y eso siempre ha ido de la mano, esto lo sabemos, no hay más que echar la vista atrás. Un país culto es un país que elige y que opina, que tiene opinión y que no se deja engañar, y que exige. Entonces, pues no es fácil. Nos creemos que un buen ministro de Cultura es el que va a bajar el IVA. No, no. Un buen ministro de Cultura es alguien que de verdad se preocupe por que esto sea algo tan importante como la sanidad… Y lo digo así. …como la sanidad, como la educación. Estos son bienes básicos. Que tiene que preocuparse del acceso de la gente a la cultura. El acceso absoluto a la cultura. El patrocinio, claro que sí, de la cultura, y de las personas que se dedican a hacerla. ¿Cómo que no? ¿Cómo que vivimos del cuento? ¿Quién ha dicho…? ¿Quién se ha encargado de decir…? ¿Qué ministros de Cultura se han encargado de decir que la cultura vive del cuento? Si hay millones de cosas muchísimo más subvencionadas y muchísimo más protegidas.
Amor por esto, crear criterio en las personas. ¿Yo qué les diría? Que si de verdad quieren ser ministros de Cultura. Sería mi pregunta: ¿De verdad quieres ser ministro de Cultura? ¿Para qué? ¿Para hacer qué? Pero que te lo digan, como el de Economía dice: «Yo quiero subir los impuestos de tal para…». Bueno, ¿y usted qué quiere hacer? «La cultura para todos». ¿Y eso cómo se hace? Qué dinero va a pedir usted cuando se siente en el Consejo de Ministros y diga: «¿Para mi departamento cuánto hay?». «Para el tuyo, el que menos». «Pues me voy». No, que de verdad se peleen por lo que quieren. No se ha conseguido hacer una ley de mecenazgo y seguimos sin ley de mecenazgo. No sé, que de verdad esto se hace en otros países, y que hay pactos por la cultura. Lo mismo que tendría que haber un pacto por la sanidad y por la educación para dejarnos de que cada vez que hay un cambio político todo se nos desestructure, y lo que se consigue hacer y levantar en tres años uno se lo carga en dos meses y ya no hay manera de rehacerlo. Un pacto por la cultura y por la educación, que van de la mano. Por favor, para que sea algo que no dependa de vaivenes y de vientos políticos.
Pero no… Como no hay un criterio tampoco. Como yo no veo al de Ciudadanos pelearse con el del no sé qué por la cultura y decir: «No, no, no, nuestra posición es mucho mejor por esto, por esto…». Yo no los he visto discutir de cultura nunca. ¿Vosotros sí? ¿Dónde? Porque me encantaría ir a verles. ¿Habéis visto alguna vez en el Congreso de los Diputados que se debata sobre la cultura? Pero ni siquiera de los presupuestos de Cultura. Les preguntaría eso: ¿Para qué quieren un Ministerio de Cultura? Si no lo usan. ¡Quítenlo! ¡Anda ya! Es un poco desesperante…
Alguna vez os habrá pasado que habéis sentido una emoción, y se lo habéis contado a alguien, y esa persona se ha emocionado con vosotros. Se le han saltado también las lágrimas o también se ha reído. Esa comunicación, dices: «Este es un amigo o una amiga, a la que yo puedo decirle lo que siento», y esa persona entra en ti con la empatía de la que hablábamos y se pone en tu lugar y viven lo mismo. Yo tengo el privilegio de vivir eso cada día de mi vida. Y eso es lo más hermoso que me ha dado esta profesión. Sentir que lo que yo siento es real y llega al que está al otro lado, y lo compartimos. Comunicarse. Estamos tan faltos de comunicación, es una pena. Os lo digo en serio. No escuchamos, no vemos, no miramos a los ojos. Vas por la calle y no sabes con quién te cruzas. Yo bendigo cada mañana que voy por la calle y alguien sonríe al pasar. Alguien pasa por tu lado y te sonríe, y dices: «¡Ay!». Gratis, por nada, porque sí. O ves a alguien mal y te entran ganas de decir: «¿Le pasa algo?». Y no lo hacemos. Yo tengo el privilegio de comunicarme cada día de mi vida. Eso es una bomba. Mucho más que montar una función o ganar un buen sueldo. Mucho más importante.
Bueno, pues nada, así mirándoos a los ojos, os doy las gracias porque ha sido realmente agradable estar aquí con vosotros. Gracias por cada una de las preguntas y por compartir esta locura mía. Y os invito, de verdad, a cada uno de vosotros, a que, si tenéis la oportunidad, lo toquéis, toquéis este mundo de alguna manera, os acerquéis a él. Y espero que nos veamos por los teatros del mundo. Os espero, ¿eh? Gracias.