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Lera Boroditsky. Claro. Bueno, los seres humanos no tenemos una sola lengua, si no que hay unas siete mil, y todas son diferentes por diversas razones. Las lenguas tienen sonidos distintos, palabras distintas, estructuras diferentes… Y cada lengua requiere que sus hablantes cuenten con cierta información complementaria. Hay que prestar atención a cuestiones diferentes y estructurar los pensamientos de distintas maneras. Esto puede afectar a cómo pensamos desde la base de construcción, desde cómo percibimos los colores, hasta temas mucho más abstractos. Te pongo un ejemplo: yo soy hablante nativa de ruso y en ruso no hay una palabra que cubra todos los tonos de azul a los que el inglés llama “azul”. En ruso hay una categoría para el azul claro, ‘galubój’ ; otra categoría para el azul oscuro, ‘sínij’. Y no hay una palabra que sirva para ambas. Entonces, la pregunta es si los hablantes de ruso ven esos colores como dos colores muy diferenciados porque toda la vida los han llamado con nombres distintos. Pues resulta que sí. Al enseñar varios tonos de azul a hablantes de ruso y a hablantes de inglés, se puede ver que los hablantes de ruso distinguen mucho más rápido entre el azul claro y el azul oscuro, mientras que los angloparlantes, no. Para ellos todo es azul, el cambio es sutil. Eso demuestra que incluso a un nivel básico, como es diferenciar dos tonos de un color, la lengua se entromete e influye en nuestro sistema perceptual y nuestro sistema visual. Hay muchos otros ejemplos curiosos. Una de mis experiencias preferidas fue una investigación que llevé a cabo en una comunidad aborigen de Australia. Lo que me llamó la atención fue cómo conciben el espacio y el tiempo. El tiempo es un concepto muy importante y poderoso para las personas, en inglés. Ahora mismo la palabra “tiempo” es la que los angloparlantes más utilizan. Hay una obsesión con el tiempo. El motivo por el cual me llamó tanto la atención cómo conciben el espacio y el tiempo es que, cuando hablan sobre el espacio, no utilizan palabras como “derecha” o “izquierda”. No dicen cosas como: “En la siguiente calle, gira a la izquierda”. En su lugar, todo está al norte, al sur, al este y al oeste. En idiomas como este, se habla incluso de las partes del cuerpo utilizando los puntos cardinales. Entonces, se diría: “Tienes una mosca en el zapato noroeste”. Y, si te movieras, yo tendría que recalcular y decidir en qué dirección está ahora. Los hablantes de estos idiomas siempre tienen que estar orientados mucho mejor de lo que creíamos que el ser humano era capaz de estarlo. Los niños pequeños también: si les preguntas dónde está la casa de la abuela, apuntan directamente en la dirección; si les pides que cierren los ojos y que señalen en dirección sureste, lo saben hacer. Hay un experimento que he hecho varias veces: en una sala llena de distinguidos académicos, he pedido que cierren los ojos y apunten al sureste. Cada persona apunta en una dirección. No es algo que los angloparlantes controlen, pero en esas comunidades las personas se orientan perfectamente. Por otro lado, me interesa cómo percibían el tiempo porque, normalmente, cada idioma tiene su forma de disponer el espacio y, a partir de eso, se construye la idea del tiempo, y creamos metáforas que relacionan el espacio con el tiempo. Por ejemplo, nosotros decimos que alguien tiene toda la vida por delante o que lo peor ha quedado atrás, como si el tiempo transcurriera en un eje de atrás hacia adelante. O, al gesticular, colocamos el tiempo de izquierda a derecha, igual que leemos y escribimos, y entonces el lunes viene aquí, luego el martes, el miércoles, etcétera. Disponemos el tiempo en este sentido. Cuando les pregunté a los habitantes de aquella comunidad aborigen que dispusieran el tiempo, lo que hicieron fue situarlo de este a oeste, colocando los eventos lejanos más cerca del este y los eventos más recientes más cerca del oeste. Eso quiere decir que, si están dando la cara al sur, por ejemplo, colocan las cosas de izquierda a derecha con respecto al cuerpo. Si están mirando al norte, las colocarán de derecha a izquierda con respecto al cuerpo. Si están hacia el este, las colocarán hacia ellos. Para nosotros esto resulta extrañísimo porque la dirección del tiempo cambia cada vez que el cuerpo cambia de posición. Según ellos no cambia porque siempre va de este a oeste y es nuestra idea la que les parece extraña. Dicen: “A ver, entonces, si estás así, el tiempo va hacia allá; si estás así, va hacia allá; si estás así, hacia allá. Qué egocéntrico hacer que la dimensión del tiempo te persiga cada vez que te das la vuelta”. En su caso, su idioma solo utiliza los puntos cardinales para hablar sobre el espacio y eso se traduce en su habilidad para mantenerse orientados y también en cómo construyen su idea del tiempo.