“En tecnología, la solución no es prohibir, sino conocer a tu hijo”
María Zabala
“En tecnología, la solución no es prohibir, sino conocer a tu hijo”
María Zabala
Periodista de Tecnología
Creando oportunidades
¿Cómo ser padres en la era digital?
María Zabala Periodista de Tecnología
María Zabala
“¿Cuánto tiempo de pantallas es demasiado? ¿Cómo evito que mi hija esté pendiente de los “likes” y de los seguidores, o que mi hijo consuma contenidos inadecuados en Internet?”. A estas y otras preguntas sobre el impacto de las pantallas en los más jóvenes responde María Zabala, periodista experta en Tecnología y Ciudadanía Digital.
Miembro de The Digital Citizenship Institute y autora del libro ‘Ser padres en la era digital’, Zabala lleva 20 años estableciendo puentes de comunicación entre los “nativos” y “migrantes” digitales, que supone una brecha generacional más que tecnológica y nuevos retos para la llamada “e-paternidad”.
A través de cursos, conferencias y talleres sobre alfabetización digital, su objetivo es la reflexión conjunta sobre los cambios que ha introducido la sociedad digital en nuestras vidas y en la crianza. En su blog, iWomanish -premio Madresfera 2020 al Blog del Año-, también contribuye a la divulgación de aspectos como la responsabilidad y huella digital, la conciliación entre el mundo físico y online, y cómo establecer una relación de confianza en el entorno familiar, para perder miedo a las pantallas y convertirlas en una herramienta más de la educación.
Transcripción
Y yo quería hacer una reflexión sobre cómo intentar que estemos menos preocupados, pero más ocupados, ¿no? Porque, al final hay, como digo yo, varias palabras que nos impactan tanto a quienes somos padres y madres, a los adultos en general, en todo lo que tiene que ver con la familia y la tecnología, que nos falta tiempo para reflexionar en silencio sobre qué podemos hacer cada uno en casa. Hay mucho ruido. Por una parte, se informa mucho sobre la relación entre niños, adolescentes y tecnología. Y ese ruido a veces es contradictorio. Lees noticias muy diferentes en una misma semana y no sabes realmente cuál es la mejor decisión que puedes tomar en casa. Nos afecta mucho también la nostalgia por nuestra propia infancia y adolescencia. Queremos que nuestros hijos tengan esa infancia auténtica de la que tenemos un recuerdo maravilloso. Pero ni todas las infancias fueron maravillosas ni nuestros hijos pueden tener la misma adolescencia que tuvimos nosotros. A partir de esa nostalgia hay muchos prejuicios: prejuicios personales, prejuicios entre familias. Juzgamos muchas otras familias por lo que dejan hacer a sus hijos con la tecnología. Prejuicios generacionales muy derivados de esa nostalgia que te comentaba. Prejuicios globales, ¿no? Porque al final vivimos en un momento en el que hemos adoptado la sociedad digital, pero al mismo tiempo renegamos de ella, porque nos damos cuenta de que nuestra privacidad se resiente, nuestro cara a cara se resiente o muchas de las cosas a las que estábamos acostumbrados se resienten. Yo propongo primero una reflexión y luego un recorrido por algunos aspectos que creo que son importantes, no tanto pensando en los niños y adolescentes como en los padres y las madres.
TikTok es un universo muy grande, como prácticamente todas las redes sociales y todas las plataformas digitales. Y ahí hay contenidos, como digo yo, que no necesariamente son de alta calidad o que no aportan ningún valor, pero hay otro tipo de contenidos. No es lo mismo una chica de 11 años que esté viendo bailes sugerentes, que una chica de 14, que cada vez que entra en TikTok se dedica fundamentalmente a ver vídeos de la comunidad en TikTok, que se llama BookTok y que hace recomendaciones de libros de literatura juvenil. Porque no es lo mismo. Estamos hablando de una niña más mayor, lectora, que ve contenido sobre lectura, o de una niña mucho más pequeña que simplemente se mete en la aplicación para ver bailes. Entonces, cuando nos preocupa un entorno digital en concreto, creo que lo más importante es el doble ejercicio de conocer a nuestro hijo, en este caso a nuestra hija, y conocer ese entorno. ¿Qué es lo que está haciendo ella adentro? ¿Con quién se está relacionando? ¿Está publicando contenidos? ¿Qué valor está dando a la interacción con otros usuarios? Y sé que parece muy teórico, pero en realidad es un ejercicio tremendamente práctico, porque es sentarse con tu hija y tener esa conversación mientras ves como utiliza la app. Pero, para hacer esto, la actitud que tú tienes que tener como padre o madre no es de: «Estoy preparadísimo para el sermón» y para decirle: «¿Pero por qué ves esto? ¿Por qué pierdes el tiempo con estos vídeos?». Sino para, realmente, dejar que ella navegue y tú ver cuál es esa experiencia y saber si realmente te tienes que preocupar y, por lo tanto, actuar, o si puedes dejar que siga teniendo cierto grado de autonomía, en función de lo que le hayas dejado hacer hasta ese momento en otros entornos digitales también. Entonces, son preguntas muy cerradas que buscan una respuesta muy concreta. Y, de alguna manera, eso tiene que ver no tanto con lo digital como con el tipo de sociedad en la que vivimos, ¿no?
Somos muy garantistas, buscamos garantías. Buscamos soluciones cortoplacistas y queremos como una receta de cosas que podamos cumplir… En el fondo no tengo claro si para educar bien o para sentir que lo estamos haciendo bien como padres y madres. Luego, las preguntas que más me plantean son preguntas muy absolutas y que persiguen garantías. Y quizás en este tema de la tecnología y nuestros hijos deberíamos hacernos preguntas que miren hacia adentro. Porque creo que la tendencia, y es un poco una de las razones por las que me senté a escribir, la tendencia es que ponemos todo el foco en lo que la sociedad digital hace con nosotros. Y no ponemos tanto foco en lo que nosotros podemos hacer, y, de hecho, hacemos adultos y niños, con la tecnología que está en nuestras manos. Preguntas, en el caso de nuestros hijos: ¿Cómo son mis hijos? ¿Cómo están en este momento? ¿Cuál es su carácter? ¿Qué tipo de tecnología les he dejado utilizar hasta ahora? ¿Para qué la utilizan? Cuando no la utilizan, ¿qué hacen? ¿Cómo influye su edad? ¿Qué tipo de familia somos? ¿Cuál es el entorno de mi hijo? ¿Cómo está en el colegio? ¿Cómo está él psicológicamente? ¿Cómo está físicamente? ¿Cuáles son sus aficiones? ¿Hay aficiones que tenga que se puedan potenciar en entornos digitales, o todas las que tiene son difíciles de mantener a través de actividades conectadas? Creo que son preguntas más difíciles y por eso nos cuesta mucho más hacerlas. Yo misma con mis hijos, pese a que se supone que debería ser mucho más profunda, me encuentro muchas veces centrándome, pues eso, en el tiempo: «Si ya llevas tanto tiempo, creo que ya es suficiente por hoy». Pero creo que es mucho más importante pensar en su edad, en su carácter, en cómo están, en su contexto, en sus circunstancias, porque eso va a marcar la diferencia, como la marca con nosotros. No puede haber la misma experiencia de educación digital en una familia en la que los padres utilizan mucha tecnología, que en la que no utilizan tecnología. No será ni mejor ni peor paternidad o maternidad, pero la experiencia será diferente. Las preguntas tienen que apelar a las personas, no a los dispositivos, a las redes sociales, a las apps.
Pero también hay que prestar atención a la calidad, a, como si dijéramos, los ingredientes de ese tiempo de pantalla. Qué están haciendo. Y pensar un poco en con qué criterio se decide en casa que nuestros hijos utilicen tecnología. ¿Es porque ellos lo deciden? ¿Es porque lo decidimos nosotros? ¿Es porque les viene bien a ellos, por el tipo de actividad que van a hacer o es porque nos viene bien a nosotros? ¿Qué tipo de contenidos les invitamos a consumir? ¿Qué tipo de actividades digitales les animamos a probar, conocer, aprender? Es tremendamente importante que nos centremos en la intención del uso de la tecnología por parte de nuestros hijos conforme están creciendo. Y es muy difícil que, si ya tenemos adolescentes, queramos hacer en media hora un recorrido de creación de buenos hábitos si no hemos invertido en esos hábitos desde que eran más pequeños. Eso no significa que la batalla esté perdida, pero lógicamente hay unos años en los que la influencia de unos padres sobre sus hijos es mucho mayor respecto a que nos miran como si fuéramos el centro de todo, ¿no? Y están mucho más dispuestos a aceptar que formamos parte de sus vidas digitales. Cuando los niños son pequeños, fundamentalmente utilizan tecnología para ver vídeos, o para jugar con apps o con videojuegos. Y ya. Ese es el hábito al que mayoritariamente se acostumbran. Y cuando crecen incorporan la presencia en redes sociales o en apps de mensajería instantánea. Pero realmente nos estamos dejando muchas otras cosas. En el libro lo comparo con las hamburguesas. Por ponerte un ejemplo. No es lo mismo tomarse una hamburguesa solo en casa un viernes, porque has suspendido y tienes que estudiar, porque el lunes recuperas, en el caso de un adolescente. Y te estás tomando tu hamburguesa tú solo, muerto de la tristeza y de la frustración, que tomarse esa hamburguesa al terminar los exámenes con todos tus amigos en un restaurante, celebrando que todos habéis aprobado y que vais a pasar un verano estupendo.
Es una hamburguesa, pero el contexto y la circunstancia no es la misma. Al final tenemos que centrarnos no solamente en el tiempo, sino también en la calidad, no solo de los contenidos, sino de la intención de lo que vayas a hacer con la tecnología. Y en la compañía. Lo cual no significa que estemos siempre mirando por encima del hombro a ver, controlando qué hace tu hijo con una pantalla, ¿no? Porque al final tampoco se trata de eso, sino de que forme parte de la conversación durante o después o antes, qué es lo que está haciendo tu hijo con esa pantalla que tú has metido en su vida, porque nuestros hijos entran en contacto con el mundo digital a través de nosotros, y es una enorme responsabilidad que tenemos que asumir, y tener conversaciones sobre ese tema. Lógicamente, en el tema de los hábitos influye muchísimo el ejemplo. Y para mí este es un tema trascendental. Yo sé que se habla muchísimo del ejemplo que damos los padres y las madres en términos de actividad digital, casi siempre como mal ejemplo, ¿no? Damos mal ejemplo porque tenemos el móvil en la mesa o porque siempre estamos mirando el móvil, o porque ya no tenemos conversaciones cara a cara, o porque les dejamos utilizar muchas cosas antes de tiempo. Pero yo creo que no dar mal ejemplo no es lo mismo que dar buen ejemplo, y creo que se puede dar buen ejemplo utilizando tecnología. Cuando tus hijos te ven conectado a un dispositivo, cuando te ven en redes sociales, cuando te ven utilizando el móvil, ¿qué te ven haciendo? ¿Te ven ayudando a alguien, aprendiendo algo nuevo, mejorando tu mensaje, ayudándote a ti misma, gestionando algo que va a ir en beneficio de toda la familia? Hablar sobre eso también. Hablar sobre lo malo que aporta la tecnología en tu vida. Si te estresas y te agobias, empiezas a sentirte insegura. Yo tengo muchas conversaciones, en mi caso concreto con mi hija mediana, que es adolescente, sobre cómo me estresa muchas veces en redes como Instagram el hecho de ver a madres perfectas que llegan a todo y que todo parece maravilloso en sus vidas. Incluso yo que a mis cuarenta y varios tengo claro que ninguna vida es perfecta. Pero yo le reconozco a ella que esto a mí a veces me hace sentirme mal conmigo misma. Y creo que estas conversaciones son importantes, igual que las conversaciones en positivo, porque a mí hay redes sociales o plataformas digitales que me ayudan a ser mejor profesional e incluso a ser mejor madre.
Cada red social tiene, como si dijéramos, un apelativo: el «TikToker», el «Instagramer», el «YouTuber»… Es muy diferente un «influencer» que ha llegado a tal porque, por ejemplo, está muy metido en el mundo de los videojuegos y entonces mueve a toda una comunidad y a toda una industria alrededor de partidas de juegos, alrededor de competiciones y que, en definitiva, además, por cómo funciona el mercado, que no es distinto al mercado de la fama de otras épocas, sino simplemente asociado a la sociedad en la que vivimos, terminamos hablando de nombres propios con mucho dinero, con un estilo de vida y todos asumiendo que nuestros hijos quieren ser influencers de mayores. Sin embargo, luego las encuestas nos dicen que no necesariamente los niños quieren ser influencers. Hay muchos que siguen queriendo ser futbolistas y tampoco tengo claro que lo vayan a poder conseguir. En definitiva, quizás perder ese prejuicio por defecto y hacer un ejercicio por saber, esas personas en las que se fijan nuestros hijos, quiénes son y qué cuentan. Porque la realidad es que saber quiénes son los influencers de tus hijos, sean sus influencers Ibai Llanos, Jaime Altozano o María Pombo, nos va a dar mucha información sobre quiénes son nuestros hijos y qué les gusta, y qué mensajes están recibiendo del exterior.
Entonces, si no les dejamos seguir a nadie, perdemos la oportunidad de aportar. Y si les dejamos seguir a cualquiera y no nos importa quiénes sean, perdemos la oportunidad de aportar. De nuevo es, no tanto cómo educar, sino vidaqué significa ser padres. Ser padres hoy en la sociedad digital significa que es más que probable que nuestros hijos, si juegan a ‘Minecraft’, sigan a ‘Minecraft’; o, si les gustan los videojuegos, sigan a gamers o sepan lo que es un caster y tú no sepas ni qué es un gamer ni qué es un caster, y tengas que hacer el ejercicio de aprender. Y yo me encuentro con muchas madres y muchos padres, y yo misma, que la respuesta es: «¿Pero qué me estás diciendo, María? Si a mí ya no me da la vida. ¿Cómo me voy a poner a aprender algo nuevo si a mí no me da la vida?». Bueno, yo creo que los padres somos mucho más resilientes, como dicen ahora, de lo que pensamos. Que desde el minuto uno en el que nos convertimos en padres nos ponemos a aprender y ya no paramos. Entonces creo que sí, que hay que encontrar el tiempo también para todos estos aspectos del mundo digital. Y creo que el punto en concreto de los influencers es fundamental que sepamos quién les atrae. Porque pueden ser los típicos, de los que más se habla…
Un niño impulsivo no sabrá perder tan bien como un niño más calmado, por ponerte un ejemplo. Un niño muy social, con muchos amigos, con mucha actividad deportiva, que le encanta la actividad física, probablemente tarde mucho más en volverse sedentario por culpa de los videojuegos, mientras que un niño que ya sea muy sedentario, pues si le dejas sin control delante de la consola, probablemente siga delante de la consola hasta que tú le digas que se levante y la apague. Entonces, cómo son nuestros hijos. Por otra parte, elegir el juego. Hay entidades internacionales que nos ayudan a tener información sobre ese juego que tu hijo quiere utilizar o que tú le quieres regalar. Qué tipo de contenidos tiene y qué tipo de conductas incita, para qué edad está recomendado… ¿No? Qué tipo de actividades se pueden plantear en ese juego. También averiguar el modo de juego. Si se juega online. Es decir, si juegas a través de Internet o es un juego que simplemente juegas como antaño en la pantalla y juegas tú y ya está, o entran a colación otros jugadores. Si esos jugadores van a poder ser elegidos de manera aleatoria y tu hijo va a terminar jugando con un desconocido o va a poder elegir con quién juega y por lo tanto va a jugar probablemente con amigos suyos, conocidos de lo que nosotros llamamos «vida real». Tener en cuenta el dispositivo en cuestión también. Una consola portátil tu hijo se la va a poder llevar a cualquier parte y una consola conectada a una televisión no se la va a poder llevar a cualquier parte. Saber también que las consolas tienen posibilidades de configurar control parental para que no sea demasiado el tiempo de uso o para que se establezca que el jugador, por ejemplo, es menor de 13 o 12 años y por lo tanto hay unas condiciones de acceso a determinados juegos diferentes según la edad.
Y saber también que el mundo del videojuego ya no es el juego solamente. Como decía antes, es un universo en el que el niño juega, en el que el niño ve cómo juegan otros, juega con otros, comenta con otros mientras juega, comenta con otros mientras otros juegan, ven retransmisiones de partidas que hacen otros, aunque él no esté jugando… Es un universo mucho más grande que el niño simplemente jugando y que luego existen incluso plataformas, por ejemplo, como Roblox, que no son un videojuego, sino una plataforma llena de juegos en los que incluso el usuario puede crear su propio juego y que también permiten opciones de control parental. De nuevo, yo sé que tú estás pensando que es muy difícil aprenderse todo esto y saber todo de todo. Yo no creo que haya que saber todo de todo. Yo, de mis tres hijos, dos son varones, y esto lo especifico porque todavía a día de hoy son más los chicos que juegan a videojuegos que chicas. Y de hecho las chicas que juegan se encuentran con muchos obstáculos a la hora de ser respetadas, como pasa en otros entornos de la sociedad. Está esa área en la que tú eres más especialista, de la inclusión, que todavía nos falla. Pero yo tengo dos varones, uno muy poco jugador de videojuegos y otro mucho más jugador de videojuegos, con caracteres diferentes que, lógicamente, el pequeño me ha pedido mil veces poder tener el videojuego que se iba poniendo de moda, pero que nunca quiere dejar de jugar al videojuego que desde hace ya tiempo es su videojuego favorito. Porque apela a unas aficiones que tiene incluso cuando no está delante de una pantalla. Era un gran constructor con piezas de Lego. Es bastante natural que le guste ‘Minecraft’ porque se trata de construir universos con bloques y con piezas.
Entonces, cuando un juego se pone de moda, como ha pasado hace unos años con ‘Fortnite’, por ejemplo, ¿qué es lo que pasa? Que el mensaje que se nos transmite a las familias es, como te decía al principio de toda la conversación, muy contradictorio. El lunes lees que ‘Fortnite’ es la heroína del siglo XXI y tú dices: «Yo esto lo tengo que prohibir». Y el jueves lees que los videojuegos como ‘Fortnite’ pueden ayudar a desarrollar la inteligencia espacial de los niños. Entonces, dices: «Bueno, voy a dejarle que juegue con ‘Fortnite'». Luego el sábado lees que es muy violento y que los videojuegos incitan a la violencia. Y al lunes siguiente lees que la última evidencia científica dice que no, que los videojuegos no incitan a la violencia. Entonces tú, en el salón de tu casa, dices: «¿Qué hago con mi hijo y qué hago con ‘Fortnite’?». Pues tienes que quedarte en el salón de tu casa, mirar a tu hijo y enterarte de qué va ‘Fortnite’. Yo no soy una defensora de ‘Fortnite’, en absoluto, pero no es el videojuego más violento que ha pasado por las consolas de las casas españolas en los últimos años. Al final se pone de moda un tema y parece como que es la principal preocupación. Si realmente nos preocupa que un videojuego haga que nuestro hijo se vuelva violento, tendremos que mirar a nuestro hijo y por qué creemos que puede volverse violento y verle jugar a ese videojuego o a otro, y ver si realmente cada vez que le pides que pare, eso se convierte en el fin del mundo. ¿Eso por qué pasa? ¿O qué tipo de emociones está viviendo tu hijo cuando está delante de la consola jugando una partida con amigos en línea o presencial en compañía? Creo que no es tanto dejarse llevar por los titulares como informarse sobre el juego y conocer a tu hijo o a tu hija.
Y, a partir de que llegan a una edad, en mi caso el pequeño tiene once, con lo cual ya también con él y con los mayores, hablo de cuando quiero publicar una foto en la que salen, por qué la quiero publicar. Y creo que este es el quid de la cuestión: la intención. Si estamos contando algo al mundo sobre nuestros hijos, y me da igual realmente que sea una foto o un comentario, ¿por qué lo estamos haciendo? Vamos a pensar en quién lo va a leer o quién lo va a ver, pero sobre todo, por qué lo estamos haciendo. Y esto va con una reflexión, quizás un poco más profunda. Muchas veces este hecho de que compartamos la imagen de nuestros hijos en Internet, aunque deriva en que utilizamos su imagen y por tanto les creamos el inicio de una huella digital de la que ellos no son dueños todavía porque no han decidido publicar esa imagen, no lo hacemos tanto por ellos como por nosotros. Quizás en el campo concreto de la maternidad y la paternidad, a veces utilizamos su imagen o hablamos sobre ellos de manera que podamos sentirnos mejores padres. Si yo publico una foto de mi hija leyendo y pongo: «Mi hija está leyendo», pues el mensaje implícito es «mi hija lee», que es algo bueno, y yo he conseguido que mi hija lea, ¿no? Sin embargo, si mi hijo está jugando con la consola y le he dicho tres veces que pare y no ha parado, yo no le hago una foto delante de la consola, salvo que lo haga para decir: «Mi hijo es incapaz de dejar la consola».
Ya estoy invadiendo su privacidad. Pero sobre todo si no lo hago es porque no quiero parecer peor madre, porque le dejo jugar con la consola. No puedo presumir de que mi hijo sea un gran gamer o un crack con el videojuego de turno. Creo que tenemos que hacer un ejercicio los adultos por pensar qué compartimos en Internet y tener un punto quizás mayor de discreción. Ahora se habla mucho… Bueno, ya desde hace tiempo, sobre privacidad. Tenemos que ser más conscientes de este tema, porque de momento nadie más lo va a hacer por nosotros. Y en el caso de nuestros hijos, por lo menos pensar con qué intención estamos compartiendo esa imagen. No es lo mismo una madre que publique una foto de su hijo porque es su cumpleaños y le diga: «Feliz cumpleaños, cariño, cumples 12. Me has hecho tremendamente feliz en todos estos años», por ponerte un ejemplo. Que una madre que publique la foto de su hijo con una botella de agua para decir: «Esta marca de agua es la mejor que puedes beber porque te vas a sentir mucho mejor». Ahí, además, estás utilizando…
Esto me pasa constantemente en los talleres, en las sesiones con familias. Los padres, particularmente los padres, me dicen que esto les ha pillado ya mayores y que esto les viene muy grande y que sus hijos saben más. Entonces, efectivamente, hay muchas veces que nuestros hijos desarrollan trucos o tocan todo con intuición y aprenden más rápido a hacer las cosas. Igual que un niño, por lo general, aprende más rápido a montar en bicicleta que un adulto que por primera vez se sube a una bicicleta. La realidad, cuando tú haces actividades con estudiantes, es que no saben cómo funciona la tecnología. No llegan a entender qué hay detrás de la pantalla que están utilizando. Todo eso, cómo se crea y qué interacciones hay por detrás. Igual que nosotros muchas veces tampoco lo sabemos, ellos no saben qué es lo que hace cada app que tenemos instalada en nuestros smartphones. Nuestros hijos no saben la mayor parte de ellos programar. De hecho, tenemos una generación de niños y jóvenes más consumidores de tecnología que nunca, pero menos creadores de tecnología que nunca. Había más gente que sabía desentrañar código de las máquinas que existían por entonces, imagínate en los 90, que adolescentes que sepan hoy realmente programar una máquina. Y esto es curioso porque…
No tenemos dudas en eso. Pero tenemos todas las dudas del mundo a la hora de plantear normas o plantear cierta regulación o tomar ciertas decisiones en cuanto a la convivencia entre nuestros hijos y la tecnología. Y es porque pensamos que ellos saben más. Bueno, pues ellos no saben más. Tienen más curiosidad y más predisposición y, por lo tanto, en cuanto prueben, van a aprender muy deprisa. Pero un padre, una madre, que se pone a aprender, también va a aprender. Y yo creo que hay muchos padres y madres… A lo mejor no de los nacidos en los 60, que habrá más desnivel, o incluso en los 70, que habrá cierto desnivel. Puede que incluso en los 80. Pero ya nos acercamos a momentos en los que los millenials son padres, y ellos han crecido con Tuenti o con MySpace, o con plataformas digitales en las que hacían muchas cosas que se siguen haciendo hoy en día. Entonces la brecha será siempre generacional, como yo la tuve con mi madre y mi madre con su madre. Pero no es estrictamente digital.
En el campo de las discapacidades, que ahora me acuerde, sé que hay evidencia y estudios, por ejemplo, en el campo del trastorno del espectro autista, en el campo de las altas capacidades. En el caso concreto, por ejemplo, del Síndrome de Down, se establecen las mismas conclusiones respecto a esto que te comentaba del desarrollo cognitivo, no abusar del tiempo de pantalla pensando que… Porque, efectivamente, da un tiempo de calma, porque el niño está entretenido, no va a haber impacto negativo si ese tiempo es demasiado. Creo que al final, por quien es la persona, la clave está en el equilibrio. En buscar un equilibrio entre las ventajas y las desventajas. En función de la discapacidad va a poder haber un impacto positivo del uso de la tecnología digital, por ejemplo, en el aprendizaje visual o en las facilidades para la comunicación interpersonal. A lo mejor no cara a cara, pero sí con personas que estén en una distancia. Y sobre todo, sobre todo, entender que tecnología no es solo redes sociales. No es solo chats y no es solo redes sociales típicas. Tecnología es apps para saber dónde estás y saber cómo volver a casa. Tecnología es aplicaciones o dispositivos para medirte las funciones vitales que es importante que tengas controladas. Tecnología digital es plataformas donde puedes encontrar a gente que atraviesa tus mismas situaciones y, por lo tanto, sentirte acogido y encontrado y reconocido en una comunidad. La tecnología aporta muchas más cosas que las redes sociales. El hecho de cómo sea una persona, discapacitada o no discapacitada, marcará cuál es la clave de ese equilibrio. ¿Es fácil? No, pero no creo que la tecnología en sí misma vaya a representar todo lo malo o todo lo milagroso en una persona. Creo que en función de esa persona habrá que establecer las pautas. De momento, la ciencia recomienda también el equilibrio.
El cuarto paso sería el de comunicarnos mejor con nuestros hijos en todo lo que tiene que ver con este mundo digital. Es decir, hablar más sobre tecnología en casa. Y hablar más sobre tecnología en casa no significa que les demos muchos sermones solamente, sino que les escuchemos hablar sobre sus aficiones digitales. No significa solamente que les regañamos cuando tienen equivocaciones, cuando no paran con la consola o cuando publican algo regular en redes sociales, sino que cuando hacen algo bien en Internet, cuando toman buenas decisiones digitales, también les alaguemos y les reconozcamos el mérito. Y por último, normalizar la tecnología. Normalizar la tecnología no significa ni dar barra libre de wifi ni prohibir las pantallas. Significa integrar la tecnología en el resto de la educación que demos a nuestros hijos en casa en función de nuestros valores y nuestras creencias o convicciones. Dejar de mantener la tecnología en un nicho aparte e incorporarla al resto de la educación. Porque al final lo que nuestros hijos necesitan es nuestro orgullo si meten un gol en un partido de fútbol o si ganan una partida en su videojuego favorito. Necesitan nuestra escucha si nos dicen que quieren ser físicos cuánticos o que quieren ser influencers. Nuestros hijos necesitan nuestra compañía mientras damos un paseo por el campo o viendo el último episodio de una serie en el sofá de casa. Nuestros hijos necesitan nuestro ejemplo mientras leemos o comemos fruta, pero también mientras utilizamos redes sociales. Y nuestros hijos necesitan nuestro cariño con un abrazo o con un like. Y, al final, si dejamos de separar parcelas y entendemos que nos necesitan a nosotros en un mundo que ya no es solo analógico, estaremos dando el paso más importante.