En defensa del diálogo
Michael Sandel
En defensa del diálogo
Michael Sandel
Filósofo y profesor
Creando oportunidades
¿Qué ha sido del bien común?
Michael Sandel Filósofo y profesor
Michael Sandel
Con tan solo 18 años, Michael Sandel retó a Ronald Reagan a un debate en su instituto. Reagan aceptó. Desde entonces, el empeño de Sandel por el diálogo público lo ha llevado a llenar estadios, organizar debates online de manera global o impartir el curso más popular de la historia de Harvard: 'Justicia'.
Sandel está considerado el filósofo contemporáneo más popular del mundo. Profesor en la Universidad de Harvard y Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales 2018, su trabajo bebe del método socrático para fomentar la educación cívica y conectar la filosofía con nuestra vida cotidiana. “La filosofía pertenece a la ciudad, donde los ciudadanos se reúnen y debaten grandes cuestiones sobre cómo debemos organizar nuestras vidas juntos, sobre justicia, sobre cómo lidiar con la desigualdad o sobre qué obligaciones tenemos unos con otros como ciudadanos”, asegura.
En su último trabajo, ‘La tiranía del mérito’, Sandel reflexiona sobre cómo recuperar el bien común en las sociedades occidentales, aquejadas, dice, de dos males relacionados: “la desigualdad económica y la polarización política”.
Transcripción
Me llamo Michael Sandel. Soy profesor de Filosofía Política. Escribo sobre cuestiones como la justicia, la democracia, la ética y las nuevas tecnologías. Más recientemente también he escrito sobre la meritocracia, o lo que yo llamo la tiranía del mérito. Tal vez hablemos de eso durante el coloquio. Creo que muchos de vosotros sois estudiantes y también profesores. Para hacerme una idea, levantad la mano los que seáis estudiantes. ¿Y cuántos sois profesores?Muy bien, con eso me hago una idea. Bien, la filosofía consiste en diálogo. Así que estoy deseando que me hagáis preguntas. Pero es posible que yo también os haga algunas preguntas a vosotros. ¿Os parece bien? ¿Estáis dispuestos a eso?
Pero no estoy de acuerdo. Creo que la Filosofía pertenece a la ciudad, donde los ciudadanos se reúnen y debaten grandes cuestiones sobre cómo debemos organizar nuestras vidas juntos, sobre justicia, sobre cómo lidiar con la desigualdad o sobre qué obligaciones tenemos unos con otros como ciudadanos. El primer filósofo de la tradición occidental fue Sócrates. Sócrates nunca escribió un libro. No era profesor. Lo que hacía era caminar por las calles de Atenas y hacer preguntas a los ciudadanos que encontraba. Y las preguntas desafiaban sus ideas y su forma de pensar. Las preguntas se cuestionaban las convenciones, el trasfondo de nuestras vidas sobre el que a menudo no reflexionamos. Algunas de las personas a las que hacía preguntas se sentían incómodas. Les resultaba incómodo tener que reflexionar sobre sus ideas.
Pero esa es la ciencia de lo que hacemos. Lo que hacemos nosotros como profesores de Filosofía y de Humanidades. Invitamos a los estudiantes, yo lo considero una invitación, a hacer una reflexión crítica sobre sus convicciones morales y políticas, sobre su forma de ver el mundo, a menudo con la ayuda de pensadores y filósofos que han reflexionado sistemáticamente sobre estas cuestiones en el pasado. Ese es nuestro trabajo. Y creo que depende de ver la filosofía como algo conectado con el mundo en el que vivimos, abordando las ideas que hay detrás de nuestros argumentos, que a veces son apasionados, no solo en política, sino en nuestra vida cotidiana.
“La filosofía pertenece a la ciudad, donde los ciudadanos se reúnen y debaten grandes cuestiones”
Voy a decirlo de otra manera. Me preocupa que los jóvenes de hoy en día estén sometidos, a menudo desde muy jóvenes, a presiones competitivas tan intensas por parte de sus padres y sus profesores, desde la adolescencia o incluso antes, que, cuando llegan a la universidad, conciben su educación como una herramienta, conciben la educación en términos instrumentales. Y esto hace que sea más difícil gozar de los beneficios más importantes de la formación universitaria: la capacidad de pararse a reflexionar de forma crítica sobre tus propias convicciones. Reflexionar sobre qué cosas vale la pena preocuparse y por qué, descubrir qué trayectoria, qué carrera pero también qué forma de vida y qué forma de ser son más dignas de mi, de mis propósitos, esperanzas y aspiraciones.Este tipo de reflexión puede forjarse a través del aprendizaje humanístico, del aprendizaje filosófico o reflexionando sobre la gran literatura del pasado. Pero, si las universidades se centran exclusivamente en las salidas profesionales, se convierten en máquinas de clasificar. Confieren las credenciales y definen cuál es el mérito que recompensa una sociedad meritocrática basada en el mercado. Creo que esto no solo es injusto para aquellos que no consiguen acceder a la universidad, que es la que confiere estas credenciales, sino que también es perjudicial para la misión del bien intrínseco al que debe obedecer una educación superior, que es abrir la mente, el espíritu, el corazón y el alma de los estudiantes para brindarles al menos un período de tiempo en sus vidas en el que reflexionar sobre los valores fundamentales y sus propósitos vitales. Y me preocupa que convertir a las universidades en una máquina de clasificar al servicio de una sociedad meritocrática basada en el mercado nos haga olvidar este propósito intrínseco más importante. ¿Pensáis que tengo razón? ¿Es algo que hayáis visto en vuestra experiencia?
Pongamos a alguien que tiene mucho éxito y que tiene un talento tremendo. Pongamos a un gran atleta, Lionel Messi. Vale, ¿sabéis cuánto gana al año como futbolista? ¿Cuánto gana? Alrededor de unos 75 millones de dólares anuales. Es un gran futbolista.
Ahora bien, hay otras personas que tienen mucho talento en lo que hacen. No como futbolistas, sino como profesores en una escuela o en un centro universitario. Incluso los mejores profesores no ganan tanto como Lionel Messi. De hecho, Messi gana unas 1000 veces más que un profesor. Ahora quiero que todos penséis en el mejor profesor, en el más inspirador, que hayáis tenido cuando erais estudiantes, y que me respondáis a la siguiente pregunta: ¿cuántos opináis que Messi merece ganar 1000 veces más que el mejor profesor que hayáis tenido? ¿Cuántos pensáis que Messi sí merece ganar 1000 veces más? ¿Solo una persona? Levantad la mano si creéis que lo merece. Dos personas. Daniel acaba de levantar tímidamente la mano. ¿Y cuántos opináis que no? ¿Cuántos opináis que Messi no merece ganar 1000 veces más? La mayoría de la gente opina que no. Vamos a empezar con los que opináis que sí. Dinos tu nombre. Cuéntanos por qué crees que Messi merece ganar 1000 veces más que el mejor profesor que hayas tenido.
“Debemos preguntarnos si una buena sociedad es una sociedad en la que las personas compiten todo el tiempo entre sí”
¿Quién más tiene una respuesta al argumento de Álvaro de que el mercado determina el valor de las contribuciones de las personas?
Solemos dar por sentado que el dinero que gana la gente es lo que mide el valor social de su contribución. Pero el ejemplo que acabamos de valorar es una pregunta que invita a la reflexión. Muchos de los roles que consideramos verdaderamente importantes en nuestra sociedad, como los profesores, cuidadores, enfermeros y médicos… El mercado asigna un valor a las contribuciones de la gente. Pero ¿es moralmente defendible el veredicto del mercado sobre el valor que tiene cada contribución? ¿O nosotros, como ciudadanos democráticos, necesitamos desarrollar juntos nuestros propios juicios en debates, como este, sobre qué supone una contribución valiosa al bien común y cómo debe ser retribuida? Daniel, tú has dado pie a este dilema. Y hemos tenido al menos el inicio de un debate sobre quién merece qué y por qué, y si el veredicto del mercado es moralmente defendible o no como medida de lo que supone una contribución valiosa al bien común.
Así empezaría a describir lo que significa aspirar, Camila, a una sociedad justa.
¿Y cuántos opináis que no? ¿Que no hay obligación? Bien, aquellos que opinéis que no existe la obligación de recibir inmigrantes de países con bajos ingresos, ¿podéis comenzar nuestro debate y contarnos por qué pensáis eso? Luego escucharemos a aquellos que opinen distinto. ¿Quién quiere empezar? Adelante. Sí.
Por ejemplo, Cristina dice que el hecho de que nazcamos en un país rico o en un país pobre es una cuestión de suerte, y por lo tanto no debería importar moralmente. Y si eso es cierto, entonces, en última instancia, las fronteras nacionales no tienen relevancia ética. Sin embargo, otros participantes de este debate opinan que la identidad nacional tiene algo de relevancia moral. Y en defensa de esta idea, tal vez Sofía quería desarrollar esta idea… Los miembros de una comunidad política tienen una obligación especial entre sí que quizá no tengan con todos los seres humanos del mundo. El concepto del patriotismo parece depender de la idea de las obligaciones especiales hacia nuestro propio pueblo. Pero el concepto del patriotismo y esas obligaciones especiales puede hacernos olvidar, y Cristina quiere recordárnoslo, nuestras obligaciones hacia la humanidad como tal. El debate sobre la inmigración plantea esta pregunta fundamental. Y me parece que no hay una respuesta fácil a esta pregunta, porque no existe una forma fácil de reconciliar dos fuentes de nuestra identidad. Por un lado, nuestra pertenencia a ciertas comunidades con tradiciones y culturas características, y en muchos casos idiomas, que nos proporcionan un significado importante en la vida. Por otro lado, nuestra identidad como seres humanos, nuestra solidaridad con el conjunto de la humanidad, nuestro compromiso con los derechos humanos y la justicia universal. A veces, estos dos principios entran en conflicto y tenemos que buscar el equilibrio en casos difíciles como este sobre si las fronteras deberían existir y cómo.
Solo añadiría otra consideración. Gran parte del debate de la inmigración tiene que ver con la disponibilidad de puestos de trabajo y recursos. ¿Hay bastantes como para acoger a los inmigrantes sin privar a los ciudadanos existentes de servicios, recursos y empleo? Pero hay otra consideración. La inmigración no es solo una cuestión de compartir recursos limitados. También es una fuente de aprendizaje. Más allá del debate económico sobre los efectos de la inmigración, como si la inmigración promueve el crecimiento económico o crea más competencia por los puestos de trabajo. Más allá de esas consideraciones económicas está el hecho de que las sociedades con inmigrantes suelen tener una especie de riqueza por el encuentro de distintas culturas que de otra forma no tendríamos. Aprendemos y crecemos como seres humanos cuando nos descubrimos y cuando estamos expuestos a tradiciones, orígenes y formas de vida diferentes de aquellas a las que estamos familiarizados. Así que, desde este punto de vista, la inmigración puede ser un tipo de educación en el pluralismo y las múltiples maneras de expresar las formas de vida forjadas por distintas tradiciones.
Creo que, aunque no hayamos resuelto el difícil equilibrio entre las identidades universales y las identidades nacionales concretas, es importante recordar la importancia del pluralismo y el aprendizaje que puede brindarnos la inmigración.
Gracias por la pregunta.
“Subestimamos la importancia de la humildad en la vida cívica”
La democracia no requiere una igualdad perfecta, pero sí requiere que personas de distintos orígenes sociales se encuentren a lo largo de nuestras vidas. En las últimas décadas, aquellos que tienen dinero y aquellos que tienen medios modestos se han separado cada vez más. Nuestros hijos van a colegios distintos. Vivimos, trabajamos, compramos y jugamos en sitios distintos. Esto no es bueno para la democracia, porque cada vez se dan menos ocasiones para que se encuentren personas de distintos orígenes sociales, clases y formas de pensar. Ese encuentro es importante porque nos enseña a lidiar con nuestras diferencias y a vivir con ellas. Nos recuerda que compartimos una vida y desarrolla la capacidad de preocuparnos por el bien común. Así que debemos reflexionar sobre el bien común como una cuestión filosófica, como un principio rival del individualismo basado en el mercado, pero también debemos construir nuestra sociedad civil de una forma que nos una y no nos separe en función de estas diferencias, para que nos recuerde la vida que compartimos, porque solo así será posible una política del bien común.
Para hacer frente al cambio climático no basta simplemente con tratar de enseñar más ciencia a la gente, sino que es necesario cultivar una mayor confianza. Así que, en definitiva, es una cuestión política. No es una cuestión de conocimiento científico. Necesitamos invitar a toda la gente a un diálogo público más amplio sobre cómo debemos convivir con la naturaleza. ¿Qué significa vivir en armonía con la naturaleza? ¿Qué significa diseñar nuestra economía y nuestra sociedad para que sea coherente con el respeto por la naturaleza? Esas son preguntas sobre valores. Son preguntas que surgen en la política. No se pueden responder simplemente recurriendo al conocimiento científico.
Necesitamos cultivar el arte del discurso democrático, y para eso necesitamos cultivar el arte de escuchar. Escuchar es una virtud cívica. Y lo que me da esperanza, ya que he tenido la oportunidad de viajar y conocer a jóvenes de todo el mundo, es que veo una sed y una pasión universales por este tipo de encuentros enérgicos pero respetuosos. Razonar unos con otros sobre cuestiones importantes, lo cual es una oportunidad y un placer que me habéis brindado hoy en esta charla. Y por eso quiero daros las gracias a todos. Muchas gracias.