“El cuerpo habla y si no lo escuchas grita”
Elizabeth Clapés
“El cuerpo habla y si no lo escuchas grita”
Elizabeth Clapés
Psicóloga
Creando oportunidades
“Ser una persona sana empieza por conocerse”
Elizabeth Clapés Psicóloga
¿A qué suena la banda sonora de tu vida?
Elizabeth Clapés Psicóloga
Elizabeth Clapés
Imagina que pudieras elegir cada mañana cómo quieres ser, de qué manera te gustaría relacionarte con los demás y cómo hacer una buena gestión de las emociones. Para la psicóloga Elizabeth Clapés es posible si habitamos el presente y prestamos atención a lo que nuestro cuerpo nos está diciendo y por qué. En nuestro día a día tenemos una gran cantidad de pensamientos y sentimientos, nos cruzamos con multitud de personas y experimentamos todo tipo de situaciones. Identificarlas y saber distinguir las que podemos cambiar de las que no es clave para dejar de vivir en piloto automático y hacernos responsables de nuestro propio bienestar.
“La ansiedad nos dice que algo no va bien: que hay un trabajo que nos está afectando para mal, que alguien nos está generando malestar, que hay una decisión que tenemos que tomar y no somos capaces… Cualquier cosa que nuestro cuerpo interpreta que nos está haciendo daño”, sostiene. Escuchar lo que nuestro cuerpo viene a decirnos es comprender que la ansiedad no es más que un mecanismo de alerta ante situaciones que nos resultan amenazantes. Por ello, Clapés insiste en la importancia de hacer ejercicios de introspección para conectar con la capacidad reflexiva que tiene la mente de ser consciente de nuestros estados físicos y emocionales.
Elizabeth Clapés es psicóloga y está especializada en el ámbito de la sexología clínica y las relaciones de pareja. Actualmente se dedica a la divulgación de la psicología en redes sociales y a acompañar a personas en su proceso terapéutico. En sus libros ‘Querida yo’ y ‘Hasta que te caigas bien’ expone la salud mental como una prioridad vital para aceptarnos, cuidarnos y crear relaciones sanas con los demás, primero y principalmente con nosotros mismos.
Transcripción
Entonces, sí que es verdad que, a veces, en la vida pasan cosas: madres que pierden a un hijo, hombres que se quedan viudos de manera inesperada, enfermedades… A veces, la vida te deja fuera de juego. Escucha a tu cuerpo, porque quizá necesita que pares, que te recuperes, que te dediques tiempo a ti, que pidas ayuda profesional. Pero más allá de estas situaciones que yo creo que todos las hemos vivido, yo creo que, si miramos atrás, todos recordaremos un momento de nuestra vida que tiene fecha y hora y que está ahí marcado; un momento en el cual pensamos: «Yo de esta no salgo». Y salimos y estamos aquí. Entonces, es importante recordar que todos hemos pasado por situaciones de: «Yo de esta no salgo». Yo recuerdo cuando tenía 13 años que mi padre se suicidó y cuando mi familia me tuvo que dar esta noticia… Claro, darle una noticia así a una niña de 13 años para la que toda su vida es su padre es algo complicadísimo. Yo recuerdo que, en aquel momento, pensé: «Se acabó. No hay nada después de esto. Si la vida me ha quitado a mi padre, después de esto, me niego a pensar que yo voy a seguir viviendo». No lo veía. No veía nada más. Y mira que me han pasado cosas feas en la vida, pero es un golpe tan fuerte que a mí no podías venir en aquel momento a decir: «Estos ataques de pánico, estos ataques de ansiedad, esta depresión que vas a tener… Escucha a tu cuerpo, a ver qué te pide. Sé resiliente. Vas a salir mejor después de esto». A mí nadie me podía venir a decir eso.
Entonces, hay que admitir y hay que entender que hay situaciones en la vida que te dejan fuera de juego, pero también hay que aprender a mirar atrás y darnos cuenta de que todos hemos vivido situaciones así. Algunos más, otros menos, otros casi ninguna y otros, de repente, 15 de estas situaciones. Pero una vez miras atrás y te das cuenta de que sí, en un momento pensaste que no podrías salir, pero saliste, creo que te das cuenta de que el ser humano es maravilloso. A mi parecer, como psicóloga, como profesional y como persona, he podido ver que el ser humano es resilientemente increíble; es increíble. He visto a personas recuperarse de situaciones que parecían imposibles, y lo hacen. Pero más allá de las situaciones que no podemos cambiar y que nos suceden y punto, a las que sobrevivimos como podemos y de las cuales salimos a rastras, hay situaciones que sí, hay situaciones en las que sí vale la pena escuchar a nuestro cuerpo y decirnos: «¿Qué me pasa? ¿Por qué tengo ansiedad? ¿Por qué cada vez que voy a trabajar, antes de entrar al trabajo me encuentro mal? ¿Por qué cuando acaban las vacaciones, en los últimos tres días de vacaciones empiezo a tener taquicardias, empiezo a tener ganas de llorar? ¿Por qué mi cuerpo me está diciendo esto?». Que yo voy al trabajo y luego, cuando vuelvo a casa, siento alivio, pero por la noche, otra vez, sé que por la mañana, cuando me levante, tengo que volver a este sitio de trabajo.
O: «¿Por qué yo era feliz antes de conocer a esta persona y desde que esta persona forma parte de mi vida no estoy bien? Tengo ansiedad, tengo inseguridades, he llegado a preguntarme cosas que nunca pensé que me preguntaría, que no encajan conmigo. Me estoy comportando de una manera que no me representa». Entonces, vale la pena prestar atención a lo que nuestro cuerpo nos dice y, sobre todo, respetarlo, porque si tú lo escuchas y no haces nada al respecto, no sirve. Pero hay que ser un poco valiente a veces y tomar decisiones que quizá en el momento no te apetecen, pero que tu cuerpo te está pidiendo, por favor, a gritos que tomes.
Si la otra persona acepta tus disculpas, estupendo. Pero si no las acepta, también lo vas a tener que respetar. No tiene por qué perdonarte. Yo recuerdo un amigo mío que fue infiel a su pareja. Habían pasado seis años y él, cada vez que contaba esta infidelidad, lloraba. Lloraba no de manera abrumadora, sino que se le caían las lágrimas. Y él te decía: «No, ella me perdonó, pero yo no puedo. O sea, sí me perdono, pero no puedo hablar de este tema sin que se me caiga una lágrima por el dolor que le causé a esta persona». Me parece precioso. Me parece maravilloso que tú recuerdes con dolor el dolor que causaste. Que eso, obviamente, no te impida llevar una vida funcional, pero los errores están para eso, para que nos hagamos responsables y no los repitamos, evidentemente. Pero, bueno, sí que nos duela el dolor que hemos causado.
Luego, hay otro tipo de culpa que carga mucho y que yo veo muchísimo en pacientes, y es la culpa por haber aguantado según qué. Ya no es la culpa por lo que yo he hecho, sino por lo que he permitido que me hicieran a mí, ¿vale? Esta culpa pesa muchísimo. Cuando estamos vinculados a una persona que nos hace daño: un amigo, un familiar, una amistad, una pareja, sobre todo una pareja yo, como terapeuta de parejas, es lo que más veo, y esta persona nos maltrata, y nosotros intentamos dejarnos la piel en que nos deje de maltratar, en demostrarle a esta persona que somos válidos lo suficientemente válidos como para que nos trate bien, y nos pasamos años “aceptando” humillaciones, vejaciones, faltas de respeto, sentimos pena hacia el otro, culpa… Sentimos un montón de cosas que nos hacen permanecer en esa relación, pero cuando salimos de ella y la pena, la culpa, el sentimiento de responsabilidad, el miedo y estas emociones bloqueantes ya no nos acompañan, surge una frase que yo escucho mucho a mis pacientes, que es: «¿Cómo pude dejar que me hicieran eso?». Y es horroroso y pesa mucho. Pesa muchísimo porque todo lo que “permites”, entiéndase, que te hagan afecta a tu autoestima y a tu autoconcepto, y se te come por dentro. Porque cuando hacen daño a otra persona, saltamos: «¿Cómo permites que te hagan esto?», «¿Cómo tal…?».
De hecho, la sociedad castiga mucho a la víctima y le dice: «Bueno, es que tú lo permitiste, es que tú no pusiste límites, es que tú lo has dejado…». De hecho, yo escuché a una víctima de violencia de género que me contaba que un “amigo” le dijo que el primer tortazo que le pegó su pareja fue culpa de su pareja por maltratador, pero el segundo fue culpa de ella por tonta. Y dices: «Ostras, ¿cómo no va a cargar esta persona con la culpa de haber tolerado?». Pero es que todos somos susceptibles de ser maltratados o de que no nos traten con respeto. Es decir, nadie nace con una armadura que lo protege de todo. Sí que es verdad que hay personalidades que pueden tener más tendencia a tolerar, personas más sumisas y demás, pero yo siempre digo que si no has sido maltratado es porque la persona que tenía que saltar toda tu red de seguridad para conseguir llegar hasta dentro de ti y desde dentro infectarte, no la has conocido. No has sufrido eso porque tú no has conocido a la persona adecuada que haya desactivado todas tus alarmas para que no saltase ninguna, y una vez estuviera dentro de ti… ¡Pum! Es como decir: «Bueno, es que ¿cómo pudiste permitir pillar ese resfriado, ese catarro?». «Bueno, mi sistema inmune no es el mismo que el tuyo, pero tu sistema inmune no es inmune a todo, es inmune a ciertas cosas». Pues es lo mismo. Cuando no has sido maltratado es porque no has dado con la persona adecuada. Adecuada incorrecta. En realidad, incorrecta.
Entonces, creo que es fundamental entender que la persona que más segura está, en el sentido de que la persona que menos posibilidades tiene de ser maltratada, es la que ya lo ha vivido, ha aprendido y va a detectarlo con más facilidad. Pero está muy mal que se nos llene la boca diciendo «¿Cómo has permitido…?» cuando, realmente, hay tantas personas en el mundo que pensar que ninguna de ellas puede acabar contigo es ser muy necio.
Pero sí que es verdad que, más allá del realismo, la vida es lo que es. A todos nos pasan cosas terribles, a algunos cosas más terribles que a otras, pero, al final, yo siempre digo que cuando llegamos al mundo somos un lienzo en blanco, ¿vale?, y el resto de personas de nuestro entorno y los acontecimientos que nos van pasando van pintando ese ese lienzo. Y cuando acabamos nuestra vida lo podemos mirar con perspectiva y ver cómo nos ha quedado el cuadro. En función de los trazos de este cuadro, nosotros somos de una manera o de otra. Tenemos trazos que duelen, trazos que nos hacen llorar, trazos que nos provocan mucha, mucha ira, trazos que nos hacen felices. Cada uno tiene su cuadro, ¿no? Con esos trazos que duelen, ¿qué podemos hacer? Pasarnos toda la vida contemplándolos. A la hora de mirar nuestro cuadro, de ver lo que es el cuadro general, nos podemos pasar la vida mirando esos trazos feos, esos trazos que nos han dolido, pero quedarnos atascados ahí no va a ser de utilidad. Al final, el cuadro es un cuadro completo, con lo bueno, con lo malo y con lo que más o menos ¿vale? Entonces, ¿hay que tacharlos? No. ¿Hay que subrayarlos en fosforito para que sean el centro de nuestra vida y cada vez que tengamos una conversación hablemos de ello, de eso malo que nos pasó y entremos en bucle y una y otra vez y no tengamos otro tema de conversación? ¿Eso nos va a ayudar a encontrarnos mejor? No. Yo lo que digo que hay que hacer con los trazos que duelen es rodearlos, identificarlos, saber que están ahí y decir: «Sí, yo pasé esto, lo pasé tremendamente mal, hay veces que aún me duele y a día de hoy soy de esta manera, reacciono de esta forma y tengo esta manera de vincularme, esta manera de responder porque he vivido esto. Pero aparte de esto, tengo un cuadro enorme y le voy a prestar atención al lienzo completo».
Entonces, yo a mis pacientes siempre les digo: «Háblate a ti misma de manera informal, escúchate y dite: “Tía, te estás poniendo tremendamente nerviosa, te estás enfadando muchísimo, y como sigamos por aquí y te permitas el ‘lujo’ de responder a la otra persona tal y como tú te estás sintiendo, vas a hacer daño al otro y después vas a tener que pedirle disculpas, y además vas a tener que perdonarte a ti misma por lo que has hecho o dicho”. Por lo tanto, respétate y quiérete lo suficiente como para ponerte un límite en ese momento y no permitirte comerte a la otra persona. Que ese monstruito que todos llevamos dentro no se coma a la otra persona». Porque querer también es eso: impedir que la parte mala que llevamos todos se coma a la persona a la que queremos. Entonces, después de este secuestro tomaremos las decisiones que tengamos que tomar, pero serán mucho más racionales. Y yo creo que también es importante tener en cuenta que hay que ser inteligente. ¿Cuántos de nosotros hemos actuado con el subidón emocional y después hemos dicho: «Madre mía, la que he liado»? Incluso hay veces que tú estás en ese subidón y tú sabes que no tienes del todo razón con lo que estás discutiendo. Tú sabes que se te está yendo de las manos, pero aun así estás tan enfadada que lo dejas ir. Hay algo dentro de ti que te dice: «Venga, tú sigue con el drama». Pero no. Realmente, es cero inteligente hacer esto porque te estás perjudicando tú, estás perjudicando al otro y luego vas a tener que pedir disculpas, como he dicho, y perdonarte tú. Porque eso también existe: el perdón a uno mismo, el «ostras, me he pasado media vida…». Porque esto no suele ser una sola ocasión, suele ser un patrón de conducta, un patrón de respuesta constante, ¿no? Hasta que yo no aprendí a respetar esa subida y trabajar en responder en la bajada, yo actuaba de esta forma, ¿no? El «me como a los demás cuando me enfado».
Entonces, considero fundamental que haya un momento de nuestra vida en el que nos paremos y digamos: «Esta forma de actuar no me representa y, sobre todo, no quiero que me represente». Por lo tanto, cuando yo me sienta así, voy a permitirme sentirlo, porque no lo voy a reprimir, no lo voy a controlar, simplemente, lo voy a dejar pasar porque me respeto lo suficiente como para actuar de manera inteligente y saber que las decisiones adecuadas las voy a tomar después, porque no me conviene hacerlo ahora. Y, como me respeto, voy a decidir lo mejor para mí. Porque vivir perdonándose constantemente es agotador. Perdonarse está bien. Todos hemos tenido una racha de nuestra vida en la que no hemos sido la persona ideal ni la persona sana, y todos hemos podido ser el tóxico en la vida de alguien. Es imposible ser el bueno de todas las historias que cuentas. Y si eres el bueno de todas las historias que cuentas, tienes un problema y es que te estás engañando a ti mismo. Entonces, hay que saber perdonar aquella fase, aquella etapa, aquella parte de nosotros que no fue del todo buena, que no actuó bien, pedir disculpas, como he dicho, a quien las merezca y perdonarnos nosotros, porque tenemos que comprender que no nacimos sabiendo que, por desgracia, en la escuela esto no se nos explicó. Que cada uno viene de su padre y de su madre y que, por mucho que lo intenten hacer bien y lo mejor posible, a veces, pues sin querer, no todo sale tan bien como queremos. Mi madre me decía, pobrecita: «Yo cuando me quedé embarazada de ti, me leí todos los libros que había sobre maternidad y educación respetuosa porque quería que tuvieras una vida lo más estable, pacífica y sana posible. Pero se me torció, todo salió mal y todo fue un desastre. Cuando llegaste a la adolescencia, aquello era tremendo» porque yo era… Bueno, tuve una vida muy complicada y a día de hoy soy consciente de que mis padres lo hicieron como humanamente podían.
Pero eso no siempre es suficiente. Por eso hay que autoeducarse, perdonar esa parte de ti que no sabía todo lo que tú sabes actualmente, y seguir y soltar eso. No estoy orgullosa de aquella etapa, pero voy a estar orgullosa de todo lo que yo sea de aquí en adelante.
A los adolescentes hay que enseñarles a sacar conclusiones, pero por su propio pie. Es decir, conclusiones ellos. Hay que enseñarles a cuestionarse y a hacer introspección. ¿Qué es lo que tengo bueno? ¿Qué quiero en mi vida? ¿Qué clase de persona quiero que esté en mi vida? Porque los adolescentes tienen un popurrí de amigos que no tienen nada que ver, que quizá no les aportan nada, les hacen daño, con uno se lleva bien, pero el otro lo trata fatal, el otro le deja de lado, el otro le hace el vacío en clase y dices: «Pero ¿por qué te llevas bien con personas que te hacen daño?». Porque nadie le ha enseñado a seleccionar. Y esto le pasa a él, pero nos pasa a nosotros como adultos, que luego crecemos y decimos: «¡Ostras, menudo percal! Porque estoy rodeada de personas que la mitad no me aportan nada». Y te vas quedando sin amigos en la adultez y dices: «¿Me estoy quedando sin amigos?». No, es que en la adolescencia no filtrabas. Cuando eras más joven no filtrabas y ahora empiezas a filtrar. Empiezas a filtrar y te empiezan a filtrar a ti, ojo. Que tampoco vamos a entrar en el rol victimista de que a mí todo el mundo me hace daño, pero yo soy un santo. Esto no es verdad. Pero empezamos a filtrar, empezamos a elegir nuestra paz mental, empezamos a darnos cuenta de que quien me trata bien un día no tiene por qué ser mi mejor amigo. Porque esto para los adolescentes es un «¿Me llevo bien con él? Mi mejor amigo. ¿Me llevo bien con aquel? Pues también. Luego hay una discusión, pero lo arreglamos. ¿Me hace algo terrible? Da igual, lo perdono». A los adolescentes hay que enseñarles a poner límites también para que no les llegue tan tarde en la adultez. Pero también soy muy partidaria de darles cierta libertad a que se equivoquen y no estar haciéndoles el camino para que vayan por ahí. Al final todos hemos sido adolescentes y todos hemos aprendido. Es necesario, pero si aprendemos desde la introspección, muchísimo mejor.
Entonces, es importante que, tal cual lo sentimos, no vayamos al otro a buscar respuesta a lo que yo he sentido. Es decir, si yo lo he sentido, busco respuesta en mí. Y si veo que me está generando mucho malestar, vamos a normalizar también el decirle a nuestra pareja después: «Mira, cariño, me he enfadado por algo que yo sabía que no tenía derecho a enfadarme, por eso no te he dicho nada en el momento, pero me he sentido insegura en este instante cuando te he visto hablando con esta chica. No te preocupes, que yo ya me he dado cuenta de que no era normal, pero te lo quería transmitir para que lo supieras, porque somos una pareja y quiero compartirlo contigo». Entonces, sí que considero que es importante validarse e interpretar adecuadamente, más allá de todo lo que sentimos, el exterior, para también poder ser conscientes cuando hay personas de fuera que intentan hacernos sentir de determinadas maneras: pequeños, maltratados… Es decir, si estamos siempre buscando validaciones fuera en lo que nos dicen los demás, nos van a manipular porque en muchas ocasiones nos vamos a encontrar con personas que nos giren la tortilla. Entonces, hay que poner en pausa todo, pensar: «Vale, ¿yo qué estoy viendo y yo qué entiendo? Y a partir de aquí, ¿qué voy a interpretar?». Por qué hay personas que nos hacen sentir pequeños, que si tú buscas la validación en una buena persona, genial, pero si la buscas en la persona equivocada, ¿qué? Tú tienes que tener un eje dentro de ti inamovible. Bueno, inamovible tampoco, pero casi inamovible. Que te diga: «Esto sí, esto no, esto lo toleras, esto no. Para, piensa y cómo interpretas el exterior», ¿no?
Porque si no tienes tú eso y lo buscas fuera, te vas a encontrar con buenas y te vas a encontrar con malas personas. Y si te encuentras con malas y como interpretas tú el exterior depende de lo que te dicen los demás, nos vamos a ver en situaciones como, por ejemplo, el «sé que me has sido infiel», imaginemos que realmente sí, «sé que me ha sido infiel, pero como tú me dices que no, como tú me dices que estoy loca, que he perdido la cordura, que no tengo razón, que son imaginaciones mías, como yo me valido contigo, me lo voy a creer». Pero no, yo tengo un eje dentro de mí y yo lo que veo, lo que vivo, lo que experimento, me lo creo porque yo valoro el exterior con mi criterio, y mi criterio es válido. Hay personas que nos hacen sentir pequeños, hay personas que nos hacen sentir mal, y a veces no somos capaces de entender por qué. No sé si habrá sucedido alguna vez que estás con alguien, ya sea un jefe, cierto familiar o amigo o pareja incluso, y cuando estás con esa persona, independientemente de lo que sea el exterior, tú te sientes pequeño. Te sientes por debajo de esa persona y sois dos seres humanos igual, pero automáticamente esa persona aparece y hay una aura que pasas de tener un tamaño normal a estar secado con secadora. Así, pequeñito. Te hace pequeño, ¿no? Y aquí yo siempre les digo a mis pacientes que lo que te transmite una persona, la vibra que te da una persona, es suficiente como para que tú tomes una decisión y después desde fuera ya, a partir de ahí, vemos qué hacemos.
Pero para alejarte de una persona basta con cómo te hace sentir. Y siempre pongo el ejemplo de la vitrocerámica. Si el fuego de la vitro está encendido y yo pongo la mano, cuando me queme, yo apartaré la mano, ¿vale? Pues lo que nos transmite una persona está para exactamente lo mismo. Tú, si te quemas, no pones la mano, te estás quemando y dices: «Voy a ver si realmente me estoy quemando. Quizá soy yo que estoy loca y que estoy interpretando la realidad de una manera que no es. Quizá no me estoy quemando mucho, quizá no duele tanto, quizá estoy exagerando. O puede que la vitro no esté encendida y sea…». No, tú apartas la mano y después ya ves si la vitro está encendida y la pagas. Pues la vibra, lo que te transmite una persona, es lo mismo. Me estás generando malestar. Me estás haciendo sentir pequeña. Hay algo de ti que a mí no me está haciendo sentir bien. No me voy a quedar aquí a ver qué, si yo estoy loca, si es que estoy exagerando… No, porque yo tengo algo dentro de mí en lo que confío plenamente y es en cómo me hace sentir mi entorno. Y si tú me haces sentir mal, yo me voy a alejar y después con perspectiva voy a decidir, porque desde aquí fuera se ven muchísimo mejor las cosas. Entonces, cuando yo pueda tomar perspectiva y esté alejada, veré si es que realmente ha sido una interpretación mía, si es que realmente puede que lo haya exagerado, si es que en ese momento yo tenía un mal día y por eso me tomé a mal tu comentario, pero lo primero de todo es que me voy a hacer caso yo porque soy lo suficientemente importante y porque me valido lo suficiente y porque me conozco como persona y sé cómo soy, y si tú me haces sentir mal, es que algo pasa.
Entonces, no me voy a quedar a esperar a que me destroces para que luego yo ya tenga pruebas fehacientes de que me ibas a hacer daño, sino que directamente a la que me haces sentir así, yo me alejo. Hay un experimento que se hizo en la Universidad de Stanford, que me encanta, que lo hizo Zimbardo y es que hizo un grupo de personas de jóvenes mentalmente estables, con todos más o menos las mismas variables, y los separó en dos grupos, ¿vale? Uno de los sótanos de la parte de psicología de la Universidad de Stanford, lo transformaron en una cárcel y allí los metieron y dijeron: «La mitad son guardias y la mitad son prisioneros. A ver qué pasa». Era fingido, se les pagaba lo que era en aquel momento quince dólares. Por lo tanto, no había una gran remuneración, pero había un pequeño incentivo. ¿Qué sucede? ¿Qué sucedió? Sucedió que, pese a ser un experimento y los que estaban formando parte del experimento saberlo siendo conscientes de ello, los prisioneros empezaron a actuar como prisioneros y los guardas empezaron a actuar como guardas: castigando a los prisioneros, quitándoles el colchón, quitándoles las mantas, haciéndolos pasearse desnudos por la cárcel humillándolos, llegando a agredirlos cuando eran personas iguales. Y los prisioneros desarrollaron trastornos emocionales por esto. Pero ¿por qué? Si al final habían sido metidos allí en un experimento. Porque a veces hay personas que se posicionan por encima de ti y este sesgo de autoridad tú te lo crees. Hay gente que se sube a un pedestal y parece que tú tienes que respetar el pedestal en el que ellos se han subido. Pero no es así.
Por eso es muy importante que tú tengas un eje dentro que te ayude a validar lo que hay fuera y decir: «Vale, muy bien», en el caso del experimento de Stanford, «estoy en un experimento. Esto, por mucho que yo sea guarda, que yo tenga que…». Porque la única indicación que se les dio es «tenéis que mantener el orden en la cárcel fingida» obviamente, y siendo todos conscientes de que era fingida. «A mí me han dado esto. Por mucho que yo vea que mis compañeros están ejerciendo violencia sobre los prisioneros, yo la realidad sé cuál es y por lo tanto tomo decisiones por mí, porque si no, puede suceder, como también en otro experimento que hizo Milgram, y es que la presión del público fue capaz de que el sujeto que estaba en el escenario diera descargas eléctricas a otra persona. Por presión de los demás, ¿vale? Evidentemente, las descargas eléctricas eran fingidas, estaba todo montado, pero el sujeto que presionaba el botón de las descargas era una persona totalmente normal y por presión fue capaz de llegar a pensar que aquello era lo adecuado. Por eso es importante tener un eje dentro de ti, porque si no, lo que sucede fuera va a acabar cambiando como actúas tú.
Cuando expongo la parte mala, lo hago con cosas con las que me siento cómoda exponiendo. Estoy nerviosa porque tengo una entrevista. Me ha pasado esto con el coche, tal. Pero yo no expongo: «He discutido con mi pareja, tenemos problemas familiares, no nos ponemos de acuerdo con esto, hemos tenido una crisis tremenda, me estoy planteando la relación…». Yo esto no lo expongo, pero pasa. Pero pasa, como nos pasa a todos. Entonces, es importante para mí transmitir a los adolescentes que yo he estado en los dos lados. Y desde este lado, admiré muchísimo lo que veía en redes sociales y, desde este, te digo que no era verdad y estaba equivocada. Nada, ninguna vida es tan perfecta como parece, y nos tenemos que tomar la libertad de dejar de seguir aquellas cuentas que nos generan malestar. Yo hubo una época de mi vida en la que empecé a ir al gimnasio y quería tener un cuerpo más acorde a los cánones de belleza. Y me está obsesionado con ciertas modelos que tenían unos cuerpos que yo nunca alcanzaría, principalmente porque me sacan dos cabezas y el crecimiento no lo puedo cambiar. Pero yo sufría cuando veía esas fotos, esos cuerpos, y hubo un día que dije: «Pero ¡qué leches! ¡”Dejar de seguir”, hombre!». Que ella puede subir las fotos que quiera y, de verdad, eres preciosa y maravillosa, pero yo no te puedo estar viendo todos los días porque a mí no me hace bien, porque en este momento de mi vida yo no me siento bien con mi cuerpo y, si yo no me siento bien con mi cuerpo, no puedo ver cómo tú me estás exponiendo lo que yo no puedo tener y esto que tanto ansío. Entonces, si estamos pasando por un momento complicado a nivel familiar, quizá seguir a influencers que están exponiendo su vida de pareja con sus hijos, sus padres y todo ideal y perfecto, no es lo que nos va a convenir en ese momento.
Entonces, quizá estas cuentas las dejamos de seguir y, cuando nos encontremos, mejor podemos retomar. O si estás muy mal con tu pareja, no sigas a la pareja que parece perfecta en redes sociales porque te estarás autoengañando. Te estarás engañando tú, ellos no lo están haciendo por hacerte daño, y esto es importante tenerlo en cuenta porque luego abres las publicaciones de los influencers y ves un «Seguro que lo vais a dejar ya», «Todo eso es mentira»… tampoco hace falta esto. También hay que gestionar un poquito las emociones desagradables para que no se coman a los demás, como hemos dicho antes. Pero tomémonos la libertad de dejar de seguir a alguien porque nos genera malestar. Y más allá de dejar de seguir a alguien que nos genera malestar, lo cual es muy lícito, también hay que hacer introspección y decir: «Vale, ¿por qué me genera malestar esta persona? ¿Qué es lo que tiene esta persona, qué proyecta esta persona que a mí me está haciendo daño?». Porque esto es el mundo digital, estupendo, maravilloso, pero luego yo tengo mi vida y, en mi vida, esas inseguridades que me está despertando esta persona, que me está acentuando, que me está recordando, van a seguir afectando. Porque lo que yo veo en redes sociales también lo veo en la vida real. En la vida real, hay parejas preciosas de amigos que yo voy a ver y quizá también me generan inseguridad, ¿no? Entonces, también hay que trabajar esa parte de decir: «Vale, tú», tú o quien sea, «me has ayudado a darme cuenta de una inseguridad que yo no voy a escupir contra ti. No voy a atacarte en redes sociales por ello, voy a dejarte de seguir por mi bienestar. Pero aparte de eso, por mi bienestar, también voy a explorar y voy a abordar estas inseguridades que me generas o estas inseguridades con mi cuerpo, estas inseguridades con mi relación».
Yo creo que también está bien que a veces nos cuestionemos nuestra propia vida. En lugar de decir: «Mira, siento envidia, pues a esta influencer la voy a poner a parir por este tema» o «Esta pareja la veo muy perfecta, a mí me molesta porque mi relación es un hombre que no se levanta del sofá en todo el día y no me regala una rosa el día de San Valentín, pues me voy a poner a criticar esta relación». No. Me alejo de lo que me hace daño y hago una introspección: ¿por qué me genera malestar eso?, ¿qué hay en mi vida que no me gusta y que debería cambiar?, o quizá no “deber cambiar”, sino “aceptar”, aceptarse tal y como eres. Porque yo no he cambiado desde que veía esas influencers que tanto me gustaban sus cuerpos, soy la misma persona, pero he aprendido a valorarme tal y como soy, a quererme tal y como soy, y a entender que ella tiene un cuerpo precioso, yo tengo otro cuerpo precioso porque ambos cuerpos nos permiten llevar una vida saludable y hacer ejercicio y jugar y reír y hacer el amor y estar con amigos… todo esto. Entonces, es «Sí, te dejo de seguir, pero además me trabajo yo para ver donde está esa carencia que me ha hecho que tú me generes malestar».
Entonces, ese momento de elegir libro, para mí era un momento conmigo. Era un momento de cuestionarme yo qué quería leer esa semana, sobre qué historia quería aprender algo, sobre qué… Bueno, en qué iba a estar pensando esa semana. Porque mi madre me daba esa semana para leérmelo. Si el domingo siguiente yo no me había acabado el libro anterior, yo no podía vivir ese momento de ir a la librería y buscar un libro nuevo porque no me había acabado el que me había comprado la semana pasada. Entonces, yo, como me gustaba tanto ese momento de elegir libro, ya me espabilaba de lunes a viernes para leérmelo y poder volver a vivirlo. Creo que hace falta inculcar a los jóvenes momentos así. Momentos de elegir un libro, leerlo, prestar atención, pintar, dibujar, meditar incluso. Antes, hasta hace unos años, tú decías “meditar” y te imaginabas a un Buda. No era algo normalizado. Y a día de hoy, hablamos del mindfulness y decimos: «Bueno, meditar, estar en el presente». Estar en el presente activa el sistema parasimpático, nos devuelve a la calma. El fregar los platos. Yo me doy cuenta de que llego a casa, friego los platos con música, cuando me ducho, pongo un pódcast, cuando conduzco pongo música a tope, canto, y cuando me voy a la cama, pongo una serie. Y cuando hay un silencio absoluto en mi casa porque no he puesto nada, me siento incómoda porque no me han enseñado a estar en silencio, a fregar los platos y estar notando la temperatura del agua, la cantidad de jabón que pongo, si el plato queda limpio o no queda limpio, cómo colocarlo para que no se me caiga todo y se me rompa…
Y yo creo que a los niños hay que enseñarles estos momentos. A los niños, a los adolescentes, pero, sobre todo, yo incidiría desde la infancia, ¿no? A enseñarles estos momentos para ellos, a ponerse… Va a parecer una tontería, pero a elegir el jabón que les gusta, a ponerse cremita, a peinarse tranquilamente sin pegar estirones rápido para llegar al cole, no, a elegir la ropa del cole el día anterior. «¿Qué te quieres poner mañana? A ver, ¿qué asignaturas tienes? ¿Mañana tienes educación física? Pues vamos a ver, ¿qué te va a hacer estar más cómodo? Y luego ¿qué chaquetita te vas a poner? Y luego…». Ayudar al niño a tener espacios para él, para conectar consigo mismo y para dejar de vivir en piloto automático y regresar un poquito al presente y a la calma.
Entonces, es fundamental decir: «Vale, me conozco, sé lo que necesita una persona como yo, y a las personas que permito formar parte de mi burbuja, de mi vida, ¿vale?, les tengo que poner límites para enseñarlas también cómo tratarme». Porque quizá tengo una amiga a la que quiero muchísimo, pero es muy directa. A veces suelta unos comentarios que a mí me hacen daño porque yo soy sensible y le puedo decir: «Mira, Marta, te quiero muchísimo, pero ¿sabes qué me pasa? Que cuando contestas de esta manera me haces daño y me gustaría que, por favor, tuvieses un poco más en cuenta como soy yo, ¿no?». Entonces, poner límites es fundamental para construir un entorno sano. Y construir un entorno sano también pasa por hacer una buena selección de personal. Tu vida es como una empresa. Tú en tu empresa no vas a contratar a cualquiera. Al primero que te dé un currículum, para dentro. No. Vas a hacer una selección de personal. Esa selección de personal también se hace con los amigos. Tienes que seleccionar a las personas a las que dejas formar parte de tu vida, porque tienes que entender que formar parte de tu vida es un privilegio. Tú estás decidiendo que alguien pase tiempo contigo, tiempo que tú no vas a recuperar. Por lo tanto, es un privilegio. Y quizá llevas seis años sin hacer ningún tipo de limpieza de personal y te das cuenta de que hay personas que ya que ya no están en tu onda, que tú has evolucionado y ellas no, o ellas han evolucionado hacia otro lado, que habéis cogido caminos distintos, que no te gusta en lo que se han convertido, y por lo tanto creo que es importante también hacer limpieza de personal, de decir: «Vale, estas personas en su momento me hicieron feliz, pero ya no. Entonces, hay ciertas compañías de las que voy a tomar distancia». Por lo tanto, podríamos resumirlo un poco en: conocernos para saber lo que necesitamos, poner límites y hacer limpieza de personal. No arrastrar siempre toda la vida las mismas personas, porque nosotros evolucionamos y nuestras relaciones tienen que evolucionar también con nosotros.
Entonces, consiste en eso, en saber muy bien quién quieres ser y lo que quieres transmitir a los demás y ponerte pequeñas metas para poder ir alcanzando ese punto. Yo creo que es muy importante algo que dijo un filósofo que se llama Immanuel Kant en su imperativo categórico, que era, la frase no es exactamente así, pero entiéndase el concepto de: «Actúa de manera que tu conducta pueda ser adoptada como ley universal». Y yo lo empleo mucho, tanto en consulta como conmigo misma, el decir: «Vale, si todo el mundo actuase como yo en este preciso momento, ¿qué pasaría? ¿El mundo iría mejor o el mundo iría peor?». Ser una persona sana para los demás creo que pasa por entender que estamos en una comunidad, que cuando vamos por la carretera y le cedemos el paso a alguien, estamos teniendo un gesto con una persona que, aunque no nos lo diga, quizá nos lo está agradeciendo. Dar una buena cara, un buen gesto, una sonrisa, una bonita palabra, son pequeñas formas de hacer el mundo un poco más bonito. Porque ya de por sí, el mundo a veces es feo, feo tremendo, y cuando vemos un vídeo en Instagram o en Facebook de un bombero salvando un gatito, decimos: «Ojalá más personas así». Podría haber más personas así. Al final, actúa de manera que tu conducta pueda convertirse en ley universal. Y ser una persona sana, ya no para los demás solo, sino para el mundo en general, es aplicarnos muchísimo esta manera de pensar: entender que vivimos en una comunidad y actuar como una comunidad con un bien común, que es el que, dentro de lo posible, entre nosotros nos tratemos todo lo bien que podamos. Porque todos tenemos mochilas que pesan y cargas y dolores. Y tú, cuando tienes a alguien delante, no sabes lo que está viviendo esa persona. Por lo tanto, sé todo lo amable que puedas porque el mundo va bien, o la parte del mundo que va bien, va bien gracias a personas así, y no a lo contrario.