Aprendizaje infantil: la importancia del lenguaje
Héctor Ruiz
Aprendizaje infantil: la importancia del lenguaje
Héctor Ruiz
Neurobiólogo
Creando oportunidades
Técnicas de aprendizaje según la ciencia
Héctor Ruiz Neurobiólogo
El cerebro y sus conexiones: aprender a aprender
Héctor Ruiz Neurobiólogo
Héctor Ruiz
¿Por qué a unas personas se les dan mejor los estudios que a otras? ¿Es solo una cuestión de esfuerzo o de capacidad? ¿Cómo funciona nuestra mente cuando estudiamos? Héctor Ruiz se define a sí mismo como “un biólogo al que siempre le ha apasionado la educación”. Desde hace años, investiga científicamente las acciones y circunstancias con las que nuestro cerebro aprende mejor. Su objetivo es tender puentes entre el mundo educativo y los descubrimientos científicos más recientes sobre el cerebro: “Las ciencias cognitivas han avanzado de forma exponencial en los últimos años. Lo que sabemos ahora, debería llegar a quien más provecho le puede sacar: estudiantes, docentes y gestores educativos”, explica. En sus libros ‘Aprendiendo a aprender’, ‘Cómo aprendemos’ y ‘Conoce tu cerebro para aprender’, nos ayuda a entender cómo funciona nuestro cerebro para que nuestros hábitos de estudio sean más efectivos, estudiando las estrategias de aprendizaje más eficaces y desmitificando otras que no lo son.
Héctor Ruiz Martín es experto en neurociencia y psicología del aprendizaje, director de la ‘International Science Teaching Foundation’ y asesor educativo. Investiga en el campo de la psicología cognitiva de la memoria y el aprendizaje. También ha sido profesor, tanto en la educación secundaria como en la universidad.
Transcripción
El esfuerzo puede estar mal canalizado, yo puedo dedicar mi tiempo, mis energías, mis ilusiones, incluso, a hacer cosas que en realidad no son eficaces a la hora de ayudarme a aprender. En cambio, lo que la investigación en las últimas décadas nos indica es que, ciertamente, hay una serie de acciones, hay una serie de circunstancias que, si las tenemos en cuenta a la hora de aprender, nos van a ayudar a ser más productivos con nuestro esfuerzo, porque tienen que ver con la forma en que nuestro cerebro aprende. Cuando aquello que hacemos o las situaciones en que nos situamos están alineadas con esa forma que tiene de aprender el cerebro, conseguimos que nuestro esfuerzo nos lleve a aprendizajes de más calidad, aprendizajes más duraderos, más transferibles, y ahí es donde a ese factor deberíamos empezar a darle relevancia, porque la tiene. Es un factor ambiental, es un factor en el que podemos intervenir. No podemos intervenir en la habilidad. Cuando nos llega un alumno nos llega con una habilidad determinada. Sobre el esfuerzo, podemos intentar intervenir todo lo que podamos, generando motivación, pero como docentes también les podemos enseñar a aprender, es decir, que ellos sepan, cuando tienen que aprender por su cuenta, cuál es el tipo de esfuerzo que va a ser más productivo.
Si me permites, uso una analogía sobre esta idea. Imagínate que tomamos a una persona que no sabe nadar y la situamos en medio de una piscina, una piscina que no cubre, no se va a ahogar, pero la situamos en medio de la piscina y sin enseñarle a nadar, le decimos: “Nada. Tienes que nadar. Tienes que ir de lado a lado de la piscina lo más rápido que puedas”. Claro, si no le enseñamos a nadar, ¿esa persona qué va a hacer? Pues va a hacer lo que pueda. Va a nadar y va a buscar la manera que le parezca más intuitiva de nadar. Pero seguramente va a ser una forma de nadar muy poco eficaz. Si a la persona que hemos puesto en la piscina le enseñamos crol, que es la forma más eficiente de nadar y que no es intuitiva en absoluto, lo mismo pasa con las buenas estrategias de aprendizaje, lo que vamos a conseguir es que mejore su rendimiento. Y no importa si esa persona ya venía con una actitud adecuada para la piscina, para la natación, si esa persona tenía las manos grandes, los hombros anchos, o más bien era una persona poco, digamos, preparada inicialmente para la natación. Si les enseñamos crol a ambas, ambas van a mejorar mucho. Claro que una va a conseguir ir más rápido y más lejos que la otra, pero las dos se van a beneficiar de haber aprendido a nadar.
Pues lo mismo pasa con el aprendizaje. Hay muchos estudiantes que tienen una habilidad que les permite ir superando los retos de aprendizaje, los retos escolares, y hay otros que ya de entrada no. Pero ambos creen que eso es todo, todo lo que entra en juego será su habilidad o será el esfuerzo que le pongan. Incluso habrá el que piense que da igual el esfuerzo que le ponga, que su habilidad va a ser una barrera y no va a conseguirlo, por lo tanto, se va a dejar de esforzar. Y ahí es donde entender que la técnica, lo que hacemos cuando aprendemos, puede marcar diferencias, y que el que ya está teniendo éxito puede conseguir que su éxito sea mucho más productivo, es decir, que su aprendizaje sea más profundo, pero, además, cuando los retos se vuelvan más complicados, cosa que sucede en la educación superior, pues va a tener también más herramientas para superarlos. Tengamos en cuenta que hay muchos alumnos a los que durante la etapa escolar les va bien, incluso muy bien, pero cuando llega la universidad y los retos se hacen mucho más exigentes, ahí tienen problemas y, de nuevo, no caen en el hecho de que quizá el problema no es ni su habilidad ni el esfuerzo, porque seguramente se siguen esforzando, pero no se esfuerzan bien, no están invirtiendo bien su esfuerzo para superar ya retos mucho mayores. Y en cuanto a los que de entrada ya tienen dificultades, aprender a aprender, aprender qué estrategias de aprendizaje son las más eficaces, les va a ayudar, les va a motivar, les va a hacer creer en que pueden y, por lo tanto, va a poner en marcha esa rueda, que es la que lleva a aprender, al aprendizaje.
Pues bien, la memoria semántica funciona como una red. Funciona como una red en la que todo lo que vamos aprendiendo se va conectando. No es un almacén donde vamos simplemente añadiendo datos sin ninguna configuración, sino que implica no solo esos datos, sino las relaciones semánticas, las relaciones de significado que hay entre ellos. Si saliéramos a la calle y le preguntáramos a cualquiera: “¿Cómo cree usted que funciona la memoria?”, “¿Cómo cree que aprendemos?”, lo más probable es que utilizara analogías, como una biblioteca. Una biblioteca que de entrada estaría vacía, con sus estanterías vacías y que a través de nuestras experiencias se iría llenando de libros, que serían los conocimientos. O la analogía por excelencia es la del disco duro de un ordenador, pensar que la memoria es como un disco duro que se va llenando con la información que entra por nuestros sentidos. Pero nuestro cerebro, nuestra memoria, no funciona como ninguno de estos dispositivos, porque, como te decía, no se trata solo de ir añadiendo datos allí donde hay un sitio para ponerlos, sino que nuestra memoria necesita conectar aquello que está viviendo, aquello que está experimentando con la información que ya tiene. Cuando tenemos una experiencia no la recordamos exactamente. No la recordamos literal. Imagínate que ahora te pidiera: “Venga, repite todo lo que he dicho hasta ahora literalmente”. Sería imposible.
Entendamos bien lo que significa la memoria. Incluye la capacidad de obtener un conocimiento profundo, un conocimiento que va a determinar aquello no solo que sé, sino aquello que sé hacer.
En el modelo de memoria del que estamos hablando, ¿qué significa? Pues significa un aprendizaje en el que hemos generado muchas conexiones. Hemos creado muchas conexiones en nuestra memoria con diferentes contextos, con diferentes datos, con diferentes situaciones. Todas estas conexiones son lo que hacen que vaya a ser más sólido, que sea más transferible a nuevas situaciones, porque más pistas, más contextos lo van a activar. De hecho, estas conexiones tenemos que verlas como los caminos que nos permiten llegar a nuestro conocimiento. Piensa que una cosa es tener algo en la memoria y otra cosa es encontrarlo. Y, finalmente, todas estas conexiones son las que también facilitan que cuando tratamos de aprender algo nuevo sea más fácil conectarlo y aprenderlo.
Por lo tanto, primera cuestión: aquello que debe suceder en las repeticiones es que pensemos sobre el objeto de aprendizaje. No, una mera exposición no es suficiente. Fíjate en que hay otra situación que es muy habitual en la que podemos repetir muchísimas veces algo, pero se nos olvida inmediatamente. Cuando tratamos de apuntar un número que nos acaban de decir, una matrícula, mientras buscamos el papel para escribirlo, o encontramos el boli que pinta para escribirlo, vamos repitiéndolo en la cabeza continuamente. Y cuando por fin lo escribimos, puf, desaparece. Lo olvidamos. Porque si quisiéramos recordarlo, tendríamos que pensar sobre el número. Tendríamos que pensar si en ese número hay patrones que nos resulten familiares de otros números que conocemos: fechas, códigos postales, “passwords”… Y entonces buscar esas relaciones es lo que nos va a permitir realmente recordar el número, pero, como decía, estoy hablando de hechos. Si habláramos de conceptos e ideas, aquí ya sí que no hay alternativa. Para aprender un concepto o una idea hay que darle significado, hay que darle sentido. Hay que pensar sobre lo que significa, hay que pensar, que compararlo con otras cosas que sabemos. Hay que pensar en ejemplos de nuestra propia cosecha. Crear analogías con cosas que ya sabemos para darle significado.
Este pensar, al que llamamos elaborar, es una de las claves de las cosas que tienen que suceder y que, si suceden varias veces, el aprendizaje se va a ir reforzando. Porque sí: practicar, repetir, hace… Practicar las cosas adecuadas hace que aprendamos. Pero una cosa más. La otra cosa que es importante es el cuándo repetimos. Fíjate en que una práctica habitual es, que lo hacen muchos estudiantes, por ejemplo, si tienen que aprender algún tipo de procedimiento, resolver un tipo de problema, por ejemplo, pues van practicando con varios problemas. Y, a pesar de que quizá en ese momento ya han sabido cómo resolverlo, siguen haciendo muchos más con la idea de que eso va a fortalecer su aprendizaje. Bueno, pues en realidad, esto no es tan así. En el momento en que algo ya sabemos hacerlo, ya sabemos responderlo, seguirlo practicando no va a consolidar mucho más ese aprendizaje. En cambio, si nos esperamos un poco, unas horas, un día, y entonces sí, lo volvemos a practicar, ahí es donde sí que esta práctica, esta repetición, va a ser realmente eficaz. Esto es lo que se llama la práctica espaciada. Y esto hace que el aprendizaje, la repetición, sí sea eficaz. Piensa, además, que repetir de una manera masificada es muy desmotivador. Si, además, resulta que tampoco es eficaz cognitivamente hablando, realmente vale la pena que replanteemos ese tipo de práctica y que tratemos de espaciarla, que además es mucho más motivador. Ayuda a la motivación irse repartiendo esas repeticiones en el tiempo.
Por ejemplo, tenemos la más famosa. Es la conocida como el palacio de la memoria, que, básicamente, consiste en, primero, crear en tu mente un viaje virtual, perdón, un viaje mental por algún lugar que nos es muy conocido: nuestra casa, nuestro barrio… Pensar cómo haríamos un itinerario mental por él e ir eligiendo lugares de ese itinerario donde, cuando tratemos de recordar una lista de cosas, las iremos situando visualmente ahí. Nos imaginaremos a nosotros mismos caminando por ese itinerario e iremos situando los elementos que tratamos de aprender en él. Por ejemplo, si quiero recordar las clases de vertebrados que existen y yo me he creado mi palacio, por ejemplo, mi casa, yo puedo empezar imaginándome pues a un pez en la taza del váter, los peces, luego, una rana encima de mi cama, lo tengo que visualizar. Los anfibios, luego una lagartija subiendo por las escaleras, y esta sería un poco la idea, el crear esta imagen me va a ayudar terriblemente a recordar.
Pero hay otras estrategias. El método de los acrónimos. Básicamente, cuando tengo que recordar una lista, puedo tomar las primeras letras de las palabras de esa lista, formar una palabra que me va a resultar más fácil de recordar, y que me va a dar la pista de por qué letra empiezan. O tomar fragmentos. Una muy clásica que usan los estudiantes de Biología para aprender las fases de la mitosis, la división celular, una regla mnemotécnica que es decir: “Prometo, Ana, telefonear”. Pro, met, ana, tel, que es profase, metafase, anafase, telofase. Estas reglas claro que son útiles para determinadas cuestiones, cuando uno tiene que recordar un nuevo vocabulario, unos nombres le pueden ayudar, pero a medida que uno aprende esos nombres ya le salen solos, ya no necesita las reglas mnemotécnicas para crear esos caminos, esas rutas hasta lo que uno trata de recordar. Y ya, espontáneamente, utiliza ese vocabulario sin necesidad de las reglas. Las reglas nos ayudan cuando estamos todavía… Cuando nos resulta totalmente nuevo lo que tratamos de aprender, y es un hecho. Un concepto hay que entenderlo, no tiene nada que ver con la mnemotecnia.
Cuando espaciamos, nos damos la oportunidad de repasar. Y en esos repasos nos damos la oportunidad de ser nosotros los que tratamos de recuperar, de evocar lo que hemos aprendido, es decir, no volverlo a mirar. De nuevo, la repetición. No volvernos a exponer, sino hacer otra acción que nos obliga a darle estructura a lo que aprendimos, a darle sentido, a reconstruirlo, y en esa generación, aprenderlo mejor. Cuando nos autoevaluamos, cuando hacemos el esfuerzo de demostrar lo que sabemos, ya sea conocimientos o habilidades, cuando ponemos en práctica lo que hemos aprendido, y lo hacemos desde nuestra memoria para fuera, no volviendo a mirar en ese momento cómo se hacía, no solo estamos comprobando si lo sabíamos, si seguía ahí. En realidad, lo estamos consolidando. Evocar es una de las acciones que a nuestro cerebro le indican con más fuerza: “Esto es importante. Y, además, no solo es importante, necesito tenerlo a mano, necesito poderlo recuperar de la memoria para usarlo”. ¿Que lo intento recuperar y no lo consigo? Bueno, entonces voy a repasar. Pero el hecho de haberlo intentado hace que, cuando vaya a consultarlo, esa consulta va a ser mucho más eficaz. Mucho más que si hubiera ido directamente. Si yo antes hago el esfuerzo de evocarlo y no lo consigo, no es en vano. Es un poquito hacer lo mismo que nos pasa cuando tenemos algo en la punta de la lengua.
Ahora bien, si uno lleva toda la vida estudiando con música de fondo y ya es algo que se ha convertido en un hábito, tratar de cambiarlo de la noche a la mañana puede no darle buenos resultados, por lo menos de entrada, porque uno puede estar tratando de estudiar y, al tener ese cambio en su entorno, estar más pensando en por qué no hay música que pensando en lo que trata de aprender. Puede incluso sentir ansiedad por el hecho de que no es lo que espera encontrar en esa situación, de manera que, cuidado, porque si uno está acostumbrado, no pensemos que dejar de hacerlo de golpe le puede dar buenos resultados. Ahora bien, si uno tiene que aprender con música, mejor que sea una música relajante, mejor que sea una música sin voz. Y bueno, hay otras situaciones en las que la música puede ayudar. Si me pongo a estudiar en un entorno donde hay mucho ruido, especialmente si oigo a personas hablando y no tengo unos tapones, pues ponerme los auriculares con una música relajante es un distractor menos malo. Va a actuar de máscara, va a tapar esos ruidos y esas voces y va a actuar como un distractor menos malo. Entonces, me va a ayudar.
También hay otro caso en que la música puede ayudar. Hay personas que tienen muchos problemas para concentrarse, que continuamente se distraen con sus propios pensamientos. Llegan a su memoria de trabajo pensamientos superfluos a lo que tratan de aprender. En ese caso, a estas personas les puede venir bien usar la música también como una máscara. Por lo tanto, no es sencillo. De entrada, lo importante es tratar de acostumbrarse a estudiar sin música, hacerlo en silencio. Permíteme decir solamente una cosa. La memoria de trabajo, en realidad, no es un espacio mental, es un proceso, ¿de acuerdo? Pero llamarlo de esta manera, entenderlo como un espacio, nos ayuda a tomar decisiones en relación a su funcionamiento.
Al final, lo que importa no es la receta que usemos. Lo que importa es que no falten unos ingredientes determinados en nuestras recetas. En nuestras recetas lo que no puede faltar es que garanticemos en mayor o menor medida que los estudiantes están pensando sobre lo que aprenden, que le están tratando de dar significado, que le están tratando de dar sentido. Y otra cosa que podemos hacer es, si ellos no lo hacen por su cuenta, promovámoslo en clase. Antes he dicho: la práctica de la evocación, tratar de recuperar lo que hemos aprendido, usarlo, ya sea para explicarlo con tus propias palabras, ya sea para resolver un problema. Utilizarlo. Podemos introducir en nuestras recetas el ingrediente de la evocación y, finalmente, el ingrediente de espaciar en el tiempo. Un solo episodio de aprendizaje acostumbra a no ser suficiente. ¿Cuántas veces nos sucede que solo dedicamos un episodio de aprendizaje? ¿Eso es un problema? ¿Poder hacerlo es difícil? Sí, lo sabemos. Sabemos el dilema que existe con los currículums, el dilema que existe entre amplitud y profundidad. Hay que reflexionar sobre ese equilibrio entre amplitud y profundidad de tal manera que consigamos una amplitud idónea, pero sin olvidar la necesidad de que haya una profundidad para que lo que aprendan no se esfume rápidamente.
En cambio, la memoria semántica no tiene esas referencias. Todo lo que sabemos, la inmensa mayoría de lo que sabemos, no sabemos ni cuándo ni dónde lo aprendimos ni cómo. Alguna cosa claro que recordaremos cuándo la aprendimos, porque nos queda la memoria episódica de aquella situación, pero, por ejemplo, sabemos lo que es un elefante y la mayoría de nosotros no sabemos ni cuándo ni dónde lo aprendimos. Pues imagínate todas las demás cosas que estarían en nuestra memoria semántica sin referencias espaciotemporales. Los episodios que son emocionalmente intensos, y cuidado, que tienen que ser intensos, sabemos que tienen un efecto que potencia que los recordemos de manera preferente. Pero lo que se potencia especialmente son los recuerdos episódicos. Si yo realizo una actividad que es emocionalmente intensa, es muy probable que los estudiantes se acuerden de lo que pasó en el aula. Pero eso no significa que se vayan a acordar de lo que se supone que tenían que aprender en esa actividad o lo que luego se explicó a continuación o lo que sea.
Porque, de hecho, una emoción intensa también atrapa nuestra atención, y el objeto que ha provocado la emoción es el que secuestra nuestros recursos atencionales, en detrimento de todo lo demás, de manera que aún va a ser más difícil que yo, además de recordar ese episodio, aprenda otras cosas que debí aprender. Cosas que, por otro lado, como ya he dicho, requieren razonamiento. Y las emociones intensas no ayudan a que el razonamiento fluya. Al contrario, lo dificultan. Las emociones toman el control y no permiten que nuestro comportamiento sea más sesudo. Ahora bien, he dicho al principio: “Sí, son importantes”. Lo son, y mucho. Lo son especialmente porque las emociones van a influir en nuestra motivación. La motivación, ese impulso que nos lleva a hacer algo con un objetivo, procede de ese impulso emocional, pero la motivación no hace que nuestra memoria funcione mejor. No porque yo esté motivado voy a recordar mejor lo que trato de aprender. No, no. Nuestra motivación nos lleva a aprender más y mejor porque nos empuja a hacer las cosas que son necesarias para aprender, porque nos lleva a dedicarle más tiempo, más esfuerzo, más atención al objeto de aprendizaje.
Normalmente pensamos que la motivación para aprender depende del interés. Bueno, ese es un factor, pero, en realidad, los humanos nos podemos interesar por cualquier cosa. En cambio, hay un factor que es más importante que el interés para la motivación, para aprender, que es nuestra creencia en si vamos a ser capaces o no de aprenderlo. Nuestra creencia en nuestra capacidad de aprenderlo. Todos tenemos creencias inmediatamente sobre si se nos da bien una cosa o no se nos da bien. Creencias que hemos ido generando en función de cómo hemos ido interpretando nuestras vivencias anteriores, nuestras experiencias con esos objetos de aprendizaje. En qué tipo de cosas voy a tener éxito, si me permites decirlo así, o en qué tipo de cosas voy a fracasar. Los fracasos generan emociones negativas. Queremos evitar esas emociones. Entonces, ¿qué pasa? Que esas creencias nos autolimitan. Esas creencias nos hacen creernos que no vale la pena que me esfuerce en esto porque, por mucho que me esfuerce, no lo voy a conseguir. Claro, si ya por ese motivo no me voy a esforzar, entonces seguro que no lo voy a conseguir. Puede haber otros motivos, lógicamente. El esfuerzo, ya lo he dicho antes, no es el único factor. También hay factores externos que siempre hay que tener en cuenta, pero si yo ya renuncio al esfuerzo, seguro que voy a tener razón. No voy a aprender.
Y ahí es donde las emociones van a modular esa motivación, porque yo le dedico el tiempo necesario para aprender. Debemos saber una cosa. Todos, lógicamente, excepto trastornos extremos, podemos aprender cualquier cosa. Claro que uno parte de unas habilidades determinadas y que a cada uno le va a resultar más fácil aprender una cosa que otra, de inicio, pero, en realidad, acabar con un aprendizaje va a depender de todo lo que hagamos después. Y ahí es donde algunos tendrán que dedicarle más y otros quizá no necesitarán tanto. Pero ambos van a necesitar motivación. Especialmente, el que parte, quizá, de menos ventaja. Por eso el entorno emocional del aula es clave. Ese entorno que cuide de la motivación. Ese entorno en el que los alumnos no tengan miedo de equivocarse. Donde no crean que los errores significan “No voy a poder aprender”, sino que los errores significan “Todavía no he aprendido, pero tengo que seguir trabajando para conseguirlo”. Y ahí es clave darnos cuenta, como he dicho al principio de todo, que una de las claves de la motivación es el hecho de que nuestros esfuerzos por aprender tengan éxito, sean productivos.
Cuando intentamos incidir en la motivación de manera directa, con palabras, con ánimos, con incluso contextos que creemos que van a resultar atractivos, todo eso no va a servir de nada si el alumno realiza un esfuerzo y no consigue el objetivo que buscaba. Fíjate que estaba diciendo: “El interés es un factor, pero no es tan importante como estas creencias”. Estas creencias se llaman autoeficacia, la creencia de autoeficacia. Porque, de hecho, la creencia de autoeficacia modula el interés. Yo me intereso por las cosas que creo que se me dan bien, y pierdo el interés por las cosas que creo que no se me dan bien. Y digo que creo, porque insisto, es una cuestión de dedicarle el tiempo que quizá se necesite. Así que una de las formas de intervenir sobre las emociones de los estudiantes y que esto sea positivo para su motivación es ayudarles a ser mejores aprendices, a ser mejores como estudiantes. Es decir, enseñarles buenas estrategias de aprendizaje y usar con ellos también buenos métodos que les emplacen a hacer las cosas que realmente van a proporcionarles un aprendizaje duradero, funcional, productivo, transferible.
Y, como antes he dicho, cuanto más sabemos sobre algo, más fácil nos resulta aprender. Por lo tanto, tenemos ya niños a los tres años que tienen no solo diferencias de donde parten, sino de su capacidad para aprender ya desde ese momento. Todo lo que hagamos, por lo tanto, desde la escuela para enriquecer el vocabulario de los niños y niñas, de que tengan modelos lingüísticos que vayan más allá de, simplemente, los que encuentran de manera cotidiana. Todo eso va a ser muy enriquecedor para ellos. Y las formas de hacerlo tienen que ver con las cosas que hablábamos. Al final, para aprender esas palabras, vamos a tener que, de alguna manera, introducirlas en contextos en los que ellos les den sentido. Va a ser también beneficioso que ellos se impliquen. No solo se trata de que nos escuchen hablar. Se trata de que ellos hablen. Y también son importantes cuestiones como usar las historias. Las historias, es fascinante, tienen un lugar preferencial en nuestra mente, en nuestra memoria. Las historias a los humanos nos fascinan. Además, las recordamos con bastante facilidad.
A lo largo de la historia de la humanidad las historias nos han acompañado. Nuestros antepasados podemos imaginarlos sentados alrededor del fuego, compartiendo historias. Historias que servían ¿para qué? Para aprender. Sobre el vocabulario que aparece en ellas, sobre los conceptos, las ideas que aparecen en ellas, y esto sabemos que es así con los niños pequeños. Es decir, leerles historias, leerles cuentos es una práctica que desde la ciencia está muy respaldada, y no solo eso. En la línea que te comentaba de que no solo sean espectadores, lo que sabemos que es aún mejor es lo que se llama la lectura compartida. La lectura compartida significa que mientras les estamos leyendo una historia les vamos haciendo participar de la historia, preguntándoles a ellos: “¿Y qué crees que va a pasar?”, “¿Y qué te parece lo que ha pasado?”. O, si la historia tiene dibujos, enseñarles los dibujos y que relacionen esos dibujos con la historia que están leyendo. Incluso que, de alguna manera, vean que aquella historia está surgiendo de esas marcas que hay en el papel, que a ellos todavía no les dice mucho más que eso.
Al final, las mismas cuestiones que tienen que ver con cómo aprendemos a lo largo de la vida, es decir, interactuando con el objeto de aprendizaje, implicándonos cognitivamente, tratando de dar significado a lo que aprendemos, usándolo, evocándolo y teniendo la oportunidad de practicarlo, y practicarlo significa tener más situaciones en que esté presente ese objeto de aprendizaje, va a ser igual de beneficioso para niños, ya no de cero a tres, sino de tres a doce también.