Dos palabras japonesas para vivir mejor
Francesc Miralles
Dos palabras japonesas para vivir mejor
Francesc Miralles
Escritor
Creando oportunidades
Una filosofía ancestral para la vida
Francesc Miralles Escritor
Francesc Miralles
Escritor, ensayista, traductor y músico, Francesc Miralles es uno de los autores de desarrollo personal más influyentes del mundo. Creador de tendencias para el crecimiento personal y el autoconocimiento, ha escrito numerosos libros y es el responsable -junto a Héctor García- de dar a conocer en Occidente el concepto japonés ‘Ikigai’, un enfoque vital basado en la idea del “propósito vital”. Descubrir nuestro ‘Ikigai’ equivale a entender cuál es nuestra “razón de ser” en el mundo, averiguar qué nos apasiona y qué podemos aportar: “Todos tenemos nuestro ‘Ikigai’ y normalmente se relaciona con aquello que nos apasionaba cuando éramos niños”, explica Miralles.
En su acercamiento al mundo oriental, Francesc Miralles descubrió otro concepto que nos ayuda a vivir de forma más plena: el ‘Ichigo-Ichie’, que se basa en la idea de que cada momento que vivimos es único, y por tanto, no se repetirá jamás.
Francesc Miralles ha dado a conocer el concepto ‘Ikigai’ en todo el planeta, y está inspirando a centros educativos y empresas, que han comprobado cómo poner el propósito vital en primer lugar mejora la felicidad de alumnos y equipos de trabajo. Es aplicable a la educación y a la vida profesional, ya que defiende que mantener la pasión y no perder de vista los objetivos, ayuda a sobreponerse a las dificultades y a salir reforzados ante cualquier cambio o crisis.
Transcripción
Entonces, el «Ikigai» es aquello que da un sentido a nuestra vida, básicamente. Hay personas que nacen prácticamente con el «Ikigai» y que de muy pequeños te dirán: «Yo quiero ser médico», «Yo quiero ser sacerdote», y lo acaban haciendo, pero lo normal en el «Ikigai» es que sea un proceso de búsqueda y un proceso en el cual puedes tener más de uno a lo largo de la vida. Tú puedes tener un «Ikigai» hasta los dieciocho años y, de repente, entras en la universidad y te iluminas y ves que es otra cosa donde el mundo te necesita. Entonces, «Ikigai» básicamente sería esa pasión, ese talento que tú descubres dentro de ti, que es útil al mundo y que puede ser el motor de tu vida. Y en muchas personas acaba siendo incluso su profesión.
Muchos adolescentes tienen un estrés enorme, entonces yo creo que aquí como sociedad tendríamos que hacernos la reflexión de recuperar lo que antes eran ritos de paso. En otras épocas, por ejemplo, cuando hubo el servicio militar, que yo no lo hice porque era objetor de conciencia, pero bueno, tuve que trabajar un año y medio para el Estado haciendo otras cosas, pues eso hacía como de separador entre tu vida de niño y adolescente y la vida adulta. En las tribus aborígenes, pues hay ciertos rituales en los cuales, hay un enfoque machista en todo esto, al niño lo mandaban a la selva a que estuviera dos o tres días sobreviviendo por sus propios medios y cuando regresaba vencedor de esa prueba, pues ya era un hombre. Hoy en día creo que estamos en un flujo de vida en el que todo es muy inmediato y muchos jóvenes se sienten perdidos porque no han tenido tiempo de pensar qué quieren hacer con su vida.
Pero, por ejemplo, no hay nada malo en empezar unos estudios, darte cuenta que aquello no era lo tuyo, quizás necesitaste llegar aquí para poderlo saber, volver a cambiar, explorar, preguntarte cosas, porque al final la vida es como la ciencia que avanza por prueba y error. Si no dejamos que los chicos y chicas se equivoquen, nunca sabrán ni lo que son, ni lo que quieren en la vida.
Entonces, en la ceremonia del té justamente se recomienda hablar de la calidad del té, de la belleza de los utensilios, del tiempo que hace. Quizás en la sala hay una obra de arte y se comenta. Entonces, dentro de estos protocolos de la ceremonia del té, uno de los maestros dijo: «Trata a tus invitados con Ichigo-Ichie», es decir, como si no los volvieras a ver nunca más en tu vida y el recuerdo que se llevaran de ti fuera este. Entonces, yo creo que el ser humano a veces pecamos de pensar: «Bueno, hoy no he estado plenamente con mi madre porque estaba pendiente del fútbol, pero ya habrá otra oportunidad», y a veces no hay otra oportunidad. De hecho, nunca hay una oportunidad igual que esta, porque ya lo decía Heráclito: «No te puedes bañar dos veces en el mismo río». De hecho, nunca tienes a la misma persona dos veces delante, porque tú hoy eres esta, mañana habrás discutido con tus hijos y tendrás otro estado de ánimo y otra alma allí, y otro día cambiará tu «Ikigai», o cambiarán tus prioridades. Con lo cual el «Ichigo-Ichie» es una invitación a disfrutar de esta persona o estas personas que nos acompañan, y de este día como lo que es, algo único. A mí hay una viñeta de los ‘Peanuts’, que no sé cómo se llama en español, de Charlie Brown y amigos, que me gusta mucho y que es muy famosa en Estados Unidos, que se ve a Charlie Brown y a Snoopy en un embarcadero delante de un lago, y ya sabes que Charlie Brown es un niño así un poco existencial. Y Charlie Brown le dice a Snoopy: «Snoopy, ¿eres consciente de que algún día moriremos, verdad?». «Sí», dice, «pero el resto de días no». Ese resto de días es la esencia del «Ichigo-Ichie». Saber que tenemos esto y que tenemos este momento y que de nosotros depende hacerlo memorable.
Por lo tanto, quizás lo que tendríamos que hacer los adultos, los padres, es recuperar nuestro espíritu infantil. Hay una conferencia muy bonita que quedó grabada en YouTube y que, junto con el discurso de Stanford de Steve Jobs, yo diría que es el segundo más visto, que se llama «La última lección», donde hay un profesor de la universidad Carnegie Mellon, Randy Pausch, que le habían diagnosticado un cáncer terminal ya, de muy pocos meses de vida. Entonces, él decidió dar una charla a todos los alumnos de su universidad para darles un mensaje que les sirviera para el resto de su vida. Y el título de la conferencia era «La importancia de recuperar los sueños infantiles». Entonces, yo siempre digo que cuando una persona va perdida en la vida, un adulto, y ya no sabe cuál es su «Ikigai», ya no sabe qué es lo que le gusta, qué quiere hacer con su vida, que vaya al pasado y que recuerde como niño qué sueños tenía, qué quería ser de mayor, qué le gustaba hacer, qué cosas dejó en el camino porque entró en esta vía estrecha de los currículums, la educación, los objetivos. Entonces, si volvemos a recordar cómo éramos de niños o si tenemos la suerte de tener personas que son testigos de nuestra infancia, pues ahí podemos recuperar una esencia que nos puede devolver ese espíritu espontáneo que quizás hayamos perdido ahora.
El tercer principio es: «No comas hasta llenarte». Es una ley que es común no solo de Okinawa, sino en todo Japón, que dicen: «Tienes que llenarte hasta aquí, no hasta aquí». Porque, ¿qué sucede?, sobre todo en los países mediterráneos que nos gusta mucho comer, y estar en la mesa, y celebrar, pues a veces comemos mucho más o un poco más del hambre que tenemos y eso lo que hace es que obliga al sistema digestivo a trabajar a mucha más intensidad. Es como si tuviéramos un coche que siempre fuéramos a ciento cuarenta por hora, forzando las posibilidades del motor.
La quinta ley sería: «Entrénate para tu próximo cumpleaños». Algo que nos sorprendió muchísimo del mundo de Ogimi, de Okinawa, de Japón, en general, es hasta qué punto les hace ilusión cumplir años a la gente de allí. En nuestra cultura, a veces, a partir de cierta edad, hay quien se ofende si le preguntas qué edad tienen, te dicen: «Esto no se pregunta».
Entonces, lo que vemos en un metro o en un autobús, en la calle, en una gran ciudad japonesa, es mucha tensión. En cambio, en Okinawa la gente es muy risueña, sonríen y hacen bromas todo el tiempo. Y eso fue interesante porque hay que ver un poco la historia de Okinawa, que es… primero, es la prefectura más pobre de todo Japón. Tiene un nivel de vida muy inferior a lo que es Tokio, por ejemplo. Entonces, cuando tú llegas ya al aeropuerto y entras en la ciudad de Naha, te das cuenta que es como retroceder cuarenta años en el tiempo, ¿no? Y fueron los que más sufrieron en la guerra, porque la batalla de Okinawa que fue por tierra, en la Segunda Guerra Mundial, tuvo una mortandad brutal. Y curiosamente, habiendo sufrido todo esto, hoy en día es un lugar donde viven muchísimos americanos que han ido Okinawa. Quizás algunos fueron por el surf porque es un lugar muy famoso por sus playas, pero se han casado con personas de allí, han aprendido el japonés, son más defensores de la cultura autóctona que los mismos okinawenses y un americano que conocí allí cuando estábamos rodando con National me dijo: «He leído vuestro libro y me encanta, pero os habéis olvidado de poner una cosa, que un ingrediente esencial para la longevidad que tienen los okinawenses es la cultura del perdón», dice: «Ellos saben perdonar».
Entonces, ellos han olvidado totalmente lo que han hecho los padres, los abuelos de los que están aquí y los tratan como a vecinos, los tratan como a amigos. Y no, los okinawenses no son de tener rencillas, de guardar rencores, de tener una lista de agravios, sino que pasan página y saben perdonar. Eso sería una base para poder sonreír y para poder celebrar la vida. La séptima ley del «Ikigai» sería: «Conecta con la naturaleza», que los japoneses tienen una palabra muy bonita para esto que se llama «shinrin yoku», que son los baños de bosque, y que hay muchísimos estudios hechos por equipos médicos, por universidades, por sociólogos, de qué pasa cuando la gente que somos urbanitas dedicamos al menos un día por semana a ir al campo, a ir a bosques potentes de estos con árboles centenarios. Entonces estos baños de bosque que se llaman «shinrin yoku», se ha estudiado que las personas que dedican al menos cuatro o cinco horas a la semana a pasear por el bosque, pues hay beneficios inmediatos para la salud en la tensión arterial, cosas psicológicas como el estrés, como la ansiedad, dormir mejor. Incluso se ha comprobado en estudios médicos que aumentamos las células anticáncer, las «natural killers», que se llaman, con lo cual ir a la naturaleza aunque sea una vez por semana sería otro requisito, otro consejo, para tener una vida larga y energética, de hecho, las mutuas médicas en Japón, que están muy organizadas y que trabajan con empresas, han empezado a fletar autobuses para llevar a sus trabajadores, al menos han empezado yendo una vez al mes, a bosques para que pasen todo el día allí porque han descubierto que les sale más a cuenta eso que pagar bajas laborales, pagar tratamientos médicos, etcétera.
La octava llave o principio del «Ikigai» sería dar las gracias. Hay personas que siempre se están quejando, que siempre se están lamentando, que siempre están criticando, acusando y viendo el lado sombrío de la realidad. Hay personas que tienen la gratitud incorporada en su vida y eso les ayuda a vivir mucho mejor. Y es una pena tener que darnos cuenta de lo que tenemos cuando lo perdemos: cuando un gran amigo se va, cuando la salud que hasta ahora la habíamos mantenido de repente empieza a flaquear, entonces echamos de menos aquello que podíamos hacer. Tengo una amiga escritora que me dice: «Yo cada noche grabo todo lo que hay en el ordenador, porque cuando lo apago nadie me dice que eso se vuelva a encender». Yo digo: «Lo mismo sucede con un cuerpo humano». Cuánta gente se ha ido a dormir y a mitad de la noche le ha pasado algo, ha tenido alguna condición médica determinada y ya no ha seguido. Por lo tanto, gratitud para vivir este día. Y al final de la jornada quizás la gratitud de decir: «Bueno, dentro de todo lo que ha pasado hoy qué dos, tres hitos puedo destacar aquí», incluso si no eres muy dado al pensamiento positivo, pues puedes apuntar tres cosas de hoy que te han hecho feliz. Pues eso puede ser algo tan sencillo como una llamada con un amigo, que has leído un capítulo de un libro que te ha gustado, que te ha inspirado y te ha hecho pensar en algo diferente, que has iniciado un plan y que por fin vas a viajar a aquel lugar que te hace ilusión. Porque pensar en futuro a veces también es una manera de alimentar la ilusión de la vida.
Entonces, intentar evitar… usando un lenguaje del mundo de las publicaciones, el pasado es absurdo porque lo que sucedió ya no se puede cambiar, como mucho podemos comprenderlo y extraer alguna lección. Tampoco sirve mucho proyectarse al futuro, porque lo que se ha demostrado con las situaciones que hemos vivido sanitaria, económica, etcétera, es que nadie había previsto lo que pasaría con el coronavirus. Hablábamos de cambio climático, hablábamos de sobrepoblación, hablábamos de muchas otras cosas, menos esta. Con lo cual, cuando el ser humano hace pronósticos no suele suceder lo que pronostica. A veces sucede algo peor y el futuro es un campo que es imposible de definir, porque lo estamos haciendo todos y cada uno de nosotros, sumados desde el presente justamente, y el presente es dónde estamos tú y yo aquí, ahora. Por lo tanto, las personas que son sabias en su arte de vivir lo apuestan todo en el momento presente, en lo que están haciendo, en lo que están hablando. Si tienes tu huerto, pues estas cuidando ese huerto, haciendo aquello como si nada más existiera. Si lees un libro, lo lees como si el mundo fuera a derrumbarse después de cada página, ¿no? Con lo cual, si somos capaces de vivir con frugalidad, de vivir al día, al momento, pues será mucho más fácil que estemos satisfechos y que queramos sumar muchos más días a todo esto que si nos estamos siempre angustiado por el futuro o lamentando por cosas del pasado que no nos gustaron.
Y la décima ley del «Ikigai», es muy simple porque dice: «Sigue tu Ikigai», ¿vale? Que el «Ikigai», la pasión, el talento, tu misión en la vida… creo que a partir de cierta edad todo el mundo intuye cuál puede ser la suya, a veces no, hay momentos en que se pierde de vista porque cambia la vida. Entonces nos suceden cosas, por ejemplo, un cambio de país, una separación sentimental que es fuerte, una enfermedad. Frida Kahlo, por ejemplo, descubre su «Ikigai», que es pintar, después de un gravísimo accidente de tranvía, creo, que la tiene postrada en una cama. Ahí empieza a dibujar y descubre que tiene un don para eso. Por lo tanto, una vez sepamos cuál es nuestro «Ikigai», nuestro propósito vital, yo diría que nuestra tarea como seres humanos es ponerlo en el centro como motor de nuestra vida, o como mínimo, si hemos de compartirlo con una actividad que no es nuestra pasión, pues darle un lugar importante para que cada día haya merecido la pena vivirlo porque hemos vivido nuestro «Ikigai». Entonces, yo creo que merece la pena seguir tu «Ikigai», aunque sea solo una afición, porque allí está contenida tu esencia como persona, lo que te hace diferente y único como ser humano.
Con lo cual, este es un momento de gran aprendizaje. Y la gran duda es: una vez vuelva todo a la normalidad, ¿habremos aprendido o quedará como algo del pasado? Entonces, yo creo que aquí habrá una criba entre personas que se habrán transformado profundamente y que dirán: «Por aquí ya no paso más», porque en estos confinamientos y todo lo que venía después ha habido conquistas también. Personas que jamás tenían tiempo, han empezado a tener tiempo de leer, de estar con sus hijos, algunos han conocido a sus hijos. Otras han descubierto que, en realidad, el mundo del que venían y aquello que hacían de manera tan maquinal, siguiendo la inercia, no les gustaba tanto y no lo echan de menos y, por lo tanto, se plantean hacer un cambio arriesgado. Entonces, claro, todo gran aprendizaje supone un riesgo, supone una salida de la zona de control, de la zona de confort, y eso Joe Dispenza, que es un autor de libros sobre las creencias, recuerdo que un día tomando una paella en Barcelona, decía: «Cada vez que te encuentras en una situación difícil o que vas a emprender algo totalmente nuevo, es como tirarte a un río helado», me decía, ¿no?: «porque cuando tú te tires al río del cambio te van a pasar dos cosas, van a haber dos peligros que pueden poner en jaque aquello que tú quieres hacer.
El primero, es que la gente que se ha quedado en la orilla te va a gritar: ‘¿Adónde vas, loco?’, porque para ellos también es mucho más cómodo que tú sigas siempre en el lugar donde estabas, porque si tú cambias y tu entorno no cambia, los pones un poco en evidencia y ya no se sienten tan a gusto. Quizás aquí ven a alguien que está creciendo y el otro que está anquilosado, pues es una comparación que no gusta. Y luego, el segundo enemigo eres tú mismo, que te puede pasar al llegar a la mitad del río que digas: ‘El agua está helada, voy a volver donde estaba'». Entonces, Dispenza sobre esto decía: «Tú, cuando te encuentres cruzando el río del cambio, sigue nadando. Vete a la otra orilla y ahí vemos si estamos mejor o peor que antes».
Con lo cual, se convocó una reunión entre el Gobierno y los ingenieros de JR, que es Japan Railways, para ver cómo se podía mejorar eso. Los ingenieros pensaron que les pedirían un diez por ciento de mejora, un tren que fuera a ciento diez o ciento veinte por hora. Y cuál fue su sorpresa cuando les dijeron: «Necesitamos un tren que vaya a doscientos kilómetros por hora». O sea, sería el tren bala. Claro, ellos quedaron en shock y dijeron: «Bueno, una propuesta de este tipo no es una mejora. Esto es un cambio radical que hay que repensarlo todo». Pidieron un tiempo para hacer sus diseños, sus planes y sus conclusiones, y cuando regresaron dijeron: «Si nos hubieran dicho un tren que vaya a ciento diez por hora, habríamos propuesto mejoras en la potencia del motor, etcétera, pero cuando hablamos de un tren que va a doscientos kilómetros por hora, hablamos de otro concepto de tren y hay que repensar el objeto en sí. El vehículo en sí. Por lo tanto, las vías no podrán ser como las que tenemos hoy en día, tendrán que ser más anchas y más altas porque si no descarrilaría, los materiales con los que se fabrica el tren ya no pueden ser los mismos porque pesaría demasiado, vamos a utilizar el aluminio o materiales muy ligeros. La forma que conocemos como tren, que en ese momento eran como cajas, un poco, ¿no?, no nos sirven porque tiene demasiada resistencia contra el aire, tendrá que tener forma de pájaro.
Y así fue como surgió el tren bala que luego se imitó en todo el mundo, en Alemania, en Francia, en otros países… Y cuando llegaron las Olimpiadas de Japón, aquellas primeras olimpiadas de la era moderna allí, pues los periodistas y todos los participantes se sorprendieron yendo en un tren que al mismo tiempo no era un tren, e iba a doscientos por hora y fue como el asombro del mundo entero. Eso sucede en nuestra vida, cuando podemos tener una pequeña crisis que nos obliga a hacer un cambio «Kaizen», un cambio incremental, pero hay momentos en los que hay que hacer borrón y cuenta nueva, donde ya nada de lo que teníamos nos sirve y donde no hay donde agarrarse. Eso es una mala noticia y es una buena noticia en el sentido de que te libera de todo lo que has sido. De la misma manera que estos ingenieros se liberaron de la idea antigua de tren, pues puedes decir: «Bueno, si yo no hubiera sido todo lo que soy y no hubiera vivido todo lo que he vivido, ¿qué es lo que querría ser a partir de ahora?». Y en ese «a partir de ahora» y en decidir lo que vas a hacer en el resto de tu vida, pues ahí está toda tu libertad.