¿Cómo funcionan nuestros miedos?
Anabel González
¿Cómo funcionan nuestros miedos?
Anabel González
Psiquiatra y psicoterapeuta
Creando oportunidades
Superar el miedo: la clave para una vida sana
Anabel González Psiquiatra y psicoterapeuta
Anabel González
“El antídoto contra el miedo es la seguridad, el apego seguro”, defiende Anabel González, una de las mayores expertas en España en procesos de superación de miedos, fobias y traumas.
Anabel González es doctora en Medicina, psiquiatra, psicoterapeuta y especialista en Criminología. Trabaja en el Hospital Universitario de A Coruña donde coordina el Programa de Trauma y Disociación. Es Presidenta de la Asociación EMDR España, que promueve una novedosa técnica psicoterapéutica, avalada por la OMS, cuyo objetivo es procesar y superar sucesos traumáticos. González es entrenadora acreditada en terapia EMDR y se dedica a impartir formación a otros especialistas. También es profesora invitada en el Máster en Psicoterapia EMDR de la UNED y codirectora del Especialista Universitario en EMDR. Ha escrito varios libros especializados en los trastornos que surgen debido a la vivencia de eventos traumáticos. También es autora de libros de divulgación como 'Lo bueno de tener un mal día: cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor' (2020) y '¿Por dónde se sale?: cómo deshacer el miedo, aliviar el malestar psicológico y adquirir un apego seguro' (2023), ambos publicados por Editorial Planeta.
Transcripción
EMDR se llama así porque utiliza, entre uno de sus ingredientes, sistemas para desbloquear los recuerdos. Uno de ellos es el movimiento de los ojos. El terapeuta haría este movimiento, el paciente va siguiendo el movimiento y, al pensar en un recuerdo traumático y hacer esto durante un tiempo —por supuesto, es un proceso mucho más complejo, hay que preguntar una serie de cosas y el terapeuta tiene que ayudar en ciertos momentos—, el recuerdo va perdiendo fuerza. Si yo he tenido un recuerdo de un accidente, por ejemplo, han pasado los años y cuando pienso en él a mí todavía me produce un impacto muy fuerte y me angustio, al ir haciendo esto, lo que voy a ir notando al volver al recuerdo es que el recuerdo va teniendo menos intensidad. Y después de un tiempo, cada vez que vuelvo, la sensación va cambiando, incluso puedo ver el recuerdo más distante. Cuando algo se nos ha quedado grabado, se nos queda la imagen muy fija, pero va bajando y llega un momento en que ese recuerdo pierde toda su fuerza y, a veces, incluso, hasta me puede costar recordarlo. La mayor parte de las veces no tenemos un recuerdo así, tan nítido. Entonces, al ir trabajando los recuerdos, tanto de las cosas que pasaron atrás como de lo que nos vaya activando ahora —porque, a lo mejor, yo he tenido el problema del accidente de coche y ahora lo cojo y cada vez que lo hago tengo miedo o solo con pensar en coger el coche ya me da miedo—, también se trabaja con el presente y con el futuro. De esa manera, los problemas se atajan desde la raíz, desde todas las experiencias que tengan que ver con el problema de pareja que yo estoy teniendo, con el miedo que tengo a conducir o con el problema que yo tenga ahora.
Lo complejo de este tipo de tratamientos es encontrar dónde está la raíz. Por eso, un ejercicio que yo propongo a veces es buscar, cuando hablábamos del miedo, cuál es nuestra primera experiencia de miedo, cuál es el primer recuerdo en el que recordamos haber pasado miedo. Y la segunda pregunta sería: «¿Y todavía me da miedo?». Pero no de que me dé muchísimo, sino de que, cuando pienso en eso, no es un recuerdo neutro del todo. Si me paro un ratito, ¿el recuerdo es incómodo? Ese sería un ejemplo de un recuerdo que no está procesado. Y al trabajar ese recuerdo, empezaríamos a secar la raíz del miedo. Así que yo ahora me podría situar en las situaciones que me están dando miedo con un miedo mucho más proporcionado. Si no, a veces, yo tengo una situación ahora que me causa miedo, no tanto por la situación, sino por toda la cadena de cosas que me han ido dejando un poquito de miedo en el cuerpo. Entonces, yo ahora tengo un miedo que a mí mismo me parece que no es para tanto. ¿Por qué me pongo así, si lo que está pasando no es de ese calibre? Pero igual, si miro para atrás y lo enlazo todo, todo este conjunto de cosas sí que me explican el miedo que yo tengo. Es proporcionado a todo esto, no proporcionado a esto. Entonces, las terapias de trauma trabajan un poquito así. En cierto modo, esto es como resetear el cerebro. Tenemos unos miedos que están atascados, que están bloqueados. Ninguno de esos miedos es funcional. El miedo funcional es el que noto ahora, cuando tengo al león delante. Es ese. Pero el león que tuve hace diez años ya no tiene ningún sentido que siga ahí, así que lo que hacemos es deshacer esa influencia.
El cerebro es como que lo resetea todo y lo vuelve a poner en su sitio como un recuerdo más. Muchas cosas que nos han dado miedo ya no nos dan miedo porque el cerebro ha hecho esto solo. Igual que hay cosas que nos disgustaron en un momento determinado, ahora, con el paso del tiempo, ya nos no nos producen ninguna sensación. Cuando con un recuerdo eso no pasa, ese recuerdo necesita trabajar sobre él. Y esta es una de las cosas que podemos hacer. También ayuda, a veces, hablarlo, comentarlo con otras personas, escuchar otras perspectivas… Pero, en mi experiencia, EMDR trabaja incluso con cosas que hemos hablado, a las que les hemos dado vueltas, pero ese bloqueo está un nivel más emocional, más profundo, y esto lo desbloquea de otra manera. Cuando hablábamos también de la evitación, hay otros tipos de terapias de trauma que trabajan un poquito diferente. Por ejemplo, la terapia de exposición lo que hace es: a mí esto me da miedo y yo, en vez de evitarlo y dejar de hacer cosas que me lo activen, me quedo aquí. Entonces, al principio paso mucho miedo, pero sigo aquí. Y después me da menos miedo, y llega un momento en que yo me habitúo. Es como: «Le he cogido miedo al coche. Bueno, lo voy a coger todos los días hasta que me vuelva a acostumbrar». Así se nos puede quitar el miedo. Entonces, en una terapia de exposición, la persona está en contacto con esa emoción difícil el tiempo suficiente como para que baje. En EMDR, lo que se hace es que conectamos con esta situación y la persona va desbloqueando con el movimiento ocular y le van viniendo cosas, cosas que pueden tener que ver con esto o pueden tener que ver con esas conexiones, con esas raíces que decíamos. Y, de vez en cuando, volvemos aquí, simplemente para volver a hacer esto, hasta que todo esto se va conectando, y aquí esto se va volviendo más pequeñito y no queda nada. Después voy a volver a recordar esa situación, pero ya va a ser una experiencia más. Va a formar parte de mi sabiduría vital, de mi forma de funcionar normal.
Nos está machacando en clase un grupo de compañeros. Dices: «Sí, sí» para evitar que te caigan más. Y la respuesta de emergencia es caernos desplomados. Esto también es un mecanismo de supervivencia. De hecho, si eres un herbívoro, por ejemplo, y te alcanza un depredador, lo mejor que puedes hacer es caerte desplomado, porque entonces el depredador va a pensar que estás muerto, y un depredador no se come a una presa muerta. También es supervivencia para ellos. Se podrían estar comiendo un animal en mal estado o algo que fuera peligroso para ellos. Así que, si el animal está en ese estado que parece como que está muerto, sobrevive. A eso le llaman unos autores «cascada defensiva», y es esa respuesta que primero activa, pero que, cuando ve que no hay posibilidad, se queda quieta y entonces baja. Por ejemplo, la gente que sufre una agresión, se habló mucho de esto con respecto a las agresiones sexuales, cree que la única respuesta es ser valiente y pelear. Y pelear es insensato cuando no tienes ninguna posibilidad de ganar. El quedarse paralizado es una forma de protegerse. El caerse desplomado es una forma de protegerse. Está en el instinto de supervivencia de nuestra especie.
Y esta respuesta de parálisis o de sumisión o de colapso, que son las respuestas pasivas, las de emergencia, las de cuando no hay nada que hacer, si se repiten muchas veces… Decíamos que los niños, las de pelear y escapar, no las tienen mucho. Otra respuesta que tiene un niño es llorar. Pero si estás en una familia que no atiende tus necesidades, hasta acabas por no llorar. Contaba una chica que hablaba en redes sociales de su experiencia en un orfanato de los países del Este cómo allí los niños no lloran, porque ¿para qué? Entonces, cuando tú has vivido en un entorno muy hostil, donde pelear no, escapar no, llorar ¿para qué?, solo te quedan las otras respuestas. Y se ponen en marcha tantas veces que después, cuando te haces adulto, o si has estado en una relación, por ejemplo, de maltrato o en una situación muy problemática mucho tiempo, ya no sabes reaccionar de otra manera. Cuando podrías pelear, ya no peleas; cuando te podrías marchar de una situación problemática, ya no te marchas… Lo vemos muchas veces en las situaciones de violencia intrafamiliar, que son personas que, a lo mejor, en sus historias de la infancia se ve que han tenido infancias muy complicadas y, cuando se ven en una relación maltratante, no salen. La gente a veces los mira y dice: «Pero ¿por qué no te fuiste antes?». Es que, si uno viene bloqueado desde pequeño, eso de marcharse no es nada sencillo. Es como que el organismo sabe cómo se hace, pero es como si lo hubieras olvidado. Necesitas volverte a recordar cómo se sale de una situación, que te puedes ir y que puedes, a veces, pelear por lo que tú necesitas.
La seguridad significa no que tú vayas diciendo por ahí, con un tono de voz más alto de lo normal, que estás muy seguro de lo que dices. Muy al contrario. La seguridad nace de la reflexión, de la capacidad de establecer relaciones con los demás, de la confianza… La calma es pasajera. Yo puedo hacer algo que me calme en un momento determinado, pero, si me vuelve el miedo al poco rato, ¿qué hago? Y las personas que tienen miedo a veces encuentran pequeños parches o pequeñas soluciones que funcionan a corto plazo, como la evitación, que tú comentabas antes. Si yo digo: «No voy a ese sitio, que me agobia un poco», pues ya está, pero ¿y si tienes que ir? ¿O si luego te vuelve a pasar en otro sitio? Hay cosas que son pan para hoy y hambre para mañana, que solucionan el momento, pero que luego no resuelven. En cambio, la seguridad es algo que podemos ir haciendo crecer poquito a poquito hasta que nos ayuda a neutralizar un poquito el miedo y a que, si pasamos miedo, incluso, podamos hacer las cosas. Hay cosas que las hacemos aunque nos dan miedo porque sentimos esa sensación interna de seguridad. La seguridad sale por generación espontánea cuando tú has crecido con personas que te han dado protección y cuidado. Y cuando digo esto siempre quiero insistir en que no tenemos que ser padres perfectos y hacerlo todo bien, porque esto es horroroso para la seguridad de los padres y la de los hijos. Tenemos que hacerlo como podamos, pero estar ahí. Si yo tengo un problema en el cole o me pasa algo con un amigo o me preocupa algo de lo que pasa en casa y alguien se da cuenta, y yo sé que, si tengo un problema, lo puedo contar, me voy sintiendo más confiado, me voy sintiendo más seguro, voy a sentir que se puede confiar en la gente. Gracias a eso, si pasan cosas difíciles, no me van a tumbar tan fácilmente. Todos tenemos un límite y, a veces, la vida se pone muy complicada, pero tengo más capacidad de afrontar las cosas. A veces, la vida da mucho miedo y hay que tener esa sensación de seguridad para poder atravesarlo.
Otra cosa que también hace crecer la seguridad es la confianza. Y esto es complicado, porque si venimos, por ejemplo, de historias de traición o de historias de relaciones muy difíciles, a ver quién es el guapo que confía. No es sencillo, pero hay que recuperar la confianza, porque, si no, no hay posibilidad. Una persona que desconfía es una persona que está metida en un búnker y, dentro de ese búnker, quizás creas que no te van a hacer daño, pero ahí dentro no te puedes sentir realmente seguro. Seguros nos sentimos cuando andamos por la calle y nos acercamos a las personas, las vamos entendiendo, cuando conectamos con alguien, cuando aprendemos de las cosas… Necesitamos explorar para sentirnos seguros. ¿Cómo nos vamos a sentir seguros conduciendo si tenemos el coche metido en el garaje todo el tiempo? No puede ser. Entonces, confianza, curiosidad, reflexión, exploración y mirarnos por dentro también, porque la exploración no es solamente de lo que ocurre fuera, sino también de lo que ocurre dentro de nosotros y de lo que ocurre dentro de los demás. Algo muy interesante para poder reflexionar mejor es escuchar. No es un deporte muy habitual, ¿verdad? Porque, a veces, lo que hacemos es tener monólogos a dos. O, a veces, cuando hablamos con alguien, estamos más ocupados en preparar la respuesta para ganar en la discusión que en entender exactamente cómo es el otro. Podríamos decir que un deporte muy conveniente sería intentar entender de verdad, con verdadera curiosidad, cómo piensa alguien completamente distinto a nosotros, alguien con quien no compartimos absolutamente nada. Si somos capaces de sentir curiosidad por entender a alguien completamente diferente, probablemente nos haremos más seguros. Es un deporte muy aconsejable.
Algo que ayuda a que se desarrolle seguridad en los niños —voy a decir una palabreja psicológica de estas que usamos nosotros a veces— es la capacidad de «mentalizar» al niño. Esto quiere decir que yo soy capaz de ver que mi hijo no es un clon mío que va a hacer todo lo que yo creo que tiene que hacer o que va a ser lo que yo no fui ni nada de todo esto, sino que es una personita que tiene su propia cabecita y, aunque sea muy chiquitín, tiene una perspectiva sobre el mundo, tiene una manera de ver las cosas. Y yo lo intuyo, lo voy entendiendo y pienso en lo que él piensa. Si tengo varios hijos, sé que son diferentes y cada uno vive las cosas a su manera, y yo puedo tener en cuenta sus personalidades y sus capacidades. Si yo soy capaz de mirar a mi hijo así, él va a ser capaz de mirarse así, se irá entendiendo cuando le pasen cosas. A través de la manera en la que nosotros los miramos, ellos irán pudiendo mirarse. Y también van a aprender una cosa muy importante, que es la capacidad de mirar al otro también como una personita diferente. Entonces, esa capacidad de mentalizar, de entender la mente del niño, de que el niño pueda ir aprendiendo a entender también cómo funciona la mente de los demás, es un superpoder.
Y es importante que un niño sienta una sensación de que se le quiere incondicionalmente. Que, si lo hace bien, si lo hace mal, si consigue algo, si no consigue algo, es igual de querible y es igual de valorable. Y que, si tiene una necesidad, va a haber alguien a quien pueda recurrir, y que esa persona va a estar de una manera consistente. No todos los días perfecto, del mismo humor, perfectamente peinado, que somos seres humanos y es normal. Pero va a sentir que puede confiar en que hay alguien ahí que le valora como es, que le pide cosas razonables para la edad que tiene, porque, a veces, les pedimos a los niños cosas que no corresponden a su edad o no les vamos dando también la responsabilidad que sí toca con la edad que tienen. Fíjate, un niño que vive con unos padres muy preocupados, a veces está desprotegido, porque ve a sus padres tan preocupados que no se atreve a contarles cosas preocupantes para no preocuparlos más. Se dan este tipo de paradojas. Entonces, necesitamos sentir que nuestros padres van a estar ahí pase lo que pase y que, aunque lo hagamos mal, no vamos a perder el afecto. Nos corregirán, nos dirán que está mal, por supuesto, pero que el afecto es total y está garantizado, pase lo que pase y funcione como funcione.
Si una persona tiene un apego seguro, es más capaz de reflexionar, es más capaz de confiar, es más capaz de aprender de la experiencia y es más capaz de establecer relaciones. Estamos hablando mucho de lo de uno, pero la seguridad no se puede aprender aisladamente. La seguridad la tenemos que aprender en las relaciones. Hay veces que la traemos puesta de casa porque hemos crecido con unos padres que eran unas personas bastante seguras —luego hablaremos de la diferencia entre seguro y convencido, pero para no perder el hilo…—. Y otras veces, a lo mejor, nuestros padres no eran personas seguras y no nos podían enseñar un lenguaje que no conocían, pero lo podemos aprender después. Y esa seguridad también nos va a ayudar a resolver esos traumas, e incluso a que, cuando nos suceden cosas potencialmente traumáticas, nosotros las vamos a poder sobrellevar mejor, vamos a poder afrontar mejor ese tipo de experiencias. Es una combinación entre las dos cosas. Si a un niño le pasa algo, los padres son un colchón. En algunas familias, desgraciadamente, un colchón con púas y, en otras, un colchón blandito, y tenemos que intentar ser un colchón blandito para que, cuando les pasen cosas, esas cosas no les repercutan tanto. Pero las cosas pasan y hay que ayudarles a enfrentarlas.
Y luego hay mecanismos que ya son como de «ya no puedo más». A veces, literalmente, nos saltan los fusibles, nuestra cabeza se desconecta por completo y, en ocasiones, incluso va metiendo cosas en cajones, en compartimentos, y procuramos no abrirlos nunca. Entonces, hay veces que con determinadas emociones hay personas que dicen: «Yo no quiero enfadarme nunca». Es imposible. Hay veces unos que se enfada. Entonces, ¿qué hago? Contengo, contengo, contengo y, de vez en cuando, estallo. Y cuando estallo, me siento fatal, porque digo: «Si yo no quiero enfadarme nunca, ¿cómo me pongo así? No es posible». Y hacemos unos ciclos. Entonces, hay personas que tienen conductas agresivas, a veces, precisamente, porque contienen ese enfado. No es la única razón, hay muchos otros motivos. O podemos entrar en una depresión si nosotros lo que hacemos con la emoción es darle vueltas y vueltas y vueltas, porque, con cada vuelta que le damos, nos vamos hundiendo más y más y más. O porque igual esa rabia que no sacamos para afuera se nos va bloqueando y podemos desarrollar problemas físicos. Hay veces que nos contracturamos el cuerpo entero de toda la tensión que no sacamos por los medios naturales. Si yo tengo una buena gestión emocional, todo fluye.
Decíamos antes que las emociones son de usar y tirar, por decirlo de alguna manera. Si las dejo venir y les hago caso, veo lo que significan, si me dicen que necesito algo, lo busco, esas emociones se van. Esto pasa con la tristeza. Si nos pasa algo, perdemos a alguien, lo normal es que nos sintamos tristes, pero como las emociones no se ven… A veces, decimos: «No quiero estar triste, no tengo por qué estar triste» o «Voy a seguir trabajando sin parar para no conectar con esa tristeza». ¿Y la tristeza qué va haciendo? Un depósito aquí debajo de residuos radiactivos que, el día que me venga, me va a venir y no voy a saber qué hacer con ella. En cambio, si yo he perdido a alguien, me pongo triste, lo lloro, lo hablo, se lo cuento a alguien que, a lo mejor, también ha tenido alguna pérdida y puede resonar conmigo, a lo mejor, me da un abrazo. Lo que mejor disuelve la tristeza es el abrazo de alguien que está entendiendo por lo que estás pasando tú. Fíjate que, a veces, en las familias se ha perdido a alguien y unos por otros: yo no te cuento nada para que tú no te pongas triste, el otro tampoco… Y, al final, eso que sería lo más sano que podríamos hacer, que es compartir esa tristeza, justo es lo que nos impedimos.