Cómo encender la chispa del aprendizaje
Melina Furman
Cómo encender la chispa del aprendizaje
Melina Furman
Bióloga y doctora en Educación
Creando oportunidades
Ideas para criar hijos curiosos
Melina Furman Bióloga y doctora en Educación
Melina Furman
Con fundamentos de científica e intuición de madre, Melina Furman nos propone ideas para criar hijos curiosos a través de actividades y juegos estimulantes. Su investigación se centra en aplicar una mirada educativa que dé herramientas y prepare a los niños para la vida, porque son esas experiencias compartidas las que van a moldear el vínculo con el conocimiento y el deseo para seguir aprendiendo. “En ese aprender juntos están los momentos de compartir la vida con nuestros hijos y conectar con lo que a nosotros como adultos nos apasiona”, reflexiona.
Sus libros ‘Enseñar distinto’, ‘Guía para criar hijos curiosos’ y ‘Aprender a investigar en la escuela’ promueven entornos de aprendizaje que potencian el pensamiento crítico, curioso y creativo para seguir en ese viaje que no termina nunca.
Furman es bióloga y doctora en Educación, además de investigadora del Conicet y profesora de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés. Especializada en programas educativos innovadores, asesora a escuelas, docentes y organizaciones para la implementación de “proyectos de aprendizaje profundo y de mentalidad de crecimiento”.
Su lema: “Aprender y jugar es una manera de estar en el mundo, y la mentalidad de crecimiento se puede desarrollar con esfuerzo y autoconfianza”.
Transcripción
Y una directora de escuela me decía: «Yo comprendo bien el tejido». «Pero ¿cómo te das cuenta de que comprendes bien el tejido?». «Bueno, puedo tejer, pero puedo tejer no solo una bufanda o un gorrito o un saco, puedo tejer distintas cosas, puedo tejer con hilo, puedo tejer con lana. Puedo enseñarles a otros a tejer. Disfruto tejiendo, me siento confiada». Hay una dimensión emocional del aprendizaje profundo, que es que, cuando sabemos algo bien, nos sentimos como empoderados, que es parte de quien somos, algo que podemos darle al mundo. Y creo que se entiende bien este concepto cuando pensamos en el archienemigo, en lo contrario del aprendizaje profundo, que es lo que se llama el «conocimiento inerte», inerte en el sentido de que está ahí como sin vida, como muerto, como una roca. Son todas esas cosas que estudiamos, a veces incluso mucho tiempo, le dedicamos tiempo de estudio, pero que hoy, si nos las preguntan, ese conocimiento inerte ya no lo podemos usar, ¿no? Lo tenemos como en alguna parte del arcón de la memoria, como con alfileres. Yo siempre pregunto esto, y me puedes contar tú también. «¿Qué han estudiado pero hoy no lo recuerdan o nunca lo entendieron?». Y la gente me dice: «Bueno, los logaritmos, los polinomios, el análisis sintáctico…». Algunos me dicen algunas cosas de idiomas o de historia.
No importa la disciplina, pero hay mucho tiempo que le hemos dedicado en el colegio a estudiar cosas que nunca aprendimos bien, que nunca terminamos de comprender. Y entonces hay algo también emocional en ese aprendizaje frágil, en ese conocimiento inerte, que nos hace sentir como inseguros, como que vamos caminando sobre terreno movedizo, como si hubiera algo fallado en nosotros que nunca entendimos. Esa gente que dice: «Bueno, yo para las matemáticas no sirvo, para las para las ciencias no sirvo», y que tiene tanto que ver con cómo lo aprendimos de niños o de adolescentes, y por eso es tan importante el aprendizaje en profundidad.
Entonces, generar esa motivación en otros, cuando uno es educador, o también en la familia, tiene que ver con eso, con tratar de encontrar por dónde abrevar de esa curiosidad que todos tenemos como seres humanos y cómo hacer que lo que enseñamos tenga sentido, que sea algo que para la otra persona signifique algo en su visión del mundo. Y, sobre todo, cuando la cosa se pone difícil, porque aprender, sobre todo aprender cualquier cosa compleja, llega un momento donde no es puramente placer. Hay momentos donde hay que trabajar duro, hay que atravesar zonas difíciles, terreno fangoso, donde uno quiere abandonar, quiere tirar la toalla, y es en ese momento donde la motivación juega un rol tan clave para poder atravesar ese bache y seguir aprendiendo y seguir adelante para cosechar los frutos en algún momento. Entonces, esa motivación es la clave para que ese proceso llegue a buen puerto.
Entonces, lo que yo trabajo con los profesores es cómo transformar esas preguntas fácticas en preguntas para pensar, que inviten a al pensamiento crítico, a la creatividad. Y lo que hacemos es, a mí me gusta mucho, y en el libro este, Enseñar distinto, que mencionábamos, hay un capítulo que se llama «Clínica de preguntas», como la clínica de belleza o para adelgazar, que entra uno de una manera y sale espléndido de otra. Bueno, metemos una pregunta fáctica, una pregunta de bajo orden cognitivo, y la sacamos como una pregunta para pensar. Y hay algunos trucos para eso. Te voy a dar un par de ejemplos y después destilamos los trucos. Una pregunta muy escolar, muy clásica, que encontramos en los cuadernos de primaria, por ejemplo, es: «Describe el planeta Marte. ¿Qué tiene en común con el planeta Tierra y en qué se diferencian?». No es una pregunta horrible, es una pregunta estándar que el alumno contesta en el cuaderno. Estará mal o bien y, luego, a otra cosa mariposa. Como que se le olvidó, ¿no? Bueno, ¿cómo la transformamos? Entra a la clínica y sale la pregunta. Y sale como una historia, como un pequeño caso contextualizado. Ese es uno de los primeros secretos: contextualizar el conocimiento, el contenido, en una historia. Y, entonces, dice así la pregunta para pensar: «Eres parte de la agencia espacial de tu país y te mandan a hacer una investigación para ver si tiene sentido que los seres humanos en un futuro vayamos a vivir a Marte cuando, ojalá no, en este planeta ya esté complicado vivir». Entonces, tienes que convencer a la audiencia, primero investigar y luego convencer a la audiencia de si vale la pena invertir dinero en financiar la misión.
Y fíjate que ahí está: por un lado, el contenido es el mismo, es saber cómo es el planeta Marte en relación con la Tierra, pero no porque sí, porque me lo pidió el profesor, sino, en este caso, al servicio de ver si tiene sentido hacer una misión para ver si podríamos ir a vivir ahí. Entonces habrá que saber cómo es Marte respecto de la Tierra. ¿Es más grande, es más chico, hay gravedad? ¿Cómo es respecto de la de la Tierra? ¿Hay atmósfera, hay oxígeno, hay agua? ¿Cuánto tiempo tardaríamos en ir ahí? Entonces, esta comparación, el contenido es calcado, es el mismo, pero está al servicio de algo y, en este caso, la capacidad, que también hay que trabajarla y que es parte de lo que se aprende trabajando con preguntas más para pensar, más contextualizadas, de comunicar una idea y tratar de argumentar en favor de lo que se decida por sí o por no a otro. Entonces, ahí los alumnos tienen un rol: son expertos en un tema porque lo han investigado y, con eso, tienen que poder argumentar ante otros, que tomarán la decisión de financiar o no la misión, ¿no? Y te doy otro ejemplo que a mí me gusta mucho.
Y dice así: «Bueno, resulta que yo estaba en casa…», me tienes que creer, ¿no?, este cuento, «cocinando pizza y, uy, se me acabó la levadura. Entonces, tuve que ir a comprar levadura al supermercado y la tenía aquí en la mano y, entonces, cuando estaba por pagar, estaba en la cola del cajero, en la fila, una señora la mira y me dice: “Ten cuidado, trata bien a esta levadura porque es un ser vivo, se te puede morir”. Y yo pensaba: “Señora, ¿usted está bien? Disculpe, porque esto que tengo aquí en la mano, esta pastita, no se parece en nada a otros seres vivos que yo conozco”. Y entonces me fui a casa, me quedé pensando. Y en el camino pensaba: “Si la señora tuviera razón, ¿cómo podría hacer yo para averiguar si esto que tengo acá es o no es un ser vivo?”». Entonces, ahí esa pregunta abre camino, no cierra, no la respondo de memoria y sanseacabó, sino que empieza un camino de exploración y de investigación, de poner el cuerpo y poner la cabeza. Ahí uno podría decir con los alumnos: «Bueno, ¿cómo hago para saber si algo está vivo o no? ¿Qué hacen los seres vivos?». Y habrá que buscar información y sí, sabremos que tienen un ciclo de vida, que respiran, que se reproducen…
Y uno puede decir: «Bueno, ¿será que la levadura se reproduce? ¿Cómo hago para averiguarlo?». Y ahí uno, como profesor, tiene un as en la manga, cosas que uno sabe y las tiene preparadas, por supuesto. «Bueno, a ver, pongamos en un pan húmedo un poco de levadura en una parte y veamos si al cabo de unos días aparece la levadura del otro lado, si se reprodujo, o, si los seres vivos respiran, la levadura debería respirar o alimentarse». Entonces, bueno, le pongo un poco de azúcar, que es un alimento que muchos seres vivos consumen y veo si hace burbujitas, que quiere decir que respiró y transformó ese azúcar. Entonces, las preguntas para pensar ponen a los estudiantes en un lugar de investigadores, de curiosidad encendida. No se acaban ahí. Por supuesto que llevan más tiempo. Por supuesto que no se responden en un minuto y sigo adelante. Y por eso nos obligan, como educadores, a priorizar muy bien qué contenido vamos a trabajar. Yo siempre les digo a los profesores que menos es más. Menos cobertura superficial y más profundidad, volviendo a lo de aprendizaje profundo, y más sentido, más curiosidad y más habilidades para la vida, porque con estas preguntas aprendo a argumentar, aprendo a hipotetizar, aprendo a comunicar mis ideas, a pensar respuestas, a pensar caminos, y eso es lo que queremos que los estudiantes se lleven para las pruebas de la vida, no una vida llena de pruebas y de exámenes, sino las pruebas de la vida que van a tener que seguir adelante y luego les van a tocar.
Y ahí tú decías, bueno, ¿cómo hacer para enseñarles a los estudiantes a hacer buenas preguntas? Porque esto son preguntas que hacemos nosotros. ¿Cómo hacer para que ese hábito de hacerse preguntas sea algo continuo? Que se lo lleven, que se lo lleven como hábito. Y para eso uno de los secretos es dar muchas oportunidades. Seguido, no como algo que pasa una vez cada tanto, sino como algo que pasa como rutina en el aula, desde bien pequeños hasta la universidad, hasta que los alumnos son más grandes, de formular preguntas sobre lo que estamos trabajando. Hay una rutina de pensamiento que a mí me encanta, que se llama «Veo, pienso, me pregunto», y es observar algo… Bueno, observo: aquí estás tú, sentada, aquí hay unas luces. Describo la situación sin emitir juicio de valor. Solo observo y ejercito esa observación. Pienso. ¿Qué pienso sobre lo que veo? ¿Qué infiero? ¿Qué suposiciones hago? Pienso que estás tranquila, pienso que estás contenta en esta situación. Pienso que estamos conversando de algo que nos interesa. Y luego viene el «¿Qué me pregunto?». Y tratar de hacer la lista más larga de preguntas que pueda para ejercitar ese hábito preguntón, ¿no?
Entonces, me pregunto: «¿Estarás cómoda?». Me pregunto qué otra cosa se te pasará por la cabeza. Me pregunto qué te pasó antes de venir aquí. Entonces, instalar en distintas cosas que vamos estudiando momentos para que los estudiantes hagan preguntas y no una, sino muchas, y ahí el registro en los diarios de preguntas o lugares donde puedan hacerlas por escrito son claves para que eso se empiece a generar. No sucede solo, hay que trabajarlo, como todo. A veces, los diarios científicos o las bitácoras que los alumnos llevan ayudan mucho a que esas preguntas sucedan. Por ejemplo, al final de una clase uno puede hacer otro ejercicio, otra rutina de pensamiento que se llama «Tres, dos, uno». Yo lo hago mucho con mis alumnos universitarios, donde al final de la clase les digo…
A veces esos ejercicios pequeños que hacemos, pero donde indagamos qué está pasando en las mentes de nuestros alumnos, hacen primero que ellos y ellas estén más atentos a su aprendizaje, que presten, que se conecten distinto con la clase, porque saben que al final van a tener que contar ideas claras, preguntas, saben que va a pasar eso y hacen que el foco esté más conectado. Pero, por otro lado, a nosotros nos dan esas pistas de qué está pasando en sus mentes y cuáles son las preguntas que se empiezan a hacer.
Entonces, ver el mundo desde otras lógicas hace que nuestra creatividad explote para todos lados. Resolver problemas con gente que viene de otros mundos hace que nuestro propio mundo se ensanche, se amplíe un montón. Entonces, ahí está una de las claves. Y la otra clave que encontramos es la introspección: mirar para adentro, tratar de pensar cuál es la huella que quiero dejar en este mundo, qué me importa, qué tengo yo para aportar por mi vida, mi experiencia de vida, que es única y todos… De dónde venimos, qué hemos aprendido, qué hemos vivido, quién soy, en ese quién soy, qué quiero hacer, qué quiero dejarle al mundo, en qué quiero tener impacto… Entonces, quienes participan vienen con alguna idea, un proyecto, o a veces no, vienen a desarrollarlo ahí, y en ese trabajo con los demás aparece la creatividad. Y hay una actividad que me gusta mucho que hacemos, que también la hacemos en el aula con estudiantes adolescentes o a veces con profesores, en la formación de profesores, que tiene mucho que ver con, por un lado, la creatividad y, por otro, el pensamiento crítico, como tú decías.
Se llama «Sombreros para pensar». Es una actividad inspirada en el libro de Edward de Bono, el gran psicólogo que inventó esta idea, que acuñó este concepto del pensamiento lateral. Y, entonces, una persona va con una idea y todos tienen en grupitos de cinco o seis personas un sombrero y, además, en general lo hacemos con sombreros de verdad de colores y es más divertido aún. Todo lo de materializar y lo de ponerle cuerpo a lo vivencial es mucho más rico y más se te queda, te lo llevas. Y, entonces, cada uno tiene un sombrero. Uno tiene el sombrero rojo, que es el sombrero de las emociones, qué emociones me provoca esto que me están contando. Otros, el sombrero amarillo, que es el sombrero optimista: cuáles son los puntos fuertes de la idea o de este proyecto, cómo lo puedo ver con una luz más optimista, más benévola. Otro tiene el sombrero negro, que es el sombrero del cauto: cuáles son los riesgos, con qué habría que tener cuidado, qué cosas pueden salir mal. Otro es el sombrero blanco, que es el de los hechos, de la información más concreta: cuáles son los hechos, la evidencia que sustenta la idea. De ahí parte el pensamiento crítico, de esto de ver un poco las evidencias detrás y de mirar un asunto, en este caso una idea, desde muchos puntos de vista, que eso es parte de pensar algo críticamente.
Y hay un sombrero, que es uno de mis favoritos, que es el sombrero verde, que es el sombrero creativo, el del pensamiento lateral. Entonces, bueno, a partir de esto que me cuentas, qué cosas que en principio puedan parecer disparatadas, que no tengan nada que ver, se me ocurre traer a la mesa. Entonces, los sombreros van rotando, cada quien trae su idea y entre los demás le van dando esa retroalimentación, ese feedback, y es un feedback mucho más rico, porque, además, a veces el sombrero que te toca… El que toca toca, la suerte es loca. Te tocó el rojo y tienes que hablar de emociones, pero tú querías hablar del amarillo, de los puntos fuertes. O querías… O tienes una personalidad que más se inclina a mirar los riesgos. Bueno, te toca un sombrero y te tienes que poner en ese rol de dar esa devolución desde ese punto de vista que, además, va rotando. Entonces, hay algo de la creatividad que aparece cuando estás con gente distinta, te expones a gente distinta y, además, tienes que mirar un asunto desde varios puntos de vista. Y yo te decía gente distinta, pero no es solamente personas distintas, la creatividad también aparece cuando uno se anima a lecturas distintas, a lugares distintos, a ampliar la vida probando con ese espíritu más… Jugar un poco con ese espíritu explorador que todos tenemos adentro, que a veces lo tenemos más dormido y a veces lo encendemos.
La primera pregunta que recuerdo que trajo Ignacio era: «¿Quién va más rápido, un caracol o una lombriz?». Entonces había armado la pista de carreras, la dibujó… Además, a veces muestro ese registro, ese cuaderno, en conferencias porque es de una belleza, de cómo lo escribió… Entonces, había armado la carrera, puso qué materiales necesitaba, puso qué iba a medir, que era lo que le enseñábamos siempre. Cuando haces un experimento, algo tienes que medir para comparar. Iba a medir el tiempo, iba a medir la velocidad de cada uno… Se armó la pista. Tenía el registro de resultados. Me acuerdo de que salió primero la lombriz. El caracol tardó diez minutos en dignarse a salir. Pero él estaba ahí esperando con el cronómetro. Llegó a la meta. Ganó la lombriz. Por si quieren apostar, apuesten por la lombriz. El caracol tardó 30 minutos en llegar. Y yo me imaginaba a Ignacio, un niño que en principio no tenía la chispita científica encendida para nada, 30 minutos con el cronómetro en la mano, esperando que el caracol vaya a la meta y me llena de emoción.
Ignacio traía ese cuaderno rebosante de experimentos. Otro hermoso que trajo… Tenía hermanas mellizas que tenían 13 años. Él tenía nueve y ellas tenían 13 en ese entonces. Las dos con pelo bien largo. Entonces, a él se le había ocurrido, no sé por qué, pero puede revolucionar la industria de la cosmética esto que te voy a contar. Quería saber qué dejaba el pelo más suave, si el champú solo o esos que vienen dos en uno, un champú con acondicionador. Entonces, puso a las pobres hermanas, unas santas que se ponían ahí a ser sus conejillos de Indias, sus sujetos experimentales. Las ponía a… Una se tenía que lavar con champú solo. Como tenían el pelo igual de largo, más o menos funcionaba: eran mellizas y el pelo era parecido, así que se podía comparar. Y la otra, el dos en uno. Y entonces anotaba: «¿Qué tengo que ver?». Bueno, lo voy a mirar con los ojos, lo voy a tocar, a ver qué tan sedoso. «¿Cuáles son los resultados posibles?». Bueno, por ahí son iguales, por ahí es mejor el champú, por ahí es mejor el dos en uno… Hizo el experimento. De este no les cuento la respuesta. Por ahí en sus casas, los que nos están mirando, o si te animas después, y ver cuál funciona mejor. Y hay algo de esto, de cuando uno abre la puerta a las preguntas más abiertas, a dar estructura, porque a Ignacio la maestra le había enseñado durante algunos meses a investigar de cierta manera, pero después es abrir el juego a las ideas propias.
Y ahí apareció en este caso un niño con un espíritu científico que no sé a qué se va a dedicar de adulto, no importa. Es más, hasta te diría, si no fuera científico, hasta por ahí sería mejor en el sentido de que se lleva ese pensamiento puesto, esto que se desarrolló en su infancia, que era impensado si no se hubiera abierto esa puerta. Así que yo siempre me acuerdo de eso y lo cuento porque me parece que es cómo sembramos esas semillas que después no sabemos cómo van a florecer. Hay una investigadora que se llama Alison Gopnik que estudia el desarrollo infantil, que dice que uno como adulto puede ser o jardinero o carpintero. El carpintero es cuando uno dice, esto es más como madres y padres, «Bueno, yo quiero que mi hijo salga de esta manera. Tengo una silla en mente perfecta. Entonces, sé exactamente la dimensión que va a tener, la dureza exacta… Lo tengo en vista y quiero formarlo en esa dirección», que la verdad es que todos los que tenemos hijos sabemos que no funciona. Ojalá fuera tan fácil, pero no lo es. Y, de hecho, genera mucho sufrimiento, cuando uno es tan rígido en esa dirección, o mucha decepción. Y la otra metáfora que usa es: «Bueno, podemos ser jardineros también». Y «jardineros» quiere decir poner el suelo, nutrirlo, poner un tutor para que vaya en cierta dirección, pero también saber que lo que va a florecer ahí va a ser, en gran parte, lo que esa semilla traiga dentro y lo que vaya sucediendo. Y, entonces, es ir acompañando con cierta intención, pero saber que esas flores serán lo que sean y estar ahí para acompañar. Y esto de Ignacio creo que tiene que ver con eso, con abrir el juego para generar posibilidades distintas en el futuro.
Nosotros hace unos 20 años, no voy a decir mi edad, pero fundamos con un grupo de científicos una asociación, una organización, que se llama «Expedición Ciencia» y lo que hacemos es llevar a 50 estudiantes adolescentes a la Patagonia argentina, que es muy muy bella, llena de lagos y montañas, con científicos y educadores, recreólogos, educadores de montaña, a investigar y hacer vida de montaña. Me acuerdo de una experiencia con esto de lo vivencial, lo experiencial, que es una de las favoritas de los estudiantes y que es muy simple, pero que habla del valor de poner el cuerpo que les hacemos medir… Tienen el desafío en grupitos de medir el cauce de un río. Estamos ahí, en un arroyo pequeño, nadie se ahoga, con una soga y tienen un par de elementos muy simples y se las tienen que ingeniar para medir el cauce del río. Entonces, siempre, en algún momento, alguien se da cuenta de: «Ah, entonces, si me meto al agua y veo hasta dónde me llega, con eso puedo medir la profundidad». Y, a ver, uno se tiene que poner a cada lado del arroyo y ver cuál es la longitud y, entonces, ver cómo hacer para cruzar… Hasta que en algún momento le encuentran la vuelta. Al final hacemos como una especie de congresito donde cada uno muestra su solución.
Esa es una de las experiencias que más recuerdan, porque hay algo ahí de encontrarle la vuelta por uno mismo. En ese congresito donde presentan los resultados se dan cuenta de que hay varias maneras de llegar a la solución. Algunas son mejores, otras son peores. En ese momento se dan cuenta de que hay varias maneras de responder un problema, volviendo esta de la creatividad, de que la creatividad pasa por generar problemas abiertos donde entre varios hay que encontrar la solución de manera colaborativa. Todo esto que decimos que hace falta para la vida adulta y en cualquier momento de la vida. Me acuerdo de, hablando de historias inspiradoras, una niña que decía… Porque a estos campamentos siempre van niños o niñas a las que les gusta la ciencia o que son curiosos, a veces no necesariamente por lo científico, pero muy motivados por aprender. Y una chica decía que su mamá le decía siempre que ella era sapo de otro pozo, pero aquí estábamos todos en el mismo pozo, y todos llorando, imagínate, todos emocionados. Pero hay algo de eso: de poner el cuerpo y cuanto más lo podamos hacer en el aula, que no siempre es sencillo, pero cuanto más podamos meternos de cabeza en el mundo de los fenómenos, jugar, producir, meter el cuerpo, hacer salidas, ese aprendizaje es más perdurable.
Entonces, ¿cómo hacemos para ir cultivando? La buena noticia, y lo que muestran las investigaciones, es que esa mentalidad de crecimiento se puede desarrollar. No es algo que, si no la tenemos, estamos listos. Realmente se puede desarrollar. Y hay algunos hallazgos interesantes. Me acuerdo de una investigación de Carol Dweck que a mí como madre me impactó mucho porque ella hablaba del poder de los elogios y lo que hacía era, con estudiantes de secundaria, les daba una serie de problemas matemáticos a dos grupos de la misma dificultad y veía qué podían hacer. Entonces, cuando le salía bien el problema a un grupo, le decía: «Qué bueno, te ha salido muy bien. Se nota que eres muy inteligente para las matemáticas». Al otro grupo le decía: «Qué bueno, les ha salido muy bien. Se nota que se han esforzado mucho, han practicado, lo han intentado, han trabajado duro». Y luego a los dos grupos les daban una nueva serie de problemas matemáticos. Y ahí, en esa nueva serie, había algunos más fáciles y uno más difícil, y veían qué elegían. Entonces, para mí era muy contraintuitivo cuando lo leí por primera vez y ahora tiene mucho sentido. Lo que ella veía era que, cuando les daba esta nueva serie de problemas, los que habían sido elogiados por el talento elegían los más fáciles, porque estaba su autoestima, su reputación, su visión de sí mismos y ante los demás en juego. Entonces, no querían perderla. En cambio, los que habían sido elogiados por el esfuerzo se animaban a ir a por más, a problemas más difíciles.
Entonces, hay algo de cómo elogiamos… A mí eso, como mamá, mis hijos un poco me tienen el tiempo y yo siempre les digo: «Practicaste mucho y te esforzaste mucho». Entonces vienen y me dicen: «Practiqué mucho, ¿no, mamá?». Hay algo en elogiar la inteligencia. Elogiar la inteligencia o el talento genera una mentalidad fija, genera en nuestros hijos o en los alumnos la visión de que si algo les salió bien es porque ya eran de antes talentosos o inteligentes. Elogiar el esfuerzo implica estar en control de ese resultado. Cuando ese resultado de que te salga bien y lograr un objetivo tiene que ver con cuánto te esforzaste y lo intentaste, siempre te puedes esforzar un poquito más. Entonces ahí hay uno de los grandes secretos de cultivar la mentalidad de crecimiento. Y el segundo es darles a nuestros hijos y también a los estudiantes desafíos alcanzables ni demasiado fáciles, porque no se esfuerzan, porque es aburrido, ni demasiado difíciles, si les quedan demasiado lejos, eso genera frustración temprana. Entonces, poder dar desafíos acordes a lo que pueden ir haciendo, por ahí una meta muy larga dividirla en metas cortas, como si fuera que tenemos que cruzar un río y vamos poniendo piedras en el camino para ir dando pasos. Lo que decía Lev Vygotsky de la zona de desarrollo próximo, quienes trabajamos en la educación, esa idea de algo que puedan hacer, pero con un poco de esfuerzo y, entonces, tener la sensación de que algo nos sale bien. Tener éxitos tempranos ayuda a tenernos confianza, a desarrollar esa autoconfianza que nos ayuda a la mentalidad de crecimiento.
Entonces, elogiar el esfuerzo y también dar metas alcanzables, que impliquen un poco de desafío, pero que vayan sintiendo que lo pueden lograr. Y algo que también me resultó muy contraintuitivo cuando lo leí por primera vez, y esto es de un investigador que se llama Doug Lemov, estadounidense, y él habla de practicar lo que nos sale bien, no solo lo que nos sale mal y nos cuesta, que tenemos que mejorar, sino que, especialmente los niños, cuando practican algo que les sale bien, se les da bien, van adquiriendo esa seguridad que después los ayuda a luego hacer cosas que no les salen tan bien. Entonces hay algo de que puedan desarrollar eso que les sale, que les gusta, donde se sienten en sus zapatos, bien cómodos, para después animarse a lo que es más difícil.
Este proyecto en particular de Lengua y Literatura arrancaba con esta pregunta: «¿Qué historias te asustan más?». Y era un proyecto sobre la literatura de misterio y de terror, esos subgéneros que querían que los alumnos estudiaran. Que fíjate como esta sería como la pregunta que sale de la clínica, porque la pregunta más tradicional sería «¿Qué características tiene la literatura de terror?». Y los alumnos dirán «a, be, ce…» y luego se les olvidará. Bueno, esto es lo mismo, pero con una vuelta de tuerca. Da la vuelta a esa pregunta apelando a la curiosidad: «¿Qué historias te asustan más?». Qué hacen esos autores o también cineastas que hacen que nos agarremos de la silla y nos muramos de miedo o tengamos ganas de seguir leyendo y no podamos soltarlo, pero a la vez no podamos dormir, o qué recursos usan, literarios, audiovisuales, para que eso suceda. Entonces se abre… A todos nos asusta alguna historia. Entonces, se abre una conversación genuina con los estudiantes. Después de esa apertura, los estudiantes van leyendo literatura de terror, analizándola, viendo qué recursos usan los autores, van empezando a escribir sus propias historias, y la producción final de ese proyecto es un tráiler, un avance grabado. Hay algo también del trabajo con nuevas tecnologías digitales en el aula que hace que podamos llegar mucho más lejos, con sus celulares en este caso, y editando los propios alumnos una película de terror que tenga que usar esos recursos estilísticos que ellos han estudiado, ¿no?
Entonces, fíjate como con algo que puede ser como muy inerte, como decíamos al comienzo, que entra por un oído y sale por otro, que son las características del género de terror, empiezo a hacer algo que me lo llevo para la vida, que practiqué y que no me lo olvido más y que termine con una producción auténtica, que en este caso es este audiovisual. Y a mí me gusta este proyecto también, primero porque lo vi en acción y realmente lo que pasa con los alumnos es muy impactante, cómo vuelven a conectar… Es difícil motivar hoy a los adolescentes cuando tenemos un mundo con una competencia muy desleal hacia afuera, ¿no? De mucho estímulo, de mucho vértigo. Lo que pasa en la escuela es ese espacio más de pensamiento tranquilo, de espacio para un aprendizaje con menos luces de colores que el mundo exterior que nos compite, ¿no? Entonces, traer la vida real es importante. Y, a la vez, hablando de los proyectos, los proyectos para que sirvan para el aprendizaje profundo tienen que ser buenos proyectos y esto quiere decir que tienen que estar conectados con contenido sustantivo.
Y recuerdo una anécdota de un colega que me contaba que estaba en una escuela secundaria y los alumnos estaban elaborando galletas de arroz. Y viste que los adolescentes no tienen filtro y te cuentan la verdad. Entonces, un alumno le decía a él: «Yo me doy cuenta de que con esto podría aprender química o física, o podría aprender sobre marketing y procesos de cómo luego venderlo, podría aprender un montón de cosas, pero, la verdad, solo estoy haciendo galletas de arroz». Y me gusta ese ejemplo, como también poniéndome el sombrero negro, como señal de alarma, de, ojo, no cualquier proyecto es un buen proyecto: tiene que estar muy conectado con el mundo del conocimiento. No es un hacer con las manos, sino con la cabeza, no es un hacer por hacer, que eso es a veces el riesgo, de pensar… Tienen que estar bien diseñados esos proyectos para que conduzcan a un buen aprendizaje. No solo porque estén de moda el enfoque funciona.
Te doy dos ejemplos de casa. Uno con las lombrices, también inspirado en lo de Ignacio, yo tenía esto de antes. Estábamos en casa, en el jardín y apareció una lombriz y uno de mis hijos dijo: «Ay, ¿cómo hacen las lombrices, mamá, para respirar abajo de la tierra? Es muy raro, estando con la tierra encima. ¿Cómo respiran?». Yo soy bióloga, la podía responder directo. Pero le dije: «Bueno, vamos a ver juntos». Entonces, primero buscamos un poco en internet cómo eran las lombrices, cómo nacían… De hecho, me acuerdo de que encontramos unos videítos de las lombrices saliendo de un capullo todas juntas. Eran una especie de gemelas como ellos y, entonces, pudimos conectar por ahí, y vimos cosas interesantes, como que tenían ocho corazones, o no sé cuántos tienen, y nosotros uno. Empezar a abrir. Había una chispita ahí y empezar a abrirla, ¿no? Y en un momento mi otro hijo dijo: «Mamá, ¿cuál es la velocidad de una lombriz? ¿Cuán rápido van?». Esa edad en la que quieren saber cuán rápido van los distintos animales. Digo: «Bueno, vamos a medirla. A ver cómo hacemos para averiguarlo nosotros». Y, entonces, con eso fuimos armando la pista de carrera de lombrices. La pusimos en la mesa, de esas individuales para que pudieran avanzar. Las lombrices mucho caso no nos hicieron, porque estaban quietas. Cada uno tenía la suya que quería que ganara. Obviamente, le iban dando empujoncitos cuando nadie se daba cuenta.
Pensamos, bueno, tenemos que medir la distancia, el tiempo… Después la dibujamos… Una de las lombrices se declaró en huelga en la mitad y no quiso avanzar y, entonces, estábamos desesperados. Hubo algo de una pregunta curiosa, de esas que hacen los niños naturalmente, que podía haber terminado en un «no lo sé» o te digo la respuesta o, bueno, averígualo solo, pero se convirtió en una oportunidad de aprendizaje, de esos momentos entrañables, memorables, en familia, que tienen que ver simplemente con estar. Simplemente no, es difícil porque estamos todos muy tironeados de todos lados, ¿no? Pero poder estar presentes en serio y compartir esos pequeños momentos donde aparece la curiosidad y llevarlos más lejos. Me acuerdo de que, en esto de compartir tiempo haciendo cosas cotidianas, estábamos cocinando y haciendo un pastel casero yo les contaba que, cuando yo era pequeña, mi abuela, cuando hacíamos galletitas o pastel, siempre me dejaba comer una cucharita de eso crudo. Bueno, espero que no tuviera huevo, porque no se puede. Pero que a mí me encantaba.
Y, entonces, uno de mis hijos dice: «Bueno, claro, esto está tan rico que deberíamos venderlo». Armemos que te dedicas al marketing. Bueno, armemos que esto está más rico que el dulce de leche, que nos encanta en Argentina. Dijimos: «Bueno, a ver, ¿cómo haríamos para vender esto? Bueno, ¿qué tenemos que hacer? Bueno, le tenemos que inventar un frasco con una etiqueta. Vamos a ver los frascos que tenemos en la alacena. ¿Qué dicen? Bueno, tienen un logo, tiene un dibujito, dicen cuánto traen…». Empezamos a armar nuestra etiqueta. «¿Cómo hacemos para que otra gente se entere?». Fuimos a dar la vuelta a la manzana, un poco exagerado, porque lo estábamos llevando lejos, pero era parte del compartir. Fuimos a ver afiches por la calle de publicidades para ver cómo eran y generamos la propia. Tiene que ver, para mí, con esta idea de dónde ellos están hacer doble clic, o tirar del piolín y llevarlo más lejos. Eso, por un lado, compartir lo que a nosotros… De donde ellos están, llevarlo más lejos y, a la vez, en ese compartir tiempo, que pasen cosas, pero donde nosotros también estemos como cómodos en eso que nos apasiona. Me acuerdo de una anécdota de un amigo contraria a lo que hay que hacer. Este amigo estaba muy convencido de que su hijo tenía que aprender robótica y tecnología porque el mundo del futuro… Pero él no solo no sabía nada, sino que le parecía aburrido y nada le parecía peor plan. Se mandó traer un kit de robótica y tecnología y estaba con el hijo tratando de armar así, con mucha dificultad, armando las instrucciones… Y me acuerdo de que me contaba que miraba él el reloj porque no se le pasaba más el tiempo y estaban él y el hijo esperando a que se hiciera la hora para dejar eso a un costado e ir a leer libros de aventuras, que era lo que de verdad les gustaba.
Entonces, creo que por un lado es también conectar con lo que a nosotros como adultos nos apasiona y compartir con ellos. En algunas familias será la música, en otras será ponernos a bailar o cocinar o la huerta o juegos matemáticos o leer o lo que fuera. Pero ese tiempo compartido donde, primero, los niños nos ven a nosotros curiosos y apasionados y podemos compartir parte de ese mundo y, por otro, cuando ellos traen preguntas, podemos ayudarlos a ampliar ese mundo. Yo creo que va por ahí. Y una idea que a mí me ayudó mucho también y trabajé mucho con familias en talleres de cómo mirar esa variedad de situaciones es pensar en la inteligencia, no como algo escolar solamente, que tiene que ver con la matemática o la lengua o las disciplinas académicas, sino como un repertorio. Entonces, cuando entendemos la inteligencia como ese repertorio, creo que nos ayuda a mirar a nuestros hijos e hijas con una luz más bondadosa, más de ver que sí tienen, más allá de lo que queremos ayudarlos a mejorar, que sí traen y a mirarlos y que ellos se puedan ver a sí mismos con una luz como más… Me pasó con muchos adultos, como una luz más benévola. Por ejemplo, amigos artistas que siempre se sentían como que no eran los inteligentes. En la escuela los inteligentes eran otros. Ellos eran creativos o divertidos, lo que fuera, pero los inteligentes eran otros, y son huellas que se llevan hasta la vida adulta. Entonces, ampliar nuestra visión de la inteligencia, nosotros como padres o educadores, y también nuestros hijos, que puedan verse con esa luz de «yo soy inteligente y tengo esto, esto y esto y lo que traigo a este mundo es clave para tener una vida más plena».
Y creo que a veces lo que pasa en la enseñanza de las ciencias genera una visión muy contraria a lo que las ciencias son. Las ciencias son ese proceso de investigación y de búsqueda, la ciencia profesional, y a veces la ciencia en la escuela se parece mucho a lo contrario. Es como alguien que te cuenta un conocimiento acabado que no terminas de entender. Alguien decía que la ciencia escolar da respuestas a preguntas que nadie se hizo en el modo en que actualmente se enseña, algo como muy difícil y para los inteligentes, muy árido, muy aburrido… Entonces, dar vuelta a esa lógica. Y en estos años yo, bueno, hoy conté alguno, el de Expedición Ciencia, pero vengo trabajando mucho con colegios en cómo transformar desde la escuela infantil hasta los más grandes esa lógica con la que se enseña la ciencia en el aula para meter un poco las manos y las mentes a la obra, que es cómo se investiga en la vida real y que esa ciencia quede más cerca y que ese pensamiento científico nos empodere para la vida y nos dé alas, en vez de acotarnos. Todo lo contrario. Creo que hay una gran chance ahí, que es superimportante.