Claves para prepararte para la vida
Álvaro Bilbao
Claves para prepararte para la vida
Álvaro Bilbao
Neuropsicólogo
Creando oportunidades
“Tu mente es el lugar donde pasarás el resto de tu vida”
Álvaro Bilbao Neuropsicólogo
Álvaro Bilbao
Doctor en Psicología de la Salud y neuropsicólogo formado en el Hospital Johns Hopkins (Baltimore) y el Royal Hospital for Neurodisability (Londres), Álvaro Bilbao es colaborador de la Organización Mundial de la Salud, la Unión Europea y el Children Center de Nueva York. Reconocido experto clínico y divulgador que imparte conferencias y clases en todo el mundo sobre temas que explican la relación entre el cerebro y la educación, Bilbao también es autor de los libros 'El cerebro del niño explicado a los padres', 'Cuida tu cerebro y mejora tu vida', 'Me falla la memoria' y 'Prepárate para la vida', entre otros.
Firme defensor de una crianza en positivo, basada en la comprensión y el afecto, aborda la adolescencia desde esta misma mirada. “Por mi experiencia —apunta— los adolescentes tienen mucho interés en aprender cómo funciona su cerebro, en descubrir cuales son las claves que les pueden ayudar a llegar más lejos, con menos estrés y menos sufrimiento”. En su libro 'Prepárate para la vida', el autor se dirige directamente a ellos, ofreciéndoles herramientas y consejos que les ayudarán a prepararse para los retos del futuro y afrontar este apasionante momento. La importancia del autoconocimiento, establecer relaciones sanas, adquirir unos hábitos de vida saludables o entender que la verdadera felicidad se construye día a día son algunas de las claves que ayudarán a vivir la adolescencia como una gran oportunidad.
Transcripción
Yo siempre os digo que hay dos tipos de autoconocimiento. El primero de ellos es conocernos a nosotros mismos de manera particular. Es decir, a mí me gusta jugar al fútbol. Mis mejores amigos son María, Cristina y Pedro. Yo tengo interés por la informática o a mí me interesan mucho más las artes plásticas y la creatividad. Ese es el conocimiento específico de quiénes sois cada uno de vosotros. Pero todos los que estamos aquí tenemos otro tipo de conocimiento que podemos ir desarrollando, que es el conocimiento general sobre cómo funciona nuestro cerebro. Y conociendo cómo funciona ese cerebro, podéis saber cómo relacionaros mejor con otras personas, qué cosas tenéis que evitar para experimentar malestar intenso, cómo podéis perseguir vuestras metas y conseguirlas, cómo podéis ser capaces de tomar buenas decisiones y cómo podéis afrontar los errores de una manera que sea constructiva y positiva para vosotros. Si descubrís cuáles son esos programas de funcionamiento cerebral, ya tendréis ganado mucho acerca de ese autoconocimiento, que es la mejor herramienta que vais a poder tener a lo largo de vuestra vida para poder conseguir todas esas cosas que son importantes para vosotros y que se pueden resumir en sentiros bien con vosotros mismos y con los demás. Vamos a hacer una pequeña dinámica.
“En psicología no hay emociones positivas o negativas”
Os voy a preguntar por dos emociones y quiero que levantéis la no aquellos de vosotros que, en algún momento, hayáis sentido alguna de estas emociones. La primera de estas emociones es la rabia. ¿Quién ha sentido rabia en algún momento de su vida? Todos. La segunda emoción por la que os quiero preguntar es la envidia. ¿Quién ha sentido envidia en algún momento de su vida? Quizá, viendo algunas fotos en las redes sociales, viendo las notas que han sacado los compañeros, viendo lo que otros tienen y nosotros no… ¿Y qué pensáis de esa rabia y de esa envidia? ¿Diríais que son emociones positivas o emociones negativas?
Tenemos las líneas rojas de la integridad física. Durante la adolescencia, es bien conocido que el cerebro tiene una tendencia a asumir más riesgos de los que sería deseable, porque parte de lo que necesita hacer el cerebro es aprender a gestionar riesgos. Es una tarea fundamental de la adolescencia, aprender hasta qué punto nos podemos arriesgar y en qué punto empieza el peligro. Pero hay algunas líneas rojas que podemos aprender. La primera de ellas tiene que ver con las líneas rojas que están relacionadas con la integridad física. Por ejemplo, si vamos a ir a hacer «mountain bike» o vamos a montar en bici por la ciudad, pues una línea roja es no ir sin casco, otra línea roja puede ser no ir en el coche con una persona que está conduciendo bajo los efectos del alcohol. Otra línea roja para nuestra seguridad es no hacernos cortes. Cosas que dañen nuestro cuerpo de una manera clara y contundente. En segundo lugar, están las líneas rojas de nuestro bienestar físico: dormir poco, fumar tabaco, beber alcohol, no hacer ejercicio, no caminar, ser muy sedentarios y comer con mucha frecuencia alimentos que son poco saludables. La tercera línea roja tiene que ver con cómo protegéis vuestra mente. Fijaros, una de las cosas que más va a influir en vuestro estado de ánimo, en vuestro bienestar, es cómo os habléis a vosotros mismos.
Expresiones que podemos utilizar con nosotros, como «eres tonto», «no puedes» «los demás lo hacen mejor que tú», «eres un vago»… Ese tipo de expresiones hacen mucho daño a nuestra mente y, para mí, son líneas rojas que no deberíamos pasar. Estar con personas que nos tratan mal, que no nos dan valor, que no son capaces de ver las cosas buenas que tenemos, también son líneas rojas que dañan nuestra mente. Y hay otras líneas rojas que tienen que ver con cómo los demás nos perciben y cómo los demás nos tratan. Líneas rojas que, en el fondo, tienen que ver con vuestra reputación con respecto a lo que los demás ven de vosotros: llegar tarde de manera constante y repetida a los sitios, a las citas que tenéis con los demás, tratar mal a vuestros padres o a vuestros compañeros. Todo ese tipo de cosas que, durante la adolescencia, podemos ver como cosas insignificantes, a medida que vamos creciendo, en un entorno de trabajo o en un entorno de pareja, pueden tener consecuencias muy graves. Y es importante que vayamos introduciendo en nuestra mente la idea de que estas son líneas rojas. Dejadme que os pregunte algo. ¿A cuántos de vosotros os cuesta trabajo mantener algunas de estas líneas rojas de las que os he hablado? Levantad la mano, por favor. ¿Quién me quiere contar un poco qué es lo que le cuesta?
Cada vez que contáis un problema a vuestros padres, a un amigo, a un tutor, una tutora del colegio, lo que estáis haciendo es permitir que vuestro cerebro procese la información de una manera distinta, y en ese procesamiento de información ocurren dos cosas. La primera es que el estrés, la ansiedad, disminuye de una manera considerable. No hay nada mejor que hablar sobre lo que nos ocurre para reducir nuestro nivel de estrés, especialmente si tenemos delante a una persona que es capaz de comprendernos y entender por lo que estamos pasando. Y en segundo lugar, en el propio proceso de conversar y explicar lo que nos ocurre, nuestro cerebro, como conversamos con el hemisferio izquierdo y encontramos solución a los problemas también con el hemisferio izquierdo, lo que va a hacer es, de manera automática, ir encontrando o testeando soluciones que nos pueden ayudar a solucionar esos problemas. No os quedéis nunca con un problema que no comentéis a vuestros padres o a un buen amigo, porque esa pequeña conversación puede ser la diferencia entre quedaros con la angustia y la preocupación y sentir que os seguís ahogando, o sentir que tenéis un salvavidas que os permite tomar aire y seguir adelante.
Porque, aunque no estés de forma consciente trabajando en el problema, el cerebro tiene unos circuitos que se llaman «la red por defecto», que se dedica a trabajar en aquellas cosas que nos interesan o nos preocupan de una forma constante e inconsciente, hasta que encuentra soluciones o encuentra alternativas. Así que esa constancia y esa persistencia son buenas, pero, en algún momento, debes usar la herramienta de la creatividad que pasa por relajarte y tomar un tiempo más relajada para poder encontrar soluciones. Vamos a retomar un tema del que nos hablaba Luca hace un rato y que tiene que ver con el sueño. Dejadme que os haga una pregunta. Quiero que hagáis un ejercicio mental de pensar la hora a la que os fuisteis a dormir ayer, la hora a la que, más o menos, creéis que finalmente os quedasteis dormidos o dormidas, y que penséis también en la hora en la que os habéis despertado hoy. Quiero que levantéis la mano después de haber hecho ese ejercicio aquellos de vosotros y de vosotras que esta noche hayáis dormido más de nueve horas. Levantad la mano los que habéis dormido más de ocho horas. Ninguno. Levantad la mano los que habéis dormido entre siete y ocho horas. Fijaros, unos pocos. Levantad la mano los que habéis dormido menos de siete horas. Mira, esto me ocurre una y otra vez cuando voy a dar charlas a los institutos. Los chicos y chicas de vuestra edad dormís muchas menos horas de lo que sería deseable. Pero tenemos que entender que el sueño es el elixir del bienestar corporal y emocional. Hay unos estudios muy bonitos que se realizaron en la universidad de Cambridge, en Inglaterra, que estudiaron cuánto tiempo dormían las personas en el siglo XVIII. Y os podéis preguntar: «¿Y cómo pueden saber cuánto tiempo duermen las personas, hace ya 200, 300 años?». Pues veréis, lo que hicieron fue localizar los diarios que la gente escribía en la época victoriana en Inglaterra. En esa época victoriana, en Inglaterra, se puso muy de moda escribir diarios. Era como el Facebook, como en Instagram, como el TikTok de nuestros días. La gente escribía sus diarios, y analizando esos diarios donde la gente apuntaba la hora en la que se había despertado, a la que se había acostado, lo que descubrieron es que hace unos pocos cientos de años, los seres humanos dormían entre nueve y diez horas todos los días. Conseguían 10 horas de sueño, que es fundamental para todo el sistema inmunológico, para reparar todos los daños que han ocurrido en nuestro cerebro y resto del cuerpo durante el día, y, como veremos más adelante, para nuestro estado de ánimo.
Un poco más tarde, apareció la bombilla eléctrica y eso permitió que las personas pudieran permanecer despiertas más tiempo. Porque, con las velas, al final, te va entrando el sueño, porque es una luz tenue, apagada, que invita a dormir, pero la bombilla eléctrica da una luz mucho más potente que permite que nuestro cuerpo, nuestro cerebro, esté despierto por más tiempo. Y en esa época, a principios del siglo XX, las personas empezaron a dormir entre ocho y nueve horas de sueño de media. Un poco más adelante, en la década de los 50, aproximadamente, las personas empezaron a tener televisiones y se quedaban viendo la televisión hasta tarde. Y eso hizo que las horas de sueño bajaran de ocho-nueve horas a siete-ocho horas. Y hoy en día, estamos en la época de los dispositivos móviles y las redes sociales. Y eso está haciendo que, como bien habéis demostrado vosotros, la mayoría de chicos y chicas estáis durmiendo menos de siete horas al día. Y esto es algo grave. Fijaros, un estudio que se hizo en la universidad de Virginia. Lo que hicieron en este estudio fue preguntar a chicos y chicas que salían por la tarde de la universidad qué tal había sido su día, que lo puntuaron del uno al diez. Después de que cada uno de esos chicos y chicas puntuará su día del uno al diez, lo que les preguntaron era cuántas horas habían dormido esa noche. Aquellos que habían dormido ocho horas o más tenían un 70 % de probabilidades de haber tenido un muy buen día, puntuado como ocho, nueve o diez. Aquellos que habían dormido siete horas o menos tenían tan solo un 40 % de posibilidades de haber experimentado un día bueno, un día placentero en el que se habían sentido bien. El sueño es uno de los mayores reguladores del estado de ánimo. Sabemos que cuando tenemos un dispositivo delante de los ojos, emite una luz que se llama luz azul. Esa luz azul impacta en distintas regiones del cerebro que transmiten una información a una estructura del cerebro muy importante que se llama la glándula pineal, y la glándula pineal es la encargada de detectar cuándo es de día y cuándo es de noche. Y en el momento en que detecta que empieza a oscurecer, empieza a segregar unas hormonas que se llama la melatonina, que nos ayuda a irnos quedando dormidos poco a poco. Durante millones de años, los seres humanos nos hemos reunido alrededor de una fogata, hemos contado historias… y esas conversaciones entre nosotros con una luz tenue nos iban facilitando que nos quedáramos dormidos. En el momento en que introducimos una luz azul, impacta en la glándula pineal y eso lo que hace es retrasar la aparición de melatonina, que es la hormona que le dice a nuestro cerebro que se tiene que dormir. Y tenemos dos datos.
El primero es que, cuando tenemos un dispositivo delante, tardamos mucho más tiempo en quedarnos dormidos por esa carencia de melatonina. Y en segundo lugar, que nos despertamos más pronto. No solamente nos despertamos más pronto, sino que la calidad del sueño es peor. Tenemos distintos ciclos del sueño, ciclos de sueño profundo donde realmente descansamos, donde nuestro sistema inmunológico ayuda a nuestro cuerpo a defenderse de todas las sustancias tóxicas que hemos ido acumulando durante el día y repara los tejidos que han sido dañados. Y cuando estamos frente a pantallas y luz azul, no tenemos ciclos de sueño tan profundo, con lo cual, no tenemos toda esa recarga de energía y esa reparación del cerebro y del cuerpo. Pero es que, además, esto es una cosa que yo he podido comprobar. Todos lo comprobamos, ¿no? Si yo duermo y tengo mi teléfono al lado de la cama, en la mesilla, en el momento en que yo empiezo a tener los primeros despertares nocturnos, yo ahí siempre voy a tener la posibilidad de volver a dormirme. Os lo explico un poco mejor. El sueño no es un periodo continuo. Durante el sueño, tenemos distintos ciclos en los que llegamos a estar casi despiertos, es un sueño muy ligero, y es el momento en el que cambiamos de postura en la cama, quizá tengamos que ir al baño en un momento… Y tenemos muchos ciclos en los que pasamos de sueño profundo a sueño ligero. Si a primera hora de la mañana llegamos a un momento de sueño ligero, yo tengo la posibilidad de volver a quedarme dormido y alcanzar otro ciclo de sueño profundo.
Sin embargo, si en ese momento mi cerebro me dice: «Tienes el teléfono al lado. TikTok te está esperando. El chat de amigos te está esperando», ¿qué va a ocurrir con nuestro cerebro? Que se va a activar y, en ese momento, vamos a agarrar el teléfono y vamos a empezar a mirar nuestras redes sociales. Tener el teléfono al lado de la cama es una cosa que nos va a robar muchas horas de sueño. Por eso, una estrategia que funciona muy bien es, simplemente, dejar el teléfono cargando en una habitación distinta a la que dormimos. Y algunos me preguntaréis: «Bueno, claro, pero es que si yo dejo el teléfono cargando en una habitación distinta a la que yo duermo, ¿cómo me voy a despertar?». Pues os voy a dar una noticia. Hay unos dispositivos que se inventaron hace muchos años que se llaman «despertador», que pueden ir a pilas o, más ecológicos, van enchufados a la pared y que te pueden despertar a la hora que tú quieras y con la emisora de radio que a ti te apetezca o incluso con la canción que a ti te apetezca despertarte.
Igual que no podemos ser cansados, igual que no podemos ser aburridos, igual que no podemos ser enfadados o igual que no podemos ser contentos. Podemos estar contentos, podemos estar enfadados, podemos estar alegres y podemos sentirnos felices. Muchas veces identificamos esa sensación de felicidad y de bienestar con la sensación de placer. Pero, desde el punto de vista cerebral, son dos experiencias distintas. Las dos son muy agradables, pero, a veces, las confundimos, y lo que es peor, muchas veces buscamos el placer creyendo que, detrás del placer, vamos a encontrar la felicidad. El placer, como por ejemplo, el que podemos experimentar cuando nos estamos tomando un helado que está muy rico o cuando nos compramos una prenda de ropa que sentimos que conecta muy bien con nosotros y que nos va a hacer sentir o que nos va a sentar muy bien, suele ser algo que experimentamos de forma individual. Yo experimento esa sensación de placer. Nos produce una sensación intensa de excitación. «Estoy muy excitado porque acabo de conseguir esto o porque voy a probar este helado, que es tan sabroso». Suele tener que ver mucho con tener cosas o recibir cosas de los demás. A nivel cerebral, podemos decir que es un sentimiento superficial porque conecta con la dopamina, que es una hormona que lo que nos hace es tener sentimientos de forma transitoria. Dura muy poquito tiempo, tiene una vida muy corta en nuestro cerebro esa sensación. Y, de hecho, en el momento en que te terminas el helado, te sientes saciado y ya no te sientes tan feliz y, de hecho, igual hasta dejas un poco de helado porque ya estás lleno y empiezas hasta a aborrecerlo si siguieras comiendo. En cambio, la felicidad suele venir de otro tipo de experiencias que, en primer lugar, suelen ser experiencias compartidas. Cuando estás con tus amigas, cuando estáis con los amigos, igual estáis jugando una pachanga de fútbol, cuando estáis hablando de algo que os interesa mucho… Ahí estáis conectando y tenéis un sentimiento profundo de bienestar. A diferencia del placer, la felicidad suele transmitir calma. Suele tener que ver más con compartir y con dar, en lugar de recibir, y es un sentimiento más profundo que activa lo que llamamos el sistema serotoninérgico, que circula en capas más profundas del cerebro y que, además, tiene una duración más larga. Cuando ayudamos a alguien, no solamente nos sentimos satisfechos cuando le estamos ayudando, sino que, también, cada vez que recordamos esa experiencia, tenemos esa sensación de calma, de bienestar y de satisfacción y lo podemos seguir recordando durante toda la vida y que, cada vez que lo recordemos, nos sentiremos calmados y nos sentiremos orgullosos o satisfechos de esa ayuda que hemos dado a una persona. Esto tiene que ver mucho con los niveles de dopamina y de serotonina.
La dopamina es un neurotransmisor que nos hace perseguir cosas que nos dan placer, pero en el momento en que la dopamina se acaba, y tiene una vida muy corta, lo que vamos a experimentar es más necesidad de dopamina. Es la sensación que tenéis, por ejemplo, cuando estáis trabajando con pantallas, cuando estáis jugando, cuando estáis consultando las redes sociales, cuando compráis cosas, cuando pensáis en cosas que queréis hacer, cuando pensamos en esa vida de lujo que a veces asociamos con la felicidad. La serotonina es otro neurotransmisor que se activa cuando hacemos cosas que nos hacen conectar con los demás, conectar con la vida, conectar con nuestro significado, como, por ejemplo, comprender mejor un problema, como, por ejemplo, esforzarnos en metas que queremos conseguir, como puede ser sacar una buena nota en un examen o ayudar a un compañero. Lo curioso es que la dopamina y la serotonina suelen estar balanceadas, de tal manera que si experimentamos mucha dopamina porque pasamos mucho tiempo con las redes sociales, con el teléfono móvil, vamos a recibir muchos impactos de cosas nuevas, que es algo que le encanta a la dopamina, y los niveles de dopamina van a subir, con lo cual, cada vez vamos a estar más excitados, más nerviosos, nos va a costar trabajo relajarnos. Y, a medida que eso ocurre, nos volvemos más irascibles también y disminuyen los niveles de serotonina. Y lo que va a ocurrir es que nos sentimos menos satisfechos o tenemos menos oportunidades para sentirnos menos satisfechos, nos sentimos menos tranquilos y, algo muy importante, nos sentimos más solos o menos conectados con los demás.
¿Alguno de vosotros ha experimentado esa sensación de estar muy enganchado una tarde al teléfono móvil, a las redes sociales, tener esa sensación de excitación, de no poder parar, y, a la vez, sentir un poco ese sentimiento de vacío? Sí, ¿no? Eso tiene que ver con vuestros neurotransmisores, con cómo la dopamina y la serotonina se equilibran en nuestro cerebro, y es importante poder perseguir metas, poder tener experiencias nuevas, pero siempre equilibrado con la conexión y con conectar con los demás. Esa es la diferencia principal entre lo que sería la felicidad y el placer. Y, si lo tenéis en mente, os va a ayudar mucho, porque en muchos momentos de vuestra vida os vais a encontrar ante situaciones en las que, quizá, os encontréis con un trabajo que os digan: «En este trabajo te van a ofrecer mucho dinero», pero es un ámbito que no te motiva y, además, te va a implicar viajar mucho y estar lejos de tu familia. Y vais a tener, en muchos momentos, la tentación de perseguir ese placer, porque con ese sueldo extra os va a permitir compraros muchas cosas, cosas lujosas, cosas bonitas, cosas que otras personas no tienen. Pero siempre tenéis que poner en la balanza a qué estáis renunciando. No quiero decir que placer y bienestar estén siempre enfrentados, pero sí que tenemos que entender que el bienestar viene más de situaciones que nos conecten y nos hagan sentir calmados. Vamos a hablar ahora de algo que también es muy importante durante la adolescencia y que estoy seguro de que todas y todos, en algún momento, habéis experimentado como algo difícil o algo que os puede costar un poco de trabajo, y tiene que ver con la amistad.
¿Cuántos de vosotros diríais que, en distintos momentos de vuestra vida, de vuestro día a día, en los últimos años, habéis tenido situaciones que os han resultado difíciles en relación a ser aceptado por un grupo de amigos, elegir grupo de amigos, relacionaros con los demás o poner límites a personas que están dentro de esos grupos de clase o de amistad? Levantad la mano. Bueno, es bastante habitual. Las habilidades sociales es, posiblemente, la función del cerebro humano más compleja que hay. Todos los seres humanos tenemos problemas para relacionarnos socialmente, en mayor o en menor medida. Algunas personas tienen problemas para poner límites a personas que pueden ser más tóxicas. Otras personas pueden tener problemas para pedir lo que quieren. Otras personas, que no tienen problemas para pedir lo que quieren, sí pueden tener problemas para poner límites de una forma tranquila y sin llegar a ser agresivos. Por eso, vamos a hablar un poco de cómo podéis rodearnos de buenas personas y cómo podéis construir un entorno de amistades, de compañeros de viaje, que os ayude. En primer lugar, es importante elegir buenas compañías. Pero, aunque a veces tenemos las cosas muy claras aquí, aquí, a veces, no tenemos las cosas tan claras, ¿no? Y, antes o después, en vuestro día a día, seguramente, os vais a encontrar en relaciones pues que puedan tener componentes de toxicidad, relaciones en las que no os sintáis bien. ¿Por qué ocurre esto? Pues ocurre muchas veces porque nos pilla desprevenido. Todos preferimos estar con personas que nos respeten, que nos hagan sentir bien, que sean amables y que sintonicen con nosotros. Pero hay veces que nos encontramos atrapados en situaciones y en relaciones en las que no sabemos cómo salir de ahí. Y por eso, vamos a hablar un poco de las banderas rojas y las señales de alarma que podemos utilizar para identificarlo. Hay un fenómeno muy importante que tenéis que entender y que tiene que ver con esas personas que a veces nos obsesionan, a pesar de que nos están haciendo sentir mal. ¿Habéis experimentado o conocéis a algún amigo o alguna amiga que ha estado en relaciones tóxicas con amigos que no la hacían sentir bien, que le trataban mal…? ¿O habéis estado… de eso que tenéis un mejor amigo que, bueno, pues que todo tiene que ser como quiere y que no os trata bien? ¿Sí? Es habitual, ¿no? ¿Por qué ocurre esto? Pues veréis. Hace unos cuantos años ya, un psicólogo llamado Skinner hizo una serie de experimentos con ratas. Y uno de los experimentos más típicos era que ponía un poco de agua con azúcar y la rata, cuando daba una palanca, podía beber un poquito de agua con azúcar. Pero en un experimento hizo una variación.
A un grupo de ratas les puso el bebedero y podían dar a la palanca y, cada vez que apretaban la palanca, bebían agua, de tal manera que las ratas estaban muy interesadas por esa agua con azúcar que era tan nutritiva y les ofrecía tanta glucosa, que es algo que al cerebro le encanta. Pero a otro grupo de ratas lo que les hizo fue ponerles un bebedero, también con agua con azúcar, pero solamente algunas veces de las que daban a la palanca, las ratas podían obtener esa agua con azúcar. ¿Y qué ocurrió? Pues que, para sorpresa de los investigadores, las ratas a las que se les daba agua con azúcar unas veces sí y otras no estaban mucho más obsesionadas con la palanca que aquellas ratas que, de manera constante y predecible, podían beber esa agua azucarada cuando apretaban la palanca. Los seres humanos, igual que el resto de los mamíferos, tenemos un defecto de serie que hace que nos obsesionemos por aquellas personas que nos tratan muy bien, con mucha amabilidad, que nos dicen palabras bonitas, nos refuerzan y nos prestan atención en algunos momentos, pero en otros momentos, no nos hacen caso, nos hablan mal o nos hacen sentir mal. Y la mejor manera de prevenirlo es que seáis conscientes de que todos vosotros, en mayor o menor medida, tenéis este defecto de fábrica. Que, si entráis en una amistad con una persona que os va a tratar muy bien, pero en otros momentos os va a tratar con desprecio, lejos de haceros sentir desinteresados, puede que aumente vuestro interés y vuestra obsesión.
En el momento que veáis ese fenómeno, tenéis que hacer lo que decimos los psicólogos, que es la psicología, hacer consciente lo inconsciente y hacer que esa obsesión inconsciente por esa persona sea consciente y entendáis por qué. «Me obsesiona porque me está dando lo que llamamos refuerzo intermitente». Unas veces me trata bien y, al momento, me ignora o me está tratando mal. Es una trampa que puede enganchar a mi cerebro y, por lo tanto, voy a separarme de esta relación, voy a poner distancia. Quiero aclarar una cosa. No me gusta hablar de personas tóxicas, pero sí que creo que todas las personas podemos, en algún momento, caer en relaciones de amistad o de pareja, que la relación puede ser tóxica. Y una relación es tóxica cuando, bueno, pues estamos experimentando ansiedad, va minando poco a poco nuestra autoestima, empezamos a dudar de nosotros mismos… Y eso hace que no nos sintamos bien en esa relación. Pero, en cualquier caso, sí que os quiero decir que durante el inicio de la juventud, incluso durante el inicio de la vida adulta, es normal que no sepamos manejar bien ciertas situaciones, es normal que nos encontremos con más personas que no saben relacionarse y que, por lo tanto, estemos más expuestos a esas relaciones tóxicas, porque muchas veces son síntomas, simplemente, de inmadurez. Muchas personas que establecen relaciones tóxicas con los demás son personas que son dependientes, son personas que tienen un nivel de inmadurez importante, son personas que pueden caer en el narcisismo… Yo creo que aquí la clave es entender si son comportamientos aislados. Todos, en un momento dado, podemos enfadarnos con un amigo y decirle algo de lo que nos arrepintamos, con mayor o menor intensidad. Todos, en un momento dado, pues podemos alejarnos de un amigo porque estamos más ocupados, porque tenemos menos tiempo… Pero eso siempre va a ser algo aislado, mientras que cuando es comportamientos continuados, cuando es un patrón predecible, ahí es cuando nos encontramos que esa relación, por el motivo que sea, está siendo tóxica y ese es el momento de alejarnos. Pero sí que os quiero animar a que toméis la responsabilidad de decidir qué queréis hacer con esas relaciones, porque hay veces que la mejor respuesta puede ser alejarnos, pero también puede ser una oportunidad para empezar a poner límites. Y ese amigo que es muy demandante, o esa amiga que nunca escucha los planes que quieres hacer, quizá pueda cambiar si vosotros ponéis un límite y le decís: «Oye, a mí no me gusta que siempre tengamos que hacer lo que tú quieres». «Oye, a mí no me gusta que me mandes 25 mensajes. No lo vuelvas a hacer». Que aprendáis a utilizar herramientas de defensa que os permitan mejorar vuestras relaciones. Porque quizás sea una buena persona, quizás sea un buen amigo, y, simplemente, necesite que vosotros le pongáis límites y le digáis lo que vosotros no queréis en la vida. Veréis, hay tres estilos de defensa.
Está la persona que es pasiva y que, cuando un compañero le pide un bolígrafo y no se lo devuelve, se calla y no se atreve a pedir el bolígrafo de vuelta. Eso sería una persona pasiva porque no se atreve a decir lo que quiere, lo que piensa, o lo que no quiere, de una manera clara. Luego están las personas que recurren al estilo de defensa agresivo, y es el que presta un bolígrafo al compañero y si el compañero no se acuerda de devolvérselo, va donde él y le dice cualquier cosa. Le dice que es un impresentable y que no le piensa dejar nunca más el bolígrafo. Y puede que, simplemente, se le olvidara. Estas personas son las que sí son capaces de decir lo que quieren, lo que no quieren, y lo que les gusta, lo que no les gusta, lo que les apetece, de una manera clara, pero no son capaces de hacerlo de una forma respetuosa. Y, por último, tenemos el estilo de defensa asertivo, que son aquellas personas que son capaces de decir lo que quieren y lo que no quieren de una manera clara y, además, respetuosa. Nadie en el planeta Tierra es 100 % asertivo. Todos tendemos en distintas situaciones a ser más pasivos o a ser más agresivos. Seguramente, por la edad en la que estáis, con vuestros amigos, a veces seáis pasivos y os cueste trabajo decirle a vuestra mejor amiga o vuestro mejor amigo: «Esto no me ha gustado» o «Esto no me ha parecido bien»; y en casa puede que se os vaya más un poco esa parte de agresividad y deis alguna mala contestación. En la medida que podáis ser un poco más asertivos con vuestros amigos, dejaréis de ser tan agresivos, o un poco menos agresivos, con vuestra familia, porque ese malestar que os produce no poder decir lo que queréis os va a aliviar de sentir frustración también en casa.
Quieres aprender a poner límites, quieres aprender a alejarte de esas personas que pueden hacerte daño, pero desde un punto de vista un poco más egoísta, que no es malo ser egoísta en algunos momentos y pensar en cómo nos podemos cuidar. Las amistades son una parte importante de las relaciones que vais a establecer en vuestra vida, pero hay otro tipo de relaciones que yo sé que os interesan mucho y de las que, quizá, no habláis tanto como os gustaría, y que son las relaciones amorosas. Hay cinco preguntas que os podéis hacer cuando estéis en una relación de pareja que os van a ayudar a saber si esa relación de pareja es una relación de pareja en la que os estáis sintiendo bien. En primer lugar, es que si tuvierais un hermano pequeño, una hermana pequeña, ¿os gustaría que saliera con una persona como vuestra pareja? La segunda pregunta es que si estás en esa relación porque te sientes bien o, simplemente, porque no te quieres sentir solo o sola. La tercera es si te gusta tu pareja como un todo. Aunque tenga sus defectos, ¿te gusta y te gusta su forma de ser? ¿O es una pareja de la que te gustan otras partes, pero le cambiarías y estás trabajando por intentar cambiar esas partes que no te gustan? La cuarta es si cuando estás con tu pareja te sientes libre, si puedes ser tú mismo o tú misma, o sientes que tienes que vigilar cada paso que estás dando o fingir ser una persona que no eres.
Y, por último, si tu pareja te está ayudando cada día a construir tu autoestima y tu confianza o, por el contrario, poco a poco, la está desmontando. Si contestáis a esas preguntas honestamente, seguramente podréis saber con qué pareja merece la pena continuar y qué pareja es mejor que dejéis a un lado para seguir con otras cosas que os aporten más bienestar. ¿Cuáles son algunas banderas rojas? Algunas señales de alarma que tenéis que tener en cuenta cuando estáis conociendo a alguien y os está empezando a atraer, para saber que esa persona puede ser una persona que os produzca malestar y sufrimiento. La primera es que sea despectivo con otras personas. Si es despectivo con personas, seguramente será despectivo en algún momento contigo. Si siempre proyecta en los demás la culpa de todo lo que sucede, porque cuando empecéis a tener problemas, la culpa de todo lo que ocurra será tuya. Si se cree por encima del resto. Si cree que tiene más derecho que los demás a hacer cosas o decir cosas, aunque les pueda molestar. Si cuando le dices que no o no aceptas sus planes, te culpabiliza o te ridiculiza. Si siempre tienes que seguir sus planes y los tuyos nunca están sobre la mesa. Si cuando tenéis un problema, deja de escribirte, te da el tratamiento frío, deja de llamarte, te bloquea durante un tiempo. Si te ridiculiza cuando a ti te van las cosas bien, cuando sacas una buena nota, cuando te dan un premio, te hace de menos… Si te habla con desprecio o si te intenta alejar poco a poco de tus amigas, de tus amigos y de las personas que tú quieres, seguramente esas sean señales rojas, banderas rojas, que te indiquen que esa persona va a establecer una relación contigo en la que vayas a sufrir bastante. No tienen por qué cumplir todas estas características y, cada vez que una persona, en un momento dado, cumpla una característica, no quiere decir que vaya a establecer con vosotros una relación tóxica. Todos nos podemos equivocar. Pero, como os decía antes, cuando se repite en el tiempo y es consistente, ahí es cuando debemos detectar esa señal de alarma. No sé si tenéis alguna pregunta sobre esto.
Es lo que nos permite reparar las cosas que hayan salido mal. Fracasar, encontrarse con obstáculos, no conseguir lo que queremos a la primera, es simplemente parte del proceso. Pero saber enfrentarnos a esos errores es lo que nos va a permitir hacernos cada día más fuertes. Hay una palabra que seguramente habéis escuchado, pero que pocas personas saben lo que quiere decir realmente, y es la palabra «resiliencia». «Resiliencia» no es ser capaz de resistir todas las cosas malas que nos ocurren. Hay un psicólogo llamado Boris Cyrulnik, que estuvo en este mismo plató, que es el padre de la idea de la resiliencia. Y este psicólogo, cuando era niño, pues tuvo que experimentar cómo a sus padres se los llevaban los nazis, porque vivía en la Francia ocupada, y durante muchos años sobrevivió a base de que hubo personas que le fueron ayudando hasta que, por fin, se liberó Francia. Y lo que nos dice Boris Cyrulnik es que la resiliencia no es tanto la capacidad de ser resistentes, sino la capacidad de echar mano de las ayudas que nos van llegando del exterior. Las personas más resilientes son aquellas que cuando están pasando un mal momento, cuando están pasando una situación difícil, son capaces de llamar a un buen amigo, son capaces de hablar con un profesor, son capaces de contar lo que les ocurre a sus padres y permiten que los demás les echen una mano.
En todos los momentos de vuestra vida, en todas las situaciones angustiosas, vais a tener la oportunidad de alzar los brazos y pedir ayuda. Contad lo que os pasa. Preguntad a alguien si os puede echar una mano. Porque el hecho de que seáis capaces de pedir ayuda a los demás y aceptar esa ayuda es lo que os va a permitir superar muchas situaciones difíciles, angustiosas, y muchos problemas en la vida. No quiero terminar esta conversación con vosotros sin hablaros de algo que para mí es importantísimo, y es que hemos hablado de cómo funciona el cerebro, os he explicado cómo podéis tomar mejores decisiones, cómo podéis leer vuestras emociones, cómo podéis haceros más resistentes… Pero hay algo que es fundamental y que, a veces, a los adultos se nos olvida deciros y que vosotros nos tenéis que recordar cuando os hagáis adultos: disfrutar de la vida es, posiblemente, el mayor sentido que tiene nuestra existencia, y por eso es importante que, a medida que os hagáis mayores, no os olvidéis de disfrutar, especialmente si ese disfrute viene acompañado de los amigos. Al principio hablábamos de que la vida es un camino y que ahora, en este momento, os podéis encontrar frente a una montaña, pero, posiblemente, lo más importante no sea cómo recorremos ese camino, sino acompañados de quién. Los estudios nos dicen que las personas que viven más años, que tienen mayores niveles de satisfacción con la vida, que están más protegidos frente a los problemas de salud mental, son aquellas personas que se rodean de compañías, que, a lo largo de toda su vida, siguen manteniendo amistades y creando amistades nuevas. Porque una de las cosas que más va a ayudar a disfrutar y a encontrar sentido a la vida es tener buenas amistades. Así que, a medida que os hagáis mayores, no olvidéis que eso que estáis cultivando tanto ahora, que es el disfrute y las amistades, os tiene que seguir acompañando, porque os va a ayudar a sentiros bien y a estar protegidos ante cualquier problema que os pueda surgir. Muchas gracias a todos.