¿Contra qué se rebela la lectura?
Antonio Basanta
¿Contra qué se rebela la lectura?
Antonio Basanta
Escritor y profesor
Creando oportunidades
Leer contra la nada
Antonio Basanta Escritor y profesor
Un regalo para la inmortalidad
Antonio Basanta Escritor y profesor
Antonio Basanta
Medalla de penúltimo en lectura fue su primer reconocimiento. Un objetable galardón que le impusieron en la infancia y que, paradójicamente, se transformó en revulsivo y atalaya de su camino vital: los libros. “Nada encuentro en mi vida más decisivo que leer”, afirma el escritor y profesor Antonio Basanta.
Doctor en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, Basanta ha dedicado su vida a la causa lectora. Docente, editor, gestor cultural y hasta media docena de oficios relacionados con las letras que lo convierten en uno de los referentes del fomento de la lectura en España. “Tiempo y palabras son los mejores regalos que podemos hacer a nuestros hijos y a nuestros alumnos”, asegura. Este amante de la lectura y curioso de la neurociencia colabora con el Centro de Internacional sobre el envejecimiento y es también vicepresidente y patrono de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, desde donde ha impulsado iniciativas como la Casa del Lector de Madrid. En su último ensayo, ‘Leer contra la nada’, desmenuza el acto lector a través de citas, reflexiones y anécdotas. “Leer es una forma de emancipación”, manifiesta el autor.
Su labor en la promoción de la lectura le ha procurado numerosos reconocimientos entre los que destaca la Encomienda de Alfonso X El Sabio. Una trayectoria, la de Basanta, que evoca aquella parábola bíblica: los últimos serán los primeros.
Transcripción
Pero aquel día, aquel día del mes de febrero, ocurrió un hecho portentoso y es que nuestro profesor, el hermano Apolinar, yo iba al Colegio Menesiano, un colegio religioso, decidió con magnanimidad que todos los que estábamos aprendiendo a leer íbamos a tener un reconocimiento y todos íbamos a tener una medalla. Y a mí me concedió la medalla de penúltimo en lectura. Pero está claro que a mí no me importó lo de penúltimo, lo que me importaba es que la lectura me estaba ofreciendo una forma de reconocimiento. Y recuerdo cómo al llegar a casa mi madre estaba planchando, nunca lo olvidaré, yo me abracé a su pierna, le enseñé aquella medalla, por cierto, bastante roñosa, y no pude dejar de llorar. Y luego la lectura me acompañó a lo largo de toda mi formación escolar, y no por la formación escolar, sino porque tuve la inmensa suerte de nacer en una casa donde era muy importante, primero, contar historias, saber historias del pasado, del presente y de lo que pudiera venir, y, en segundo lugar, que amaba los libros. Amaba profundamente los libros. Y, por tanto, a pesar de que yo, durante toda mi educación escolar, jamás fui invitado a la lectura, sí tuve la suerte de unos padres que me iban regalando libros que me permitieron conocer a Milú y a Tintín. O, por ejemplo, me permitieron conocer toda la saga de los Jack, Dolly, Lucy y Jorge de Enid Blyton. Me permitieron entrar en el mundo fascinante de Verne, en el maravilloso de Salgari o en el inconmensurable de Stevenson,
para mí, uno de mis autores de infancia y juventud de cabecera. Esa llamada de la lectura me orientó hacia lo que se llamaba el Bachillerato de Letras y posteriormente a cursar la carrera de Filosofía y Letras, la especialidad de Literatura Hispánica, ejercer como docente con un compromiso muy explícito en torno al fomento de la lectura y luego, fíjate, de ahí pasar al mundo de la edición o al mundo de la creación y dirección de proyectos culturales que todos ellos tienen que ver con la lectura. Y cuando digo “todos ellos tienen que ver con la lectura”, quiero decir que todos ellos tienen que ver quizá con el rasgo más significativo de nuestra especie, de nuestra especie humana. Porque, por paradójico que pueda parecer, la lectura es desde luego anterior a la escritura e incluso anterior al lenguaje. Los seres humanos si somos lo que somos es porque desde el origen fuimos lectores. Lectores del entorno, del rayo, del fuego, del bosque, del mar. Lectores de nuestros semejantes, de su risa, de su llanto, de su angustia, de su esperanza. Lectores, por supuesto, de nosotros mismos, de nuestro afecto, de nuestro desafecto, de nuestra alegría o de nuestro dolor. Es verdad que hubo un momento trascendental en nuestro desarrollo como especie en el que esa capacidad lectora se amplió de forma extraordinaria, y es el momento mágico e históricamente infechable del origen de la palabra.
Cuando esta especie transformó los sonidos guturales en palabras. Y es curioso, porque no sabemos cuándo surgió históricamente la palabra, pero sí empezamos a saber quién origina la palabra, y la palabra la originan las mujeres. Es decir, en los análisis del aparato fonador de nuestros antepasados varones o hembras, se ha comprobado que la complejidad del aparato fonador es infinitamente mayor en la mujer que en el hombre, y, por tanto, nada extraño sería pensar que fue la mujer la que desarrolló una capacidad de verbalización y fonación diferente a la pura emisión de elementos guturales. ¿Y por qué? Pues porque en nuestra etapa de cazadores recolectores, así como el hombre salía en búsqueda de la caza para la supervivencia de la comunidad, la mujer se quedaba haciendo comunidad. Y para hacer comunidad lo que utilizaba fundamentalmente era la comunicación, una comunicación que se basaba en la palabra y en los gestos. Fíjate, de ahí que las mujeres tengáis cinco veces los códigos gestuales que tenemos los varones, porque sois comunicadoras netas y además buscáis la máxima eficacia en la comunicación. Ese momento fundacional de la palabra que ya, digamos, potencia la lectura más primigenia
tiene también otro impulso decisivo, que tú conoces perfectamente, que es el momento en el que mágicamente aparecen los alfabetos. Y ahí hay un mito maravilloso que no me voy a resistir a contarte. Verás, te invito a hacer un viaje. Un viaje en barco. Vamos a ir camino de la isla de Samotracia. Y en ese barco tenemos al frente al más bello de los príncipes troyanos, que es Cadmo. Cadmo navega feliz hacia la isla de Samotracia porque en ella va a encontrar a su novia, a la princesa Harmonía, con la cual va a casarse. Cuando él llega a la isla y saluda ceremoniosamente a Harmonía, esta le invita a que suba a un carro todo él de oro, del que tiran un león y un jabalí. Claro, no hay enfrentamiento posible entre ellos porque estamos en el reino de Harmonía y los dos se dirigen hacia el edificio en el que se van a celebrar los esponsales. Entra Harmonía. Cadmo, siguiendo la norma de la ceremonia nupcial, queda apartado al fondo del lugar y ella atraviesa la sala mirando a izquierda y a derecha, en tanto las flautas, las cítaras, las liras, entonan una melodía, y llega hasta el final, donde están sentados todos los dioses del Olimpo, porque han venido a celebrar las bodas de Cadmo y de Harmonía.
Cuando Harmonía se sienta, comienza una de las partes más importantes de los esponsales, que es la entrega de los regalos por parte de los asistentes. En primer lugar, acuden los amigos. Después, acuden los hermanos. Después, acuden los padres. Y, finalmente, acuden los dioses, cada uno de los cuales lleva un precioso regalo. Atenea, la diosa de la sabiduría, le regala a Harmonía un manto mágico, que le hará permanecer visible o invisible, anticipo de ‘Harry Potter’, según vea “la verdad” o “la no verdad”. Cuando ella esté ante un hecho verdadero, será visible. Cuando esté ante la falsedad o la mentira, será invisible. Deméter le regala la más fértil de las cosechas. Hefesto, la joya más maravillosa que puedas imaginar y, finalmente, se levanta Zeus. Y Zeus le hace un regalo que, quien nos cuenta esta historia, Heródoto, qué listo, no hace coincidir con ningún objeto, porque lo que Zeus le entrega es todo lo perfecto. Un concepto más que un objeto. Solo queda un regalo por llegar, el que Cadmo va a entregar a su novia. Se hace un silencio extraordinario en la sala. Cadmo se dirige a Harmonía, junta sus manos como quien estuviera recogiendo agua o meciendo el aire
y al desanudar una bolsita que llevaba prendida en su cinturón y abrirla va depositando en las manos de Harmonía, unas, dice Heródoto, pequeñas piezas frágiles, débiles como alas de mosca. Según van cayendo esas piezas, Zeus se levanta airado y ordena a todos los dioses que inmediatamente desaparezcan y retornen al Olimpo., pPorque Zeus ha sido capaz de identificar de inmediato lo que significaban esos signos, que no era otra cosa que la conquista para los hombres de lo que hasta ahora solo era propiedad de los dioses, léase, de la inmortalidad. Porque lo que Cadmo acaba de depositar en manos de Harmonía son los primeros signos del alfabeto, los que permitirán que la escritura perpetúe la memoria de los hombres y, por tanto, que la inmortalidad, solo reservada para los dioses, sea también una forma que nuestra humanidad vaya a disfrutar.
“La escuela es la factoría del entusiasmo y de la vida”
porque el buen lector es aquel que está adiestrado para discriminar entre las diferentes fuentes informativas aquellas que realmente son más veraces. Porque no podemos olvidar, como dice Kafka, que todo ejercicio de lectura es un ejercicio de camino hacia la verdad, la verdad con mayúscula o la verdad con minúscula. Por tanto, el trabajo que ahora tenemos que hacer es la formación de las personas para que sean capaces de sacar el máximo partido a ese patrimonio extraordinario que significa internet. No quedar sepultados detrás de su aluvión de información y sí seguir caminando, alimentando el elemento más importante para darle sentido a la vida, que se llama curiosidad y emoción. Mira, uno cuando ya ha cumplido unos cuantos años, termina deduciendo que a esta vida solo venimos a una cosa: a querer y a que nos quieran. Eso es lo más importante. Y me da igual desde el registro que tú lo quieras contemplar: desde el registro de las relaciones familiares, desde el registro de las relaciones amistosas o desde el que tú representas, Marta. Tú representas una acción, y al mismo tiempo una profesión, vital para nuestra sociedad, que es la educación y los educadores, pero sin afecto, sin cariño, sin amor, en el sentido más amplio del término, es imposible educar. Se puede instruir, tal vez, pero no educar. Educar significa emocionarse juntos. Educar significa descubrir juntos.
Educar significa caminar juntos. Educar significa despedirse juntos. Porque el mayor triunfo para un docente es que todos sus alumnos le superen. Del mismo modo que la gran virtud que un docente tiene es estar permanentemente alimentándose de sus alumnos. Ese elemento es vital en la educación. Tenemos que provocar el interés perpetuo por el aprendizaje y mostrar a nuestros alumnos que no hay nada más fascinante, nada más divertido y nada más genuinamente humano que la posibilidad de aprender hasta el último momento de nuestra existencia. Eso es algo que recientemente nos asevera la neurociencia. Y es que de todos los órganos de nuestro cuerpo el más plástico, el más flexible, el más inmortal, es el cerebro, que sigue aprendiendo de continuo. Aprendemos de niños, aprendemos de adolescentes, aprendemos de jóvenes, aprendemos de adultos y aprendemos de ancianos. Yo hoy estoy aprendiendo de ti, de tu mirada, de tu sonrisa, de tu interés, de tu atención. Pero estoy aprendiendo también de cada una de las cosas que me rodean, entre otras cosas, porque son nuevas para mí. Y al ser nuevas para mí, están estimulando mi cerebro, están estimulando mi curiosidad, me están diciendo: “Tienes la capacidad de abrir ventanitas”, como si estuviéramos en un nuevo calendario de Adviento y descubrir qué hay detrás de cada una de ellas. Y eso es maravilloso. Al final, vivir es un ejercicio de emoción.
Somos en la medida en la que seamos capaces de seguirnos emocionando. Somos en la medida en la que seamos capaces de seguir aprendiendo. Para qué sirve leer, me preguntabas. Pues mira, te voy a comentar una anécdota que me parece maravillosa y, desde luego, una de las respuestas más lúcidas y más estimulantes de cuantas yo conozco a la pregunta que me has formulado. Otra vez otro viaje. Esta vez nos vamos a mediados del siglo xx. Y nos vamos a ir a Oxford. Al Colegio de la Magdalena. El profesor de literatura comparada está conversando con sus alumnos y en un momento determinado uno de ellos se levanta y le dice: “Profesor, ¿para qué leemos?”. El profesor queda en silencio, deposita el libro que llevaba sobre la mesa, se gira, se acerca a la ventana sobre la que la lluvia va cayendo impidiendo casi ver la belleza del jardín del colegio que ante él se extiende, finalmente se vuelve y dice: “Leemos para saber que no estamos solos”. Claro. El ser humano, si es algo, es un ser social. Nosotros nos hacemos desde los otros, somos como la hiedra que para crecer se tiene que ir apoyando sobre un muro, sobre un tapial. Eso es lo que nos ha hecho ser la especie que somos. Y la lectura nos dice: “Ni eres único. Ni eres el primero. Incorpórate al caudal de la vida y fluye conmigo desde todos y cada uno de los demás. ¿Quieres ser náufrago? Naufraga con Robinson. ¿Quieres conocer el fondo de los mares? Te presento a Nemo y el Nautilus. ¿Quieres ir al fondo de la Tierra? ¿Quieres ir a la Luna? ¿Quieres saberte miembro de la selva? ¿Shere Khan, Mowgli, Bagheera, Baloo? Vívelo a través de la lectura y vive a través de esas vivencias con la misma profundidad que si lo estuvieras haciendo en la realidad”. Esa es la magia. Y ese es un por qué y un para qué leer.
Y dos: porque la lectura ahora mismo está atravesando también una transformación extraordinaria y potencialmente riquísima. Tendemos siempre a enfrentar los medios como si uno y otro se fueran a anular, cuando lo que hacen es completarse y complementarse. Claro que defendemos ardorosamente las virtudes de la lectura en papel. ¿Pero por qué no abrirnos a las nuevas formas de lectura que nos están proporcionando desde los medios tecnológicos a cualquier otro de los que pueda venir más adelante? Es más, ¿por qué no abrimos la lectura al conjunto de las necesidades del ser humano? Porque, si antes hablábamos de que somos ‘sapiens’ por, fundamentalmente, lectores, también la lectura hace falta para cualquier práctica vital. Mira, para eso lo que tenemos que saber es qué es leer y para saber qué es leer yo siempre aconsejo acudir a los verbos fundacionales. En primer lugar, leer es observar, escuchar, prestar atención. En mi vieja facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, en el edificio A, hay en el frontispicio una frase latina que empieza diciendo: “Siste, viator”, “detente, caminante”. Ese es el primer aviso que lanza la lectura. “Detente, detente. Empieza a crear un espacio nuevo y un tiempo nuevo porque entras en otra dimensión que sí te va a requerir algo fundamental: que le prestes atención”. Simone Biles dice que la atención es la más importante de las virtudes y, efectivamente, solo se puede leer
estando atento y siendo atento. Dos, segundo verbo importantísimo: leer es interpretar. Es fascinante. En décimas, milésimas de segundo, nuestro cerebro reconoce en unos rasgos establecidos sobre una pared, sobre un papel, sobre cualquier otra superficie, elementos que le llevan al reconocimiento de la letra que le llevan al reconocimiento de la palabra que le llevan al reconocimiento del sentido y del significado y automáticamente se orienta hacia allí. Es maravilloso, es maravilloso. Y dices: “¿Interpretar?”. Claro. Estamos empezando a entrar en el grupo de cámara que forma la lengua, porque la lengua es la suma de instrumentos de cuerda y de viento. El viento son los pulmones que impulsan el aire. La cuerda son nuestras cuerdas vocales. El auditorio, la caja de resonancia, nuestra boca y nuestra nariz. Y la articulación, el momento en el que el arco pasa sobre la cuerda y suena la nota. Y de la nota, la melodía, los labios y la lengua. Y es maravilloso, porque en todo ese viaje se da la unión en pareja. Dos pulmones, dos extremos de cuerdas. Es maravilloso. Dos denticiones y dos lenguas. Nuestra lengua se genera a partir de dos yemas que se unen, por eso tenemos el surco labial, para pronunciar en su momento la palabra, que siempre es de unión y por eso jamás se debería convertir a las lenguas en elementos de desunión
y mucho menos en elementos de enfrentamiento. Tercer verbo fundamental para entender lo que es leer. “Comprender”. Ojo, comprender es mucho más que entender. Exige, por supuesto, la aportación decisiva de la razón. Pero algo más: para comprender de verdad necesitamos razón y las otras tres cualidades soberanas de la inteligencia que se llaman “imaginación”, esta es muy importante, “emoción” e “intuición”. La intuición, que siempre se ha entendido como la hermana pequeña de la inteligencia, es todo lo contrario. Es la velocidad punta de la inteligencia. La que, con menos información, consigue llegar más lejos y la que curiosamente está detrás de muchas, por no decirte todas, de las grandes decisiones de nuestra vida. Los siguientes verbos que explican el leer derivan, curiosamente del étimo de esta palabra, del latín “legere”, porque una de las magias, de los hechizos, de las sorpresas, que guardan las palabras, es que muchas de ellas existieron antes incluso del uso preferencial que hoy les damos, del significado preferencial que hoy les concedemos. Por ejemplo, la palabra “escribir” existía mucho antes de la escritura. La escritura es un invento relativamente reciente. Tiene apenas cinco mil años de existencia. Nuestra especie se mueve entre los trescientos y los cuatrocientos mil años de existencia sobre el planeta.
¿Qué significaba en latín “escribere”, “escribir”, si no había escritura? Es precioso: significaba “bordar”. Claro, quien escribe borda sobre un tejido, ‘textum’, “texto”, con hebras de lino que llamamos “líneas”. ¿Y qué significaba “leer” antes de la acepción que hoy le concedemos como principal? Pues, en primer lugar, algo que tenía que ver con la relación íntima del hombre con la tierra. Significaba “recoger”, “cosechar”, “recolectar”. ¿Y qué somos los lectores sino recolectores de la siembra del autor en el texto? El segundo significado que nos lleva a Ariadna, al mito del Minotauro, al hilo mágico que salva a Teseo, era “desenredar”. Generar del ovillo una madeja. Y eso es la lectura, la que nos permite atravesar el laberinto de la vida y salir vivos, aunque no indemnes. Los catalanes tienen una palabra preciosa que es “lletraferits”, heridos por la letra. Pero es que hay heridas muy sanadoras que hacen crecer. El siguiente significado del verbo “legere” es muy actual. Significaba “navegar”. “Legere epora”, escribe Horacio. “Navegar los mares”. Qué curioso que ahora, cuando hablamos de internet, hablamos de internautas,
y para una búsqueda en internet decimos “navegar por la red”. Y el último significado, antes del que evidentemente nosotros le concedemos hoy como principal es fundamental. “Legere” es “elegir”. Seleccionar. Claro, por eso de un lector viene un elector. Que no “votante”, porque “elector” y “votante” no son necesariamente sinónimos. Los siguientes verbos que completan el leer son “transformar”, nunca la lectura es un ejercicio pasivo. Conrad dice: “El autor escribe el cincuenta por ciento del libro. El otro cincuenta por ciento del libro lo escribe el lector”. Claro. La lectura es un hecho de resurrección, de transformación a su vez. Por eso nunca hay ni dos lecturas iguales ni dos lectores iguales. Y cuando digo que no hay dos lecturas iguales, incluso dentro del mismo lector. Porque tú ya nunca volverás a ser, Heráclito, “panta rei”, aquel que fuiste hace equis segundos cuando hacías la primera lectura. Ya te has transformado, ya estás viendo cosas nuevas, ya estás descubriendo nuevos matices. Por tanto, la lectura es un hecho de creación, de creación, porque es de recreación y de resurrección. Y dos últimos verbos que la completan. Leer es asimilar. Todo lo que nosotros hemos ido recorriendo lo vamos guardando en nuestra memoria, que no tiene nada que ver con la que, desde mi punto de vista de manera equivocada, nos referimos cuando hablamos de los ordenadores. ¿Por qué digo yo que los ordenadores no tienen memoria? Porque la memoria es un órgano vivo. El ordenador lo que tiene son almacenes de datos. Vale, perfecto.
La memoria está permanentemente funcionando, permanentemente recreando. No solo registra los hechos, los va transformando. En nuestro interior, toda esa asimilación lectora se transforma de manera infinita. Y finalmente leer es compartir. Todo el ejercicio de lectura es un ejercicio de conversación, de diálogo. Todo es un ejercicio de intercambio, de alianza. Por eso la palabra “página”. “Página” viene del latín “pago”, con dos acepciones: “pacto”, “alianza”, y “espacio”, “lugar”. Claro, la página es el hábitat del lector y a su vez la que explicita la alianza entre quien escribió y quien lee. ¿Te acuerdas cuando en ‘Alicia en el país de las maravillas’ ella encuentra el unicornio y le dice: “Unicornio, ¿tú existes de verdad?”. Y le dice el unicornio: “Si tú crees en mí, yo creo en ti”. O el infante Arnaldos. “Si no hubiera tal ventura sobre las olas del mar, como hubo el infante Arnaldos en la noche de San Juan”, que termina diciendo lo que nos dice la lectura a los lectores: “Yo no digo mi canción, sino a quien conmigo va”. Compartir la lectura, ese es el secreto del éxito de los clubes de lectura, es lanzarla a su máxima potencialidad, porque leer es un prisma de infinitas caras, permanentemente vivo. Eso es la lectura. Ese es el tesoro que la lectura nos ofrece, que tenemos que ofrecer en igualdad de oportunidades a todas las personas para que luego ellas sí, libremente, en ejercicio de su libre albedrío, opten o no opten por ellas. Con una única advertencia: eres totalmente libre de no leer, pero lo que te concede la lectura solo te lo concede la lectura.
“Nada va a volver a ser como solía. Y tampoco la escuela puede seguir siendo lo que solía”
Y me aterra ver cómo en el sistema educativo español el tiempo de lectura en las aulas se va reduciendo de manera progresiva, desde una entrada, como puede ser en primero o segundo de primaria, en la que el acceso es muy amplio, muy ancho y el tiempo se acomoda a esa posibilidad de ofrecer espacios y tiempos lectores a nuestros alumnos, y cómo eso se va cerrando progresivamente y se va estrechando de manera dramática, tan dramática que en un estudio que he hecho recientemente se prueba que para los alumnos de últimos cursos de secundaria o de bachillerato, los tiempos de lectura libre y personal en las aulas se reducen escasamente a treinta minutos a la semana. Así no se forman lectores. Así se destruyen lectores, como se destruyen lectores mediante las lecturas obligatorias. No, veréis: “libro”, “lector” y “lectura” empiezan por ele de “libertad” y la libertad es muy importante para el disfrute y para la emoción. Yo no soy sospechoso de no amar a los clásicos, los amo profundamente, pero creo que es aberrante introducir a los lectores niños en el conocimiento de los clásicos cuando no tienen la madurez ni personal ni lectora para poder entender el tesoro que ellos nos regalan. Dejemos que esos libros lleguen en el momento en que las personas tengan los niveles de madurez y de preparación necesarios y, entretanto, trabajemos en la clase
con la facultad fundamental de la lengua, que es la de la comunicación. Nada agrada más que hablar en torno a los libros que estamos leyendo y nada más agrada a tus alumnos que contar a otro alumno aquel que le está apasionando, que puede ser un libro de literatura o puede ser un libro sobre deporte, o puede ser un libro sobre biología, o puede ser un libro sobre cualquiera de los ámbitos temáticos o genéricos que tenemos en nuestra vida. Contagio y contacto y ejemplo. Tiempo. Libertad. Diversidad. En España tenemos un tesoro que es el tesoro editorial. La oferta editorial española es extraordinaria, en número de títulos y en calidad de edición de esos títulos. Por tanto, también los profesores tendremos la obligación de estar permanentemente informados respecto a todo ese torrente de nuevos libros que van llegando y que tan útiles pueden ser en nuestras aulas. Y para ello tenemos mecanismos múltiples. La buena relación con el bibliotecario de nuestro distrito, la visita frecuente a las librerías o la entrada en las páginas webs que informan de una manera objetiva y veraz sobre la calidad o no calidad de los libros que se nos presentan. Con la suma de todos los impactos y sabiendo una cosa, que nunca se deja de aprender a leer, es fantástico, porque aprender a leer es aprender a vivir. Y del mismo modo que nunca dejamos de vivir, nunca dejaremos de enriquecer nuestro afán lector, nuestra visión lectora. Insisto: en la suma de todos estos elementos se pueden construir lectores.
Y me decía: “Lo que me sorprendía es que, a pesar de mi extenuación, a pesar de mi cansancio, a pesar de la inmensa dificultad que yo sabía que suponía bajar, había una voz en mi interior que me decía: ‘Baja y vive. Baja y vive’”. Y bajó y vivió. Por rebelde. Rebelde, como diría Sidney Poitier, ese actor que ha fallecido recientemente y que yo siempre tengo asociado a dos películas canónicas: ‘Adivina quién vino esta noche’ y ‘Rebelión en las aulas’. Pues hay que rebelarse. Y claro que la lectura es una rebelión. ¿Contra qué se rebela la lectura? Pues se rebela contra infinidad de vicios y de patologías, contra el pensamiento único y su imposición. Contra la superficialidad de las palabras, contra la sacralización de la instantaneidad, contra el desprecio de la pausa, de la serenidad que, por cierto, es la única que puede llevar al bien pensar, a reflexionar. Contra el valor de lo colectivo que anula lo individual. Sigo pensando que el aleteo de una mariposa en un lugar del planeta puede provocar un cambio fundamental exactamente en las antípodas del mismo. Se rebela contra el hecho de que la imaginación no se valore. Se rebela contra la anulación de las emociones. Se rebela contra la ternura. Se rebela contra el valor de lo sencillo, de lo simple. Se rebela contra el valor de lo complejo. Se rebela contra el discurso vacío. Se rebela contra la vida como superficialidad y entretenimiento.
Se rebela contra la disgregación. Se rebela contra el intento, una y otra vez de prescindir del discernimiento. Contra todo ello se rebela la lectura, porque nos va proporcionando las herramientas que nos permiten afrontar cada una de las circunstancias de nuestra vida. Y eso lo hace mediante un mecanismo que es prodigioso y que también se ha descubierto recientemente y es que nuestro cerebro, ante las experiencias ficticias leídas, reacciona igual y pone en marcha el mismo paquete neuronal que ante las experiencias reales. Claro, va a ser muy difícil que nosotros en nuestra vida podamos ser todo aquello que nos ofrecen cada uno de los libros, pero la lectura nos abre esa puerta y nos abre esa puerta en términos de tal credibilidad que nosotros, cuando estamos leyendo un libro de Salgari, somos piratas, y cuando estamos leyendo un libro de Verne somos viajeros en globo. Y cuando estamos leyendo un libro de Stevenson, somos la Hispaniola por antonomasia. ¿Y sabes por qué? Porque cuando leemos en silencio, la voz fundamental es la nuestra. No la que los demás escuchan de nosotros, sino la que habita en nuestro interior y que nos permite que, al escucharnos, creamos ser nosotros los protagonistas reales del hecho lector.
ya no va a ser un mundo en función del poder que cada país tenga por poseer materias primas o por la demografía o por la posición geoestratégica. Va a ser por la capacidad que tenga de importar, exportar y producir talento. Talento. Y en eso la escuela es fundamental si es capaz de romper una de las múltiples contradicciones sobre las que seguimos habitando. Como si estuviéramos sentados confortablemente sobre un volcán que va a iniciar su explosión en muy breves momentos. ¿Cuál es esa contradicción? Todos afirmamos que no hay un ser humano igual a otro. Que todos somos distintos, felizmente diferentes. Pero la escuela durante mucho tiempo y el sistema educativo se dirige a homogeneizar, a uniformar, respondiendo a un mundo, insisto, que ya no existe. Mi abuela, cuando hablaba del empleo, hablaba de colocación. “Ha encontrado una colocación”. Es decir, situar a una persona en el lugar del puzle que le correspondía, del que ya no se va a mover durante todo su periplo laboral. Eso ha terminado. Las personas irán cambiando a lo largo de su vida de manera permanente de trabajo. Tendrán la necesidad de aprender de continuo y, al mismo tiempo, nosotros tendremos la importantísima necesidad de cultivar en cada cual aquello que él tiene de exclusivo y de extraordinario. Benedetti decía: “Cuando creíamos tener todas las respuestas, nos han cambiado todas las preguntas”, y eso pasa ahora. Nosotros no vamos a poder responder al futuro con las respuestas del pasado. No, vamos a tener que cultivar el pensamiento divergente, creativo, crítico, comprometido. Eso es la escuela. La escuela es la factoría del entusiasmo y de la vida. Y si eso la escuela no lo asume, habrá otro segmento en la sociedad que lo asuma si de verdad queremos seguir progresando.
Nosotros estamos valorando infinidad de perspectivas, desde las económicas hasta las que tienen que ver puramente con la salud. Y a mí me corresponde fundamentalmente el área de la cultura y el área de la educación. Antes te comentaba, Marta, que un descubrimiento neurocientífico extraordinariamente importante es el hecho de que nuestro cerebro es el órgano del cuerpo humano con máxima plasticidad y con mayor capacidad de crecimiento y aprendizaje a lo largo de toda la vida. Por tanto, la vejez que tenemos que ir preparando desde el momento en el que empezamos a ser personas es una vejez que permita, mediante un conjunto de acciones que introduzcamos en nuestra vida cotidiana, llegar a esas edades en la mayor plenitud de facultades físicas y psíquicas. Y eso es posible. Hoy sabemos cómo se puede hacer, siempre y cuando se haga desde el origen. El cerebro humano empieza a envejecer a los veinte años de vida. Nosotros tenemos que preparar desde la propia escuela nuestro modelo de envejecimiento de futuro si queremos realmente asumir la oportunidad extraordinaria que hemos conseguido, que es la de extender de esa manera tan relevante la vida de las personas. Pero no solo eso. O sea, lo importante no es solo darle más años a la vida, sino darles más vida a los años. En una longevidad próspera y feliz es importantísimo, digamos, la salud cerebral. Y a lo mejor te sorprenda cuando te diga: “¿Sabes que hay una máquina de ‘fitness’ cerebral imparable, que es la lectura?”. Yo hace unos años acudí a uno de mis museos favoritos en Londres, que es el Museo de Ciencias Naturales.
Se celebraba una exposición precisamente sobre el cerebro humano y en la parte última de la muestra lo que se exhibía era la reproducción a gran tamaño de un cerebro. Y en la parte superior de esa reproducción había todo un conjunto de focos que entraban o no en actividad, según la acción que tú pautaras de las que estaban reseñadas en un lateral y que tú podías poner en marcha mediante simplemente pulsar un botón. Había cincuenta y dos áreas, que son las cincuenta y dos áreas que tienen que ver con la producción de la inteligencia, en el sentido que ya hemos hablado: razón, emoción, imaginación e intuición. Y mi interés era ver cómo funcionaban cada una de ellas en según qué acciones. Ver televisión. Pulsabas… No, ver cine. Ver televisión. Pulsabas un botón y de las cincuenta y dos áreas se encendían cinco. Cuarenta y siete áreas permanecían en latencia, lo cual venía a significar que la producción de inteligencia con ese estímulo era muy discreta. Escuchar música. Se encendían cuarenta y siete de las cincuenta y dos áreas. La escucha de la música provoca un enriquecimiento cognitivo extraordinario y, por tanto, es altamente recomendable. Leer textos literarios. Pulsé y se encendieron las cincuenta y dos áreas cerebrales.
Pero no solo se encendieron, parpadeaban los focos con una intensidad extraordinaria para hacernos entender que cuando uno está leyendo todo su cerebro está en marcha, precisamente por lo que hemos comentado ya. Y es porque tú tienes que recrear aquello que lees, darle color, darle sabor, darle ambiente, darle perfiles, darle luz. Y la prueba del algodón de que la lectura moviliza la totalidad del cerebro y, por tanto, es una práctica de ejercicio cognitivo extraordinaria es que cuando leemos solo podemos leer. Nos tenemos que entregar a la lectura como se entrega uno al amor. Por entero. Antes mencionábamos el papel de la intuición, que tan importante es. En este momento en una universidad alemana se está haciendo todo un desarrollo metodológico para crear la didáctica de la intuición, para ver cómo esa facultad tan poco cultivada la podemos también empezar a cultivar, entre otros, en el ámbito de las escuelas. Una vez más nos ganáis por goleada las mujeres, del mismo modo que palabra y lengua es femenino, intuición también es femenino. Pero es que todo lo que tiene que ver además con el desarrollo de la inteligencia tiene que ver con los primeros conocimientos que estamos teniendo del cerebro, que es una ciencia relativamente reciente, tanto que realmente podemos estar entendiendo cómo funciona el cerebro solo desde la implantación de las resonancias magnéticas, que es una técnica, digamos, médica de implantación muy reciente. Apenas tiene treinta o cuarenta años.
Y es fascinante porque en el cerebro existen registros increíbles. Por ejemplo, a mí me encanta recordarlos, aquellos que tienen que ver con nuestra memoria como especie. Los que, por ejemplo, permiten que nadie ante el mar no se sobrecoja, como se sobrecogieron nuestros antepasados, aquellos soldados romanos que lloraban arrodillados en el Finisterre de la Hispania porque entendían que allí se ponía el sol y allí moría el mundo, el final de la tierra, o pasar delante de un fuego y no mirarlo con fascinación. En ese juego permanente de la llama, “en el embrujo”, que diría Manuel de Falla. O curiosamente, dejar de marcar el ritmo de una música con el pie cuando lo escuchamos, que no es sino una herencia de los griegos, que tenían una lengua con sílabas largas y sílabas breves cuyo ritmo de emisión lo marcaba un pie porque su idioma era fundamentalmente musical. Nosotros todo eso lo hemos ido conservando porque el cerebro capta señales permanentemente de todo y las lleva a nuestra propia vida. Cada vez es más importante el impacto del entorno. El veinticinco por ciento de nuestro cerebro es genoma, desarrollo genético, pero el setenta y cinco por ciento depende de los estímulos que nosotros le brindemos. ¿Qué estímulos brinda nuestra sociedad para que los cerebros crezcan? ¿Qué estímulos ofrece la escuela para que el cerebro siga creciendo, se siga manifestando como ese tesoro absoluto que nos preside, ese órgano soberano tan cargado de misterio y tan próximo al cosmos? Nuestro cerebro tiene cien mil millones de neuronas, como cien mil millones de cuerpos estelares tiene nuestra galaxia y de ese universo gigantesco neuronal apenas estamos empezando a conocer las redes principales, las autopistas. Pero nos quedan por conocer las carreteras comarcales, las carreteras locales, los caminos, las veredas, las sendas, los vericuetos en los que encontremos las claves de muchas de las cosas que evidentemente tendremos que aportar para poder responder a todos y cada uno de los interrogantes que esa sociedad nueva pero próspera y, por qué no, más feliz que la actual tenemos ante nosotros.
“Lo importante no es darle más años a la vida, sino más vida a los años”
como es necesario que a las aulas lleguen los recuerdos familiares de nuestros alumnos y en las aulas se valore lo que significa la aportación de las generaciones anteriores en nuestro propio desarrollo. Que tengamos un noble sentimiento de deuda hacia quienes nos antecedieron, porque la mayor parte de lo bueno que podamos tener no nos lo debemos a nosotros mismos, se lo debemos a generaciones muy anteriores, algunas de las cuales, y más en nuestro país, atravesaron circunstancias muy complicadas de enfrentamientos fraternales. Y lamentablemente esa memoria se está perdiendo, como lamentablemente se está perdiendo el pasado campesino y rural de un país como el nuestro. Hay que recuperarlo y hay que recuperarlo sobre todo porque en la perspectiva de esa extensión de la vida, lo más rico que nos puede pasar es la construcción de las conexiones intergeneracionales. No hay nada mejor que construir un proyecto educativo en una escuela donde participen alumnos, padres, madres, abuelas, abuelos, amigos, profesores y dirección del centro. Eso es un auténtico proyecto educativo, porque, como dice el proverbio africano: “A educar se debe toda la tribu”. Para educar necesitamos las fuerzas de todo el entorno y eso es lo que nos queda ahora por reivindicar. No podemos, no podemos asumir que ese desconocimiento de las generaciones anteriores se siga produciendo, primero por injusticia y segundo por ineficacia. Porque cada vez que perdemos los nexos nos morimos como en el cerebro. Cada vez que rompemos los enlaces, las sinapsis, nuestro cerebro se empobrece.
y que, por tanto, todos somos todos, que no somos nada ni nadie sin el otro y que por mucho que hayamos desarrollado de los tres principios de la Revolución Francesa, la libertad y la igualdad de poco vale si no cultivamos la fraternidad, el vernos realmente como compañeros de viaje capaces de afrontar cualquier dificultad y de vencerla. Porque difícil no es igual a imposible. Difícil es simplemente un reto, un desafío, un muro. Todas las generaciones han tenido muros que derribar, que saltar o que sortear para seguir progresando. El día que en la humanidad se eliminen las fronteras y se eliminen las banderas y se eliminen los elementos de oposición… Cuando, como dirían los físicos, abandonemos la energía de fisión para ir a la energía de fusión, habremos dado un paso muy importante y, entre otras cosas, empezaremos a justificar el adjetivo con el que nos hemos autocalificado: ‘“homo sapiens”’. Hombre, cuando uno ve la información de cada día, ‘sapiens’, ‘sapiens’… Nos queda bastante por alcanzar. Pero hay una vez más, una ilusión y una esperanza. Y es que nuestra especie es muy joven. El camino está empezando. No tenemos más allá de trescientos mil años y la tierra en la que habitamos cuatro mil quinientos millones. Quizá para ser ‘sapiens’ nos queda una larga ruta que cubrir. Nuestra responsabilidad es que la jornada que nos corresponde esté orientada en la mejor de las direcciones.
que es ‘El infinito en un junco’ de Irene Vallejo y que tuvimos la enorme fortuna de publicar en Siruela. Es un libro absolutamente magnífico, de una profundidad extraordinaria y con una habilidad increíble para convertir el siempre dificilísimo ejercicio de la divulgación en un disfrute absoluto. Leyendo ‘El infinito en un junco’ sabemos lo que significa realmente leer, lo mucho que ello supone para nuestras vidas y lo mucho que seguirá suponiendo siempre la lectura en la peripecia fascinante de mujeres y de hombres. Bueno, y un clásico, y es que no puede ser otro: el ‘Quijote’, un libro que yo recomiendo que se tenga siempre en la mesilla, al lado de nuestra cama y que lo leamos por fragmentos. Puede ser un párrafo o dos, un trocito de capítulo o, por supuesto, la totalidad de la obra, aquel que le apetezca hacer una lectura secuencial de la misma. Es maravilloso. Es un tratado de humanidad, de filosofía, de ética, y un prodigio de acción literaria casi inexplicable desde el punto de vista humano. Recuerdo que en mi doctorado nosotros tuvimos una asignatura íntegramente dedicada a la lectura del ‘Quijote’. Nos la daba un emérito de la universidad, al que yo recuerdo con extraordinario cariño, don Luis Morales Oliver,
que con su prodigiosa memoria día tras día, desde octubre hasta junio, fue desvelándonos todo lo que esa obra contenía y estábamos ya aproximándonos a los últimos días del curso cuando él nos dijo: “Señores, mañana vamos a llegar al capítulo último de la obra, es un capítulo para mí trascendental, tanto que les advierto que es posible que me emocione. Si es así, no le den ustedes importancia. Júzguenlo simplemente como la fragilidad de un anciano”. Y efectivamente. Llegó el día en el que don Luis Morales Oliver, que no leía, reproducía de memoria pasajes completos del ‘Quijote’ sin fallar en un solo término se enfrentó a ese pasaje maravilloso y dolorosísimo en el que Alonso Quijano, el Bueno, muere de cordura. Muere cuando tiene que renunciar al sueño de que la justicia es posible, de que el bien es posible, de que la humanidad es posible. “Donde hubo pájaros antaño, querido Sancho, no hay pájaros hogaño. Y vámonos yendo poco a poco”. En ese momento, don Luis Morales Oliver sacaba un pañuelito del traje, se secaba las lágrimas y todos nosotros le acompañamos en el sollozo en un momento verdaderamente inolvidable, inolvidable. El ‘Quijote’ es un prodigio y al ‘Quijote’ hay que volver siempre.