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Jorge Bucay. Bueno. Yo creo que hay un cuento para cada persona en cada momento. Lo creo desde hace muchísimos años. Creo que hay una esencia mágica en esto del cuento de cada quien en cada momento. Y que, si uno tiene la fortuna de encontrarse con ese cuento que le corresponde, o si tiene la bendición de que alguien le regale en ese momento el cuento que necesita, ese cuento le va a acompañar mucho tiempo hasta que pueda acomodarse lo que estaba desacomodado, cualquier cosa que sea. Así que hace muchos años que me encontré con este cuento y que creo que es el cuento que yo me tengo que seguir contando siempre. El cuento está protagonizado por un hombre que se llama Latif. Latif es un mendigo en algún pueblo del Medio Oriente. Vive en el mercado, en un zaguán. No siempre en el mismo zaguán. Vive de la limosna que le dan, pero para poder sentir que se gana la limosna, él ofrece contestar preguntas por monedas. El protocolo es: Alguien se sienta frente a él, le hace una pregunta, Latif le da una respuesta, y si el que pregunta se siente satisfecho con la respuesta, le da una moneda o dos, o una bolsita de monedas. Un día, en el mercado del pueblo, un fin de semana, mucha gente está caminando por el mercado. Y también el rey, ese día, decide caminar entre su gente. En el mercado del pueblo. Y ahí lo ve a Latif en un zaguán. Y le pregunta a uno de sus asesores: «¿Quién es ese?». El asesor le dice que es Latif y que la gente dice que es el más pobre del pueblo y también el más sabio. Y que intercambia su conocimiento por monedas. El rey se sorprende y se arrodilla delante de él. Y le dice: «¿Te hago una pregunta por unas monedas?». Y Latif le dice: «Si te gusta la respuesta». El rey le hace la pregunta. Una pregunta muy complicada sobre una división de bienes y de terrenos. Y Latif le da una respuesta tan sensata, tan precisa, tan resolutiva, que el rey se queda sorprendido. Le da una bolsita con monedas. Dice: «¿Te hago otra pregunta por otra bolsa?». «Mañana», dice Latif: «Hoy no». El rey se levanta para irse y vuelve. Y dice: «Latif, te necesito. Mi padre y mi madre han muerto. Yo no tengo ni la inteligencia de mi padre ni la astucia de mi madre. Necesito un consejero como tú. Ven conmigo. Ven a palacio. Te ofrezco todo lo que quieras. Pero quédate conmigo. Sé mi asesor. Ayúdame a gobernar mejor al pueblo, al que tú también quieres». Latif le dice que no, que está bien donde está. Los asesores y el rey mismo le imploran que venga para ayudar a la gente. Finalmente, para no hacer muy larga la historia, Latif acepta y el rey le designa una habitación muy cerca de la suya de palacio, en el ala sur. Y poco a poco se va volviendo el asesor de preferencia. Todos los días el rey va a ver a Latif con la excusa de hacerle alguna pregunta. Y con el sentido común de Latif y su inteligencia, el pueblo realmente progresa. El pueblo realmente está muy contento. La gente empieza a adorar a su rey, a adorar a su reino. Pero se ha vuelto una persona muy importante en el reino. Los otros cortesanos no están nada contentos con esto, así que tienen que hacer algo para sacarse de encima a Latif. Así que inventan una historia. Van a ver al rey y le dicen: «Majestad, este a quien tú llamas tu hermano Latif, está conspirando para derrocarle. Seguro que está armando una revolución». «Imposible», dice el rey. «Sí, sí, sí, sí, sí. Todos los domingos a la tarde él se reúne en una habitación en el ala norte del palacio, habitación de la que solo él tiene la llave, y va todos los domingos y no sabemos con quién se reúne. Y cuando le preguntas, usa evasivas. Está conspirando». El rey dice: «No lo puedo creer». Pero él es el rey y tiene responsabilidades sobre su gente. Así que ese domingo, a las 17:00 de la tarde, se esconde en el pasillo. Y ve llegar a Latif, y con la llave que tiene colgando del cuello, abre la puerta de una habitación y entra. El rey no necesita hacer ningún disimulo, así que golpea la puerta. Latif abre y el rey le dice: «Latif…». Y Latif le dice: «Majestad». «¿Estás conspirando contra mí?», le pregunta al rey. Latif le dice: «¿Cómo se te ocurre, conspirar contra ti? Es absurdo». «Déjame entrar». Y el rey entra. En la habitación no hay nadie. Solamente hay una túnica toda rotosa colgando de un gancho en el techo, una vara de caminante desgastada tirada en el suelo y un plato de madera bastante ajado y gastado en un rincón. Y dice: «Latif, ¿a qué vienes aquí todas las semanas?». «Estas son las cosas que yo tenía cuando llegué aquí, las únicas cosas que tenía. Y después me quedé viviendo aquí. Son tan suaves los colchones en los que duermo… Son tan suaves las sábanas con las que me tapo… Es tanto el honor que siento del lugar que me das y, con el dinero que me pagas, tengo tanto para ayudar y más gente a la cual ayudar. Es tan halagador estar aquí. Hace seis meses lo único que tenía eran estas tres cosas. Vengo aquí una vez por semana porque tengo miedo de olvidar de dónde salí». Y yo, querido Demián, como ya sabés, duermo en los lugares más hermosos, rodeado de la gente que me mima y que me quiere, escucho los halagos de todos los que me dicen, me pagan por hacer lo que a mí me gusta hacer. Yo soy tan feliz en este lugar. Pero yo nací en Floresta, a 50 metros del basurero municipal. En el lugar donde estaba la quema de Buenos Aires, el lugar donde se quemaba, en aquel entonces, se quemaba, hace 70 años, la basura de toda la ciudad. Yo vivía en un barrio que olía a basura y a humo. Y nunca me di cuenta de eso hasta que no me salí del barrio. Me acuerdo de este cuento porque yo tampoco quiero olvidarme de dónde vine.