Cultura y natura: una relación indivisible
Juan Goñi
Cultura y natura: una relación indivisible
Juan Goñi
Guía de naturaleza y escritor
Creando oportunidades
Los bosques que llevo dentro
Juan Goñi Guía de naturaleza y escritor
Un canto de amor a la naturaleza
Juan Goñi Guía de naturaleza y escritor
Juan Goñi
Su trabajo como informático, encerrado entre las cuatro paredes de una oficina, no le hacía feliz. Juan Goñi decidió a los 40 años dar un vuelco radical a su vida y dedicarse a su verdadera pasión: la naturaleza y los bosques. Desde hace 15 años trabaja como guía de naturaleza en el precioso entorno natural del Valle de Baztán, en el Pirineo navarro. Se define a sí mismo como “un romántico exaltado y conmovido por la belleza del mundo natural”. Un “conmovido que trata de conmover” a los cientos de personas que guía por “sus bosques”, como él los llama. Para él, la naturaleza tiene que ver con la expresión de la emoción, con la admiración, la cultura y la espiritualidad: “La naturaleza, bella como ninguna otra cosa, ha creado a los seres humanos para amarse a sí misma, porque somos el único ser que puede conmoverse ante la belleza de una hoja o al contemplar una noche estrellada”.
Goñi es guía de naturaleza, pero también poeta y escritor. Sus libros (‘Los bosques que llevo dentro’ y ‘Raíces, trinos y todo lo demás’, ambos de la editorial Tundra), son un canto a la reflexión y al deleite con la belleza del mundo natural desde la prosa poética. Su lema: “Conocer para respetar. Respetar para amar. Amar para defender“. Y su mayor anhelo: sembrar una emoción en cada corazón para que algún día crezca un frondoso bosque de amor hacia la naturaleza.
Transcripción
Por eso, a veces, estos libros no sé muy bien si los ha escrito el bosque o los he escrito yo. En mi tierra, allá en Navarra, aparece un personaje en las viejas leyendas que se llama Basajaun. Basajaun es un gigante de cuatro metros con un aspecto feroz, con un aspecto terrible y, a la vez, un ser bondadoso. Un bondadoso pastor de árboles. El señor del bosque, el protector del bosque, nuestro protector ante el bosque. Digamos que es una fuerza de interposición entre el salvajismo del bosque y nuestra humanidad. O quizá me estoy equivocando. Entre la humanidad del bosque y nuestro salvajismo. Y dicen las leyendas que Basajaun siempre camina a tu lado, susurrándote algo, cuando nota que tu estado es relajado. Que tu estado es… Que estás dispuesto a escuchar. Así que dicen esas leyendas que Basajaun te está susurrando cosas al oído, y dicen también las leyendas que no te das cuenta de lo que te dice, pero que, al día siguiente al despertar, aquellos problemas que te andaban pajareando por la cabeza habrán desaparecido. Basajaun te dictó la solución. Basajaun te dictó la salida al atolladero en el que todos, de alguna forma, estamos constantemente metidos. Nuestras dudas, nuestros dilemas… Todo eso se supera hablando con Basajaun. Por eso a veces pienso que, realmente, estos libros no son más que la transcripción de lo que ese Basajaun me habla cuando camino por mis bosques.
He dedicado bastante tiempo a pensar quién soy. Es una cosa que me ha costado esfuerzo mental. ¿Qué soy? ¿Qué hago aquí? Al final, he llegado a la conclusión de que soy un romántico vagabundo, un Homo sapiens romántico y vagabundo, enamorado de la naturaleza. ¿Vagabundo? Claro. Claro que soy un vagabundo, porque la única forma que hay de pasear en un bosque, si quieres que el bosque se te meta dentro, es vagar por el bosque. Vagabundear por el bosque. Hoy, cuando venía a veros, he mirado en la Real Academia de la Lengua, en el diccionario, a ver cuál es el significado de la palabra “vagar”. Y vagar es andar sin prisa ni destino. Eso, precisamente, es lo que hay que hacer en el bosque cuando se va al bosque. Andar sin prisa y sin destino. Sin prisa para poder detenerse constantemente y sin destino para poder recorrerlo con los pies y con la mirada por los recovecos más íntimos de la arboleda. Así que por supuesto que soy un vagabundo. Pero os advierto una cosa: el día que un bosque se te meta dentro, dejarás de vagar por la vida. ¿Sabes por qué? Porque tendrás tu destino muy claro en el horizonte. La defensa de la naturaleza. Vagar por el sendero para no vagar por la vida.
Así que sí, efectivamente, soy un vagabundo. Y también soy romántico. Romántico es aquel… O romanticismo es la exaltación de los sentimientos. La exaltación de la emoción. La sublimación de la naturaleza. Beethoven, Chopin, Mahler, son por supuesto románticos. Pero también lo es el blues. Yo soy un gran amante del blues y Eric Clapton, B. B. King, John Mayer son estrictamente románticos. Así que soy un gran seguidor del romanticismo musical, por supuesto, pero no solo eso. Fíjate, el romanticismo es la sublimación de la naturaleza. Así lo dicen los cánones de arte. Yo no conozco otra forma de acercarse a la naturaleza que no sea desde la sublimación de la misma. Sublimación que deriva, indefectiblemente, en la admiración. Y un paso más allá, en la exaltación. Efectivamente, soy un exaltado admirador de la naturaleza. Soy un romántico conmovido que trata de conmoverte. Seguramente habréis oído por ahí decir aquella frase de que el ser humano es un cáncer para el planeta. Un virus, una enfermedad. ¿Verdad que lo habéis oído hablar? Es una corriente bastante pesimista que oímos a veces, como diciendo: “No hemos hecho más que daño al planeta. Más que daño”.
Pues mira, soy otra cosa también. Sois otra cosa también. Sois naturaleza, por supuesto. Y sois la manera que ha encontrado el universo para enamorarse de sí mismo, porque vosotros tenéis la capacidad de mirar a las estrellas y enamoraros de una noche estrellada, ¿verdad que sí? Sois capaces de pasear por un bosque y enamoraros de ese bosque que tú eres. La naturaleza, hermosa como ninguna otra cosa, ha inventado una forma de enamorarse de sí misma, y esa cosa que ha inventado es vosotros y vosotras. Que sepamos, el ser humano, el Homo sapiens, es el único ser en el planeta capaz de aprehender la belleza. De forma que nosotros vemos un cielo estrellado a la noche y nos enamoramos. ¿Cuántas toneladas de tinta se han gastado a lo largo de la historia del arte y de la pintura para hablar de los cielos estrellados? De alguna forma, en el universo conocido, somos el único ser consciente de la belleza que le rodea. Por eso os digo que sois cosmos enamorados del cosmos. Por eso el ser humano es importante. Por eso el Homo sapiens es importante. Es una fuerte responsabilidad, pesada responsabilidad, que cargo sobre vuestros hombros, y, por eso, escuchar el canto de los pájaros no es solo un placer para mí y para tantos otros, sino que es una responsabilidad tuya. He venido para hablar con vosotros. Hasta ahora solo he hablado yo. Ahora os toca a vosotros. ¿Queréis preguntarme algo?
Cuando de repente cambié de vida, aprendí que los peces se pueden comer a favor de escama. Y qué fácil resultaba todo entonces. Qué fácil despertarse por las mañanas, ir a trabajar, ir al bosque. Qué fácil comprar el pan en la tienda de la esquina donde mi panadero de todos los días me recibe con una sonrisa. Qué fácil aparcar el coche en aquel pueblo que me recibió con los brazos abiertos. Qué fácil poner de despertador al mirlo, a la lavandera. Qué fácil encontrar sentido a la vida. ¿Cambio de vida? Claro que sí. Claro que sí. Cambio de vida, cambio de filosofía, cambio de todo. Tenía 40 años. Lo hice 40 años tarde. Cada vez que me asomo a la ventana y veo mis prados verdes, allá en mi valle de Baztán, en Navarra, soy feliz. Y, a veces, un amanecer, un mar de nieblas, me recuerda quién soy, por qué hago lo que hago. Me lo recuerda todo. Es como si apuntalara los cimientos, otra vez, una vez más, de todo lo que soy, todo lo que quiero ser y todo lo que quiero dejar a vosotros. Si estáis tragando la vida a contraescama, es hora de que aprendáis, como el cormorán, a comeros la vida a favor de las escamas. Cada uno sabrá lo que son sus escamas. La mía era el estrés. La prisa, el agobio. Para otro puede ser… No lo sé. Una recomendación muy importante en la vida: comeros siempre la vida a favor de escama, ¿vale? ¿Otra pregunta?
En tu contacto con la naturaleza, hay tres factores fundamentales. Seguro que habéis visto muchas veces aquellos tres círculos que solemos ver en el cole con los colores básicos. Imaginaos eso en vuestra cabeza. Esos tres colores no van a ser colores, van a ser actitudes. ¿Qué hay en un paseo por la naturaleza? Desde luego, ejercicio físico, y el ser humano necesita ejercicio físico para estar saludable. Y esas personas de las que estamos hablando buscaban ejercicio físico porque buscaban salud. Además, los bosques curan. Esto está demostrado científicamente. Los paseos por los bosques son una forma extraordinario de mejorar nuestra salud mental, emocional. Esto está claramente refrendado por multitud de estudios, pero también incluso la salud física y en esto nos queda mucho por aprender todavía. Así que está por un lado, digámoslo así, el aspecto del ejercicio físico, de la salud en el bosque. También hay otro de esos círculos de color, que sería la observación, el disfrute de la naturaleza. El ser humano lo es, es un disfrutón de la belleza. Y en los bosques esto también ocurre. Y lo podemos encontrar como un ejemplo paradigmático aquel fotógrafo que va a sacar una foto a la naturaleza. O aquel pintor que, con su caballete, va a un paisaje y lo retrata. Aquella persona está fija, su mente fija en la naturaleza.
Otro de esos círculo sería… ¿Me dejáis que diga “salud espiritual”? Técnicas como el taichí o el yoga. Gente que busca esa salud espiritual. Trascender un poquito de la realidad más cotidiana. También los bosques tienen un componente indudable de espiritualidad. Bueno, pues, en mi opinión, para que el bosque tenga esa función curativa, tenemos que intentar unir estos tres círculos e irnos a la intersección que queda entre los tres. Entonces, el bosque nos aportará todo lo que tiene para aportarnos. “¿Qué puede hacer por ti el bosque?”, me preguntabas. Lo vas a descubrir enseguida. Trata de estar en el punto central de esos tres círculos. Trata que tu paseo por el bosque tenga componentes claramente físicos, componentes claramente de disfrute de la belleza y componente espiritual. Entonces, el bosque hará mucho por ti.
¿Por qué digo esto? Porque el bosque te inocula la poesía. Otra cosa es que tú seas capaz de trasladar eso a un papel. De escribirlo en letras. Algunos lo escriben en música. Otros lo escriben en un cuadro o en una fotografía, pero el arte ya te lo ha dado el bosque. Federico García Lorca: “Poeta es árbol”. Tela marinera. Dos mil años para decir lo mismo. De Horacio a Federico García Lorca. Dos mil años, más, para decir lo mismo. La verdad es que, si uno se empieza a preocupar un poco de qué han dicho de la naturaleza los diversos representantes de la cultura del planeta, de la humanidad, se da cuenta de que hay una relación intrínseca e indivisible entre la cultura y la natura. Probablemente, la naturaleza ha inspirado la mayor cantidad y cualidad de las obras artísticas que el ser humano ha llevado a cabo a lo largo de la historia del arte. De todo tipo. Y además, ha inspirado los inventos, los ingenios que el hombre, probablemente, la humanidad ha desarrollado a lo largo de su historia. Así que tanto esa alta cultura, como podrían ser las artes o las ciencias sociales, como esa cultura más del ingenio, de la ingeniería, ambas dos están intrínsecamente unidas a la natura.
Humboldt… Nos deberían enseñar en la escuela quién era Humboldt. Un personaje fascinante. Un señor que recorrió la península ibérica de cabo a rabo para ver la altimetría que tenía en un carro que arrastraba un burro y que llevaba un pequeño medidor de presión y con aquello consiguió elaborar el mapa altimétrico de la península ibérica. Trató constantemente de medirlo todo. Todo lo que estaba a su alcance. Y tiene una frase… ¿Quién podría decir que Humboldt no es cultura? Pues tiene una frase absolutamente alucinante. Dice: “Aquello que toca tu alma escapa a nuestras medidas”. Humboldt se dio cuenta de que aquello que tocaba su alma ya no lo podía medir. ¿Y qué es lo que tocaba su alma? La naturaleza. Claro que sí. ¿Me dejáis que os lea una frase de Unamuno? Unamuno. ¿Quién podría decir que Unamuno no es cultura en la historia de la cultura española? Don Miguel. Dejadme que la busque. Aquí la tengo. “El sentimiento de la naturaleza es la cima de la civilización y de la cultura”. Ni más ni menos que don Miguel de Unamuno nos está diciendo, precisamente, que sentir la naturaleza es el culmen de la civilización y de la cultura humana.
Hay otro personaje muy interesante también que nos deberían enseñar en la escuela. Tantos nos deberían enseñar en la escuela… Se llamó Francisco Giner de los Ríos y fue un pedagogo. Un maestro en todos los sentidos de la palabra. Y escribió unas pocas frases que me gustaría leeros. “Al contacto purificador de la naturaleza, surgen la expansión de la fantasía, el ennoblecimiento de las emociones, la dilatación del horizonte intelectual, la dignidad de nuestros gustos y el amor a las cosas morales”. Tela marinera. Él está, probablemente, cimentando los mayores logros de la civilización y de la cultura humana, precisamente, al contacto con la naturaleza. No hay cultura sin natura. No hay nada sin natura, pero tampoco hay cultura sin natura. La cultura tiene sus cimientos más profundos, no podía ser de otra manera, en la natura.
Es importante el sendero que escojas. La dificultad física, puramente física del sendero no tiene que distraerte de en lo que estás. ¿Tú has ido a hacer senderismo y a sudar la camiseta, o a que se te metan bosques dentro? Si has ido a hacer senderismo, a sudar la camiseta, a hacerte 35 kilómetros y 1.200 metros de desnivel, da igual. No importa. No importa ni con quién vayas… No importa nada. Pero, si has ido a que se te metan bosques dentro, el esfuerzo físico no tiene que despistarte de tus sensaciones. Así que elige un sendero sencillo, sin mucha dificultad, que te permita vagar. ¿Os acordáis? Pararte a hacer una fotografía. Detenerte a mirar un musgo que te llama la atención. Mirar con detenimiento una castaña, una pequeña piedra, una flor, un paisaje. Disfrutar de la belleza del bosque. Y el silencio, por favor. El silencio, por favor. El silencio. Se puede hablar en el bosque, claro que sí. Es más, es conveniente hablar. Hablar reflexionando. Hablar de sentimientos. Hablar de cosas positivas. Hemos dicho que había que dejar al principio del paseo por nuestro bosque en el sendero, a la vera del sendero, a aquella persona que no merece estar contigo en el bosque, pero quizá haya otras personas, otros sentimientos, que sí merezcan. Y hay que cogerlos del bosque y metérselos dentro.
¿Qué tal el recuerdo a un familiar que echas de menos? Una canción, un sentimiento, un amor. Esas cosas son bienvenidas en el bosque siempre. Son positivas. Y así como aquellas lo envenenan, estas lo abonan, lo alimentan. Así que se puede hablar en el bosque, claro que sí, pero no cotorrear. ¿Entendéis la diferencia? Hablar sin sentido. Sin sentir ni sentido. Ahora me voy a hablar del yoga. Luego me voy a hablar de que este bosque me recuerda a otro que visité. Ahora me acuerdo de qué comeremos hoy. Ahora me acuerdo de la cena que tuvimos ayer. Ahora recuerdo que la cama del hotel es muy dura. Después me acuerdo de mi vecina, allá en Madrid, donde resulta que, cada vez que tiendo la ropa, ella me echa el mantel de las migas encima de mi ropa recién lavada y le tengo un odio que no la puedo ver. ¿Os dais cuenta? Sin callar. Sin callar. Sin callar. Constantemente. Hablando de cosas sin sentido. A eso yo lo llamo cotorrear. Espero que entendáis lo que quiero decir. Eso está prohibido. ¿Estás paseando por el bosque para que se te meta dentro? Estate en el bosque. Escucha. ¿Cómo se puede escuchar si estás cotorreando? ¿Cómo te llamabas?
Te advierto de un efecto secundario de que se te meta un bosque dentro. Si se te mete un bosque dentro, vas a querer que se te metan todos los bosques que visitas. La laurisilva de La Palma. Los espectaculares alcornocales de Monfragüe. Los bosques de abetos en el Pirineo o en los Alpes. Es más, algunos tenemos la suerte, incluso, de meternos debajo del mar y encontrar bosques también en forma de corales de mil colores. No dejan de ser bosques. No dejan de ser bosques. Pero déjame que te diga una cosa más. A ti y a todos vosotros. Haceros amigos de los bosques. En mi experiencia, hay amistades muy convenientes para el ser humano. Yo conozco dos. Probablemente hay muchas más, pero dos que me han acompañado toda mi vida. Dos amistades que nunca me han fallado, que han estado conmigo siempre, en todo momento. Una es la música. Hacerse amigo de la música es una apuesta segura para ser una persona más completa y más feliz. La otra es el bosque. El bosque siempre estará. Siempre estará esperándote. Siempre estará esperándote. Volviendo al silencio, tan importante. El silencio no es la ausencia de sonido. El silencio del bosque es una cosa que a mí me tiene loco porque, si no hay silencio, no hay nada.
El bosque espera de ti enseñarte lo que pasa cuando tú no estás. Al loro, que es importante. Ojalá tú puedas ser testigo de lo que pasa en el bosque cuando tú no estás, porque, por desgracia, todos los seres vivos huyen de nuestra presencia en cuanto tienen la oportunidad. Seguramente, si los árboles tuvieran piernas, saldrían corriendo al vernos llegar al bosque, pero no lo hacen. Pero el resto sí y lo primero que hacen para detectarnos es escuchar, así que, si vas armando un lío tremendo, las cosas, el bosque que tú ves, no es el bosque. Es un bosque aterrado por tu presencia. Aterrado por tu presencia, así que calla. Calla. Trata de andar con cuidado. Trata de ser respetuoso. Yo suelo decir en estas fechas que la madre Tierra está embarazada. Embarazada de hayucos, de nueces, de bellotas que han caído estos días en el suelo del bosque, así que la madre Tierra está embarazada. Cuando la pises, tenlo en cuenta. Písala con cuidado, ¿vale? En fin, el silencio. Déjame que te lea una cosa. ¿Me dejas que te lea una cosa del silencio?
“El silencio es un ave delicada. Vuela sobre los árboles de mis bosques feliz entre los cantos de otras aves, junto al riachuelo o en el prado, conviviendo en paz con los cencerros, con los zumbidos de los insectos, con el viento que juega en el bosque. Convive sin problemas con el fragor de la cascada, con el trueno, con el relincho del caballo, con la berrea del ciervo enamorado. El silencio vive en la algarabía confusa de las alboradas de mayo y en las noches tranquilas y en la serenidad del ocaso. El silencio vive dentro de la mejor música. Su canto leve está presente siempre en el beso apasionado y también en las más tiernas poesías, que son las miradas. En las miradas curiosas. En las miradas buscadas. En las miradas veladas, ocultas. En las miradas concernidas con lo que miran. Mi mente vuela en las alas del silencio, porque el silencio, pese a su levedad, es capaz de remolcarte e impulsarte a los más intensos sentimientos. Es capaz de arrastrarte hasta donde se esconden la paz y el sosiego, y allí mi mente es libre como nunca. Allí se esconde la poesía. La poesía del paisaje y la armonía del mundo, la verdad, el estremecimiento, la ternura y la conciencia.
El silencio está en grave peligro de extinción. Está asesinado constantemente por palabras insensatas, por los gritos a destiempo, por los rugidos de los motores de todas las ensordecedoras máquinas del hombre. Y así, el hijo del bosque no escucha ni deja que nadie escuche. No atiende y por eso no entiende. Los que hemos disfrutado del silencio en el bosque, más aún si es en compañía, más aún si ese silencio ampara a varios de nosotros, no dejamos jamás de buscarlo. El silencio entre miradas entusiastas. El silencio de respeto. De consideración. El silencio escuchado, oído, atendido, entendido, es sin duda el más bello, el más imponente y, por desgracia, el más escaso. Los ruidos espantan lo más inolvidable, lo más inigualable, lo más curativo, lo más milagroso entre los mil milagros del bosque. Respeta, guarda y defiende el silencio del bosque porque ese es su idioma preferido para arrullarte”.
Luego va a llegar la primavera, pero ahora toca el invierno y el invierno es tiempo de meterse dentro, de reconsiderarse, de planear el futuro, que es lo que hace el bosque. Fíjate tú, dejo caer las hojas, que son mis recuerdos. Me quedaré solo con algunos, los verdaderamente importantes. Los que sean capaces de abonar mi futuro. Y el resto los desprecio. Luego llegará la primavera llena de chanzas, de pájaros juguetones, de flores por doquier. La niña primavera, tan pizpireta y, a la vez, tan mujer. Luego llegará el verano. Esas tardes indolentes de agosto en las que todo madura. Todo se aquieta. Y luego llegará la cosecha de finales del verano para volver otra vez a este otoño absolutamente enternecedor. El otoño, no me digáis por qué, fíjate tú, siempre nace anciano. No tiene juventud el otoño, es ya un anciano. Es un anciano de una ternura inconmensurable. Yo digo que el otoño es un invento del bosque para hacerse eterno. Y a nosotros, a algunos de nosotros que nos caemos con frecuencia en la vida, nos viene muy bien aprender esa lección. El otoño es empezar de nuevo. La verdad es que tantas lecciones te da el bosque y las estaciones, tantas lecciones, que serían inconmensurables, pero os voy a decir una que cambió mi vida determinantemente. La cambió para siempre.
Mirad, suelo hacer censos de aves para la Sociedad Española de Ornitología en mis bosques navarros. Simplemente, se pasea por el bosque, se escuchan los cantos de las aves que tú te vas encontrando por el bosque y vas tomando nota de ellos. Esto lo hacen miles de voluntarios a nivel de toda España y de todos los países europeos. Mediante estas técnicas, por ejemplo, hemos descubierto las tremendas tragedias que acechan a algunas de nuestras aves más cercanas. Por ejemplo, a las golondrinas, de las cuales estamos perdiendo un millón de golondrinas cada año. Tela marinera, ¿verdad? Pero no me voy a dedicar ahora a hablaros de las tragedias de las aves cercanas, que podría y con mucho gusto. Os voy a hablar de aquel día que cambió mi vida. Aquel día había nevado y yo estaba en el parque natural de Bértiz haciendo un censo de aves. Había ido muy temprano. Era prácticamente todavía oscuro cuando me puse a caminar por aquel bosque nevado, cubierto de merengue, y absolutamente silencioso. Después de un buen rato caminando, nada se había oído en aquel bosque. Nada. El mínimo chasquido. El mínimo trino. Nada. Cuando al dar la vuelta en un recodo, a tres metros de mí, en un acebo totalmente nevado y cuajado de bolitas rojas, cantaba un petirrojo. Y aquel petirrojo estaba haciendo arte porque estaba cantando para mí. ¿Por qué para mí? Porque yo miraba a mi alrededor en aquel hayedo nevado y quieto como nunca y allí no había nadie más que yo. Nadie más que yo.
Y además yo era capaz de entender su arte. Es decir, yo entendía la belleza que él producía. Me emocionó hasta las trancas. Ese petirrojo tenía el 66 % de posibilidades de morir ese mismo invierno. Aproximadamente, dos de cada tres avecillas del tamaño de un petirrojo mueren en su primer invierno de vida, y aquel petirrojo estaba gastando 20 minutos de su cortísima vida para cantarme a mí. Por supuesto, detuve mis pasos. Por supuesto, esperé. Por supuesto, aquel censo no valió, pero yo aprendí una lección que nunca olvidaré. Aquel petirrojo cambió mi vida. Detrás hay una carga de profundidad que tiene que ver con la emoción, con la inteligencia, con la vida. Los petirrojos son una especie de pájaros asombrosos porque defienden territorio también en invierno. Por lo tanto, cantan también en invierno. Fíjate tú, defienden territorio cantando. Me parece que hay una guerra por ahí ahora. ¿Os imagináis a los mandatarios de esas dos naciones defendiendo su territorio cantando? ¿No es eso mucho razonable que liarse a tiros? El petirrojo, cuando te acompaña en un paseo en invierno, es de las cosas más dulces que te pueden pasar. Su alegría te contagiará. Se te meterá dentro para siempre.
Los mitos que sobrevuelan en la cúpula desnuda de los árboles. El relincho del pájaro carpintero. El tamborileo del picamaderos negro. La ronca de un ciervo. El invierno es una estación absolutamente maravillosa. Es el minimalismo, porque es la esencia de lo importante. Este viejo siempre de ademanes un poco vetustos que es el otoño viste un poquito raro, muy colorido. La primavera es una locuela. Te despista enseguida. En el verano quizá hace demasiado calor para pensar en muchas cosas raras, pero el invierno… El invierno es la raíz. Empatizar con el bosque, lucir empatía con él, con los paisajes de vuestra tierra, de la mía, del planeta, tiene mucho que ver con amar las estaciones. Porque en las estaciones se esconde la sabiduría de la vida para hacerse eterna. La vida lleva 3.500 millones de años en el planeta. Ha aprendido muchas estrategias, muchas, para sobrevivir, y todas bailan al son del 4/4 más perfecto: las estaciones. Hay que amarlas todas. Piénsalo. Una sin otra no tiene sentido. Y disfrutemos del enorme privilegio que supone vivir en un lugar en el cual podemos disfrutar de las estaciones.
Os voy a poner dos ejemplos. El cambio climático está aumentando la temperatura de los ríos. Los ríos, al subir de temperatura, disuelven menos gas, disuelven menos oxígeno y los peces se nos ahogan. Un efecto secundario del cambio climático actúa directamente contra la biodiversidad. Otro. Hace años que entró por mi tierra, allá por el Pirineo navarro, una pequeña oruguita. Una pequeña oruguita, la oruga del boj. Fíjate, el boj. Buxus sempervirens, el boj siemprevivo. Le pusimos este mote porque no hay quien acabe con el boj. Siempre vive y además siempre verde, hasta que llegó la maldita oruguita de China. Y la maldita oruguita se alimenta de las hojas del boj y se come bojedales enteros. Se los ha comido ya en Europa y se los está comiendo ya en la península ibérica, en España. Va a terminar por comerlos todos. El cambio climático es tan perverso que busca aliados en todo lo que sea destruir. Yo no sé si estamos a tiempo. Yo no sé si estamos a tiempo, pero ¿creéis que tenemos derecho a bajar los brazos? Yo creo que no. Por vosotros, por vuestros hijos, por los hijos de vuestros hijos, no tenemos que bajar los brazos. Hay que hacer ver a esas personas que les cuesta entender la prioridad del cambio climático. Antes hablábamos del colapso y estas cosas. Nos estamos viendo abocados a un colapso climático de consecuencias inimaginables.
Hace muchos años que los científicos llevan avisándonos. Ahora, todos esos años nos hacen falta y no los tenemos. Tremendo, ¿qué os voy a decir? Es una razón más para ser ecologista. Ecologista es el que ama y defiende su casa. ¿Algunos no sois ecologistas? ¿Alguno no ama y defiende su casa? En esta sociedad abyecta en la que vivimos, la palabra ecologista se llega a utilizar como insulto. A mí a veces me insultan llamándome ecologista. Que nadie se olvide de que nada importará, nada, si el ecosistema colapsa. Soy ecologista a mucha honra. Soy defensor de mi casa. Y de la tuya.
Joaquín Araújo dijo una frase que expresa con claridad lo que yo quiero decir. Él dijo: “Somos como somos porque no hace mucho tiempo fuimos bosque”. Formábamos parte de esa colectividad. Formábamos parte de ese súper ser vivo. ¿Cuándo quizá nos separamos un poquito? ¿Quizá en las primeras civilizaciones humanas? Egipto, Babilonia… Pero aquellas civilizaciones también vivían al albur del bosque. Vivían siguiendo los ritmos, claramente, de la naturaleza. De verdad, de verdad, ¿cuándo le damos la espalda al bosque? ¿Quizá en la Revolución Industrial? ¿Hace 200 años? Pero yo suelo preguntarles a mis compañeros de paseos: “De acuerdo, la Revolución Industrial, pero una pregunta, si en vez de venir tú a este paseo, hubiera venido tu abuelo, ¿yo tenía que haberle dicho que ese pajarito era un pinzón?”. Me dicen ellos: “Qué va, mi abuelo lo sabía perfectamente”. “¿Y cuánto tiempo hace de tu abuelo?”. Y él me contesta: “Treinta y cinco años desde que murió”. O cuarenta o cincuenta años desde que murió. Entonces es cuando le dimos la vuelta al bosque y su abuelo sabía mucho más que yo y que cualquiera, porque su abuelo, tu abuelo, sabía que esa seta se podía comer si no la mezclabas con vino. Sabía que ese musgo, colocado en la almohada de la abuela, iba a ayudarla a dormir mejor. Sabía que ese helecho, colocado en la herida de la mula, la curaría. Sabía que ese pájaro que canta me anuncia lluvia para la tarde. Y eso es antes de ayer.
Si algún día vais por el bosque, como le he aconsejado a Pablo que vaya, con esa quietud, con ese vagabundear, con ese silencio, descubriréis el relax. El relax y el sosiego absoluto. Los científicos nos dicen que una persona humana en perfecto estado de relax, en una ciudad, está al 30 % de estrés. Porque no entiende nada de lo que hay a su alrededor. No entiende las líneas rectas, las luces. No entiende los sonidos de los coches y, en cambio, si vas al bosque como va a ir Pablo la siguiente vez que pasee por el bosque, resulta que su mente, su más interno ADN, lo entenderá todo del primer chispazo. Del primer vistazo. Así que de repente le queda libre para él un 30 % más de mente, de capacidad mental. Fíjate tú, qué hallazgo. Perfecto para planear. Perfecto para inventar, claro que sí. Quieren que se te olvide. Algunos quieren que se te olvide. ¿Y sabes por qué quieren que se te olvide ese estar donde debes cuando estás en el bosque? Quieren que se te olvide porque en el bosque ni consumes ni produces. Eres inútil en la sociedad actual. En cambio, en el bosque, de repente, vienes a ser el que siempre fuiste. Porque en el bosque nació nuestra poesía. Porque en el bosque nació nuestra inteligencia, nuestro arte, nuestra música, nuestra arquitectura. Porque el bosque es donde íbamos a buscar… No es casualidad que “bosque” y “buscar” se parezcan. No es casualidad. Donde íbamos a buscar los alimentos, las medicinas. Donde íbamos a buscar a Dios.
¿Dónde fue Jesucristo el último día de libertad que tuvo en su vida? ¿Dónde nos dicen las crónicas que fue Jesucristo? Estaba en Jerusalén y tenía cerca el templo de Jerusalén, que era el lugar más sagrado, pero no fue al templo de Jerusalén, ¿adónde fue? Al bosque de los olivos. Cosas parecidas hicieron Buda y Mahoma. Bosque, bosque, siempre bosque. ¿Sabéis cuánto de los nocturnos de Chopin encontramos en los pinares de Mallorca? Y no lo digo yo, lo decía Chopin. ¿Cuánto de la Quinta de Beethoven está escondido bajo los árboles de los bosques de Baviera? Y no lo digo yo, lo decía Beethoven. ¿Cuánto de la teoría de la relatividad de Albert Einstein fue descubierto por él rodeado de esos paisajes increíbles de los lagos suizos? No lo digo yo, lo decía Einstein. Todo el que ha sido alguien en la historia de la humanidad ha tenido una relación con los bosques absolutamente especial. Dadle una vuelta a la cabeza y empezaréis a daros cuenta.
Imaginaos una escena paradigmática. Imaginaos una señora tirada en la vera de nuestro camino en el bosque, en unos cartones, y nosotros pasamos paseando por allá y no nos agachamos siquiera a ver si esa persona, tapada con aquellos cartones, está viva o muerta. ¿Os imagináis la escena? ¿En el bosque? Imposible, ¿verdad? Aquí en la ciudad lo hacemos. Millones de personas han pasado hoy por personas en esta situación en Madrid, en Barcelona, en Pamplona, en Nueva York, en Tokio o en Moscú. Y en el bosque somos incapaces de hacerlo. Os recuerdo que el bosque, nuestra madre, nos trae los instintos animales. Los instintos animales. La palabra “animal” deriva de la palabra “ánima”. Y la palabra “ánima” significa “alma”. Cuando no estamos en contacto con los bosques, nuestra madre, perdemos nuestros instintos animales, como por ejemplo el de la empatía, e inmediatamente nos convertimos en animales desanimados, o lo que es lo mismo, desalmados. Esta sociedad está desalmada por falta de contacto con nuestra madre. Por falta de contacto con los bosques. No seáis desalmados.