Un canto agradecido a la vida
Soledad Bravo
Un canto agradecido a la vida
Soledad Bravo
Cantante y compositora
Creando oportunidades
Canciones para unir dos orillas
Soledad Bravo Cantante y compositora
Soledad Bravo
Soledad Bravo es la voz viva que tiende puentes entre España y Latinoamérica. Riojana de nacimiento y venezolana de adopción, su trayectoria vital y musical está íntimamente relacionada con la historia de las últimas décadas. "Mi pasado es mío y me pertenece. Forma parte de mi sangre, de mi ADN y de mi manera de ver la vida", reflexiona la cantante y compositora.
Hija de un maestro que le hizo amar la poesía, pronto encontró en la música, el lenguaje para comunicarse. Desde sus inicios, vinculados al folclore y la canción reivindicativa, su extraordinaria voz y su guitarra han dado cuerpo a palabras de poetas como León Felipe, Rafael Alberti o Mario Benedetti, y a grandes compositores y cantautores latinoamericanos, como Pablo Milanés y Silvio Rodríguez.
«Llenos de tantas falsas palabras como andamos, entre ofertas y eslóganes y ritmos traicioneros, por amor a mi fe y a la vida que viene, canto a la poesía de mis compañeros», entona la artista.
Con más de cuatro décadas de trayectoria y 30 álbumes publicados, elogiados por público y crítica, Soledad Bravo es el estandarte de la nueva canción latinoamericana, con un amplio registro musical que va desde el cancionero popular a los cantos sefardíes, pasando por boleros, rancheras e incluso canción urbana contemporánea.
Transcripción
Me interesó profundamente ese nuevo continente, así que también soy una cantante latinoamericana porque he recorrido el mundo con mi guitarrita y mi cuatro. En mis inicios, desde México hasta la Patagonia, pasando incluso por Brasil, aparte de Europa, etcétera. Y eso me ha llevado a querer, a conocer esa música latinoamericana, tanto la popular, como aquello que, en aquel momento se llamó la nueva canción. El folclore, digámoslo así. El folclore es lo que más me ha gustado, a pesar de que, en ese eclecticismo mío, siempre he cantado de todo porque pienso que la música es una casa grande. Con muchas puertas, con muchas ventanas. Y, en mi juventud, pensaba que qué bueno sería entrar en ese cuarto y ver qué hay, y en el otro, y en el otro. Y, así, toda mi vida estuve cantando esas maravillas que son las canciones latinoamericanas, las canciones españolas y las canciones venezolanas. Aquí estoy.
“La educación es todo lo contrario a la barbarie”
Y así fue. Cinco años de prisión. Un año condenado a muerte. Cuando era pequeña, le preguntaba: «Papa, ¿pero por qué? ¡Si tú eres tan bueno!». Y él me decía cosas que no voy a decir aquí. Y… eso cortó mucho su vida. De tal manera que, cuando hubo un indulto general, mi padre sale libre. Mentira. Le condenaron, le quitaron la pena de muerte, pero, luego, lo condenaron a treinta años de prisión. Volvió otro indulto general, etcétera. Sale. Sale depauperado, tiñoso, con enfermedades… Me lo han contado. Yo soy de la posguerra y nací después. Yo soy el premio. El premio de esa salida de la cárcel. Y, bueno, ahí llegué a Logroño. Ya tenían dos hijos, que habían nacido en el 1935 y en el 1936, en plena guerra.
Se instalan en Logroño. No sé qué habrán hecho, cómo será su vida. Yo no estaba. Yo no podía ver, pero al nacer yo, la cosa se puso muy compleja, muy complicada. Era una familia de cinco, y no había qué comer y no había nada. Era la posguerra. La posguerra dura, dura. Mi padre estuvo muchas veces tentado de irse, pero no a otro lado, sino a otro mundo. Había gente muy solidaria. Como él estaba tildado, tenía ya la señal, entonces no le daban trabajo, no había trabajo en ningún lado. Le obligaban a hacer cosas. En fin… En un momento en que la cosa se puso muy irresistible, muy mala, y teníamos familiares que se habían ido a Venezuela, pero no familiares. Gente… Mi tío, el hermano de mi padre, estaba casado con una señora que tenía una familia muy numerosa. Todo eran constructores y todos se habían ido antes, pero ya teníamos como una base en Venezuela de gente que nos podía llevar. Y esa gente nos llevó.
En el año 1950, llegamos a Venezuela. El trópico a mí, particularmente, que era una niña, me impactó profundamente. Era como si hubiera vuelto la alegría, la vida. Como que lo que había dejado atrás, que era mío y me pertenecía… Pero yo, claro, no sabía lo fuerte que era eso que yo estaba dejando atrás. Pero el trópico me inundó para siempre. Para siempre. Y… eso me hizo amar ese país. Ya sin conocer a Reverón, ya yo estaba iluminada por su luz. Por eso, amo a Venezuela. Venezuela es mi patria adoptiva, pero con unas raíces muy profundas. Muy profundas. Y, bueno, ahí seguí mi vida, etcétera. No sé. Es muy largo de contar. Son 78 años.
Y, bueno, él era fanático de la Generación del 98, con lo cual yo conocí a todos los de la Generación del 98 más adelante. Mi papá, siempre que cumplía años, me regalaba un libro, así que comencé a conocer a la generación del 27 y a otros poetas y a los antiguos, en fin, gracias a mi padre. Mi padre me orientó siempre con lecturas infantiles, con lecturas de adolescencia… Y recuerdo la maravilla de la poesía y la maravilla de lo que fue la residencia de Madrid, donde estaba Buñuel, donde estaba Lorca, donde estaba Dalí, donde estaban todos… Alberti, todos los jóvenes de aquella época, incluso el surrealismo. Y recuerdo cuando mi padre me regaló las obras completas de Antonio Machado junto con su hermano. Es decir, Machado el bueno y Machado el Malo, cosa que es atroz porque los dos eran buenos. Y para mí ese libro de Antonio Machado fue un libro de cabecera. Recuerdo que la primera vez que viajé a España para conocer a la familia que había dejado, que fue por allá en los años 60. Yo muy joven. Tenía 20 años.
Recuerdo que ese libro yo me lo llevé a todos lados. A todos lados. E iba por el tren y entonces iba con mi libro: «Soria fría, Soria pura. Cabeza de Extremadura». Iba alucinando con mi libro, ¿no? Y así fue esa introducción que hizo mi padre con la poesía española. Ahí conocí a Lorca. Ahí conocí a toda esa maravilla de poetas y, luego, Cernuda… A todos, a todos. Así fue como mi padre me fue introduciendo en la literatura española, sobre todo, y la poesía que siempre, en el fondo, han marcado mi vida. Así conocí a Alberti. ¿Pero cuál fue mi sorpresa? Que, después de los años, cuando yo ni soñaba que iba a ser cantante… Cuando yo tenía 20 años, cantaba igual, tomaba la guitarra, cantaba, pero no tenía ni idea. Yo iba a ser una profesional universitaria, etcétera. Pero… en un momento determinado, sí fui cantante.
Y ahí tuve la oportunidad, en el año 1976… Estoy hablando del 1960 al 1976. Pasaron muchos años. En el año 1976, tuve la oportunidad de ir a cantar a España. Yo tenía miedo. Tenía mucho miedo porque ya yo tenía más o menos como 10 años cantando, pero tenía ese miedo que da volver a algo que tú dejaste cuando eras muy niño y que, no sé, todavía era la época… Se acababa de morir Franco en el año 1975, el 20 de noviembre, y yo llegué aquí seis meses después de la muerte de Franco. E hice mi disco. Estaba muy preocupada de ser un disco de la nueva trova que no había podido hacer en Venezuela. Tuve la oportunidad de firmar con una casa disquera transnacional, cosa que yo no hacía. Y me han producido un disco precioso. Tuvo mucho éxito. Después, era como un contrato que tenía de cuatro discos y me tocó hacer el segundo disco. Y empecé a tener relación con Alberti. Él vivía exiliado en Roma, y decidimos que iba a hacerle un disco a Alberti con temas inéditos de él, donde yo iba a poner la música.
Fue muy bello porque yo estaba en Madrid y él estaba en Roma. No existían los celulares, ni existían nada de esas cosas ni el internet. ¡Nada que ver! En fin, de repente, él estaba en un café y escribía un poema en una servilleta, y yo, que era medio tonta, no la guardé nunca. O sea, fatal, porque para mí hubiera sido un recuerdo bello. Ahora, luego, el recuerdo se perdería cuando yo me fuera, pero no importa. Y me mandaba un poema, por ejemplo: «Ven, mi amor, en la tarde de Aniene y llévame contigo a ver el viento». Entonces, yo tenía que ponerle la música a ese poema tan bello. Y así fue. En las noches, yo me ponía a ponerle a la musiquita y tal a todo y le hice un disco homenaje a Alberti, donde la única canción que no es mía, la música, es de Daniel Viglietti, que son ‘Las coplas de Juan Panadero’. Las demás son todas músicas mías de esa vuelta del exilio de Argentina y de Roma que tenía que hacer Alberti en la época de la Transición. Y, bueno, así fue mi conocimiento con él. Fui a Roma a estar con él, a conocernos. Además, yo lo conocía. Lo había visto con María Teresa León. Incluso cuando vino a Caracas y lo vi en el teatro dando un recital de poesía con su mujer. Yo era jovencita. Mi padre me llevó.
Y fue una relación muy bonita porque él tenía miedo de volver a España porque, imagínate, ¡toda una vida fuera! 25 años en Argentina, no sé cuántos años en Roma… Toda una vida. Y como lo exigía esa Transición de la gente que vino: Felipe González, Santiago Carrillo, el socialismo, la cosa… Este hombre viene y ahí empieza nuestra relación. Yo formé incluso hasta parte de esa Transición modestamente: haciendo cosas, cantando… Y, para mí, tener a Rafael Alberti dentro de un disco mío que, además, ganó un premio Charles Cros en la Academia de París, fue maravilloso porque yo decía: «Ahora resulta que yo pongo mi disco y ahí está Alberti. ¡Qué ilusión!». Me causaba una emoción de niña muy buena, así que lo recuerdo con mucho cariño y para mí fue un honor estar con él y ponerles música a poemas suyos inéditos.
“Mi pasado es mío y me pertenece. Forma parte de mi sangre, de mi ADN y de mi manera de ver la vida”
Canto a la poesía de mis compañeros. «Llenos de tantas falsas palabras como andamos, entre ofertas y eslóganes y ritmos traicioneros, por amor a mi fe…» Mira qué hay que ser, ¿eh? «Por amor a mi fe y a la vida que viene, canto a la poesía de mis compañeros». Te llevo en la memoria, Poni.
Pues pienso que es un disco más en mi carrera y que significa una época de mi vida muy fervorosa. Este… No reniego de mi pasado. Mi pasado es mío y me pertenece. Forma parte de mi sangre, de mi ADN y de mi manera de ver la vida. Y soy una mujer madura. Siempre… Con el cambio en mi vida presente. Nunca me he negado al cambio. Y he cambiado porque sería terrible tener una cara de niña y ser una vieja. No, no, no, no. Eso no va conmigo, así que es un disco muy significativo.
Y el disco sefardita. A mí siempre me gustó mucho la música judía, pero sobre todo que sefardita es español. Digamos que es romance español, pero de judíos, de los judíos que habitaban nuestra España, nuestra Sefarad. Y resulta que yo tenía una amiga que amo, que acaba de fallecer hace poco. Una amiga. Dina Rot, esposa de Abrasha Rotemberg. A ella le encantaba cantar en ladino y cantaba la música sefardita. En el año 1972, cuando yo estuve en Buenos Aires, me hice muy amiga de ella y ella tenía ya sus discos de música sefardita. Y a mí me encantaba siempre porque no es que la conociera por ella, pero tener a alguien que siempre comunicase a través de cosas… Eso es maravilloso. Y siempre andaba yo persiguiendo en todos lados donde iba, en Estados Unidos, donde veía comunidades judías y sefarditas… Siempre andaba persiguiendo a alguna viejita que dijera algo… No. Mentira. Nunca lo encontré, pero la pasión estaba. ¿Por qué? Porque me recordaban a mis abuelas. ¿Sabes? Cuando mi abuela Joaquina, la madre de mi madre, ella me cantaba romances. Esos romances son los mismos porque eran españoles. Eran españoles, romances españoles, y eso me tenía muy inquieta porque yo no encontraba realmente esa realidad, yo no la dominaba.
Pero, poco a poco, me fui metiendo en esas cosas donde no hay armonización de ningún tipo porque es un secreto. La música sefardita es un secreto, cada quien la puede interpretar como le dé la gana, con el instrumento que quiera. Nunca será lo que fue porque eran canciones transmitidas vía oral. Oralmente se transmitía y no había armonizaciones ni nada. Se cantaba así. Entonces, el que la quiera armonizar como le dé la gana con el instrumento que quiera, que lo haga, porque para eso estamos nosotros, para crear y para evolucionar y para dar cosas distintas. Cuando me casé con mi esposo amado, que está aquí presente, Antonio Sánchez, y estábamos en Madrid, que vivimos cuatro años. Yo viví desde el 1976 hasta el 1980, pero nosotros nos vinimos en el 1978, cuando lo conocí. Y estábamos solos ahí, en nuestro pisito, ático, de Canillas, seis, sexto, izquierda. Y, bueno, nos amábamos, trajimos a mi niña y hacíamos cosas. Y él se iba al instituto hebraico, ¿verdad?, a buscarme mis letras, mis letras, y yo estaba feliz porque me dio el romancero. La música. ¡Es que lo amo! Y cuando ya tenía así, como un montón…
¡Ah! También tengo una influencia de Savall cuando Montse cantaba ‘El rey de Francia’, ‘¿Por qué lloras, blanca niña?’. Toda esa ya la tenía yo aquí, en el disco duro, y eso me ayudó a ser muy feliz haciéndole ese disco a mis padres y a mis abuelas. Muy feliz. Los arreglos, absolutamente novedosos, no estaban en el «modo», según las críticas de los que cantan sefardita, no estaba en el «mood» sefardita, cosa que a mí me importaba un rábano porque yo lo que hacía era cantar sobre unos arreglos hermosísimos que me hizo Ricardo Miralles. Ricardo Miralles, que fue toda la vida, y ha sido toda la vida, el arreglista de Joan Manuel Serrat. Así que hice un disco hermoso. «Tomen, padres míos, queridos». Le dediqué a mi papá ‘Una pastora yo amé’, y ahí quedó ese disco. Ahí está. Lo amo.
«Aquí me pongo a cantar al compás de la vigüela, que al hombre que lo desvela una pena extraordinaria.
Aquí me pongo a cantar al compás de la vigüela, que al hombre que lo desvela una pena extraordinaria, como el ave solitaria con el cantar se consuela.
Yo no tengo en el amor quien me venga con querellas, como esas aves tan bellas, que vuelan de rama en rama.
Yo no tengo el amor quien me venga con querellas, como esas aves tan bellas, que vuelan de rama en rama.
Hago en el trébol mi cama, y me cubren las estrellas.
«Ansí» estaba una noche contemplando las estrellas, que no parecen más bellas cuando uno es más desgraciado.
«Ansí» estaba una noche contemplando las estrellas, que no parecen más bellas cuando uno es más «desgraciao».
Y que Dios las «haiga criao» para consolarse con ellas.
Mi gloria es vivir tan libre como el pájaro en el cielo.
No hago nido en este suelo. «ande» hay tanto que sufrir.
Mi gloria solo es vivir como el pájaro en el cielo.
No hago nido en este suelo, «ande» hay tanto que sufrir.
Y «naide» me ha de seguir cuando yo remonte el vuelo».
«Pusieron preso a tu marido, Guillermina.
Pusieron preso a tu marido, Guillermina y se lo llevaron para una fuerte prisión.
Y como Guillermina quería tanto a su marido, fue a la cárcel a cantarle una canción.
Fue a la cárcel a cantarle una canción.
Murió mi madre, yo estaba ausente.
Murió mi madre, yo estaba ausente, yo ausente estaba, yo…
Yo no la vi, pero me dijo mi padre que, en su agonía de morir, alzó su mano y me bendijo a mí.
Alzó su mano y me bendijo a mí.
Niña del campo que cortas flores.
Niña del campo que cortas flores de nomeolvides y de azahar, corta una rosa de dos colores para mi amante que está al llegar.
Para mi amante que está al llegar.
Niña que bordas la blanca tela.
Niña que bordas la blanca tela, niña que tejes en tu telar, bórdame el mapa de Venezuela y un pañuelito para llorar.
Y un pañuelito para llorar».
Y cuando tuve la oportunidad, que me casé, de viajar a España a conocer a la familia de mi esposo. Yo estaba embarazada de mi hija, Ana Sol, y fui a Barcelona y conocí a Paco. ¡Qué emoción! Y Paco era esa persona maravillosa, solidaria, querible. Un maestro, porque él nos enseñó a aprender, a adorar la poesía española a través de sus casi monocordes letanías. Porque él cantaba así. Como en la calle, en el monte, con un cayado. Eso es lo que le gustaba a él. Ya quería cantar solamente con un cayado y pastoreando ovejas. Es un personaje maravilloso que fui a Barcelona y lo conocí. Me presentó poetas… Era una época maravillosa donde uno se relacionaba con gente, con poetas, con pintores, con escritores… Conocí a muchos escritores aquí en España en aquella época también. Y estaba cantando. Él iba a cantar en la calle, en un barrio. No me acuerdo ahora en el momento qué barrio de Barcelona era, pero tenían una tarima ahí y él iba a cantar. Y me dice: «Ven, Soledad, vamos a cantar» y yo me llevé mi guitarrita y canté también.
Se estableció entre nosotros una amistad muy, muy bella con Paco. Era como muy familiar. Era como hermano mayor. Era mi hermano mayor y yo lo quería. Es más, no es que lo quería, es que lo quiero. Lo quiero mucho. Él no me quiere tanto a mí, pero yo a él sí. ¡No, me quiere! Sino que, quizás, como yo era fan, él no me ha dado tanto como yo quisiera, pero él fue mi primer ídolo trovador. Es mi primer ídolo trovador. Lo aprecio tanto. Cuando él vivía en París, montaron un taller… El taller Molière, ¿te acuerdas? El taller Molière era para entretener a gente, para juntar artistas de la noche, los bohemios y tal. Realmente, Paco ha sido muy importante en mi vida. Incluso, yo amo las influencias. A mí me encantan las influencias. A mí me ha influenciado en mi vida mucha gente y de esa gente he sacado cosas. He sacado cosas de Bola de Nieve, de Toña la Negra, de Paco Ibáñez, de Joaquín Díaz, de Barbara, de la Gréco, de todo el mundo. Siempre hay algo que yo pueda expresar de ellos. Eso es maravilloso. Por eso las influencias son buenas. A mí no me importa cuando la gente me dice: «Ay, te pareces…» No, no me parezco a nada. Yo lo que quiero es sacar lo bello que me enseñó esa persona, así que Paco es muy importante en mi vida. Un trovador.
Serrat, todas las veces que fue, nos juntamos. Todas las veces que fue a Venezuela, con la fama que él tiene en el continente americano. Empezaba por Venezuela y seguía hacia abajo hasta Argentina, donde en todas partes es un ídolo. Y yo me acuerdo de que, con mi guitarrita, iba al hotel y le cantaba canciones. Le cantaba cosas que yo me había aprendido de otros de Latinoamérica. Le enseñé un poco incluso a conocer cosas y autores y todo, ¿no? Y me acuerdo de que una vez le canté y él dijo: «Grábala, grábala, que es muy bonita. Grábala, grábala». Y grabé una canción de Pablo Milanés, que acababa de conocer yo, que es ‘La vida no vale nada’, que es: «La vida no vale nada si no es para perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama. La vida no vale nada si yo me quedo sentado, después que he visto y soñado que en todas partes me llaman». Y le encantó. Y entonces él tenía que ir a Puerto Rico. En todas partes la cantaba y decía: «Esta me la enseñó Soledad allá en Caracas».
Es una amistad como son esas amistades, como conté antes, de esos impactos de que no necesita uno verse, sino que, cuando se ve, dice… «Decíamos ayer», como Unamuno, ¿no? Es como… si no hubiera pasado el tiempo. Es como si no ha pasado nada, ni 20 años, ni 30 años, sino que ahí están aquellas mismas personas, aquellos jóvenes que empezaron, aquella… Cuando Joan Manuel suelta la guitarra y empieza a hacer las canciones de Machado, de Antonio Machado, las popularizó y la gente comenzó a conocer a Antonio Machado gracias a Serrat, en fin. Para mí, Serrat es, ya sabes, lo que es para muchos españoles y para tantos latinoamericanos. El poeta que nos dijo cosas, cosas muy profundas y que siempre quedaron en nuestro corazón. Así que besos, Juan. Besos.
Y, claro, eso enamoraba al público y la gente: «Sole, Sole, pero es que tú tienes que cantar. Es que tú cantas así, es que cantas asá, que tienes que cantar». Y yo: «No, bueno, no». Yo estaba dedicada a estar en la universidad. No estudiaba mucho porque era «flojaza», pero respiraba ese ambiente de la universidad. Ese ambiente que te da la educación, que después a ti te preguntan que cómo era la cosa de tal materia. ¿Qué te importa? A ti te dio eso. La vida, te dio la educación y te dio el don de gentes y te llevó por el camino de la vida. No importaba si tú te hubieras graduado de médico o de arquitecto o lo que fuera. Yo tenía pasión por esta universidad. La amé profundamente y ahí fue donde realmente yo me inicié como una cantante amateur, pero… ya tomaba conciencia de él. Y siempre me ubiqué al lado de la cosa artística. Estaba estudiando Arquitectura y… en esa escuela, había unos sótanos que estaban como muy desperdiciados. Bellos, los sótanos, porque la Escuela de Arquitectura es muy hermosa, obra de Villanueva, el arquitecto, e hicimos un teatro allí, un teatro muy pequeño, muy bonito, que se llamaba Teatro Experimental de Arquitectura.
Ahí hicimos muchas cosas, desde jugar cartas cuando estábamos aburridos, a decir poemas, a interpretar a Ionesco… En fin, ahí estaba dando clases Horacio Peterson, un gran maestro de teatro de origen chileno. Poco a poco, yo me fui integrando a ese teatro. Nada más que por respirar cultura porque yo no hacía nada ahí, y lo que hacía de repente tocaba con mi guitarra. Y se presentó la ocasión de hacer una obra. Un muchacho cubano que se llamaba Julio Riera hizo una obra de Lorca: ‘Los amores de don Perlimplín y Belisa en su jardín’. ¿Quién mejor que yo? Oye, con mi guitarra, puesta ahí, cantando «la mano de mi cariño me está bordando una capa» con mi voz de niña, por supuesto, en un rincón, muy peinada a la española, con mis aretes, mi blusa de satén o de seda, supuestamente… blanca, una falda negra. Con mi guitarra. Pero, aparte, él había inventado el personaje para mí. Era una obra donde estaba Belisa, la madre, etcétera, pero era muy moderna para la época, porque estaban todos con sus monos, sus paneles y la iluminación como linda, ¿no? Y con máscaras. Con máscaras. Era hermoso.
Entonces, un día, fueron dos grandes periodistas a vernos porque tuvo mucha atención. La obra tuvo mucha atención porque era muy juvenil, muy fresca, muy reveladora de nuestros cariños, de nuestra pasión por la vida. Entonces, tuvo gente de fuera que vino a verla, y venía a verla, y venía a verla. Tanto fue así que después la sacaron a los teatros de la ciudad, pero para mí fue muy importante porque cuando estaban representando esa obra, que yo estaba allí y que también hacía mi papel con mi máscara y hacía esas cosas. Después, volvía a mi rincón con la guitarra. Fueron dos grandes periodistas, Sofía Ímber y Carlos Rangel.
Estaban fascinados porque Sofía, que ha sido una mujer increíble para nosotros, que ha debido ser la ministra de Cultura, la mujer más emprendedora dentro del arte en Venezuela. Una mujer extraordinaria que fundó e hizo su propio museo, el Museo de Arte Contemporáneo, de Arte Moderno. Nuestro. Sofía Ímber, nada más. Es Sofía Ímber. A Sofía Ímber le encantó ese grupo de muchachos porque además a ella le encantaban todas esas cosas y buscar talentos y eran divinos.
Ella nos llevó afuera. Tenían dos programas como institucionales en la televisión, donde hablaba de cosas y me llevó. Me llevó a cantar a uno de esos programas del Canal 5. Y esta era la primera vez que yo hacía esas cosas como medio profesional y todos los días. Me llevó y tal, y yo cantaba mis cosas feliz. Hicimos una hermosísima amistad. Y… fue más adelante cuando Sofía, Carlos y Reinaldo Herrera hicieron un programa por la mañana, de la mañana, donde se hablaba de todo, de política, en fin… Todo lo auténticamente informativo, al día, al pelo.
Entonces, ¿qué mejor que empezar con la chica? ¿La chica aquella que tocaba la guitarra, a esa hora de la mañana? A esa hora de la mañana, a las siete. En Venezuela, a las siete, todo el mundo ya está. El trópico, es la luz. Y me hice muy conocida porque las elecciones se pasaban por ahí, todas esas cosas que la gente las veía con pasión. Además, que eran unos periodistas muy incisivos y muy buenos, que le sacaban punta a todo y que realmente nos daban información de todo lo que pasaba en Venezuela. Yo siempre hacía como la introducción. Tenía que levantarme muy temprano. Horrible. Era horrible porque además yo estaba de novia. Y, entonces, Sofía me decía: «¿Sabes? A las siete empieza el programa. Tienes que estar ahí a las seis y media». Qué drama.
A veces, Sofía me llevaba a la casa y me decía: «No, no, porque después tú te emparrandas por ahí y no quiero. Yo quiero que estés aquí y nos vamos juntas al programa». Me tenía dominada, ¡pero dominada! Y así fue cómo empezó mi vida, digamos más pública. Cuando empezaron a llamarme «La voz del amanecer» y ese tipo de cosas así, cursis, pero muy buenas.
Y, para mí, Sofía ha sido mi descubridora. Ella falleció hace ya cuatro o cinco años. Cinco, ahora. Y, entonces, ella para mí ha sido importantísima en mi vida. La llaman «mi descubridora». O sea, Sofía Ímber descubrió a Soledad Bravo. Un homenaje a ella, a mi amiga del alma.
«Noche oscura y tenebrosa, préstame tu claridad para seguirle los pasos a esa ingrata que se va». Que yo, con un eco, con ese cenital, era como un recogimiento de iglesia. Y a mí me gusta esa canción en esos términos porque, estando lejos de Venezuela, yo veía mi película, yo cerraba los ojos y veía mi película. Veía el Llano, veía los caños, el caimán ahí, la cosa allá, las garzas… Este… Veía eso que pasaba como una película por mi mente, hasta que terminaba acariciando la vaca y decía algo así como: «Lucerito, lucerito, lucerito, buenos días. Nube de agua…» O algo así. Pero que quedaba precioso. A mí, eso me transportaba. Me transportaba y me daba fuerza porque yo no me sentía capaz de enfrentarme a tanto público yo solita con una guitarra, que además mal la tocaba, y eso me daba una fuerza para seguir con el recital, con el concierto. Era cabalístico. Yo empezaba con eso y ya me calmaba. Ya estaba como posesionada de algo que me ayudaba a seguir porque en realidad yo era muy tímida.
Así que, ahora, que soy mayor, me he puesto más locuaz, pero es porque son muchos años ya y tengo más experiencia, pero antes era muy tímida y necesitaba como ayuda, como muleta, como apoyo, y esa canción de Simón Díaz fue un gran apoyo para mí.
Gracias, mi vida, por preguntarme eso porque, aunque yo no soy poeta, me hubiera gustado mucho. La vida la he visto un poco de manera poética y eso ha fijado ciertas actitudes, ¿sabes? Y me ha gustado. Me gusta la poesía.
Los proyectos son difíciles. Son difíciles a esta edad, pero se hacen porque si hay algo triste en la vida es no tener esperanza. Es no tener esperanzas de hacer algo bonito, de hacer lo que te gusta siempre, hasta la muerte. Y lo que me gusta es cantar. Así, proyectos hay y estoy de la mano de gente que me ama, me quiere y me protege para llevarme a otros… A otros rumbos, ¿qué sé yo? Siempre estoy abierta a todo, así que, a pesar de que los proyectos siempre me parecen como… los hay. De que los hay, los hay. Haylos.
Entonces, bueno, todo depende también de la persona. Hay gente que es optimista y hay gente que no. Y hay gente que «comme ci, comme ça». No sé. Es muy difícil decir eso de la belleza del mundo, ¿sabes? Muy difícil. De todas maneras, a veces yo canto ‘Gracias a la vida’ de Violeta Parra que me da una belleza de un mundo que yo quiero. «La belleza que me dio el corazón que agita su marco. Cuando veo el fruto del cerebro humano, cuando veo el bueno tan lejos del malo». O esas cosas que dice Violeta tan bellas en esa canción. Para mí, es como una especie de revelación popular y muy bella, esa canción ‘Gracias a la vida’ de Violeta Parra. Es muy… Te instruye, te dice cosas muy sencillas, lo sencillo de nosotros, pero que te hacen amar esa vida que a veces es tan ingrata.
Gracias a todos por haber estado conmigo en esta oportunidad, comentando, preguntando… He estado muy contenta por el cariño porque he podido expresar cosas de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, que también tienen que ver con la carrera, porque yo no puedo separar la artista de la persona. Así que les agradezco enormemente el haber estado conmigo, el haber resistido y hasta pronto. Hasta pronto. Gracias por todo.