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Un canto agradecido a la vida

Soledad Bravo

Un canto agradecido a la vida

Soledad Bravo

Cantante y compositora


Creando oportunidades

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Soledad Bravo

Soledad Bravo es la voz viva que tiende puentes entre España y Latinoamérica. Riojana de nacimiento y venezolana de adopción, su trayectoria vital y musical está íntimamente relacionada con la historia de las últimas décadas. "Mi pasado es mío y me pertenece. Forma parte de mi sangre, de mi ADN y de mi manera de ver la vida", reflexiona la cantante y compositora.
Hija de un maestro que le hizo amar la poesía, pronto encontró en la música, el lenguaje para comunicarse. Desde sus inicios, vinculados al folclore y la canción reivindicativa, su extraordinaria voz y su guitarra han dado cuerpo a palabras de poetas como León Felipe, Rafael Alberti o Mario Benedetti, y a grandes compositores y cantautores latinoamericanos, como Pablo Milanés y Silvio Rodríguez.
«Llenos de tantas falsas palabras como andamos, entre ofertas y eslóganes y ritmos traicioneros, por amor a mi fe y a la vida que viene, canto a la poesía de mis compañeros», entona la artista.
Con más de cuatro décadas de trayectoria y 30 álbumes publicados, elogiados por público y crítica, Soledad Bravo es el estandarte de la nueva canción latinoamericana, con un amplio registro musical que va desde el cancionero popular a los cantos sefardíes, pasando por boleros, rancheras e incluso canción urbana contemporánea.


Transcripción

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Soledad Bravo. Hola, me llamo Soledad Bravo. Soy una cantante de ida y vuelta entre España, Venezuela y Latinoamérica. Nací hace 78 años en Logroño, La Rioja. Muy niña, tuvimos que emigrar en esa posguerra española. Emigramos a Venezuela, así que, allí, en ese país, en el que he vivido 71 años de mi vida. Allí he echado unas raíces muy profundas que me han llevado a amar esa música venezolana que entró por mis venas cuando era muy niña. Y amar ese entorno iluminado por el trópico hasta ahora, que lo amo. 

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Me interesó profundamente ese nuevo continente, así que también soy una cantante latinoamericana porque he recorrido el mundo con mi guitarrita y mi cuatro. En mis inicios, desde México hasta la Patagonia, pasando incluso por Brasil,  aparte de Europa, etcétera. Y eso me ha llevado a querer, a conocer esa música latinoamericana, tanto la popular, como aquello que, en aquel momento se llamó la nueva canción. El folclore, digámoslo así. El folclore es lo que más me ha gustado, a pesar de que, en ese eclecticismo mío, siempre he cantado de todo porque pienso que la música es una casa grande. Con muchas puertas, con muchas ventanas. Y, en mi juventud, pensaba que qué bueno sería entrar en ese cuarto y ver qué hay, y en el otro, y en el otro. Y, así, toda mi vida estuve cantando esas maravillas que son las canciones latinoamericanas, las canciones españolas y las canciones venezolanas. Aquí estoy.

Un canto agradecido a la vida. Soledad Bravo
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“La educación es todo lo contrario a la barbarie”

Soledad Bravo

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Mujer 1. Soledad, ¿cómo fue tu infancia? ¿Qué recuerdos tienes de tu infancia? He leído que tu padre era maestro, por lo cual la cultura siempre estuvo presente en tu hogar. ¿Qué representa para ti la educación?

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Soledad Bravo. Bueno, la educación es todo lo contrario a la barbarie. Es decir, no hay progreso sin educación. Yo a mi padre lo vi como maestro de mi vida, pero nunca lo vi ejercer de maestro porque mi padre, que era un maestro joven, muy joven y que había hecho oposiciones en España, había quedado muy bien ubicado en las oposiciones dentro de toda España, ¿no? Para ser un jovencito, quedar en el puesto 16 era muy bien, recién graduado de maestro de escuela. Eso es lo que yo he escuchado en casa. Mi padre empezó su carrera de maestro en Talledo. Ahí se enamoró de mi madre. Pero, en fin, eso es otra cosa. Lo importante es que, cuando estaba desarrollando su carrera de maestro, vino la Guerra Civil. Él quedó en la zona republicana y tuvo que seguir de miliciano. En fin. Cuando los agarraron presos a todos por ahí, por los Picos de Europa, todo desparramado, se acabó todo.
Y así fue. Cinco años de prisión. Un año condenado a muerte. Cuando era pequeña, le preguntaba: «Papa, ¿pero por qué? ¡Si tú eres tan bueno!». Y él me decía cosas que no voy a decir aquí. Y… eso cortó mucho su vida. De tal manera que, cuando hubo un indulto general, mi padre sale libre. Mentira. Le condenaron, le quitaron la pena de muerte, pero, luego, lo condenaron a treinta años de prisión. Volvió otro indulto general, etcétera. Sale. Sale depauperado, tiñoso, con enfermedades… Me lo han contado. Yo soy de la posguerra y nací después. Yo soy el premio. El premio de esa salida de la cárcel. Y, bueno, ahí llegué a Logroño. Ya tenían dos hijos, que habían nacido en el 1935 y en el 1936, en plena guerra.

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Se instalan en Logroño. No sé qué habrán hecho, cómo será su vida. Yo no estaba. Yo no podía ver, pero al nacer yo, la cosa se puso muy compleja, muy complicada. Era una familia de cinco, y no había qué comer y no había nada. Era la posguerra. La posguerra dura, dura. Mi padre estuvo muchas veces tentado de irse, pero no a otro lado, sino a otro mundo. Había gente muy solidaria. Como él estaba tildado, tenía ya la señal, entonces no le daban trabajo, no había trabajo en ningún lado. Le obligaban a hacer cosas. En fin… En un momento en que la cosa se puso muy irresistible, muy mala, y teníamos familiares que se habían ido a Venezuela, pero no familiares. Gente… Mi tío, el hermano de mi padre, estaba casado con una señora que tenía una familia muy numerosa. Todo eran constructores y todos se habían ido antes, pero ya teníamos como una base en Venezuela de gente que nos podía llevar. Y esa gente nos llevó.
En el año 1950, llegamos a Venezuela. El trópico a mí, particularmente, que era una niña, me impactó profundamente. Era como si hubiera vuelto la alegría, la vida. Como que lo que había dejado atrás, que era mío y me pertenecía… Pero yo, claro, no sabía lo fuerte que era eso que yo estaba dejando atrás. Pero el trópico me inundó para siempre. Para siempre. Y… eso me hizo amar ese país. Ya sin conocer a Reverón, ya yo estaba iluminada por su luz. Por eso, amo a Venezuela. Venezuela es mi patria adoptiva, pero con unas raíces muy profundas. Muy profundas. Y, bueno, ahí seguí mi vida, etcétera. No sé. Es muy largo de contar. Son 78 años.

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Mujer 2. Soledad, entiendo que mantuviste una relación muy estrecha con Rafael Alberti, el reconocido poeta. ¿Nos podrías, por favor, contar un poco sobre aquella época?

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Soledad Bravo. Sí. Te puedo contar que la poesía siempre estuvo presente en casa porque mi padre era un lector. Yo no recuerdo a mi padre, ni joven, ni mayor, sin un libro en la mano, sentado en un sofá o una silla. Incluso se compró un atril para leer en la cama cuando se acostaba. Era un lector, pero tremendo. Y cuando yo era muy chica, mi padre me hizo tener una relación muy hermosa con la poesía española porque, claro, él era español, tan español, que quiso venir a morirse a España y todo lo que él tenía eran los libros. Libros de la Guerra Civil, ¿para qué? Tantos. Aparte de tener sus propias opiniones, porque era un hombre culto, este tenía otra biblioteca de otros autores, de otros países, en fin. La narrativa, filosofía, sociología… Pero lo que él amaba era tener una linda biblioteca. Y tenía todo: un espacio grandísimo dedicado a lo que era España. España, España, España, España.

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Y, bueno, él era fanático de la Generación del 98, con lo cual yo conocí a todos los de la Generación del 98 más adelante. Mi papá, siempre que cumplía años, me regalaba un libro, así que comencé a conocer a la generación del 27 y a otros poetas y a los antiguos, en fin, gracias a mi padre. Mi padre me orientó siempre con lecturas infantiles, con lecturas de adolescencia… Y recuerdo la maravilla de la poesía y la maravilla de lo que fue la residencia de Madrid, donde estaba Buñuel, donde estaba Lorca, donde estaba Dalí, donde estaban todos… Alberti, todos los jóvenes de aquella época, incluso el surrealismo. Y recuerdo cuando mi padre me regaló las obras completas de Antonio Machado junto con su hermano. Es decir, Machado el bueno y Machado el Malo, cosa que es atroz porque los dos eran buenos. Y para mí ese libro de Antonio Machado fue un libro de cabecera. Recuerdo que la primera vez que viajé a España para conocer a la familia que había dejado, que fue por allá en los años 60. Yo muy joven. Tenía 20 años.

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Recuerdo que ese libro yo me lo llevé a todos lados. A todos lados. E iba por el tren y entonces iba con mi libro: «Soria fría, Soria pura. Cabeza de Extremadura». Iba alucinando con mi libro, ¿no? Y así fue esa introducción que hizo mi padre con la poesía española. Ahí conocí a Lorca. Ahí conocí a toda esa maravilla de poetas y, luego, Cernuda… A todos, a todos. Así fue como mi padre me fue introduciendo en la literatura española, sobre todo, y la poesía que siempre, en el fondo, han marcado mi vida. Así conocí a Alberti. ¿Pero cuál fue mi sorpresa? Que, después de los años, cuando yo ni soñaba que iba a ser cantante… Cuando yo tenía 20 años, cantaba igual, tomaba la guitarra, cantaba, pero no tenía ni idea. Yo iba a ser una profesional universitaria, etcétera. Pero… en un momento determinado, sí fui cantante.
Y ahí tuve la oportunidad, en el año 1976… Estoy hablando del 1960 al 1976. Pasaron muchos años. En el año 1976, tuve la oportunidad de ir a cantar a España. Yo tenía miedo. Tenía mucho miedo porque ya yo tenía más o menos como 10 años cantando, pero tenía ese miedo que da volver a algo que tú dejaste cuando eras muy niño y que, no sé, todavía era la época… Se acababa de morir Franco en el año 1975, el 20 de noviembre, y yo llegué aquí seis meses después de la muerte de Franco. E hice mi disco. Estaba muy preocupada de ser un disco de la nueva trova que no había podido hacer en Venezuela. Tuve la oportunidad de firmar con una casa disquera transnacional, cosa que yo no hacía. Y me han producido un disco precioso. Tuvo mucho éxito. Después, era como un contrato que tenía de cuatro discos y me tocó hacer el segundo disco. Y empecé a tener relación con Alberti. Él vivía exiliado en Roma, y decidimos que iba a hacerle un disco a Alberti con temas inéditos de él, donde yo iba a poner la música. 

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Fue muy bello porque yo estaba en Madrid y él estaba en Roma. No existían los celulares, ni existían nada de esas cosas ni el internet. ¡Nada que ver! En fin, de repente, él estaba en un café y escribía un poema en una servilleta, y yo, que era medio tonta, no la guardé nunca. O sea, fatal, porque para mí hubiera sido un recuerdo bello. Ahora, luego, el recuerdo se perdería cuando yo me fuera, pero no importa. Y me mandaba un poema, por ejemplo: «Ven, mi amor, en la tarde de Aniene y llévame contigo a ver el viento». Entonces, yo tenía que ponerle la música a ese poema tan bello. Y así fue. En las noches, yo me ponía a ponerle a la musiquita y tal a todo y le hice un disco homenaje a Alberti, donde la única canción que no es mía, la música, es de Daniel Viglietti, que son ‘Las coplas de Juan Panadero’. Las demás son todas músicas mías de esa vuelta del exilio de Argentina y de Roma que tenía que hacer Alberti en la época de la Transición. Y, bueno, así fue mi conocimiento con él. Fui a Roma a estar con él, a conocernos. Además, yo lo conocía. Lo había visto con María Teresa León. Incluso cuando vino a Caracas y lo vi en el teatro dando un recital de poesía con su mujer. Yo era jovencita. Mi padre me llevó. 
Y fue una relación muy bonita porque él tenía miedo de volver a España porque, imagínate, ¡toda una vida fuera! 25 años en Argentina, no sé cuántos años en Roma… Toda una vida. Y como lo exigía esa Transición de la gente que vino: Felipe González, Santiago Carrillo, el socialismo, la cosa… Este hombre viene y ahí empieza nuestra relación. Yo formé incluso hasta parte de esa Transición modestamente: haciendo cosas, cantando… Y, para mí, tener a Rafael Alberti dentro de un disco mío que, además, ganó un premio Charles Cros en la Academia de París, fue maravilloso porque yo decía: «Ahora resulta que yo pongo mi disco y ahí está Alberti. ¡Qué ilusión!». Me causaba una emoción de niña muy buena, así que lo recuerdo con mucho cariño y para mí fue un honor estar con él y ponerles música a poemas suyos inéditos.

Un canto agradecido a la vida. Soledad Bravo
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“Mi pasado es mío y me pertenece. Forma parte de mi sangre, de mi ADN y de mi manera de ver la vida”

Soledad Bravo

17:49
Mujer 3. Tienes un disco que se llama ‘Canto a la poesía de mis compañeros’. Es un homenaje a los poetas que conociste a través de tu padre. Mi pregunta es ¿qué sientes después de tanto tiempo cuando lo escuchas?

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Soledad Bravo. Siento como una especie de que yo era muy naíf, pero con un sentimiento de justicia muy genuino. Amo haber puesto música a León Felipe, incluso a otros poetas, ¿no? Benedetti… En fin, otros. Cubanos… En fin, me gusta. Me gustó ese disco porque lo hice con tanta pasión juvenil. Aquello de escuchar voces que no eran las mías, pero que se comunicaban conmigo, me pareció fantástico. Y le puse el nombre de una canción de un gran amigo mío que conocí en Buenos Aires. Poni Micharvegas. Poni Micharvegas me enseñó esas canciones cuando fui a cantar a Buenos Aires en el año 1972, 1973, 1974 hasta que vino la dictadura fuerte… Todas las dictaduras son fuertes, pero estaba la de Lanuza. Luego, vino la otra y se cortó toda mi carrera allá. Y ese disco lo hice en homenaje a esa amistad que hice con Poni Micharvegas, que era un médico de provincia y que, luego, se dedicó a ser poeta, a cantar cosas. Es un homenaje a Poni.
Canto a la poesía de mis compañeros. «Llenos de tantas falsas palabras como andamos, entre ofertas y eslóganes y ritmos traicioneros, por amor a mi fe…» Mira qué hay que ser, ¿eh? «Por amor a mi fe y a la vida que viene, canto a la poesía de mis compañeros». Te llevo en la memoria, Poni.

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Pues pienso que es un disco más en mi carrera y que significa una época de mi vida muy fervorosa. Este… No reniego de mi pasado. Mi pasado es mío y me pertenece. Forma parte de mi sangre, de mi ADN y de mi manera de ver la vida. Y soy una mujer madura. Siempre… Con el cambio en mi vida presente. Nunca me he negado al cambio. Y he cambiado porque sería terrible tener una cara de niña y ser una vieja. No, no, no, no. Eso no va conmigo, así que es un disco muy significativo.

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Hombre 1. Soledad, tú dedicaste un disco a tus padres, a tus abuelas, llamado ‘Cantos sefardíes’. Es un disco que va de esa música que se transmite de generación en generación, de manera oral, de manera natural. ¿Por qué fue tan importante para ti hacer ese disco de unas canciones que eran tan lejanas?

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Soledad Bravo. No, hombre, las canciones nunca son lejanas. Siempre están cerca, aunque sean muy antiguas. Es que como mi vida ha sido así. Llegar a Venezuela y tratar de vencer esa dicotomía… Es un poco esquizoide que da el tener un país atrás y el otro… ¿Cómo te instalas? ¿Cómo te defiendes siendo niña en eso? Cuando llego a ese punto en que ya puedo grabar discos y tal, el primer disco que grabé para saldar un poco esa cuenta española fue ‘Canciones de Lorca’. O sea, las canciones que armonizó Lorca con base en las canciones populares, como ‘Venga, jaleo, jaleo’ y todo ese tipo de cosas. Él las armonizó al piano. Por supuesto, yo me acompañaba con la guitarra y no hacía para nada las armonías de Lorca. ¡Para eso hubiera tenido que estudiar con Segovia! Y resulta que ese disco se lo dediqué a ellos para saldar un poquito esa cuenta y dedicarme a otras cosas: Atahualpa Yupanqui, a Violeta Parra, a todos, a Zitarrosa, a Viglietti, a mis amigos de Latinoamérica y a toda la cosa venezolana que escuchaba en la radio cuando era chica. Entonces, quería estar ya en otro lado y un poco ese disco fue también su dosis española, donde yo cantaba «Jaleo, jaleo» y esas cosas.

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Y el disco sefardita. A mí siempre me gustó mucho la música judía, pero sobre todo que sefardita es español. Digamos que es romance español, pero de judíos, de los judíos que habitaban nuestra España, nuestra Sefarad. Y resulta que yo tenía una amiga que amo, que acaba de fallecer hace poco. Una amiga. Dina Rot, esposa de Abrasha Rotemberg. A ella le encantaba cantar en ladino y cantaba la música sefardita. En el año 1972, cuando yo estuve en Buenos Aires, me hice muy amiga de ella y ella tenía ya sus discos de música sefardita. Y a mí me encantaba siempre porque no es que la conociera por ella, pero tener a alguien que siempre comunicase a través de cosas… Eso es maravilloso. Y siempre andaba yo persiguiendo en todos lados donde iba, en Estados Unidos, donde veía comunidades judías y sefarditas… Siempre andaba persiguiendo a alguna viejita que dijera algo… No. Mentira. Nunca lo encontré, pero la pasión estaba. ¿Por qué? Porque me recordaban a mis abuelas. ¿Sabes? Cuando mi abuela Joaquina, la madre de mi madre, ella me cantaba romances. Esos romances son los mismos porque eran españoles. Eran españoles, romances españoles, y eso me tenía muy inquieta porque yo no encontraba realmente esa realidad, yo no la dominaba. 
Pero, poco a poco, me fui metiendo en esas cosas donde no hay armonización de ningún tipo porque es un secreto. La música sefardita es un secreto, cada quien la puede interpretar como le dé la gana, con el instrumento que quiera. Nunca será lo que fue porque eran canciones transmitidas vía oral. Oralmente se transmitía y no había armonizaciones ni nada. Se cantaba así. Entonces, el que la quiera armonizar como le dé la gana con el instrumento que quiera, que lo haga, porque para eso estamos nosotros, para crear y para evolucionar y para dar cosas distintas. Cuando me casé con mi esposo amado, que está aquí presente, Antonio Sánchez, y estábamos en Madrid, que vivimos cuatro años. Yo viví desde el 1976 hasta el 1980, pero nosotros nos vinimos en el 1978, cuando lo conocí. Y estábamos solos ahí, en nuestro pisito, ático, de Canillas, seis, sexto, izquierda. Y, bueno, nos amábamos, trajimos a mi niña y hacíamos cosas. Y él se iba al instituto hebraico, ¿verdad?, a buscarme mis letras, mis letras, y yo estaba feliz porque me dio el romancero. La música. ¡Es que lo amo! Y cuando ya tenía así, como un montón…

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¡Ah! También tengo una influencia de Savall cuando Montse cantaba ‘El rey de Francia’, ‘¿Por qué lloras, blanca niña?’. Toda esa ya la tenía yo aquí, en el disco duro, y eso me ayudó a ser muy feliz haciéndole ese disco a mis padres y a mis abuelas. Muy feliz. Los arreglos, absolutamente novedosos, no estaban en el «modo», según las críticas de los que cantan sefardita, no estaba en el «mood» sefardita, cosa que a mí me importaba un rábano porque yo lo que hacía era cantar sobre unos arreglos hermosísimos que me hizo Ricardo Miralles. Ricardo Miralles, que fue toda la vida, y ha sido toda la vida, el arreglista de Joan Manuel Serrat. Así que hice un disco hermoso. «Tomen, padres míos, queridos». Le dediqué a mi papá ‘Una pastora yo amé’, y ahí quedó ese disco. Ahí está. Lo amo.

Un canto agradecido a la vida. Soledad Bravo
28:01
Hombre 2. Hola, Soledad. Sabemos que eres una de las voces más importantes de la Hispanidad en Latinoamérica. También por tu trayectoria de 50 años en tu carrera musical, que has cantado en todo el mundo, con muchísima gente y en todos los géneros. Mi pregunta tal vez sea una de las más fáciles, pero también puede ser una de las más difíciles. ¿Qué significa para una cantante el cantar? Y finalizo pidiéndote, por favor, que nos interpretes una de tus canciones más favoritas.

28:35
Soledad Bravo. Para mí cantar es todo. ¿Qué te puedo decir? Creo que casi siempre dicen eso los artistas. Muy repetitivo, pero es verdad. Es verdad. Cantar es algo… Mira, yo en la cocina cortando mis zanahorias. Sabes, ¿no? Porque está ahí. No importa si estoy debajo de un foco o encima de unas tablas. Cantar es algo que sale natural. A veces, uno se levanta y ve a su esposo querido en la cama y le dice: «Buen día, amor», cualquier cosa, pero ya cantado, ¿no? Es como… Es algo. Es lo máximo, es lo máximo. Cantar es lo máximo y es un don que se agradece. Y, ahora, quisiera decirles que tengo ganas de cantarles una canción. Ustedes saben que soy cantante hispano-venezolana y latinoamericana. Y quiero cantarles con alguien que para mí es un hermano. Es un maestro de la guitarra de Argentina, pero lleva muchos años, cuarenta y tantos, 45 años, viviendo aquí en España, porque estoy en España en este momento. Y ese maestro es Dioni Velázquez. 

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Antonio Sánchez (marido de Soledad Bravo). Bravo.

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Dioni Velázquez. Hasta ahorita.

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Antonio Sánchez. Bravo.

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Soledad Bravo. Ha acompañado a esta voz durante muchos años y ahora, en este momento, nos estamos reencontrando. Y yo estoy feliz porque han pasado más de 15 años, casi 20, que no nos vemos. Y entonces encontrarse de nuevo y pensar que está tocando y estamos cantando las mismas cosas igual. ¡No lo puedo creer!

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Dioni Velázquez. Me vas a hacer llorar, ¿eh?

31:04
Soledad Bravo. Sí, vamos a cantar unas coplas de Martín Fierro.

31:41

«Aquí me pongo a cantar al compás de la vigüela, que al hombre que lo desvela una pena extraordinaria.
Aquí me pongo a cantar al compás de la vigüela, que al hombre que lo desvela una pena extraordinaria, como el ave solitaria con el cantar se consuela.
Yo no tengo en el amor quien me venga con querellas, como esas aves tan bellas, que vuelan de rama en rama.
Yo no tengo el amor quien me venga con querellas, como esas aves tan bellas, que vuelan de rama en rama.
Hago en el trébol mi cama, y me cubren las estrellas. 
«Ansí» estaba una noche contemplando las estrellas, que no parecen más bellas cuando uno es más desgraciado.
«Ansí» estaba una noche contemplando las estrellas, que no parecen más bellas cuando uno es más «desgraciao».
Y que Dios las «haiga criao» para consolarse con ellas.
Mi gloria es vivir tan libre como el pájaro en el cielo.
No hago nido en este suelo. «ande» hay tanto que sufrir.
Mi gloria solo es vivir como el pájaro en el cielo.
No hago nido en este suelo, «ande» hay tanto que sufrir.
Y «naide» me ha de seguir cuando yo remonte el vuelo».

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Antonio Sánchez. ¡Bravo!

35:40
Soledad Bravo. Una malagueña venezolana.

35:51

«Pusieron preso a tu marido, Guillermina. 
Pusieron preso a tu marido, Guillermina y se lo llevaron para una fuerte prisión.
Y como Guillermina quería tanto a su marido, fue a la cárcel a cantarle una canción.
Fue a la cárcel a cantarle una canción.
Murió mi madre, yo estaba ausente. 
Murió mi madre, yo estaba ausente, yo ausente estaba, yo…
Yo no la vi, pero me dijo mi padre que, en su agonía de morir, alzó su mano y me bendijo a mí.
Alzó su mano y me bendijo a mí.
Niña del campo que cortas flores.
Niña del campo que cortas flores de nomeolvides y de azahar, corta una rosa de dos colores para mi amante que está al llegar.
Para mi amante que está al llegar.
Niña que bordas la blanca tela. 
Niña que bordas la blanca tela, niña que tejes en tu telar, bórdame el mapa de Venezuela y un pañuelito para llorar.
Y un pañuelito para llorar».

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Dioni Velázquez. Dale ahí. Bueno, bueno, bueno.

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Mujer 4 . Desde Venezuela. Desde Venezuela para ti, un gran abrazo. Y para siempre, agradecidos por haberte tenido tantos años allí. Soy una venezolana de 90 años y este ha sido mi mejor regalo. Oírte. Muchas gracias.

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Soledad Bravo. Gracias. ¿Le puedo dar un abrazo? Un abrazo para mí.

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Mujer 4. Un abrazo para ti. Gracias. Estamos muy orgullosos de ti. Gracias.

40:03
Soledad Bravo. A ti, siempre.

40:07
Mujer 5. Soledad. Tú que has compartido tantos escenarios con tantas cantantes fabulosas: Mercedes Sosa, Chavela Vargas… ¿Cómo ves la evolución de la mujer en la música?

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Soledad Bravo. Pues con mucho beneplácito, porque la ha tenido. Ha tenido evolución. Ya sabes que este ha sido un mundo machista y que sigue… Digamos que el machismo no se acaba tan fácil y que, en eso que llaman el mundo musical, si no eres una diva extraordinaria como la María Callas, que sufrió tanto, o qué sé yo, tantas otras, la verdad es que a la mujer le cuesta mucho más surgir, fíjate, que a los hombres. Pero esa evolución dentro de la música clásica y dentro de la música popular, la mujer la ha tenido. Ha habido voces extraordinarias dentro de la industria del disco que han saltado y que se han defendido muy bien dentro de la industria. Yo fui amiga de Chavela Vargas, como son amigos los artistas que se encuentran. Hay fulgor, hay amistad, pero esos primeros impactos, porque hubo varios, quedan porque, si no, ¡imagínate! Tanta gente que uno conoce, que son tan bellos, que forman parte de nuestra vida… Es decir, para mí un hermano es Paco Ibáñez, por ejemplo. Paco Ibáñez se escuchaba en mi casa, en la casa de mis padres, en la casa de mi hermano, cuando yo todavía era soltera… Bueno, yo lo introduje, claro, pero… Escuchar a Paco era lo mejor, era como estar con Paco comiendo en casa con nosotros. Es lo que le hubiera gustado a él porque le gustaban las lentejas de mi mamá.

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Y cuando tuve la oportunidad, que me casé, de viajar a España a conocer a la familia de mi esposo. Yo estaba embarazada de mi hija, Ana Sol, y fui a Barcelona y conocí a Paco. ¡Qué emoción! Y Paco era esa persona maravillosa, solidaria, querible. Un maestro, porque él nos enseñó a aprender, a adorar la poesía española a través de sus casi monocordes letanías. Porque él cantaba así. Como en la calle, en el monte, con un cayado. Eso es lo que le gustaba a él. Ya quería cantar solamente con un cayado y pastoreando ovejas. Es un personaje maravilloso que fui a Barcelona y lo conocí. Me presentó poetas… Era una época maravillosa donde uno se relacionaba con gente, con poetas, con pintores, con escritores… Conocí a muchos escritores aquí en España en aquella época también. Y estaba cantando. Él iba a cantar en la calle, en un barrio. No me acuerdo ahora en el momento qué barrio de Barcelona era, pero tenían una tarima ahí y él iba a cantar. Y me dice: «Ven, Soledad, vamos a cantar» y yo me llevé mi guitarrita y canté también.
Se estableció entre nosotros una amistad muy, muy bella con Paco. Era como muy familiar. Era como hermano mayor. Era mi hermano mayor y yo lo quería. Es más, no es que lo quería, es que lo quiero. Lo quiero mucho. Él no me quiere tanto a mí, pero yo a él sí. ¡No, me quiere! Sino que, quizás, como yo era fan, él no me ha dado tanto como yo quisiera, pero él fue mi primer ídolo trovador. Es mi primer ídolo trovador. Lo aprecio tanto. Cuando él vivía en París, montaron un taller… El taller Molière, ¿te acuerdas? El taller Molière era para entretener a gente, para juntar artistas de la noche, los bohemios y tal. Realmente, Paco ha sido muy importante en mi vida. Incluso, yo amo las influencias. A mí me encantan las influencias. A mí me ha influenciado en mi vida mucha gente y de esa gente he sacado cosas. He sacado cosas de Bola de Nieve, de Toña la Negra, de Paco Ibáñez, de Joaquín Díaz, de Barbara, de la Gréco, de todo el mundo. Siempre hay algo que yo pueda expresar de ellos. Eso es maravilloso. Por eso las influencias son buenas. A mí no me importa cuando la gente me dice: «Ay, te pareces…» No, no me parezco a nada. Yo lo que quiero es sacar lo bello que me enseñó esa persona, así que Paco es muy importante en mi vida. Un trovador.

Un canto agradecido a la vida. Soledad Bravo
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Hombre 3. Hola, Soledad. Una pregunta, por favor. Tú tuviste una amistad con Joan Manuel Serrat. ¿Qué podrías contar de unas anécdotas que tengas presente con él?

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Soledad Bravo. Es que lo que pasa es que, aparte de Paco Ibáñez, está Joan Manuel Serrat, querido. Entonces es una influencia… ¡Otra de las influencias de mi vida! Resulta que cuando estaba a punto de casarme, mi novio, catalán, él y yo tradujimos la canción ‘Palabras de amor’ de Joan Manuel Serrat, que fue la primera traducción, y la primera vez que se cantaba la canción en español. Por supuesto, esta canción era como mi bandera en el programa de Sofía Ímber por las mañanas. Todo el mundo me la pedía. «Maravillosa, Soledad. Qué bella tu canción» porque todo el mundo creía que era mía. Yo decía que era de Joan Manuel, y que era traducida, pero no, se hizo popular y todo el mundo creía que la había compuesto yo. Imagínate. Así pasó el tiempo.

Serrat, todas las veces que fue, nos juntamos. Todas las veces que fue a Venezuela, con la fama que él tiene en el continente americano. Empezaba por Venezuela y seguía hacia abajo hasta Argentina, donde en todas partes es un ídolo. Y yo me acuerdo de que, con mi guitarrita, iba al hotel y le cantaba canciones. Le cantaba cosas que yo me había aprendido de otros de Latinoamérica. Le enseñé un poco incluso a conocer cosas y autores y todo, ¿no? Y me acuerdo de que una vez le canté y él dijo: «Grábala, grábala, que es muy bonita. Grábala, grábala». Y grabé una canción de Pablo Milanés, que acababa de conocer yo, que es ‘La vida no vale nada’, que es: «La vida no vale nada si no es para perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama. La vida no vale nada si yo me quedo sentado, después que he visto y soñado que en todas partes me llaman». Y le encantó. Y entonces él tenía que ir a Puerto Rico. En todas partes la cantaba y decía: «Esta me la enseñó Soledad allá en Caracas».

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Es una amistad como son esas amistades, como conté antes, de esos impactos de que no necesita uno verse, sino que, cuando se ve, dice… «Decíamos ayer», como Unamuno, ¿no? Es como… si no hubiera pasado el tiempo. Es como si no ha pasado nada, ni 20 años, ni 30 años, sino que ahí están aquellas mismas personas, aquellos jóvenes que empezaron, aquella… Cuando Joan Manuel suelta la guitarra y empieza a hacer las canciones de Machado, de Antonio Machado, las popularizó y la gente comenzó a conocer a Antonio Machado gracias a Serrat, en fin. Para mí, Serrat es, ya sabes, lo que es para muchos españoles y para tantos latinoamericanos. El poeta que nos dijo cosas, cosas muy profundas y que siempre quedaron en nuestro corazón. Así que besos, Juan. Besos.

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Mujer 6. Soledad, cuéntanos cómo empezaste a cantar en Venezuela. ¿Cómo empezó tu relación con el público allí?

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Soledad Bravo. Pues, mira, estaba en la universidad. Es decir, yo siempre he cantado. Canté en la escuela, canté en el bachillerato, canté en la universidad… Pero cuando más conciencia tiene uno de su manera de expresarse y todo es, bueno, de adulto o de joven… De joven. Empieza uno como a crecer y tal, pero yo lo hacía de una manera absolutamente como quien se toma un café con leche, con una visión profesional de las cosas. Es decir, el jugar, esa cosa lúdica en la universidad: andar con la guitarra y estar con los amigos y cantar una cosa y cantar otra. Estar en el show de Arquitectura y estar en el show de Ingeniería, en el de Humanidades, en el de Medicina. Me encantaba. Y así fue como en el Aula Magna canté por primera vez en unas Navidades una canción increíble mexicana que es «qué bonitos ojos tienes debajo de esas dos cejas» con unos falsetes que hacía de niña buena. Buenísimos.

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Y, claro, eso enamoraba al público y la gente: «Sole, Sole, pero es que tú tienes que cantar. Es que tú cantas así, es que cantas asá, que tienes que cantar». Y yo: «No, bueno, no». Yo estaba dedicada a estar en la universidad. No estudiaba mucho porque era «flojaza», pero respiraba ese ambiente de la universidad. Ese ambiente que te da la educación, que después a ti te preguntan que cómo era la cosa de tal materia. ¿Qué te importa? A ti te dio eso. La vida, te dio la educación y te dio el don de gentes y te llevó por el camino de la vida. No importaba si tú te hubieras graduado de médico o de arquitecto o lo que fuera. Yo tenía pasión por esta universidad. La amé profundamente y ahí fue donde realmente yo me inicié como una cantante amateur, pero… ya tomaba conciencia de él. Y siempre me ubiqué al lado de la cosa artística. Estaba estudiando Arquitectura y… en esa escuela, había unos sótanos que estaban como muy desperdiciados. Bellos, los sótanos, porque la Escuela de Arquitectura es muy hermosa, obra de Villanueva, el arquitecto, e hicimos un teatro allí, un teatro muy pequeño, muy bonito, que se llamaba Teatro Experimental de Arquitectura.
Ahí hicimos muchas cosas, desde jugar cartas cuando estábamos aburridos, a decir poemas, a interpretar a Ionesco… En fin, ahí estaba dando clases Horacio Peterson, un gran maestro de teatro de origen chileno. Poco a poco, yo me fui integrando a ese teatro. Nada más que por respirar cultura porque yo no hacía nada ahí, y lo que hacía de repente tocaba con mi guitarra. Y se presentó la ocasión de hacer una obra. Un muchacho cubano que se llamaba Julio Riera hizo una obra de Lorca: ‘Los amores de don Perlimplín y Belisa en su jardín’. ¿Quién mejor que yo? Oye, con mi guitarra, puesta ahí, cantando «la mano de mi cariño me está bordando una capa» con mi voz de niña, por supuesto, en un rincón, muy peinada a la española, con mis aretes, mi blusa de satén o de seda, supuestamente… blanca, una falda negra. Con mi guitarra. Pero, aparte, él había inventado el personaje para mí. Era una obra donde estaba Belisa, la madre, etcétera, pero era muy moderna para la época, porque estaban todos con sus monos, sus paneles y la iluminación como linda, ¿no? Y con máscaras. Con máscaras. Era hermoso.

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Entonces, un día, fueron dos grandes periodistas a vernos porque tuvo mucha atención. La obra tuvo mucha atención porque era muy juvenil, muy fresca, muy reveladora de nuestros cariños, de nuestra pasión por la vida. Entonces, tuvo gente de fuera que vino a verla, y venía a verla, y venía a verla. Tanto fue así que después la sacaron a los teatros de la ciudad, pero para mí fue muy importante porque cuando estaban representando esa obra, que yo estaba allí y que también hacía mi papel con mi máscara y hacía esas cosas. Después, volvía a mi rincón con la guitarra. Fueron dos grandes periodistas, Sofía Ímber y Carlos Rangel.
Estaban fascinados porque Sofía, que ha sido una mujer increíble para nosotros, que ha debido ser la ministra de Cultura, la mujer más emprendedora dentro del arte en Venezuela. Una mujer extraordinaria que fundó e hizo su propio museo, el Museo de Arte Contemporáneo, de Arte Moderno. Nuestro. Sofía Ímber, nada más. Es Sofía Ímber. A Sofía Ímber le encantó ese grupo de muchachos porque además a ella le encantaban todas esas cosas y buscar talentos y eran divinos.
Ella nos llevó afuera. Tenían dos programas como institucionales en la televisión, donde hablaba de cosas y me llevó. Me llevó a cantar a uno de esos programas del Canal 5. Y esta era la primera vez que yo hacía esas cosas como medio profesional y todos los días. Me llevó y tal, y yo cantaba mis cosas feliz. Hicimos una hermosísima amistad. Y… fue más adelante cuando Sofía, Carlos y Reinaldo Herrera hicieron un programa por la mañana, de la mañana, donde se hablaba de todo, de política, en fin… Todo lo auténticamente informativo, al día, al pelo.

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Entonces, ¿qué mejor que empezar con la chica? ¿La chica aquella que tocaba la guitarra, a esa hora de la mañana? A esa hora de la mañana, a las siete. En Venezuela, a las siete, todo el mundo ya está. El trópico, es la luz. Y me hice muy conocida porque las elecciones se pasaban por ahí, todas esas cosas que la gente las veía con pasión. Además, que eran unos periodistas muy incisivos y muy buenos, que le sacaban punta a todo y que realmente nos daban información de todo lo que pasaba en Venezuela. Yo siempre hacía como la introducción. Tenía que levantarme muy temprano. Horrible. Era horrible porque además yo estaba de novia. Y, entonces, Sofía me decía: «¿Sabes? A las siete empieza el programa. Tienes que estar ahí a las seis y media». Qué drama.
A veces, Sofía me llevaba a la casa y me decía: «No, no, porque después tú te emparrandas por ahí y no quiero. Yo quiero que estés aquí y nos vamos juntas al programa». Me tenía dominada, ¡pero dominada! Y así fue cómo empezó mi vida, digamos más pública. Cuando empezaron a llamarme «La voz del amanecer» y ese tipo de cosas así, cursis, pero muy buenas.
Y, para mí, Sofía ha sido mi descubridora. Ella falleció hace ya cuatro o cinco años. Cinco, ahora. Y, entonces, ella para mí ha sido importantísima en mi vida. La llaman «mi descubridora». O sea, Sofía Ímber descubrió a Soledad Bravo. Un homenaje a ella, a mi amiga del alma.

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Mujer 7. Soledad, has cantado canciones maravillosas de todos los géneros. ¿Existe una canción, una, dime una que te haya hecho más feliz cantar?

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Soledad Bravo. Pero… Felicidad me han dado muchas, pero hay algo muy especial en la ‘Tonada de luna llena’ que en los años 70 paseé por el mundo: «La Luna me está mirando, yo no sé lo que me ve». Para mí, cuando estaba como… entrando en esa cosa que yo no quería ver, pero que estaba ahí, que era mi carrera musical. En el año 1979, me presenté en el teatro de la Ville de París, ¡y amé tanto cantar esa canción! Porque yo la mezclaba con las tonadas de ordeño de Antonio Estévez. Y, entonces, hacía una mezcla que venía de las tonadas de Antonio Estévez y las mezclaba con la ‘Tonada de luna llena’ de Simón. Entonces, hacía como una especie de película del Llano. Yo cerraba los ojos con la guitarra. Estaba el cenital, me acuerdo. En el Teatro de la Ville, diez días maravillosos cantando esa canción que el público la amó porque era impactante. Era impactante.

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«Noche oscura y tenebrosa, préstame tu claridad para seguirle los pasos a esa ingrata que se va». Que yo, con un eco, con ese cenital, era como un recogimiento de iglesia. Y a mí me gusta esa canción en esos términos porque, estando lejos de Venezuela, yo veía mi película, yo cerraba los ojos y veía mi película. Veía el Llano, veía los caños, el caimán ahí, la cosa allá, las garzas… Este… Veía eso que pasaba como una película por mi mente, hasta que terminaba acariciando la vaca y decía algo así como: «Lucerito, lucerito, lucerito, buenos días. Nube de agua…» O algo así. Pero que quedaba precioso. A mí, eso me transportaba. Me transportaba y me daba fuerza porque yo no me sentía capaz de enfrentarme a tanto público yo solita con una guitarra, que además mal la tocaba, y eso me daba una fuerza para seguir con el recital, con el concierto. Era cabalístico. Yo empezaba con eso y ya me calmaba. Ya estaba como posesionada de algo que me ayudaba a seguir porque en realidad yo era muy tímida.
Así que, ahora, que soy mayor, me he puesto más locuaz, pero es porque son muchos años ya y tengo más experiencia, pero antes era muy tímida y necesitaba como ayuda, como muleta, como apoyo, y esa canción de Simón Díaz fue un gran apoyo para mí.

01:03:15
Hombre 4. Soledad, ¿qué importancia crees que ha dejado en ti la poesía, ya que la has tenido tan cerca desde tan pequeña?

01:03:25
Soledad Bravo. Pues mira, ya lo has visto. Mucha importancia, pero mi eclecticismo y mi manera de ser y de cambiar y de dejar las cosas… Esa cosa móvil que tengo de la versatilidad me ha hecho, digamos, tomar otro rumbo… Siempre con poesía, ¿eh? Porque Chico Buarque tiene su poesía y etcétera. Todos los compositores que yo he visitado y que he querido la tienen. Ha tenido mucha importancia porque… Como diría Borges cuando le preguntaron que para qué servía la poesía. Pues te puedo decir que si uno llega a pensar eso «¿para qué sirve la poesía?». Pues, mira, ¿para qué sirve la vida? Digo yo, ¿para qué sirve la vida? Y la vida sin poesía tampoco tiene gracia, ¿eh?
Gracias, mi vida, por preguntarme eso porque, aunque yo no soy poeta, me hubiera gustado mucho. La vida la he visto un poco de manera poética y eso ha fijado ciertas actitudes, ¿sabes? Y me ha gustado. Me gusta la poesía.

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Mujer 8. Soledad, quiero agradecerte este maravilloso encuentro y quería preguntarte qué otros proyectos tienes.

01:04:57
Soledad Bravo. Bueno, mira, a esta edad, los proyectos son como una entelequia. Es decir, uno tiene proyectos de hacer grandes proyectos. Vamos a los proyectos, vamos a agarrar proyectos. No, no mira. Estamos en una etapa de la vida que ya los plazos se acortan. Los proyectos quedaron atrás, pero siempre hay algún proyecto. Siempre hay alguien que quiere que tú estés a su lado. Siempre hay alguien que quiere escuchar algo tuyo. Y, por eso, retirarse creo que es tan difícil. Aunque uno esté retirado, que no lo tiene que anunciar nunca, sino salir así, tranquilamente, sin alharaca ni nada, porque uno nunca sabe lo que puede pasar si te da una toquequera y empiezas a cantar… No.
Los proyectos son difíciles. Son difíciles a esta edad, pero se hacen porque si hay algo triste en la vida es no tener esperanza. Es no tener esperanzas de hacer algo bonito, de hacer lo que te gusta siempre, hasta la muerte. Y lo que me gusta es cantar. Así, proyectos hay y estoy de la mano de gente que me ama, me quiere y me protege para llevarme a otros… A otros rumbos, ¿qué sé yo? Siempre estoy abierta a todo, así que, a pesar de que los proyectos siempre me parecen como… los hay. De que los hay, los hay. Haylos.

01:06:45
Mujer 9 . A ver, Soledad, te escucho hablar con tanta pasión de tu vida que yo quiero preguntarte si tú crees que la belleza del mundo se ve con nuestra propia mirada. ¿Qué piensas?

01:07:00
Soledad Bravo. Mira. La mirada de nosotros hacia el mundo es hacer nuestro mundo interior, que es donde uno encuentra belleza para… No sé, de la que nos viene de la naturaleza. Es difícil, hoy en día, encontrar belleza en el mundo porque el hombre, ya sabemos todos, que es el mayor depredador que existe. Y la belleza es tan sui géneris, es tan personal. Donde yo puedo encontrar belleza en cualquier cosa, donde hay alguien que encuentra que es horrible. Es difícil, hoy en día, encontrar una belleza límpida, pura, que nos haga olvidar todas las guerras, que nos haga olvidar las pandemias, que nos haga olvidar el hambre de los niños, que nos haga olvidar tantas cosas malas que tiene este mundo. Y que es nuestro mundo. 
Entonces, bueno, todo depende también de la persona. Hay gente que es optimista y hay gente que no. Y hay gente que «comme ci, comme ça». No sé. Es muy difícil decir eso de la belleza del mundo, ¿sabes? Muy difícil. De todas maneras, a veces yo canto ‘Gracias a la vida’ de Violeta Parra que me da una belleza de un mundo que yo quiero. «La belleza que me dio el corazón que agita su marco. Cuando veo el fruto del cerebro humano, cuando veo el bueno tan lejos del malo». O esas cosas que dice Violeta tan bellas en esa canción. Para mí, es como una especie de revelación popular y muy bella, esa canción ‘Gracias a la vida’ de Violeta Parra.  Es muy… Te instruye, te dice cosas muy sencillas, lo sencillo de nosotros, pero que te hacen amar esa vida que a veces es tan ingrata.

01:09:51

Gracias a todos por haber estado conmigo en esta oportunidad, comentando, preguntando… He estado muy contenta por el cariño porque he podido expresar cosas de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, que también tienen que ver con la carrera, porque yo no puedo separar la artista de la persona. Así que les agradezco enormemente el haber estado conmigo, el haber resistido y hasta pronto. Hasta pronto. Gracias por todo.

01:10:44
Público. Bravo.

01:10:45
Soledad Bravo. Gracias. Gracias, gracias, de verdad. Quiero despedirme de ustedes con mi gran amigo, mi gran hermano, Dioni Velázquez, maestro de la guitarra y hermano de verdad, porque, además, yo soy su comadre. He bautizado a sus dos mellizos cuando eran niños y ahora tienen 36 años. Es una relación realmente de hermanos, así que invito a Dioni. Gracias.