Dos historias sobre el gran proyecto de la humanidad
José Antonio Marina
Dos historias sobre el gran proyecto de la humanidad
José Antonio Marina
Filósofo y pedagogo
Creando oportunidades
“Todo niño tiene derecho a tener una experiencia de éxito en la escuela”
José Antonio Marina Filósofo y pedagogo
“Tenemos que ir a la movilización educativa de la sociedad”
José Antonio Marina Filósofo y pedagogo
José Antonio Marina
El filósofo y pedagogo José Antonio Marina ha desarrollado a lo largo de las últimas décadas una corriente de pensamiento que resume en su propuesta de “Pacto Educativo”. Propone una movilización de la sociedad civil, como compromiso que reúna a familias y escuelas a favor del alumnado, para reclamar a la clase política que cumpla con sus compromisos respecto a la juventud. Inclusión educativa, autonomía pedagógica, creatividad, motivación, talento y convivencia son algunos de los aspectos que desarrolla en libros como ‘Despertad al Diplodocus’, ‘El bosque pedagógico’, ‘Objetivo: generar talento’ o ‘La inteligencia que aprende’. José Antonio Marina, fundador de la Universidad de Padres, es también autor del ‘Libro Blanco de la Profesión Docente’, por encargo del Ministerio de Educación, donde abre el debate sobre las nuevas corrientes de innovación pedagógica.
“España perdió el tren de la Ilustración, perdió el tren de la Industrialización. Si España pierde el tren del aprendizaje, nos convertimos en el bar de copas de Europa. Y yo, para mis alumnos, no lo quiero. De manera que hay que empezar a decirle a la sociedad: «Eh, que esto va en serio», y que podemos tener un problema de paro juvenil crónico gravísimo porque no estamos poniendo las medidas necesarias para atajarlo, y es un asunto de una gran injusticia social”, concluye Marina.
Transcripción
Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador.
Y todo es igual. Nada es mejor…
Lo mismo un burro que un gran profesor».
Claro, nosotros tenemos propiedades, digamos, muy estables: mi carácter, por ejemplo. Bueno, lo que me interesa saber… Ya sé que eres así, lo que me interesa saber es: ¿y qué posibilidades tienes? Eso es lo que me interesa. Porque si integramos lo que eres dentro de proyectos lo suficientemente poderosos, lo suficientemente entusiastas, lo suficientemente inteligentes, a lo mejor van a aparecer en ti muchas cosas muy extrañas, muy buenas, muy imprevistas y que, por lo tanto, vamos a ver si conseguimos descubrir esas posibilidades. A mí me gustaba decirles que la educación a lo que más se parece es al juego de cartas. No sé, cuando esta idea llegara a sus padres, lo que pensarían, si pensarían que estaba, no sé, corrompiendo a sus hijos por querer convertirles en tahúres o algo así. No, lo que yo quería decirles es que la vida y el juego se parecen porque en los dos casos se nos reparten unas cartas que no hemos podido elegir. En la vida, pues la situación familiar, la genética, la situación económica, la nación dónde se vive… Y en el juego los naipes. Segundo, que en ambas cosas hay cartas buenas y cartas malas. Tercero, que en las dos es mejor tener cartas buenas que cartas malas. Pero ahora viene la pregunta interesante: ¿Gana siempre quien tiene las mejores cartas? ¿Quién gana? Quien juega mejor.
Bueno, pues nosotros, en la educación, lo que intentamos hacer es enseñar a que todo el mundo juegue de la mejor manera posible con las cartas que tiene, y eso da mucho de sí. Esa era la historia que contaba. Ahora he tenido que cambiar el final por una sorpresa que nos ha dado la ciencia. Porque el final del siglo XX fue el siglo de la genética, una ciencia triste porque nos dice que los dados están ya lanzados. Pero el siglo XXI está siendo el siglo de la epigenética. Bueno, están lanzados de cierta manera. ¿Por qué? Porque es verdad que cada uno de nosotros venimos con nuestro genoma, pero no todos los genes se activan. Se activan unos sí y otros no. ¿Y qué es lo que hace que se activen? El entorno y dentro del entorno está, también, la educación. Con lo cual, resulta que los que nos dedicamos a la educación, que somos todos, más o menos profesionalmente, pues tenemos que darnos cuenta de que lo que hagamos está teniendo repercusión incluso genética, ¿por qué? Porque está activando genes que si no, estarían dormidos. Entonces, la historia que yo contaba a mis alumnos de que tenían que aprender a jugar bien, he tenido que prolongarla de una manera muy extraña. Diciendo: «Bueno, gana el que juega mejor, sí. Pero, además, si juega lo suficientemente bien, va a poder cambiar las cartas que ha recibido». Y eso, realmente, es fantástico. Nunca pensamos que teníamos esas posibilidades. Por eso os digo que cuando hablamos educación, a mí me gustaría que fuera dentro de un ambiente mágico, dentro de un ambiente prodigioso. Hacemos y nos pasan cosas fantásticas y presenciamos cosas fantásticas al lado de las cuales pasamos sin darnos cuenta. Tenemos una especie de ceguera, tenemos una especie de mirada apisonadora. Apisona todo lo que hay, y entonces claro, después resulta que nada hay muy interesante, porque previamente las hemos apisonado.
Mis alumnos se enfadan mucho cuando les digo: «Mirad, no es que las cosas sean aburridas, es que como estáis aburridos, las cosas son aburridas. De manera que a ver si empezáis un poco a cambiar la actitud». Hay una anécdota que a mí me gusta contar un poco porque me suele divertir ver la cara un poco de paso, que es cuando digo que yo soy filósofo pero que yo estudié filosofía por una razón muy peculiar. Cuando terminé el bachillerato lo único que realmente me interesaba era el baile, y entonces yo quería hacer algo que tuviera que ver con el baile, que era o bailar o ser coreógrafo o ser director de ballet, algo así. Pero en España en aquel momento, ya sabéis, hubo primero el Paleolítico, luego el Neolítico y luego ya cuando nací yo, o sea que ya está en la tercera edad de la prehistoria. Entonces no había compañías de ballet en España, no había escuela de ballet… Entonces, mientras esperaba a ver cómo arreglaba mi futuro, pensé: «Bueno, para esto que tiene que ver con el baile que es un arte, voy a estudiar algo que tenga que ver con el arte». Lo que me interesaba del baile era la capacidad que tiene el bailarín de transfigurar el esfuerzo en gracia. Es decir, cuándo veis a un bailarín haciendo barra, es un espectáculo penoso que no os recomiendo. Están sudando, están llenos de tiritas, les duelen los pies… Ah, amigo, pero lo importante es que lo que están haciendo ahí les permite que, cuando salen a bailar, parezca que no tienen cuerpo, es decir, o cuerpo transfigurado por la música, que decía Llitch. Y entonces, especie de soltura, esa especie de ligereza, esa especie… que no se nota el esfuerzo. Esa es una experiencia que no solo se da en el baile, sino que se puede dar en muchas cosas. Se puede dar en el pensamiento, que no se nota el esfuerzo. Claro que has tenido que trabajártelo. Es algo que puede hacerse en la relación amorosa. Claro que toda relación amorosa exige esfuerzo, pero que no se note, que no se note. Hay una especie como de altanería, como de gracia, que es la belleza en movimiento. Lo estoy haciendo de una manera en la que parece que tu cuerpo no pesa, que pensar no cuesta, que me he entrenado mucho, y entonces las cosas se hacen con ligereza. Hay una agilidad física y hay una agilidad mental y hay una agilidad espiritual. Fijaros que, cuando los teólogos de la Edad Media eran personas un poco raras, porque vamos se preocupan de cosas, realmente, muy lejanas, que es: una vez que el cuerpo hubiera resucitado, ¿cómo sería? Y una de las cosas que decían del cuerpo resucitado es que era ágil. Muy bien, completamente de acuerdo. Está bien, completamente de acuerdo. Se acabaron las confidencias y empieza el interrogatorio, de manera que ahora os toca a vosotros decir qué va a ser de mi vida.
Y yo de quien he aprendido más pedagogía es de un caballo. Y no es que tuviera ningún caballo en la facultad de profesor, sino porque en 1910 aparece en Berlín un tal profesor Von Osten diciendo que ha enseñado las operaciones aritméticas a su caballo, que se llamaba Hans, y que ha pasado a la historia de la psicología como «Hans el listo». Y que, entonces, pedía a la sociedad de científicos de Berlín que viniera a estudiar el caso. Eso los alemanes se lo tomaron muy en serio y, entonces, mandaron una comisión de científicos a que viera qué hacía el caballo. El caballo lo que hacía es que se le enseñaba un papel con una operación aritmética y, entonces, se le iban enseñando papeles con distintas soluciones, una verdadera y las demás falsas. Y, cuando llegaba la solución verdadera, el caballo pegaba con la pata en el suelo. Daba igual que estuviera su adiestrador, el caballo acertaba con las buenas soluciones. Entonces, esta comisión hizo un informe, que se notaba que lo estaban haciendo molestos, diciendo: «Pues no creemos que sepa multiplicar o dividir, pero actúa como si supiera multiplicar o dividir», y ahí lo dejaron. Pero había un profesor, el profesor Pfungst, que debió estar demasiado molesto y se quedó investigando, y, por casualidad, descubrió que, cuando él no sabía si el papel que le estaba enseñando tenía la buena o la mala solución, el caballo no acertaba. Y entonces dijo: «Bueno, pues lo que ha aprendido el caballo es a descubrir algún gesto o algún olor o algo que hace el experimentador cuando sabe que le está enseñando la buena solución. ¿Por qué a mí me enseñó mucho? Porque, salvando la comparación, a nuestros alumnos les pasa lo mismo: siempre están aprendiendo algo, pero no sabemos qué. Y, entonces, cuando te encuentras con un alumno muchos años después y le haces, en mi caso, la pregunta de: «Oye, ¿y tú qué te acuerdas de la asignatura?», suelen decir: «Bueno, pues de filosofía poco. De lo que me acuerdo es de cuando nos hablaba de la alcachofa». Claro, el pensar que de todo el curso de filosofía se acordaban de una cosa que les contaba de la alcachofa, tenía, en un sentido una gran decepción, y en otro lado, bueno, una cierta alegría porque a la alcachofa yo le daba mucha importancia.
A todos mis alumnos de todas las edades y en todas las circunstancias, de manera que ahora, durante este minuto, vais a ser alumnos, siempre les leía un poema, y el poema era siempre el mismo, que es la oda a la alcachofa de Pablo Neruda, que es una oda que dice: «La alcachofa/ ese tierno vegetal de dulce corazón/ se vistió de guerrero». Entonces, la metáfora del vestirse de guerrero está bastante clara. Bueno, yo la primera vez que se la leí a mis alumnos, no entendieron la metáfora. Luego comprendí que solo habían visto alcachofas de lata y con la alcachofa de lata no se ve la dureza de la coraza. Entonces, a partir de ese momento, si hubiera sabido que me iban a hacer esta pregunta, hubiera venido debidamente pertrechado. Cuando les iba a leer… Este poema iba, por lo visto, de una alcachofa real. Bueno, con lo cual, acabaron por llamarme el profesor de la alcachofa, cosa que no me importaba nada. ¿Y por qué les leía este poema? Bueno, este poema se lo leía porque lo que yo quería despertar en ellos, porque me parecía que era un favor que les hacía, es despertar en ellos la capacidad de ver poéticamente las cosas. De ver en las cosas lo que tienen de sorprendentes, lo que tienen de novedoso, lo que tienen de peculiar, lo que tienen de brillante, lo que tienen de bello. Y, claro, si eso lo relacionaba con que esa experiencia solo se podía tener en primavera, en el crepúsculo, en la orilla del mar, enamorado y con violines, pues a lo mejor no lo iban a tener nunca. Pero, si yo consideraba que podían tener una experiencia parecida viendo algo tan trivial como una alcachofa, les estaba, realmente, descubriendo una clave importante para centrar su vida, para darle más intensidad, para darles más posibilidades. Porque el ver una alcachofa políticamente, es descubrir en la alcachofa y en todo lo demás una posibilidad poética, una nueva posibilidad, una nueva manera de ver las cosas. De manera que ese es el secreto de la alcachofa.
Te voy a poner un ejemplo: todos nosotros tenemos como ideal la personalización de la educación, ¿Por qué? Porque sabemos que cada alumno es distinto. Sin embargo, en un aula con veinte, con veinticinco o treinta alumnos, lo de pretender individualizar la enseñanza es completamente disparatado. Pero tú imagínate que nosotros, en cada aula, tuviéramos, para cada lección, cinco procesos informatizados de aprendizaje. Uno que, por ejemplo, repasara lo anterior e, incluso, lo anterior del curso pasado. Otro, en cambio, que fuera tan avanzado que estuviera diciendo lo del curso próximo, y otros que se fueran adaptando o, primero, a distintas velocidades de aprendizaje y, en segundo lugar, a distintos estilos de aprendizaje. Una de las estrategias del profesor es, a cada uno de los alumnos, decirle en cuál de esas cinco variables del programa, con cuál debía trabajar. ¿Por qué? Porque era la que se estaba acomodando más a sus condiciones, y, entonces, eso nos descarga de una tarea que nos deja tiempo libre para hacer otras cosas. Pero que, sin embargo, tenemos que conocerla bien.
Desde hace tiempo, con gente de mi equipo, estamos trabajando en un proyecto que yo creo que es, realmente, muy novedoso, es decir, creo que vamos muy avanzados. Por desgracia, no tenemos financiación suficiente y siempre vamos con la lengua fuera y sacando fuerzas, no de flaqueza, pero sí fuerzas de pobreza, que es otra manera de resolver el asunto. El proyecto se llama Proyecto Centauro. El centauro, si os acordáis, era un animal que tenía cabeza de hombre y cuerpo de caballo. Yo escogí este nombre por un comentario que hizo Kaspárov. Era campeón mundial de ajedrez y perdió con un programa de IBM. De manera que, en este momento, el campeón mundial de ajedrez es un programa de IBM. Entonces, le preguntaron: «Bueno, ¿y cómo será el ajedrecista del siglo XXI?». Y dijo: «Pues, yo creo que será un jugador centauro, es decir, que será una persona, pero que jugará con su ordenador, acompañado de su ordenador». Ahora en los campeonatos, aunque se entrena con ordenadores, pero no pueden llevar a la partida el ordenador. Y, entonces, dijo: «No, no. Cada uno llevará el ordenador que ha diseñado él, que ha preparado él, dónde tiene… No conectarse a la nube, que eso no tiene ninguna diferencia especial, sino como él ha ido configurando su ordenador». Y, entonces, inventó el ajedrez avanzado, que se juega con ordenador.
Esto lo podemos aplicar al futuro mundo de la educación. Mirad, cuando estamos hablando de educación; y esto en España hay que repetirlo mucho, porque hay una equivocación absolutamente colosal respecto de lo que es la memoria; toda educación es construcción de la propia memoria. No hay una frase más estúpida que decir: «No te aprendas esto de memoria». Vamos a ver, si no me lo aprendo con la memoria, que es el órgano del aprendizaje, ¿con qué lo aprendo? ¿Con el pie, con la nariz? La memoria es el órgano del aprendizaje. Todo lo que aprendemos lo aprendemos gracias a la memoria, y educar es construir la memoria. Lo que pasa es que la gran equivocación es pensar que lo que hace la memoria es repetir. No, no, la memoria… Guardar y repetir. No, la memoria guarda y repite, inventa, combina, mezcla, inventa cosas nuevas… De manera que la memoria es de una actividad tan sumamente grande que, en este momento, el concepto más importante que en los últimos quince años se ha inventado la neurociencia es working memory (guórkin mémori), la memoria en acción. La memoria hace un montón de cosas, entonces, educar es construir la memoria. A partir del desembarco de Lassange de sistemas de inteligencia artificial, antes se decía que sería alrededor del año 2040 y ahora parece que se va a adelantar al 2030, en el que se habla ya de que va a aparecer la singularidad, que es una conexión diferente entre el cerebro humano y las máquinas de inteligencia artificial. Una conexión mucho más rápida, mucho más barata, mucho más fácil, mucho más, entre comillas, natural. Entonces, el problema que se nos plantea, digamos, de avanzada a la escuela es: ¿qué hacemos en la educación con esto? Bueno, el proyecto en el que yo estoy es: cuando hablamos de que educar es construir la propia memoria del alumno, la memoria del alumno va a estar en dos formatos. Una parte en formato natural, en su cerebro, y otra parte de formato electrónico, en su ordenador. Entonces, lo que tenemos que estar decidiendo es, de todos los conocimientos, de todos los procedimientos, de todos los procesos, cuál tiene que estar en el cerebro del niño, y cuál puede estar en el ordenador. De manera que eso significa que lección por lección, noción por noción, podemos decir: «No, esto te lo tienes que aprender, esto tiene que estar en tu cabecita, porque si no, no vas a comprender lo que tienes en formato electrónico.
Yo llevo trabajando en inteligencia artificial casi desde que apareció, de manera que soy un forofo de esto. Pero digo una frase que creo que es verdad, aunque a los recién llegados les ofende, que es: «Un burro conectado a Internet sigue siendo un burro. Pero si a Internet está conectado una persona que tiene mucho bagaje intelectual, Internet es absolutamente maravilloso». El Proyecto Centauro es que vamos a ver qué cosas tenemos que decir: «Esto en tu cabecita. Esto no importa». La lista de los reyes godos, que es ya el disparate. Siempre sale el problema de la memoria… «¿La lista de los reyes godos?», «No, no, hijo. Eso a tu ordenador». Pero que hay reyes, que hubo reyes godos en España, eso tendrás que aprenderlo tú, porque no lo vas a entender si no. Y luego, la lista la buscas en el ordenador. Entonces, todas esas cosas nos van a exigir, en muy poco tiempo, tener que rediseñar los currículos, tener que diseñar nuestro sistema de enseñanza y tener que rediseñar la formación de los docentes. Y eso es una tarea muy complicada, y que, por lo tanto, cuanto antes empezáramos, mejor.
“La memoria es el órgano del aprendizaje y educar es construir la memoria”
Carol Dweck hizo, durante muchos años, en Estados Unidos, la prueba de cómo cambiaban los alumnos cuando éramos capaces de inducir en ellos lo que ella llamaba «actitud de crecimiento», que se basaba en una cosa muy sencilla, en la idea que tenían acerca de esa inteligencia ¿Era algo innato o la inteligencia era algo que se desarrollaba? Entonces, los niños que tenían la idea de que la inteligencia es algo innato, y yo soy tonto, no hay nada que hacer, se descuelgan. Los niños que tenían la idea de: «Bueno, he hecho esto mal. Pero esto se entrena como se entrena en gimnasia». Todos esos chicos iban muy bien, y, además, ante los fracasos escolares respondían de distinta manera. Unos se descolgaban, y otros, al contrario, teníamos la posibilidad de introducirles dentro del progreso educativo. Claro, yo creo que eso, muchas veces, lo olvidamos. Yo estoy intentando que se introduzca, dentro del código derechos de la infancia, un derecho nuevo es el siguiente: «Todo niño tiene derecho a tener la experiencia de éxito merecido alguna vez durante su permanencia en la escuela». Dice: «¿Y si es muy torpe», «Eso es cosa del maestro». El maestro tiene que organizar las metas de tal manera que, en algún momento dado, el niño pueda decir: «He sido capaz». Porque el momento en que dices: «He sido capaz», ha mordido el anzuelo educativo. Es una experiencia que a todos nos resulta tan sumamente gratificante, que vamos a querer sentirla otra vez. Fíjate que todos los niños del mundo, de cualquier cultura, hay una edad en que hacen la misma petición a sus madres, dicen lo mismo: «Mamá, mira lo que hago». ¿Que están pidiendo? Bueno, lo están pidiendo es: «Reconóceme lo bien que lo estoy haciendo». Y hay niños que pasan por la escuela y nunca reciben ese feedback (fídbac), nunca les ha dicho nadie: «Pero qué bien lo has hecho». Y tenemos que conseguirlo, y como son muy listos, no vale con que con que mintamos. No, lo van a saber. Tienen que reconocerse que han sido capaces.
Luego, yo recomiendo a todos los docentes que obliguen a sus malos alumnos a una cosa que les cuesta mucho trabajo, que es tener una conversación con ellos y decir: «Bueno, lo que quiero es que me digas qué es lo que haces bien». Posiblemente va a decir: «Nada». «No, no. Pues vas a tener que pensarlo. ¿Qué es lo que haces bien?». Y, al final, te podrán decir cualquier cosa. «Pues hago bien… qué sé yo, pescar», o «Hago bien jugar a la Play». De acuerdo, ya has hecho algo bien. ¿Por qué? Porque necesitamos conocer los recursos que tienen. Porque en cualquier tipo de cambio, para los déficit, tenemos que apoyarnos en los recursos que tienen. O me puede decir: «Cuido muy bien a mi hermanita pequeña». Muy bien, cuidas muy bien a tu hermanita pequeña, fantástico, vamos a empezar ahí. Es decir, que tenemos que tener una conciencia muy clara de las fortalezas que tienen nuestros alumnos, y no solo de los déficits que tienen. Si los déficits ya los sabemos, esos se ven así, a ojo, pero los otros, a lo mejor, no los hemos sabido. Entonces, tenemos que esforzarnos en que nos lo digan, porque, a lo mejor, les cuesta trabajo. Yo recuerdo que, en el último curso de la ESO, que es cuando todavía era un chico de dieciséis años pero tenía que estar obligatoriamente en la escuela, porque no tenía edad para poder abandonarla. Era un chico… no daba ninguna lata, se sentaba al lado de una ventana en la última fila, y ahí se pasaba la clase casi invisible. Recuerdo el día que le llamé a mi despacho y le dije: «Oye, Manuel, vamos a ver. ¿Tú los fines de semana qué haces? ¿Te sientas en el sofá y te dedicas a ver la televisión comiendo palomitas?», y me dice: «Pues sí, menos un sábado al mes». Y, entonces, igual que en los tebeos, se enciende una bombillita diciendo: «Eureka, ¿qué demonios hará que Manolo se levante de la cama? Será una cosa importante». «¿Y qué pasa ese sábado?», «Pues que ese sábado hay, en el Rastro de Madrid, una feria de objetos militares de la Segunda Guerra Mundial», «¿Y a ti eso te interesa?», «Sí, sí, me interesa mucho». Entonces se me ocurrió preguntarle: «¿Pero tú me podrías decir cómo eran las… qué sé yo, las botas del ejército alemán?». Y este chico, que no había abierto la boca en su vida, me mira con una especie de aire de condescendencia o de pena, y dice: «Bueno, pero tendrá usted que decirme el cuerpo de ejército, la división, y…». Y dije: «Oye, ¿y por qué no vienes y le explicas esto un día a tus compañeros?». Se quedó así, un poco perplejo, y lo único que me dijo es: «¿Y puedo traer mi colección de cascos?», «Claro, puedes traer tu colección de cascos. Mientras no sean armas ofensivas, puedes traer lo que quieras».
Aquello pasó, no me acuerdo muy bien, pero me lo encontré hace cuatro o cinco años. «¿Se acuerda usted de mí?», «Sí, Manolo, de… Sí, sí, me acuerdo de ti. ¿Y qué haces, Manolo?», «Estoy terminando Historia, la Licenciatura de Historia», «¡No me digas!, ¿sí?». Y antes de despedirse, dice: «Me alegra haberle encontrado, ¿sabe usted por qué estudio Historia?», «Pues, no», «¿Se acuerda que un día me dijo que por qué no hablaba a mis compañeros de la colección de objetos militares que tenía?», «Sí, sí», me acordaba ligeramente. «Era la primera vez que alguien me había dicho que no era un imbécil por dedicarme a eso. Yo era el raro, “¿Voy a estar pendiente de si tienes un casco o no tienes un casco?”, y usted, de repente…». Vive Dios que lo dije sin especial, qué sé yo, pericia pedagógica, es que se me ocurrió, a ver… «Bueno, pues fue la única persona que, de repente, me dio la impresión de que no era estúpido». Yo creo que, muchas veces, sin darnos cuenta, damos con más claridad la impresión de para lo que no sirves, que la experiencia de para lo que sirves. Entonces, tenemos que sacar con sacacorchos la idea de: «Pero, mira, tú sirves para esto. Y en esto puedes progresar». Y en el momento en que una persona se encuentre capaz, se despiertan las energías del aprendizaje, que son, realmente, muy potentes en todo el mundo.
Por eso, siempre que ha habido un cambio de gobierno, siempre pido lo mismo, por aquello de ser inasequible al desaliento, pero sé que no me van a hacer caso en absoluto. Pero es para decir: «Miren ustedes, si se toman en serio lo de la educación, el Ministro de Educación debe ser Vicepresidente del gobierno». Para que los proyectos educativos sean eficaces hay que coordinar a muchos ministerios. El de Educación, por supuesto, y el de Bienestar Social, el de Familia, el de Sanidad, el de Trabajo, el de Industria, el de Investigación y Desarrollo. ¿Por qué? Porque todos esos son los que están trabajando con el adolescente, favoreciendo su futura integración en el mundo laboral. De manera… En Sanidad, nos dijo la Organización Mundial de la Salud que había alrededor de un dieciocho por ciento de niños y de adolescentes con problemas psicológicos o psiquiátricos graves. Eso se ha corroborado, porque no nos lo creíamos, en Holanda y en Canadá, y ha dado, más o menos, esas mismas cifras. Y en España, en Cataluña, también se ha hecho y ha resultado igual. Pero con una diferencia, en España, que no tenemos un servicio eficiente de psiquiatría infantil o de psicología infantil, muchos de los casos no están diagnosticados, y algunos están diagnosticados pero no tratados. Entonces, simplemente, el hecho de mejorar… Tener un niño con problemas en un aula es un problema. Es un problema porque necesita una atención especial, y porque no estamos organizados para ver cómo damos una atención especial a niños que lo necesitan sin afectar al resto de los niños. De manera que necesitamos, realmente, saber cómo hacerlo. De manera que necesitamos, también, que Sanidad esté ahí. Sabemos que la situación cultural de las madres es el factor que influye más en el resultado educativo de los hijos. Vamos a ayudar a las madres. Vamos ayudar a las madres. Cuando yo fundé la Universidad de Padres, las madres se podían matricular desde el último trimestre del embarazo, porque hay muchas cosas que es ahí cuando hay que empezar a explicarlas. Y, en muchos casos, resulta muy eficaz para todo el proyecto del niño.
Por ejemplo, el número de palabras que se utilizan en familia, durante toda la educación de un niño, es uno de los factores que correlaciona mejor con el éxito escolar. Somos nosotros los que lo sabemos y, por lo tanto, lo debemos explicar, y lo debemos presionar para que se haga. Y, por eso mi petición era que el Ministro de Educación tiene que ser un Vicepresidente, que vaya organizando todas aquellas cosas que cada Ministerio puede hacer por el bien de la educación. Mirad, en este momento, nos estamos dando cuenta hasta qué punto una ley que ha regido a la sociedad siempre funciona de manera implacable. Es lo que llamo «la ley universal del aprendizaje». Toda persona, toda institución, toda sociedad, para sobrevivir necesita aprender, al menos, a la misma velocidad a la que cambia el entorno. Y si quiere progresar, tiene que aprender a más velocidad. Y eso es, queramos o no queramos. ¿A alguno de vosotros se os preguntó si queríais aprender a manejar programas de ordenador? Os dijeron: «O aprendes, o estás fuera», y hubo que aprender. Como el entorno en que vivimos va a cambiar, cada vez, más aceleradamente, la consecuencia es clarísima: o aprendemos muy rápidamente, o nos quedamos fuera. España perdió el tren de la Ilustración, perdió el tren de la Industrialización. Si España pierde el tren del aprendizaje, nos convertimos en el bar de copas de Europa. Y yo, para mis alumnos, no lo quiero. De manera que hay que empezar a decirle a la sociedad: «Eh, que esto va en serio», y que podemos tener un problema de paro juvenil cronificado gravísimo porque no estamos poniendo las medidas necesarias para atajarlo, y es un asunto de una gran injusticia social. Se ha roto el pacto social que había entre generaciones, que se basaba en que la sociedad decía a los jóvenes: «Si tú te formas bien, nosotros nos encargaremos de que puedas desarrollar tu proyecto de vida». Y ahora nos encontramos con que mucha gente joven nos dice: «Oye, yo me he preparado muy bien. Cumplid vuestra parte». Y la sociedad dice: «Pues no la voy a cumplir». Y, entonces, se están produciendo una serie de disfunciones muy trágicas para muchas personas. En el fondo, hay un programa de justicia educativa y, por lo tanto, los que nos dedicamos en educación, que deberíamos ser todos, en distintos niveles, debemos tomarnos esto en serio. No podemos dejar a la casualidad que nos arregle los problemas.
En todo el mundo hay unas encuestas sobre escasez de talento, y una de las cosas que preocupa es, ¿tendremos la capacidad para desarrollar el talento necesario para enfrentarnos con los problemas que se nos van a venir encima? Bueno, ¿y quién tiene que encargarse de eso? Quien genera talento es educación. De manera que, o funcionamos bien o, realmente, tenemos un porvenir un poco oscuro, pudiéndolo tener muy claro. Lo único que pasa es que para solucionar hay que tener una actitud activa ante el asunto, una actitud creativa, una actitud tenaz. La pasividad no arregla los problemas. Se está todavía empezando. «Vamos a ver si tenemos un pacto educativo…». Mire usted, si se ha pasado, ya se ha pasado el momento del pacto educativo. Si eso ya se ha pasado. Si tenemos que ir a cosas más ambiciosas. Si tenemos que ir a la movilización educativa de la sociedad, porque, si no estamos trabajando todos en eso, no lo conseguimos.
«Talento» es la capacidad para elegir bien las metas, eso es lo que hizo mal mi alumno. Y, una vez que se ha elegido bien las metas, manejar la información necesaria, gestionar las emociones, tener la capacidad de actualizar todo mediante el aprendizaje y poner en práctica lo que llamamos «las virtudes de la acción», que son la tenacidad, la tolerancia a la frustración, el entusiasmo por lo que se hace… De manera que esas nos parece que son, digamos, las cuatro habilidades importantes. Primero, tomar decisiones. Lo que hace la inteligencia, la principal función de la inteligencia no es conocer. La principal es ayudarnos a tomar decisiones. Primero saber tomar decisiones. Que tiene unos criterios de evaluación, que tiene unos criterios valorativos, unos son prácticos, otros son éticos, otros son psicológicos… Tengo que tomar una decisión y tengo que tener la valentía de tomar decisiones. Y eso es, digamos, la primera gran habilidad. La segunda, para tomar bien decisiones, necesito conocer cosas, necesito comprender cosas y necesito informarme. O lo tengo o lo busco. Necesito manejar la información. La segunda habilidad. La tercera habilidad, gestionar las emociones. Hay emociones muy destructivas y hay emociones muy beneficiosas. Y ahora sabemos que las emociones, en gran parte, se aprenden. Y, por lo tanto, gran parte se pueden controlar. Y eso es importante también, saber cómo organizar nuestro metabolismo emocional. Lo siguiente, que el talento no se tiene de una vez por todas, sino que hay que actualizarlo.
Y ahí aparece una palabra, María, que fíjate, que ahora las empresas están diciendo que es lo que piden a sus empleados. Antes, esa palabra… ¿En qué consiste la empleabilidad de una persona, su capacidad encontrar un empleo? No, no. Ahora lo que están diciendo es cómo es la learnability de esa persona. Learnability es la capacidad de aprender y de aprender con rapidez. De manera que lo que van a valorar es: ¿Usted es capaz de aprender? ¿Y por qué eso es necesario? Porque lo que ha aprendido le va a servir dos o tres años, y va a tener que estar volviendo. De manera que esa es la cuarta habilidad. La capacidad para aprender, el gusto para aprender, la habilidad para aprender. A los cuatro o los cinco años, hay un test muy divertido, podéis verlo en YouTube, se llama test de las chucherías. En el test de las chucherías, lo que se dice al niño o a la niña es: «Mira, te doy este pastel, te lo puedes comer. Pero, si no te lo comes mientras estoy fuera, cuando venga, te voy a dar otro más de premio». Entonces, dejamos al niño solo y le observamos o le grabamos. Entonces, ahí vemos la diferencia. Hay niños que se comen el pastel sin dudarlo, vamos, hasta con papel, da igual. Y hay otros niños que no quieren comérselo, pero que no aciertan con la estrategia. Entonces, se quedan mirando muy fijamente al pastel, lo cogen, le dan la vuelta, cogen una miguita… ya están perdidos, se lo comen al medio minuto. Hay otros, en cambio, que aciertan con la estrategia. La más frecuente, y muy divertida, es que se tapan los ojos. Son genios. Se dan cuenta de que si están mirando el pastel, el pastel puede más que ellos. Bueno, este, técnicamente, se llama «test de aplazamiento de recompensa». Lo interesante de esto es que, tanto el equipo que diseñó este experimento, dirigido por Walter Mischel, en Estados Unidos, como otro equipo en Nueva Zelanda, que es el proyecto Dunedin, ha seguido a estos niños durante 25 años, y ha comprobado que el resultado de este test tan sencillo, es decir, la capacidad de aplazar la recompensa, anticipa, prevé mejor todo el resultado académico de este niño, su integración en el mundo del trabajo, en la vida familiar, en la vida social, que los test clásicos de inteligencia. ¿Y qué tiene este test de importante? Pues porque está, precisamente, estudiando las virtudes de la acción, concretamente, del aplazamiento de la recompensa. Cuando un niño o cuando un adulto necesita para actuar tener la recompensa inmediata, se ha metido en un camino sin salida. Porque no lo va a tener, y, por lo tanto, se nos va a venir abajo a la primera de cambio. De manera que esas, yo creo, que queremos desarrollar el talento de todos las personas, y el talento y tiene esos factores: elegir las metas, buscar la información, gestionar las emociones, ser capaz de actualizar esos conocimientos, la «learnability», y, por último, lo de ejercitar y desarrollar las virtudes de reacción.
“La ley universal del aprendizaje señala que toda sociedad, para sobrevivir, necesita aprender a la misma velocidad a la que cambia el entorno”
La comprensión depende de la memoria. ¿De qué tipo de memoria? De la «working memory», de la memoria en acción. Que fíjate lo que hace. Cuando estamos leyendo una línea, estamos centrando la atención en la palabra que en aquel momento estamos leyendo. ¿Y lo que hemos leído, qué ha sido de ello? No puedo decir que lo hemos olvidado, porque entonces no podríamos completar la frase. De manera que tiene que estar presente en la memoria. Muy bien, ¿y cómo está presente? ¿Literalmente? No. No recordamos lo que hemos leído palabra por palabra, y si es el párrafo, mucho menos. Y si es el capítulo de la novela, muchos menos. Entonces, ahí la memoria lo que va haciendo según va pasando del campo de la atención lo que hemos leído, no es que lo guarde, lo guarda resumido. Y hace una tarea de resumen. Y el resumen va a ser, cada vez, más sintético, de manera que, al final de 200 páginas, de lo que me acuerdo es justo de lo que necesito para comprender el argumento. Ahora sabemos que hay niños que eso no lo saben hacer. Y, claro, según van pasando, las palabras caen en el olvido, y no podemos pensar que esos niños puedan comprender nada, porque no mantienen en esa memoria operativa los resúmenes que son los que van a utilizar. ¿Qué debemos hacer con estos niños? Entrenarles en hacer resúmenes, entrenarles en que su memoria aprenda a hacer automáticamente resúmenes y vaya conservándolos. Como una especie de registro, como hacen los ordenadores. Lo van guardando, los borradores… Pero, mientras tanto, no solamente hay que hacer eso, tiene que estar recuperando de la memoria a largo plazo ¿todos los conocimientos? No, los conocimientos que son pertinentes para lo que está leyendo, y eso una tarea que al diseñarlo en un ordenador, sabemos lo complicado que es el buscar la memoria operativa que hace falta para el archivo que estoy haciendo. Y el cerebro lo hace con una ligereza y con una facilidad absolutamente pasmosa. Pero, fíjate que la memoria está haciendo dos tipos de trabajo esforzadísimo. Por una parte, va resumiendo lo que has leído, y, por otra parte, va sacando de la memoria a largo plazo lo que necesita para comprender eso. Entonces, mientras que en el primero teníamos que enseñar al niño o al adulto o al adolescente o a quien sea cómo hacer resúmenes, aquí tenemos que entrenarla para que busque en la memoria, y buscar en la memoria es una operación cansada, y nuestros alumnos tienen una resistencia numantina a buscar cosas en la memoria. Como no le salga inmediatamente, lo que te dice es: «No lo sé». Si les presionas, se empiezan a dar cuenta de que saben muchas más cosas de las que recuerdan al primer impulso. ¿Por qué? Porque tiene que buscarlo porque la memoria está organizada en redes, y, entonces, a lo mejor tengo que entrar por una red distinta, lejana, hasta llegar a donde llego, y eso gasta energía, eso les da mucha pereza. Entonces, manejar la memoria en acción significa que es una memoria que busca mucho, que combina mucho, que activa muchas zonas, que activa y deshecha. Eso es conocer cómo funciona el aprendizaje y eso es lo que debemos aprender.
Y luego, hay otro tema que sabemos que, realmente, se aprenden mejor las cosas que van acompañadas de un tipo de emoción. Pero eso no lo podemos asegurar siempre. Y tercero, hay unos estudios de una gran neuróloga del MIT, Rosalind Franklin, que demuestra por pruebas neurológicas que el cerebro de un alumno, cuando escucha una lección, registra menos actividad que cuando está durmiendo. De manera que cuando está durmiendo está más activo que oyendo una explicación. Pues habrá que hacer algo. ¿Qué deberíamos hacer los profes en los cinco primeros minutos de clase? Despertar el cerebro del alumno que está dormido. ¿Cómo? Bueno, pues ya son técnicas. Cada uno lo hace a su manera. Uno anticipa lo que va a hacer, otro pregunta, otro cuenta un chiste, otro tropieza en la tarima, lo que sea. Pero hay que dar por sentado que, en los cinco primeros minutos, hay que despertar el cerebro del alumno, porque entonces está en condiciones de aprender. Y mientras está dormido no está en condiciones de aprender. Eso es lo que hacemos, nosotros somos expertos en aprendizaje de matemáticas, expertos en aprendizaje de química, expertos en aprendizaje de lo que sea, y entonces eso es lo que tenemos que conocer muy bien, cómo se aprende.
Las dos tienen una función esencial en la inteligencia y en el aprendizaje. Fijaos que, muchas veces, damos demasiada importancia, al hablar de aprendizaje, al momento receptivo del aprendizaje. Estamos siempre diciendo lo importante que es leer, pero lo explicamos muy mal. Yo debo leer para algo, para pensar mejor, para divertirme, para comunicarme mejor, para comprender mejor, para seducir, para alguna cosa. Leer por leer se queda en el primer paso. De manera que el momento expresivo es tan importante como el receptivo. Y, por lo tanto, al aprender, debo aprender receptivamente y aprender expresivamente. Y el hacer historias o el hacer argumentos forma parte de esa función, de esa etapa que es la que culmina la inteligencia, el momento expresivo. Nunca podemos ni siquiera saber que hemos aprendido una cosa hasta que lo hemos expresado. Y ahí, una ver más, me pasma la sabiduría de los niños. A todos los docentes, si observáis a un niño, os puede dar unas indicaciones sobre el aprendizaje absolutamente, prodigiosamente sabias. Una niña de 8 años que un día me dice muy seria: «Pues yo estoy segura de que comprendería las matemáticas sí entendiera las palabras con las que me las explican». Eres un genio, tienes toda la razón. Y luego, otra cosa que dice: «¿Me tomas la lección, a ver si me la sé?». Esto es de una profundidad pedagógica absolutamente colosal. Claro, si no la digo, ¿cómo voy a saber si me la sé? ¿De dónde viene la palabra expresar? De exprimir. Si no exprimo, no me sale nada. Entonces, ese es un momento costoso. Me parece, cuidado, que el lenguaje es lo más complicado que ha creado la inteligencia humana y que quién es capaz de aprender el lenguaje, es capaz de aprender lo que le echen. Pero, se enseña de una manera tan sumamente torpe, que claro, las enseñanzas de lengua son enseñanzas… Ya empiezan mal, porque empieza la clase de lengua, silencio. Vamos mal. Pero, luego, es que, además, lo que hacemos es trasplantar asignaturas de universidad, las «gibarizamos» e intentamos que nuestros niños se emocionen con lo que es el sintagma, el semema… imposible.
En el quinientos seis y en el dos mil también
Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos, valores y dublé
Pero que el siglo veinte
Es un despliegue
De maldá insolente
Ya no hay quien lo niegue
Vivimos revolcaos en un merengue
Y en el mismo lodo
Todos manoseaos
¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!
¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador!
¡Y todo es igual! ¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
Bueno, ahora ya que estás aquí, acordándome de don Clemente Palencia, mi profesor de lengua que me explicó, por qué era tan bonito esto… Fíjate, por ejemplo, una descripción que hace uno de los tangos más conocidos. Está escribiendo la habitación de una señora, un mueble. Entonces, explica qué hay en él.
No hay porteros ni vecinos, adentro cóctel de amor.
Pisito que puso Maple…
Un telefono que contesta, una gramola que llora,
Viejos tangos de mi flor y un gato de porcelana
pa que no maúlle al amor.
Y la segunda historia, que es más corta, es que hace unos años me pidieron que hiciera el prólogo para las obras de un escritor que tuvo mala suerte… Primero tuvo mala suerte porque nació en una generación de genios. Y, claro, ser coetáneo de genios es una lata, claro. Es muy difícil que te vean. Luego, no tuvo éxito, fue inmigrante, era un gran escritor, se llamaba Max Aub. Y a mí me llamó la atención el epitafio que vi escrito para su tumba. Y es una frase que yo la repito, no porque tenga ningún interés en mi tumba, sino porque me parece de una sencillez, de una nobleza y de una profundidad admirables. Lo que quería que pusieran en su tumba es: «Hice lo que pude». Y yo creo que si todos fuéramos a dormir, durante un poco de tiempo, pudiéndonos decir sinceramente: «El mundo está fatal», ya, pero yo he hecho lo que he podido para que no lo esté. Pues, a lo mejor, asistíamos a un fenómeno como el de los caleidoscopios con los que jugábamos de niños. ¿Os acordáis que hacíamos un golpecito y cambiaba el dibujo? Bueno, a lo mejor, las cosas podrían cambiar con más rapidez de lo previsible o de lo que nosotros prevemos. Yo ya he hecho lo que he podido, así que ahora os toca a vosotros. Muchísimas gracias.