¿Eres una persona «vitamina»?
Marian Rojas-Estapé
¿Eres una persona «vitamina»?
Marian Rojas-Estapé
Psiquiatra y escritora
Creando oportunidades
Recupera tu mente, reconquista tu vida
Marian Rojas-Estapé Psiquiatra y escritora
“Sí, se puede aprender a ser optimista”
Marian Rojas-Estapé Psiquiatra y escritora
Marian Rojas-Estapé
“¿Se puede educar el optimismo? “Sí, se puede aprender a ser optimista”. Apasionada del mundo de la mente y del comportamiento humano, la psiquiatra y escritora Marian Rojas-Estapé ha investigado durante toda su carrera cómo la comprensión del funcionamiento de nuestro cerebro, nuestras emociones y nuestro organismo nos ayuda a vivir una vida más real a través de técnicas como la introspección, la atención plena o el deporte: “Nuestra voz interior influye en el sistema inmune y cuando comprendes por lo que pasa tu mente, te sientes aliviado; porque si no eres esclavo de síntomas físicos, psicológicos y vas perdido por la vida”.
Cuando Rojas-Estapé comenzó a estudiar Medicina sentía que siempre faltaba el plano emocional en el abordaje de las enfermedades, siendo reconocida por su enfoque humanista en la conexión de la salud física y mental con la somatización emocional. Marian es una de las psiquiatras más influyentes de la actualidad por su capacidad para explicar conceptos complejos de manera accesible, ayudando a muchas personas a conocerse y a gestionar de manera más consciente sus emociones. “Entender que la mente, el cuerpo y el alma están profundamente unidos es fundamental a la hora de abordar una terapia pero no patologicemos todo lo que nos sucede. No todo tiene que ser paliado con medicación y no todo tiene que ser tratado por un profesional. Hay procesos que cada cual tiene que vivir a medida que nos van sucediendo”, reflexiona.
Marian Rojas-Estapé es psiquiatra licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Navarra, y compagina su trabajo en el Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas con su labor como colaboradora en universidades, proyectos de cooperación, divulgadora y autora de obras superventas como ‘Cómo hacer que te pasen cosas buenas’, ‘Encuentra tu persona vitamina’, y ‘Recupera tu mente, reconquista tu vida’. Su último trabajo, en el que pone de relieve la urgencia de profundizar en nuestras vidas para saber elegir, identificar patrones y alejarnos del mundanal ruido para proteger nuestra salud física y psicológica.
Transcripción
Pero también tiene una influencia muy importante y es que, en un mundo como en el que estamos ahora, donde pasamos muchas horas enganchados a la pantalla, hemos dejado de conectar con temas muy importantes: con la naturaleza, con la contemplación, con la lectura, con las personas. Y, si no cuidamos esto, perdemos capacidad para comunicarnos con los demás. Al final, gran parte de la vida, o probablemente lo más importante en esta vida, es que nos sintamos queridos y seamos capaces de querer a los demás. Pero eso tiene que ser también en la vida real. Tenemos que volver a la vida real, a conectar con las personas. Y, conociendo cómo somos, lo que le conviene a nuestro cerebro, a nuestra mente, a nuestro espíritu, podemos envejecer mejor y sacar la mejor versión de nuestra vida. Y, queridos amigos y a todos los que me escucháis, aquí estoy para responder a vuestras preguntas e intentar acercaros a este mundo apasionante de la neurociencia.
El hipersensible se convierte en una persona vulnerable, el tímido se bloquea, el obsesivo vive siempre con pensamientos rumiativos, la persona perfeccionista vive en una sensación de insatisfacción vital. Y, si esto se mantiene en el tiempo, tendemos a somatizar. Y somatizar significa que llevamos todos esos síntomas al cuerpo y que nuestra mente activa síntomas psicológicos. Por lo tanto, lo primero es conocer quién soy yo, en quién me convierto cuando vivo en modo alerta de forma constante, cómo somatizo en mi cuerpo y qué síntomas psicológicos aparecen. Y, por otro lado, hay una pregunta muy importante y es cuáles son mis factores de estrés, qué me descarga a mí, qué me pone en modo alerta, qué me sube el cortisol. A veces, no tenemos identificado lo que nos pone en modo alerta. Pueden ser personas, recuerdos, circunstancias. A veces, puede ser subir a un avión, puede ser ver mi cuenta corriente, puede ser pensar en mi pasado, puede ser una herida sin resolver que ha dejado mi organismo y mi mente en modo alerta. Yo tengo que conocerme. También tengo que identificar cuáles son mis miedos. Para mí, una de las cosas más importantes que necesitamos es saber que todos tenemos miedo. El miedo es fisiológicamente real. El miedo está en una zona del cerebro. Hay gente que me dice: «Marian, es que a mí me gustaría no tener nunca miedo». Eso no es posible, porque el miedo existe, para que seamos prudentes. Lo malo es cuando el miedo hace un golpe de estado en mi mente y es el que influye en todas las decisiones que tomo. A veces, los miedos son fácilmente identificables: el miedo a la enfermedad, el miedo a la muerte… Pero hay otras veces que los miedos son más sutiles: el miedo a causar decepción, el miedo a no ser perfecto, el miedo a que no me quieran, el miedo a perder el control, el miedo a sufrir, el miedo al dolor… Y algunos de estos miedos, en pequeñas dosis, son necesarios para la vida.
Cuando yo me voy conociendo, a veces necesito sanar ciertos traumas, heridas, patrones repetidos que llevan años sucediendo incluso en mi familia. Muchos, cuando analizamos nuestras familias, nos damos cuenta de que hay patrones que se han repetido de padres a hijos, lo que yo denomino muchas veces en el libro, en ‘Encuentra tu persona vitamina’, «mis cimientos emocionales». Es decir, lo vivido en casa cuando yo soy pequeño lo considero normal. A veces, hay patrones en casa: lo que se come, cómo se habla uno, cómo se demuestra afecto, cómo se elige pareja… A veces, para poder ser vitamina, yo necesito tener identificados esos patrones y darme cuenta de si realmente son buenos, son saludables, son sanos, emocionalmente sanos, o son tóxicos, o me producen algún tipo de perturbación o me hacen elegir mal. Cuando yo elijo las personas de mi entorno, a veces elijo desde la herida, desde la carencia, desde la ausencia, o a veces elijo sabiendo cómo necesito personas en mi entorno que me ayuden. Para ser persona vitamina, identifico, conozco, supero y, luego, tengo que saber una idea importantísima. Se han hecho estudios a nivel mundial de qué es aquello que nos hace envejecer de la forma más saludable posible y se ha visto, después de múltiples estudios en la Universidad de Harvard, que lo más importante son las relaciones. Sentirse solo enferma, no sentirme querido-enferma, sentirme humillado-enferma. La soledad es profundamente tóxica. Por lo tanto, si tuviera que decir la… Para mí, la gran vacuna para los próximos años es encontrar personas en nuestro entorno que nos hagan bien, que nos ayuden, que sean nuestros amigos, nuestras amigas, en quienes confiemos, porque ahí se activa una sustancia maravillosa, un neurotransmisor, una hormona, en mi opinión poderosísima, que es la oxitocina, que está con nosotros desde el inicio de la vida, en el momento del parto y de la lactancia.
El vínculo de ese bebé con su madre, esa piel con piel que sabemos que disminuye los niveles de cortisol. Cuando estamos con nuestras personas vitamina, la oxitocina se libera, nos sentimos mejor, se fortalece el sistema inmune y nos sentimos mucho mejor con nosotros mismos y somos capaces de ser vitamina para los demás.
Acordaos de esto tan importante: nuestra mente y nuestro cuerpo no distinguen una amenaza real de una imaginaria. Y somos pesimistas por la imaginación, porque nuestra cabeza nos trae constantemente cosas negativas que nos pueden suceder, que en el noventa por ciento de los casos nunca van a pasar, pero que influyen en nuestra salud física y psicológica. Si yo tuviera que definir el optimismo o la actitud positiva, diría que tiene mucho que ver con cómo yo me hablo, ese runrún interior, al que yo le he dedicado muchas horas porque es parte fundamental de la psicoterapia que hacemos en consulta. Cuando una persona acude a consulta, uno de los temas más importantes es cómo te hablas. «Es que estoy triste, es que no lo voy a conseguir, no lo voy a intentar. Me han hecho una oferta de trabajo, pero seguro que al final cogen a otro». Esa voz interior tiene una influencia muy importante en nuestra vida y está científicamente demostrado que la actitud previa a muchas circunstancias de la vida influye poderosamente en el resultado. Si tú vas, por ejemplo, un día a una entrevista de trabajo y dices: «Bueno, seguro que no me cogen, seguro que hay gente que habla mejor inglés que yo. Hay gente que tiene unas herramientas o sabe más de estos temas de economía o de finanzas, o de lo que sea, y sabe más que yo y no creo que me cojan». La manera en la que tú te vas hablando influye en el área cerebral que tiene que, en ese momento, encontrar la solución para convencer al de enfrente, para solucionar lo que te está preguntando, para ser creativo. Cuando yo me hablo mal, mi corteza prefrontal es como que se llena de grises, está menos lúcida, está menos brillante y respondo peor a las cosas que me suceden. Otro ejemplo típico es el de los exámenes. Cuando una persona va a un examen, a una oposición, a la EvAU, a los exámenes finales de la universidad, cuando tú llevas la información más o menos sabida y te pones delante del examen, lo normal y lógico es que aparezca poco a poco la solución y que seas capaz de plasmar lo que sabes.
Pero, si tú llegas al examen nervioso, pensando: «Seguro que me sale mal, seguro que no me acuerdo…», tu cerebro tiene menos capacidad de encontrar la solución. Por lo tanto, aquí tenemos un tema fundamental con el optimismo y es: ¿mi voz interior tira de mí para arriba o para abajo? Todos la tenemos. Las mujeres la tenemos mucho más intensa porque tiene un componente emocional. Todo reduccionismo siempre es una pobreza, pero en general las mujeres tendemos a conectar todo lo que nos sucede con una voz interior y con una emoción. Los hombres, en general, saben compartimentar mejor aquello que les va sucediendo con su voz interior y, en algunos momentos, incluso, la voz interior les deja en paz, cosa que a nosotras no nos pasa y nos hace sufrir muchísimo. Porque traemos todo. Yo hoy estoy aquí, tengo a un hijo mío que ha estado enfermo este fin de semana y yo estoy con el tema de mi hijo en la cabeza. De vez en cuando me vuelve y pienso: «A ver cómo pasa el día». La voz interior influye poderosamente, como decíamos, en el resultado de muchas de las cosas que nos suceden. La voz interior influye en el sistema inmune. El optimismo, por lo tanto, influye en el sistema inmune, influye en la forma que yo tengo de afrontar la enfermedad. Porque la felicidad, en mi opinión… Es una palabra muy manida la felicidad, pero yo suelo decir que la felicidad es disfrutar de lo bueno cuando llega y gestionar lo malo cuando llega. Todos los que estamos aquí, incluida yo, por supuesto, y los cámaras y todo el equipo que tenemos aquí de ‘Aprendemos juntos’, todos estamos librando batallas en temas de nuestra vida. A todos nos preocupan muchas cosas. No conozco una vida sin batallas, por muy guapo, muy rico, muy poderoso, muy… Todos tenemos cosas que nos preocupan. En la microvida que llevamos, todos tenemos algún tema: de pareja, de salud, de algo de nuestras heridas sin resolver, del futuro, del pasado, del presente… Pero la clave es cómo yo me hablo de esas cosas que me están sucediendo. Si yo me hablo en negativo de todo lo que me sucede, porque a veces las cosas que nos suceden son muy dolorosas, eso influye en cómo yo voy a ser capaz de gestionarlo.
¿Se puede educar el optimismo? Se puede educar el optimismo. Tenemos esa neuroplasticidad maravillosa, con esa frase de Ramón y Cajal, nuestro querido premio nobel de Medicina, que decía que todo ser humano, si se lo propone, ahí está la clave, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro. ¿Por qué el «si se lo propone» es tan importante? Porque esa es la parte de actitud, de yo arranco y lo intento. Si yo soy de los que piensa que el optimismo no sirve para nada, nunca me lo propondré. Y, para eso, lo primero es identificar cómo me trato, identificar cómo hablo en general, cómo es mi discurso, cuál es el tipo de palabras que yo suelo emplear. ¿Soy de los que siempre está hablando en negativo, criticándolo todo, juzgando o intento que haya un discurso un poco más neutro o positivo? ¿Cómo hablo de los demás? ¿Cómo hablo de mis decisiones, de mi pasado, de mi presente, de mi futuro? Empezar a visualizar cosas buenas de la vida. A veces, tendemos a tener ese filtro, esas gafas que nos hacen verlo todo de forma grisácea y no vemos más que problemas y no vemos oportunidades. Cuando hablo de visualizar, significa a veces visualizar ilusiones. Suelo decir que no importa hacer castillos en el aire, siempre y cuando seamos capaces de crear cimientos bajo esos castillos. Soñar en grande, actuar en lo pequeño. «Quiero ser médico». «De acuerdo, pues ponte a estudiar». «Quiero tener una mejor salud física. Empiezo a hacer ejercicio todos los días». «Quiero encontrar pareja». «Quiero conseguir un trabajo en Estados Unidos». «Quiero…». Para querer… El querer es maravilloso. El tema es que yo sea poco a poco capaz de ir fraguando esas herramientas para conseguirlo. El optimismo es una forma de conectar con la realidad y de ver la realidad. Pero lo importante es que, bajo ese optimismo, yo vaya desarrollando herramientas para conseguir fomentar esa voz interior positiva.
Pero hay momentos en la vida en los que somos incapaces de activar ese optimismo, porque hemos sufrido mucho, porque estamos atravesando una depresión, un problema de salud grave, tenemos circunstancias muy adversas… y, cuando no tenemos ni una herramienta para activar el optimismo, porque la vida ha sido muy dura o está siendo muy dura con nosotros, no tengamos miedo a pedir ayuda para que alguien nos reconduzca hacia una nueva manera de mirar la realidad, volver a ver la realidad con nuevos ojos, porque sabemos que eso, a la larga, mejorará nuestra salud física y psicológica.
Lo pasé mal, sufrí. Y un día me senté con una cartulina en la mesa de mi casa y empecé a apuntar todas las cosas que yo quería hacer, que me apetecía hacer más o menos bien: cuidar de mi marido, cuidar de mis hijos, cuidar de mi salud, seguir divulgando, estudiar, contestar a los correos que me llegaban… y salieron como treinta cosas. Entonces, me di cuenta de que era absolutamente imposible, sobre todo con un niño que había que alimentar, el pequeño, que acababa de nacer. Y me di cuenta de que la clave de la vida era aprender a renunciar sin culpa sabiendo elegir lo mejor en cada momento. Me parecía imposible, porque yo misma aprendí a decir que no. Yo no sabía decir que no, yo pensaba que la clave de la vida era intentar ayudar a todo el mundo, siempre que pudieras, y hacerlo todo lo mejor posible. Y me di cuenta de que había épocas de la vida en las que había que renunciar a ciertas facetas, ciertas cosas que nos gustan en pro de otras que son más necesarias. A veces son momentos de la vida, otras veces son semanas de la vida, otras veces son días y otras veces son años. Lo primero de todo es saber que, para estar bien con alguien, con mis hijos, yo tengo que estar bien conmigo misma. Esta frase la repito yo en muchos momentos y con muchas circunstancias. Para estar bien con mis hijos, tengo que saber que ellos tienen momentos de su vida donde la presencia del padre o de la madre o de los cuidadores es más importante y hay otros momentos en los que lo que es necesario es tener conversaciones interesantes, que ellos sepan que estamos ahí… No es la misma presencia cuando es un bebé, cuando son niños de dos años, cuando empiezan con las extraescolares, cuando es la adolescencia… Es decir, cambiamos. Nuestra función de padres también se va amoldando a cómo ellos se van haciendo mayores. Y aquí entraría con varias ideas importantes. La primera es un concepto que a mí me ha ayudado mucho en mi vida personal y que yo lo empleo en consulta y, de hecho, sale en mi último libro ‘Recupera tu mente, reconquista tu vida’ y le dedico un capítulo a esto: lo que denomino la «batería mental». Es un concepto.
Nosotros tenemos la corteza prefrontal, que es la zona de nuestro cerebro que nos ayuda a conectar, a resolver, a prestar atención, a ser capaz de gestionar mis impulsos, mi impaciencia, mi irritabilidad… Es una zona muy importante. Nosotros, durante muchos años, hemos pensado que la corteza prefrontal, la atención, es una pila eterna: que uno puede estar trabajando veinticuatro horas delante del ordenador y que uno debería funcionar veinticuatro horas delante del ordenador porque hace deporte y come bien. La realidad es que esa pila, yo la llamo la batería mental, a lo largo del día se va desgastando. Uno duerme ocho horas, se levanta fenomenal. Imaginemos que tiene la pila al cien por cien, al noventa y cinco, porque el cien por cien pasa menos veces al año. Se levanta con el noventa o noventa y cinco de la pila, coge el coche, el autobús, el metro, y va a trabajar. La pila empieza a bajar. El tráfico, los gritos, llego tarde, se ha estropeado el metro, el autobús no llega… Es decir, las múltiples variables que van sucediendo. Llego al trabajo, tengo una discusión. Viene mi jefe, un compañero. No me da tiempo de comer bien. Como mal, no me sienta bien. Y, de repente, llego a casa a las seis, siete, ocho, nueve de la tarde. La batería está en menos del veinte por ciento. Una de las cosas que yo digo, simplificando, es que, cuando mi batería está en menos de un veinte por ciento, sale mi peor versión. Abro la nevera, ya no me apetece brócoli, lógicamente. Ahí ya me apetece ese hidrato de carbono con sal y azúcar poco saludable o pedir comida a domicilio. Estoy más irritable, estoy más impaciente, más sensible, con menos capacidad de hablar. Es decir, los nuestros viven nuestra peor versión. Llegamos a casa y se encuentran con gente agotada, con padres agotados, porque durante el día hemos ido resolviendo todo lo que había que resolver y, cuando llegamos a casa, intentamos que nuestros hijos vean… Nuestra pareja, marido, mujer, esposo, esposa… Pero, claro, cuesta porque hay que hacer el doble, el triple, de esfuerzo para conectar con ellos de la mejor manera.
Pero son sus gotas de padres, son sus momentos de padres, y por eso muchas veces tenemos que cuidarnos y decir: «Tengo que llegar a casa no tan desfallecido, porque cuando llega mi hijo…». A mí me pasa. Llegan mis hijos y me quieren contar cada uno el cole, los goles, lo que ha pasado con cada uno de sus compañeros… Les gusta que les cuente cuentos por la noche. Y yo me di cuenta de lo que era la batería en mí. Yo tengo muchísima imaginación, y me tumbo en la cama y les cuento aventuras fantásticas y mezclo historias y personajes de cuentos, desde Obélix a Aladdín, cuento todo tipo de historias. Y había veces en que me tumbaba en la cama y tenía que tirar de ‘Los tres cerditos’. Es decir, no había imaginación. Yo, que tengo una imaginación… Y, entonces, me decían: «Mamá, ‘Los tres cerditos’, no». Pero no había más, no había capacidad de inventar nada. Es decir, esa pila estaba en el cero coma cinco por ciento. La conciliación consiste en entender cómo soy yo, cómo soy yo con ellos, cómo soy yo capaz de demostrarles afecto, cómo son cada uno de ellos. No son iguales los hijos que tenemos. Tenemos uno, dos, tres, cuatro, los que tengamos. Cada uno requiere un momento de conexión, tiene una sensibilidad diferente, tiene momentos donde, de repente, abren ese canal de comunicación y hay que pillarlo al vuelo. Con uno de mis hijos, que es al que le cuesta más expresar sus emociones, he descubierto que, cuando me tumbo con él por la noche, puede estar media hora contándome temas. Entonces, todo lo que no ha contado durante el día lo cuenta en ese momento. Intentar saber cómo son ellos. A veces será ir a realizar actividades, ir a ver un concierto, ir a tomar algo a un bar, a una terracita, llevarlos a una librería, a una biblioteca… Es decir, vivir experiencias con ellos. En el caso de la adolescencia, funciona muy bien porque te hablan durante. Si tú te sientas a su lado y les dices «Cuéntame cómo estás», probablemente les cueste mucho más expresar que si realizando una actividad. Pero, como padres, tenemos que saber que no siempre estamos al cien por cien, no nos podemos culpabilizar constantemente.
Uno de los temas que he intentado divulgar más este año es la culpa, sobre todo con la madre, con la maternidad, porque a las mujeres, hoy en día, al trabajar, muchas veces nos cuesta conectar como nos gustaría con nuestros hijos y somos plenamente conscientes de que ven una facción, una faceta, de nosotras mismas, cansada, agotada, irritable, y nos sentimos culpables. Deberíamos estar en la función, deberíamos haberles hecho el disfraz, deberíamos… Pero nos cuesta llegar a todo, porque nos cuesta llegar a todo. Y a veces lo que hay que pensar es dónde puedo renunciar un poquito, dónde puedo fortalecer. Hay épocas de la vida en que estaremos más pendientes o menos, y saber que es un equilibrio, son unos malabares. Yo utilizo mucho la corteza prefrontal para decidir que hay épocas a los que esto no llego y no llego, y no se llega porque no se puede llegar a todo, pero que no suspendamos en nada: que no suspendamos en cómo nos cuidamos, en cómo cuidamos a nuestra pareja, que no suspendamos en nuestro trabajo, que no suspendamos en cómo cuidamos de nuestros padres si es que viven… Es decir, no podemos estar en diez en todo. En diez como padres, en diez como hijos, en diez como trabajadores, en diez como mi salud, mi sueño. No podemos, pero que seamos conscientes de qué variables van teniendo nuestras vidas y, para ello, tenemos que parar, tenemos que reflexionar, de vez en cuando decir: «Uy, la vida me está comiendo, la vida me está comiendo y, de repente, ha pasado este año y no me he dado cuenta de que mis hijos se están haciendo mayores, los veo distantes, están enganchados a los móviles, estoy distanciado de mi pareja porque me he enfocado tanto en los niños… o acaba de nacer un bebé y de repente no tengo comunicación con mi pareja». Es decir, de vez en cuando, no tener miedo a frenar, analizar en qué punto estoy de mi vida, a darme cuenta de que quizá en ese momento tengo que renunciar a una faceta. Hay gente a la que le encanta el deporte, gente que tiene demasiada vida social, gente que viaja mucho, gente que dedica mucho tiempo, quizá, a cosas que le impiden enfocarse en lo importante. Es un reto.
No hay una respuesta perfecta, pero mi opinión es saber cuáles son las facetas más importantes de mi vida, saber elegir sin culpa, saber renunciar sin culpa y dedicarles todo lo que podamos de tiempo es una vacuna para su salud física y psicológica.
Es verdad que la clave de la vida consiste en conectar con nuestro presente de la mejor manera posible, es decir, las pequeñas alegrías, los pequeños detalles. Pero suceden varios factores. Lo primero es que nuestra mente no siempre la podemos controlar y hay cosas que, de forma subconsciente, nos recuerdan. ¿A quién no le ha pasado…? Hay cosas que se entienden muy bien. Uno de repente está en un sitio maravilloso… Me decía el otro día una paciente mía que se fue a Italia, entró en una tienda, estaba feliz y en la tienda había un olor, una tienda de perfumes, que le recordó a su abuela. Y, entonces, de repente se fue a su pasado. Es decir, hay veces que hay estímulos que activan recuerdos y, otras veces, asociaciones que no son conscientes pero que activan cosas de nuestro pasado. Es decir, nuestro inconsciente detecta cosas de la realidad mucho antes que nuestra consciencia. Por eso a veces estamos en sitios y nos acordamos de cosas del pasado, del futuro. Vemos y decimos: «¿Pero por qué me acuerdo ahora de esto? ¿Por qué me viene esto la cabeza?». La neurociencia ha avanzado mucho en estos aspectos y se está viendo que lo inconsciente va más rápido, lógicamente, que nuestra corteza prefrontal, que es la que nos ayuda a decir: «Esto es por esto». Pero en unos años entenderemos mucho mejor cómo funciona. Pero, mientras tanto, ¿qué herramientas funcionan? Mientras tanto, ¿qué herramientas son las necesarias para conectar lo mejor posible con el presente? Nos ha tocado vivir un presente acelerado, hiperestimulado. Yo suelo decir que le hemos metido ‘fast’ a la vida: los audios x1.5, x2… Yo hablo rapidísimo en los audios para que nadie le ponga el 1.5. Quiero que la gente escuche el audio con todo lujo de detalles. Y, cuando le metemos el ‘fast’ a la vida, nos enteramos del grueso, pero perdemos los detalles y, al final, la felicidad está en los pequeños detalles. El ‘fast love’, la ‘fast food’, la ‘fast life’, la aceleración a todo. Porque parece que lo importante es consumir mucho sin reflexionar sobre lo que estamos consumiendo. Esto para mí es un gran diagnóstico del siglo xxi.
Le hemos metido esa aceleración a todo, con ese FOMO, el ‘fear of missing out’, el miedo a perderme las cosas. Hay que vivir constantemente conectados, acelerados, a base de drogodependencia emocional. Es decir, necesito sentir y necesito saber constantemente lo que está pasando en mis amigos, en Instagram, en TikTok, en las páginas de noticias que cada uno lea… Es decir, es imposible estar al día de todo y a la aceleración a que lo estamos consumiendo. Consumir rápidamente sin reflexionar sobre lo consumido, qué tema tan importante hoy en día. Por lo tanto, acelerados, no podemos disfrutar de los pequeños placeres del día. Si uno va a un restaurante un día y se pide una carne riquísima con una salsa con setas deliciosa, le ponen un maridaje con el vino, tiene un pan que han hecho en el propio restaurante con aceitunas, te ponen el aceite para mojarlo… Todo eso es delicioso. Pero, si tú te lo tienes que comer en tres minutos cronometrados, tú sales sabiendo que había un pan, que había un trozo de carne que no has identificado cuál es, el vino no has sabido identificar si era bueno, malo o intermedio. Has sabido que has comido, has podido identificar el producto, pero no lo has saboreado. Por lo tanto, una vida acelerada es una vida que no se saborea y la felicidad está en ese presente, en que haya momentos en los que yo le ponga freno a la vida, en los que yo diga: «Un momentillo, lo voy a disfrutar». Sin estímulos externos. Es decir, como y como, sin estar contestando ‘mails’, sin estar como con mil temas… Yo estoy comiendo. Veo algo y contemplo. Qué importante es la contemplación. La contemplación es mirar lo que hay fuera con ojos nuevos. Es decir, hay… De hecho, hoy en día se está recomendando la contemplación como un método de fortalecimiento de la corteza prefrontal. Incluso, los holandeses han ido más lejos y hablan del ‘nixen’, que es no hacer nada, sin culpa. De repente, me siento y estoy diez minutos en que no hago nada. El otro día… He decidido introducirlo en mi vida como puedo, el no hacer nada sin culpa. Entonces, a veces… Lo he hecho tres veces, ¿eh?
Me siento en un banco y observo. Entonces, no hago nada. Simplemente observo, freno, bajo, y a ver qué sucede. Lo único que hago es un poco intentar respirar profundamente. Y el otro día estaba esperando en la parada del autobús del colegio de los niños. Llegué con diez minutos. Entonces, me senté en un banco cerca de la parada y dije: «Bueno, a no hacer nada. Diez minutos». Nada, ni siquiera… Nada, simplemente observar. Entonces, vi a unos ancianillos muy mayores con bastón cruzar la calle, cómo él la ayudaba a ella a cruzar. Me pareció una ternura la escena. Entonces, agradecí tener la oportunidad de verlos, esa sensación de agradecimiento, que yo lo uso mucho para conectar con el presente. Y, de repente, un tipo se sienta a mi lado en el banco y me dice: «Uy, doctora, aprovechando que está sin hacer nada, quería consultarte que tengo ansiedad. Tengo como taquicardias todo el día». Digo: «Mira, es que estoy en mis diez minutos de no hacer nada sin culpa». Y me dijo, con mucha gracia: «Pues entonces volveré en un momento en que estés haciendo algo». Pero, en condiciones normales, habría atendido a este tipo del banco, pero en ese momento había decidido hacerme violencia para frenar. Hoy en día, acelerados, tenemos que hacernos violencia para poder frenar y conectar con ese presente, no las veinticuatro horas del día, sino que haya instantes a lo largo del día, de la semana, en los que yo de repente digo: «Pues estoy aquí con mi hijo, con mi pareja, con mi madre…». Me decía otro día una paciente: «Ahora voy a ver a mi madre a la residencia de ancianos y, aunque sé que no se entera y no se acuerda de muchas cosas, le acaricio las manos, le cuento algo de mis hijos… y, ese rato, que ella note que yo estoy frenando para mirarla a los ojos». Parte de disfrutar del presente es cómo miro la realidad. Basta mirar algo con interés para que se vuelva interesante, pero tenemos que volver a aprender a mirar la realidad. Acelerados, vemos la realidad de otra manera. ¿Cómo conectamos con el presente? Lo primero de todo es decidir que quiero conectar con el presente. Es una decisión.
Lo segundo es darme cuenta de dónde vivo más acelerado: si en el trabajo, si en mi vida personal… Tercero, cuáles son mis vías de escape. Es decir, ¿vivo constantemente en mi vía de escape, en mi dispensador automático de dopamina, que son las redes sociales, y entonces, cada vez que estoy un poco abrumado o agobiado o estresado, me voy a la pantalla? Porque, al final, en la vida, cuando quiero conectar con el presente, a veces surge el aburrimiento, a veces surge el malestar, a veces surge el agobio, a veces surgen pendientes en mi cabeza de cosas que no he hecho, temas que me agobian, que no sé resolver y, entonces, mi cerebro me dice: «No, no, no sufras. Corriendo, vía de escape. Vete a tu dispensador de dopamina que te va a anestesiar tu mente y así no conectas con el presente». Y, ahí, la clave es decir: «No, un momento. Yo quiero aprender a enfrentarme al presente, aunque a veces ese presente me cueste, aunque no sea fácil». Abrazar, naturaleza, música, cosas relacionadas con la mano… Por lo tanto, conectar con el presente es que me llega lo bueno y lo disfruto, que uso mis manos, que toco, que abrazo, que no tengo miedo a expresar afecto, a que identifico cuáles son mis vías de escape, qué me tiene acelerado e hiperestimulado. Y vuelvo… Pues, quizá, a veces es si tengo una mascota, si tengo un perro, que genera oxitocina y, por lo tanto, me ayuda a conectar. Que sea capaz de disfrutar y que a veces cuando me vengan esos pensamientos del pasado o del futuro, los veo, los recibo y los dejo pasar y sigo con mi presente. Si es algo importante, ya volverán y ya los tendré que resolver. Que ese momento se convierta en un instante de disfrute, de conexión, y que yo luego diga: «Estoy aprendiendo a conectar con mi presente y esto me gusta».
Yo pregunto muchas veces a la gente cuando llega a mi consulta: «¿Tienes algún matrimonio, alguna pareja, a quien admires, que te parezca que han sido un buen ejemplo para ti a nivel de amor?». Porque, claro, son muy importantes los referentes en la vida. Hace poco… Una paciente de mi consulta nació en un entorno muy desfavorable: su madre tuvo múltiples parejas, ella nunca supo quién era su padre, vivió siempre la violencia en casa, su madre acabó una temporada yéndose, se quedó sin madre, luego volvió, la crio una tía, la tía era soltera, luego la tía tuvo una pareja… Es decir, ella nunca tuvo referentes de afecto. A la hora de elegir pareja, ella no sabía qué tenía que buscar. No sabía si tenía que saciar un vacío, buscar piel, compañía, alguien bueno, alguien trabajador… Y, al final, se equivocó. Ella es consciente de que sus cimientos emocionales eran muy débiles y que no la ayudaban a elegir bien. Os doy un ejemplo: una mujer que ha vivido en su casa un padre alcohólico, con problemas de alcoholismo. En el cerebro de esta niña pueden pasar varias cosas. La primera es que el alcoholismo lo deteste, porque su padre venía alcohólico y gritaba, había violencia en casa, había una situación crítica y, por lo tanto, ella odie todo lo relacionado con el alcohol. En su edad adulta, cuando ella replica, buscará quizá gente que no beba nada, pero que no beba ni una copa de vino, ni una cerveza, ni brinde, porque eso le genera… le reabre la herida. Pero también hay mucha gente y todos conocemos… Y cuando yo roté en la unidad de adicciones me sorprendió enormemente. De repente, una mujer venía a hacer terapia familiar, terapia de pareja, porque su pareja, su marido, era alcohólico y me decía: «Mira qué mala suerte. Mi padre también fue alcohólico, mi abuelo también fue alcohólico…». Yo decía: «¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que, en una familia donde tu padre y tu abuelo fueron alcohólicos, tú hayas replicado esto?». Entonces, me di cuenta de que, a veces, cuando nosotros hemos aprendido algo, hemos visto ciertos patrones, nos cuesta mucho más discernir, cuando esos vienen, si son buenos o malos.
Si ha habido siempre gritos en casa, a veces esos gritos nosotros pensamos que son lo normal, porque la gente se habla en forma de gritos, la gente se falta al respeto muchas veces, y yo me hago mayor y, de repente, tengo relaciones donde hay un poquito de violencia. Y cuando a uno le preguntas, le dices: «Pero eso no lo puedes aceptar». Y te dice: «Bueno, yo es que lo he visto normal siempre». Esto sucede también en positivo. Imaginemos una familia donde hay mucha expresión de afecto. En mi casa, por ejemplo. Mi familia somos de un expresivo… Una cosa… Nos decimos una cantidad de veces «Te quiero» al día… Es demasiado. Somos muy muy muy expresivos, pero porque venimos de familias donde expresamos mucho. Y hay gente que viene a mi casa y a que le parece un poco pegajoso cómo somos los Rojas. Pero, bueno, somos así, somos extremadamente afectivos. Cuando nosotros hemos elegido pareja, hemos elegido parejas muy afectivas porque hemos replicado lo que hemos visto en casa. Cada uno de nosotros tiende a buscar temas relacionados con esos cimientos, a veces porque huye, a veces porque replica. Lo bueno es tenerlo identificado y decir: «Vale, yo sé que estos son mis cimientos, ¿pero esto está bien o no está bien?». Porque a veces los cimientos son la búsqueda de sanar alguna herida. Nuestros cimientos emocionales influyen poderosamente en qué elegimos. ¿Qué más influye? La pareja anterior que hayamos tenido. Esto es muy importante. Si venimos de una pareja que nos ha hecho daño de alguna manera, nos vamos al extremo contrario. En consulta, siempre les pregunto a mis pacientes, les digo: «¿Por qué te casaste o por qué elegiste esta pareja?». Y hay veces en que la gente te dice: «Porque era buenísimo, porque tenía estas cualidades…». Y hay veces en que te dice: «En contraposición de lo que venía. Es que venía de lo opuesto y, entonces, me fui a esto, porque venía de algo que me había hecho sufrir tanto que cualquier cosa que me recordaba a esto me hacía huir en sentido contrario».
Cuando conocemos nuestros cimientos emocionales, hay que tener en cuenta que la fase de elegir pareja son diferentes procesos bioquímicos, mentales, hormonales… Las hormonas juegan un papel apasionante. Mi padre tiene una frase que me encanta que dice: «El amor, cuando llega, puede ser muy ciego, pero, cuando se va, es muy lúcido». Esto, dicho en nuestras cortezas prefrontales: el amor, cuando llega, sistema límbico a borbotones. Bloquea la corteza prefrontal. Por tanto, no veo. Da igual si tiene veinte años más, veinte años menos, está casado, casada, tiene hijos, vive en otro país, cosas… Da igual, porque la corteza prefrontal eso no lo ve, pero siente la emoción tan fuerte que busca el vínculo. Ahora, cuando pasan unos meses… La persona que más ha estudiado estos temas, o una de las personas, es la doctora Helen Fisher, en Estados Unidos, y dice que dura en torno a diecisiete meses. Ella hace una media de diecisiete meses, y de repente se baja la espuma esa y de repente ves una cantidad de cosas… Hay muchos que te dicen: «Eso no lo tenía al principio». No lo viste. Tu corteza prefrontal estaba nublada, no lo vio. A mí me encanta porque hay gente que viene a verme a la consulta y me dice: «Marian, estoy con la corteza prefrontal bloqueada, pero no me la desbloquees por ahora, que es tal la sensación de bienestar de pensar que lo tiene todo perfecto o es absolutamente perfecta…». Entonces, bueno, me encanta que la gente ya se vaya conociendo. De hecho, Helen Fisher dice que son tres fases. Ella dice que, primero, está el deseo sexual, que es esa parte más animal, más instintiva, donde sientes una atracción. Luego, está el amor romántico, que es que, de todos o de todas, te empiezas a enfocar, a concentrar, solo en uno o en una. Y, luego, es el apego, que es: «Quiero estar con esta persona el resto de mi vida». Yo tiendo a ampliarlo un poco con respecto a Helen Fisher. Lo primero es la chispa, efectivamente. Llegamos a un sitio y alguien nos llama la atención. Puede ser un tema físico, puede ser por cómo habla, por cómo viste… por algo que vemos de la otra persona y mi cuerpo, mi mente, reacciona y le apetece acercarse a esa otra persona, conocer más…
A veces sucede en un primer momento y a veces es gente que lleva mucho tiempo en nuestras vidas y un día lo sientes de otra manera. El segundo paso, que es el que nos saltamos siempre, porque la corteza prefrontal está ahí, que está medio aturdida, es poner un poquito de cabeza, poner un poco de corteza prefrontal y en ese instante donde la chispa se ha empezado a activar, decir: «¿Me conviene? ¿Me hace ser mejor persona? ¿Está en mis criterios, en lo que yo sé que es bueno para mí?». Y, para eso, yo tengo que haberme conocido y esos cimientos emocionales tenerlos identificados y decir: «A mí me conviene una persona deportista. A mí me conviene una persona con mucho sentido del humor. A mí me conviene una persona muy trabajadora». Porque todos tenemos nuestra historia y hay cosas que nos convienen más porque hay que pensar a largo plazo. Una cosa es el corto plazo. Pero es que, cuando tú piensas a largo plazo, ahí la corteza prefrontal es clave. Pero durante muchos momentos de enamoramiento bloqueamos esa corteza prefrontal y directamente nos enamoramos. Y cuando nos enamoramos, ya es mucho más difícil porque hay que esperar a ver si eso se consolida o no y se sufre. Y el post y el recordar y el culpabilizarme… Entonces, la chispa, meter un poquito de cabeza en ese momento… Que a veces es cuestión de minutos. En mi caso tardé dos años, con la corteza prefrontal. Quiero decir, luego las hay con tiempo, como fui yo. Enamorarse. Y, luego, la parte fundamental, que es la voluntad. La voluntad es que yo decido que, aunque haya días en que me apetezca más, haya días en que me apetezca menos, los sentimientos fluctúen… voy a intentar trabajar la relación. Lo que pasa es que muchas veces lo ponemos todo en manos de los sentimientos y aquí todos los que estamos a veces queremos mucho a nuestros padres, hermanos, hijos, amigos, pero hay días en que nos caen peor, que los soportamos menos, pero no por eso los desechamos de nuestra vida.
Sabemos que los sentimientos fluctúan, pero que la razón tiene que aprender a conducir a veces esos sentimientos y que siempre que se pueda hay que intentar trabajar la relación, porque es muy satisfactorio darte cuenta de que estás trabajando eso que elegiste en un momento dado. Porque cambiamos, porque pensamos que vamos a sentir siempre lo mismo, que no vamos a cambiar ni ellos ni ellas, que vamos a ser siempre iguales. Pero es que el amor ‘per se’ siempre se va modificando, los sentimientos… Nosotros maduramos como seres humanos. Entonces, hay que irse adaptando a esos cambios y, para eso, necesitamos la voluntad, ejercitarla. Y para eso hay que intentar trabajarlo lo mejor posible. Decía Quijote: «A quien acierta en el casar no le queda en qué acertar». Es decir, que, si acertamos en esto, tenemos muchas más probabilidades de que nuestra vida sea mucho más feliz, mucho más plena. Y a aquellos que estén escuchándome, que todavía estén buscando: que se conozcan, que se identifiquen, que vean aquello que necesitan para sacar lo mejor que llevan dentro y que, cuando llegue, pues intenten trabajarlo para sacar la mejor versión de esa pareja, porque el amor es lo que nos hace más felices, más fuertes y más plenos en esta vida.
A veces hay crisis de verdad, hay humillaciones, hay infidelidades, hay mentiras, hay temas muy graves, y ahí es cuando las dos personas se tienen que sentar uno enfrente del otro y decir: «¿Queremos solucionar esto?». Porque, para solucionarlo, es cosa de dos. Hay veces en que tira uno más que el otro. Esto lo vemos siempre en terapia de pareja, que hay uno que notas que está tirando porque tiene mucho más interés que el otro, por alguna razón. A veces uno quiere ser perdonado, uno quiere que le perdonen, uno no sabe perdonar. Hay gente que viene y dice: «Marian, para que mi relación funcione, necesito perdonar y no sé perdonar». Por tanto, si tuviera que dar el primer ‘tip’, sería aprender a perdonar. Todos necesitamos que nos perdonen, porque a veces nos equivocamos, a veces hacemos cosas que no están bien, y sucede porque la vida es así, somos imperfectos. El tema es que a veces hacemos cosas que son muy duras, que hieren mucho a la otra persona o debilitan mucho la relación, y a veces son pequeñas cosas del día a día. Y, por otro lado, igual que queremos que nos perdonen, necesitamos perdonar. Yo siempre digo que perdonar es un acto de amor. Perdonar es ir al pasado y volver sano y salvo. Perdonar no significa ir al pasado y «No, ya está», o a esa persona que me ha hecho muchísimo daño la traigo a mi casa todos los días… Esto lo digo en condiciones distintas a la pareja. A una persona que me hizo mucho daño, un jefe, un exnovio, una expareja… de repente me la traigo a casa. No, perdonar es que, cuando vas a esa escena del pasado, escuece un poco, pero me vuelve a permitir conectar con el presente. No me neurotiza, no me intoxica de cortisol, no me llena de rabia, no saca lo peor de mí. Para perdonar, hay que aprender a gestionar cómo me hablo con respecto a lo que sucedió, si voy trayendo escenas parecidas a lo largo de la vida de forma constante y, por lo tanto, cuando intento perdonar, es que me viene la retahíla de escenas similares y no puedo. Perdonar es fundamental.
Lo segundo es fomentar las habilidades de comunicación, es decir, cómo me comunico, cómo cuento cómo estoy, cómo le explico a la persona que tengo delante que estoy triste, que estoy cansada, que últimamente no me siento tan querido o querida por la persona que tengo en casa… Es decir, cómo voy explicando cómo estoy yo y cómo recibe la otra persona. A veces, vivimos, convivimos, con personas que tienen alexitimia, que son alexitímicos. Significa ‘a’, partícula negativa, ‘lexos’ y ‘timia’. Es decir, la capacidad que yo tengo para expresar mis emociones. Los alexitímicos son gente mucho más interna, a la que le cuesta mucho más expresar lo que siente. No significa que no tengan emociones ni sentimientos. Ojo, esto es importantísimo. Significa que el canal de comunicación no lo tienen tan abierto y se lo guardan. Entonces, hay personas…. Estoy pensando en un paciente que el otro día vino a mi consulta porque su mujer me lo ha pedido. Su mujer me dijo: «Habla con mi marido y dile que me diga de vez en cuando que me quiere». Entonces viene el marido y le digo… Llevan diez años casados. Y le digo: «¿Le puedes decir que la quieres?». Y me dice: «Ya se lo dije el día que nos casamos y no he cambiado de opinión». Y le digo: «Pero es que no sabes… A veces te prometo que ayuda a decirlo a lo largo de la semana». «No soy capaz, Marian. Mis padres nunca se dijeron “te quiero”. A mí mis padres nunca me dijeron que me querían. Yo sabía que me querían y, de hecho, sé que me quieren, pero no nos lo decimos». Pero, claro, su mujer dice: «Me vendría genial que de vez en cuando me lo dijera». Entonces, hemos negociado un corazón una vez al día por WhatsApp. Bueno, poco a poco se empieza. Es decir, cómo son mis lenguajes del amor, cómo comunico. A veces es con detalles, con mensajes, verbalmente, mis caras, el lenguaje verbal y no verbal. Hay personas que expresan muchísimo con la cara. Todos, que conocemos a nuestras parejas, maridos, mujeres, sabemos que la cara lo dice todo. Según cómo entra por la puerta él o ella, «Algo está pasando», ¿no? Es decir, ¿cómo cuido yo mi comunicación? ¿Soy capaz de expresarme?
A veces, nosotros, en terapia de pareja, uno de los temas al que yo le dedico más horas es a cómo me comunico, cómo expreso mi desagrado, mi enfado, mi frustración. «¡No me ayudas!». Y, entonces, unos gritos, un silencio. Te castigo con el silencio, te castigo con mis gritos, te castigo haciendo cosas que boicotean la relación. Cuidado con eso. Lo tercero, identificar cómo es mi sensibilidad y la de la persona con la que yo estoy. Hay personas que tienen esa alta sensibilidad. Son personas altamente sensibles que todo lo captan: un mal tono, un silencio, un gesto… y todo lo captan y, entonces, están a flor de piel y viven constantemente en modo alerta en la relación porque cualquier detalle las hace sufrir. Por otro lado, hay personas que tienen mucha menos sensibilidad, cuidan menos los detalles, cuidan menos todo ese tipo de temas tan importantes, lo que me lleva al siguiente punto: ¿cómo cuido los detalles? Tiene que haber detalles, tiene que haber capacidad de acordarme de cosas importantes para la otra persona. Si para la otra persona, para él o ella, es importante su cumpleaños, su santo, que le pregunte por el trabajo, por su familia, que esté pendiente… Conocer a la otra persona. Al final, cuanto mejor conozco a la persona que tengo delante, más fácil es hacerla feliz. Para conocerla, a veces, tengo que salir de mí mismo, de mí misma, y decir: «¿Qué necesita? ¿Cuáles son las cosas que yo sé que hacen feliz a la persona que tengo delante?». Yo, por ejemplo, en mi matrimonio, a mi marido le encantan las películas de ciencia ficción. A mí me horrorizan, no soy capaz de verlas, pero de vez en cuando le digo: «Oye, ¿no te parece que hoy es el típico día para ver una peli de ciencia ficción?». Y eso se hace por amor, no porque me guste ciencia ficción, pero porque sé que él le apetece y no me las pone porque sabe que no me gustan. Pero hay veces en que no nos apetece, que estamos cansados, que estamos frustrados y lo que queremos es que nos cuiden. Hacer, de vez en cuando, escapadas.
Esto, mi hermana, Isabel, que es psicóloga, lo recomienda muchísimo. Una escapada, que puede ser ir dos horas a un bar y dejar a los niños con alguien que se te los quede cuidando y tomarte algo y reírte. Irte a un concierto. Si te puedes pasar una noche fuera de casa… Para volver a reconectar, para que esos sentimientos vuelvan. Porque a veces vivimos en esa rueda de familia, niños, familia política, trabajo, los problemas que hay que gestionar y la vida de pareja se convierte en una vía de resolución de problemas, de gestión de días, de gestión de niños, y no hay ese amor por el que elegimos a esa persona. Y hay que volver a esa piel con piel, volver a los abrazos, intentar tener una vida sexual lo más saludable posible. Hay épocas de mucha más vida sexual y épocas de menos. Pero intentar que eso sea un tema del que se pueda hablar, porque hay veces en que no estamos en los mismos momentos de sexualidad, de afectividad, de intimidad, de piel, y eso requiere, vuelvo, conversación, poder hablar los temas y que nunca falten momentos donde nos riamos. El sentido del humor. Fomentar momentos donde nos podamos volver a reír a carcajadas, desdramatizar. Porque, si una pareja lleva mucho tiempo, lo lógico es que haya pasado momentos buenos, pero también momentos muy malos, porque se muere gente, porque hay problemas económicos, porque hay problemas de salud, porque hay heridas dentro del matrimonio, porque hay momentos en los que nos hacemos daño sin querer, porque hay temas que cada cual trae de su historia, de sus heridas, que son temas de enorme sensibilidad que a veces no sabemos gestionar… Y que de vez en cuando podamos darle dosis de humor. Una pareja que se ríe es una pareja que tiene muchas probabilidades de funcionar mucho mejor. Cuidarnos, saber salir de nosotros mismos. Generosidad, respeto. Y, si nos equivocamos, porque siempre nos equivocamos, porque no somos perfectos, no tener miedo a pedir perdón y a perdonar nosotros cuando tenemos que hacerlo.
Las suegras míticas, el cuñado, el jefe, una expareja, una nuera, un yerno, es decir, esas personas que en algún momento de la vida o en nuestro presente nos hacen sufrir. Lo que tenemos que saber es que eso tiene un impacto en nuestra salud física. Primero, hay que identificar quiénes son esas personas que me hacen daño. ¿Me hacen daño por algo real que está sucediendo, por algo que yo me imagino o por algo que sucedió que yo no he sido todavía capaz de cerrar o de perdonar? ¿Cada vez que esa persona viene a mi mente, me enfermo? ¿Soy capaz de lidiar con eso, soy capaz de sanarlo, de gestionarlo? O, quizá, me tengo que distanciar. Hay veces en la vida en que tenemos que distanciarnos de gente que no nos hace bien. El otro día hablaba con una amiga mía cuya madre se pasa el día comentando cómo ella educa a sus hijos, la vida que lleva, la pareja que tiene, cómo está la casa, el orden… Ella es madre de familia numerosa y, entonces, pues tiene la casa como la tiene. Entonces, cada vez que llega, le critica la limpieza, la ropa, los niños, lo mal que comen sus hijos, que es mala madre… Entonces, ella vive en alerta constantemente porque los audios de su madre son terribles, porque su madre viene a su casa y todo lo juzga… Entonces, me decía el otro día: «Marian, pero es mi madre». Y le digo: «Ya, pero es que cada vez que viene tu madre a casa, que es todos los días, estás en modo alerta, estás esperando la frase negativa. Haces las cosas por lo que tu madre te vaya a decir. ¿Significa que tu madre es tóxica? No, significa que la presencia de tu madre y los audios de tu madre activan tu modo alerta». Tenemos que identificarlos. A veces tenemos que distanciarnos, a veces tenemos que poner límites y a veces tenemos que perdonar. No siempre es fácil. Quiero decir, porque el perdón, que ya hemos hablado aquí de ello, es un acto de amor. Es decir, pues hay personas a lo largo de la vida que nos fallan. Uno es lo que sucedió, lo segundo es cómo yo me narro lo que sucedió y lo tercero es cuánto me influye a día de hoy.
Cuando esas personas tienen la capacidad de ponernos en modo alerta muchas veces, ese modo alerta nos intoxica de cortisol, esa intoxicación de cortisol de la que se ha hablado mucho y yo he divulgado sobre ella tiene la capacidad de enfermarme a nivel físico, psicológico y de conducta. Cuando yo vivo en modo alerta constante por personas en mi entorno que activan esa toxicidad, mi sistema inmune se deteriora, tiendo más a enfermarme, esa intoxicación de cortisol me inflama, eso tiene la capacidad de influir en tiroides, paratiroides, en el eje intestino-cerebro… Uno dirá: «¿Puede mi suegra afectar mi intestino-cerebro?». Puede, puede, puede. ¿Por qué? Porque vivir constantemente en modo alerta activa, por ejemplo, la microbiota y puede deteriorar o enfermar mi microbiota, ese conjunto de microorganismos que pueblan el aparato intestinal: virus, bacterias, protozoos, hongos. Y el equilibrio de la microbiota hoy en día conocemos más que nunca lo importante que es para mi sistema inmune o para mis neurotransmisores o para mi inflamación. Por lo tanto, cuando yo vivo constantemente con gente en mi entorno que activa mi modo alerta, mi cuerpo responde, mi cuerpo escucha. El problema es que a veces damos por hecho que es normal vivir con esa toxicidad en el entorno. Lo identifico, soy prudente con esas personas, soy lo más discreto que pueda, porque a esa persona un día, en un momento tuyo de debilidad, le cuentas tu secreto, que has sido infiel, que has robado dinero o alguna cosa menos importante, y en un día malo esa persona aprovecha esa información y te hace mucho daño con ella. Tendamos a ser discretos, cuando una de esas personas está cerca de nosotros, con cómo le compartimos nuestra intimidad. Lo siguiente es intentar alejarme o poner límites si puedo. Hay veces en que no puedo, porque es gente que vive en mi núcleo o porque trabajo con ellos o porque es gente de mi entorno más personal y, entonces, no puedo sacarlos de mi vida o no puedo salirme de sus vidas.
Ahí, yo tengo que aprender poco a poco a gestionar, que no me afecte tanto. Una de las cosas que yo suelo recomendar es saber cómo llego a esas personas emocionalmente. Doy un ejemplo. Imaginaos a esta persona de la que os hablaba, esta madre de familia: ella está cansada a lo largo del día y, entonces, llega a las ocho de la tarde, hora de caos, de baños de los niños, el marido no trabaja en casa y la madre siempre se deja caer en torno a las ocho, ocho y media, cuando la casa es un zafarrancho en combate, donde la casa es un caos, los baños están sin recoger, los niños algunos cenan, el otro no quiere cenar… Y la madre viene a esa hora y comenta cómo está la casa. Pues una de las cosas que yo le explico es: uno, ¿cómo llegas tú a las ocho de la tarde? Claro, no es lo mismo cómo gestionamos a esas personas tóxicas a las diez de la mañana, cuando estamos fuertes, o en momentos de la semana y del mes donde estamos mejor, que en momentos donde estamos completamente desgastados. Si yo tengo que ir a visitar a una persona que sé que me afecta… Estoy pensando en un paciente mío que tiene a su madre en una residencia de ancianos y la madre está muy enferma, tiene un Alzheimer, y cuando lo ve tiende recordarle cosas malas que hacía el padre cuando… Tiene un Alzheimer, pero tiene momentos de recuerdo y, siempre que viene el hijo a la residencia, lo intoxica de cortisol en ese momento. Entonces, yo siempre le digo… A este paciente mío siempre le digo: «Tienes que saber en qué momento vas a ver a tu madre. ¿Día agotado después de haber estado en la oficina, que no puedes con tu alma? No vayas en ese momento. No vayas en ese momento. Tienes que ir, quizá, un sábado por la mañana, que has ido hacer primero deporte y luego has quedado a comer con amigos. Es decir, proteger esos momentos donde nos topamos con esas personas que nos activan los estados de alerta. Protegerlos. No siempre es fácil. Hay veces en la vida que nos tocan como son, pero un poco identificar, conocer, proteger, poner límites, perdonar cuando se puede perdonar y, si eso sigue haciéndonos daño, que seamos capaces de alejarnos sintiéndonos lo menos culpables posible.
A veces, saber elegir en esos momentos, saber identificar, saber alejarnos, protege nuestra salud física, nuestra salud psicológica y el resto de relaciones que tenemos en nuestro entorno.
De repente, mis amigos quedan a un plan y se olvidan de avisarme. Supervivencia social. Es decir, esa intoxicación de cortisol no solo es debida a cuando hay un león, cuando de repente viene el ladrón, hay una guerra, hay una bomba, sino otros tipos de supervivencia. Lo siguiente es la supervivencia de las personas que más queremos. Si yo sé que a mi hijo le están haciendo ‘bullying’ en el colegio, que a mi marido o mi mujer le están buscando un cáncer, mi padre tiene un inicio de demencia… Es decir, si la gente que yo más quiero está en modo alerta, yo también sufro ese modo alerta. Y lo siguiente es que mi mente y mi cuerpo no distinguen una amenaza real de una imaginaria. Es decir, ante algo físico real que me sucede o ante algo imaginario, se activa el mismo mecanismo, esa intoxicación o esa subida o esa activación de este neurotransmisor. Una sociedad intoxicada de cortisol por miedo, por soledad, por modo alerta mantenido, bloquea la corteza prefrontal y, por lo tanto, yo voy en modo supervivencia, mucho más egoísta, presto peor atención. Si lo tuviera que comparar a un niño pequeño, un niño que está viviendo un drama, una situación crítica en su familia, padres que se separan, violencia, situación económica complicada, que ha sufrido un abuso sexual o algún tipo de violencia, ese niño está en modo alerta, intoxicación de cortisol. Por lo tanto, su corteza prefrontal va a funcionar peor. Le costará mucho más prestar atención en el colegio, concentrarse, entender lo que dice el profesor. Ese niño puede ser que uno diga que tiene problemas de atención, incluso que tiene un TDAH, pero antes de entrar en algo relacionado con la medicación, yo siempre recomiendo buscar si hay una base emocional, si ese niño está sufriendo miedo, si hay alguna situación que ha hecho que sea corteza prefrontal no esté conectando de la mejor manera posible con la realidad.
Todos nosotros, intoxicados de cortisol por ese modo miedo, los macroproblemas de la vida, uno enciende las noticias, y las microbatallas, esa incertidumbre… No nos enseñan a vivir con incertidumbre. La gestión emocional es clave. La gestión del no, de la frustración, del miedo, de lo que no podemos controlar. Pero esa corteza prefrontal ya me va a empezar a funcionar peor. Una corteza prefrontal que funciona peor me lleva a mi segundo diagnóstico. Nos encontramos en plena crisis de atención, en plena crisis de cortezas prefrontales mundiales. No pensamos bien, nos cuesta razonar, nos cuesta enterarnos de las cosas. A mí esto me recuerda mucho a la película de ‘Matrix’, ese momento de la pastilla roja y la pastilla azul, donde en una puedes ver la verdad de las cosas y, en otra vives, adormecido. Cuando uno está en una crisis, segundo diagnóstico, sea una crisis de sanidad, económica, o sea la que sea, uno necesita que unos tipos muy listos, que saben mucho de un tema, se reúnan, se pongan de acuerdo y empiecen a hablar sobre ello, busquen en otros momentos de la historia o en otros lugares del mundo donde ha sucedido una crisis similar, les llamen, tomen ideas sobre cómo ha sucedido y empiecen a poner remedio a la crisis y ejecuten las herramientas o las medidas para salir de la crisis. Una crisis de corteza prefrontal elimina muchos de los pasos necesarios para salir de una crisis. Porque hay que pensar, porque hay que profundizar, porque hay que leer, porque alguien tiene que abrir los ojos en una sociedad donde vivimos en esta especie de maquinaria donde cada vez nos cuesta más profundizar. ¿Qué está generando la crisis de atención? Por supuesto, como he dicho, el miedo, la incertidumbre, pero la hiperestimulación, el ‘fast’, las distracciones…
Hay estudios importantísimos hoy en día sobre cómo vivir constantemente distraídos deteriora nuestra capacidad cognitiva. Pensamos peor. Nos hacemos adictos a lo irrelevante, a lo superficial. Estás un día en el trabajo agobiado y te hablan de cualquier noticia nueva, te metes en internet, empiezas a buscar y te sale y buscas lo irrelevante y te metes en esa noticia viral surrealista. «Pierde veinte kilos en tres días. Nunca te imaginarás cómo y lo que pasó después te dejará impactado». Clic. Y, de repente, en un momento donde estás buscando la noticia importante, geopolítica, nacional e internacional, económica, estás viendo una noticia… ¿Cuántas veces nos vemos metidos en unas noticias de un plano…? Porque eso es dopamina, donde voy a mi tercer diagnóstico: vivimos intoxicados de dopamina. La dopamina es una hormona maravillosa y, al igual que el cortisol, son dos hormonas fundamentales para la supervivencia. El cortisol, porque me ayuda a salir corriendo si aparece el león o la amenaza, y la dopamina es necesaria porque es la que está presente en la supervivencia, las relaciones sexuales, y en la alimentación. Es decir, sexo y comida. Todo esto funciona a base del sistema de recompensa. Uno tiende a repetir lo que le gusta y aquí tiene mucho que ver con mi neurona, mi sistema de recompensa y la dopamina. Yo voy a cenar un día con mi pareja, con mi marido, mi mujer, voy a tomar un vino rico, una cena rica, lo disfruto, luego mantengo relaciones sexuales y, entonces, mi neurona recibe algo positivo, el axón tiene un potencial de acción, una carga eléctrica llega a las patitas de la neurona, se abren unas vesículas y sale la dopamina al espacio entre las dos neuronas. La siguiente neurona tiene en su cabeza unos receptores especializados en dopamina, ve que ha llegado la dopamina y dice: «Uy, esto es bueno, esto me gusta». La dopamina excita a la siguiente neurona y a la siguiente y a la siguiente y a la siguiente. Yo tiendo a repetir lo que me calma, lo que me gusta y lo que me genera placer. Esta es la clave.
El cerebro tiene memoria. El cerebro recuerda lo que le da placer, lo que le calma, lo que le excita. Y ahí surgen los hábitos. Uno tiende a repetir lo que le gusta. A veces esos hábitos son buenos y a veces no son tan buenos. Este sistema de recompensa funciona muy bien, pero llegaron las drogas y hackearon el sistema. Por eso, las drogas son adictivas y están mediadas por diferentes factores neurobioquímicos, pero uno muy importante es la dopamina. Y aquí entra un concepto fundamental que tenemos que entender: mi cuerpo está constantemente buscando el equilibrio, es decir, mi cuerpo busca la homeostasis, que yo no esté disparado en ningún parámetro en ningún momento. Si yo de repente me tomo veinte magdalenas, tengo un pico de azúcar enorme y, entonces, mi cuerpo dice: «Un momento, que esta hiperglucemia no es buena». Avisa al páncreas, el páncreas libera insulina y se va regulando. Pero, si soy diabético, puedo tener un problema de salud. Pues esto pasa con el sodio, con el potasio, con el pH, con la temperatura. Es decir, mi cuerpo constantemente intenta, a su manera, ir regulando los cambios para alcanzar ese equilibrio. Pero estamos en constante cambio. Por eso, esos mecanismos reguladores son tan importantes. ¿Qué hace mi cerebro para protegerme del exceso de dopamina? Lo primero que hace… En la cabeza de la neurona, hay receptores dopaminérgicos y va a eliminar algunos para que haya menos transmisión de esa excitación dopaminérgica. Por lo tanto, aunque yo haya consumido mucha cocaína, doy el ejemplo de la cocaína, va a transmitir menos información. Pero a mi cerebro le ha gustado la cocaína y, por lo tanto, quiere más. Por eso, todas las drogas funcionan con la tolerancia. Necesito más dosis para sentir lo mismo. ¿Quién es el que regula el exceso de dopamina en el cuerpo? Si, en un lado de la cuerda, así lo dibujo en el libro, tengo al placer, a la dopamina, tirando, tirando, tirando, ¿quién está al otro lado intentando equilibrar esa cuerda? El dolor.
Empiezan a generarse sustancias de dolor para equilibrar el exceso de placer. El placer y el dolor son dos caras de la misma moneda. Entonces, llega un momento en que yo ya no consumo porque busco placer, sino para esquivar el dolor. Todo me duele, todo me perturba, todo me molesta, todo me aburre y nos convertimos en una sociedad que no puede gestionar la frustración. No podemos gestionar el dolor, no toleramos el aburrimiento. Las clases son aburridas, los libros son aburridos, todo es aburrido. No soy capaz de gestionarlo. ¿A mí por qué me preocupa? Porque la sociedad, el mundo, tenemos que ser capaces de entender que el dolor forma parte de la vida. No existe una vida sin dolor. No podemos pasarnos la vida huyendo del dolor. Si esto lo comparamos a la gente joven, hoy en día, no dejamos de dar productos dopaminérgicos y, por lo tanto, convertimos esta sociedad que a mí me preocupa profundamente en una juventud y en una sociedad adulta que cada vez tolera peor el dolor, el aburrimiento, el malestar. Es decir, nos convertimos en seres intolerantes a cualquier cosa. Todos notamos que hay una impaciencia en el ambiente, que nos cuesta mucho aguantar las cosas. Nos cuesta la gente que habla lento, el abuelo que deja de escuchar y al que hay que repetirle todo tres veces. Cada vez nos cuesta más soportarlo y, en un momento en que estoy aburrido o estresado, mi cerebro me dice: «No te aburras y no te estreses». Pero, cuando yo elimino el aburrimiento de mi vida, bloqueo lo que se llama la red neuronal por defecto o la divagación mental. La red neuronal por defecto es eso que se activa en mi cerebro cuando no estoy haciendo nada. Durante muchos años se pensó que, cuando estábamos sin hacer nada y sin pensar en nada de forma consciente, el cerebro estaba en modo apagado. Hoy en día se sabe que hay una energía en el cerebro cuando estamos divagando. Es un momento muy importante, porque le damos forma a nuestros pensamientos, a nuestro pasado, a nuestro futuro. Tenemos sensación de identidad, ¿quién soy yo?
Y hay una sensación falsa, y esto está muy bien diseñado, de que estamos constantemente resolviendo problemas. Estoy haciendo la compra. Estoy haciendo un Bizum. Estoy viendo las rebajas de este tema. Estoy viendo las noticias. Estoy viendo cómo está mi familia porque estoy viendo sus fotos. Es decir, nos engañamos pensando que estamos siendo muy productivos mientras perdemos largas horas en el teléfono. Es muy difícil porque es mucho más fácil secuestrar nuestros instintos que que nosotros los dominemos. Y esas cortezas prefrontales se adormecen con facilidad. ¿Qué busco con este trabajo y, humildemente, con esta divulgación? Intentar que la gente diga: «Pues yo quiero desarrollar mi corteza prefrontal. Yo quiero tener mi sistema de recompensa lo mejor posible. Yo quiero ser capaz de tolerar pequeñas dosis de dolor y de sufrimiento». Enseñar a mis hijos, enseñarle a la sociedad, que a veces hay que tolerar un poco de dolor, que no me tomo un analgésico en cuanto me empieza a doler, o el ansiolítico, sino que soy capaz de gestionarlo de la mejor manera posible. Efectivamente, cada vez toleramos peor el dolor y el sufrimiento. Somos cada vez más… Vivimos más enganchados a lo irrelevante, a lo superfluo, a lo que es tendencia, porque profundizar requiere parar, requiere volver a fortalecer mi corteza prefrontal. Y eso a veces no es fácil. Requiere ir contracorriente, requiere dedicar un espacio. Si tuviera que daros un ‘tip’ para ello, empezaría con quitar las alertas del móvil. Cuando quito las alertas del móvil, las notificaciones, tengo un par de semanas de abstinencia, me meto el doble de veces, pero luego me siento libre porque, si es importante, me llamarán. Segundo, tener momentos de modo avión. A veces, cuando freno, me hago preguntas que no tienen fácil respuesta. Pero no se trata de acallar todas esas preguntas que surjan en mi mente. A veces, hay que hacerse preguntas relacionadas con la trascendencia, con la vida, con el sentido de las cosas.
Pero, a veces, no tienen una respuesta fácil ni que me satisfaga en ese momento. Pero, al menos, tengo que ser capaz de hacerme preguntas. Decía Einstein que lo importante en esta vida es no dejar de hacerse preguntas, porque cuando uno hace preguntas nace el asombro, las ganas de aprender. Y el corazón es muy agradecido a tener ilusiones, esperanzas y ganas de aprender cosas nuevas en esta vida. Yo recomendaría abrir los ojos, no tener miedo a saber la verdad de ciertos temas, a enteraros de lo que está sucediendo. Si tenéis hijos adolescentes, a poner esto sobre la mesa y hablar las cosas. Porque necesitamos envejecer con el mejor sistema de recompensa posible en nuestro cerebro, con el mejor equilibrio del placer-dolor, porque el dolor llega. Porque, cuanto mejor seamos capaces de gestionarlo, mejor tendremos nuestras vías de escape. No olvidar que mi cerebro recuerda lo que le calma, lo que le excita y lo que le da placer y ahí vienen mis hábitos, buenos y malos. Tener rutinas positivas relacionadas con mis sistemas de recompensa, porque hay que disfrutar y la dopamina es buena, pero que no sean la dopamina y las vías de escape las que inunden mi vida.
Y le digo: «Papá, yo lo que quiero es hacer prevención en salud mental. A mí lo que me gustaría es intentar que la gente entendiera que puedes cuidar tu mente y tu mundo emocional para envejecer mejor, para no caer en ciertas enfermedades mentales… Y, si encima eso tiene una unión con la mente y el cuerpo, pues que la gente lo sepa». Me acuerdo de que mi padre me dijo: «Pues me parece una gran idea». Entonces, mientras yo estaba estudiando Medicina, me daba cuenta de que se hablaba muy poco de salud mental. Tú veías en la diapositiva del profesor: «Migrañas. Causas», muchas razones. Y abajo se veía en pequeño: «Causas emocionales», como un porcentaje bajísimo. Según la Universidad de Harvard, el ochenta por ciento de las enfermedades de atención primaria está relacionado con las emociones. O sea, no hace falta que lo diga la Universidad de Harvard. Hoy en día conocemos la influencia tan importante que tienen las emociones en nuestra salud física. ¿Qué es la patología de la vida corriente? Pues que, de repente, las cosas que nos suceden parece que tienen un componente psicológico: el síndrome del ‘burnout’, todo aquello relacionado con el síndrome de astenia primaveral… Hay muchos síntomas psicológicos. Lo que sucede es que hoy en día le ponemos nombre a las cosas. El tema es que eso sea una etiqueta que nos influya en cómo nos observamos. No se trata de encontrar constantemente síntomas o síndromes y que uno diga: «Es que a mí me pasa esto, es que yo tengo todos estos síntomas o estos síndromes». Significa que la propia vida causa emociones, activa sensaciones, activa procesos mentales. Y entender que eso sucede. A veces tiene que ver con las hormonas, con la época de la vida, con el desgaste, con el trabajo. Por fin le ponemos nombre a las cosas, pero no patologicemos todo lo que nos sucede. Tenemos que aprender también a gestionar eso que pasa en nuestro día a día. No todo tiene que ser paliado con una medicación, no todo tiene que ser tratado por un profesional. Hay veces que hay procesos que hay que vivir, cada cual a medida que nos van sucediendo.
Hace unos días me encontré con un compañero mío de la carrera que es traumatólogo. Hacía muchísimos años que no nos veíamos y me dijo: «Oye, Marian, tú eres psiquiatra, ¿no?». Le digo: «Sí». Y dice: «Yo soy traumatólogo. ¿En qué te has especializado?». Le digo: «Pues…». Entonces, de repente no supe qué contestarle, así, de golpe. Y le digo: «¿Y tú en qué te has especializado?». Y me dice: «Yo, en dedo gordo de pie». Digo: «Ah». Dice: «Es que es fundamental el dedo gordo del pie. Cómo te levantas, cómo caminas, tu espalda, la zona lumbar, la zona cervical, las migrañas… El dedo gordo del pie, Marian, es fundamental para ser feliz en esta vida. ¿Y tú qué haces?». Y le digo: «Tu labor y la mía son complementarias». Claro, su felicidad, el dedo gordo del pie… Es verdad que estamos tan hiperespecializados a veces en la medicina que nos cuesta ver al ser humano como un todo. Nos cuesta ver el trescientos sesenta grados de la persona. ‘Mens sana in corpore sano’. Cada vez entendemos mejor que las emociones influyen en nuestra salud. También sabemos que la inflamación corporal llega a la inflamación cerebral. Hay psiquiatras que llevamos años trabajando la depresión como una enfermedad inflamatoria del cerebro. Si yo tengo una enfermedad autoinmune o una enfermedad inflamatoria, tengo más riesgo de tener algún síntoma psicológico. Hay un concepto que me gusta divulgar en mis conferencias y en mis sesiones, en el que digo: hay que entender el organismo desde la neurona a la emoción. Comprender alivia. Cuando nosotros nos enfrentamos con nuestros síntomas, con nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras ansiedades, observamos cosas y, de repente, vemos que tenemos un tema autoinmune, tenemos ataques de ansiedad o tengo agorafobia, tengo pensamientos intrusivos negativos en mi cabeza, tengo insomnio, tengo un problema neurológico… Es decir, vamos viendo que tenemos pequeños síntomas o físicos o psicológicos. Para abordarlo, hay que entender que funcionamos como un todo.
En la parte neuronal, en la parte más bioquímica, tengo la neurona, los neurotransmisores, el cortisol, la dopamina, los receptores, la microbiota, la inflamación, los telómeros, el nervio vago, es decir, lo más puramente físico del organismo, más biológico. Pero no podemos disociar lo físico de lo emocional, es decir, esos cimientos emocionales, esas heridas, esos traumas, cómo me hablo yo, mi voz interior, cómo quiero, cómo busco el afecto. Entender que la mente y el cuerpo están profundamente unidos es fundamental a la hora de abordar una terapia. Yo acudo al profesional porque hay un momento en el que veo que yo solo o yo sola no puedo. Tengo una tristeza que no me deja en paz. Tengo unos pensamientos de hacerme daño que me hacen sufrir enormemente. Soy incapaz de relacionarme de forma adecuada con el entorno. Tengo ataques de ansiedad, tengo miedos incontrolables. Y uno acude al médico. Importante ver si mi cuerpo ya se está dando cuenta de esto. Mi cuerpo se da cuenta en forma de síntomas, en forma de dolor, en forma de inflamación, en forma de problemas gástricos. Se me adormecen las manos, tic en el ojo, visión borrosa, problemas de las articulaciones. Es decir, no olvidemos que estamos unidos. Mi cuerpo escucha cómo yo me siento, mi cuerpo escucha cómo yo me hablo. Cada vez hay más profesionales que buscamos entender al ser humano como un todo, entender que hay una parte espiritual, que trascender, que parar, contemplar y meditar son procesos sanadores de mi cuerpo. Pero también entender que, si yo estoy en pleno ataque de ansiedad, ponerme a meditar puede potenciar mi ansiedad. Uno no puede pasar del ritmo frenético a frenar de golpe y empezar a respirar profundamente. Hay procesos internos en que debemos ir metiéndonos poco a poco para ir sanando lo que nos sucede.
En mi opinión, hoy en día la terapia tiene que ir enfocada a entender el cuerpo y a entender la mente, a ver cuál es la parte más bioquímica y la parte más emocional. Y lo interesante, lo bonito, lo espectacular, es ir viendo que, a medida que van mejorando las dos facetas, el organismo es muy agradecido. Lo único malo es que son procesos muy lentos y hemos hablado hoy aquí, en este rato juntos, de la aceleración que buscamos hoy en día, del ‘fast’. Y nos cuesta, porque la terapia es lenta y sanarnos de verdad requiere tiempo, porque hay que identificar, porque la parte consciente e inconsciente, el reconocer mis heridas, el que mi cuerpo vaya respondiendo y se vaya sanando… Todos buscamos pastillas rápidas. El otro día me decía un paciente: «Marian, dame la pastilla más rápida para encontrarme bien en dos o tres días». Y le digo: «Es que eso no existe. El cuerpo tiene sus procesos». En esta vida acelerada que llevamos, a veces nos cuesta aceptar los procesos lentos del organismo, de la mente, del alma y del espíritu para poder recuperarnos. Yo recomiendo que, si alguno está atravesando un momento malo, que sabe que algo le sucede, que tiene una herida sin sanar, que tiene miedo, demasiado miedo, que sabe que podría llegar a una mejor versión de sí mismo, pero no lo está consiguiendo, que nota que hace aguas en algún aspecto de su vida, que sus vías de escape dopaminérgicas le están destruyendo, que no tenga miedo de pedir ayuda. Que no tenga miedo de acudir a un profesional, que le abra el corazón para que, con toda la delicadeza del mundo, pueda sanar esa herida, ayudarle a recomponerse para alcanzar la mejor versión de sí mismo en esta vida para ser feliz y para hacer felices a los que le rodean.
Y diría yo algo muy importante. No he dicho esta frase y a mí me encanta: y es que la felicidad, al final, depende del sentido que cada uno de nosotros le da a su vida. Es decir, me levanto por la mañana y digo: «Mi vida tiene un sentido, tengo un propósito. ¿Qué hago por mejorar mi vida? ¿Qué hago por mejorar la vida de los demás?». El propósito de vida está muy vinculado con nosotros mismos y con las personas que nos rodean. Tenemos que tener un sentido de vida. Cuando vivimos sin sentido, nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro espíritu, nuestra alma, no son capaces de vivir en el vacío. Les angustia el vacío, no les gusta la nada y tienden a sustituir sentido por sensaciones. Buscan sensaciones constantes, que ya conocemos que son dopaminérgicas: comida, sexo, masajes, alcohol, drogas, TikTok… No todo es malo, pero me destruye, me genera vacío cuando sustituyen el verdadero sentido de la vida. El sentido de la vida requiere corteza prefrontal: paro y reflexiono, paro y trasciendo, me hago preguntas e intento responder a ellas. Os daría unos ‘tips’, para terminar, que a mí me ayudan y me funcionan, que son quizá, conociendo la nueva neurociencia de las emociones, cosas que vamos descubriendo que son buenas para nuestro organismo, nuestra mente y nuestro mundo emocional. Una de ellas es que aprendamos a abrazar el dolor. Esa cuerda de la que hablábamos antes donde, de un lado está tirando el placer y del otro, el dolor. ¿Qué sucede si yo empiezo a tirar poquito a poco del dolor y acepto microdosis de dolor? Que mi cuerda busca el equilibrio y empieza a generar dopamina endógena. Tengo sed y espero un poco. Me apetece meterme en el teléfono y espero. Me duele y quiero un analgésico y espero. Me apetece comerme esto ahora y espero media hora. Es decir, me freno los impulsos primarios. Frenar los impulsos primarios lo que hace es fortalecer mi cuerda y generar placer.
Quién no ha hecho el Camino de Santiago, por ejemplo, con ampollas, lloviendo, frío, calor, la zapatilla te aprieta, has llegado sudando… pero, de repente, es ese dolor aceptado, llegas a Santiago de Compostela… sensación de bienestar. Has aceptado microdosis de dolor a lo largo de unas horas y luego el cerebro te recompensa. Que no tengamos miedo a abrazar un poco el dolor. Otro concepto interesante, entendiendo la dopamina, es hacer el ayuno, el ayuno dopaminérgico. Un psicólogo americano, Cameron Sepah, hace unos meses lanzó un mensaje en su LinkedIn y dijo que ayunemos de dopamina, en Silicon Valley y en Palo Alto. Entonces, ¿qué significa ese ayuno? Uno no puede dejar la dopamina de golpe porque nos levantamos, nos motivamos, somos felices, gracias a la dopamina. Es la que ayuda a enamorarnos, a sentir las cosas positivas, los placeres de la vida. Pero, si tenemos alguna carretera dopaminérgica donde de repente estamos demasiado enganchados, sea la comida, sea el alcohol, sea el tabaco, sea TikTok, sean los videojuegos, y notamos que nos quitan demasiado tiempo, hacer un poquito de ayuno, evitar esa carretera dopaminérgica unas semanas nos ayuda a recuperar y a reconquistar nuestra vida. Y el tercero es activar el estado de flujo. El ‘flow’. Lo descubrió el doctor Mihályi, un húngaro-estadounidense, cuando en un campo de refugiados jugaba al ajedrez y notaba que en ese momento ya no tenía miedo, no lo pasaba tan mal. Es interesantísimo entender qué sucede en el cerebro cuando entramos en ese estado. ¿Quién no se ha puesto a pintar y de repente ha perdido la noción del tiempo? A ordenar su casa, el huerto, a componer una canción… Alguien a quien le guste la cocina se pone a cocinar platos diferentes y de repente han pasado seis horas. Han pasado tres horas. ¿Qué sucede en el cerebro?
El lóbulo parietal se apaga. Por lo tanto, no hay noción del tiempo. Pierdo el concepto de amenaza, estoy disfrutando del proceso y no se trata tanto de encontrar una solución o de acabar eso que estoy haciendo, sino de disfrutar lo que estoy haciendo. Necesita tener un poquito de reto, un poquito de dificultad manual, un poquito, no demasiada, pero de repente me evado. A mí me sucedió, mientras estaba escribiendo mi último libro, que me sentaba con el ordenador, mis apuntes, mis esquemas y entonces yo me pasaba de repente horas y era consciente de que el tiempo había pasado porque el sol que me entraba por la ventana… Hay un edificio, dejaba de tener sol y tenía que encender la luz. Y entonces decía: «Ya han pasado tres horas. Dios mío, se me ha ido el tiempo». Cuando uno disfruta de esos momentos, la corteza prefrontal está en un momento álgido y el estado de flujo consiste en que yo sea capaz de meterme en una actividad que disfruto, que tiene un poquito de riesgo, que no tiene nada que ver con la pantalla, que tiene que ver con mi creatividad y que me ayuda a no tener miedo, a disfrutar y a que, a veces, en este momento de la historia en que a veces perdemos el tiempo, que ese tiempo esté dedicado a hacerle algo muy bueno a mi cerebro. Estoy disfrutando muchísimo. A veces, vivimos intoxicados de cortisol. A veces, intoxicados de dopamina. A veces, con las cortezas prefrontales adormecidas. Que volvamos a conectar con la vida real, que seamos vitamina para los que nos rodean, que liberemos oxitocina en las personas de nuestro entorno, que no tengamos miedo a volver a tocar, a abrazar, a conectar con las personas que queremos, porque esa es la mejor herramienta para preservar nuestra salud física y psicológica. Muchas gracias.