“¿Qué prefieres, ser inteligente o ser feliz?”
Edgar Cabanas
“¿Qué prefieres, ser inteligente o ser feliz?”
Edgar Cabanas
Psicólogo
Creando oportunidades
Un manifiesto contra la felicidad egoísta
Edgar Cabanas Psicólogo
¿Qué es la 'Happycracia'?
Edgar Cabanas Psicólogo
Edgar Cabanas
"Creo que la felicidad existe como un negocio. En las últimas décadas ha sido una de las industrias que más fuertemente ha crecido y que más beneficios ha dado, porque capitaliza el malestar y se nutre también de él. Uno se puede preguntar cómo es que, a estas alturas, no seamos todos y todas ya felicísimos. La respuesta es obvia: ni existen tales claves para ser más felices, ni por tanto las ha descubierto nadie".
Con este planteamiento crítico sobre discurso de la felicidad, Edgar Cabanas abre el debate entre la búsqueda del bienestar individualista y consumista, y un concepto colectivo y solidario de alegría común. "En cuanto convertimos la felicidad en una elección, automáticamente el sufrimiento también se convierte en una elección. Y, entonces, si sufres es porque de alguna forma quieres. El mensaje 'Si quieres, puedes' solo añade sufrimiento y culpa", señala.
Edgar Cabanas es doctor en Psicología, investigador en la Universidad Camilo José Cela y en el Centro de Historia de las Emociones del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano en Berlín y co-fundador de la red internacional de investigadores Popular Psychology, Self-Help Culture and the Happiness Industry.
Ha publicado artículos científicos en las revistas Theory & Psychology, Culture & Psychology y Psicothema, y es co-editor de la serie Therapeutic Cultures en la editorial Routledge, y coautor de los libros 'La vida real en tiempos de felicidad' y 'Happycracia: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controla nuestras vidas'.
Transcripción
También es un tanto simplista en el sentido de que, muchas veces, los mensajes y el discurso de la felicidad, las recetas que escuchamos y que estamos permanentemente, digamos, rodeados de ellas, en los libros de autoayuda, por ejemplo, en el coaching o en toda esta industria que hay alrededor de la felicidad, tienden a ofrecernos, digamos, recetas, guías, trucos, consejos que son enormemente genéricos. Como decía antes, suelen tener, suelen hacer muy poco énfasis en las circunstancias de cada persona. Entonces, lo que nos ofrecen muchas veces son consejos generales que parece que deben servir para todo el mundo. Este discurso, pone por delante la idea de que todo lo que hacemos para que sirva, para que valga, para que le demos valor, para que tenga sentido, tiene que aportarnos de alguna forma algún beneficio. Tiene que repercutir en nuestro bienestar, en nuestra satisfacción personal. Tiene que tener relación con cómo conseguimos nuestros objetivos, cómo desarrollamos nuestros proyectos y es muy autorreferencial, tiene muy poco en cuenta también cómo eso que hacemos contribuye o impacta en los demás. Porque una de las cosas que hay que tener en cuenta es que, muchas veces, lo que hace feliz a una persona puede ser, precisamente, aquello que hace infeliz a otra. Entonces, normalmente, cuando hablamos de felicidad individual, tenemos que tener en cuenta que lo que hacemos puede ser, precisamente, un impedimento para que otras personas también obtengan su bienestar o consigan sus objetivos. Y, sin embargo, este discurso de la felicidad siempre es el yo, yo, yo, ¿no? Cómo yo me gestiono, cómo yo consigo mis deseos, cómo yo desarrollo mis metas, cumplo mis objetivos y creo que en ese sentido es un tanto egoísta, un tanto narcisista, demasiado centrado en la propia persona. Y por último, diría que el discurso de la felicidad actual es sobre todo, principalmente, un discurso muy consumista. La felicidad es hoy en día un producto de consumo, y no un producto de consumo cualquiera, es el producto estrella de toda una industria que dice ofrecernos las claves para que seamos más felices.
Me refiero, por ejemplo, a explotar la idea o la venta de las experiencias. Venderte experiencias, que es algo muy, muy, muy común, que no solo se nos venda un producto, sino se nos venda, de hecho, la experiencia como tal del producto. Pero también pasa con otros bienes inmateriales o abstractos, como pueden ser las identidades, como es la salud y como son, por supuesto, las emociones.
Ni los científicos y expertos de hoy en día, como tampoco las descubrieron en su momento los científicos o los supuestos descubridores de la felicidad que ha habido a lo largo de la historia. Porque ha habido muchos. Y por supuesto, esto no es un discurso nuevo, la idea de haber alcanzado una forma, o un método, o una teoría nueva, sobre la felicidad para desentrañar sus secretos, no es algo nuevo en la historia, ni mucho menos. Dicho de otro modo, de lo que la industria de la felicidad vive no es tanto de solucionar el problema de la felicidad como de haber convertido la felicidad en un problema para el cual dice tener y ofrecernos la solución, que es algo bien diferente.
Yo creo que es enormemente tentador por esa sensación de control y de empoderamiento, quizá, que pueda transmitir, pero creo que tienen, al menos, tres problemas fundamentales. Tres consecuencias. La primera de estas consecuencias es el mensaje de injusta responsabilización personal que se deriva de este tipo de recetas, de este tipo de discurso. Muchas veces se nos dice que el ser feliz, la felicidad, es una cuestión de elección personal. Que basta con que uno elija, puede elegir ser feliz para serlo. Es una condición necesaria a elegir. Tú, para ser feliz, lo que tienes que hacer es, primero, quererlo, elegir ser feliz. Uno elige ser feliz o elige estar infeliz. Cuando convertimos la felicidad en… o la reducimos a una especie de elección, de este mensaje, digamos que se deriva, necesariamente, que el sufrimiento entonces también se convierte en una elección, ¿no? En cuanto convertimos la felicidad en una elección, automáticamente el sufrimiento también se convierte en una elección. Y, entonces, el mensaje ahora es que si sufres es porque de alguna forma quieres, o peor incluso, porque te lo mereces, porque se supone que no estás haciendo todo lo que está en tu mano para evitarlo. Te lo haces tú con tu pesimismo, con tus pensamientos negativos. De hecho son mensajes que oímos constantemente en forma de: «La depresión es algo que uno se crea con su pesimismo», por ejemplo. El que se deprime es porque quiere y, también, el que no sale de la depresión es porque quiere.
Son, digamos, mensajes que por lo general culpabilizan, tienden a culpabilizar. Porque cuando las cosas te van bien no hay ningún problema, pero cuando van mal, este sentimiento de culpa grava doblemente a la persona. La segunda de estas características, o consecuencias, que tienen, como decía, problemáticas que tienen todos estos mensajes, es que desdibujan, desdibujan mucho, cuando no restan casi por completo, la enorme importancia que tienen las condiciones: las condiciones sociales, las condiciones materiales, las condiciones familiares, de cada persona a la hora de hablar de eso del bienestar. Pongamos por caso, la ansiedad, el estrés, el miedo, la inseguridad, no son problemas, ni única, ni principalmente, de naturaleza psicológica, individual, emocional, sino que son más bien problemas de naturaleza social, son problemas estructurales que están relacionados con las condiciones de enorme incertidumbre en las que nos movemos en nuestro día a día. Con la precariedad, con la competitividad laboral, con la escasez laboral, con la desigualdad. Que sintamos estrés, o ansiedad, o miedo, en determinadas situaciones no es culpa nuestra. No tiene que ver con que nos gestionemos mal, con que no adoptemos el enfoque correcto, o la actitud correcta, o el pensamiento correcto, porque es normal que estemos ansiosos, que tengamos miedo a lo que vendrá en tiempos enormemente inciertos, es normal que estemos tristes en ciertas ocasiones o pasemos por etapas de enorme ansiedad y de nerviosismo.
Y la tercera de estas consecuencias es que mensajes del tipo: «Si quieres, puedes», tienden no solo a añadir más sufrimiento o, muchas veces, como resultado, que decía, de esta injusta responsabilización personal o de fomentar este sentido de culpabilidad. Sino que también tienden a banalizar el sufrimiento ya existente. Decir que, por ejemplo, que realizando una serie de sencillos ejercicios, siguiendo una serie de sencillos pasos, por ejemplo, escribir en un papel los pros y los contras de algo o imaginarse la mejor versión de uno mismo, o meditando dos veces al día, o escribiendo cartas de gratitud a allegados y conocidos, o dirigiéndonos unas simples frases de ánimo… Decir que con todo eso uno puede resolver su malestar, su ansiedad, su depresión, su miedo, su incertidumbre y estar de repente mejor o bien así como por arte de magia, es yo creo que no tomarse muy en serio el sufrimiento de esa persona, ¿no? Porque en el fondo le estás diciendo que si puedes resolverlo con esta serie de sencillos trucos, y de sencillas recetas y de sencillos pasos, en realidad le estás diciendo a esa persona que lo que le pasa no es para tanto. Que es prácticamente como que se está quejando incluso de vicio, a veces, ¿no?
Es como si todos estos productos de la felicidad, y este discurso de la felicidad, y estos mensajes de: «Si quieres, puedes» tan característicos de este discurso, es como si nos estuvieran diciendo que en el fondo no es la vida lo que es complicado, sino que somos nosotros los que nos complicamos la vida, nos la complicamos con nuestros pensamientos derrotistas, nuestras actitudes tóxicas, como se dice ahora mismo, nuestras emociones negativas, nuestro pesimismo, nuestras… quejándonos constantemente. Es decir, no adoptando una visión positiva de la vida tendemos a complicarnos nosotros la vida. Yo creo que esto forma parte de esta idea de que es una simplificación, es decir, este tipo de cosas no solo es simplificar demasiado, sino que muchas veces es, yo creo, tener poca consideración, poca empatía, de hecho, respecto al sufrimiento de los demás.
Hay emociones que, en principio, parecen negativas, pero que ni mucho menos tienen por qué tener esos resultados negativos. De hecho, por ejemplo, emociones como el enfado o la ira, pues efectivamente pueden tener resultados muy negativos cuando terminan en momentos de violencia o venganza. Pero también son necesarios y son enormemente útiles para motivar a la acción cuando se trata de reparar una injusticia. Cuando nosotros estamos contemplando una acción que nos parece injusta, o un hecho que nos parece que se está convirtiendo en un abuso de algún tipo, pues ese enfado que nos produce esa situación nos es necesario para tomar parte, para tomar partido y ponernos en acción para reparar ese mal que se está haciendo. En ese caso es positiva esa supuesta emoción negativa. Por eso digo que no debemos caer en este discurso maniqueo de que hay emociones positivas y negativas, que también se aplica a la idea de los pensamientos negativos y positivos. Aunque es muy común en este tipo de discurso el decir que uno no se debe permitir algo así como las emociones negativas, porque ¿ves?, tienen resultados negativos. Es esta idea de… volvemos a la idea de la responsabilización, ¿no?, tú estás mal porque tienes emociones negativas. Es tu culpa de alguna manera, no las has gestionado bien. Lo que tienes que hacer es cambiar esas emociones negativas, por las más positivas. ¿Por qué? Pues porque es malo para tu salud, porque es malo para conseguir tus objetivos, porque es malo para tus relaciones, etcétera, etcétera. Al fin y al cabo tienen esta idea de responsabilización personal. Y además, sobre un argumento falaz que es la idea de utilizar las emociones como si pudiesen dividirse en positivas o negativas, cuando en realidad es incorrecto.
Y también se alegra por cómo uno es capaz o por la forma en que uno también contribuye a que las cosas, en general, mejoren. Las emociones son, al fin y al cabo, eso, son acciones y reacciones profundamente sociales y políticas. Muchas veces se nos olvidan, pero la función principal de las emociones no es solo sentirlas, no es solo ser sentidas, sino que la función de las emociones es, también, o principalmente, ser comunicadas y ser compartidas. Creo que sentir estos momentos de alegría son un antídoto, un paréntesis, nos dan un alivio, aunque lamentablemente temporal, pero nos dan cierto alivio a todo el malestar que nos rodea, a la incertidumbre que nos rodea, al miedo que nos rodea, a la ansiedad, al estrés al que estamos sometidos. Creo que estos momentos de alegría son enormemente importantes y más en momentos como los que estamos viviendo. En ese sentido, reivindico la alegría como un antídoto, como una alternativa más colectiva al bienestar, a la idea de felicidad y bienestar actuales.
Son estas ideas de que podemos controlar nuestra salud, porque al fin y al cabo, nuestra salud depende de lo que pensemos sobre ella, de nuestra forma, digamos, de entenderla, de lo que sintamos al respecto. Y, entonces, son discursos que hacen énfasis en esta cuestión de que uno puede generarse o puede producirse algunas enfermedades de forma emocional. O pensando, o con pensamientos negativos, o con pensamientos contraproducentes. Que eso tiene un impacto directo y que de verdad puede crear incluso enfermedad. O que también se cura. Igual que la idea de que los pensamientos o las emociones negativas generan enfermedad o que impiden recuperarse de la enfermedad, pues las positivas o los pensamientos positivos como que las curarían o nos ayudarían a curar esas enfermedades. Yo creo que esta idea, estos mitos hay que enterrarlos. Hay que eliminarlos de una vez por todas. Yo creo que son, muchas veces se derivan de ellos incluso barbaridades que culpabilizan a la gente de su enfermedad. Hay gente que cree que puede desarrollar incluso cáncer porque él mismo se lo ha creado de alguna forma, o que si no se cura es porque él mismo no está poniendo lo suficiente de su parte. Yo creo que esto es demoledor. Es un mensaje muy nocivo y es una idea absolutamente falaz, ¿no? Y no será, además, por falta de estudios que critiquen o que pongan muy en duda estos supuestos efectos directos del optimismo sobre la salud.
Hay muchos y hace relativamente poco, uno de los más recientes, además, tenía un título muy sugerente al respecto que se titulaba algo así como: «Es hora de acabar ya con esto del pensamiento positivo». Era el título del «paper» y que venía a decir que el optimismo no tiene una relación ni sustancial, ni muy directa, con la salud. En todo caso, incluso, que a veces podría ser perjudicial, como decía antes. ¿Por qué? Porque a veces las personas optimistas tienden a conformarse con el resultado imaginado de lo que esperan obtener y, a veces, no ponen los medios necesarios para conseguir ese objetivo. Entonces, muchas veces puede ir en detrimento de uno, la visión optimista sobre la propia salud de uno puede hacer que uno no se tome su salud todo lo en serio que debería tomárselo para realizar, digamos, acciones que van encaminadas a mejorar o preservar su salud. Pero en todo caso, lo que evidenciaba este estudio y otros como éste, yo también estoy de acuerdo, es que lo mejor en este sentido cuando hablamos del efecto del optimismo sobre la salud, o sobre otro tipo de objetivos, o de metas, lo más recomendable, por lo general, es tener una actitud realista frente a las cosas y no pensar que las cosas van a salir bien como por arte de magia, o porque simplemente nos gustaría, o porque deseáramos que lo van a hacer, o que van a salir bien.
Entonces, yo creo que antes de pasarle el testigo a la escuela y cargarle con otra función más, que además ya tiene muchas. Creo que habría que aclarar estas cuestiones. Yo creo que la educación está ya saturada de gurús, de ocurrencias, de frases bien sonantes pero vacías muchas veces. Y que hacen más mal que bien. Tanto a la escuela como a los niños. Hay, en general, propuestas basadas en la felicidad y en el bienestar, muy poco serias. Muy poco serias. Y esto es un problema. También hay propuestas más serias. También hay propuestas serias que vienen de investigadores, de académicos que también proponen, por ejemplo, intervenciones en la escuela basadas en el optimismo, basadas en «mindfulness», basadas en resiliencia, basadas en inteligencia emocional, que todas ellas son dignas de consideración y todas ellas, además, tienen varios propósitos o tienen varios objetivos que pretenden alcanzar introduciendo todas esas técnicas en las escuelas. Por ejemplo, uno de estos objetivos suele ser ayudar a prevenir problemas de salud mental y física. También son intervenciones que van destinadas, por ejemplo, a tratar de facilitar o mejorar el aprendizaje. Y, también, otro de los objetivos suele ser, en general, aumentar el rendimiento y las probabilidades de éxito académico.
¿Cuál es el problema de todas estas intervenciones? Que no están lo suficientemente probadas. No está claro que funcionen para esos mismos objetivos que también se proponen. Hay cada vez más estudios, revisiones sistemáticas, informes, metanálisis respecto a todos estos conceptos… que, bueno, que ponen en duda que la eficacia de estas intervenciones vaya más allá de ser modesta, al menos de momento, vaya más allá de ser modesta. Y además, ponen también de relieve que todas estas intervenciones, todavía, al menos todavía, tienen una gran cantidad de problemas teóricos de definición conceptual. Tienen muchos problemas metodológicos, faltan estudios científicos de más calidad, grupos control, propuestas que vayan más allá de ser iniciativas muchas veces piloto, faltan muestras más amplias, falta que los estudios estén replicados, por lo general tienen poca capacidad de ser generalizables de unos contextos educativos a otros. En fin, tienen una cantidad de problemas, muchas veces, de los cuales no se hace suficiente énfasis al respecto. Y creo que es importante destacar porque… por supuesto me refiero a las más serias, no a las menos serias, que también comentaba que ya directamente son incluso, bueno, pueden ser peligrosas. Pero las iniciativas más serias yo creo que también hay que dejar claro que, al menos de momento, lo mejor que se puede decir al respecto es que sería algo prematuro iniciar grandes cambios educativos basándose en la introducción de estas estas propuestas.
El proceso de aprendizaje es un proceso que implica esfuerzo. No siempre es un proceso feliz, no siempre es un proceso agradable. Implica, muchas veces, ponernos en cuestionamiento. Implica, por ejemplo, ponernos en duda, no solo criticar, analizar, sino criticarnos y analizarnos nosotros también. Bueno, uno de los ejemplos en los que se ve bien esta infantilización que se está dando, también, o que se viene dando desde hace tiempo, de hecho, en la cultura educativa, es está esta tendencia del medallas para todos, de que todo el mundo es un ganador. Bueno, pues yo creo que esto no es siempre una buena idea, o no es siempre conveniente. Hay que enseñar a ganar y hay que enseñar a perder. Y hay que enseñar a que ganar y perder son los dos resultados posibles del trabajo, del esfuerzo y, también, de la buena y la mala fortuna.
Yo creo que muchas veces ser conscientes de todo lo que implican estos mensajes, de los problemas que tienen estos productos, de la felicidad, de las medias verdades en las que muchas veces incurren, de las consecuencias que tiene creérselo y quedarse enganchado, muchas veces uno no es consciente de ellas. Yo creo que ser consciente de todo eso es un paso para para terminar un poco con ello, para al menos dar o intentar dar con una alternativa a todo ello. Pero no es suficiente. Mientras sigamos reproduciendo nosotros mismos, con nosotros mismos y con los demás, ese tipo de mensajes, ese tipo de simplezas, ese tipo de mantras, mientras seguimos haciéndolo y alguien saque beneficio de que lo hagamos, yo creo que no va a cambiar ni vamos a encontrar alternativas a esos mensajes, nos seguirán bombardeando con eso. Así que creo que no solo es importante ser conscientes de toda esta cara B, que normalmente no se muestra del discurso de la felicidad y es lo que nosotros queremos. Tratamos de poner negro sobre blanco, además, argumentadamente y con ejemplos que ilustran lo que queremos decir, con muchos datos, y con una gran cantidad de bibliografía al respecto, pues queremos poner negro sobre blanco y compartirlo con la gente, al menos para que ese debate exista y no se dé por hecho que no existen problemas con todo este discurso. Pero como digo, creo que una vez concienciados y conscientes de todo eso, el próximo paso es tratar de no participar mucho de todo ello. Y así, quizás, podemos encontrar una alternativa.