“Los hijos recuerdan momentos, no horas con sus padres”
Lucía Galán
“Los hijos recuerdan momentos, no horas con sus padres”
Lucía Galán
Pediatra y divulgadora
Creando oportunidades
Consejos de una madre pediatra para cuidar la salud de tus hijos
Lucía Galán Pediatra y divulgadora
“Preparamos a nuestros hijos para los aplausos, no para las equivocaciones”
Lucía Galán Pediatra y divulgadora
Lucía Galán
“No quiero dar una imagen de madre perfecta a mis hijos; no quiero que ellos me vean como una mujer inquebrantable. ¿Por qué? Porque cuando pasen los años y ellos salgan ahí fuera, al mundo real, y tengan su primera caída, su primer fracaso, no quiero que se vengan abajo pensando: ‘Qué decepción. Mi madre aquí nunca se hubiese caído, porque mi madre era perfecta’”. Lucía Galán Bertrand es pediatra, escritora, madre y conferenciante, más conocida como ‘Lucía Mi Pediatra’, Premio Bitácoras al mejor blog de Salud e Innovación Científica 2015 y Premio Mejor Divulgadora de España por la Organización Médica Colegial 2018. Ha publicado, entre otros libros, los títulos ‘Lo mejor de nuestras vidas’, ‘Eres una madre maravillosa’, ‘El viaje de tu vida’ y 'Cuentos de Lucía Mi Pediatra'. Recientemente ha sido nombrada miembro del Comité Asesor de UNICEF y ha convertido la pediatría en materia de debate con base científica a través de las redes sociales. Su labor divulgadora no se limita a informar sobre mitos de la salud, virus y fiebre, antibióticos y vacunas, sino también educación emocional. Desde rabietas y frustraciones a educar en la empatía y la cooperación: "No hay tercer mundo, ni primer mundo. Todos pertenecemos a este mundo y es nuestra responsabilidad dejarlo un poco mejor de lo que lo hemos encontrado", concluye.
Transcripción
“Yo descubrí el sentimiento de culpa en el posparto, ese gran desconocido para el que nadie te prepara”
La vacuna del papilomavirus es el patito feo de las vacunas. Tristemente e injustamente. Tras más de 290 millones de dosis administradas, el último informe de la OMS nos dice que la vacuna del papiloma es «extraordinariamente segura». Y así lo dicen. 290 millones de dosis administradas, que es mucho. Recordemos que el cáncer de cérvix es el segundo cáncer más frecuente en la mujer, que solo en España mueren 850 mujeres cada año. Que, además, el virus del papiloma es el responsable de cáncer orofaríngeo, vagina, ano y pene. Que el virus del papiloma lo transmiten las mujeres, los hombres, y el cáncer lo sufren los hombres y las mujeres. Que en España, de momento, esta vacuna solamente está financiada para las niñas. Pero esperamos todos los profesionales que más pronto que tarde se incluya también a los niños, por un tema de equidad. Quiero decir, los niños también sufren la enfermedad. Es más, en muchos países del mundo, ya está incluida tanto en niñas como niños. El último informe, que salió Australia, que los australianos fueron pioneros en la vacunación del papiloma, vieron descender los casos de cáncer de cérvix de una forma espectacular. Estos datos han sido publicados hace un año y son realmente esperanzadores para el resto de la comunidad médica, porque sabemos ya hacia dónde ir, tenemos ya resultados tangibles de los efectos que puede provocar una vacuna. Tenemos, por primera vez, una vacuna que ya no solamente previene una enfermedad, sino que previene un cáncer que mata a millones de personas. Así que la vacuna del papiloma es segura y la Asociación Española de Pediatría y el Comité Asesor de Vacunas recomiendan la vacunación tanto a niños como a niñas.
A mí me gusta mostrarles a mis hijos las emociones según vienen. No hay emociones buenas, malas, positivas, negativas, son todas nuestras, todas nos pertenecen y todos vamos a pasar por ellas. ¿Qué pasa, no podemos llorar delante de nuestros hijos cuando tenemos un problema verdaderamente importante? Pues yo he llorado delante de mis hijos y no me avergüenzo de ello, porque yo sé que a ellos, en el futuro, les pasará lo mismo, y no quiero que se sientan culpables cuando pasen por momentos de crisis personal. Mira, la última vez que me emocioné con ellos mucho fue hace unos meses. Yo estuve en Níger de la mano de Unicef. Níger es el país más pobre del planeta. Pues realmente fue un viaje transformador y revelador, y yo creo que todos en esta vida deberíamos de hacer algo así, aunque fuese solamente una vez, para tomar conciencia. Pues uno de los sitios que visitamos fue un centro de refugiados de niños sin acompañamiento, que se llaman, que son estos niños que huyen de sus hogares solos, sin adultos. Allí conocimos a niños que habían llegado desde la otra punta del continente africano, que llevaban viajando dos y tres años solos, que habían sido víctimas de todo tipo de abusos: guerras, matrimonios infantiles, por supuesto, abusos de… Bueno, extorsiones, torturas. Todo lo que te puedas imaginar. Y después de dos o tres años, habían llegado a Níger, y entre Unicef y Acnur les habían acogido en una casa a la espera de encontrar un hogar o una casa de acogida en Europa. Estos niños te contaban que ellos, de día, dormían, cuando estaban huyendo. Y de noche viajaban. ¿Por qué? Porque de día era mucho más probable que les capturaran. Y entonces de día se escondían y dormían, y por la noche era cuando viajaban. Cuando yo miraba a esos niños de la edad de mi hijo Carlos, pensé: «¿Cómo hubiesen sobrevivido mis hijos a esto?». Que en Siria, hace diez años, no había guerra, que nadie está exento de que nos pase esto. Cuando volví de aquel viaje y se lo conté a mis hijos, les dije: «Niños, es que no hay tercer mundo, ni segundo mundo, ni primer mundo. Todos pertenecemos a este mundo. Y es nuestra responsabilidad dejar este mundo un poquito mejor de lo que lo hemos encontrado». Y la cooperación, la compasión, la generosidad y la ayuda también se educan. No podemos decir: «Son unas imágenes muy duras para mostrar a los niños». Es que tenemos que educar a nuestros hijos en la cooperación y en la ayuda, porque nunca sabemos si el día de mañana vamos a ser nosotros o van a ser ellos los que están huyendo.
Según los expertos, esta corteza prefrontal, este razonamiento elaborado, no se termina de desarrollar hasta los 20 años. Imagínate todo lo que nos queda. Con lo cual, las rabietas es la máxima expresión de ese cerebro emocional puro y duro del aquí y el ahora. Y tú, por mucho que insistas desde ahí arriba, de: «Cariño, no tiene sentido que te pongas aquí en el supermercado porque estás haciendo el ridículo, y no te voy a comprar la bolsa de patatas porque encima mamá se va a enfadar, porque tucu, tucu, tucu, tucu…». ¿Tú crees que desde ahí vas a llegar allá abajo? No, el niño ni te está escuchando, quiere la bolsa de patatas. ¿Qué podemos hacer cuando están gritando y parece que no controlan la situación? Primero, permanecer a su lado. Ni sillita de pensar, ni «te voy a castigar», ni, por supuesto, gritar. No podemos pretender conseguir algo positivo de nadie a través del grito. Te tienes que tranquilizar, tienes que contar hasta diez: «Cariño, tranquilo. Tranquilo, mamá está aquí. No te preocupes, tranquilo. Ahora cuando estés tranquilo hablamos». Porque por mucho que tú le razones, eso no lo va a entender, necesitamos que él salga un poquito de ahí abajo. Entonces, estas rabietas duran unos minutos, no son eternas. Tenemos que aguantar el tipo y esperar a que el tono del llanto vaya bajando. En el momento en que el niño parece que se va relajando, lo primero que hace ese niño es buscar a mamá o a papá con el que haya tenido el conflicto, tienen esa necesidad. Y se levantan y vienen a buscarte. Bien, pues ese momento en el que parece que ya está saliendo de ahí abajo es cuando los tenemos que coger, besar, abrazar: «Cariño, ¿qué ha pasado?». Ya está saliendo un poquito y te está explicando. Pues ahí es cuando les explicas: «No, amor, es que ahora mismo no podemos comprar las patatas porque ahora vamos a comer y ta, ta, ta, ta, ta». Pero cuando ya ha salido un poquito ahí arriba. ¿Comprendes? Mira, hace poco en la consulta, yo lo viví con un padre y fue espectacular. Llega el padre a la consulta. Su niña, tres años, sentada. Estaba jugando con un juguete de meter triángulo, cuadrado, círculo… Y de repente, yo estaba hablando con el padre, la niña coge el juguete: «¡Buaaa!». Lo tira, empieza a gritar, se tira hacia atrás, se da un coco. El padre: «Pero ¿qué pasa?». La va a coger y la niña empieza a pegarle, porque hay niños que reaccionan así a las rabietas, se ponen violentos. El padre, lógicamente, se pone muy nervioso, y le digo: «Juan, tranquilo, siéntate aquí y deja a la niña». «Pero Lucía Galán, qué vergüenza…». «Tranquilo, siéntate y deja a la niña ahí». Bien, dejó a la niña tal que aquí. Y la niña: «¡Buaaa, buaaa!». Me miraba a mí como diciendo: «Aquí hay algo que no cuadra. ¡Buaaa, buaaa!». Y yo, al padre: «Juan, tranquilo, vamos a seguir hablando como que no ha pasado nada. Ve diciéndole a la nena que no pasa nada, que cuando esté tranquila vais a hablar, que estás aquí». Mensajes de tranquilidad. El padre, chapó. «Cariño, amor, no pasa nada, papá está aquí. Cuando quieras hablamos, estoy aquí, estoy aquí». Bien. Ni tres minutos. A los tres minutos, la nena cambió la intensidad del llanto, se levantó, fue a buscar a papá, y sin que yo le hubiese dicho nada al padre, el padre cogió a la niña, la abrazó, estuvo un buen rato largo con ella: «Tranquila, tranquila, tranquila». Y cuando dejó de llorar, la cogió, la miró fijamente y le dijo: «Cariño, ¿qué ha pasado?». Y dice la niña: «¡Es que no entraba, y no entraba, y no entraba!». Porque encima las rabietas son estas cosas. Y entonces el padre cogió a la niña, se levantó, cogió el juguete, cogió las piezas y le dijo: «Mira, esto es un triángulo, esto es un círculo, esto es un cuadrado». La niña empezó a aplaudir. Bueno, yo estaba que solo me faltaban las palomitas. Estaba feliz. Esa es una perfecta resolución de una rabieta. Estando a su lado pero esperando a que salga un poquito de esa parte emocional, suba a la poquita corteza prefrontal que tiene, y entonces intentar razonar.
“¿Qué te gustaría que tus hijos recordasen de su infancia cuando tú no estés aquí?”