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“Los hijos recuerdan momentos, no horas con sus padres”

Lucía Galán

“Los hijos recuerdan momentos, no horas con sus padres”

Lucía Galán

Pediatra y divulgadora


Creando oportunidades

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Lucía Galán

“No quiero dar una imagen de madre perfecta a mis hijos; no quiero que ellos me vean como una mujer inquebrantable. ¿Por qué? Porque cuando pasen los años y ellos salgan ahí fuera, al mundo real, y tengan su primera caída, su primer fracaso, no quiero que se vengan abajo pensando: ‘Qué decepción. Mi madre aquí nunca se hubiese caído, porque mi madre era perfecta’”. Lucía Galán Bertrand es pediatra, escritora, madre y conferenciante, más conocida como ‘Lucía Mi Pediatra’, Premio Bitácoras al mejor blog de Salud e Innovación Científica 2015 y Premio Mejor Divulgadora de España por la Organización Médica Colegial 2018. Ha publicado, entre otros libros, los títulos ‘Lo mejor de nuestras vidas’, ‘Eres una madre maravillosa’, ‘El viaje de tu vida’ y 'Cuentos de Lucía Mi Pediatra'. Recientemente ha sido nombrada miembro del Comité Asesor de UNICEF y ha convertido la pediatría en materia de debate con base científica a través de las redes sociales. Su labor divulgadora no se limita a informar sobre mitos de la salud, virus y fiebre, antibióticos y vacunas, sino también educación emocional. Desde rabietas y frustraciones a educar en la empatía y la cooperación: "No hay tercer mundo, ni primer mundo. Todos pertenecemos a este mundo y es nuestra responsabilidad dejarlo un poco mejor de lo que lo hemos encontrado", concluye.


Transcripción

00:00
Lucía Galán. Mi nombre es Lucía Galán Bertrand. Soy pediatra, escritora y conferenciante, y soy una apasionada de la educación, de la divulgación y de la emoción.

00:17
Adelaida Abruñedo. Hola, Lucía. Soy Adelaida. Tengo la suerte de ser mamá de dos niñas de cinco y siete años. Cuando yo me quedé embarazada, una de las primeras dudas que me surgieron fue: «¿Lo haré bien?». O incluso hoy en día: «¿Lo sigo haciendo bien?». ¿Cómo se puede resolver esa duda? ¿Crees que esa pregunta tiene respuesta?

00:37
Lucía Galán. Pues mira, yo creo que la respuesta es: desprendiéndonos de esa carga, de esa responsabilidad, de esa pesadez, a veces, que tenemos de ser padres perfectos. Yo creo que cuando te quedas embarazada, cuando ves la línea en el Predictor, positiva, probablemente ese sea uno de los momentos más bonitos y más dulces de la vida en pareja. Todos lo recordamos como algo especial. En ese momento, que tiene mucho de fantasía, tú te imaginas que vas a tener un bebé perfecto, que tu relación de pareja va a ser perfecta, que tu vida va a ser perfecta. Miras a tu pareja y dices: «Cariño, ¿qué puede salir mal? Si es que lo tenemos todo». Con los años, aprendes que la vida improvisa, que tú puedes programar tu vida pero ella lleva su curso, que muchas veces no coincide con el nuestro. Y que la perfección no existe. Es más, yo no quiero dar esa imagen de madre perfecta a mis hijos. Yo no quiero que ellos me vean como una mujer inquebrantable y perfecta. ¿Por qué? Porque cuando pasen los años y ellos salgan ahí fuera, al mundo real, y tengan su primera caída, su primer tropezón, su primer fracaso, lo que no quiero es que se vengan abajo pensando: «Qué decepción. Mi madre aquí nunca se hubiese caído porque mi madre era perfecta». Yo intento y me esfuerzo en mostrarles a mis hijos… Pues como soy, una mujer real, imperfecta. «Maravillosamente imperfecta», les digo, porque, realmente, esa imperfección no nos hace ser peores padres. Nuestros niños no necesitan padres perfectos, necesitan padres que estén, que estén con ellos incondicionalmente. Y para eso no hace falta ser perfectos.

02:21
Adelaida Abruñedo. Lo que pasa es que sí que es verdad que el ritmo de la vida que tenemos últimamente… Que si les llevamos al cole, si vamos al trabajo, que si volvemos… Vamos de un lado para otro. Yo, particularmente, a mí me gusta pararme y enseñarles a disfrutar del día a día y del momento. Pero sí que me encuentro con padres que a veces se sienten culpables por no pasar el tiempo suficiente con ellos. ¿Cómo…? ¿Qué consejos les darías?

02:50
Lucía Galán. A ver, el sentimiento de culpa yo creo que es la asignatura pendiente, hoy en día, de todos nosotros. Yo descubrí el sentimiento de culpa casi en el mismo momento en el que llegué con mi primer hijo a casa, recién daba a luz. Ese posparto, ese gran desconocido para el que nadie te prepara. Tú estás ahí con un bebé, son todos miedos, son todo preguntas, son todo dudas. Fíjate, yo ya era pediatra, pero nadie me había hablado del posparto. Todo el mundo estaba celebrando el feliz acontecimiento, menos yo. Yo estaba abatida, estaba exhausta, me entraban ganas de llorar. Y como nadie me había contado esto, pues me sentía terriblemente culpable. Y culpable por doble partida. Por un lado, como mujer, como madre, de decir: «Pero esto es lo que tanto han hablado, de la maternidad, y yo me siento aquí como… No sé, como que no lo estoy haciendo bien». Como por parte desde el punto de vista de mi profesión, de pediatra. Nadie me había hablado del posparto ni en la facultad, ni en las prácticas, ni siquiera yo me había dado cuenta de ese impacto emocional que generaba en los padres cuando por primera vez tenían a su bebé. Y entonces me sentí en un vacío en el que pensé: «Hace falta hablar de esto». Porque, realmente, son unas semanas tan difíciles y tan duras. Posteriormente va pasando el tiempo. Como suele ocurrir en la vida, todo se va recolocando y vas encontrando el sentido a las cosas que te suceden. Pero aun así, el sentimiento de culpa es algo que, sobre todo las mujeres, siempre arrastramos. Yo he descubierto que a mí el sentimiento de culpa no me sienta bien. Yo, cuando me miro al espejo y me siento culpable, me veo fea, oscura, gris, gruñona. ¿Y esa es la imagen que les regalo a mis hijos todas las mañanas cuando se levantan? Entonces, llegó un momento en el que en el que dije: «Ya está bien, basta. No quiero regalarles esto a mis hijos. No es la imagen que yo quiero darles a ellos». Así que decidí convertir mi culpa en ejemplo. ¿Y esto qué quiere decir? Pues que para mí es inspirador que mis hijos vean que tienen una mamá que le gusta su profesión, que viene contenta de trabajar, que habla bien de su trabajo, ¿sabes? Me cansa un poquito este lamento continuo en el que vivimos. Parece que estamos todo el rato quejándonos, todo el rato lamentándonos. Y no nos damos cuenta de que nuestros hijos nos están observando y escuchando todo el día. Para mí es inspirador que mis hijos me recuerden dentro de unos años como una mamá que, además de ser mamá, tenía una profesión que le apasionaba. Porque, realmente, lo que necesitamos en esta vida son niños que se dediquen en un futuro a cosas que les apasionan, que les mueven. Ahí es donde realmente puedes ser bueno, cuando haces algo que realmente te gusta. Así que hago ese pequeño esfuerzo, ese pequeño ejercicio personal antes de entrar por la puerta de casa y elegir pequeñas anécdotas que me han pasado a lo largo del día para contarles a mis hijos y transmitirles también esa pasión por lo que uno hace.

“Preparamos a nuestros hijos para los aplausos, no para las equivocaciones”. Lucía Galán
Quote

“Yo descubrí el sentimiento de culpa en el posparto, ese gran desconocido para el que nadie te prepara”

Lucía Galán

06:01
Adelaida Abruñedo. Lucía, estabas hablando de que cuando volviste con el bebé a tu casa te encontraste con esa sensación, la depresión posparto, con sentimientos que no sabías por dónde empezar a expresarlos o conocerlos. ¿Dónde crees tú que podemos las mujeres que estamos en esa situación empezar a buscar herramientas?

06:23
Lucía Galán. Pues yo creo que todo se basa en la educación, en los mensajes que nosotros transmitimos, ya no solo a las personas de igual a igual que están a nuestro alrededor, sino a las generaciones que vienen detrás. Yo, vamos, voy a invertir todos mis esfuerzos en que esto no le pase ni a mi hija ni a mi hijo. Porque los papás tampoco reciben información y entran como un elefante en una cacharrería. De repente ven a su mujer, que se supone que tiene que estar feliz porque el bebé está bien, porque todo ha salido más o menos bien, pero se encuentra a una mujer triste, cansada, que se queja, irascible, parece que no es ella. Entonces, todo esto genera unos conflictos entre papá y mamá los primeros meses que parece que es antinatural, porque dices: «Es el momento más feliz de nuestras vidas». Pues no lo es justo al principio. Hasta que las piezas del puzle empiezan otra vez a encajar, a veces pasan semanas o meses. Y esto es una información que no nos llega. Ni siquiera me llegó a mí, siendo pediatra, y me frustró mucho, y me enfadé mucho. Y me enfadé con mis profesores, y me enfadé con mis adjuntos veteranos, y me enfadé con mis amigas, y me enfadé incluso con mi madre, con la que tengo un vínculo emocional intensísimo, y le dije: «Pero mamá, ¿cómo no me advertiste de esto?». Y recuerdo perfectamente esa conversación. Yo estaba en la habitación, tenía la casa llena de visitas, estaba con el bebé enganchado al pecho, estaba llorando a moco tendido porque me encontraba fatal y no sabía a quién se lo podía decir. Y entonces, en ese momento, entró mi madre a la habitación a buscar un mantel, porque para las madres es muy importante un mantel bonito para las visitas. ¿Verdad? Y me vio llorando y me dijo: «Pero cariño, ¿qué te pasa?». Y le digo: «Mamá, ¿qué me pasa? No sé lo que me pasa, dímelo tú». Y entonces se sentó a mi lado, me besó la frente y me dijo: «Amorín, esto es el posparto. Tranquila que pasará». Y efectivamente, pasó. Con el segundo lo vives diferente. ¿Por qué? Porque ya sabes a dónde vas, porque ya has pasado por ello, porque ya has sentido todo aquello. Con lo cual yo intento trasladar este mensaje a los papás que vienen que están esperando su primer bebé, que nadie les ha contado del posparto. Y yo creo que es responsabilidad de todos contar esto a nuestros hijos. Para que, por lo menos, cuando llegue, no se sientan bichos raros. Porque el hecho de sentirse reconocido, de saber que no eres el único, ya es un gran consuelo. Y esto se consigue a través de la generosidad de compartir este tipo de experiencias. Que no es lo más bonito de la maternidad, que siempre tendemos a compartir lo bonito, lo alegre, lo maravilloso. Pero esto también forma parte de la maternidad y de la paternidad, y genera mucha culpa, y genera mucho miedo, y genera mucha tristeza, y no es justo que pasemos esos primeros meses de crianza metidos así, en esa burbuja, pensando que nos está pasando algo, cuando lo normal es que casi todas las parejas pasen por esa situación.

09:22
Adelaida Abruñedo. Por lo que estás contando, el autocuidado, no solo en estos primeros días, sino en la maternidad en general, lo consideras muy importante.

09:30
Lucía Galán. Claro. ¿Cómo vamos a pretender cuidar bien de nuestros hijos si nosotras no estamos bien? Es que yo para darles lo mejor de mí a mis hijos necesito estar bien. Pero esto se nos olvida, todo gira en torno a ellos. Y eso, al principio, es normal. Pero llega un momento que tienes que volver otra vez a reconducir esa situación, porque tú, antes de madre, eras muchas cosas a las que no tienes por qué renunciar. ¿Por qué? ¿El convertirte en madre hace que tengas que renunciar a todo lo demás que te rodeaba? ¿A tu profesión, a tus amigos, a tus hobbies? No, yo pienso que no. ¿Por qué? Porque yo soy mucho más feliz cuando tengo todas esas parcelas cubiertas. Para sentirme una mujer completa, necesito sentirme realizada como profesional, necesito estar en contacto con mis amigas, necesito tener una sólida relación amorosa que me entienda y me acompañe en este viaje. Y todo es igual de importante. Entonces, yo veo a muchas madres en la consulta que ponen el foco tanto en sus hijos que se olvidan de ellas, y pretenden dar lo más bonito de ellas desde ese estado de cansancio, apatía, dejadez, tristeza, abandono. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible dar lo mejor de ti cuando te encuentras tan lejos de lo que es el ideal que quieres darles a tus hijos?

10:51
Adelaida Abruñedo. En la consulta te habrás encontrado numerosas familias que vienen y siempre te preguntan lo mismo. ¿Me podrías contar las top ten preguntas que te suelen hacer?

11:05
Lucía Galán. Sí, bueno, esto forma parte de mi profesión, pero me encanta, porque soy una fiel defensora de la educación sanitaria, y al principio se lo tienes que explicar detenidamente, y la segunda vez también, pero a la tercera ya no vienen o ya no preguntan por esto. La fiebre. ¿Qué problema tenemos con la fiebre? ¿Qué miedo hay a la fiebre? ¿Qué fobia hay a la fiebre? A ver, la fiebre está en el bando de los buenos, siempre les digo. Me gusta hablar con lenguaje infantil tanto a padres como a niños. La fiebre es un mecanismo de defensa de nuestro organismo. Cuando nuestro organismo detecta que entra un agente extraño, lo primero que hace es elevar la temperatura. ¿Y por qué eleva la temperatura? Porque, por un lado, a los gérmenes les gusta reproducirse a temperaturas bajitas, y nuestro organismo, que es muy listo, lo sabe. Entonces, sube la temperatura para ponérselo difícil al virus y que le cueste un poquito más reproducirse. Eso por un lado. Y por otro lado, la elevación de la temperatura lo que hace es estimular a nuestro sistema inmunológico a fabricar defensas para luchar contra el virus. Es como ir a la puerta de nuestros leucocitos y decir: «Chicos, que tenemos aquí un agente que hay que luchar contra él». Con lo cual, esto de bajar persistentemente la fiebre es un error. No. Los pediatras siempre decimos: «No tratamos la fiebre, tratamos el malestar». Es decir, si tú sistemáticamente, cada cuatro horas, le estás dando un antitérmico a tu hijo, cada cuatro horas le bajas la temperatura y se lo pones facilísimo al virus para que se siga reproduciendo, y además no estimulas correctamente a su sistema inmunológico. Con lo cual, si el niño tiene 38 o 38.5 y está saltando en el sofá, no hay que tratar la fiebre. La fiebre ya le está ayudando a superar esa infección.

12:45
Adelaida Abruñedo. Claro.

Lucía Galán. Bien. Si tiene 38.5 y el niño está tiradito en el sofá, tiene dolor, se encuentra mal, está irritable, entonces es cuando utilizamos un antitérmico. Realmente, lo importante del niño con fiebre no es la temperatura, no es la cifra que nos da el termómetro, sino el estado general. Yo les digo a los papás: «¿El niño está contento, ríe, juega, come, hace pipí? Tranquilos. Ningún niño con un excelente estado general tiene una enfermedad grave, urgente que ponga en peligro su vida en minutos. Ahora, ¿tu niño está decaído, triste, está tirado en el sofá, no juega, te mira raro, no quiere comer? Con fiebre o sin fiebre, al pediatra. Tiene un mal estado general». Tenemos que dejar de mirar los aparatos y mirar más a nuestros hijos, y verlos a ellos en completo: cómo respiran, qué color tienen y qué actividad tienen, y perder el miedo a la fiebre. Más mitos: «¡No camines descalzo que vas a coger frío!».

13:44
Adelaida Abruñedo. Sí.

Lucía Galán. ¿Cuántas veces lo habremos oído?

Adelaida Abruñedo. En mi casa, muchas.

Lucía Galán. Madres, abuelas… Que no, que los virus no entran por los pies. «¡No salgas al patio sin la chaqueta porque vas a coger una neumonía!». Que no, que los niños no cogen los resfriados, ni las gripes, ni las neumonías por quitarse el abrigo. Los virus, las infecciones respiratorias, se contagian por el contacto directo con una persona infectada. Es decir, por el contacto estrecho de las gotitas de saliva que emitimos al hablar o a través del contacto muy cercano o compartir vasos, o cubiertos, o juguetes, en el caso de los niños. La medida más eficaz para prevenir este tipo de enfermedades infecciosas en el invierno es el lavado frecuente de manos, tanto en nosotros como en los niños, y llevar una alimentación saludable y equilibrada que le ayude al niño a responder de forma natural a las infecciones a las que están expuestos. Pero tranquilidad, por ir descalzos, los bichitos nos suben arriba y se instalan en el pulmón.

14:42
Adelaida Abruñedo. Yo recuerdo, cuando era más pequeña, los bocadillos que me hacía mi abuela de pan con chocolate. Sin embargo, cuando fui mamá, le puse mucho foco en buscar que la alimentación fuera equilibrada y a la vez saludable. De hecho, presumo de que en casa desayunamos pan con tomate o incluso el famoso humus del que tanto se habla. Pero ¿es verdad que se nos está yendo un poco de la mano todo el tema de la nutrición saludable? ¿Qué opinas?

15:11
Lucía Galán. Bueno, opino que el darle garbanzos todas las mañanas a tus hijos para desayunar no te convierte en una madre maravillosa, como tampoco te convierte en un mal padre o en una mala madre si de vez en cuando el niño se come una galleta. No estás envenenando a tu hijo. A mí no me gustan nada los extremos. Entonces, estos mensajes que en ocasiones veo y esta persecución y este linchamiento, en ocasiones, cuando se habla de la alimentación infantil, no me gusta. Y no me gusta porque yo luego lo veo sobre terreno, en la consulta, con mis padres, y considero que se está generando mucho sentimiento de culpa en las familias. Se está generando este sentimiento de: «Jo, es que haga lo que haga, lo estoy haciendo fatal». Y realmente, alimentar a nuestros hijos de una forma saludable no es tan difícil. A mí me llama mucho la atención cómo en los dos primeros años de vida los padres, realmente, tienen muchísima información sobre alimentación infantil y lo hacen fenomenal: leen todas las etiquetas, no se salen, pero ni de broma, de lo que les pauta el pediatra o el profesional sanitario, todo es natural, no les dan, por supuesto, chuches, ni dulces, ni postres lácteos, ni azúcares añadidos… Y lo hacen maravillosamente bien la inmensa mayoría de las familias. Y sin embargo entre los seis y los diez años, nuestras estadísticas es que el 40% de los chavales tienen sobrepeso y obesidad. O sobrepeso u obesidad. Y esto sí es un problema. Esto sí es un problema. Entonces, ¿qué ocurre? ¿Dónde se nos escapa? En los primeros dos años, yo veo a los padres muy concienciados, como tú, y muy sensibilizados con el tema de la alimentación infantil y lo llevan a rajatabla, y sin embargo de los seis a los diez años, prácticamente la mitad de nuestros niños tienen sobrepeso. Algo estamos haciendo mal. ¿Qué pasa? Los papás se relajan y parece que pasados esos primeros tres años de crianza ya uno como que, bueno… Pues sí, te relajas, miras para otro lado, los niños ya se empiezan a hacer muy demandantes y ya piden mucho, comparan. La industria alimentaria nos bombardea y es que es prácticamente imposible comer de una forma saludable si coges un tren o un avión, o estás con los niños en el cine, porque es que no hay alternativas. Entonces, tenemos que concienciar a los padres desde el principio, desde la primera visita del recién nacido, los pediatras tenemos que hablar de alimentación infantil, promoviendo la lactancia materna de forma exclusiva hasta los seis meses, dando unas pautas adecuadas y consensuadas con la familia en función del estilo de crianza que quieren llevar. Yo a los papás les digo muchas veces: «Mira, cuando vayas a hacer la compra al supermercado, no compres nada que no comprarías en la plaza del mercado del pueblo». ¿Qué compramos en el mercado del pueblo? Carne, pescado, fruta, verdura, legumbres y pan. ¿Verdad?

18:03
Adelaida Abruñedo. Sí.

“Preparamos a nuestros hijos para los aplausos, no para las equivocaciones”. Lucía Galán
Lucía Galán. No hay envasados, no hay etiquetados, no hay bolsas. Pues cuando estemos en el supermercado, esta es la mentalidad: comprar carne, pescado, frutas, verduras y fuentes de cereal. Que si el cereal es integral, mejor. Siempre te dicen los papás: «Pero ¿le puedo dar cereal integral?». Claro, el pan integral, la pasta integral, el arroz integral, no hay ningún problema. Es incluso mucho más saludable que el cereal refinado, que el blanco. Entonces, es muy importante explicarles a los papás desde el principio, desde la alimentación complementaria a los seis meses, el Plato de Harvard. Y el Plato de Harvard lo podemos aplicar al bebé de seis meses y a la abuelita de 93 años. ¿Y en qué consiste esto? Consiste: tenemos un plato, la mitad de la comida que le pongamos al niño o al adulto, tiene que ser fruta y/o verdura. La mitad de la ración, fruta y/ o verdura. Un cuarto tiene que ser proteína: carne, pescado, legumbres, huevo. Y otro cuarto tiene que ser una fuente de hidratos de carbono, a ser posible cereal integral: pan, pasta, arroz. Cuando vienen las mamás o los papás y me dicen: «Ay, ha cenado divinamente su filetito de ternera». Pues regular, porque el filetito de ternera es todo proteína. Yo prefiero que le pongan un tercio del filetito, ya tenemos un cuarto, una cucharadita de arroz, por ejemplo, ya tenemos el otro cuarto de hidrato de carbono, y el resto del plato, pues tres arbolitos de brócoli, o varias rodajitas de calabacín y luego le ponemos una mandarina. Y para beber, agua. Los niños beben agua. «Pero hombre, en el almuerzo, su zumito…». No. Su zumito tiene unos porcentajes de azúcar demenciales. No, promueven las caries, la obesidad, la hipertensión, el síndrome metabólico. No, los niños beben agua, no necesitan beber otra cosa que no sea agua con las comidas. Y como fuente de grasa saludable tenemos el aceite de oliva virgen extra, tenemos el aguacate, y en los niños mayores de cinco años, les podemos poner en el almuerzo nueces. El mensaje clave que a mí me gusta transmitirles a los padres con el tema de la alimentación infantil es: Tú eliges la calidad y él elige la cantidad. Da igual que coma poco si está bien distribuido, si hace un Plato de Harvard. Si el niño gana bien de peso, va creciendo, los controles con el pediatra son normales, hay que despreocuparse. No es importante la cantidad y sí la calidad. Además, es muy importante explicarles a los papás que el paladar se educa. Si tú a un lactantito le acostumbras con postres lácteos azucarados, con cosas endulzadas, ese bebé se acostumbra a ese sabor tan intenso de los azúcares artificiales. ¿Y qué ocurrirá? Que rechazará los azúcares naturales que están presentes de forma natural, por ejemplo, en las frutas. No querrá. Lo mismo ocurre con las grasas trans. Las grasas trans es el gran enemigo de nuestro sistema cardiovascular. Deberíamos de eliminarlas de nuestra dieta. Las grasas trans están en toda la cocina precocinada, en las ‘fast food’, están en los ‘snacks’, en las chocolatinas… Bien. Si a los niños les acostumbramos a grasas trans: patatitas, ganchitos, bollería… ¿Qué ocurre? Que se hacen adictos a ese sabor tan intenso y todo lo que le pongamos le va a resultar insípido. Entonces, no tenemos en este país niños malos comedores, tenemos niños que son muy selectivos a la hora de comer porque les hemos acostumbrado a unos sabores muy determinados y muy acotados, y que encima, en muchas ocasiones, no son saludables. Así que hay padres que te dicen: «Claro, es que se pone como loco. Le tengo que dar las galletas porque se pone como loco». Pero ¿quién compra las galletas? ¿Va el niño al supermercado, compra las galletas y las mete en la despensa? Si no quieres que tu hijo se ponga como loco con las galletas, que efectivamente, llevan un 30% de azúcares, y es mucho más saludable que se tome su tostadita de pan integral con aceite de oliva y un poquito de sal, no compres galletas. Lo que marca un estilo de vida saludable y una nutrición adecuada no son esas pequeñas excepciones que hacemos de vez en cuando todos, y que no pasa nada si nos sentamos en una terracita y nos tomamos algo. Lo que marca una alimentación saludable es la lista de la compra semanal, es lo que tenemos en nuestra despensa. Y si no quieres que tu hijo coma eso, que no lo vea, no lo compres. Que cuando tengan 10, 12, 14 años, ya pelearás, porque ya comprarán ellos, ya te pedirán. Pero esos primeros años en los que comen única y exclusivamente lo que nosotros compramos, no es tan difícil.

22:45
Adelaida Abruñedo. Mis dos hijas están vacunadas, pero sé que hay sectores de la población que, no sé si por desconocimiento o por miedo, se niegan a vacunar a sus hijos. ¿Nos podrías contar de forma científica, realmente, si son seguras las vacunas?

23:04
Lucía Galán. Las vacunas, realmente, es uno de los avances médicos más importantes de la historia de la humanidad. Salvan entre dos y tres millones de vidas cada año y hay un consenso unánime de todas las organizaciones científicas nacionales e internacionales sobre la seguridad y la eficacia de las vacunas. Los controles de seguridad y de eficacia que pasan las vacunas no las pasa ningún fármaco que tengamos ninguno de nosotros en el botiquín de casa. Entonces, que los padres tengan dudas es normal. Tener dudas es razonable, tener incluso miedo, también. La ciencia avanza, estamos acostumbrados a que escuchamos una cosa y luego, a los 10, 15 o 20 años es otra. Pero lo que a mí sí que me gusta transmitir a las familias es que, por favor, cuando tengan dudas, que consulten con su pediatra, que consulten con fuentes fiables, con instituciones y organizaciones científicamente avaladas, que no todo lo que leen es real. Que no se dejen guiar por personas que no tienen experiencia y que no tienen formación para hablar de vacunas. Yo vacuno a mis hijos porque cuando te conviertes en padre, la mayor responsabilidad que tienes en esta vida es velar por su seguridad y por su protección. Y vacunando sé que les voy a evitar, en un altísimo porcentaje, que padezcan más de 15 enfermedades que pueden resultar mortales o que les pueden quedar secuelas invalidantes. Yo vacuno a mis hijos guiándome por todas las opiniones de las asociaciones científicas nacionales e internacionales. Vacuno a mis hijos porque mi opinión nunca puede estar por encima de estas organizaciones que se pasan toda su vida estudiando la seguridad y la eficacia de las vacunas. Vacuno a mis hijos porque, de no hacerlo, si tuviesen alguna complicación grave o alguna secuela invalidante por alguna de estas enfermedades, como madre, jamás me lo perdonaría. Existe un miedo generalizado en todo el mundo con una vacuna en concreto y con el trastorno del espectro autista. ¿De dónde sale este temor de la triple vírica y el autismo? Pues esto sale en 1998, un doctor inglés llamado Dr. Wakefield publica un artículo en una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo que se llama ‘The Lancet’ donde él, con un muy pequeño tamaño muestral, de 12 casos solamente, 12 casos de niños, asocia la administración de la triple vírica con el autismo. ¿Qué ocurre? Se produce una revolución en el entorno científico y médico, y esto provoca unas caídas de las coberturas vacunales tremendas en todo el mundo, con el riesgo que ello conlleva y la aparición de brotes de sarampión. ¿Qué ocurrió? Que tiempo después, tras investigar este estudio, se descubrió que era un estudio fraudulento, que había falseado los datos, que además estaba recibiendo cuantiosas cantidades de dinero por una asociación antivacunas, y que, además, él mismo de lo que tenía intención era de patentar otra vacuna diferente a esta. Tanto fue así que a este hombre le retiraron la licencia de médico en el Reino Unido, nunca más pudo ejercer allí. La revista científica ‘The Lancet’ se retractó, pero el daño ya estaba hecho, porque habían pasado ya diez años. Posteriormente, hay decenas y decenas de estudios con más de un millón de niños estudiados. Date cuenta que él sacó 12, que luego se descubrió que era fraudulento. Tenemos más de un millón de niños estudiados de todo tipo de organizaciones en las que hay un consenso unánime: las vacunas no provocan autismo. Ni la triple vírica ni ninguna. El trastorno del espectro autista no tiene nada que ver con la composición de las vacunas ni con la administración de las vacunas. Esto es algo que tenemos que seguir transmitiendo a todos los padres. Fíjate que todavía nos queda camino, porque el mayor miedo que tienen muchos padres cuando no vacunan es el autismo y las vacunas. Y ahora mismo, la comunidad científica lo tiene clarísimo y tenemos que seguir insistiendo en este tema. Otro de los miedos que tienen las familias que son reacias a la vacunación es el mercurio y las vacunas. Bien. En nuestro país, en España, ninguna vacuna tiene mercurio. Lo tenemos que repetir así: ninguna vacuna tiene mercurio. ¿Qué ocurre con el mercurio? Hay algunas vacunas que tienen un compuesto que se llama «tiomersal» que, efectivamente, es un derivado del mercurio. Bien. Este compuesto es un conservante que lo que ayuda es que la vacuna dure más tiempo. Bien. Pues el tiomersal se utiliza en algunas vacunas multidosis que utilizamos en países subdesarrollados porque es mucho menos costoso fabricar esas vacunas porque, de un mismo bote, puedes sacar varias dosis a pacientes, y eso baja mucho el coste de la producción de la vacuna. Este compuesto, este conservante, solamente está en este tipo de vacunas multidosis que no tenemos en España. Pero aun así, se han hecho todo tipo de estudios por la OMS, organismos independientes, por toda la comunidad científica, y no se ha encontrado ni uno solo que asociara riesgo, riesgo físico, riesgo para la salud, del tiomersal a las cantidades en las que llevan estas vacunas y desarrollo de toxicidad neurológica o problemas en la salud. No se ha encontrado ningún estudio que relacione tiomersal con toxicidad neurológica. Con lo cual, incluso aquellas que lo tienen, son seguras.

28:59

La vacuna del papilomavirus es el patito feo de las vacunas. Tristemente e injustamente. Tras más de 290 millones de dosis administradas, el último informe de la OMS nos dice que la vacuna del papiloma es «extraordinariamente segura». Y así lo dicen. 290 millones de dosis administradas, que es mucho. Recordemos que el cáncer de cérvix es el segundo cáncer más frecuente en la mujer, que solo en España mueren 850 mujeres cada año. Que, además, el virus del papiloma es el responsable de cáncer orofaríngeo, vagina, ano y pene. Que el virus del papiloma lo transmiten las mujeres, los hombres, y el cáncer lo sufren los hombres y las mujeres. Que en España, de momento, esta vacuna solamente está financiada para las niñas. Pero esperamos todos los profesionales que más pronto que tarde se incluya también a los niños, por un tema de equidad. Quiero decir, los niños también sufren la enfermedad. Es más, en muchos países del mundo, ya está incluida tanto en niñas como niños. El último informe, que salió Australia, que los australianos fueron pioneros en la vacunación del papiloma, vieron descender los casos de cáncer de cérvix de una forma espectacular. Estos datos han sido publicados hace un año y son realmente esperanzadores para el resto de la comunidad médica, porque sabemos ya hacia dónde ir, tenemos ya resultados tangibles de los efectos que puede provocar una vacuna. Tenemos, por primera vez, una vacuna que ya no solamente previene una enfermedad, sino que previene un cáncer que mata a millones de personas. Así que la vacuna del papiloma es segura y la Asociación Española de Pediatría y el Comité Asesor de Vacunas recomiendan la vacunación tanto a niños como a niñas.

30:59
Adelaida Abruñedo. Aún a día de hoy, sigo escuchando frases como: «Los niños no lloran, tienes que ser fuerte» o «Uy, qué fea te pones cuando estás llorando». Yo creo que es muy importante, como decías antes, ser ejemplo nosotros y facilitarles o darles herramientas para que ellos puedan gestionar sus emociones, siendo nosotros los ejemplos para ellos. ¿Tú cómo lo haces?

31:26
Lucía Galán. A lo largo de estos ya 12 años de maternidad, me he dado cuenta de que preparamos a los niños y a las niñas para el éxito, para los premios, para los aplausos. Pero nadie te prepara para el fracaso, nadie te prepara para las equivocaciones, para los errores, para la tristeza, para tener tus momentos de aislamiento, tus momentos de silencio, tus momentos de parar. Parece que todo está enfocado a correr, crecer, volar. ¿Y qué pasa, que yo no tengo derecho a tener un día o una temporada más tranquila, más triste, que necesito más aislamiento? Claro que tengo derecho y nuestros hijos también. No podemos pretender que nuestros hijos estén enchufados todo el día, con esto que nos dicen: «No, ¡es que tienes que comerte la vida a bocados! ¡Tienes que salir a la calle todos los días como si te fueses a morir mañana!». Oye, que esto es estupendo, pero salir así todos los días, los 365 días del año, yo no sé tú, pero para mí es agotador.

32:29
Adelaida Abruñedo. Agotador, sí.

Lucía Galán. Y exigirles eso a los niños, también. «Pero no llores, pero si lo tienes todo, pero es que de verdad…». Pues tendrán derecho los niños también a tener sus días flojos. ¿Sí o no? ¿O qué pasa? Que cuando nuestros hijos crezcan y se vengan abajo, y tengan un momento de crisis personal de verdad, ¿qué van a pensar de ellos mismos? ¿Se van a sentir un fracaso en esta sociedad, donde solo está aceptado el éxito, donde solamente te aplauden si te enfocan los focos? Pues no. A mí me gusta educar a mis hijos en la realidad, en el esfuerzo, en el sacrificio. Solamente se premia al primero del concurso. Y da igual el segundo, el tercero o el cuarto. Se ven como que han perdido, los meten en el mismo saco. Si viene mi hijo a casa con un cinco en un examen, decepcionado, triste y llorando porque esperaba mucha más nota, y yo sé que detrás de ese cinco ha habido mucho esfuerzo, yo lo voy a celebrar como si hubiese sacado un diez. Porque para mí lo importante es el esfuerzo, es la constancia, es la perseverancia. Esos son valores que de verdad les van a hacer ser personas buenas, personas que puedan dejar un legado en esta vida cuando ellos no estén, y no los rápidos resultados a corto plazo.

33:49

A mí me gusta mostrarles a mis hijos las emociones según vienen. No hay emociones buenas, malas, positivas, negativas, son todas nuestras, todas nos pertenecen y todos vamos a pasar por ellas. ¿Qué pasa, no podemos llorar delante de nuestros hijos cuando tenemos un problema verdaderamente importante? Pues yo he llorado delante de mis hijos y no me avergüenzo de ello, porque yo sé que a ellos, en el futuro, les pasará lo mismo, y no quiero que se sientan culpables cuando pasen por momentos de crisis personal. Mira, la última vez que me emocioné con ellos mucho fue hace unos meses. Yo estuve en Níger de la mano de Unicef. Níger es el país más pobre del planeta. Pues realmente fue un viaje transformador y revelador, y yo creo que todos en esta vida deberíamos de hacer algo así, aunque fuese solamente una vez, para tomar conciencia. Pues uno de los sitios que visitamos fue un centro de refugiados de niños sin acompañamiento, que se llaman, que son estos niños que huyen de sus hogares solos, sin adultos. Allí conocimos a niños que habían llegado desde la otra punta del continente africano, que llevaban viajando dos y tres años solos, que habían sido víctimas de todo tipo de abusos: guerras, matrimonios infantiles, por supuesto, abusos de… Bueno, extorsiones, torturas. Todo lo que te puedas imaginar. Y después de dos o tres años, habían llegado a Níger, y entre Unicef y Acnur les habían acogido en una casa a la espera de encontrar un hogar o una casa de acogida en Europa. Estos niños te contaban que ellos, de día, dormían, cuando estaban huyendo. Y de noche viajaban. ¿Por qué? Porque de día era mucho más probable que les capturaran. Y entonces de día se escondían y dormían, y por la noche era cuando viajaban. Cuando yo miraba a esos niños de la edad de mi hijo Carlos, pensé: «¿Cómo hubiesen sobrevivido mis hijos a esto?». Que en Siria, hace diez años, no había guerra, que nadie está exento de que nos pase esto. Cuando volví de aquel viaje y se lo conté a mis hijos, les dije: «Niños, es que no hay tercer mundo, ni segundo mundo, ni primer mundo. Todos pertenecemos a este mundo. Y es nuestra responsabilidad dejar este mundo un poquito mejor de lo que lo hemos encontrado». Y la cooperación, la compasión, la generosidad y la ayuda también se educan. No podemos decir: «Son unas imágenes muy duras para mostrar a los niños». Es que tenemos que educar a nuestros hijos en la cooperación y en la ayuda, porque nunca sabemos si el día de mañana vamos a ser nosotros o van a ser ellos los que están huyendo.

36:41
Adelaida Abruñedo. ¿Y en qué medida o a partir de qué edad podemos contarles estas cosas a los niños?

36:48
Lucía Galán. Pues mira, yo siempre digo que con los niños podemos hablar casi de cualquier tema eligiendo las palabras adecuadas. Evidentemente, por debajo de los cinco o seis años, cuando ellos todavía viven en este mundo de fantasía, pues hay que filtrar mucho y tienes que hablar con mucha delicadeza, y no puedes hablarles con esta crudeza con la que yo les hablé a mis hijos hace unos meses. Pero a partir de los seis años, los niños ya saben lo que es la muerte, ya saben que la muerte es definitiva, ya saben que cuando una persona se va, no vuelve. A partir de los seis, siete, ocho años están expuestos a un montón de información que les llega por todos los sitios. Incluso en los colegios les cuentan, cuando pasa algo, cosa que me parece fantástica. Yo creo que a la mínima oportunidad que tengamos, cuando suceden cosas, debemos sacar el tema de una forma tranquila, serena, suave. Pero debemos ir introduciendo a nuestros hijos en lo que nos rodea, porque si no criamos a niños que piensan que la realidad es su burbuja. Y la realidad es que dos tercios de este planeta viven en la pobreza. Y no pueden descubrirla ellos con 20 años, cuando salgan de casa. Y no pasa nada por educarles en esto. No van a tener pesadillas ni se van a traumatizar, porque su bastión, su figura inquebrantable, su solidez, su faro somos nosotros, los papás. Podemos hablar de cualquier cosa con ellos siempre y cuando nos vean a nosotros estables, vean su entorno estable. Pero yo prefiero que sea yo la que les ofrezca esa información que no la encuentren a través de determinados medios de comunicación o de otras personas que no sé cómo van a manejar la información. Yo prefiero ser yo la linterna que les que les alumbra y que les muestra lo que hay aquí, aquí y aquí. Cuando son pequeñitos, esa luz es muy pequeñita, porque solamente les puedo mostrar pequeñas cosas de la realidad. Pero a medida que van creciendo, el foco se va abriendo y les puedo hablar de la crudeza que tenemos en otras circunstancias o en otros países sin que suponga un drama ni que suponga un trauma para ellos.

“Preparamos a nuestros hijos para los aplausos, no para las equivocaciones”. Lucía Galán
39:00
Adelaida Abruñedo. En casa, la verdad es que tengo suerte, tenemos suerte, que mis hijas no se pelean demasiado. ¿Vale? Pero yo no… Yo fomento que haya discusiones o debates porque creo que es un espacio seguro en el que podemos encontrar soluciones y, al final, enfocarnos en cómo solucionar las cosas de forma positiva. Pero es verdad, y no te voy a engañar, que a veces es complicado. ¿Qué consejos me das?

39:31
Lucía Galán. Bueno, las peleas entre hermanos… A ver, ¿quién no se ha peleado con su hermano? Los papás vienen muy agobiados y piensan que son los únicos, piensan que lo hacen todo fatal, miras a tu pareja y dices: «Cariño, ¿qué estamos haciendo mal? Es que esto no es normal». Es normal. Los hermanos se pelean, es normal. Tranquilidad. Ahora bien, todos hemos oído eso de: «No hay que intervenir. Ellos lo tienen que arreglar solos. Tienes que intentar no tomar partido. Tienes que hablar desde la curiosidad y no desde el juicio». «¡Qué ha pasado aquí!», desde el juicio, desde la amenaza, desde el castigo a: «¿Qué ha pasado aquí?», desde la curiosidad. Es distinto para manejar una crisis que está empezando. Mira, yo te contaré que cuando mis hijos eran pequeñitos, se peleaban mucho más que ahora. Y el momento típico era, pues estás ahí cenando o desayunando, y de repente… Todo va muy bien y de repente, sin que te des cuenta, ¡pam! Se enzarzan, empiezan a gritar, empiezan a… Que se van a tirar cosas. Una cosa que dices… Tú estás ahí como mero espectador, como si estuvieses en un partido de tenis, viendo a uno, viendo a otro, no sabes si intervenir o no. Bueno, pues a mí me funcionaba fenomenal el siguiente juego. Les decía: «Chicos, un juego». La palabra «juego» en los niños pequeñitos es como un resorte. Ellos escuchan «juego» y enseguida conectan. Bien, te hablo pues cinco, seis años, siete, cuatro. «Chicos, un juego». Entonces se quedaban los dos así, mirando. «Vamos a jugar a lo que me gusta de ti». Y entonces miraba a mi hija pequeña: «Covi, lo que me gusta de ti, cariño, es que eres muy cariñosa». Bueno, tenías que ver a mi hija. Tenía un trozo de pan en la mano que se lo iba a tirar al hermano. Enseguida hizo así como diciendo: «¡Guau, qué regalo!». Bien. Mi madre. «Covi, lo que me gusta de ti es que siempre sonríes». Hicimos una rueda de reconocimiento de las cosas que nos gustaban de ella. Fue espectacular. La niña se relajó, por supuesto, se olvidó, se tranquilizó. Hicimos una rueda con todos los que estábamos allí. Y hubo un momento que le dije: «Carlos, dile algo a tu hermana». Contra todo pronóstico, porque yo pensé que mi hijo no iba a ser capaz, de repente dice: «Covi, lo que me gusta de ti es que me acompañas a la ‘urba’ a jugar con los amigos». Y me pareció maravilloso porque lo decía desde sus dificultades para relacionarse con los demás, desde el conocimiento de que es tímido. Me pareció un momento supertierno. Dejamos la rueda de reconocimiento para mí para el final. Empezaron a decirme cosas que como madre también son un regalo, porque estamos muy acostumbrados a dar, dar, dar, pero las madres estamos como poco acostumbradas a recibir. Entonces, es un ejercicio muy bonito para hacer. Y recuerdo que Carlos terminó: «Mamá, lo que me gusta de ti es que siempre estás». Mira, lo recuerdo y se me ponen los pelos de punta. «Siempre estás». Es corto, claro, contundente, pero ¡pam! Directo al alma. Es… No lo estoy haciendo tan mal.

42:42
Adelaida Abruñedo. ¿Y esto puede ser porque solemos poner el foco en la parte negativa, en los comportamientos negativos, en lugar de realmente fijarnos en las cosas que hacemos bien, como dices tú, las cosas que nos gustan de los demás?

42:56
Lucía Galán. A mí hay algo que me encanta hacer con mis hijos, que es decirles: «Confío en ti». Esto me parece un regalo. «Mamá, es que estoy supernervioso con el examen, es que… Uf, de verdad, no sé cómo me va a salir». «¡Ah, sí, siempre te quejas, hombre, y luego sacas muy buenas notas!». Pues no, yo no sé si va a sacar una buena nota o no. «Carlos, no sé cómo te va a salir el examen, cariño, pero has trabajado mucho y mamá confía en ti». Mi hijo llega al colegio con la mochila llena, con el mensaje de decir: «Soy capaz porque mis papás me han dicho que confían en mí». Tenemos que reconocer más, tenemos que poner el foco en lo positivo, en los talentos de nuestros hijos, en las cosas que se les dan bien. Ahí es donde está el secreto. Porque lo que necesitamos son niños que, en el futuro, se dediquen a algo que les gusta de verdad, que les apasione. Y para eso tenemos que poner el foco en lo que son buenos, no en lo que son malos. Si mi hijo no es bueno en las matemáticas, yo sé que no va a hacer una ingeniería. ¿Para qué atiborrarle de clases extraescolares de matemáticas? ¡No! Pon el foco en lo que es bueno, porque ahí es donde está su talento. Y el talento, o lo alimentas o se muere.

44:13
Adelaida Abruñedo. ¿Y dónde está la delgada línea entre la aprobación externa que les damos o la aprobación que deberían tener internamente: «Lo he hecho esto bien por mí mismo», sin esperar la aprobación externa de los padres o de los profesores?

44:30
Lucía Galán. Claro, yo creo que para los niños es muy importante la aprobación de papá y mamá. A ellos les gusta sentirse orgullosos de que papá y mamá están contentos. Pero es muy importante trabajar la autoestima de los niños para que no busquen tanto ese reconocimiento externo, que a veces se puede volver hasta adictivo, sino su reconocimiento interno. «¿Tú estás satisfecho con lo que has hecho?». «Pues sí, pues no». Si es que no: «¿En qué podemos mejorar?». Tenemos que hacer que ellos se reafirmen en que lo que están haciendo es lo correcto. Y reforzar ese mensaje cuando realmente han hecho algo que ha sido muy positivo para ellos o han hecho un bien por la gente que les rodea. Tenemos que reconocerlo y recordárselo todas las veces que sean necesarias.

45:14
Adelaida Abruñedo. Seguro que te lo han preguntado también un millón de veces. ¿Cómo se tratan o cómo se gestionan las rabietas en los peques?

45:23
Lucía Galán. Bueno, antes de saber cómo gestionar una rabieta, tenemos que saber por qué se produce una rabieta, cuál es el origen. Entonces, es muy importante que los padres sepan que… Vamos a intentar dividir el cerebro en dos partes imaginarias, ¿vale? Porque esto es mucho más complejo, pero así, muy visual. Tenemos una parte superior, vamos a llamar, una parte superior que se llama corteza prefrontal, que es donde está la razón, el autocontrol, la empatía, la moralidad. Aquí, en esta parte, es con la que nosotros, los adultos, nos movemos casi todo el día. Somos multitarea, con nuestra corteza prefrontal programamos nuestro día, decimos lo que tenemos que hacer, lo que no, nos inhibimos, nos autocontrolamos, empatizamos… Bien. La parte inferior es donde está el sistema límbico, la amígdala. Ahí es donde están las emociones más instintivas, es nuestro cerebro emocional, ahí es donde están esas emociones que una vez te cogen, no las puedes contener: la risa, el llanto, el deseo. Bien. Pues los niños, la inmensa mayoría del tiempo, están en esa parte inferior, en ese cerebro emocional. Entonces, los niños es ¡el aquí y el ahora! Es el deseo puro y duro. ¿Por qué? Porque la corteza prefrontal está muy poco desarrollada, tienen muy poquita. Con lo cual, todos estos razonamientos elaborados que nosotros hacemos, ellos ni los hacen ni los entienden. Con lo cual, el niño de tres años es: «¡Sandalias!». «Cariño, está nevando, estamos a tres grados bajo cero». «¡Sandalias!». «Pero corazón, ¿no ves que está nevando?». Y tú te vienes arriba, coges al niño, lo sacas a la terraza y: «¿Ves, amor? Mira, está nevando. Eso es porque el mar está ahí, y el agua ha subido, se ha condensado luego y ha vuelto a caer en forma de nieve y la nieve es frío». Y le das una lección magistral de meteorología avanzada. Que el niño ni entiende ni comprende, y que le da igual. El niño quiere sandalias. Punto. Cerebro emocional 100%. Con el paso del tiempo, esa corteza prefrontal se va desarrollando, desarrollando, desarrollando. Y entonces ya vemos cómo los niños de cinco, seis, siete, ocho años empiezan a hacer ya razonamientos más elaborados y preguntas mucho más estructuradas.

47:32

Según los expertos, esta corteza prefrontal, este razonamiento elaborado, no se termina de desarrollar hasta los 20 años. Imagínate todo lo que nos queda. Con lo cual, las rabietas es la máxima expresión de ese cerebro emocional puro y duro del aquí y el ahora. Y tú, por mucho que insistas desde ahí arriba, de: «Cariño, no tiene sentido que te pongas aquí en el supermercado porque estás haciendo el ridículo, y no te voy a comprar la bolsa de patatas porque encima mamá se va a enfadar, porque tucu, tucu, tucu, tucu…». ¿Tú crees que desde ahí vas a llegar allá abajo? No, el niño ni te está escuchando, quiere la bolsa de patatas. ¿Qué podemos hacer cuando están gritando y parece que no controlan la situación? Primero, permanecer a su lado. Ni sillita de pensar, ni «te voy a castigar», ni, por supuesto, gritar. No podemos pretender conseguir algo positivo de nadie a través del grito. Te tienes que tranquilizar, tienes que contar hasta diez: «Cariño, tranquilo. Tranquilo, mamá está aquí. No te preocupes, tranquilo. Ahora cuando estés tranquilo hablamos». Porque por mucho que tú le razones, eso no lo va a entender, necesitamos que él salga un poquito de ahí abajo. Entonces, estas rabietas duran unos minutos, no son eternas. Tenemos que aguantar el tipo y esperar a que el tono del llanto vaya bajando. En el momento en que el niño parece que se va relajando, lo primero que hace ese niño es buscar a mamá o a papá con el que haya tenido el conflicto, tienen esa necesidad. Y se levantan y vienen a buscarte. Bien, pues ese momento en el que parece que ya está saliendo de ahí abajo es cuando los tenemos que coger, besar, abrazar: «Cariño, ¿qué ha pasado?». Ya está saliendo un poquito y te está explicando. Pues ahí es cuando les explicas: «No, amor, es que ahora mismo no podemos comprar las patatas porque ahora vamos a comer y ta, ta, ta, ta, ta». Pero cuando ya ha salido un poquito ahí arriba. ¿Comprendes? Mira, hace poco en la consulta, yo lo viví con un padre y fue espectacular. Llega el padre a la consulta. Su niña, tres años, sentada. Estaba jugando con un juguete de meter triángulo, cuadrado, círculo… Y de repente, yo estaba hablando con el padre, la niña coge el juguete: «¡Buaaa!». Lo tira, empieza a gritar, se tira hacia atrás, se da un coco. El padre: «Pero ¿qué pasa?». La va a coger y la niña empieza a pegarle, porque hay niños que reaccionan así a las rabietas, se ponen violentos. El padre, lógicamente, se pone muy nervioso, y le digo: «Juan, tranquilo, siéntate aquí y deja a la niña». «Pero Lucía Galán, qué vergüenza…». «Tranquilo, siéntate y deja a la niña ahí». Bien, dejó a la niña tal que aquí. Y la niña: «¡Buaaa, buaaa!». Me miraba a mí como diciendo: «Aquí hay algo que no cuadra. ¡Buaaa, buaaa!». Y yo, al padre: «Juan, tranquilo, vamos a seguir hablando como que no ha pasado nada. Ve diciéndole a la nena que no pasa nada, que cuando esté tranquila vais a hablar, que estás aquí». Mensajes de tranquilidad. El padre, chapó. «Cariño, amor, no pasa nada, papá está aquí. Cuando quieras hablamos, estoy aquí, estoy aquí». Bien. Ni tres minutos. A los tres minutos, la nena cambió la intensidad del llanto, se levantó, fue a buscar a papá, y sin que yo le hubiese dicho nada al padre, el padre cogió a la niña, la abrazó, estuvo un buen rato largo con ella: «Tranquila, tranquila, tranquila». Y cuando dejó de llorar, la cogió, la miró fijamente y le dijo: «Cariño, ¿qué ha pasado?». Y dice la niña: «¡Es que no entraba, y no entraba, y no entraba!». Porque encima las rabietas son estas cosas. Y entonces el padre cogió a la niña, se levantó, cogió el juguete, cogió las piezas y le dijo: «Mira, esto es un triángulo, esto es un círculo, esto es un cuadrado». La niña empezó a aplaudir. Bueno, yo estaba que solo me faltaban las palomitas. Estaba feliz. Esa es una perfecta resolución de una rabieta. Estando a su lado pero esperando a que salga un poquito de esa parte emocional, suba a la poquita corteza prefrontal que tiene, y entonces intentar razonar.

51:12
Adelaida Abruñedo. Pues esto que cuentas es curioso, que un padre esté en la consulta de un pediatra con sus hijos, porque, es posible que esté generalizando, la mayoría somos las madres las que vamos con nuestros peques al pediatra, a la consulta. ¿Qué relación tiene o qué actitud tienen ahora los padres de hoy en día en relación con la crianza?

51:35
Lucía Galán. Yo he visto un cambio. Llevo ya casi 15 años de profesión, y es verdad que antes, mayoritariamente, eran madres o abuelas, y ahora cada vez veo más padres y abuelos. Entonces, esto es maravilloso. Quiero decir, aquí tenemos que abogar siempre por la corresponsabilidad. El niño es tan de papá como de mamá. Y las dificultades, cuando son compartidas, pues son mucho más fáciles de llevar. Las alegrías, cuando las compartimos, saben mejor. Debe ser un trabajo de ambos y debemos también aprender a pedir ayuda unos a otros, porque nosotras, las mujeres, tendemos mucho a: «Yo puedo, yo puedo, yo puedo, yo puedo». ¿Verdad? Todo a mis espaldas, nos cuesta mucho delegar. Es como que si lo hago yo, lo hago mejor y más rápido. Pues no. También es necesario que ellos lo hagan, claro que sí. Porque lo pueden hacer exactamente igual de bien o incluso mejor que nosotras, ¿por qué no? Pero hay que darles la oportunidad. Mira, hace poco tuve un papá en la consulta que me decía… No sé qué me estaba contando de su hija María y le dije: «Chico, es que lo haces fenomenal». Y me dice: «Pues yo no sé si lo hago bien o mal. Yo con ser el segundo mejor padre del mundo me conformo». Y digo: «¿Segundo mejor padre del mundo? ¿Y esto?». Y me dice: «Sí, porque el mejor padre del mundo es mi padre». Digo: «¡No me digas!». Y dice: «Sí, así que yo con hacerlo la mitad de bien, ya seré el segundo mejor padre del mundo». Y me dejó sin habla. Digo: «Qué bonito». Y me acordé de mi padre. Mi padre trabajaba de sol a sol. Y yo no sé si pasé muchas horas o pocas con mi padre, pero los recuerdos que tengo con él son tan valiosos y tan bonitos, que sé que ha merecido la pena. Ha estado siempre a mi lado. Está a mi lado. Yo a los padres lo que les digo es: los niños no coleccionan horas del reloj. Los niños coleccionan momentos. Y de lo que se trata es de llenar sus mochilitas de esos momentos maravillosos e inolvidables a los que puedan recurrir cuando sean mayores. Que abran esa mochila y que se encuentren con la infancia feliz que merecen todos los niños. Ese cuento de buenas noches, ¿quién no lo recuerda? A mí me lo contaba mi padre el cuento de buenas noches. Los desayunos. Si tienes la oportunidad de desayunar con tus hijos, aunque te tengas que levantar antes, no la pierdas, es el mejor regalo que les puedes dar a tus hijos. Mis hijos podrán decir: «Jo, mi madre llevaba una vida de locos y siempre estaba de aquí para allá», pero yo, desde el principio, quise desayunar todas las mañanas con mis hijos y quise llevarles al cole con mis hijos. Y me ha costado cambiar de trabajo varias veces para conseguir esto, que parece sencillo, pero para mí no lo era. Pero era muy importante empezar el día juntos. Esos ratitos que tenemos, vamos a aprovecharlos, vamos a llenar su mochilita de momentos inolvidables que luego, cuando eres adulto, bien que nos gusta y nos reconforta abrirla y verlo, ¿no?

“Preparamos a nuestros hijos para los aplausos, no para las equivocaciones”. Lucía Galán
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“¿Qué te gustaría que tus hijos recordasen de su infancia cuando tú no estés aquí?”

Lucía Galán

54:32
Adelaida Abruñedo. ¿No crees que exigimos mucho a nuestros peques? ¿No sería mejor que nos enfocáramos más que en que fueran exitosos, que fueran felices?

54:43
Lucía Galán. Jo, sin duda. Mira… Nuestros hijos no han nacido para cumplir nuestros sueños. Tus hijos han nacido para cumplir sus sueños, que ojalá sean mucho más grandes y mucho más bonitos de lo que nosotros habíamos pensado. Tus hijos no han nacido para ser un minitú, han nacido para ser un miniel, y en el futuro, un gran él. Hace unos años vino a la consulta un padre, muy alto, muy guapo, muy atlético, con su hijo. Y su hijo es un poco bajito, tiene sobrepeso, y lo tenía subido en la báscula y le dije: «Cariño, ¿y tú practicas algún deporte?». Y me dijo: «Bueno, sí, baloncesto». Y me lo dijo así. «¿Y qué pasa, que no te gusta?». Y me dice: «No». Digo: «Ah, ¿y qué te gusta?». Y me dice: «¡A mí me gusta la batería!». Y me lo dijo así. De repente se iluminó, abrió las manos. Y entonces yo, que soy un poco preguntona, me voy al papá alto, atlético y tal, y le digo: «Si no le gusta el baloncesto, ¿por qué hace baloncesto?». Y me dice: «Pues porque yo soy jugador de baloncesto, soy entrenador profesional de baloncesto. El baloncesto es un deporte de equipo, es un deporte muy saludable, y yo quiero que mi hijo haga baloncesto». En ese momento me callé, pero pensé: «Conseguirás que tu hijo sea un mediocre jugador de baloncesto toda su vida y le estás privando de ser un virtuoso de la batería o simplemente de disfrutar con algo que le gusta». Y volvemos al talento. Tenemos que alimentar los pequeños talentos de nuestros hijos porque eso es lo que les convertirá en personas felices, si tienen la suerte de dedicarse a algo que les apasiona. Tenemos que aceptar a nuestros hijos como son. Esto es lo más difícil de todo. Cuando tú te imaginas ahí con el Predictor, te imaginas a ese niño perfecto, con esas cualidades que te gustan de ti, con esas otras cualidades que tú no tienes pero que te hubiese gustado tener, ¿verdad? Y te haces ahí tu niño a medida. Y luego la realidad, muchas veces, no tiene nada que ver. La cantidad de papás que no aceptan a sus hijos tal cual son e intentan hacer algo a imagen y semejanza. Cuántos hay. Tenemos que aceptarlos como son, maravillosamente imperfectos, con sus virtudes y con sus defectos, pero como son. Mira, yo tengo niño y niña. Y mi hija pequeña es explosiva. Ella es muy extrovertida, es una cría hacia fuera, que digo yo. Necesita de reconocimiento, necesita de movimiento, es líder, ella arrastra. Y mi hijo Carlos es emocional, es tímido, es introvertido, es de pocos amigos y le cuesta. Bien, pues yo, en un intento de convertir a Carlos en su hermana, o incluso en… Proyectar mis… Mis dones con la comunicación o con… Pues me frustraba verle así. Y entonces: «Pero Carlos, hijo, ¡sal a jugar!». Invitaba a muchos niños a casa y lo llevaba de aquí para allá a todos los sitios para que se relacionara. Hasta que un día, con ocho años, me dijo: «Mamá, ya está bien. Mira, yo tengo tres amigos, que son David, Hugo y José. ¡Y no necesito más!». Y de verdad que se me caían los lagrimones de decir: «Lucía, ya está bien, acepta a tu hijo como es. Es maravilloso como es. Es maravilloso».

58:19
Adelaida Abruñedo. También he escuchado una frase que dices, que «nadie se casa pensando en divorciarse, pero estas cosas ocurren». ¿Cómo podemos los papás y las mamás ayudar o acompañar en este proceso a sus hijos e hijas?

58:36
Lucía Galán. Efectivamente, cuando te casas, piensas que va a ser para toda la vida, ¿verdad? Pero, como decíamos al principio, la vida improvisa, y a veces estas cosas suceden. Y tienes que afrontarlo con valentía. Y tienes que recoger todos esos trocitos, recomponerte y salir para adelante. No queda otra. Tienes a unas personitas ahí que dependen casi exclusivamente de ti y de su papá. Y necesitas estar al pie del cañón para ellos. Es fundamental hablar con sinceridad con nuestros hijos, explicarles las cosas como son, tranquilamente. No podemos permitir bajo ningún concepto que nuestros hijos se sientan culpables de esta situación. No hay culpables. Los únicos responsables de una decisión así son los padres, pero no podemos permitir que ellos se sientan culpables. No debemos utilizar jamás a los niños como un arma arrojadiza entre papá y mamá. Nunca. No podemos ni siquiera nosotros, los padres, culpabilizarnos por haber tomado una decisión pensando en nosotros. Porque ¿sabes qué ocurre? Que yo, para darles lo mejor de mí a mis hijos, necesito estar bien y necesito ser feliz. Y para mí, mis hijos es lo más importante que tengo en mi vida. Pero yo también soy importante. Y si yo no soy feliz, o desde la tristeza, o desde la pena, o desde el desgaste, o desde el desamor, es imposible llenar su vida de amor, entusiasmo, felicidad. No puedo, yo no supe cómo hacer eso. Necesitaba volver a reencontrarme a mí. Necesitaba ser plenamente feliz para dar lo mejor de mí a mis hijos. Los niños se adaptan a casi cualquier circunstancia cuando las bases son sólidas, cuando hay respeto, cuando hay amor. Y una familia no necesita vivir juntos, lo que necesita es estar unida. Lo que necesitan nuestros hijos es que papá y mamá sean felices, juntos o por separado, pero felices.

01:00:55
Adelaida Abruñedo. Pero, al final, volvemos a lo mismo: ser el ejemplo.

01:00:58
Lucía Galán. Efectivamente. Yo, en esa época en la que mis hijos eran muy pequeños, a mí había una pregunta que me atormentaba mucho como madre, y es: «Lucía Galán, ¿qué te gustaría que tus hijos recordasen de su infancia cuando tú no estés aquí?». Y a mí esa pregunta me ha sacado de muchos atolladeros y me ha dado muchas respuestas. Y yo quiero que recuerden a una madre feliz, sí. A una mamá luchadora. Que comete errores, que pide disculpas cuando se equivoca. Oye, qué bonito coger a tu hijo, agacharte, ponerte de rodillas y decir: «Cariño, lo siento me he equivocado». Menudo ejemplo. Pero tenemos que hacerlo. Nosotros no estamos en posesión de la verdad. Yo quiero que mis hijos recuerden a una mamá perseverante, constante, que está ahí presente. Que ha tenido sus crisis, por supuesto, ¿y quién no? No quiero que me recuerden perfecta. Ni soy perfecta ni ellos van a ser perfectos. No quiero que se frustren o que se sientan culpables si tienen un desengaño amoroso. Mis hijos ahora ya entienden que eso también forma parte de la vida y que no pasa nada, que te sobrepones. Que no existen las medias naranjas ni el tren pasa solo una vez en la vida. Que somos naranjas completas, que allá donde mires hay multitud de naranjas y de trenes por coger. Que nos tenemos que perdonar y tenemos que darnos la oportunidad de sentir. Darnos permiso para vivir, para vivir de verdad. Y para que nos recuerden como personas alegres, felices, comprometidas. Y esto, desde la amargura y desde la tristeza, es imposible.

01:02:35
Adelaida Abruñedo. Sé también que has estado en cuidados intensivos neonatales. No me puedo imaginar la experiencia que debe ser a nivel emocional. Me gustaría que nos contaras qué aprendizajes, tanto a nivel como pediatra y también a nivel personal, qué aprendizajes has tenido, que estoy convencida de que los has tenido.

01:02:59
Lucía Galán. Pues mira, a lo largo de mi profesión como pediatra he aprendido que no podemos perder nunca la humildad. Por mucho que tú sepas de algo y por muy poco que sepa la persona que tienes delante, no podemos dejar de ser humildes. He aprendido que es mucho más importante el cómo dices las cosas que realmente lo que dices. Porque lo que va a recordar esa familia va a ser lo que le has hecho sentir y no las palabras exactas. A lo largo de mi profesión he aprendido que nos enseñan a salvar vidas pero no a perderlas. No nos preparan para tener delante a unos padres que están a punto de perder a su hijo. O para decirles que su hijo tiene una discapacidad y que van a tener que convivir con esa discapacidad el resto de su vida. A los médicos de hoy en día no nos preparan para trabajar con nuestros pacientes desde el respeto, desde el amor, desde la empatía. He descubierto el poder tan grande que tiene la empatía cuando estás tratando con temas sensibles, con enfermedades importantes. He aprendido que tenemos que acompañar más, acariciar más, tocar más. He aprendido que la línea que separa al médico del paciente es muy fina. Que la vida es muy frágil. Y que yo hoy estoy hablando aquí como pediatra, pero mañana a lo mejor soy yo la paciente, o uno de mis hijos. He aprendido que no estamos aquí para salvar a la humanidad, que hacemos lo que buenamente podemos. Trato a mis pacientes exactamente de la misma manera en la que a mí me gustaría que me trataran si pidiese ayuda. He aprendido que me queda mucho por aprender. Mucho. Que en esta profesión te preparan para los éxitos, para los aplausos, para los reconocimientos, pero no te preparan para las pérdidas, para el duelo. No te preparan para los errores tampoco, y a veces tienes que convivir con ellos el resto de tu vida. En esta profesión he aprendido que de los éxitos poco se aprende, que el verdadero aprendizaje está en los errores, está en las equivocaciones, está en las sombras. Porque cuando estás en el éxito, los focos te deslumbran y los amigos se multiplican. Pero cuando estás en las sombras, cuando necesariamente tienes que buscar la luz para salir adelante, ahí es donde está el verdadero aprendizaje de la vida. Que lo que de verdad importa no son las cosas, sino las personas. Y que yo no puedo pretender que mis hijos no se caigan. Se van a caer. Y se tienen que caer. Lo que sí lucho con uñas y dientes es que se levanten cada vez.

1:06:14
Adelaida Abruñedo. Lucía, muchísimas gracias. Lo que te he dicho al principio, un placer poder haber compartido contigo este ratito y encantada.

Lucía Galán. Muchísimas gracias a ti, de verdad, ha sido un honor. Y yo espero que los papás y las mamás que nos hayan escuchado se lleven a casa el mensaje de: «Lo estás haciendo bien. Es difícil pero lo estás haciendo bien y sois los mejores padres que pueden tener vuestros hijos». Gracias, de verdad, gracias.

Adelaida Abruñedo. A ti.