¿Por qué olvidamos algunas cosas y otras no?
Saul Martinez-Horta
¿Por qué olvidamos algunas cosas y otras no?
Saul Martinez-Horta
Neuropsicólogo
Creando oportunidades
Neuropsicología de la vida cotidiana o por qué perdemos las llaves
Saul Martinez-Horta Neuropsicólogo
Saul Martinez-Horta
¿Qué sucede en el cerebro cuando olvidamos dónde hemos dejado las llaves o qué buscábamos en la cocina? ¿Por qué algunas enfermedades que afectan a la memoria puede robar casi todos los recuerdos, menos los que están relacionados con emociones? ¿Y cómo puede la neuropsicología apoyar a la educación en el diagnóstico precoz de problemas del desarrollo, atención y lenguaje? A estas y otras preguntas responde Saul Martinez-Horta, doctor en Medicina y especialista en Neuropsicología clínica, autor de los libros ‘Dónde están las llaves’ y ‘Cerebros rotos’, donde reúne ejemplos de su amplia experiencia clínica en el ámbito del daño cerebral, trastornos del neurodesarrollo y enfermedades neurodegenerativas. “En neuropsicología, nuestro objeto de estudio es aquello que sucede cuando el cerebro se estropea. Saber en qué se traduce que un cerebro deje de hacer aquellas cosas que hace para que un ser humano funcione acorde a como es un ser humano. Nosotros somos arqueólogos de los procesos cognitivos, exploradores que utilizamos una serie de herramientas en un intento para comprender, por ejemplo, si está fallando la memoria, ¿a expensas de qué está fallando? ¿Cuál de los procesos implicados en lo que llamamos memoria puede dar lugar a que una persona aparentemente no sea capaz de recordar?”, plantea el doctor, que combina su labor divulgadora con su trabajo e investigación en el Servicio de Neurología del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau y la dirección del departamento de Neuropsicología del Centro de Diagnóstico e Intervención Neurocognitiva (CDINC) en Barcelona.
Transcripción
Y, atendiendo a cómo entendemos que funciona un cerebro, eso que estamos viendo, desde este acto como de arqueólogo, ¿qué nos sugiere desde la perspectiva de la disfunción en el cerebro? Nos hace pensar que hay un sistema en particular que está fallando, y, teniendo en cuenta lo que sabemos de cómo se comportan determinadas enfermedades, esto que estamos viendo ¿se parece al esquema mental que tenemos de lo que es previsible que suceda en alguna enfermedad? Quiero decir, esto que estamos viendo ¿nos está sugiriendo un diagnóstico? En resumen, la neuropsicología clínica es ser grandes exploradores de lo que hace un cerebro para convertirnos en seres humanos y grandes exploradores de lo que quizás no está funcionando del todo bien. Y digo exploradores porque nosotros estudiamos algo que es invisible. Hay otras disciplinas científicas y médicas que observan algo que se puede ver a simple vista, si yo no puedo mover una mano o si me ha salido un eccema en la piel. Pero los procesos cognitivos no se observan, no se ven. Nosotros vemos la conducta, cómo ejecuta una persona algo, pero lo que está por debajo de eso es invisible y nuestra función es, de algún modo, intentar ver qué está pasando por ahí debajo. Y en cuanto a mi vocación, pues es una historia que a mí me gusta mucho explicar, porque, simplificando un poco el escenario, yo he sido lo que podríamos considerar el peor estudiante que ha existido jamás. Sin duda no soy el peor ni fue el peor, pero fui un terrible estudiante. Yo era una persona… Repetí dos cursos, mi media de suspenso era de unas seis asignaturas, básicamente porque no abrí un libro en mi vida. Y a mí me costaba mucho entender por qué no era capaz de hacer las cosas que con suma facilidad hacían otros chavales de mi escuela.
Yo llegaba tarde a todos lados, no era capaz de organizarme o de anticipar que tenía un examen y que tenía que estudiarlo, pero tampoco me motivaba el hecho de hacerlo. Yo me pasaba el día andando en monopatín, literalmente. Por suerte, mis padres siempre tuvieron la sensación, una sensación que yo también tenía pero que a mí me generaba mucha frustración, que es que no era poco listo. Pero no tenía yo las herramientas. Mis padres buscaban alguna buena forma de motivarme e intentar entender qué sucedía. Y por pura casualidad, o quizás no, en algún momento de mi vida, un verano en el que yo suelo decir que me da la impresión de que mi corteza prefrontal creció medio milímetro y fui un poquito más maduro, después hablaremos de eso, mi padre me regaló un libro de casos clínicos en neurología, que no era de Oliver Sacks. Podría parecer como muy obvio que fuese un libro de Oliver Sacks, pero no lo era. Y en ese libro, a través de casos clínicos, un neuropsiquiatra de Londres narraba historias de personas con enfermedades del cerebro. De pronto a mí me descubrió un mundo que me pareció terroríficamente fascinante. Terrorífico por complejo, pero fascinante porque desde… Recuerdo que fue una reflexión como muy simple. Me dije a mí mismo: «¡Ostras! Este aparato puede darle respuesta a muchas inquietudes que yo me estoy planteando continuamente». Y de ahí nació una pequeña gran obsesión que me llevó de pronto a cambiar completamente mis hábitos educativos, porque ahora tenía un motivo, y, desde aquel instante, en convertirme en alguien dedicado al estudio del cerebro, especialmente del cerebro cuando se estropea. Y de ahí nace mi vocación.
En el caso de las enfermedades autoinmunes, es un escenario que durante los últimos años ha ido cobrando mucha relevancia. Porque, fíjate, en torno al 2007, un neurólogo de Barcelona, el profesor Josep Dalmau, descubrió que, sobre todo en mujeres de una edad donde es relativamente frecuente que debute un problema de salud mental como es la esquizofrenia, sobre los veintipocos, en una proporción significativa de esos casos, estas mujeres lo que tenían era un teratoma, un tipo de quiste, de cáncer benigno de ovarios. ¿Qué estaba sucediendo? Que había una respuesta autoinmune contra este tejido tipo tumor. Lo que pasa es que este teratoma suele contener como células, digamos, que no deberían estar allí, receptores anti-NMDA, que es algo que también tenemos en el cerebro. En consecuencia, cuando estas mujeres desarrollaban este tipo de teratoma, se desencadenaba una respuesta autoinmune que, en un intento de acabar con el cáncer, destruía los receptores anti-NMDA del cerebro, desencadenando una clínica psiquiátrica compleja que si la viésemos nos parecería que no es distinguible de lo que hemos visto muchas veces en problemas de salud mental. Y eso significa que posiblemente, a lo largo de la historia, miles o millones de mujeres han estado condenadas a una institución psiquiátrica hasta que nos dimos cuenta de que cosas que parecen una enfermedad mental tenían una causa biológica tan alejada del cerebro, y lo que es peor, que tienen tratamiento y si se tratan se curan. O te pongo otro ejemplo que me parece precioso. Más allá de lo que digo, de las enfermedades obvias que todos conocemos. Por poner un ejemplo que todo el mundo conocerá: el mercurio.
Hace ya más de un siglo y dos, cuando estaba de moda llevar sombreros, había unas personas que se llamaban «sombrereros», que obviamente se dedicaban a fabricar sombreros. En el proceso de separar la piel de conejo de lo que es la piel del animal, usaban una técnica para la cual se empleaba o emanaban unos vapores de mercurio. Esa técnica la llamaban «carroting», en inglés, porque el agua adquiría un color anaranjado, y de ahí que muchos sombrereros tuviesen la barba y el pelo naranja. Y aquí a lo mejor alguien ya empieza a hacer alguna asociación, porque hay un personaje de un cuento muy conocido, «Alicia en el país de las maravillas», que es el sombrerero loco, que tiene el pelo naranja. El sombrerero loco no aparece en ese cuento por azar, sino porque en esa época era conocido que los sombrereros enloquecían. Hoy sabemos que enloquecían por la exposición al mercurio. La intoxicación al mercurio da lugar a un trastorno progresivo insidioso de la conducta, de la cognición, básicamente a una fractura del cerebro que, por aquel entonces, desde el desconocimiento, nadie podía pensar que tenía que ver con esos vapores. Y eso explica el porqué de los sombrereros locos. Y así tenemos una infinidad de causas de ruptura de un cerebro.
Cuando se dice: «Esta persona tiene una demencia senil». La demencia senil no existe. Es un concepto completamente erróneo. La demencia es un constructo que utilizamos en clínica para definir cuando una persona tiene un trastorno cognitivo tan severo que no podría sobrevivir sola. Una persona puede tener una demencia como consecuencia de una infinidad de factores: enfermedades del cerebro, accidentes, tumores… Envejecer no provoca una enfermedad que se llama demencia, porque la demencia es un síndrome. La demencia en sí no es una enfermedad. La enfermedad de Alzheimer causa demencia. Pero, cuando tú tienes patología de Alzheimer, no siempre tienes demencia. Hay una etapa previa a la demencia en la que tienes otras cosas, y es imprescindible que se eduque en torno a esto, por una cuestión que lamentablemente vemos de forma demasiado frecuente. Esta normalización lleva implícita una banalización de cómo envejecemos, y es evidente que los mismos esfuerzos que desplegamos en las primeras etapas de la vida y en nuestra madurez, en muchas ocasiones, no se despliegan al final de la vida. Y eso es absolutamente injusto desde una perspectiva médica, psicológica y humana. «El abuelo o la abuela ha perdido la memoria y está deprimido, pero es normal, porque se quedó viudo y además es muy mayor». Una: no es normal, es previsible, pero tenemos que saber qué ha pasado. Y dos: si lo normalizamos, no lo tratamos. Una persona mayor, de 80, de 90, me da igual, merece ser feliz, merece estar en contacto con los suyos y, por lo tanto, no podemos trivializar todo esto, hay que tratarlo como lo que es, igual que lo haríamos con la persona de 50 años que pierde la memoria.
¿Qué significa diagnóstico en una persona que aún no tiene una enfermedad pero que la va a tener? Porque, por ejemplo, yo, en mi caso, me dedico mucho a una enfermedad neurodegenerativa de base genética que nos permite saber en personas que están a riesgo porque sus padres tienen esa enfermedad, padres, tíos, primos, si ellos han heredado o ellas han heredado la mutación genética y la tendrán en el futuro. Pero ¿qué significa diagnosticar 20 años antes? Claro, aquí el significado del diagnóstico es distinto, ¿no? Y plantea una pregunta: si tú pudieses saber algo tan trascendente sobre tu existencia como que dentro de cinco, diez, quince, veinte años se va a iniciar un proceso irreversible de degeneración, ¿lo querrías saber? Y la siguiente pregunta es: ¿por qué? Y la siguiente y para mí la más importante: ¿para qué? Y esto plantea una reflexión que yo suelo repetir muchas veces, que es para mí la gran lección que me han brindado los casos que yo llevo, cuando hablo de este tipo de enfermedades. Muchos colegas o gente que yo voy conociendo, cuando se enteran de que trabajo en esto y el tipo de enfermedades, me suelen preguntar, ante un escenario como el que digo, diagnóstico genético antes de que estés enfermo, te dicen: «Oye, ¿qué sentido tiene la vida de estas personas?». Y yo con el tiempo he aprendido a darles una respuesta en forma de pregunta para la cual no espero respuesta. Y es que yo les pregunto a ellos: «¿qué sentido tiene la tuya? Pero piénsalo bien. ¿Qué sentido tiene la tuya?». Porque aquí hay un detalle, que es la gran lección que yo he aprendido. Y con esto no pretendo romantizar las enfermedades, ni mucho menos. Pero hablo de realidades.
Tú, yo y las personas que hoy nos acompañan aquí, en el fondo, sabemos que el futuro nos depara una tragedia. Es así. Y lo más probable es que, cuando lleguemos a eso, no lleguemos bien. Eso es así. La pregunta es si estamos viviendo acorde a esa realidad. Porque resulta que tú, cuando te dedicas a esto, descubres que, cuando a alguien le diagnosticas algo, habitualmente aparecen las prisas, las prisas por vivir una vida que no he tenido tiempo por vivir. Y allí es donde yo construyo una reflexión que me atormenta. ¿Por qué necesitamos que nos cuenten esto para vivir una vida que no estamos viviendo? Y eso es un poco lo que les pregunto yo a las personas cuando les digo: «¿Qué sentido tiene tu vida? Cuando el día de mañana te digan que esto se va a acabar, ¿te entrarán las prisas?». De modo que cuando diagnosticas a una persona que aún no tiene una enfermedad pero que la va a tener, lo que intentamos es que la utilidad del diagnóstico sea para que lo utilice en beneficio de algo. Yo estoy convencido de que voy a seguir viviendo mi vida como si aquí no fuese a pasar nada. Pero, si no me quedase más remedio que saber, porque he decidido que quiero saber, debería ser capaz de utilizar esta información en positivo. Y eso es lo que intentamos en estos casos. Luego hay el escenario de lo obvio, paciente, persona, donde es más que evidente que está pasando algo y su familia busca una respuesta, busca un nombre, y muchas veces la respuesta es un alivio. Un alivio doloroso porque ya nos lo habíamos imaginado. Pero luego hay otro escenario que es el imprevisible. Es cuando vienen personas…
«Porque, bueno, últimamente me parece que se me olvidan algunas cosas» o «porque me han dicho que tal», y lo último que se esperan es que esto que les está pasando lleva implícito el diagnóstico de una enfermedad del cerebro. Allí la manera en cómo informas, en cómo transmites es crítica. A mí no me sirve de nada, como neuropsicólogo, no me sirve de nada que lo que yo estoy descubriendo únicamente provoque dolor, sufrimiento y destruya una vida. No me sirve de nada. No me sirve de nada poderle contar a alguien que lo que le está pasando es una enfermedad de Alzheimer u otra enfermedad, si con esa información no vamos a poder hacer nada. Eso es crítico. Y finalmente hay otro escenario del que a mí me gusta hablar y que se habla muy pocas veces cuando hablamos de diagnóstico. Hemos hablado de protagonistas como pacientes, como familias, y luego estamos nosotros. Y lo que se habla muy pocas veces o yo escucho a muy pocos colegas hablar es qué significa diagnosticar para nosotros. Y diagnosticar significa, al menos hablo desde mi propia persona, un acto que muchas veces no es doloroso, es dolorosísimo. Trabajar con la enfermedad y con el sufrimiento de otro ser humano es fascinante, pero exponerse al sufrimiento humano es terriblemente traumatizante. Y, aunque parezca mentira a veces, yo estoy hecho de lo mismo que las personas que tengo delante. Y diagnosticar, aunque también nos alivia porque hemos encontrado lo que está pasando, también nos mata, porque es terrible tener que contar ciertas cosas a las personas que atendemos.
Entonces, cuando yo lo pongo todo encima de la mesa, vuelvo un poco a lo que decía al principio, ¿no? Esto que podría parecer simplemente un desastre, ¿cómo lo podemos utilizar? Diagnóstico más allá de un nombre, diagnóstico más allá de «demencia con cuerpos de Lewy», ¿qué significa? Significa que vamos a poder anticipar un futuro, vamos a poder organizar una vida, vamos a poder educar a un contexto, vamos a poder intentar intervenir farmacológica y no farmacológicamente para mejorar una calidad de vida. ¿Vamos a poder curar? No. ¿Cuidar? Sí. ¿Acompañar? Por supuesto. ¿Y paliar? Definitivamente. Las enfermedades del cerebro lo único que tienen de positivo es que nos trazan un escenario al cual debemos anticiparnos continuamente para que todas las etapas sean de la más profunda, llamémosle, dignidad humana posible, porque son las enfermedades que más fragmentan la dignidad del ser humano.
Porque esos recuerdos no están en estas zonas que el Alzheimer tiene predilección por desintegrar muy al principio. Están en otros lugares. Ese es uno de los motivos que explica el cómo se distribuyen los recuerdos o las memorias, atendiendo al gradiente temporal, por qué unos permanecen y otros no. Luego hay otro escenario, y es que hay muchas cosas que creemos que hemos olvidado, que no las hemos olvidado. Primero, porque hay cosas que no se han olvidado porque jamás las aprendimos. Muchas veces la gente dice: «Ostras, es que se me olvidan muchas cosas». Yo les suelo explicar: «Para que se produzca el fenómeno del olvido, es absolutamente necesario que se haya producido el aprendizaje, y para que se produzca el aprendizaje son necesarias otras cosas. Quizás lo que sucedió es que no aprendiste». Luego podemos también hablar de ello. Pero, si yo he aprendido y tengo la impresión de que he olvidado, aquí es donde nosotros a veces tenemos que valorar si, en efecto, se ha producido el olvido y la información ya no está o si lo que no consigues es acceder a la información. Hay recuerdos a los cuales es más fácil acceder. Hay recuerdos a los cuales es más difícil acceder. Y, en última instancia, hay un fenómeno obvio. Y es que hay experiencias que suceden en un contexto en el que cohabita la situación con la emoción y eso, involuntariamente, en muchos casos, convierte muchos de los elementos que están en ese contexto en una memoria imborrable. Creo que todos podríamos, más o menos, situarnos con bastante precisión mientras observábamos los atentados de las torres gemelas, o mientras revivimos los atentados en Madrid, o cuando recordamos nuestra primera cita o incluso la primera canción que bailamos con X. Esos recuerdos tienen un aspecto muy distinto, muy muy distinto.
Pero ¿por qué? ¿Por qué sucede esto? Porque las emociones a lo largo de la evolución han jugado un papel crítico en la supervivencia de nuestra especie y de otras especies. Y, cuando el cerebro se emociona, una cosa es la experiencia que nosotros tenemos, pero la otra cosa es lo que la emoción le cuenta a un sistema que lleva millones de años evolucionando. Y lo que la emoción le cuenta a este sistema es sencillo. Le cuenta: «Hey. Esto es relevante para tu supervivencia». De modo que, cuando algo sucede asociado a emoción, la información que estos sistemas del cerebro dedicados a procesar la emoción y la memoria, lo que a ellos les llega es un «cuidado, que esto es sumamente importante para nuestra especie, no lo olvides». Y eso hace que, este tipo de información, el cerebro la maneje de una manera distinta. La sitúa en otro lugar y eso da lugar a escenarios clínicos muy bonitos de ver, entre comillas. Por ejemplo, yo recuerdo un caso… Contaré tres ejemplos. Un caso de un hombre en Barcelona que era un famoso fotoperiodista que padeció una parada cardiorrespiratoria en la calle y nadie le ayudó. Porque, cuando tú vives en una zona rica y pasas a ser un hombre tirado en el suelo, te conviertes en invisible. Incluso cuando estás en el suelo porque se te ha parado el corazón. Entonces, tardaron demasiado tiempo en ayudarle. Y le resucitaron con las consecuentes secuelas cerebrales de llevar más de 45 minutos con una parada cardiorrespiratoria, y eso le provocó a esta persona un trastorno amnésico muy severo.
No era capaz de recordar su pasado ni era capaz de aprender a partir de ese instante hacia adelante. Tenías que recordarle continuamente dónde estaba y con quién estaba. Pero me acuerdo de un escenario que sucedió, que me contaba su esposa. Dijo: «Nos fuimos de viaje y…», la mujer me contaba, «yo llevaba varias horas con la cámara de fotos intentando sacar una fotografía de noche, pero yo no soy fotógrafa y no lo conseguía. Y de pronto él se acercó, cogió la cámara y sacó una foto extraordinaria». Una persona que en principio ya no se acordaba de nada. Luego hablaré de esto. Y luego había un día que vino feliz y le dije: «¿Por qué estás feliz?». Y me decía: «No lo sé, pero hoy es un muy buen día». Luego, hablando con su esposa, me contó que habían ido a la graduación de su hija. Su hija había sacado las mejores notas que se podía imaginar. Él no podía recordar ese evento, pero recordaba con mucha emoción que algo bueno había sucedido. Otro escenario que a mí me cautivó mucho y que lo cuento en «Cerebros rotos», era una pareja donde el hombre había desarrollado una enfermedad neurodegenerativa poco conocida. Se llama «parálisis supranuclear progresiva», lo que llamamos «parkinsonismos atípicos», una enfermedad que suele asociar síntomas parecidos a la enfermedad de Parkinson, pero acompañado de un trastorno cognitivo que suele ser muy grave. Sin entrar en los detalles de qué causaba ese trastorno cognitivo, este paciente tenía un evidente compromiso de la memoria, hasta el punto de que en una de las visitas era incapaz de reconocer y de saber quién era la mujer que tenía al lado, que llevaba toda la vida con él.
Y en una de estas visitas la mujer me dijo: «Bueno, yo ya he asumido que esa persona ya no está. Y cada semana, un par de días, me lo llevo…». Eran de las islas Canarias. «Me lo llevo a un hotel donde íbamos de jóvenes y le pido al pianista que toque boleros. Y él está ahí, tranquilo, relajado, escuchando los boleros». Y me contaba la mujer: «Una de estas veces que salimos, él me pidió matrimonio. Me preguntó si me quería casar con él». Entonces, claro, yo tenía a este señor ahí sentado y le pregunté: «Pero ¿usted sabe quién es esta mujer?». Y me decía: «No». Entonces yo le pregunté: «¿Y cómo es que le ha pedido matrimonio a una desconocida?». Y él me decía: «No lo sé, porque sé que es la mujer de mi vida». Y es cierto. Él no lo sabía, pero esa era la mujer de su vida. Lo había sido durante toda su vida. No podía ponerle un nombre, no podía recordar que ya habían ido de jóvenes a escuchar esos boleros, pero un tipo de recuerdo sin una forma específica, pero totalmente alimentado de la más profunda emotividad, le estaba diciendo a este hombre: «Esta es la mujer de tu vida». Y el último caso en esta línea: chico muy joven al que le habían extirpado un tumor. Y me acuerdo de que durante la conversación se hacía evidente que había un flagrante problema de la memoria del cual él no era consciente y que traducía en lo que denominamos una gran confabulación. Este chico se inventaba todo, aunque él no era consciente de que se lo inventaba. Y me contó que había ido a vivir delante del hospital y que él era psicólogo y que había trabajado de vigilante de seguridad. Y me contó toda una vida que era una fantasía. Y también me contó que iba a ser padre por primera vez.
Las lesiones que le había dejado la cirugía que se había realizado para extirpar el tumor eran dramáticas. Y, en efecto, todo lo que contaba era una fantasía. Pero él vivía inmerso en esa fantasía como si fuese cierto. Todo menos que iba a ser padre por primera vez. Eso, que tenía un valor emocional indescriptible, lo podía explicar y vivir como un recuerdo totalmente cierto. Era lo único que mantenía. Pero no había sido psicólogo, no había trabajado nunca en una tienda, siempre había vivido delante del hospital. Él decía que había ido a vivir hacía poco. Ese es un poco el escenario tan complejo que nos podemos encontrar cuando hablamos de memoria y de emoción.
Hace pocos días, veía a una persona que tenía la misma enfermedad que Robin Williams y me contaba que la enfermedad… En algún momento, empezó a ver en el techo unas manchas de humedad negras de las que poco a poco empezaron a aparecer personas sin cara ahorcadas que colgaban del techo. Escena número uno. No está mal. Al poco tiempo empezó a escuchar voces que venían de detrás de un muro de su casa, y esas voces le decían que esa casa no le pertenecía y que tenía que irse de la casa. Al poco tiempo, cuando se miraba al espejo, la mujer que aparecía en el espejo no era ella, era otra que la instaba también a marcharse. Llegaron las vacaciones y se fueron a una casa que tenían en la playa, y aparentemente allí las voces no fueron, pero al poco tiempo sus familiares la encontraron de nuevo gritándole a un muro porque escuchaba las voces que le decían que se fuese de allí. Cuando volvieron a casa, tenía la plena convicción de que había unas entidades que vivían detrás del muro y que a través de un armario podrían acceder a su casa y llevársela. De modo que se convenció de que tenía que cerrar con llave el armario. Y narraba muy bien esta mujer cómo, mientras estaba cerrando el armario, vio aparecer unos brazos que no eran los suyos por su espalda, que sujetaron y se llevaron la llave que, por cierto, no ha encontrado. Pero esta narrativa, que es muy típica de este tipo de enfermedades, tiene unos matices tan espectaculares desde el plano de lo sobrenatural… Otro paciente con una enfermedad similar me acuerdo de que me contaba… Él había trabajado en un monasterio cerca de Barcelona y una tarde vio llegar a su casa a 12 monjes sin cara. Las alucinaciones de personas muchas veces no tienen cara. Vio llegar a 12 monjes, vestidos de monjes, como frailes. Entraron en el comedor de su casa.
Y la reacción que el hombre tuvo, y esa reacción también te cuenta mucho de cómo disfunciona un cerebro, es que les puso la mesa para que se quedasen a comer. Esta enfermedad es sumamente compleja desde el punto de vista de la vivencia que tienen las personas y de la incomprensión que causa en el entorno. En el caso de Bruce Willis, él ha desarrollado un síndrome que observamos en un tipo de enfermedad también distinta al Alzheimer, que se llama demencia frontotemporal. En las demencias frontotemporales hay dos grandes grupos, las variantes conductuales y las afasias progresivas primarias. El lóbulo frontal juega un papel crítico en que el ser humano sea como es un ser humano, en regular nuestra conducta, en inhibir nuestros impulsos, en saber entender, sentir, experimentar cómo se siente el otro, en la gestión de las emociones. De modo que, cuando lesionas un lóbulo frontal, todo esto se desmonta y aparecen conductas groseras, desinhibidas, violentas, maleducadas. La variante conductual de la degeneración frontotemporal es esto, mientras que las afasias progresivas primarias son enfermedades en donde lo que se empieza a lesionar son estructuras que juegan un papel central en la producción del lenguaje a distintos niveles. Hay distintos tipos de afasias progresivas primarias, una de ellas vinculada a la enfermedad de Alzheimer, una forma atípica, la persona pierde los nombres, afasia logopénica, y dos vinculadas a la degeneración frontotemporal que es lo que le ha sucedido a Bruce Willis. A una la llamamos afasia semántica. La persona pierde los conceptos. Ve un bolígrafo y no puede nombrar lo que es eso. El concepto «bolígrafo» ha desaparecido. Y las otras las llamamos agramaticales no fluentes. La persona empieza a emitir un discurso desorganizado, etcétera. Pero, fíjate, en estas enfermedades, todas ellas frecuentes, el elemento central, lo que las define, lo que nos pone en alerta, no se parece en nada a lo que todo el mundo piensa cuando piensa en enfermedad degenerativa, que es Alzheimer. No hablamos de memoria. Hablamos de una persona que de pronto empieza a ser violenta o desinhibida, que hace gastos excesivos. O hablamos de una persona que no organiza bien el discurso. O hablamos de una persona que está viendo fantasmas. De modo que educar en torno a estos síntomas es necesario para que las personas aprendan a identificar más allá de lo que es un problema de memoria, algo que puede merecer la pena que veamos.
Tener que consultar no significa: «Ay, Dios mío, tengo una enfermedad». Puede haber una infinidad de causas detrás y no todas son enfermedades del cerebro. Y, cuando son enfermedades del cerebro, no todas son enfermedades intratables o progresivas, etcétera. Yo suelo decir que es tremenda la diferencia que existe entre lo que es prevención, determinados procesos para los cuales se ha hecho una muy buena psicoeducación, como lo es el cáncer de mama, como lo es el cáncer de próstata. Y en cambio, en todo lo que tiene que ver con lo que es salud mental, ya no solo la enfermedad cerebral, todo lo que es salud mental y todo lo que son enfermedades del cerebro, hay una distancia tremenda. En parte, entiendo, por el desconocimiento y por el miedo. Sí. Pero, cuanto mejor las expliquemos y mejor entiendan las personas qué es lo que podemos hacer, yo creo que más fácil será para todos actuar antes. Yo suelo contarle a la gente una regla que debería ser muy simple. Tú, cuando vas al médico, ¿por qué vas? Quiero decir, cuando una muela te duele demasiado, vas. Si te sale un bulto que no tenías, vas. Si de pronto es obvio que no te encuentras bien, vas. Pues con lo cognitivo y con la conducta pasa exactamente lo mismo. Si hay una tristeza que persiste en el tiempo y no me deja vivir como antes, hay que consultar. Si esos fallos de memoria están cada vez peor, las palabras que no encuentro… Es puro sentido común, y en muchos casos no estará pasando nada.
Me comentabas el escenario cotidiano de algo que nos pasa a todos, por ejemplo, el «¿dónde están las llaves?», que es algo sobre lo que he escrito, y hay una infinidad de ejemplos. ¿Cómo puede ser que en tantas ocasiones de pronto esté buscando algo y no lo encuentre? Como he comentado, para olvidar antes tengo que aprender. ¿Qué sucede? Muchas de las actividades que realizamos las realizamos de forma totalmente automatizada. Tú piensa en lo que haces desde que te despiertas hasta que llegas a tu lugar de trabajo. Sabes lo que haces, pero ¿podrías explicarme exactamente qué es lo que haces cada día? No puedes. Está automatizado. Incluso gente que va conduciendo al trabajo: «Ostras. Y no sé ni cómo he llegado». Para que la memoria se construya es necesario que se despliegue atención. Cuando yo venía para acá, me he cruzado con personas y no recuerdo quienes eran ni cómo iban vestidas, aunque las he visto. La percepción no garantiza el aprendizaje. Pero quizás he visto a alguien, me ha llamado la atención su chaqueta y recuerdo la chaqueta. Cuando tú atiendes a algo, la información se mantiene en un sistema o almacén a corto plazo, donde en el mejor de los casos, si todo funciona bien, esa información podrá pasar a otro sistema más a largo plazo. Si no hemos prestado atención, esto no va a suceder. Cuando vayas a buscar la información, si no hemos prestado atención, la información no va a estar allí. En muchos casos, cuando uno hace rutinas cotidianas, no despliega atención sobre aquello que hace.
Yo he dejado las llaves en tal sitio y he ido a no sé dónde, y de pronto a lo mejor ese día no he dejado las llaves donde siempre, porque justo cuando entraba a casa en mi rutina del día a día me han mandado un mensaje, y en un intento de responderlo y dejar la bolsa de la compra he dejado las llaves en otro lugar. ¿Quién ha prestado atención a ese evento? Nadie. Y aunque nuestro cerebro está continuamente atendiendo de un modo como muy primitivo a cosas que suceden en la periferia, más allá de nuestro foco atencional, si nuestro foco atencional está en el WhatsApp o está en la bolsa de la compra, no puede estar en las llaves. De modo que de pronto esas llaves no existen en mis recuerdos. No es que lo haya olvidado, es que no están allí. Así que lo mejor que podría hacer es encontrarlas esporádicamente. Y esto es un suceso benigno, secundario al bajo despliegue de atención sobre lo que hacemos. ¿Y qué puede trastornar de algún modo en la normalidad el cómo desplegamos atención a lo que hacemos? Pues en gran medida, una parte esencial, el modo en como vivimos. A día de hoy vivimos todos sometidos a una sobresaturación continua de actividad. La capacidad atencional del ser humano es muy limitada, muy limitada. La memoria más inmediata dura pocos segundos y, a pesar de ello, vivimos con el teléfono, los niños, el no sé qué… Es imposible. Es decir, atendiendo a cómo funciona un cerebro normal y cómo funciona la memoria, lo más normal del mundo es que se nos olviden una infinidad de eventos porque nunca jamás los hemos aprendido. Y otro escenario muy curioso es el de cuando voy a la cocina y de pronto digo: «¿Qué venía a hacer?».
Y eso ilustra un fenómeno neuropsicológico que todos experimentamos pero que a mí me parece, como todos, muy bello. El ser humano se agenda tareas mentalmente y luego se olvida de ellas, pero suceden. ¿Qué quiero decir? Tú te dices: «Ostras, me tengo que acordar, cuando pase por delante del supermercado, de que tengo que comprar leche». Y esa información no se queda reverberando en tu mente continuamente hasta que pasas por delante de un supermercado, sino que, cuando pasas por delante del supermercado, algo se despierta dentro de ti y te recuerda que tienes que comprar leche. A esto lo llamamos memoria prospectiva. Este componente de la memoria prospectiva se parece mucho y en esencia se nutre del aprendizaje asociativo, del condicionamiento. Hay un estímulo, una respuesta. En este caso el estímulo es «supermercado» y yo me estoy asociando a mí mismo el estímulo «supermercado» con una respuesta que es comprar el brik. Si eso se almacena correctamente, cuando me exponga al estímulo «supermercado» va a salir. Pero luego hay otro escenario que es el más cotidiano. Tú estás en el sofá y dices: «Voy a la cocina a buscar chocolate». Y llegas a la cocina y no sabes lo que habías hecho aquí. Esto no se rige en términos de aprendizaje asociativo, sino que esto se rige en términos de mantenimiento de la información. Si yo te diese ahora un número al azar, tú lo olvidarías a los pocos segundos, a no ser que hicieses algo con el número, y es que lo reverberases mentalmente. Cuando no tenemos donde anotar, todos podemos repetir en nuestra mente eso. A esta repetición mental la llamamos «bucle fonológico». Es una repetición que mantiene viva una memoria inmediata que, en el instante en que dejemos de reverberar, va a desaparecer para siempre.
Cuando tú vas a la cocina a buscar chocolate, si tu bucle fonológico o su análogo visual, ver la pieza de chocolate, que es lo que llamamos la agenda visoespacial, no está manteniendo esta información, cuando llegues a la cocina no vas a saber qué ibas a hacer. ¿Qué nos sucede en muchas ocasiones? Que tú te levantas del sofá con tu agenda, con tu bucle fonológico diciéndote «voy a buscar chocolate», y en ese instante en la televisión aparece una noticia o te llega un WhatsApp o hay un ruido que orienta tu atención a otra cosa. «Oye, qué bien que me quedan los pantalones». Y llegas a la cocina. Tu bucle fonológico lleva dos segundos apagado. Ya está procesando lo bien que te quedan los pantalones. Al llegar a la cocina no sabes lo que estás haciendo allí. Esos son fenómenos absolutamente benignos. Entender cómo funciona nuestro cerebro en la patología es muy útil. Entender cómo funciona nuestro cerebro en la cognición, en la normalidad, también es extraordinariamente útil.
Para mí, la educación, los profesores o las herramientas que se desplieguen en el ámbito educativo deberían saber mucho de neuropsicología de la educación y de psicología de la educación. Deberían saber mucho de cómo funciona la memoria y la atención, de cómo disfunciona, de cómo se adquiere o se desarrolla el lenguaje, de cuáles son los signos de que algo está pasando a nivel de desarrollo de las habilidades lingüísticas, motoras, espaciales, atencionales, como para ser la pieza de cribado inicial, el lugar donde se detecta por primera vez que aquí algo está sucediendo. Y atendiendo a las bases científicas que rigen todo esto: «Hey, aquí está pasando algo». Está pasando algo que, desde el ámbito clínico o que desde el ámbito psicoeducativo y psicopedagógico, conocemos muy bien y podemos intervenir. Para mí ese es el punto crítico, el nexo entre la educación, el conocimiento de verdad en torno a todo lo que le puede pasar a un chaval y cómo intervenimos sobre esto para no condenar a un individuo al fracaso cuando no cumple con lo normativo desde el punto de vista del desarrollo o del rendimiento. Claro, hemos hablado mucho de enfermedades, hemos hablado de diagnósticos. Al final estamos hablando de normalizar algo que es inherente al ser humano. Y es que el ser humano tiene una trayectoria en vida que empieza y termina. Yo creo que aquí la pregunta inteligente no es «¿contra qué puedo maldecir?», esa desgracia de que no voy a existir para siempre, sino al revés: «¿qué puedo hacer?».
Un cerebro que se construye estimulándolo, a lo largo de la evolución y a lo largo de la vida, hay que intentar sanarlo o hay que intentar protegerlo, dándole precisamente aquello a través de lo cual la evolución lo ha construido. Un cerebro estimulado, un cerebro que nunca deja de aprender, un cerebro que asume nuevos retos, que sale de lo cotidiano e intenta cosas que nunca se habría planteado. Es que ya no te tocan por edad. Precisamente porque no te tocan ya por edad. Aprende a bailar tango ahora que tienes 85 y a tocar la guitarra y a pintar. Eso es lo mejor que le podemos dar a un cerebro. Cuando a mí me preguntan: «Pero, entonces, ¿qué hacemos para…?». A nivel de estimulación cognitiva, hablemos o no hablemos de enfermedad. «¿Qué ejercicios de realidad virtual o de ordenador…?». No es necesario. La interacción social, la vida, con toda su complejidad, es el mejor escenario. Dejar a una persona con una enfermedad cerebral encerrada en casa no sirve para nada. Y a un individuo sano, sumido en lo cotidiano y aburrido, tampoco. Hay muchas variables que condicionan nuestra salud cerebral que son fácilmente modificables. Nuestro estilo de vida juega un papel crítico en lo que va a suceder en nuestro futuro desde la perspectiva de la salud de nuestro cerebro. El control de los factores de riesgo cardiovascular, que parece un mantra. Estamos continuamente hablando de ello, pero es que hablamos continuamente de ello porque pocas cosas hay más obvias que esta. Mucha gente sabe lo que tiene que ver el alcohol o el tabaco con los problemas del corazón, pero mucha gente desconoce que la copita a diario, y ese colesterol que «bueno, tampoco hay para tanto», o esa hipertensión mal gestionada a medio o largo plazo asocia una infinidad de patologías, de problemas de índole cerebral que se pueden corregir.
Al final, teniendo en cuenta que no vamos a ser jamás inmortales, teniendo en cuenta que somos una especie que vive mucho, muchísimo tiempo, quizás demasiado, gestionar todo aquello que impacta nuestra salud de una forma mucho más simple de lo que pueda parecer, es, en esencia, la mejor garantía que tenemos de un envejecimiento saludable, incluso si llegamos a padecer una enfermedad.