Ocho pasos para ser más resiliente
Javier Iriondo
Ocho pasos para ser más resiliente
Javier Iriondo
Conferenciante y escritor
Creando oportunidades
Mi historia de amor propio y lucha personal
Javier Iriondo Conferenciante y escritor
Javier Iriondo
Las palabras de Javier Iriondo están llenas de inspiración, motivación y humanidad. Nacen de su propia experiencia de superación. Iriondo conoció el éxito absoluto como deportista profesional, pero también el fracaso, la crisis, la ruina, el derrumbe y la decepción. Su vida dio un vuelco de 360º y, de la noche a la mañana, tuvo que enfrentarse a una fuerte crisis vital, profesional y personal. Perdió la confianza y la motivación. Pero esto le llevó a hacerse preguntas más profundas y a buscar respuestas más humanas. Buscó soluciones y aprendió el camino para sobreponerse a los retos y caídas de la vida. Desde entonces, ayuda a otras personas a lograr una vida con más sentido, plenitud y conciencia, a través de sus conferencias y de sus libros inspiracionales. El último de ellos, titulado ‘Este es tu momento’ (Planeta, 2023), es una novela basada en una historia de amor propio y lucha personal que nos invita a reflexionar sobre el sentido de nuestras vidas. “Todo cambio importante y significativo, empieza por un cambio interior”, defiende Iriondo.
Este luchador incansable y “eterno aprendiz” -como le gusta definirse- nos insta a reflexionar sobre nuestros deseos y aspiraciones, nos anima a vivir con mayor autenticidad y, también, nos invita a ser protagonistas conscientes de nuestro propio desarrollo personal.
Transcripción
Todos queremos tener una mayor fortaleza mental para enfrentarnos a los retos del destino que van apareciendo día a día. Al final, todos queremos sentirnos vistos. Queremos sentir que importamos. Queremos conectar con nosotros mismos y con los demás. Queremos sentirnos comprendidos, porque la falta de comprensión es dura, y todos buscamos satisfacer esas mismas necesidades. Pero resulta que en algún momento del camino nos hemos desviado en algún lugar, y en vez de buscar ese mundo emocional, esa vida mejor, hemos entrado en la era de la persecución, en la que parece que hay que estar siempre haciendo algo más. Y es triste porque cada vez más personas afirman eso mismo, afirman sentirse atrapadas por la propia vida. Mucha gente dice: «¿Tienes un trabajo o el trabajo te tiene a ti?». Y es que la velocidad de la vida hace que vayamos cada vez a más y no nos deja el tiempo y el espacio para parar y reflexionar, para conectar con nosotros mismos. Nos hemos convertido en un «hacer humano» en vez de un «ser humano», y nos pasamos la vida haciendo. A veces, para no tener que escuchar nuestros propios pensamientos, estar suficientemente ocupados. Pero vivimos con la sensación de estar haciendo algo para llegar a otro lugar, supuestamente mejor, supuestamente más seguro. Pero ese lugar no existe. Porque lo importante es el proceso. De eso es de lo que tenemos que hablar. Y para eso estamos aquí. Y tenemos que parar. Parar pero sin sentirnos culpables, porque parece que parar es un sacrilegio, que me puedo quedar atrás. El mundo moderno, la sociedad actual, el miedo que existe y el estrés que existe es por esa sensación de que a lo mejor me quedo fuera de juego, de no tener tiempo para terminar el proyecto, para hacer ese trabajo. Y tengo que seguir exigiéndome más, y acabamos agotados.
Por eso necesitamos parar, para reflexionar y poner en orden nuestra vida, para darnos cuenta de qué es importante. Y para eso estamos aquí, para compartir este rato de reflexiones. Y, en todo el bufet de información que vamos a tener hoy, ojalá que algo de eso te pueda servir, que puedas encontrar respuestas, porque entonces es cuando todo cambia y ves el mundo muy distinto.
El miedo al rechazo, el miedo al qué dirán. Por eso intentamos a veces aparentar ser algo importante, porque creemos que va a gustar más. Y vamos viendo cómo cada vez más gente edita su vida, y borramos esa negatividad para aparentar. ¿Por qué? Porque quiero que me vean, porque quiero ser visto. El problema es que las redes sociales y la tecnología han aumentado de forma masiva la necesidad y la sed de reconocimiento constante. Y como que la autoestima de mucha gente depende de esa visibilidad. Pero entonces la felicidad está en manos de un algoritmo. Las redes se han convertido en los intermediarios de la felicidad, que te pueden dar la visibilidad o te la cortan, y te sientes invisible y «pobre de mí». ¿Qué ocurre? Que vivimos con ese miedo. Por un lado, nos convertimos en ese personaje, o muchas personas se convierten en ese personaje, pero al mismo tiempo viven con el miedo absoluto. «Y ¿qué pasa si descubren la verdad? Porque no soy como aparento». En las clínicas de estética, en muchos lugares, empieza a pasar que llegan niños. «Quiero parecerme a esta persona». Ya tapan el espejo de su baño porque se rechazan a sí mismos. Hay un autorrechazo porque yo quiero ser la persona del TikTok o de Instagram después de todos los retoques. Y cuando me veo de verdad es que no me gusto. Es una especie de autorrechazo y es realmente doloroso. Esa necesidad de autenticidad hay que recuperarla, porque, si no, ese personaje, como digo, termina devorándose a la persona. ¿Qué ocurre entonces? Que tú puedes engañar a todo el mundo, al resto del mundo, pero no a ti. Y, cuando llegas a casa y te miras en el espejo, estás diciendo: «¿Quién soy de verdad?». Porque, cuando me muestro de una manera y soy de otra, se abre una grieta dentro de ti. Y hay una división entre el personaje y la persona que causa dolor y conflicto. Pero lo hacemos porque queremos pertenecer. El personaje impresiona, pero no eres tú.
A lo mejor puede ocurrir, como dijo en su día Mark Twain, que dijo: «Toda la vida quise ser alguien. Ahora por fin soy alguien. Pero esa persona no soy yo». Entonces, ¿cuál es el remedio? El único remedio contra la mentira es la valentía, la valentía de atreverte a ser tú. Y cada día hay un reto enorme en el que en cada momento tienes que decidir: «¿Voy a ser yo o voy a ponerme la máscara de “todo está bien”? ¿Voy a ser auténtico o cómo voy a ser?». Y es importantísimo porque, cuando pierdes la autenticidad, ¿qué ocurre? Que nos desconectamos de nosotros mismos, y es necesaria esa conexión, es absolutamente fundamental. Una de las consecuencias de la falta de autenticidad viene porque nos estamos comparando constantemente. Diríamos que la tecnología y las redes han convertido nuestras mentes en máquinas de compararnos. ¿Y esa comparación lleva a qué? A la falta de aceptación, a veces al autorrechazo y a no sentirnos suficientes. Antes, antiguamente, o no hace tanto, paseábamos, íbamos de tiendas, veíamos el escaparate y veíamos el producto. Ahora las personas se han convertido en el producto que se expone a sí mismo en el escaparate de las redes sociales y nos va alejando, como digo, de nosotros mismos y de los demás. ¿Qué ocurre? Que es necesaria esa verdad ante uno mismo, ser fiel ante uno mismo, atreverte a ser tú. Hace falta el coraje de aprender a decir «no» y comenzar a ser de verdad para volver a conectar. ¿Por qué? Si te pones a pensar, todos venimos de tribus. El ser humano viene de tribus en donde la conexión era total, donde nadie tenía que impresionar, donde todos nos ayudábamos unos a otros, donde todo el mundo cuidaba a los hijos de unos, de otros. No había éxito o fracaso, apariencias, sino que había ese sentimiento de pertenencia tan fundamental, de ser parte de algo mucho más grande. Y la soledad significaba una amenaza y la muerte, lo más posible.
Y ahora, cada vez más personas afirman sentirse más solas, más aisladas, porque no se sienten suficientes. Nos encerramos para protegernos y tenemos que volver un poco a la esencia de la tribu. Es decir, antes la hoguera era el centro de reunión de las personas. A la noche nos reuníamos alrededor del fuego y allí había charlas maravillosas. Allí, el anciano, el abuelo o el chamán era quien contaba las historias de sus experiencias, y se aprendía a través de las historias, porque las historias contienen emociones y las emociones es lo que hace que recordemos el conocimiento y las cosas. Y las charlas eran muy distintas alrededor de la luz del fuego, bajo la luz de las estrellas, en donde te sientes pequeñito, al lado del gigantesco universo. Y hay esa conexión que es increíble. Hay que recuperar esa sensación de comunidad que se va perdiendo. Pero hemos pasado de la conexión a la luz del fuego, bajo la luz de las estrellas, a la soledad de una habitación frente a la luz de una pantalla de cristal. Y eso lleva a la epidemia del ensimismamiento, a que cada vez nos vamos aislando cada vez más. Cada vez hay menos sentido de comunidad. Cada vez más cada uno hace la guerra por su cuenta, intentando sobrevivir en este mundo, en la presión económica, social, de todo, de «tengo que ir a más». Y necesitamos volver. ¿Por qué? Porque en algún momento nos hemos desviado del camino y hemos pasado de la necesaria conexión humana, del sentido de pertenencia, a la búsqueda de reconocimiento, a la era del selfi. «Yo», «mírame», constantemente. «Mírame a mí». ¿Qué ocurre? Que el mayor drama y el dolor del ser humano viene por su incapacidad de dejar de pensar en sí mismo. Y cuando sales de ti y conectas con los demás es cuando te sientes mucho más seguro. Esa conexión con los demás genera seguridad psicológica. Un sentimiento de pertenencia genera mayor sentido a la vida. Y, cuando nos vamos aislando y cada vez vivimos más delante de esa pantalla de cristal, tenemos un problema. Es necesario volver a conectar.
¿Volver a qué? Volver a tener conversaciones de verdad, auténticas. Atrevernos a mirarnos a los ojos más y realmente preguntarnos, mirarnos. «¿Qué tal estás?». Pero qué tal estás de verdad. ¿Qué te preocupa? ¿Cuáles son tus miedos? ¿Cuáles son tus sueños? ¿Cuáles son tus ilusiones? Y realmente cuando conectamos es cuando nos atrevemos a ser sinceros. Ese momento en que a lo mejor tenías miedo de tener esa conversación, pero de repente te sinceras y sientes que hay alguien al que le ocurre lo mismo y pensabas que solo te pasaba a ti. «Yo también te quiero». Es ese momento de unión, de comprensión, que todos necesitamos para salir de la burbuja en la cual nos mete la tecnología, porque la tecnología nos aporta la conectividad, pero nos va metiendo en ese infierno de más de lo mismo que nos va aislando. Con lo cual, una de las partes importantes es salir, llamar, conectar, volver a buscar el amanecer, la sonrisa del niño, caminar por la playa descalzo, conectar con la naturaleza, porque venimos de ahí. La tecnología, la ciudad, el asfalto nos aceleran de manera increíble y generan la sensación de «no tengo tiempo para todo, no puedo más». Y necesitamos ese freno para conectar con nosotros mismos, conectar con la naturaleza. Y es entonces cuando las cosas comienzan a cambiar, cuando la calma te permite ver cosas que las prisas te impiden ver, y cuando estás más en tranquilidad porque sientes que te comprenden. Y la comprensión es fundamental, es uno de los grandes pasos a la hora de resolver los conflictos emocionales. ¿Qué ocurre cuando nos sentimos incomprendidos? Que duele y duele y nos aislamos porque es que «nadie sabe lo que está pasando dentro de mí». «Si la gente supiese, ¿qué pensaría?». Y pensamos: «Debería de ser más feliz, porque mira qué feliz está el resto del mundo». Y nos juzgamos y nos criticamos y nos vamos aislando y es donde hay que salir. Pero, cuando tienes esas conversaciones auténticas de verdad, ¿qué ocurre? Que es cuando te comprendes.
Y la comprensión es el alivio del corazón. La comprensión aporta claridad. La comprensión reduce los conflictos. Necesitamos una dosis masiva de autenticidad, de vulnerabilidad, y atrevernos a hablar de verdad desde el fondo. Porque, mientras sigamos intentando impresionar, nos vamos alejando cada vez más. No conectas con la persona que es prepotente, todo el día «mírame». Conectamos con la persona que ves que es de verdad. Y entonces aparecen los amigos, las personas de verdad, y la conexión que aporta un mayor sentido a la vida.
Me vio con tal intensidad que al final vino el taxi. Cruzó el taxi a mitad de la carretera. Abrí la puerta de atrás, le quité la cartera, cogí las muletas, le metí dentro del taxi. Cuando le agarré las piernas para metérselas dentro del taxi, estaban frías, duras, de una artrosis increíble. Y entramos dentro y le pregunté al hombre: «¿Adónde vas?». Y él dijo una dirección. Y nos fuimos de camino y el hombre por fin, poco a poco, empezó a respirar. No entendía nada, pero empezó a dar las gracias, aliviado. Y llegamos a su sitio. Cuando llegamos a su casa, le dije al taxista: «Espérame aquí. Voy a acompañarle, pero yo ahora vuelvo». Y le acompañé. Subí las escaleras con él, abrimos la puerta, dejamos las cosas y en aquel momento se dio la vuelta el hombre, me miró, me dio un abrazo y se puso a llorar, pero de manera increíble, como un niño, con sus ochenta y tantos años. Yo me quedé tres días realmente descolocado, pensando dónde estaba el resto del mundo cuando aquel hombre estaba en mitad de la carretera y los coches pasaban y pitaban, «quítate del medio». Porque yo no llegué ahí el primero. Llevaba un rato, y la gente caminaba por la acera con la nariz pegada al móvil en ese secuestro de la atención, en esa epidemia de ensimismamiento donde cada uno va pensando: «Yo, mi futuro, mis problemas. ¿Qué ocurrirá?». Y nadie era capaz de verle. Y tenemos que levantar la cabeza, salir de nosotros mismos. Porque entonces la vida te dará infinidad de oportunidades de marcar la diferencia siempre. Y vas a poder encontrar momentos de bondad que te llevan a la plenitud, a que la vida tenga más sentido, a sentirte más útil. Y cuando estamos ahí, en ese mundo de «yo, yo y luego ya después yo», solo lleva a la desconexión y al sufrimiento. Tenemos que parar. Pero esto que digo quiero que lo sintáis, porque a veces, sin darnos cuenta, ¿qué ocurre? Estamos tan secuestrados por la tecnología y por los móviles y por todo que a veces nos pasa por delante un buen amigo, un compañero en el trabajo.
Y pasa y a lo mejor es el día que necesita una palabra de ánimo y ni siquiera lo has visto o has pasado como si fuese invisible. Y sin darnos cuenta dejamos cicatrices. Y sin darnos cuenta marcamos la indiferencia en vez de la diferencia. Así que os voy a pedir una cosa porque quiero que sintáis algo. ¿De acuerdo? Os voy a pedir a todos que os pongáis un momento de pie. A todos. Porque quiero que sintáis algo. ¿De acuerdo? Y ahora os voy a pedir que seáis actores por un momento y que actuéis. Sé que esto primero os va a costar, pero quiero que sintáis dos energías totalmente opuestas. Ahora quiero que os saludéis todos cuando os diga, que saludéis a cuatro o cinco personas. Pero estas son las reglas. Regla número uno: cuando saludes a alguien, no vale sonreír. La siguiente vez, cuando saludes a alguien, no vale mirar a esa persona. Le tienes que dar la mano con toda la flacidez, con toda la indiferencia, como que esa persona no importa, mirando para otro lado, y vas buscando a otra persona que a lo mejor sea más importante. Pero no va a aparecer. Así que saludas a cuatro o cinco personas con esa energía, con esa sensación de indiferencia. A ver qué ocurre. ¿De acuerdo? Una, dos, tres. Saluda así a cuatro o cinco personas. Sin mirar, sin sonreír. Sin mirarse.
¿Qué tal la energía? ¿Te gusta? No. Es la sensación de invisibilidad, de rechazo, de que parece que no importo. Esa es la energía que a veces transmitimos cuando no estamos atentos. Pero siempre puedes estar mucho más atento y marcar la diferencia y dejar huella en vez de cicatriz. Así que ahora imagínate. Vas a saludar a las mismas personas y tú verás cómo. Yo no te voy a decir cómo. Pero imagínate que te encuentras con una persona que hacía 20 años que no veías, de una calidad humana entrañable, una persona maravillosa, increíble, auténtica, de verdad, que hacía tanto que no veías que pensabas que no ibas a ver. O una persona de esa calidad humana espectacular, que te despides de ella porque no sabes si lo volverás a ver. ¿Cómo saludarías a esa persona? Tú mismo.
¿Qué tal ahora? Nada que ver. Cada persona, cada ser humano, tú y yo, todos tenemos la capacidad de cambiar esa energía. Cada uno somos una influencia. Somos una esponja que recibimos energía, pero también transmitimos energía. Y tenemos que cuidar esa energía. Y, cuando das, lo que das es lo que recibes. Así que tenemos que estar mucho más atentos, porque siempre tenemos oportunidades para marcar la diferencia y dejar huella. Y eso te lleva a una vida con más sentido y más plena.
¿El siguiente paso cuál es? Pues es el perdón. ¿A veces qué ocurre? Que nos fustigamos cuando todo falla. Y no sirve la culpa, no sirve fustigarse. No te hace ningún bien, ni a ti ni a nadie. Y normalmente siempre hacemos las cosas de la mejor manera que podemos y sabemos, pero a veces no es suficiente. Pero esa sensación, a veces, que por cultura o por lo que sea, de que me fustigo más todavía no sirve. Es el momento en el que uno tiene que perdonarse, porque el perdón es el alivio para el corazón, el perdón, para dejar de sufrir, hacia otro, hacia uno mismo. Si no perdonas, ¿qué ocurre? Que mantienes los problemas o el rencor del pasado. El pasado sigue apareciendo en el presente porque sigues guardando algo negativo, con lo cual hay que perdonar absolutamente para pasar página y poder mirar al frente. ¿El siguiente paso cuál es? La responsabilidad. ¿Qué es la responsabilidad? Una palabra en extinción que la gente utiliza para pedírsela a los demás, también, un poco así. Pero la responsabilidad significa la capacidad que tiene una persona para responder con habilidad a los retos y a los desafíos de la vida. La responsabilidad es la madurez. Asumo una responsabilidad y llevo la cruz, cojo la mochila, depende de mí. Cuando dices «soy responsable» es cuando dices «depende de mí». Y entonces vuelves a recuperar la sensación de que está en tus manos, de que ahora puedes hacer algo. Es cuando te enfocas en lo que sí puedes hacer y en lo que no puedes hacer. Y esa responsabilidad es absolutamente fundamental, porque te aporta un montón de confianza, de integridad, de honor, de nobleza, que es hacer el bien por naturaleza. Paso página, dejo atrás el pasado, aprendo de la lección, pero asumo esa sensación de responsabilidad, de cargo. Y eso te hace sentir, como digo, mucho mejor y más fuerte y mucho menos volátil a las circunstancias del momento.
¿El tercer paso cuál es? ¿Cuál es la interpretación de la historia? Porque ¿qué ocurre? El peligro en esos momentos cuando todo falla son las preguntas que nos hacemos. Digo: «Pero ¿por qué me ha ocurrido esto a mí? ¿Qué injusticia es esta?». Mucho tiene que ver no con lo que ocurre, sino con cómo interpretas lo que ocurre. El trauma, de alguna forma, no es lo que te pasa, sino lo que pasa dentro de ti por eso que ha pasado. Podemos cambiar absolutamente la interpretación, el significado, y transformar cualquier problema en una lección. No todo tiene algo positivo, no. Pero todo sí que esconde alguna lección de la cual podemos aprender. Y esa interpretación de los hechos es lo que marca la diferencia de que vayamos a la responsabilidad, al camino de salida de un nuevo inicio, o que nos quedemos anclados en esa culpabilidad. ¿El siguiente paso cuál es? Una reconstrucción de la identidad, porque a veces nuestra identidad como que se deteriora, hay una pérdida de valía. La identidad en el sentido de cómo tú te ves a ti mismo, cómo uno se ve a sí mismo. Es lo más poderoso que puede haber, porque la identidad es como tu pasaporte en la vida, cómo tú te ves. «¿Me siento capaz o no?». «¿Me siento digno, como una persona digna, o no?». Esa identidad no tiene que ver con cómo te perciben los demás, sino con cómo te percibes tú a ti mismo. ¿Qué es lo que uno tiene que hacer? Diseñar su propia filosofía. ¿En qué consiste esto? En que tú pongas en orden cuáles son los valores principales más importantes en tu vida, qué es lo que tú eres, qué es lo que tú defiendes. Y puede que sea el honor, la dignidad, la seguridad, el respeto. Y cuando defines esos valores tienes un pilar infinitamente más importante y más fuerte, que es mucho más sólido. Esa identidad es algo interno que no depende ni va a variar tanto con los resultados, ni cuando lo tengas todo ni cuando lo pierdas todo. Es cuando dices «esto es lo que soy», independientemente de circunstancias y de resultados.
Y el siguiente punto es crear una nueva visión de futuro, porque cuando todo falla necesitamos recuperar la esperanza, necesitamos creer en algo. Cuando no creemos en el futuro, o dudas o no tienes algo digno que perseguir, no tenemos fuerza en el presente. Y son esos momentos en los que necesitamos encontrar algo que nos ayude a levantarnos, algo que justifique de alguna forma el sacrificio. Y la esperanza es lo que te da la fuerza en el presente. Y necesitamos crear una visión de cómo puede ser nuestro futuro. Aquí es donde tenemos que desarrollar esa visión del potencial futuro yo, de la clase de persona que podemos ser y lo que podemos llegar a conseguir. Cuando tienes algo digno que perseguir, ¿qué ocurre? Que aparecen las emociones positivas, aparece la dopamina y, entonces, te pones en marcha y tienes más esperanza porque tienes ese futuro más digno que nos empuja un montón. Y es la forma o la necesidad de encontrar un porqué mucho más profundo. Cuando tienes ese porqué es cuando tienes la energía. Y en la vida cada uno tiene que encontrar esos porqués. Esa razón de decir, cuando todo falle, ¿por qué te vas a levantar? ¿Por quién te vas a sacrificar? ¿Qué es lo que va a justificar el esfuerzo, el sacrificio o el sufrimiento que a veces uno tiene que pasar por ahí? Esa necesaria luz que aporta fuerza y energía para salir a veces del agujero en el cual nos metemos. ¿El siguiente punto cuál es? La decisión. Cuando ya estás ahí, tienes que tomar una decisión. Una decisión. Pero es una decisión que no es un «me gustaría». No es una decisión de «voy a intentarlo», «voy a ver qué pasa». No, es una decisión que nace de lo más profundo del corazón, una decisión que te conmueve. Lo que cambia es la fuerza de la emoción que nace del corazón.
¿Y te lo digo por qué? Porque yo me he visto en esa situación. Yo me he visto en el momento de perderlo todo, en un momento en que, después de un año y medio en una huelga que acabó en el récord Guinness en Estados Unidos, la huelga más larga de la historia del deporte, acabé en la ruina, sin nada, sin esperanza, convertido en una piltrafa humana. Y recuerdo el momento de caer de rodillas, de llorar, de llorar de impotencia. ¿Por qué? Porque el problema no es el problema. No. El problema es cuando crees que no eres capaz de levantarte, cuando crees que no vas a ser capaz de salir de ahí, y, entonces, te puede la impotencia. Porque dices: «quiero creer que puedo, pero no me lo creo». Y en ese momento no vale el cómo, no vale la respuesta rápida ni la lógica. La lógica hace que entienda las cosas, pero es la fuerza de la emoción que sale del corazón la que hace que tú cambies una historia y una vida de forma inexplicable. Y fue ese día. «Decisión» viene de la palabra «incisión»: ‘cortar, separarse de’. ‘Cortar, separarse de’. ‘Separarse de algo’. Pero el cerebro interpreta que una decisión es un riesgo, una amenaza. «Mejor no tomo la decisión, así no me equivoco». Pero la única forma de avanzar en la vida, la única forma de cambiar es asumir la responsabilidad y tomar una decisión. Lo difícil es tomar las decisiones, porque nos da miedo. Puede ser una equivocación. Nuestro cerebro quiere que no tomemos ninguna decisión porque quiere protegernos. Pero, hasta que no hay una decisión así… «Esto depende de mí». La gente te mira a los ojos y dice: «¡Guau! ¿Qué ha pasado? ¿Qué has tomado?». Decisiones. Y es cuando marcas un antes y un después que quema los barcos y que dice: «No hay vuelta atrás. Quiero ver y voy a ver de qué estoy hecho. Y lo voy a dar absolutamente todo». Y esa decisión visceral que sale de lo más de dentro es importante.
Y, a partir de ahí, ¿cuál es el punto ocho? El eterno aprendiz. Entender que gran parte de la calidad de tu vida va a depender de cuánto sigues aprendiendo, creciendo y evolucionando. El cerebro constantemente sigue cambiando, no deja de cambiar y depende de ti que sea de forma positiva. Es decir, cuando vas aprendiendo y evolucionando encuentras calidad. Yo sé que los momentos más duros de mi vida, algunos de ellos, han sido provocados porque pensé que ya había llegado. «Ya está, ya he triunfado». Y dejé de aprender, dejé de evolucionar. ¿Qué ocurre? Que el mundo sigue evolucionando, y, cuando tú no sigues aprendiendo, ¿qué ocurre? Que algo empieza a morir dentro de ti, te vas quedando atrás, te vas quedando obsoleto. Aparece una sensación de vacío, porque el potencial no desarrollado provoca dolor y frustración, porque en el fondo sabes que no estoy dando todo lo que tengo dentro, que puedo ser más. Y es cuando vas creciendo que entras en la primavera de la vida, cuando sientes que hay una expansión, que hay una evolución. Cuando aprendes, algo se rompe en sentido positivo. Es como, por ejemplo… ¿A quién le ha ocurrido que metes unas cervezas en el congelador o una botellita de vino y se te olvida? Y vas al día siguiente… Si eran unas latas de cerveza, está todo el congelador de espuma amarilla pegajosa. Me han dicho, me han dicho. O si es una botella de vino, o ha salido el corcho o raja. ¿Qué ha ocurrido? Que había un contenido, había un continente, pero el interior se ha expandido. Se ha expandido, y esa expansión que ha habido desde el interior ha roto los límites que tenía. Y el ser humano es igual. Cuando vas aprendiendo y evolucionando, rompes los límites de lo que tú creías que eras capaz. Y todos tenemos un potencial mucho mayor. Y es entonces que entras en la primavera de la vida, cuando todo florece. Primero, eres más feliz. Estás en una sensación de más control, te sientes mejor, más positivo. De repente empiezas a entender cosas que no entendías, y es… «¡Guau!».
Por eso es tan importante seguir aprendiendo y evolucionando, ser ese eterno aprendiz. Y son esos ocho pasos. Y a mí me ha ocurrido que he tenido que tomar todo eso dos veces, porque no me hundí una. La segunda fue con todas mis locuras de Brasil y fue el mismo proceso. Tuve que perdonar de forma increíble porque fue alguien que llevó, nos llevó a un montón de personas al caos. Pero, si no perdonas, no funciona. Asumir la responsabilidad, comenzar a aprender otra vez. Reconstruir. No soy lo que he perdido. Valgo lo mismo. Ni un miligramo. La gente puede verte distinto, pero en el interior es una sensación de respeto, de dignidad, de honor. Nada ni ninguna circunstancia me va a cambiar, porque tú eres más grande que cualquier cosa que te pueda pasar o que te puedan hacer.
Y la voz de la aspiración humana que está dentro de ti, «pero quiero mejorar, quiero ver de qué estoy hecho». Y ahí hay ese choque, siempre va a estar ahí. Por eso, cada vez que aparezca el miedo, siempre, acabas de encontrar la razón para pasar a la acción. El miedo es como ese semáforo en rojo. Pero, al final, ¿qué ocurre? Si no te enfrentas a ello, te quedas paralizado. Y entonces te metes en la cárcel. Hay una cárcel invisible en la que hay millones de personas. Es una cárcel sin muros, sin barrotes, ni puerta, ni techos. Y es la cárcel del miedo. Y tú eres el carcelero. Pero, cuando te enfrentas a eso que temes, ¿qué descubres? Que ese miedo es como un arcoíris, desaparece. Porque ¿cuántas veces nos ocurre que has querido hacer algo, quieres hacer algo, pero lo pospones para otro momento, para esa decisión? Y estás dos meses sufriendo y de pronto tomas la decisión y te enfrentas al miedo y dices: «¡Madre mía! ¿Y por eso he estado sufriendo dos meses?». Porque nuestro cerebro se llega a imaginar cosas a veces terribles que nos hace sentir que son la realidad cuando son simplemente pensamientos. Por eso el miedo siempre es la razón para pasar a la acción. No conquistas los miedos, sino que te conquistas a ti mismo, para hacerte más fuerte que los miedos. Porque a veces hay momentos en la vida en que te enfrentas a batallas más grandes que tú, y es cuando tienes que convertirte en alguien más grande que tu propia batalla. Y, al final, ver al miedo como la motivación para pasar a la acción. Decir: «No me va a volver a frenar». Y es entonces que tu autoestima, tu confianza, crece de forma espectacular.
Entonces, ¿qué ocurre? «Si abandono mis deseos, entonces no tendría ninguna frustración». O a lo mejor serías un vegetal sin energía para nada. Necesitamos el deseo, porque es lo que nos ayuda a mejorar, a lograr las cosas, donde surge la motivación. Pero al mismo tiempo es una frustración. ¿Cuál es y dónde está el equilibrio? Que tú reflexiones sobre si esos deseos que persigues te están haciendo mejor persona. ¿Si tú fueras la última persona en el planeta, seguirías persiguiendo lo mismo? Si lo estás haciendo por demostrar algo a alguien, o lo haces porque ese deseo te está retando, te está obligando a salir de tu zona de confort y te está ayudando a ser mejor y tiene un sentido. Y esa es la parte importantísima del deseo, que no persigas los deseos inculcados por el entorno, por el marketing, que es el arte de generar insatisfacción, de generar más deseos. Porque el ser humano es ese animal insaciable que siempre quiere algo más. Por eso lo importante es que pongas tu lista de valores, prioridades, y que tus deseos estén en consonancia con quién eres, para que en ese camino vayas aprendiendo, mejorando y creciendo. Y que, independientemente de si lo consigues o no, en ese camino hayas crecido y seas mejor persona. Uno de los efectos del deseo es que provoca que nuestra mente a veces se enfoque en eso que no tenemos, y entonces genera una sensación de carencia, de que me falta algo. Y, siempre que estamos deseando algo más, hay una sensación de vacío. Y uno de los aprendizajes es aprender a dejar de necesitar eso que no tenemos, pensando que es la solución. Y el algoritmo de la felicidad, en muchos casos, ¿tiene que ver con qué? Con aprender a valorar lo que sí tenemos. Aprender a dar gracias, porque si no, el enfoque está siempre en eso que me falta y siempre hay un deseo más. Así que los deseos son importantes, pero que sean tuyos, que sean propios. Pero, por encima de los deseos, todos los días hay que aprender a valorar, a dar gracias, porque es lo que te genera una sensación mayor de abundancia y no de carencia, que es lo que a veces genera el deseo.
Porque a veces pasa que nos metemos en espirales negativas y llegamos a pensar: «Si la gente supiese cómo me siento…». Echa un vistazo a las personas que están a tu alrededor, ¿de acuerdo? Para que veas la confianza que tienen. ¿A que transmiten una energía impresionante, una confianza espectacular? Porque es curioso. De los que habéis venido hoy aquí, resulta que aquí nadie tiene ningún problema. Todos los que estáis aquí hoy tenéis el futuro resuelto, ¿a que sí? Aquí nadie tiene ninguna preocupación y ningún tipo de pensamientos negativos, como se ve en las caras. Aquí todo el mundo está desbordado de pensamientos felices a todas horas y maravillosos, ¿no? A nivel de pareja, bueno, aquí nadie reacciona de forma desproporcionada, todo el mundo como un buda. Se nota que hay tranquilidad y control. Bueno, al menos una persona. Ha habido una persona a la que le he visto que a lo mejor tiene algunas dudas sobre su futuro o sobre su capacidad o alguna preocupación sobre el trabajo. Hay algo que se le nota que… Algo hay por ahí, ciertas dudas. Lo malo es que esa persona eres tú. ¿Cuántas veces tenemos un día de esos terribles, en que estamos fustigándonos, que pasa todo lo peor, que ahora te llega el email, la noticia, la llamada y el mundo parece que es un caos total y te sientes derruido y pensamos «eso solo me pasa a mí»? Pero no es así, porque estamos todos en el mismo club. Estamos todos en el mismo barco. Si aquí hay alguien que no tenga ningún problema, que siempre esté desbordado de pensamientos positivos, maravillosos y felices, que no tenga ninguna preocupación, que su futuro todo está arreglado y sea maravilloso, esa persona se puede sentar. Los demás nos quedamos de pie. ¿Alguien por ahí? Nadie. Yo siempre digo: sigo esperando a que aparezca esa persona que se siente y nos dé la respuesta. Todavía no la tengo.
Así que, ¿qué ocurre? Esto es un pequeño ejercicio de vulnerabilidad y de honestidad que necesitamos hacer, de mirarnos a la cara y hablar de verdad y decir: «Sí, yo también tengo mis taras, yo también tengo mis momentos de sufrimiento. Yo también a veces tengo a ese okupa que me fustiga». Y saber que nos ocurre a todos también alivia, porque la comprensión alivia el corazón. Así que, como estamos todos en el mismo club y nos pasan las mismas cosas a nivel emocional, simplemente lo que te pido es que saludes a las personas que están a tu alrededor, a cuatro o cinco, y les digas: «Bienvenido al club. A mí también me pasa, así que bienvenido al club». Le das la mano.
Ya nos podemos sentar. Y simplemente, a veces, estos actos de sinceridad, de autenticidad, de vulnerabilidad, relajan la tensión, y dejamos de dramatizar por todo lo que me pasa. ¿Porque qué ocurre? Que te sientes comprendido o comprendida, y la comprensión es el alivio. Tú tienes una culpa, la tengo yo, la tiene todo el mundo. ¿Cuál es entonces la forma, en parte, de mejorar esa situación? Pues en parte es empezar a vigilar mucho tu entorno. ¿La clave para empezar a mejorar la calidad de tus pensamientos qué es? Elige muy bien lo que lees. Elige muy bien lo que escuchas. Si tú no haces nada y permaneces de forma pasiva, ¿qué es lo que ocurre? Que es el mundo el que te envía un montón de información y no es la que tú necesitas ni quieres ni te enseña nada. Es solo un montón de información que a veces manipula la percepción de la realidad y las emociones. Y tienes que ser tú quien elige, al igual que eliges la comida. En función de la comida, así está tu nivel de vitalidad, y la información es igual. Necesitas cuidar qué entra en tu cerebro, poner filtros, elegir bien las personas con las que hablas, los libros que lees, y cuando vas mejorando la relación con las personas, conversaciones más interesantes, cuando vas escuchando, aprendiendo, cuando vas a cursos, conferencias, libros y empiezas a alimentarte, ¿qué ocurre? Que de forma natural cada vez tienes un mayor nivel de pensamientos mucho más positivos y se reducen los pensamientos negativos. Si te abandonas, ocurre al contrario. En el momento en que me abandono, el okupa empieza a darme sus charlas espectaculares, y digo: «Callando, que aquí mando yo». Es cuando tú tienes que hablarle a tu cerebro, hablarle a tu mente. Cuando a veces trato con deportistas de élite, ¿qué trabajas? Cómo frenar la voz del okupa, que es la voz de la duda ante el fracaso, ante el penalti, ante el pacto del millón. Cuando empieza a ser fustigamiento, eres tú quien tiene que hablar a la mente con firmeza para decir: «Gracias por tu opinión, pero no te necesito. Yo valgo más que todo eso», y tomar el control. Pero, sobre todo, elige bien la información, los libros, las personas, y en ese interior todo irá mejorando muchísimo más.
A veces llega un momento en la vida en el que de pronto despertamos y comenzamos a sentir que hay algo que está pasando y se nos está escapando. A veces, de pronto, un día sufrimos cuando nos damos cuenta de que hay una parte de nosotros que ha permanecido retenida, que no ha salido, que no nos hemos dado la oportunidad de demostrarnos a nosotros mismos, a nadie más, de lo que podemos ser, hacer o lograr. Y ha permanecido ahí retenida por absurdos y ridículos miedos sobre nuestra propia capacidad. A veces, de pronto despertamos y nos damos cuenta de que aquellos sueños, aquellas ilusiones, aquellas aspiraciones que un día tuvimos se van quedando atrás como parte del olvido o simplemente dejamos de creer que es posible para nosotros o los dejamos guardados en ese cajón llamado «algún día». Pero tiene que llegar el momento en el que tienes que decir: «Basta. Tiene que haber otra cosa. Tiene que haber algo más. Quiero sentirme libre. Quiero sacarme esa preocupación, esa ansiedad, esos miedos». Y tú eres libre de tomar una decisión y cambiar de rumbo. Eres libre de caerte o de poder levantarte. Eres libre de perseguir tu felicidad porque esta es tu vida. Y la vida va pasando mucho más rápido de lo que nos imaginamos. Todos tenemos una fecha de caducidad y no sabemos cuánto es, pero a veces vivimos como inmortales. Pero llega ese momento en el que tienes que decir: «Es hora de dejar de ver cómo las cosas pasan. Voy a hacer que las cosas pasen». Y, si tomas esa decisión, habrá personas que te dirán: «Pero ¿dónde vas? Pon los pies en el suelo». Habrá personas que querrán protegerte para que no te hagas daño. «No te hagas ilusiones. ¿Quién te crees que eres?». Pero esta es tu vida y tu pasado no determina tu futuro. A veces pensamos que es así, pero obviamente no. El pasado es como la estela del barco, simplemente indica de dónde viene. Y no hay momento perfecto para tomar esa decisión. El momento perfecto es cuando tú decides que el momento es ahora y este es tu momento.
A veces es necesario coger la bandera de la dignidad para atravesar el mismísimo infierno con la cabeza alta, pero da igual lo que ha ocurrido hasta ahora. No importa tanto quién eres como quién puedes llegar a ser. No importa dónde estás, sino dónde vas. No importa lo que has hecho, sino lo que puedes hacer a partir de ahora. Y llegará un día, dentro de un tiempo, no sé si dos o tres años, cuando sea, y conocerás a una persona, alguien muy especial, una persona que es admirada por muchos porque saben lo que pasó, saben lo que tuvo que atravesar y cómo se ha superado. Y esa persona tan admirada eres tú. Así que sé el héroe de tu propia historia. Porque el mundo, los tuyos y tú mismo necesitas esa mejor versión de ti. Así que simplemente por si acaso, por si acaso no vives para siempre, a lo mejor es el momento de tomar una decisión. Por si acaso no vives para siempre, a lo mejor cuando salgas de aquí tienes que hacer una llamada, recomponer una relación, pedir perdón, decir «te quiero», dar un abrazo. A lo mejor, aquí hay un escritor que no escribe, un cantante que no canta, un viajero que no viaja y este es el momento de tomar esa decisión que cambie un destino. Porque a veces perdemos el tiempo esperando. Y el tiempo es la materia prima de la cual está hecha la vida. Cuando pierdes el tiempo, se te escapa la vida. Y la vida sigue pasando. Pero la vida es ahora. Así que simplemente espero que algo de todo esto te sirva para dar y ser parte del cambio. Porque todo el mundo dice «la sociedad tiene que cambiar» y todo el mundo apunta para fuera. Así que yo lo que brindo es por esas personas que no intentan cambiar el mundo, sino las que intentan cambiarse a sí mismas porque así son un ejemplo para los demás, una influencia positiva para el mundo. Y simplemente brindo con la ilusión, con la esperanza y con el deseo de que tú seas una de esas personas. Gracias.