“No lo sé”: una frase clave para la ciencia y la vida
Ignacio Crespo
“No lo sé”: una frase clave para la ciencia y la vida
Ignacio Crespo
Médico y divulgador científico
Creando oportunidades
Un viaje por la historia de nuestro cerebro
Ignacio Crespo Médico y divulgador científico
Ignacio Crespo
Amó la ciencia desde niño y siempre se interesó por esclarecer sus misterios y secretos. En la actualidad, Ignacio Crespo es médico y uno de los jóvenes divulgadores más relevantes del panorama científico español. “Es muy difícil que las personas entiendan el papel crucial de los avances científicos si no se los explicamos”, asegura.
Para él, la frase “no lo sé” es fundamental en la evolución de la ciencia, pero también para la vida: “Admitir que hay cosas que no sabemos nos permite tener curiosidad, indagar y aprender. Así construímos nuestro espíritu crítico”, defiende.
Graduado en Medicina, Crespo es autor del blog ‘S de Stendhal’ y colabora habitualmente en la sección de ciencia de programas de radio como ‘A ciencia cierta’ y ‘Coffee Break’. Imparte conferencias, charlas y monólogos con el fin de hacer la ciencia más comprensible a la sociedad. Su primer libro, ‘Una selva de sinapsis: lo que escondes en tu cerebro’, publicado por la editorial Paidós -que este año cumple 75 años- es una invitación a indagar y comprender el misterioso funcionamiento de nuestro cerebro.
Transcripción
Necesita vibrar y chocar con otras para que aparezca esa propiedad. Es una cosa que no existe en el fundamento y que por la unión de muchos elementos aparece de golpe, casi como por arte de magia, aunque es ciencia, y en el cerebro ocurre algo parecido. Estas neuronas, al juntarse, de repente, por las conexiones que tienen, por las relaciones que establecen y la complejidad geométrica, aquí entran incluso las matemáticas, empiezan a aparecer cosas fabulosas. Podemos hablar de nuestra capacidad para escribir un libro, que es una barbaridad en el caso de grandísimos literatos de la historia, pero no empezó por eso. Esa emergencia, en el caso del lenguaje, empezó con cosas mucho más básicas, como el poder decir a los miembros de tu manada que hay un peligro: con un chillido concreto decirles qué tipo de peligro es, si viene por tierra, por aire, si es una serpiente que se arrastra… Les permite anticiparse a ello y sobrevivir, es una ventaja evolutiva. Y ahí es cuando empieza la carrera armamentística: quien mejor se comunica, más posibilidades tiene de sobrevivir. Ya no te llega solo con el grito, empiezan a aparecer complejidades mayores: semántica, sintaxis, cosas que damos en lengua y literatura en la ESO y en Bachiller y que surgen de esa manera. Y de repente aquí estamos, por esa carrera, un poco sin saber hacia dónde surgen cosas que son espectaculares, cosas que nosotros, a través de la cultura, que es ese último paso de nuestro cerebro, hemos decidido potenciar y hemos hecho tan nuestras, porque al final es lo que nos define: todas estas funciones que muchas veces, a veces con cierto error, relacionamos solo con la especie humana.
Y esto, claro, se complica muchísimo después: no vale que tengas muchas neuronas separadas, muchas células pequeñitas por todo tu cuerpo. Necesitas que se comuniquen bien. Es como tener una centralita de teléfonos. Queremos tener todo cerca para poder operar y manejar. Así que empezaron a juntarse en la zona que estaba más hacia delante de los organismos, por la que avanzaban, donde tenían los órganos de los sentidos, para poder trabajar con el medio, para que fuera más rápido, más eficiente. Eso es la cefalización. Y ahí surgió el ganglio cerebral, una cosa primitiva parecida a un cerebro. Esto es lo que tienen muchos insectos, por ejemplo, o algunos anélidos que son como gusanos. En nuestro caso lo revolucionamos: las aves, los mamíferos, los reptiles, los anfibios tienen cerebros mucho más complejos, que ya son por aumentar el número de neuronas, cambiar algunas de sus propiedades para que encajen tantas, hemos dicho que son ochenta y seis mil millones. Ochenta y seis mil millones de pequeños cables con sus cables secundarios, todos metidos en nuestro cráneo, que es pequeño. Eso se consigue por varios motivos. El primero es que se han vuelto tremendamente eficaces transmitiendo información. Esas células no son ya unas células que por casualidad resulta que transmiten un poquito de electricidad, se han vuelto casi cables perfectos: no un trozo de cobre tirado en el suelo, sino un trozo de cobre envuelto en plástico para que no pierda la electricidad, para que todo eso sea lo más perfecto posible. Si no fuera por esa serie de pequeñas adaptaciones que hacen de la neurona una célula muy eficiente, nuestro cerebro, con el número de células que tiene, tendría kilómetros de diámetro. Es algo que no podríamos trabajar. Así que todas esas evoluciones que hubo desde el primer organismo con células que respondían al medio hasta nosotros, fue para permitir que ocurriera algo casi imposible: que hubiera tanta complejidad en un espacio tan pequeño.
Lo que ocurre es que durante la evolución del cerebro de los niños se empiezan a perder. Existe una cosa que es la poda sináptica, que es como si cogieras un árbol y cortaras ramas, cortaras las conexiones. Esto hace que el cerebro sea más rápido, más eficiente, se pierde menos. Es como si en lugar de tener que mirar el mapa de una ciudad todos los días para llegar a tu piso supieras exactamente solo las calles que te hacen falta. Vas a ir mucho más rápido, pero pierdes plasticidad.
Imagina que tienes un grupo de lechuzas de muy distintas edades, buhítos, algunos pequeños aún con plumón, blancos, así, muy feúchos, y otros señoriales y adultos. Tú tienes que intentar que se adapten a unas gafas que les vas a poner, que van a deformar la realidad. Van a hacer que en vez de ver lo que tienen delante, vean lo que tienen a un lado, como si fueran triángulos que van deformando ese ángulo en el que llega la información. Si le pones unas gafas a una lechuza, que miren completamente a la izquierda y le pides que vuele, va a ser un desastre. Esa lechuza se va a dar de golpes, como si tú intentaras conducir un coche en la misma situación. Lo que pasa es que puedes intentar que se adapte. Puedes ponerle gafas que desvían primero diez grados, un poquito. Luego, cuando se adaptan a esas, veinte grados, treinta grados… Resulta que si haces esto no sólo se adaptan las lechuzas con menos de ocho meses, que son las chiquititas, sino que se adaptan incluso a las adultas. Su cerebro, cuando lo analizas después, se ha modificado estructuralmente por completo en algunas zonas, algunas estructuras, para poder enfrentarse a esta tarea. Y lo hacen maravillosamente, nunca con total perfección, pero sí muy bien. Esto es la plasticidad.
Nunca hay una forma de pensar, de razonar, de aplicar la lógica en nuestro cerebro de forma diaria, día a día, que esté totalmente desposeída de la emoción. Es más, si tuvieras que tomar todas tus decisiones en base a la lógica, sería un verdadero infierno llegar a la mesa del desayuno. ¿A qué hora te levantas? ¿A las siete? ¿A las siete y uno, a las siete menos un minuto? Bueno, pues es bonito que sea un número redondo, ahí no hay lógica. Ahí hay un poco de intuición, tus gustos. Hay algunos escritores que han trabajado mucho sobre este tema de la relación entre razón y emoción, y lo dicen con mucha claridad: nosotros tomamos decisiones muchas veces, muchas más de lo que creemos, puramente emocionales. La razón, el papel que juega ahí, es después argumentar por qué las hemos tomado. Nos montamos nuestras películas: “He hecho esto porque tal”, no, lo has hecho porque en ese momento ha nacido de tu interior, porque por tu experiencia, el contexto y lo que sea fue la solución que encontraste. Lo que más te apetecía, lo que más estaba acorde con tus sentidos. Entonces esto está muy unido, está imbricado. Es imposible separarlo en dos unidades y que sean funcionales. Un ejemplo es el capitán Spock de ‘Star Trek’. Posiblemente de toda la ciencia ficción, el personaje más racional del mundo, es un vulcaniano y solo es razón pura. Razón pura, no hay nada más. Y en cambio, resulta que participa en ciertas aventuras. Tiene un interés de alguna manera, a pesar de no tener emoción, tiene un interés por hacer cosas, por resolver problemas, por, en cierto modo, ser un héroe, ¿por qué? Si solo es razón. No hay un motivo racional puro. La implicación emocional es fundamental. No existe una voluntad si no hay emoción, solamente razón que no sabes cómo aplicar o para qué.
Entonces podemos al final remontar algo que parece un fenómeno puramente cultural, que está súper de moda, el tema de los “spoilers”, con la estructura de nuestro cerebro, con su bioquímica e incluso con el conductismo, que es estudiar el cerebro como una caja negra donde no me importa tanto lo que ocurre dentro, pero puedo establecer correlaciones entre lo que le ocurre fuera al individuo y las respuestas que da el individuo. Lo que pase por medio tiene que estar ahí, en el cerebro.
Y el ejemplo es muy banal, pero es muy interesante. Hay en internet muchísimos videos de gatos que están tan tranquilos por la estancia, se giran y ven un pepino detrás de ellos y al ver el pepino instantáneamente dan un brinco. Se asustan muchísimo, maúllan, bufan, se ponen los pelos de punta, la cola también hacia arriba… ¿Qué es lo que está ocurriendo? No sabemos exactamente, aunque hay hipótesis. Dicen que pueden estar interpretándolo como una serpiente o como cualquier peligro. No sabemos qué ve el gato, sabemos que lo interpreta, antes de entender que eso es un pepino, como un peligro, y eso es porque nuestro cerebro no es una máquina perfecta que vea cosas y las interprete de golpe. Divide la información. Como tardamos mucho en crear imágenes completas de lo que tenemos alrededor, parte de la información va a estructuras que hacen, digamos, un boceto rápido, haciendo así, un par de bosquejos, dicen: “Esto puede ser peligroso, es verde y alargado, igual es un gusano venenoso, una serpiente, algo que es preocupante”. Y en ese momento, por intentar ganar unos milisegundos de supervivencia, activan la lucha o huida. Lo que pasa es que parte de la información se ha ido a otras estructuras, aquí, en la nuca, que van a interpretarla mucho mejor, ya definida como un cuadro detallado o bien trabajado, y le van a mandar la información a esta estructura relacionada con el miedo, a las amígdalas y les dirán: “Oye, que esto es un pepino. Esto no tiene un peligro realmente”, y en ese momento se apaga la señal de lucha o huida. Están tranquilos. En este caso, el poder racionalizar constantemente que estamos en un contexto que es protegido nos permite bloquear mucho más rápido estas señales, en principio. De nuevo, todo esto está un poco cogido con pinzas y siempre falta mucho por investigar en neurociencia.
Heidegger, que no quiero defenderle yo aquí para nada, tenía un concepto que es muy interesante, bueno, tenía más, pero este es el que quiero decir y es el concepto de estado de interpretado: gente que asume todo lo que le viene y vive en la modernidad tomando todo sin pensamiento crítico y sin reflexión. Se vuelve una esponja, un reflejo de lo que hay a su alrededor y, por lo tanto, vive la vida de otro. Esto es una de las mayores condenas que podemos tener. Perdemos nuestra individualidad, perdemos nuestra personalidad y la ciencia es una de las llaves para intentar esquivar los dogmatismos, para detectarlos. Para dudar de ellos, para saber que nada es incontestable y que, por lo tanto, puedes vivir tu vida de verdad, no la de otras personas que muchas veces ni siquiera conoces.
Es interesante. Es el mismo efecto por el que un partido de fútbol, si no perteneces a ninguno de los dos equipos, pierde gracia. Tienes que estar implicado emocionalmente, así que desmontarlos se vuelve muy, muy difícil. Dicen algunos que los divulgadores tenemos poco que hacer, por lo tanto, ¿qué vamos a hacer dando datos? No vamos a conseguir desmontar que una madre tenga miedo de vacunar a sus hijos porque puedan tener algún problema a raíz de ello. Podemos decir poca cosa. Y aun así seguiremos diciendo, porque nuestro objetivo no es necesariamente esa madre, es la comunidad, es normalizar la ciencia. Tal vez esa madre no nos vaya a escuchar porque no tenga interés en conocer la opinión de un médico y dude más de ellos que otra cosa. Pero puede que tenga una hermana que esté leyendo y que sea más afín a la ciencia y que aprenda los argumentos de verdad, porque los está leyendo en algún sitio. Que sepa que no hay contenidos de metales pesados en cantidades peligrosas en esas vacunas, que hay mil pruebas que demuestran que no está relacionado con el autismo, que, por ejemplo, en los lugares del mundo donde se han retirado muchas de las sustancias que había en las vacunas, que acusaban de ser las preocupantes, no ha descendido el número de casos de autismo. Que el origen de este mito viene de un médico que tenía implicaciones económicas con una empresa que pretendía distribuir una vacuna alternativa sin estos metales, que está más que demostrado que no hay una base. Sabiendo estas cosas, la madre tal vez no nos haga caso, pero escuchándolo de alguien en quien confía realmente, es posible que tome una decisión que ayude a sus hijas, que ayude a la comunidad, que ayude a crear esa inmunidad de grupo que tan de moda está y que por vacunar a sus hijas protejan a una amiga del instituto que resulte que años después tiene algún tipo de inmunodepresión. Todas esas cosas son clave.
Y ya dejando lo experiencial y yendo a hasta qué punto es influyente para la ciencia, vamos a pensar en algo muy claro y ya que me sacaste antes lo de la filosofía, vamos a enlazar, porque ciencia y filosofía van muchas veces de la mano. El nacimiento de la ciencia y la filosofía empieza en cierto modo cuando reconocemos que las explicaciones no son siempre las que nos apetece. No vale cualquier cosa para explicar por qué llueve o por qué brilla el sol, no se basa en mitos. Necesitamos algo, estemos más o menos equivocados, lleguemos a conclusiones más o menos acertadas, intentamos utilizar la razón y no solo la apetencia o las historias. Es el paso del mito al “logos”, a la razón. Es algo que ocurre ya en la Grecia clásica y a partir de ahí empieza la filosofía propiamente dicha. Con Sócrates hay un intento de entender la naturaleza con la razón, pasa a intentar entender al ser humano con la razón, y a partir de ahí, Platón lo intenta llevar un poco de nuevo al mundo real. Aristóteles lo trae del todo y funda unas bases que mucho tiempo después, en el Renacimiento, empezarán a tomar matices científicos. En cualquiera de estos puntos, la clave ha sido que han reconocido que no lo saben. No inventan cualquier cosa con tal de tener una respuesta. Les importa más llegar a una conclusión correcta que tener una conclusión y, por lo tanto, pueden quedarse esperando contentos, o al menos sin sufrir demasiado por esa falta de respuestas, y esperar a tener argumentos. Ese es un punto clave y no solo da nacimiento a la ciencia, es lo que permite que avance. Ahora sabemos que los avances científicos son muy complejos, la forma en la que una teoría se cambia por otra se rechaza lo que antes se aceptaba y se afirman cosas nuevas, cosas más finas, más precisas.
Es un proceso que depende en gran medida de factores sociológicos, de que una comunidad de gente que lleva mucho tiempo trabajando con unas premisas acepte que tal vez no son las correctas. Y esto es lo importante, porque si entendemos que la ciencia, cuando dice que está bastante segura de algo, realmente está del todo segura y tiene la respuesta absoluta ante muchas cosas, es cuando nos cerramos a la innovación. Lo cual no quiere decir que aceptemos cualquier cosa, de nuevo. No podemos caer en relativismos como el de Feyerabend, que intentaba plantear que no existe el progreso científico, que todos son opiniones, más o menos formadas, pero opiniones. No, lo hemos puesto bajo contraste. Hemos hecho cosas maravillosas con la ciencia que demuestran que algo estamos entendiendo ahí, como mínimo, enviar una sonda más allá de los confines de nuestro sistema solar, haciendo peripecias alrededor de distintos planetas de nuestro vecindario, eso es algo que implica cálculos muy complejos, entender las leyes del movimiento planetario, cosas que no son opinión, pero en todo momento son susceptibles de ser mejoradas, de ser afinadas. Así que en principio el “no lo sé” es clave. Es central, y en nuestro día a día también. Uno puede vivir con una forma de ver el mundo científica, aunque no haga ciencia. Simplemente es el hecho de no hacer las cosas a lo loco por pura emoción. Intentar razonar, buscar evidencias… Es un poco el dejar en “standby” tus juicios hasta que tengas una evidencia para afirmarlo. Esto es clave. Es uno de los puntos que para mí son importantísimos para vivir, el reconocer cuando no sabemos cosas y también aceptar cuando sabemos más o menos algo, por supuesto, pero hay otros dos.
El segundo es, para mí, la autonomía. El primer paso es decir que no conoces, pero tienes que intentar tener interés por conocer. Si te quedas: “No lo sé, no lo sé y me da igual, aquí me quedo y no voy a investigar más”, creces poco como persona. Necesitas tener la voluntad y la autonomía de saber por dónde empezar a investigar, de decir: “Pues mira, voy a cogerme unos libros sobre esto, voy a ir a esta charla, de esta persona, voy a hacer estas preguntas que creo que son relevantes y clarifican lo que yo entiendo”. Y después de la autonomía está el pensamiento crítico, porque tú puedes haber buscado y con buena voluntad, haber encontrado X libro o cierto artículo. Pero no todo el mundo tiene razón. Hay mucha gente que opina sin evidencia que parece que está hablando desde la ciencia, pero en realidad habla desde prejuicios, que está condicionada, ya sea por temas económicos o por temas ideológicos, y que no te va a contar las cosas tal y como son. Se negó durante mucho tiempo que el ser humano viniera del mono y se planteaba que había evidencias científicas al respecto, que no había, que estaban forzadas, que intentaban encontrar diferencias entre nosotros que no estaban ahí. Entonces, para entender esta diferencia, para saber discernir entre lo que se presenta como ciencia y lo que realmente lo es necesitamos pensamiento crítico. Necesitamos esa capacidad para decir: “Vale, ¿cuáles son los datos? ¿Qué es lo que tengo aquí? ¿Hasta qué punto puedo aceptarlo?”. El pensamiento crítico puedes formarlo de dos formas muy claras. La primera es trabajando, un poco por práctica, por someterte a nuevos conocimientos, ver cómo resulta el que te creas cierta cosa y cierta otra y más o menos aprendiendo así, casi por práctica y error. Pero también puedes hacerlo de forma teórica.
Los científicos normalmente estamos muy de espaldas a la filosofía de la ciencia. Es una disciplina que aúna ambos campos diciendo: “La ciencia no puede estudiarse a sí misma, al menos como tal. Necesitamos algo que nos permita decidir cómo cambiamos unos paradigmas por otros en investigación, por qué afirmamos que algo funciona o algo no, por qué fijamos que tiene que ocurrir con una probabilidad de tanto para tomarlo como una verdad…”. Todas estas cosas vienen en cierto modo desde ese análisis de la filosofía y es un análisis que, estudiándolo, que hay muchos libros muy divulgativos que pueden aproximarte, empiezas a encontrar las bases teóricas del pensamiento crítico en sí mismo, del final de ese viaje que te permite partir del “no sé” al “sé algo más”.
Todo esto es impredecible. La ciencia, en cambio, tiene que confiar que quienes invierten en ella sepan estas cosas, que tengan la capacidad de dar un voto de confianza para invertir lo suficiente como para que estas ramas no mueran antes de dar sus frutos y para que valoren otra cosa que dijimos al principio: la ciencia es bella en sí misma. Hay ayudas a la cultura por el simple hecho de ser cultura. La ciencia para los griegos era clave, independientemente de su aplicación, se enorgullecían del conocimiento no aplicado, el conocimiento que era bueno en sí mismo, que no necesitaba nada más para justificarse. Hacer entender algo tan abstracto es muy difícil. Ahora, por suerte y gracias a la divulgación, parece ser que más o menos la sociedad está intentando y acercándose a esa percepción de la misma. Pero es difícil, es muy difícil y hasta que no lo interioricemos del todo estamos condenados a más recortes, a más precariedad, más dificultad para desarrollar una labor que está muy lejos de estar orientada por el interés personal. Los científicos no lo hacen porque ellos vayan a ganar mucho dinero ni porque vayan a tener una vida estable, muchos llegan a los cuarenta años sin haber podido asentarse, enlazando “post-doc”, que se llama, que es que una vez que se doctoran, después de la carrera, el máster y el doctorado tienen aún que enlazar becas por todo el mundo, de como mucho tres años. Así que, de Italia a Alemania, de Alemania a Argentina. Estas cosas ocurren constantemente. Si el científico se somete a eso y sabe lo que le espera antes de meterse a ello es porque le apasiona y porque ya sea porque se encomienda a esa belleza o porque quiere aplicarlo a la sociedad, está donando en cierto modo su tiempo a otros. No puede ser que los tengamos tan infravalorados.