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“No lo sé”: una frase clave para la ciencia y la vida

Ignacio Crespo

“No lo sé”: una frase clave para la ciencia y la vida

Ignacio Crespo

Médico y divulgador científico


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Ignacio Crespo

Amó la ciencia desde niño y siempre se interesó por esclarecer sus misterios y secretos. En la actualidad, Ignacio Crespo es médico y uno de los jóvenes divulgadores más relevantes del panorama científico español. “Es muy difícil que las personas entiendan el papel crucial de los avances científicos si no se los explicamos”, asegura.

Para él, la frase “no lo sé” es fundamental en la evolución de la ciencia, pero también para la vida: “Admitir que hay cosas que no sabemos nos permite tener curiosidad, indagar y aprender. Así construímos nuestro espíritu crítico”, defiende.

Graduado en Medicina, Crespo es autor del blog ‘S de Stendhal’ y colabora habitualmente en la sección de ciencia de programas de radio como ‘A ciencia cierta’ y ‘Coffee Break’. Imparte conferencias, charlas y monólogos con el fin de hacer la ciencia más comprensible a la sociedad. Su primer libro, ‘Una selva de sinapsis: lo que escondes en tu cerebro’, publicado por la editorial Paidós -que este año cumple 75 años- es una invitación a indagar y comprender el misterioso funcionamiento de nuestro cerebro.


Transcripción

00:03
Sandra Navarro. Hola Ignacio, ¿cómo estás?

00:04
Ignacio Crespo. Muy bien, encantado de estar aquí.

00:06
Sandra Navarro. Mi nombre es Sandra, entre otras cosas soy madre de dos jóvenes de dieciocho y veinticuatro años, y estoy encantada de estar aquí para charlar contigo sobre ciencia. Me gustaría conocerte un poquito más y que me resuelvas algunas dudas.

00:10
Ignacio Crespo. Claro, yo encantado.

00:21
Sandra Navarro. Tú eres médico, divulgador científico y acabas de escribir un libro sobre el funcionamiento del cerebro. Me gustaría comenzar esta conversación hablando de tu faceta como divulgador científico. ¿Por qué crees que es importante que la ciencia llegue a la sociedad?

00:36
Ignacio Crespo. Creo que hay varios motivos, no solamente uno. Se suele decir mucho que, para generar vocaciones, pero yo quiero ir más a la base. Tenemos, por un lado, a gente que, de forma muy práctica, sabe que está invirtiendo en ciencia, que parte de sus impuestos va a investigaciones, ya sea en cáncer, en cosas extrañas de física que no entienden… Entonces, ¿cómo puedes justificarles que estén dando parte de su dinero a estas cosas que no entienden? Necesitas explicarlo. Necesitas decirles cuáles son todas las maravillas que se consiguen. Hasta qué punto el progreso y el mundo que conocen se fundamenta en todo lo que ya se ha invertido. Otra cosa que a mí me gusta mucho decir, posiblemente sea la que más me interesa, es compartir la belleza de la ciencia por la simple belleza que tiene. Nadie pregunta por qué un músico tiene que tocar ante miles de personas. Lo que hace tiene un valor en sí mismo. La gente lo disfruta y habla de él y se va tan contenta a casa. La ciencia tiene un punto parecido, porque podemos pensar que son fórmulas complejas, que son modelos incomprensibles a no ser que te pases horas enteras estudiando; pero también es una explicación del mundo. Y ¿qué hay más relacionado con nosotros que lo que nos rodea constantemente? Entenderlo en profundidad con sus detalles, con esas maravillas que escapan a lo que vemos a simple vista, es una forma de ver una nueva belleza.

01:52
Sandra Navarro. Ignacio, en tu libro haces un viaje por el funcionamiento del cerebro y nos invitas a descubrir sus secretos. Pero ¿cómo funciona el cerebro? ¿Cómo funcionan las neuronas? ¿Cómo es que podemos pensar y sentir?

02:02
Ignacio Crespo. Podemos intentar entender una casa a través de sus ladrillos. En el caso del cerebro, es a través de las células que lo componen, las células que una vez tuvieron otra organización, en nuestros ancestros más remotos, y que poco a poco, evolutivamente fueron añadiendo, como si fuera una casa, nuevas habitaciones, reformando alguna de ellas y desarrollando, a partir de esa casa, una vida: unas cosas que ocurren en esas habitaciones, que sería ya nuestra mente, todo lo que conocemos como los fenómenos que ocurren en nuestro cerebro. Habría que partir de eso, de esas células individuales, de esos pequeños ladrillos del cerebro, que se llaman neuronas. Estas tienen una característica muy importante y es que son células como las que forman cualquier parte de nuestro cuerpo, pero que son muy capaces de transmitir electricidad. Y esto es importante porque la electricidad es la forma en la que se comunican. La información que recorre nuestro cerebro y que comunicamos ahora de tú a tú está ocurriendo en parte gracias a esas señales eléctricas. Esa propiedad es sustancial. A partir de ahí es como se empieza a entender: unas neuronas con sus formas, como de pequeños bonsáis, se conectan con las ramas, con las raíces de otra y de una a otra va saltando esta electricidad, haciendo conexiones complejas que recorren el cerebro, que dan vueltas inimaginables y que relacionan conceptos muy distintos. Esa complejidad, que no podemos detallar punto a punto y decir cómo se conecta cada uno de los ochenta y seis mil millones de neuronas que tenemos con el resto, podemos decir que de ella emergen nuestras funciones: emerge la memoria, emerge la atención, el lenguaje, la inteligencia, la consciencia, todo. Podemos compararlo con, por ejemplo, la temperatura. La temperatura todo el mundo la percibe, pero un átomo, una partícula elemental de las que componen la materia, no tiene temperatura.

03:55

Necesita vibrar y chocar con otras para que aparezca esa propiedad. Es una cosa que no existe en el fundamento y que por la unión de muchos elementos aparece de golpe, casi como por arte de magia, aunque es ciencia, y en el cerebro ocurre algo parecido. Estas neuronas, al juntarse, de repente, por las conexiones que tienen, por las relaciones que establecen y la complejidad geométrica, aquí entran incluso las matemáticas, empiezan a aparecer cosas fabulosas. Podemos hablar de nuestra capacidad para escribir un libro, que es una barbaridad en el caso de grandísimos literatos de la historia, pero no empezó por eso. Esa emergencia, en el caso del lenguaje, empezó con cosas mucho más básicas, como el poder decir a los miembros de tu manada que hay un peligro: con un chillido concreto decirles qué tipo de peligro es, si viene por tierra, por aire, si es una serpiente que se arrastra… Les permite anticiparse a ello y sobrevivir, es una ventaja evolutiva. Y ahí es cuando empieza la carrera armamentística: quien mejor se comunica, más posibilidades tiene de sobrevivir. Ya no te llega solo con el grito, empiezan a aparecer complejidades mayores: semántica, sintaxis, cosas que damos en lengua y literatura en la ESO y en Bachiller y que surgen de esa manera. Y de repente aquí estamos, por esa carrera, un poco sin saber hacia dónde surgen cosas que son espectaculares, cosas que nosotros, a través de la cultura, que es ese último paso de nuestro cerebro, hemos decidido potenciar y hemos hecho tan nuestras, porque al final es lo que nos define: todas estas funciones que muchas veces, a veces con cierto error, relacionamos solo con la especie humana.

“No lo sé”: una frase clave para la ciencia y la vida. Ignacio Crespo, médico y divulgador científico
05:31
Sandra Navarro. A veces utilizamos las palabras cerebro y mente como si fueran una misma cosa. ¿Es lo mismo realmente o es diferente?

05:41
Ignacio Crespo. Aquí me pueden atacar de todos los lados, porque tenemos muchas corrientes. En neurociencia habrá quien niegue la existencia de la mente, quien se reduzca a esas neuronas y sus conexiones que estábamos diciendo y diga: “Esto es todo”. El problema es que sí que existe una experiencia, al menos subjetiva, de algo lo que llamamos “mente”, sea más o menos real. Así que ese nombre tiene que corresponder a algo, aunque sea inmaterial, aunque sea mi percepción. Y por eso otra rama de la neurociencia intenta integrarlo. Y lo que dice es lo siguiente: el cerebro es fundamental, ya lo estamos diciendo. Lo que somos está de alguna manera impreso en nuestro cerebro, pero nuestro cerebro no es todo lo que somos. Esto es el punto fundamental para entender lo que viene a continuación. Nosotros somos una relación, no solo de neuronas, sino de esas neuronas con el mundo que nos rodea, con nuestro propio cuerpo. Por ejemplo, sobre nuestros riñones hay unas glándulas que producen determinadas hormonas que liberan en nosotros una respuesta de miedo, de huida, que afecta directamente al cerebro. Un cerebro en un frasco totalmente aislado, de cristal, no tendría este impulso. Por lo tanto, podemos decir que somos mucho más que solo el cerebro: somos nuestro cuerpo, es un cerebro encarnado, que se dice, y aparte de esto, un cerebro en un mundo, un cerebro que recibe estímulos, que tiene experiencias de cuando era joven y jugaba con sus juguetes en el pasillo y lo que le dijo su madre aquel día cuando quería coger un trozo de pastel y estaba todavía muy caliente e iba a ser indigesto. Son aprendizajes que vamos a integrar en nuestro cerebro, que forman parte de nosotros y que por su interacción son en cierto modo nuestra mente, en cierto modo, y que, esto es lo importante: van a dejar su huella en el cerebro, pero no son solamente el cerebro.

07:23
Sandra Navarro. Nos has hablado antes del funcionamiento del cerebro, pero querría saber cuál es el origen, cómo se ha formado el cerebro y qué es lo que nos hace tan especiales y distintos de otras especies.

07:35
Ignacio Crespo. Esto es una de esas cosas que cuando se ha planteado en historia de la neurociencia, mucha gente ha decidido que no era una pregunta legítima. ¿Cómo podemos remontarnos al pasado sin tener un libro escrito por aquellas primeras células para saber qué ocurría con ellas? No tenemos registros, muchas veces, y es literal el hecho de que se prohibió hablar de, por ejemplo, el origen del lenguaje o el origen de la consciencia. Pero sí que hay formas en las que podemos entenderlo: podemos hacer una cosa que se llama anatomía comparada y es no solamente estudiar nuestras estructuras, las que nos forman, sino compararlas con nuestros parientes, con otros animales, con otros organismos que sabemos que son más primitivos, entre comillas, para saber cómo éramos hace mucho tiempo, cuando teníamos un ancestro común con ellos. De esa forma sabemos que hay sistemas nerviosos, como nuestro cerebro, pero mucho más sencillos, en organismos más parecidos, por ejemplo, a las esponjas. Pero claro, son unos sistemas, neuroides es la palabra exacta, que no tienen consciencia como tal. No piensan, pero responden. Esta es la clave. Todo empezó con una célula que tuvo la suerte de poder responder al medio, no estar pasiva y hacer su función independientemente de lo que ocurriera, sino tener una reacción y comunicarse con otras. Un organismo que estaba fijo en el fondo del mar, por ejemplo, y que de repente, bueno, descubrió, lo entendemos todos, que, si empieza a desaparecer la luz sobre él, es muy probable que haya un objeto que se esté acercando y vaya a golpearle y tenga que responder, por ejemplo, cerrando las estructuras más débiles que pueda tener, bloqueándolas y protegiéndose. Es un primer paso, un primer paso muy modesto, pero es crucial el hecho de que pueda relacionarse con el mundo. A partir de ahí, de nuevo, una carrera armamentística. El que mejor pudiera relacionarse con el mundo y después responder a él, era el que más posibilidades tenía de triunfar, de expandir sus genes, de tener una población más amplia.

09:33

Y esto, claro, se complica muchísimo después: no vale que tengas muchas neuronas separadas, muchas células pequeñitas por todo tu cuerpo. Necesitas que se comuniquen bien. Es como tener una centralita de teléfonos. Queremos tener todo cerca para poder operar y manejar. Así que empezaron a juntarse en la zona que estaba más hacia delante de los organismos, por la que avanzaban, donde tenían los órganos de los sentidos, para poder trabajar con el medio, para que fuera más rápido, más eficiente. Eso es la cefalización. Y ahí surgió el ganglio cerebral, una cosa primitiva parecida a un cerebro. Esto es lo que tienen muchos insectos, por ejemplo, o algunos anélidos que son como gusanos. En nuestro caso lo revolucionamos: las aves, los mamíferos, los reptiles, los anfibios tienen cerebros mucho más complejos, que ya son por aumentar el número de neuronas, cambiar algunas de sus propiedades para que encajen tantas, hemos dicho que son ochenta y seis mil millones. Ochenta y seis mil millones de pequeños cables con sus cables secundarios, todos metidos en nuestro cráneo, que es pequeño. Eso se consigue por varios motivos. El primero es que se han vuelto tremendamente eficaces transmitiendo información. Esas células no son ya unas células que por casualidad resulta que transmiten un poquito de electricidad, se han vuelto casi cables perfectos: no un trozo de cobre tirado en el suelo, sino un trozo de cobre envuelto en plástico para que no pierda la electricidad, para que todo eso sea lo más perfecto posible. Si no fuera por esa serie de pequeñas adaptaciones que hacen de la neurona una célula muy eficiente, nuestro cerebro, con el número de células que tiene, tendría kilómetros de diámetro. Es algo que no podríamos trabajar. Así que todas esas evoluciones que hubo desde el primer organismo con células que respondían al medio hasta nosotros, fue para permitir que ocurriera algo casi imposible: que hubiera tanta complejidad en un espacio tan pequeño.

11:24
Sandra Navarro. Los médicos habláis a menudo diciendo que el cerebro es muy plástico. ¿Qué queréis decir realmente con esto?

11:31
Ignacio Crespo. Nuestra plasticidad cerebral, que ahora explicaremos lo que es, es una de las características más distintivas de nuestra especie, es nuestra capacidad para que nuestro cerebro, con sus estructuras y todas las conexiones que hemos dicho que tiene, cambie, se adapte. Que una neurona en vez de conectar con una, conecte con otra de repente, y ese nuevo camino implique información distinta. Y esta plasticidad es simplemente la facilidad que tiene el cerebro de hacer esta función, de adaptarse, de modificarse y, por lo tanto, de aprender. Hemos dicho que el último paso que dimos para hacer nuestro cerebro fue la cultura, el poder aprender, no solo por lo que se ha heredado de nuestros padres genéticamente, sino lo que nuestros padres tienen que contarnos. Esa experiencia se une muchísimo a la idea de plasticidad. Puede existir el aprendizaje porque podemos modificar nuestro cerebro, porque tenemos mayor facilidad. Y esto me lleva a otra cosa: cada vez que se habla de plasticidad se habla de niños, sobre todo de chavales jóvenes, que se supone que son muy plásticos, sus cerebros son esponjas de aprender. Por ejemplo, la fonética. Un bebé que se críe en un idioma determinado va a aprender con mucha más facilidad cómo se pronuncian esas palabras que si lo aprende de adulto. Estas cosas tienen que ver con la plasticidad: el cerebro de los infantes es tremendamente plástico por un motivo, y es que esas células que hemos dicho, esas neuronas, en lugar de conectarse una a una, tienen muchísimas ramificaciones. Es como si yo de repente estirara no dos brazos, sino cinco brazos y os agarrara a todos. Tengo muchas conexiones posibles. Tengo muchas posibilidades de quedarme con unas combinaciones concretas y guardar la información que me interese.

13:10

Lo que ocurre es que durante la evolución del cerebro de los niños se empiezan a perder. Existe una cosa que es la poda sináptica, que es como si cogieras un árbol y cortaras ramas, cortaras las conexiones. Esto hace que el cerebro sea más rápido, más eficiente, se pierde menos. Es como si en lugar de tener que mirar el mapa de una ciudad todos los días para llegar a tu piso supieras exactamente solo las calles que te hacen falta. Vas a ir mucho más rápido, pero pierdes plasticidad.

13:37
Sandra Navarro. Se pierde capacidad de aprendizaje.

13:38
Ignacio Crespo. Exacto. Y hasta hace poco se creía que se perdía por completo, que cuando pasabas de determinada edad la plasticidad era algo casi residual: “A partir de los sesenta olvídate de aprender un nuevo idioma. A partir de los ochenta, olvídate de aprender cualquier cosa”. Pero esto es falso. Esto se basa en parte en una idea que es tremendamente incorrecta y es que no se producen nuevas neuronas durante la vida, nuevas células del cerebro. Habrás escuchado seguro aquello que dicen mucho los niños de que si te das un golpe en la cabeza estás perdiendo neuronas: “Estoy perdiendo neuronas, me estoy dando golpes constantemente o capones o coscorrones”. Esto es falso. Se creía que no se regeneraban. Ahora se sabe que sí, se detectó primero en animales y ahora en humanos: hay nuevas células, nuevas neuronas que se producen sobre todo en estructuras que sabemos que tienen que ser muy plásticas, por ejemplo, el olfato. Las estructuras relacionadas con el olfato codifican una cantidad de olores increíble. Todo el mundo sabe que el olfato estimula muchísimo la memoria. Podemos estar tan tranquilos sin pensar en nada, que venga un olor a la tarta de manzana que hacía nuestra tía y que de repente nos vuelva la imagen del día lluvioso en el que lo sacó del horno. Todo esto se evoca con mucha facilidad y es en parte porque está muy preparada para el aprendizaje y para guardar información, y ¿qué otra estructura está preparada para esto? La memoria. Las estructuras relacionadas con la memoria en sí misma también son muy plásticas. También se ha visto que ahí aparecen nuevas neuronas que hacen que constantemente se pueda aprender. Y hay un experimento, y con esto ya cambiamos de tema si quieres, pero tengo que decirlo, y es un experimento con lechuzas, una cosa muy curiosa, que es para demostrar hasta qué punto los cerebros adultos pueden todavía adaptarse.

“No lo sé”: una frase clave para la ciencia y la vida. Ignacio Crespo, médico y divulgador científico
15:16

Imagina que tienes un grupo de lechuzas de muy distintas edades, buhítos, algunos pequeños aún con plumón, blancos, así, muy feúchos, y otros señoriales y adultos. Tú tienes que intentar que se adapten a unas gafas que les vas a poner, que van a deformar la realidad. Van a hacer que en vez de ver lo que tienen delante, vean lo que tienen a un lado, como si fueran triángulos que van deformando ese ángulo en el que llega la información. Si le pones unas gafas a una lechuza, que miren completamente a la izquierda y le pides que vuele, va a ser un desastre. Esa lechuza se va a dar de golpes, como si tú intentaras conducir un coche en la misma situación. Lo que pasa es que puedes intentar que se adapte. Puedes ponerle gafas que desvían primero diez grados, un poquito. Luego, cuando se adaptan a esas, veinte grados, treinta grados… Resulta que si haces esto no sólo se adaptan las lechuzas con menos de ocho meses, que son las chiquititas, sino que se adaptan incluso a las adultas. Su cerebro, cuando lo analizas después, se ha modificado estructuralmente por completo en algunas zonas, algunas estructuras, para poder enfrentarse a esta tarea. Y lo hacen maravillosamente, nunca con total perfección, pero sí muy bien. Esto es la plasticidad.

16:25
Sandra Navarro. O sea, que somos capaces de adaptarnos a los cambios y a cualquier cosa.

16:29
Ignacio Crespo. Menos mal, menos mal, porque si no sería un poco rollo todo.

16:32
Sandra Navarro. Muy bien, me gustaría preguntarte, hacerte ahora una pregunta un poquito filosófica.

16:37
Ignacio Crespo. Vale.

16:38
Sandra Navarro. ¿Es el cerebro lo que nos hace humanos? ¿Qué es lo que tiene el cerebro que nos hace tan especiales y tan distintos a otras especies?

16:45
Ignacio Crespo. La plasticidad es un buen motivo, pero voy a hablar de otra cosa, voy a hablar de simbolismos. A la gente le gustan mucho, es una cosa que neurocientíficos y psicólogos tienen en común: les gusta reconocer que el cerebro y nosotros somos animales muy simbólicos, ya sea por la escritura, los conceptos que utilizamos en algunas ciencias abstractas, como puede ser la matemática o incluso la lógica en filosofía, pero hay más. Y hay una cosa que me parece tremendamente humana y que la gente dudo que se espere, y es el asco. Voy a poner el ejemplo del asco. Resulta que todos podemos más o menos intuir que si algo nos resulta repugnante es porque posiblemente nos vaya a hacer daño. Evolutivamente nos hemos adaptado para que, si algo está tal vez pudriéndose o en mal estado, no queramos comerlo, nos resulte desagradable, nos cierre el estómago y nos protejamos. Es una forma de que aquellos simios que no tenían ni idea de lo que era una bacteria o un virus no se pusieran en peligro a lo tonto. Lo que ocurre es que nosotros hemos dado una vuelta a esto. Si estudiamos lo que ocurre en un cerebro cuando siente náuseas por una comida, se encienden determinadas partes de él. Pero es que, si este asco en lugar de producido por comida está producido por la ideología de alguien, sentir asco por lo que piensa otra persona, por su falta de ética, por sus modales, resulta que se iluminan las mismas luces. Hemos utilizado algo que estaba preparado para detectar peligros muy materiales como: “Eso está envenenado, eso es tóxico”, para de repente despertar una especie de ética del comportamiento, de forma de trabajar en sociedad y sentir repulsión por aquello que creas que no es conveniente, alejarte. Es muy simbólico. Todo esto, esta dimensión, si la entendemos como algo cuantitativo, no algo totalmente único de humanos, sino que, en su grado, en su nivel de especialización, es muy humano, es fantástico, es fabuloso y yo creo que me centraría en ello, aunque sea muy atípico hablar del asco en esta situación.

18:41
Sandra Navarro. Otra cosa, siendo el cerebro tan fundamental en nuestras vidas, hay ocasiones en las que tiene muy mala prensa. Solemos decir que una persona cuando es fría o calculadora, o que tiene intereses ocultos, es muy cerebral y que cuando es honesta tiene buenas intenciones, está actuando con el corazón. ¿Esto tiene alguna base científica?

19:02
Ignacio Crespo. El corazón no piensa, eso para empezar, el corazón sí que tiene neuronas, hay mucha gente que argumenta que como tiene neuronas, piensa. Como hemos dicho, son células que transmiten impulsos eléctricos. El corazón en cierto modo se contrae porque hay impulsos eléctricos. Es el único motivo por el que están ahí. No podemos ubicar nuestra cognición, nuestros pensamientos, nuestros fenómenos mentales ahí, eso está claro. Lo que sí que ocurre es que históricamente creíamos que el corazón era el centro. El cerebro era un órgano para refrigerar la sangre. No tenía nada que ver con el pensamiento. Esto es una idea de Aristóteles, no la decía cualquiera, la decía una persona que empezó a sentar las bases de lo que ahora mismo es ciencia. Una persona así de racional, por la falta de medios y de técnicas que había en el momento, decidió que el corazón, como estaba en el centro del cuerpo, que está bien conectado con todo, como aumenta sus latidos cuando nos sentimos, tal vez, asustados por algo, que es un estado mental, pues tiene que ser el que controla nuestras emociones y nuestro pensamiento. Y a partir de ahí, Aristóteles, que tuvo muchísima fuerza durante toda la Edad Media a través de la escolástica de Santo Tomás de Aquino, fue como palabra de Dios. No había nada que decir al respecto. Era lo que había, a pesar de que ya había muchos experimentos que apuntaban a que la cognición, el pensamiento, estaba en otro sitio. Lo que pasa es que eso ha quedado ahí. Recordar es una palabra que viene de “cordis”, de corazón. Hay muchas cosas que están todavía relacionadas en nuestro día a día y una es esto de las emociones, que se basa en ese problema y en otro que viene mucho después. Cuando en una serie, por ejemplo, o una película, quieren crear a un personaje que es muy inteligente suelen hacerlo emocionalmente inepto, ¿verdad? Suele pasar eso, el típico Sheldon Cooper o Sherlock en la versión que hicieron para serie… Esto no es real. Hay mucha gente muy inteligente y muy sensible. Es más, el razonamiento nunca es puro.

20:52

Nunca hay una forma de pensar, de razonar, de aplicar la lógica en nuestro cerebro de forma diaria, día a día, que esté totalmente desposeída de la emoción. Es más, si tuvieras que tomar todas tus decisiones en base a la lógica, sería un verdadero infierno llegar a la mesa del desayuno. ¿A qué hora te levantas? ¿A las siete? ¿A las siete y uno, a las siete menos un minuto? Bueno, pues es bonito que sea un número redondo, ahí no hay lógica. Ahí hay un poco de intuición, tus gustos. Hay algunos escritores que han trabajado mucho sobre este tema de la relación entre razón y emoción, y lo dicen con mucha claridad: nosotros tomamos decisiones muchas veces, muchas más de lo que creemos, puramente emocionales. La razón, el papel que juega ahí, es después argumentar por qué las hemos tomado. Nos montamos nuestras películas: “He hecho esto porque tal”, no, lo has hecho porque en ese momento ha nacido de tu interior, porque por tu experiencia, el contexto y lo que sea fue la solución que encontraste. Lo que más te apetecía, lo que más estaba acorde con tus sentidos. Entonces esto está muy unido, está imbricado. Es imposible separarlo en dos unidades y que sean funcionales. Un ejemplo es el capitán Spock de ‘Star Trek’. Posiblemente de toda la ciencia ficción, el personaje más racional del mundo, es un vulcaniano y solo es razón pura. Razón pura, no hay nada más. Y en cambio, resulta que participa en ciertas aventuras. Tiene un interés de alguna manera, a pesar de no tener emoción, tiene un interés por hacer cosas, por resolver problemas, por, en cierto modo, ser un héroe, ¿por qué? Si solo es razón. No hay un motivo racional puro. La implicación emocional es fundamental. No existe una voluntad si no hay emoción, solamente razón que no sabes cómo aplicar o para qué.

22:34
Sandra Navarro. En uno de tus monólogos, muy divertido, por cierto, haces una curiosa relación entre el cerebro y los “spoilers” de las series, de la televisión. ¿Qué relación es esa?

“No lo sé”: una frase clave para la ciencia y la vida. Ignacio Crespo, médico y divulgador científico
22:46
Ignacio Crespo. Es una relación muy íntima, porque cuando pensamos en cosas tan complejas como el “spoiler” parece que nos olvidamos de que detrás de esa sensación de: “Qué rabia, me han destripado una película”, está el cerebro también. Cuando pensamos en memoria y en el lenguaje queda más claro, pero con cosas tan contextuales, tan culturales, nos olvidamos. En cambio, en el caso del “spoiler” aunque no se sabe exactamente el proceso, se tienen buenas pistas de lo que está ocurriendo. Se sabe que nuestro cerebro libera una sustancia llamada dopamina, que tiene muchas funciones. La prensa le ha llamado la hormona de la felicidad. Vale para muchas más cosas. Incluso puede ser bastante desagradable si sus concentraciones son incorrectas en sangre. Pero lo importante es que no libera esta hormona como le da la gana o sin preocuparse del contexto, la libera, sobre todo, cuando hay una gran incertidumbre. En las películas, cuando está desarrollándose un hilo, tú no sabes cómo va a acabar. No conoces el desenlace. Empiezas a producir dopamina. Cuanto más difícil de predecir, más dopamina produces. Y cuanta más dopamina produces, más disfrutas ese momento. En principio. Esto es muy reduccionista, pero en principio funciona así. Así que si de repente alguien viene y te dice: “Es su padre, que lo sepas”, baja completamente. Ya no tienes incertidumbre, ya no se produce esa dopamina. Esto es algo muy curioso que se estudió primero en palomas, en palomas que estaban trabajando con ciertos premios que les concedían los investigadores en una situación totalmente aleatoria. En un cincuenta por ciento de las ocasiones. No había nada que la paloma pudiera hacer para que le dieran el premio. Ella actuaba y a veces le daban y a veces no. Cuando era un cincuenta por ciento la posibilidad de ser premiada, la incertidumbre era máxima. Es como cara o cruz de una moneda, y la dopamina subía por las nubes, cuando era menos parejo el asunto, un veinticinco setenta y cinco, por ejemplo, la paloma acababa interpretando que era raro que le dieran la recompensa, o que era muy probable, y en ese caso no había tanta incertidumbre. La dopamina era menor.

24:43

Entonces podemos al final remontar algo que parece un fenómeno puramente cultural, que está súper de moda, el tema de los “spoilers”, con la estructura de nuestro cerebro, con su bioquímica e incluso con el conductismo, que es estudiar el cerebro como una caja negra donde no me importa tanto lo que ocurre dentro, pero puedo establecer correlaciones entre lo que le ocurre fuera al individuo y las respuestas que da el individuo. Lo que pase por medio tiene que estar ahí, en el cerebro.

25:09
Sandra Navarro. En otro de tus monólogos llegas a comparar a las neuronas con las madres. Como madre me ha hecho mucha gracia y me llama mucho la atención. ¿Qué relación hay? ¿En qué nos parecemos las madres y las neuronas?

25:22
Ignacio Crespo. Decías que tenían dieciocho y veinticuatro, ¿no?

25:23
Sandra Navarro. Sí.

25:24
Ignacio Crespo. ¿Qué estudia el mayor?

25:25
Sandra Navarro. Sociología.

25:27
Ignacio Crespo. Vale, estudia Sociología, ya habrá hecho su vida en gran medida. Tú sabes que los primeros años de universidad las madres no suelen estar tan encima. ¿Y qué pasa en el primer curso? Que las notas bajan en picado, por lo general, al menos.

25:40
Sandra Navarro. Bueno, no es el caso, porque vive fuera y es totalmente independiente.

25:44
Ignacio Crespo. Pero vivir fuera es un tema del que iba a hablar. Cuando los adolescentes se van fuera, las madres ya no tienen el mismo poder, en cierto modo. Es una distancia en la cual ya no tienes la capacidad de decir: “Recoge tu habitación”. A saber si la han recogido, no le vas a pedir fotos todos los días. La distancia está relacionada en cierto modo con el poder que tiene. En las neuronas pasa algo parecido: una neurona activa a otra, hacen grandes caminos que se unen como si fueran cables, es lo que estábamos comentando, pero no siempre la activa: tiene que tener fuerza, por decirlo así, para decirle: “Eh, muévete, empieza a activarte”. Lo que ocurre es que no solo depende de las características de la neurona que haya antes que se active la siguiente, depende de dónde esté, de dónde la toque. Hay zonas que, por estar más cerca de puntos concretos, tienen más poder, de forma que cuanto más te alejas de esas estructuras, cuanto más te distancias entre esos puntos de las neuronas, menos poder tienen, menos capacidad de control sobre la siguiente.

26:41
Sandra Navarro. Tienen más control, claro.

26:43
Ignacio Crespo. El punto importante de esto es que las neuronas dejan de ser trocitos de cable que coloco como si fuera un lego. De repente esto tiene muchas más características menores que son difíciles de entender. El lugar, es muy difícil decirte exactamente el lugar donde toca una neurona con otra, es un factor más que hace mucho más complejo el cerebro; porque ya tenías el gran número de neuronas, todas las posibles conexiones que pueden tener entre sí, y ahora también el dónde se tocan. De repente el cerebro complica muchísimo más su estudio y es parte de lo que es tan impresionante y espectacular sobre él. Y es relativamente reciente, este conocimiento.

27:22
Sandra Navarro. Otro tema muy curioso sobre el cerebro es que a veces le gusta mucho el miedo. Vemos películas de terror, hacemos deportes extremos, jugándonos la vida, buscando precisamente esa sensación. ¿Por qué hacemos esto?

27:37
Ignacio Crespo. Es difícil de responder. Hay mucha gente que justo intenta argumentar en contra de los planteamientos de la evolución, diciendo que hacemos cosas muy irracionales, muy temerarias, que ponen en riesgo nuestra vida, nuestra posibilidad de transmitir nuestra información genética a nuestros hijos… ¿Por qué lo ponemos en riesgo? Porque no somos máquinas perfectas. Antes decíamos que la dopamina es la hormona del placer, pero también es la hormona de muchas otras cosas. Resulta que, en este caso, la adrenalina, que está relacionada con la dopamina en cierto modo, produce una sensación de miedo, de tensión, de lo que se llama lucha o huida. Un fenómeno por el cual, ante un peligro, tú decides si quieres enfrentarte o escapar. Y ya está. Y lo haces instintivamente, en el momento, por supervivencia. Lo que ocurre es que nosotros hemos conseguido vivir en un mundo bastante protegido, por lo general, donde muchos de estos peligros ya no existen. Los peligros suelen ser ver una carta de hacienda en el buzón, y es muy distinto a encontrarte un cocodrilo. Al descontextualizarlo tanto hemos intentado incluso hacerlo agradable. Se tensan mis músculos, estoy más preparado para la carrera, soy mucho más consciente de mi entorno, o al menos esa es la sensación que da. Esto, en cierto modo es agradable. Es una experiencia muy intensa, como los quesos fuertes, que nos gustan por acostumbrarnos. De esta forma, si tú te acostumbras a que no hay ningún peligro detrás, porque lo estás viendo en una peli o es una montaña rusa, es una situación totalmente controlada… Consigues, por condicionamiento, olvidarte del verdadero peligro y quedarte con la sensación extrema, con el sabor fuerte del queso, que no es que esté podrido, es que está controlado en todo momento. Ocurre algo parecido. Y de todos modos hay incluso algo más profundo, más estructural, que nos da una pista.

29:24

Y el ejemplo es muy banal, pero es muy interesante. Hay en internet muchísimos videos de gatos que están tan tranquilos por la estancia, se giran y ven un pepino detrás de ellos y al ver el pepino instantáneamente dan un brinco. Se asustan muchísimo, maúllan, bufan, se ponen los pelos de punta, la cola también hacia arriba… ¿Qué es lo que está ocurriendo? No sabemos exactamente, aunque hay hipótesis. Dicen que pueden estar interpretándolo como una serpiente o como cualquier peligro. No sabemos qué ve el gato, sabemos que lo interpreta, antes de entender que eso es un pepino, como un peligro, y eso es porque nuestro cerebro no es una máquina perfecta que vea cosas y las interprete de golpe. Divide la información. Como tardamos mucho en crear imágenes completas de lo que tenemos alrededor, parte de la información va a estructuras que hacen, digamos, un boceto rápido, haciendo así, un par de bosquejos, dicen: “Esto puede ser peligroso, es verde y alargado, igual es un gusano venenoso, una serpiente, algo que es preocupante”. Y en ese momento, por intentar ganar unos milisegundos de supervivencia, activan la lucha o huida. Lo que pasa es que parte de la información se ha ido a otras estructuras, aquí, en la nuca, que van a interpretarla mucho mejor, ya definida como un cuadro detallado o bien trabajado, y le van a mandar la información a esta estructura relacionada con el miedo, a las amígdalas y les dirán: “Oye, que esto es un pepino. Esto no tiene un peligro realmente”, y en ese momento se apaga la señal de lucha o huida. Están tranquilos. En este caso, el poder racionalizar constantemente que estamos en un contexto que es protegido nos permite bloquear mucho más rápido estas señales, en principio. De nuevo, todo esto está un poco cogido con pinzas y siempre falta mucho por investigar en neurociencia.

31:11
Sandra Navarro. Me gustaría hablar ahora de vocación científica y educación. He leído que tu vocación se inició cuando eras pequeño, con los dinosaurios, y me gustaría que me dijeras qué podemos hacer los padres y los educadores para fomentar el interés por la ciencia en los niños.

31:28
Ignacio Crespo. Es difícil que se fomente el interés en algo que el niño en principio no va a tomar como natural. Tal vez sea un poco forzado, conocemos muchos ejemplos de esos padres que apuntan a sus hijos a clases de música sin que les guste la música y acaban cogiéndole manía al violonchelo o el clarinete y no lo vuelven a tocar en su vida. Eso claramente es un poco perjudicial, tal vez forzarlos demasiado. Es difícil saber dónde está el punto entre una cosa y otra. Pero aun así hay que tenerlo en cuenta. Lo que ocurre es que la ciencia tiene formas muy orgánicas de presentarse. Ya hemos dicho que uno puede ver la realidad desde una perspectiva científica y hay un motivo absolutamente claro para recomendar que los niños tengan un pensamiento científico o que al menos lo entiendan, y es alejarse de los dogmatismos. Yo empecé con algo que no tenía nada que ver con esto, como comentabas, con los dinosaurios. Me interesaban, y los elefantes y muchos animales y era un niño realmente raro, que quería aprender, entonces una vez ya me sabía lo que había en el libro de dinosaurios que tenía, una enciclopedia que recuerdo perfectamente decía: “¿Qué puedo saber ahora de esto?”. Cuando te atrapa de verdad, que esa es la clave, vas a pedir tú la información. Y esto que empieza con dinosaurios acaba madurando. Sigue con dinosaurios, que son algo perfectamente maduro, pero con otra profundidad. Y llegamos a ese punto que decía de los dogmas. La ciencia, como hemos dicho, que intenta evitar cosas que no se basan necesariamente en la razón, va a ayudarte a protegerte de ellas, de la falta de pensamiento crítico, de la falta de racionalidad y evitar el pensamiento dogmático es clave por una cosa: un dogma, por definición, es algo que es incontestable. Tú no vas a poder crear en torno a ello, tú lo asumes y es algo con lo que vives.

33:06

Heidegger, que no quiero defenderle yo aquí para nada, tenía un concepto que es muy interesante, bueno, tenía más, pero este es el que quiero decir y es el concepto de estado de interpretado: gente que asume todo lo que le viene y vive en la modernidad tomando todo sin pensamiento crítico y sin reflexión. Se vuelve una esponja, un reflejo de lo que hay a su alrededor y, por lo tanto, vive la vida de otro. Esto es una de las mayores condenas que podemos tener. Perdemos nuestra individualidad, perdemos nuestra personalidad y la ciencia es una de las llaves para intentar esquivar los dogmatismos, para detectarlos. Para dudar de ellos, para saber que nada es incontestable y que, por lo tanto, puedes vivir tu vida de verdad, no la de otras personas que muchas veces ni siquiera conoces.

“No lo sé”: una frase clave para la ciencia y la vida. Ignacio Crespo, médico y divulgador científico
33:48
Sandra Navarro. ¿Qué opinas tú de las tendencias que hay hoy en día al negacionismo, a creer en bulos y este tipo de cosas?

33:56
Ignacio Crespo. Hay mucha gente que lo que plantea es: “¿Cómo es posible que vivamos en un mundo tan informatizado, con tantos datos rodeándonos, tanta posibilidad de contrastar hechos y que aun así aceptemos barbaridades?”. Vamos a decir barbaridades, no digo que sean barbaros quienes las aceptan, pero claramente son afirmaciones muy locas en algunos aspectos. El motivo es que, como hemos dicho, no siempre pensamos de forma racional. Es muy difícil desmontar algo que creemos por pura emoción, con datos, porque no está fundamentado en datos. No vas a hacer ver que tu lógica está fallando. No estás aplicando la lógica. Estás aplicando que quieres dudar porque tienes miedo. Sobre los transgénicos, sobre que de repente la industria farmacéutica esté intentando conspirar para no sacar un tratamiento del cáncer, que las petroleras no saquen una gasolina basada en agua. Todas estas ideas están basadas en cosas muchísimo más básicas, más emocionales. Y uno de esos sentimientos, que es tremendamente poderoso, es el de pertenecer a un grupo distinto y superior. Aquí lo que están afirmando es: “Yo conozco una verdad que tú no. Yo conozco una verdad que está oculta a la gran parte de la población”. Es más, ahora mismo se está poniendo de moda un libro que recomiendan en todas las librerías y que, por supuesto, no diremos cuál es, que a pesar de que hay tal vez veinte o cincuenta ejemplares en algunas librerías, te pone “El libro que no quieren que leas”. Claramente quieren que leas ese libro, está en todos los sitios, se vende muy bien, es de los más vendidos. Pero esa frase, que puedes desmontar en el momento en el que ves treinta ejemplares en una fila, está haciendo muchísimo efecto, porque: “Ah, hay una verdad oculta que puedo aprender y que tú no vas a saber”.

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Es interesante. Es el mismo efecto por el que un partido de fútbol, si no perteneces a ninguno de los dos equipos, pierde gracia. Tienes que estar implicado emocionalmente, así que desmontarlos se vuelve muy, muy difícil. Dicen algunos que los divulgadores tenemos poco que hacer, por lo tanto, ¿qué vamos a hacer dando datos? No vamos a conseguir desmontar que una madre tenga miedo de vacunar a sus hijos porque puedan tener algún problema a raíz de ello. Podemos decir poca cosa. Y aun así seguiremos diciendo, porque nuestro objetivo no es necesariamente esa madre, es la comunidad, es normalizar la ciencia. Tal vez esa madre no nos vaya a escuchar porque no tenga interés en conocer la opinión de un médico y dude más de ellos que otra cosa. Pero puede que tenga una hermana que esté leyendo y que sea más afín a la ciencia y que aprenda los argumentos de verdad, porque los está leyendo en algún sitio. Que sepa que no hay contenidos de metales pesados en cantidades peligrosas en esas vacunas, que hay mil pruebas que demuestran que no está relacionado con el autismo, que, por ejemplo, en los lugares del mundo donde se han retirado muchas de las sustancias que había en las vacunas, que acusaban de ser las preocupantes, no ha descendido el número de casos de autismo. Que el origen de este mito viene de un médico que tenía implicaciones económicas con una empresa que pretendía distribuir una vacuna alternativa sin estos metales, que está más que demostrado que no hay una base. Sabiendo estas cosas, la madre tal vez no nos haga caso, pero escuchándolo de alguien en quien confía realmente, es posible que tome una decisión que ayude a sus hijas, que ayude a la comunidad, que ayude a crear esa inmunidad de grupo que tan de moda está y que por vacunar a sus hijas protejan a una amiga del instituto que resulte que años después tiene algún tipo de inmunodepresión. Todas esas cosas son clave.

37:19
Sandra Navarro. En uno de tus artículos dices que la frase “no lo sé” ha sido siempre el motor de los avances de la ciencia. Como científico, ¿crees que deberíamos todos aprender a reconocer cuándo no sabemos algo?

37:34
Ignacio Crespo. Me parece fundamental y voy a comentar primero mi experiencia como médico en formación, sobre todo, porque fue durante la universidad cuando vi estas dos corrientes tan claras: la del que reconoce cuando no sabe algo y la del que lo oculta deliberadamente. Algunos profesores nos decían que es principal mostrar confianza ante el paciente, y en cierto modo es verdad. Un paciente quiere que su médico sepa de lo que está hablando. El problema es confundir eso con afirmar cosas que no sabes y algunos médicos, algunos profesores míos, no nos ponían ese límite, no decían: “Reconoce cuando no sepas algo, muéstrate confiado, pero cuando no sepas sé humilde”. No. No digo que sea una actitud mayoritaria en la medicina, ni muchísimo menos, pero sí que hay gente que, ante la gran complejidad de enfrentarse día a día a pacientes, a problemas complejísimos del cuerpo humano, que a veces sabes y otras no, intentan dar el mejor trato posible, y a veces parece ser que es este. Otro lado es el de los profesionales sanitarios que reconocen en todo momento que no saben algo. Siempre recordaré a un profesor de alergología que tuve, que parece una asignatura casi como menor, alergología, una especialidad que no es ni cardio ni digestivo, en que casi controlas cuatro cosas y lo controlas todo, que reconocía en todo momento cuando no sabía algo y nos lo decía en clase y nos dijo que era posiblemente lo más importante que podíamos extraer: reconocer que no sabemos.

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Y ya dejando lo experiencial y yendo a hasta qué punto es influyente para la ciencia, vamos a pensar en algo muy claro y ya que me sacaste antes lo de la filosofía, vamos a enlazar, porque ciencia y filosofía van muchas veces de la mano. El nacimiento de la ciencia y la filosofía empieza en cierto modo cuando reconocemos que las explicaciones no son siempre las que nos apetece. No vale cualquier cosa para explicar por qué llueve o por qué brilla el sol, no se basa en mitos. Necesitamos algo, estemos más o menos equivocados, lleguemos a conclusiones más o menos acertadas, intentamos utilizar la razón y no solo la apetencia o las historias. Es el paso del mito al “logos”, a la razón. Es algo que ocurre ya en la Grecia clásica y a partir de ahí empieza la filosofía propiamente dicha. Con Sócrates hay un intento de entender la naturaleza con la razón, pasa a intentar entender al ser humano con la razón, y a partir de ahí, Platón lo intenta llevar un poco de nuevo al mundo real. Aristóteles lo trae del todo y funda unas bases que mucho tiempo después, en el Renacimiento, empezarán a tomar matices científicos. En cualquiera de estos puntos, la clave ha sido que han reconocido que no lo saben. No inventan cualquier cosa con tal de tener una respuesta. Les importa más llegar a una conclusión correcta que tener una conclusión y, por lo tanto, pueden quedarse esperando contentos, o al menos sin sufrir demasiado por esa falta de respuestas, y esperar a tener argumentos. Ese es un punto clave y no solo da nacimiento a la ciencia, es lo que permite que avance. Ahora sabemos que los avances científicos son muy complejos, la forma en la que una teoría se cambia por otra se rechaza lo que antes se aceptaba y se afirman cosas nuevas, cosas más finas, más precisas.

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Es un proceso que depende en gran medida de factores sociológicos, de que una comunidad de gente que lleva mucho tiempo trabajando con unas premisas acepte que tal vez no son las correctas. Y esto es lo importante, porque si entendemos que la ciencia, cuando dice que está bastante segura de algo, realmente está del todo segura y tiene la respuesta absoluta ante muchas cosas, es cuando nos cerramos a la innovación. Lo cual no quiere decir que aceptemos cualquier cosa, de nuevo. No podemos caer en relativismos como el de Feyerabend, que intentaba plantear que no existe el progreso científico, que todos son opiniones, más o menos formadas, pero opiniones. No, lo hemos puesto bajo contraste. Hemos hecho cosas maravillosas con la ciencia que demuestran que algo estamos entendiendo ahí, como mínimo, enviar una sonda más allá de los confines de nuestro sistema solar, haciendo peripecias alrededor de distintos planetas de nuestro vecindario, eso es algo que implica cálculos muy complejos, entender las leyes del movimiento planetario, cosas que no son opinión, pero en todo momento son susceptibles de ser mejoradas, de ser afinadas. Así que en principio el “no lo sé” es clave. Es central, y en nuestro día a día también. Uno puede vivir con una forma de ver el mundo científica, aunque no haga ciencia. Simplemente es el hecho de no hacer las cosas a lo loco por pura emoción. Intentar razonar, buscar evidencias… Es un poco el dejar en “standby” tus juicios hasta que tengas una evidencia para afirmarlo. Esto es clave. Es uno de los puntos que para mí son importantísimos para vivir, el reconocer cuando no sabemos cosas y también aceptar cuando sabemos más o menos algo, por supuesto, pero hay otros dos.

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El segundo es, para mí, la autonomía. El primer paso es decir que no conoces, pero tienes que intentar tener interés por conocer. Si te quedas: “No lo sé, no lo sé y me da igual, aquí me quedo y no voy a investigar más”, creces poco como persona. Necesitas tener la voluntad y la autonomía de saber por dónde empezar a investigar, de decir: “Pues mira, voy a cogerme unos libros sobre esto, voy a ir a esta charla, de esta persona, voy a hacer estas preguntas que creo que son relevantes y clarifican lo que yo entiendo”. Y después de la autonomía está el pensamiento crítico, porque tú puedes haber buscado y con buena voluntad, haber encontrado X libro o cierto artículo. Pero no todo el mundo tiene razón. Hay mucha gente que opina sin evidencia que parece que está hablando desde la ciencia, pero en realidad habla desde prejuicios, que está condicionada, ya sea por temas económicos o por temas ideológicos, y que no te va a contar las cosas tal y como son. Se negó durante mucho tiempo que el ser humano viniera del mono y se planteaba que había evidencias científicas al respecto, que no había, que estaban forzadas, que intentaban encontrar diferencias entre nosotros que no estaban ahí. Entonces, para entender esta diferencia, para saber discernir entre lo que se presenta como ciencia y lo que realmente lo es necesitamos pensamiento crítico. Necesitamos esa capacidad para decir: “Vale, ¿cuáles son los datos? ¿Qué es lo que tengo aquí? ¿Hasta qué punto puedo aceptarlo?”. El pensamiento crítico puedes formarlo de dos formas muy claras. La primera es trabajando, un poco por práctica, por someterte a nuevos conocimientos, ver cómo resulta el que te creas cierta cosa y cierta otra y más o menos aprendiendo así, casi por práctica y error. Pero también puedes hacerlo de forma teórica.

43:54

Los científicos normalmente estamos muy de espaldas a la filosofía de la ciencia. Es una disciplina que aúna ambos campos diciendo: “La ciencia no puede estudiarse a sí misma, al menos como tal. Necesitamos algo que nos permita decidir cómo cambiamos unos paradigmas por otros en investigación, por qué afirmamos que algo funciona o algo no, por qué fijamos que tiene que ocurrir con una probabilidad de tanto para tomarlo como una verdad…”. Todas estas cosas vienen en cierto modo desde ese análisis de la filosofía y es un análisis que, estudiándolo, que hay muchos libros muy divulgativos que pueden aproximarte, empiezas a encontrar las bases teóricas del pensamiento crítico en sí mismo, del final de ese viaje que te permite partir del “no sé” al “sé algo más”.

44:39
Sandra Navarro. Y para finalizar, me gustaría preguntarte como científico joven que eres, ¿cuáles crees tú que son los retos a los que se enfrenta la ciencia hoy en día y de cara al futuro?

44:50
Ignacio Crespo. Sobrevivir. Ahora mismo los científicos lo tenemos, lo tienen complicado. Yo estoy a caballo entre ese mundo de investigación, un poco a tiempo parcial y lo que realmente hago en mi mayor parte del tiempo, que es divulgar, pero desde cualquiera de las dos perspectivas, es más que evidente que la ciencia está pasando por un bache importante, en el cual la valoración de la misma es paupérrima. Hemos pasado y estamos ahora mismo en una crisis sanitaria que está íntimamente relacionada con no haber invertido como debíamos en la investigación. Había recortes que afectaban directamente a investigar cepas de coronavirus que ya conocíamos, que afectan produciendo en nosotros enfermedades menores, y porque no era un virus importante, no decidimos investigar. Nunca sabemos cómo va a devenir la ciencia. Nunca sabemos qué ciencia básica, que ahora mismo no tiene aplicación, dentro de unos años la tendrá. Por ejemplo, en matemáticas había y hay una rama que es teoría de números que intenta interpretar la relación que hay entre, por ejemplo, los números primos, ¿cómo se dispersan los números primos por el total de números que existen? ¿Cómo podemos predecir cuándo viene el siguiente? Las propiedades que tienen. Todas estas cosas parecen abstractas y puedes preguntarte: “¿Para qué me vale? De repente, la topología en matemáticas, que no tenía una aplicación clara, está ayudándonos a entender cómo funcionan los superconductores, que son materiales que pierden muy poca electricidad al conducirla y que, por lo tanto, ayudarán con propiedades fantásticas, a crear nuevos sistemas tecnológicos que mejoren la vida en la que estamos.

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Todo esto es impredecible. La ciencia, en cambio, tiene que confiar que quienes invierten en ella sepan estas cosas, que tengan la capacidad de dar un voto de confianza para invertir lo suficiente como para que estas ramas no mueran antes de dar sus frutos y para que valoren otra cosa que dijimos al principio: la ciencia es bella en sí misma. Hay ayudas a la cultura por el simple hecho de ser cultura. La ciencia para los griegos era clave, independientemente de su aplicación, se enorgullecían del conocimiento no aplicado, el conocimiento que era bueno en sí mismo, que no necesitaba nada más para justificarse. Hacer entender algo tan abstracto es muy difícil. Ahora, por suerte y gracias a la divulgación, parece ser que más o menos la sociedad está intentando y acercándose a esa percepción de la misma. Pero es difícil, es muy difícil y hasta que no lo interioricemos del todo estamos condenados a más recortes, a más precariedad, más dificultad para desarrollar una labor que está muy lejos de estar orientada por el interés personal. Los científicos no lo hacen porque ellos vayan a ganar mucho dinero ni porque vayan a tener una vida estable, muchos llegan a los cuarenta años sin haber podido asentarse, enlazando “post-doc”, que se llama, que es que una vez que se doctoran, después de la carrera, el máster y el doctorado tienen aún que enlazar becas por todo el mundo, de como mucho tres años. Así que, de Italia a Alemania, de Alemania a Argentina. Estas cosas ocurren constantemente. Si el científico se somete a eso y sabe lo que le espera antes de meterse a ello es porque le apasiona y porque ya sea porque se encomienda a esa belleza o porque quiere aplicarlo a la sociedad, está donando en cierto modo su tiempo a otros. No puede ser que los tengamos tan infravalorados.

48:01
Sandra Navarro. Ha sido un placer charlar contigo. Estoy encantada, he aprendido un montón y muchas gracias.

48:07
Ignacio Crespo. Muchas gracias a vosotros, estoy encantado. Ha sido un honor.