“No habrá paz sobre la Tierra si no estamos en paz con la infancia”
André Stern
“No habrá paz sobre la Tierra si no estamos en paz con la infancia”
André Stern
Escritor
Creando oportunidades
Para tu hijo, jugar es tan importante como aprender
André Stern Escritor
André Stern
“Cuando era niño tenía una frase para presentarme: me llamo André, tengo cuatro años, no me gustan los bombones y no voy a la escuela”. Hoy André Stern -escritor, músico, lutier y compositor- sigue presentándose como un niño de 47 años, al que siguen sin gustar los dulces y nunca fue escolarizado. Tampoco sus dos hijos. Autor de libros como ‘Jugar’ y ‘Yo nunca fui a la escuela’, el hijo del pensador e investigador Arno Stern defiende un cambio de actitud hacia los niños, que llama “ecología de la infancia”.
Director del Instituto Arno Stern (Laboratorio de observación y preservación de las disposiciones espontáneas del niño) y de la iniciativa ‘Hombres para mañana’, impulsada por el neurobiólogo Gerald Hüther, André Stern propone una filosofía educativa que respete la curiosidad y capacidades innatas de los niños, para permitir el desarrollo de su potencial y autoaprendizaje. “La neurociencia ha descubierto recientemente que el cerebro se desarrolla según el uso que le demos, pero cuando lo usamos con entusiasmo. Es extraordinario que la neurobiología nos dé la evidencia de lo que todo sabemos: el entusiasmo nos vuelve genios. Esa emoción hace crecer cada vez más nuestro conocimiento y, al final, somos extremadamente competentes. No intentemos introducir conceptos en nuestros hijos; veamos qué sale de ellos”, concluye.
Transcripción
Pero en mi caso particular, es una pregunta que me hacen a menudo, cuándo aprendemos estas cosas. Yo no fui a la escuela y me preguntan: “¿Y cómo has aprendido, siempre tres cosas, a leer, a escribir y a contar?”. Nunca me han preguntado cómo he aprendido a cantar, a cocinar o a bailar. Y, sin embargo, para un niño son tan importantes unas como otras. Yo no soy especial, no soy diferente, aprendí lo que aprendí como tú, como todos los que están aquí. Como todos aprendimos nuestra lengua materna, no aprendemos nuestra lengua materna con una pedagogía determinada, no aprendemos nuestra lengua materna a un ritmo impuesto, no aprendemos nuestra lengua materna en un momento prefijado por la ley. Todos aprendimos la lengua materna a nuestra manera, según una metodología, una didáctica personal, a un ritmo que nos fue factible, en un momento que nos fue muy particular, pero no la aprendimos solos. En la palabra “autodidacta” se entiende mucha soledad, no significa aprender solo, no aprendemos nada solos, solos no podemos aprender una lengua materna. Solos no aprendemos nada. Aprendemos gracias a los demás.
Los que hablan con nosotros, los que hablan entre ellos. En un mundo en el que se habla, aprendemos a hablar. En un mundo en el que se escribe, aprendemos a escribir. En un mundo en el que se lee, no podemos no aprender a leer. En un mundo en el que se cuenta, no podemos no aprender a contar. Y es curioso que las tres cosas que siempre nos preguntan, leer, escribir y contar, son las tres cosas que no se pueden no aprender. Las vamos a aprender todos a nuestra manera, en un momento que solamente nuestro desarrollo archipersonal podrá definir, así que será distinto para cada uno. Así es cómo aprendí, de la manera más natural, ni siquiera me acuerdo. Quizá tenemos que hablar sobre el aprendizaje. Porque siempre hablan del aprendizaje como un… Nos lo venden como algo que hay que hacer. Aprender no es algo que hagamos, aprender es algo que nos ocurre. No es lo mismo.
Tengo la suerte de trabajar con neurobiólogos que demuestran que no podemos aprender nada si no… Porque hoy en día confundimos “aprender” y “aprender de memoria”. Memorizar. Memorizar y aprender no son lo mismo. Aprender es algo que nos ocurre. La neurobiología ha demostrado que solo podemos retener una información si se activan nuestros centros emocionales. Si estos no se activan, si la información no nos conmueve, no nos emociona, la información entra por un oído y sale por el otro. Por eso vivimos en una sociedad que ha olvidado el ochenta por ciento de lo de que debería haber aprendido. Es increíble, olvidamos el ochenta por ciento de lo que deberíamos saber. Es increíble. Y el veinte por ciento que recordamos es el veinte por ciento que nos ha conmovido, que ha provocado una emoción. Cuando nos podemos dedicar a lo que nos activa el centro emocional, aprender deja de ser un esfuerzo, deja de ser un trabajo y deja de tener que ver con la acumulación de saberes memorizados, sino que tiene que ver con algo muy personal y natural que nunca olvidamos.
“No habrá paz sobre la Tierra si no estamos en paz con la infancia”
Es un gran problema de nuestro mundo, en lugar de preguntarnos por lo que nos interesa, es decir, por lo que disfrutaríamos, nos piden siempre que nos enfrentemos a lo que no nos interesa, bajo el pretexto de que hay que trabajar y hacer esfuerzos en las asignaturas que no somos buenos. Si no somos buenos, es porque no nos interesa. Y si no nos interesa, no podemos aprender nada. Lo único que podemos aprender y memorizar así es que somos malos, es que somos nulos. Y eso es malo para la imagen propia y la del mundo y es malo para el aprendizaje. Porque, el aprendizaje, el hecho de aprender, se convierte en una mala experiencia. Y esa mala experiencia nos lleva a pensar sobre nosotros que somos nulos. “Yo soy nulo en mates”. Es terrible porque nos equivocamos de pregunta. En lugar de preguntarnos qué se nos da bien, nos preguntamos qué se nos da mal.
Si cambiamos de actitud, el cambio de método es casi complementario, casi marginal. Cuando digo un cambio de actitud, me refiero a uno realmente radical, en el sentido de raíz. Tenemos una sociedad montada en la que pensamos que el niño es la etapa cero. Es una creencia antigua, es una creencia que nace a la vez que el darwinismo, a la vez que el cartesianismo, es la idea de que el niño es la etapa cero del desarrollo humano. Que el niño empieza como un cero, lo educamos, si tiene oportunidades, se desarrolla, se va desarrollando hasta que un día llega al estadio último del desarrollo humano, la versión premium del humano, obviamente, el adulto. El problema es que, creyendo eso, nos posicionamos ante el niño pensando: “Tú eres un cero y yo soy el estadio definitivo”. Es una relación de poder. Es una relación de sujeto contra objeto. Los niños ven el mundo de sujeto a sujeto.
Y ese posicionamiento ha explotado porque la ciencia nos ha demostrado, y es muy interesante que en un mundo en el que toda evidencia científica es más importante que el resto, es importante que la prueba de lo contrario venga de la ciencia, pues ha demostrado que los niños vienen al mundo como unas bombas de potencial. Los niños pueden aprenderlo todo y convertirse todo aquello que el ser humano puede aprender y convertirse. Es decir, que la genética no sabe ni dónde ni cuándo vendremos al mundo, y, como no lo sabe, nos equipa de todo el potencial posible con el fin de que, en todo caso, en ese exceso, esté el potencial que nos hará falta para sobrevivir en nuestro ambiente. Pero el potencial, como nos hacen falta pocas cosas, el resto se desvanece, desaparece. Por eso, en los primeros años de nuestra vida, perdemos la inmensa mayoría de nuestro potencial. Al final del desarrollo, cuando hemos perdido todo ese potencial, ¿sabe qué queda? Un adulto. Cuando sabemos eso, todo cambia, cuando nos damos cuenta del potencial, desde el punto de vista de la capacidad de aprenderlo todo, nuestros niños pasan a ser gigantes, es una nueva manera de abordar la infancia y eso es un cambio de paradigma. Es un cambio de actitud.
Y eso cambiará nuestra manera de dirigirnos a nuestros niños, a día de hoy, nos dirigimos a ellos diciendo: “Te querría más si correspondieras más a mis expectativas”. Por ejemplo, nos preguntan mucho: “¿Duerme toda la noche?”. Creemos que es importante eso. Y, al final, le hacemos sentir a nuestros hijos que los querríamos más si durmieran más. Y es terrible, porque es decir: “Tal y como eres, no te quiero tanto como te querría si correspondieras a mis expectativas”. “Tal y como eres, no está bien, para estar bien tienes que corresponder a lo que espero”. Eso es una herida, es una actitud antigua: “Te quiero, pero”. Lo que el niño querría escuchar, lo que cualquiera querría escuchar, lo que nos sienta bien, lo que cambia todo… Por eso no hablo de cambio de método, sino de actitud, en lugar de decir: “te querría más si…”, habría que decir: “Te quiero tal y como eres”. Eso, para mí, es más importante que un cambio de método. Yo no comparo los métodos, ni siquiera pienso que haya uno mejor que el otro. No quiero defender un método ni hablar de las ventajas de uno con respecto al otro porque no creo en ellos, no quiero verlos ni conocerlos.
Coser y aprender matemáticas son igual de importantes para la mente de un niño. El niño no considera que un astronauta sea más importante que un basurero o que un limpiacristales. Eso le permite abrirse a los demás diciendo: “te quiero por lo que haces, por tal y como eres”. Y a ellos eso les sorprende, les cambia la cara y les provoca ganas de compartir eso con el niño. Eso es una unión social. Es una unión sin comparación, lo que a mí me preocuparía, por supuesto, esto no ocurre, pero a mí me preocuparía que juntáramos niños por criterios absurdos, no sé, la talla de zapatillas… ¡o la edad! Imagina que juntáramos niños en función de su edad. ¿Te imaginas? Juntamos a gente que es similar. Y eso es lo que la naturaleza siempre intenta evitar. Ponemos gente que es similar junta y, al ser similares, somos comparables y cuando somos comparables, nos comparamos y cuando nos comparamos, nace la competencia y la competitividad.
Es decir, la peor forma de socialización que podría existir. Afortunadamente, estas situaciones no existen, claro. Si no, tendría problemas. No hay que impedir a un niño abrirse al mundo entero, él es ciudadano del mundo, no hay que socializarlo, no se trata de “socializar a un niño”, sino de no ponerle barreras, de no impedirle su facultad prodigiosa de ser social. Es algo que hace el niño de manera natural. También porque el niño no tiene miedo a lo nuevo, no tiene miedo de lo extraño ni de lo que no conoce. Más tarde es cuando nos entra el miedo a lo extraño, el miedo a lo que no conocemos, de lo desconocido, porque tememos que sea una trampa que nos reta a algo a lo que no sabemos responder. Siempre ocurre lo mismo, cuando nos preguntan algo que no nos interesa, no respondemos. Recientemente lo he visto en mi hijo, Antonin, mi hijo mayor, le llama la atención un programa de televisión y le dijo a una mujer: “¿Sabía que este programa se emitió entre 1993 y 2014?”. Y la mujer que, como siempre, tiende a preguntarle algo al niño que no pueda responder, le dijo: “¿Cuántos años son esos?”. Cuando te preguntan algo así, no puedes ni responder el nombre de tu padre. El córtex prefrontal desconecta. Así que respondió diecinueve y ella dijo: “Te queda todavía mucho por aprender”. Y eso es un juicio de poder.
La pregunta no le interesaba. Si la pregunta le hubiera interesado, le habría respondido antes, en su primera frase, habría dicho: “Señora, ¿sabía que este programa se ha emitido durante 21 años entre 1993 y 2014?”. Cuando experimentamos eso de la pregunta trampa, tenemos miedo a lo nuevo, a las nuevas personas, nos asusta que los demás nos provoquen la sensación de que no somos buenos, que somos malos. Y los niños siempre se sienten buenas personas, en el lugar y en el momento adecuados. Lo peor que les podría pasar sería que se quedaran en casa con sus padres. Sería lo peor. Por eso a mí no me gusta mucho decir: “Educación en casa”. Porque ni yo educo, ni educo en casa. En casa, solo se puede compartir lo que saben los padres. En casa, además, compartimos el miedo de los padres. Si, por ejemplo, te da miedo escalar un árbol, a mí me da miedo, no sé por qué, si Antonin solo se educara conmigo, nunca podría escalar un árbol. Sin embargo, se adentra en el mundo, a conocer a todo tipo de personas y, entre ellos, hay gente que no tiene miedo de escalar árboles, esos son los que encuentra. Por eso, esa propensión y deseo de salir al mundo, cuando no se la impedimos, es la que le permite socializar de manera enorme. Es raro que tengan tanto problema, para mí, yo nací en un baño, diferenciado del resto de la sociedad y, sin embargo, nunca la he abandonado.
Estaban a favor del ritmo y del ritual del niño. Somos la única especie que despierta a sus hijos. Ninguna otra especie despierta a sus hijos. Para mis padres, era inconcebible. Para ellos, un niño que duerme es un niño que necesita dormir. Cuando no lo necesite más, se despertará. Para ellos, era inconcebible despertar al niño. Había que encontrar soluciones para no despertarlo. Esa era su motivación, siempre a favor de algo. Así que no se levantaron una mañana diciendo: “Guau, tenemos todas las condiciones ideales, así que hagámoslo”. No, no tenían ninguna condición, pero tomaron esa decisión. Y cuando tomaron esa decisión, que no podía ser de otro modo, porque, para ellos, era inconcebible hacerlo de otro modo, fueron ellos los que, día tras día, euro a euro, inventaron las condiciones que lo hicieron posible. Y eso puede hacerlo todo el mundo porque no es una cuestión de medios, porque no lleva tiempo, no hace falta dinero ni energía, es solo una cuestión de cambio de actitud.
Cuando tomamos una decisión así, nos volvemos increíblemente creativos y encontramos miles de soluciones. Yo viajo mucho, escribo libros, tengo muchas conferencias, mi mujer es cómica, trabaja mucho y, sin embargo, siempre ha habido un método que hemos creado y que ha hecho todo posible. Por eso no hay que empezar por las condiciones, si esperamos hasta tener las condiciones ideales, esperaremos toda la vida.
Le permitían cumplir su sueño, eso les cambia la vida, y, de repente, cada día era sorprendente. Porque… Ayer mismo. El coach de Antonin dijo que fuéramos a comprar un casco profesional para Antonin así que fuimos para allá, fuimos a un taller especializado donde le tomaron medidas, le fabricaron un casco, había tres personas ocupándose de Antonin y él, muy serio, todos estaban en un ambiente serio, un ambiente de compartir. Estábamos haciendo algo importante. Todo eso es una red social inesperada, si me hubieran dicho hace seis meses que haría algo así, deporte, mecánica con mi hijo, me habría reído, no lo habría creído posible. Así que me es difícil describir una jornada típica porque cambia constantemente, pero te puedo decir algo que no hemos hablado antes, te decía que nuestro centro emocional es lo que nos permite aprender, si una información activa el centro emocional, la podremos retener, si no, no podemos retenerla. Eso explica que olvidemos casi todo lo que debamos aprender. Hay una actividad, solo una, que activa el centro emocional permanentemente, hay una actividad que, desde que la iniciamos, nuestro centro emocional se activa. ¿Sabes cuál es? El juego. Jugar. Jugar activa permanentemente el centro emocional y ¿qué es lo primero que hace un niño en cuanto le damos confianza y le dejamos tranquilo? Jugar. Y si no se le interrumpiera, jugaría todo el tiempo. En otras palabras, nuestros niños vienen al mundo en, exactamente, su propio medio.
Cuando ves un pájaro en el aire, sabes que está en su medio, cuando ves un pez en el mar, sabes que está en su medio. Cuando ves a un niño jugar, sabes que está en su medio, el elemento del niño, el que activa su centro emocional, lo que le permite retener la información para siempre. Y nacimos así, vinimos al mundo así. Así que, en nuestro día a día, jugamos muchísimo y nos tomamos el juego muy en serio y cuando vemos a un niño jugar, sabemos que es un ser humano realizando la actividad más importante y la más razonable que un ser humano puede realizar. El día a día de mis hijos está lleno de juego, de encuentros, de redes sociales intensas, vivas, tridimensionales, también de ritmos, de rituales y de mucha confianza.
Es imposible, es como si te pidiera respirar sin tomar aire. Lo vemos como algo absurdo, el problema es que los adultos lo ven absurdo, pero el niño nunca piensa en términos de que el adulto pueda estar equivocado. Siempre piensa que es él el que tiene un problema, es otra herida más. Todo lo que interrumpe el juego de un niño es desagradable para él, pero el niño no tiene ningún problema en dejar de jugar si sabe que puede seguir justo después. Yo no tenía ningún problema en irme a dormir, es decir, dejar de jugar, porque sabía que, al día siguiente al levantarme, podía volver a jugar directamente. No habrían conseguido nada, nadie habría recogido mi granja de LEGO y yo podía dormir tranquilo gracias a saber que la actividad se interrumpía porque llegaba el momento de dormir y el momento de dormir llegaba a una hora concreta. No era un problema de interrupción, sin embargo, si tengo el temor de que la interrupción sea definitiva, que es el fin del juego, entonces rechazo la idea de dormir para poder jugar más.
Por eso, algo peor que interrumpir el juego de un niño, es la idea de que el juego del niño pueda interrumpirse, es decir, la idea de que el juego del niño no sea tan importante como aprender. Eso es terrible. Es terrible porque, a partir de ese momento, aprender se vuelve desagradable y nuestros hijos pierden su deseo por aprender.
Durante siglos hemos creído que la inteligencia venía programada en la genética. Pensábamos que nuestro cerebro venía programado genéticamente, que son los genes los que deciden si venimos al mundo como una persona estúpida o como una inteligente. Eso fue antes del descubrimiento de la epigenética, desde que descubrimos la epigenética, sabemos que ni la genética es definitiva, que las cosas que vivimos, todo lo que comemos, que las relaciones que nos enriquecen… Todo ello modifica la genética, pero creíamos que la inteligencia estaba programada genéticamente.
Además, no hace mucho, unos investigadores británicos, siempre son los británicos los que descubren cosas, no sé por qué. Unos investigadores británicos descubrieron que la zona del cerebro responsable del movimiento del pulgar, esa zona en el cerebro de los jóvenes de hoy en día es mucho más grande que la misma zona del cerebro de la gente de hace varios años, y sí, sí, viene del uso intensivo de los SMS. Eso fue una revolución porque quería decir que el cerebro no estaba programado genéticamente, sino que se desarrolla según el uso que hacemos de él. Tengo la suerte de trabajar con un neurobiólogo alemán, el profesor Gerald Hüther, que es de los más célebres en el mundo de la neurobiología, y él nos cuenta que, en el momento en que descubrimos que, porque cito sus trabajos, en el momento en que descubrimos que el cerebro es como un músculo, el cerebro pasó a ser un órgano como los demás, cambiante, que se puede desarrollar como un músculo. Había que desarrollar programas de musculación del cerebro para tener todos unos cerebros enormes.
Así que se crearon programas llamados “de estimulación precoz” con sudokus en el desayuno para los niños, cinco idiomas en preescolar, hablar chino al vientre de la madre a todas horas, un montón de cosas que ahora nos hacen reír, pero que se hicieron, con resultados espectaculares: Cero. Ningún resultado, no funcionó. Los que desarrollaron estos programas estaban desesperados, decían: “Funcionó genial con los SMS, ¿por qué no con las matemáticas? Habría sido muy práctico”. Es porque se dejaron un pequeño descubrimiento, que es reciente, de hace cinco o seis años, descubrimos que nuestro cerebro se desarrolla según el uso que le demos, pero según el uso que le demos cuando lo utilizamos con entusiasmo. Y esa es la noción, el descubrimiento del milenio, es extraordinario que la neurobiología, la ciencia, nos demostrara las evidencias de lo que todos sabemos, todos sabemos que el entusiasmo nos vuelve genios.
Sabemos que el entusiasmo nos da alas, nos capacitan para mover montañas. Pero hoy, la neurobiología nos demuestra lo que ocurre cuando estamos entusiasmados. Se secretan en las terminaciones nerviosas un cóctel de neurotransmisores neuroplásticos que actúan en el cerebro como un abono. El entusiasmo es el abono del cerebro. Y tenemos que, nuestros hijos, como no conocen jerarquía alguna entre trabajos ni asignaturas, se entusiasman por todo. Y viven de la mañana a la noche en un estado de abono cerebral. Es decir, que un niño es un temporal de entusiasmo cada dos minutos. El niño, permanentemente, aumenta su cerebro con el abono cerebral. Cuando sabemos eso, es absolutamente extraordinario.
Por eso, para mí, el entusiasmo tiene un papel esencial en nuestra existencia, porque es lo que nos vuelve genios y porque todas las historias que nos gustan siempre son historias de gente entusiasta, y, ojo, ese entusiasmo es innato, hemos nacido con él. No podemos ni crearlo ni destruirlo, está en nosotros como un lago interior y, como en la meditación, no se trata de crear nuevos estados, sino de volver a un estado que está en nosotros y liberarlo de todas las capas, de todas las nubes que tiene delante. Una vez que vemos el lago interior, no podemos fingir no haberlo visto. Y lo cambia todo. Cambia el mundo, la vida y surge el deseo de hablar de ello.
A día de hoy, hablamos de memoria celular, así que no nos impresiona mucho, pero, en la época, fue un descubrimiento muy innovador porque tiene un origen natural. Inventó un lugar, Le Closlieu, y descubrió una ciencia, la formulación. Tuvo un gran impacto en su vida y se dio cuenta de que no era necesario estar siempre enseñando cosas a los niños, de introducir conceptos en los niños. La pregunta correcta sería: “¿Qué nace de los niños?”. Esto tuvo un impacto considerable en mi vida, porque, de esa forma, él y mi madre, juntos, tuvieron esa convicción, esa confianza firme en la infancia. Le Closlieu, su taller, es un lugar particular porque, cuanto atravesamos el umbral, todo lo que es el paradigma de nuestra sociedad desaparece. Los “ismos”. Racismo, sexismo, edadismo… Desaparecen. Es un lugar donde, al fin y al cabo, nos queremos tal y como somos.
Es un lugar donde toda la presión del mundo: «tienes que ser bueno en el colegio, tienes que atender en clase, porque, si no, no sacarás buenas notas y, con malas notas, no podrás ir a la Universidad y, si no puedes ir a la Universidad, no tendrás una buena titulación y, sin una buena titulación, no podrás tener un buen empleo y, sin un buen empleo, no tendrás dinero y, sin o tienes dinero, no podrás tener casa ni marido ni hijos ni coche. Es una presión increíble. Allí, de repente, podemos… Cruzamos el umbral y no hay nada que temer, no hay nada que cambiar, nada que mejorar, no hay que ser diferente, no hay que corresponder a las expectativas de nadie. Hay mucha gente diversa, solo hay diferencias. No hay comparaciones. No es un lugar en el que se te juzgue por lo que haces. Tu historia no le interesa a nadie, se toma en serio, pero a nadie le importa, nadie la juzga, nadie le busca sentido y, de repente, sientes la experiencia de una libertad increíble en medio de la libertad de los demás, una libertad que, gracias a los demás, la hace posible, normal. Eso es el paradigma de un nuevo mundo. Por eso, efectivamente, él fue pionero de esa nueva actitud que llamo «la ecología de la infancia».
Fue pionero en la manera de acercarse a la infancia, con confianza. Para mí, mi padre es un gran ejemplo a seguir. Pero no quiero ser mi padre. Mi padre es tan él mismo, que me provoca tantas ganas de ser yo mismo, como él es él mismo. Así es como los niños ven a las personas que les inspiran y esas personas somos nosotros. Eso es una invitación a no ser nunca demasiado prudente en lo que vivimos a ojos de nuestros hijos. Antes decía que nuestros hijos se convierten en lo que nosotros vemos. Tengo otra noticia al respecto. Los niños acaban siendo tal y como ellos nos ven. En ambos casos, puede ser o una buena o una mala noticia.
En realidad lo que hay es una acreción de la información y el núcleo de información de base va creciendo con cada vez más información. Vamos concentrando información y va creciendo cada vez más. Y nuestro entusiasmo hace crecer cada vez más nuestro conocimiento y, al final, somos extremadamente competentes. Y la competencia es el efecto secundario, no es otra cosa que la consecuencia de nuestro entusiasmo. Porque se desarrolla así. La competencia también tiene otra consecuencia. Cuando tenemos esa competencia, ese entusiasmo, ese saber y esa experiencia, habrá alguien que te necesitará a ti y tus competencias. Ahora, aquí. No va a pedirte títulos. Te va a decir: «Ayúdame». Además, es así, porque, cuando te duelen los dientes y te dicen: «Ve a mi dentista, es buenísimo», tú vas al dentista que te han recomendado y no le dices: «No me toque si no me enseña antes el título». No es así. No nos hace falta. Necesitamos ser competentes, pero no un título. Entonces, esa persona que te necesita a ti y a tus competencias te ofrecerá un trabajo. Y, de repente, tu éxito profesional será la consecuencia de tu competencia.
Y tu competencia es la consecuencia de tu entusiasmo. ¿Y sabes cuál es la consecuencia de tu éxito profesional? El dinero. El dinero, que lo ponemos encima de todo. El dinero solo es la consecuencia de la consecuencia de la consecuencia del entusiasmo. Mi pregunta es: «¿Qué nos entusiasma?». Entusiasmémonos y, estando entusiasmados, la competencia, el éxito y el dinero vendrán como consecuencia.
Tengo ya 47 años, puede que me ocurra en unos años, pero hasta ahora, es otra de las razones por las que digo que todavía soy un niño. Nunca he abandonado esa etapa primitiva. Esa relación tan simple de confianza, de enriquecimiento mutuo, es justo decir también que mis padres no esperaban ninguna crisis de adolescencia. Se suelen esperar las crisis, así que cuando hay un concepto un poco… Voy a utilizar una metáfora un poco fuerte, pero esa idea de que hay crisis y épocas es muy cómoda. Y hace daño a las personas de nuestro entorno. Porque cuando un niño pequeño protesta, decimos: «Ay, es la crisis de los dos años. La crisis de los dos años, es una rabieta. Es una pataleta, cuando un niño… Es una pataleta. Dos años, pataleta». Cuando un adolescente protesta, decimos: «Ay, crisis de la adolescencia». Es tan vejatorio como cuando una mujer protesta y un hombre dice: «Ay, tiene la regla». Es muy vejatorio. Y, sobre todo, eso crea fisuras. Nos permite mirar hacia otro lado y no, la adolescencia no es obligatoria, la pubertad, desde el punto de vista emocional o afectivo de las relaciones humanas, claro que hay cambios fisiológicos, pero son naturales, son continuos y muy lentos. Las rupturas sociales, familiares, etcétera, es un concepto de adultos y, cuando lo esperamos, llega.
Y cuando no lo prevemos, cuando un niño no necesita rebelarse para obtener su independencia, su libertad, para ser admirado ni para llevar responsabilidades, entonces no llega. De nuevo, es otro mito que creamos en nuestra mente que creo que no nos hace ningún bien. He de decir que todo es más sencillo, siempre me gusta decir que todo es más sencillo. Solemos decir que es muy difícil ser padres, ser buen padre, ser buena madre, que es mucho trabajo, que requiere mucho esfuerzo, muchas responsabilidades: «Cuidado, no pierdas el momento adecuado». «Cuidado que no se te pase el momento adecuado para esto o lo otro, porque si te lo pasas, el futuro de tus niños depende de decisiones que tomes a día de hoy». Todo eso es muy duro, es mucha presión, menuda tensión, qué difícil, cuántas cosas… No es cierto, no es difícil, porque lo que buscan siempre nuestros hijos es lo que estoy diciendo todo el rato.
El punto de seguridad, un lugar no geográfico, donde te digo de manera no verbal: «te quiero tal y como eres». Y cuando tienes ese punto, sales al mundo a conocer a los demás con sus diferencias. Dicho de otro modo, cuando se le da a un niño esa sensación, y es muy fácil hacerlo, no es un método, no hay formación, no cuesta energía, no hace falta tiempo ni dinero ni conocimientos ni un nivel intelectual alto, cuando se le da a un niño esa sensación de «te quiero tal y como eres», ¿sabes qué? Como padre, en cuanto hacemos eso, podemos tomarnos unas vacaciones porque ya hemos sido un buen padre o una buena madre. Es así de sencillo. Cada vez que alguien nos diga que no es fácil o que es muy difícil, es muy sospechoso, no es normal, cuando alguien te diga que es un trabajo que no es sencillo, huye de esos charlatanes porque en todos les seres vivos, en la física, en todos los sistemas vivos, el único sistema que sobrevive, que subsiste, que llega a desarrollar sus funciones son aquellos que más ahorran en esfuerzo, que consumen la menor energía posible, y es así también para nosotros.
Cada vez que nos digan que es difícil o nos digan que es muy fácil, decimos: «Pues sí, es fácil, justo por eso, por eso es natural, por eso no lo olvidamos, por eso nos emociona y por eso nos vuelve geniales». Sí, es muy sencillo hacer lo que nos entusiasma y, además, nos convierte en genios. No intentemos introducir conceptos en nuestros hijos, veamos qué sale de ellos. Y siempre, por esta historia, intento pronunciar una invitación: «Venid, venid durante el tiempo de esta historia, venid a este lado del espejo donde reina la confianza y quizá… Porque cada vez que venís a este lado, cambia todo para la infancia. Y quizá, entre todos vosotros habrá alguien que querrá pasar más tiempo en este lado del espejo. Un poco más tiempo en el lado de la confianza. Porque cuando cambiamos la actitud ante un niño, cambiamos de actitud ante todos los niños del mundo, incluido ante el niño que llevamos dentro».
Y esa es la reconciliación con el niño que llevamos dentro y al que le hemos dicho siempre: «No eres suficientemente bueno». Eso cambia el mundo. Mi esperanza cuando cuento todas estas historias y todo esto tan natural y tan sencillo es que vengáis a este lado del espejo y puede que algunos necesiten quedarse unos minutos más. Cada minuto que pasamos en el lado de la confianza es una bendición para la infancia y un beneficio para la humanidad. No habrá paz sobre la Tierra si no estamos en paz con la infancia.